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Semana Santa <strong>Toledo</strong> 2016<br />
132<br />
ca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás...”<br />
Al poco tiempo -de hecho algunos meses después- comenzó<br />
a predicar el Salvador, que entonces “era como<br />
de treinta años”. Si el ministerio de la palabra de Nuestro<br />
Señor duró tres años, llegamos a la conclusión de<br />
que murió el año décimo octavo del reinado de Tiberio.<br />
Esta deducción resulta impecable si los indicios no ofrecieran<br />
dudas.<br />
En primer lugar, no conocemos si el evangelista<br />
calcula los años del imperio de Tiberio desde que éste<br />
fue coligado al trono o desde que empezó a regir en<br />
solitario. Además, el “era como de treinta años” de San<br />
Lucas es un término un tanto impreciso, que permite<br />
una extensa exégesis. Igualmente, no todos los investigadores<br />
aceptan que el ministerio del Salvador durase<br />
tres años, pues aunque no sea viable que sólo durase<br />
uno -como argumentan algunos-, no es imposible el<br />
sentir de los que proponen que duró poco más de dos<br />
años.<br />
Los dimes y diretes de todas estas deliberaciones,<br />
ocuparía un trabajo que excede de éste artículo. Se me<br />
dispensará, por tanto, que no profundice en más particularidades<br />
al respecto, porque no se intenta aquí solucionar<br />
una cuestión que acaso jamás llegue a resolverse,<br />
sino sencillamente presentar el estado de la misma.<br />
Sin embargo, quisiera hacer un análisis que acaso<br />
no esté falto de interés. ¿Por qué no apreciamos en su<br />
justo valor los argumentos de los escritores antiguos?<br />
Hay en nuestro tiempo, cierta inclinación a desechar el<br />
testimonio de la antigüedad -en esta y en otras materiascomo<br />
si nada representasen las explícitas aseveraciones<br />
de ilustres escritores de los primeros siglos cristianos.<br />
Entremos en la Patrología.<br />
Clemente de Alejandría, teólogo griego y director<br />
de la escuela de Alejandría, que murió en el año 215,<br />
nos habla de cálculos que establecían la muerte del<br />
Señor en el año 30 de la era cristiana; y muchos investigadores<br />
de la cronología admiten hoy esta fecha como<br />
muy probable.<br />
Pero por aquel tiempo, Tertuliano, un escritor eclesiástico<br />
de los siglos II y III, sin reseñar cálculos especiales,<br />
nos proporciona una fecha muy precisa: “Passio<br />
perfecta est sub Tiberio Caesare, consulibus Rubelio Gemino<br />
el Fufio Gemino, mense Martio, temporibus Paschae,<br />
die VII Kal. Aprilis, die prima azymorum.” (Sin<br />
comentarios).<br />
La misma fecha nos es proporcionada por San Hipólito<br />
que murió cerca del año 236; y, un siglo después,<br />
por el catálogo filocoliano de los Papas. Es fácil suponer<br />
que, en el siglo III y aún antes, en Roma y en Cartago se<br />
tenía por verdadero que el Salvador hubiese muerto en<br />
la fecha indicada. No hay argumento consistente que se<br />
oponga a estos testimonios, por lo menos en lo referente<br />
al año, más bien al contrario, encajan perfectamente con<br />
los escritos evangélicos; ¿por qué, entonces, no tomarlos<br />
como enunciado de una tradición que, por su antigüedad,<br />
es acreedora de todo respeto?<br />
De hecho, no pocos escritores, ni los de menos autoridad,<br />
facilitan como el año más factible de la muerte<br />
de Nuestro Señor, el 29 de la era cristiana, que es el señalado<br />
por Tertuliano.<br />
Por tanto, ¿Nuestro Señor no murió el año 33 de<br />
nuestra era? Aquí nos tropezamos con una singularidad.<br />
Nuestro Señor, si murió a los treinta y tres años de edad,<br />
no murió en el año 33, sino en el 29 de la era cristiana.<br />
Todo reside en la forma de contabilizar los años de<br />
la era cristiana. Conocemos que, la cronología que seguimos<br />
en la actualidad, fue implantada a principios del<br />
siglo VI, por el monje Dionisio el Exiguo, el cual empezó<br />
a contabilizar los años de la era cristiana desde el 754<br />
de la fundación de Roma, entendiendo que en este año<br />
había nacido Nuestro Señor. Este dato, en su momento,<br />
fue aceptado con gran ponderación, pues todos admitían<br />
que ningún hecho histórico era tan merecedor de