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<strong>Alegraos</strong> abril <strong>2016</strong> Página 7<br />
El camino de la vida<br />
Por Alfonso González, médico de familia<br />
EL SILENCIO<br />
En primer lugar y antes de comenzar<br />
el tema, vamos a realizar una<br />
aclaración. La virtud del silencio no<br />
está en no hablar, sino es saber callar<br />
a su tiempo y saber hablar a su<br />
tiempo. “Hay tiempo para callar y<br />
tiempo de hablar” (Ecle. 3,7).<br />
En segundo lugar, silencio también<br />
implica, no sólo el no hablar<br />
sino el que palabras no convenientes<br />
se insinúen en los oídos, porque<br />
pronto se agita la mente, y además<br />
de perder el recogimiento, se hace<br />
con facilidad lo que se escucha con<br />
gusto. Este es uno de los grandes<br />
males del mundo actual, que nos dejamos<br />
llenar el corazón de mensajes<br />
nocivos, o al menos sin valor de eternidad.<br />
En la Sagrada Escritura se alaba<br />
el silencio considerándolo un “modo<br />
precioso” para la formación, porque<br />
acostumbra al individuo al dominio<br />
de sí, a la reflexión y crea un clima<br />
ideal para la vida de recogimiento,<br />
de estudio y de oración. El silencio<br />
es algo esencial en una persona que<br />
quiera tener una verdadera oración,<br />
y verdadera vida cristiana, por eso el<br />
mundo no comprende el silencio. Es<br />
necesario saber callar, para que podamos<br />
escuchar a Dios.<br />
“Sopló un viento huracanado<br />
que partía las montañas y resquebrajaba<br />
las rocas delante del Señor.<br />
Pero el Señor no estaba en el<br />
viento. Después del viento, hubo un<br />
terremoto. Pero el Señor no estaba<br />
en el terremoto. Después del terremoto,<br />
se encendió un fuego. Pero el<br />
Señor no estaba en el fuego. Después<br />
del fuego, se oyó el rumor de<br />
una brisa suave. Al oírla, Elías se<br />
cubrió el rostro con su manto, salió<br />
y se quedó de pie a la entrada de<br />
la gruta”. (1 Rey. 19, 11-13). Dios<br />
sólo está en el silencio, y no nos engañemos,<br />
así será siempre, como nos<br />
recuerda San Juan de la Cruz, “una<br />
palabra habló el Padre, que fue su<br />
Hijo, y ésta habla siempre en eterno<br />
silencio, y en silencio ha de ser oída<br />
del alma”.<br />
Todos conocemos la frase “guardar<br />
silencio”, es una frase cuanto<br />
menos extraña, puesto que es más<br />
bien el silencio el que nos guarda<br />
a nosotros.<br />
Seguramente nos hemos arrepentido<br />
muchas veces de haber hablado,<br />
pero de haber callado muy pocas.<br />
Decía el Venerable P. Nadal que<br />
“para reformar una casa y aún toda<br />
la religión no es necesario más que<br />
reformarla en el silencio”.<br />
Es necesario saber callar para que<br />
Dios hable, o mejor dicho para que<br />
podamos escucharlo. “El silencio no<br />
es silencio, es un concierto sublime<br />
que el mundo no comprende. No<br />
metas ruido, que estoy hablando<br />
con Dios” (Santo Hno. Rafael) Tener<br />
la lengua quieta hace descansar<br />
el corazón y por alma silenciosa<br />
navegan los pensamiento de<br />
Dios.<br />
Y con esto pasamos a dar respuesta<br />
a una dificultad con la que algunos<br />
quieren matar el silencio, o justificar<br />
la dispersión, y es que se empeñan en<br />
intentar convencerse que el silencio<br />
es aislamiento. Es todo lo contrario,<br />
el silencio no es aislamiento, porque<br />
en primer lugar sólo en el silencio<br />
nos encontramos a nosotros mismos,<br />
y lo que es más importante nos encontramos<br />
con Dios. El encuentro<br />
con uno mismo y con Dios nos procura<br />
ese conocimiento propio, y nos<br />
permite cambiar lo que en nosotros<br />
está desorientado.<br />
Pero no es sólo eso, sino que si<br />
queremos tener una conversación<br />
realmente adecuada con el resto de<br />
personas “guardemos el silencio”.<br />
Decía San Bernardo que “el silencio<br />
es el sello del hombre sabio y<br />
prudente”. ¿Queremos aprender a<br />
hablar? Guardemos el silencio.<br />
Se cuenta una anécdota aleccionadora<br />
de Demóstenes, orador griego,<br />
en la que le preguntaron ¿por qué<br />
el hombre tenía dos oídos y solo una<br />
lengua? Respondió que para escuchar<br />
dos veces antes de hablar una.<br />
“Sea el hombre pronto para escuchar<br />
y tardo para hablar” (Stgo 1,<br />
19) nos recuerda el apóstol Santiago.<br />
Será imposible una convivencia<br />
y una conversación sana y cristiana<br />
sino hay silencio en nuestra vida,<br />
porque si “de la abundancia de corazón<br />
habla la lengua”, en alma donde<br />
no hay silencio no puede reinar el<br />
Señor, y muy poco de bondad habrá<br />
si no estamos cerca del Señor.<br />
Hay un sabio adagio antiguo que<br />
nos dice, “el hombre para ser hombre<br />
necesita tres partidas: Hacer mucho,<br />
hablar poco y no alabarse en su<br />
vida”.<br />
Silencio exterior, como medio<br />
para el silencio interior, lo que podríamos<br />
llamar recogimiento.<br />
No solo se trata de una ausencia<br />
de sonido externo, sino sobre todo<br />
de sereno reposo del espíritu, de forma<br />
que podamos aplicar con eficacia<br />
las potencias del alma en aquellas<br />
actividades a las que nos estemos<br />
dedicando... Sólo el alma recogida<br />
puede llevar a cabo con facilidad el<br />
“haz lo que haces”.<br />
En la vida actual, asistimos a una<br />
idolatría del bullicio, de la dispersión<br />
del “ruido” en general. Vamos por la<br />
calle y cascos en los oídos, nos metemos<br />
en el coche y la radio o la música,<br />
Facebook en todos sitios, en todo<br />
momento pendientes del WhatsApp,<br />
muchas personas viven “enganchadas<br />
al bullicio y a la dispersión”. Todos<br />
los avances a los que asistimos<br />
en la era actual, solo las personas<br />
que tienen recogimiento, sabrán emplearlas<br />
para el crecimiento personal<br />
y el bien del mundo. Para el resto,<br />
suelen ser motivo de esclavitud... y<br />
es experiencia diaria de la vida.<br />
Sin silencio, uno no vive, podemos<br />
decir que otros viven por nosotros...<br />
Sin silencio, ni vida cristiana, ni<br />
vida realmente fecunda.