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Primavera 2016 - <strong>nº</strong> 3<br />
Destacamos en este<br />
número:<br />
Homenaje a Cervantes<br />
*Carlos de la Sierra<br />
*Eloy Luna<br />
*Esther Pardiñas<br />
Carpeta de I. Montoya<br />
Homenaje a Cervantes<br />
Homenaje a Cervantes
Transcurrido un año desde el lanzamiento del <strong>nº</strong> 0, si algo nos ha quedado claro a sus<br />
responsables es que con el <strong>nº</strong> 3 de <strong>Culdbura</strong>, fechado en primavera, hemos completado el ciclo de las<br />
cuatro estaciones.<br />
Hasta ahora, todas las portadas de la revista han llevado algún motivo alusivo a la temporada<br />
correspondiente: un color, la radiografía de una hoja muerta, la madera con que alimentar el hogar…<br />
Llegados a este punto, no podíamos dejar de cumplir con la tradición marcada. Ahora bien, al<br />
ponernos manos a la obra nos hemos topado con el gran inconveniente de nuestros propios escrúpulos:<br />
la mayoría de motivos primaverales que nos venían a la mente se nos antojaban demasiado vistos,<br />
trillados en exceso: florecillas, pajaritos, hojas nuevas… Y no, ¡eso no! ¡De ninguna manera!<br />
Razonando, razonando, hemos venido en concluir que en primavera no solo brotan y se abren los<br />
capullos, alean y vuelan insectos y pajaritos, y hace su aparición toda la verdura del campo; en<br />
primavera asoma, crece y brota de todo, peces y enfermedades infecciosas incluidos.<br />
Como nos ha dado pereza identificar todo lo que había en ese “de todo”, hemos decidido optar<br />
entre los dos motivos enumerados como inclusivos, al parecernos que ambos estaban dotados de la<br />
pátina de originalidad necesaria. Y entre uno y otro, huelga explicar por qué nos hemos decantado<br />
unánimemente por los peces.<br />
¿Qué sabe el pez del agua donde vive toda su vida?<br />
A. Einstein<br />
Agradecemos a Santiago Alonso Sagredo que nos haya proporcionado las imágenes de sus<br />
fotomontajes, merced a las cuales hemos podido ilustrar el presente número.<br />
Enlace de la reseña aparecida en el periódico referenciado con motivo de su última exposición en<br />
Burgos:<br />
http://www.elcorreodeburgos.com/noticias/cultura/castilla-deconstruida_119830<br />
Enlace de Libros Blurb: http://www.blurb.es/user/SAGREDO57<br />
Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús<br />
Borro, Jesús Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.<br />
©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.<br />
©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista.<br />
Contacto: culdbura@gmail.com
Sumario<br />
Conversación de don M. de Cervantes con un cachidiablo, Carlos de la Sierra .......... Pág. 5<br />
El viaje de don Quijote a Burgos, Eloy Luna ............................................................. 15<br />
¿Y si Cervantes hubiese sido burgalés?, Esther Pardiñas ............................................ 31<br />
Vieja sabia, Sergio Ribote García ............................................................................ 34<br />
Solicitud de suicidio y otro (microrrelatos), Enrique Angulo Moya ................................ 37<br />
La gárgola, Mercedes García Rega .......................................................................... 39<br />
La vida que te espera, Jorge Saiz Mingo .................................................................. 45<br />
El sueño de Pascal, Alfonso Hernando ..................................................................... 51<br />
Hoy, Manuel Arandilla ........................................................................................... 57<br />
El huracán, Eliseo González ................................................................................... 59<br />
Mario Benedetti, Jesús Barriuso ............................................................................. 61<br />
El tigre, Miguel Ángel Barbero ................................................................................ 63<br />
El hombre que amaba a los perros, Lino Varela Cerviño ............................................. 65<br />
Bandas sonoras, Rodrigo Vázquez Minguito.............................................................. 67<br />
Carpeta de Isaac Montoya, Estela Rojo ................................................................... 69<br />
Página3<br />
Soneto para peces, José María Izarra ...................................................................... 75
Página4
CONVERSACIÓN DE DON MIGUEL DE CERVANTES CON UN<br />
CACHIDIABLO ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA<br />
(ENTREVISTA APÓCRIFA)<br />
Poemas de la argamasilla<br />
Del cachidiablo, académico<br />
de la argamasilla, en la sepultura<br />
Página5<br />
de don quijote<br />
Epitafio<br />
Aquí yace el caballero<br />
bien molido y mal andante<br />
a quién llevó Rocinante<br />
por uno y otro sendero.<br />
Sancho Panza el majadero<br />
yace también junto a él,<br />
escudero el más fiel<br />
que vio el trato de escudero.<br />
Digo, don Miguel, que por vuestra pluma existo. A vuestra gracia debo vida,<br />
nombre, honra y honores, ninguno merecido por mí ni mis actos, sino que, valiéndome de<br />
la fama de vuestra gran obra, hice de la nada un nombre y de vuestra gracia un<br />
compañero de eternidad.
Nací en las letras finales de Don Quijote, y tan alto nombramiento me encumbra<br />
hasta el frontispicio de la gloria bendita. Siendo cachidiablo, tan humilde, pláceme<br />
saberme compañero de Jasón de Creta, de Amadís de Gaula, de Galaor, su hermano, y así<br />
caminar junto a ellos desde la Mancha hasta Catay, a la sombra feliz de Rocinante y sobre<br />
sus lomos, parejo a Sancho Panza, mientras nuestro buen señor Alonso Quijano sorbe su<br />
seso, orate de amor andante, buscando tras cada sol el rostro de su amada Dulcinea de<br />
Toboso.<br />
Pero... Necesito saber tantas cosas sobre vuestra vida, ahora que agonizáis...<br />
-¡Ea, ea, don Miguel! Despertad.<br />
-¿Hermano Lope? Bórrame el soneto de versos de Ariosto y Garcilaso... Y en cuatro<br />
lenguas no me escribas cosas, que supuesto que escribes boberías, lo vendrán a entender<br />
cuatro naciones...<br />
-No, señor, no soy don Lope. Que vos me hicisteis ser cachidiablo, y mucho de<br />
alcahueto para preguntar en favor de vuestra posteridad.<br />
-Pues mejor si fueras Lope. ¿Sabes qué decía de él Góngora?:Si lo dices por mí,<br />
Lopito mío, eres un idiota sin arte y sin cerebro. Yo le dije a Lope: ...logré un amigo<br />
menos y una molestia más.<br />
-De buen humor estáis, don Miguel. Complaced, pues, mi curiosidad.<br />
Hoy es 20 de abril de 1616. Estamos solos en la habitación de su casa de la calle<br />
del León, en Madrid. Mi señor prepara su alma a mayor satisfacción de su fe, y yo soy<br />
testigo de esos momentos radiantes, lúcidos, hermosos, que los hombres disfrutan en el<br />
umbral de su tránsito.<br />
Página6<br />
-Decidme algunos recuerdos de niñez.<br />
-Nací en Alcalá de Henares, y aún no sé a ciencia cierta la fecha. Si fue un jueves,<br />
29 de septiembre, día de San Miguel, o un domingo, día 9 de octubre de 1547 sólo Dios o<br />
mis padres pueden decirlo. Don Rodrigo de Cervantes, mi padre, era “zirujano” que así les<br />
decían a los que hacían de su profesión artes entre médico y curandero...<br />
-Poca hacienda me parece para tantas bocas a comer.<br />
-Doña Leonor de Cortinas, mi madre, fue una mujer flexible e ingeniosa; infatigable<br />
y con una gran inventiva sacó a flote la familia y apoyó a mi padre en sus muchas<br />
penurias. Tuvo siete hijos; primero nació Andrés, que se lo llevó el cielo siendo infante;<br />
después Andrés, como el hermano muerto; Luisa, Miguel y Rodrigo... Fuimos a Valladolid<br />
en 1551, y mi padre, a la cárcel. Nacieron Andrea y Magdalena. Yo era un niño de seis<br />
años y algo tartamudo. En 1564 mi padre viajó a Sevilla, y madre y nosotros con ellos...<br />
-Tenemos tiempo, señor, para relatar vuestra vida tan pródiga en hechos y no<br />
deseo atropellar las preguntas. Don Miguel, ¿recordáis vuestro aspecto físico?<br />
-Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y<br />
desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas<br />
de plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña,<br />
los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y<br />
peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre
dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado<br />
de espaldas, y no mucho ligero de pies...<br />
-Perdonad mi sonrisa, señor, pues os describís con harta gracia. Claro, que<br />
entonces teníais no menos de sesenta años y muchos avatares padecidos.<br />
-Dejadme acabar lo que antes quería decir, cachidiablo. En 1564, en Sevilla, asistí a<br />
una representación realizada por un grupo de actores itinerantes del famoso dramaturgo y<br />
director de escena Lope de Rueda. Fue una revelación ¡voto a...! Desde ese momento mi<br />
ambición ya fue convertirme en dramaturgo de éxito.<br />
-¡Ea, ea, señor! Tranquilo. Habladme de vuestra llegada a esta Corte de Madrid,<br />
ciudad que en 1551 Su Católica Majestad Felipe II nombró capital de España.<br />
-Las deudas le hicieron comprender a mi padre que, después de todo, Sevilla no<br />
era un lugar apropiado para que pudiera abrirse camino un cirujano-barbero. En 1566, mi<br />
familia estaba en Madrid, y yo asistiendo al Estudio de la Villa regentado por el catedrático<br />
de gramática Juan López de Hoyos...<br />
-Gran maestro, señor. Y valedor de vuestros primeros escritos, según creo saber.<br />
-Más sabes tú, pícaro, que lo que te han enseñado. Pero tienes razón. Don Juan<br />
López publicó un libro sobre la enfermedad, muerte y exequias de nuestra reina doña<br />
Isabel de Valois, tercera esposa de nuestro señor don Felipe II, que había fallecido el 3 de<br />
octubre de 1568.<br />
Página7<br />
-¡Recordáis las coplillas populares que cantaba el pueblo a la llegada de la<br />
princesa?: “De Francia viene la niña,/De Francia la bien guarnida”.<br />
-Fueron malos tiempos, cachidiablo. No debes olvidar lo que pasó. El 24 de julio de<br />
1568 fallecía el príncipe don Carlos, tras un penoso lance contra su padre el rey don Felipe<br />
II. Dicen que la reina Isabel se sintió muy afectada por la pérdida de su hijastro, y así<br />
perdió ella también su vida, tras dar a luz a una niña de cinco meses, que murió al poco<br />
de ser bautizada, seguida poco después a la Eternidad por la reina de 23 años “como si se<br />
quedara dormida de algún suave sueño”. En su libro don Juan López incluye tres poesías<br />
de circunstancias escritas por “Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo”.<br />
Aunque yo digo que era un soneto poco inspirado y algo torpe.<br />
-Sin embargo, no erais torpe con la espada. Os recuerdo que en 1569 la Justicia<br />
decía: “Para que un alguacil vaya a a prender a Miguel de Çeruantes (sic)-Sin derechos de<br />
officio-Secretario Padrera. Crimen”. La sentencia era terrible: la amputación de la mano<br />
derecha en público y diez años de exilio de la capital.<br />
-En mal aprieto me encuentro si debo responder a las acciones que nunca cometí.<br />
Se me acusó, es cierto, de haber herido de estocada en duelo a un cierto Antonio Segura,<br />
en Madrid. No me defenderé ahora de ello, pero sí que os pido una reflexión: en<br />
noviembre de 1568 publiqué mis versos dedicados a doña Isabel, y el 15 de septiembre<br />
de 1569 se dicta ese insidioso documento de acusación... Además, qué te da a ti,<br />
diablucho, saber que un hombre de honor usa la punta de su espada para limpiar la<br />
reputación de los suyos; la de mi hermana Andrea estaba en boca de muchos<br />
escarramanes de taberna.<br />
-He leído, señor, un verso vuestro en el que confesáis “una imprudencia juvenil”.
-Sea, cachidiablo entrometido, como dices, y no hables más de ello. Sólo Dios<br />
juzgue mis errores, que muchos dellos cometí. Me vence el sueño, gañán, déjame<br />
descansar.<br />
-¡Señor, señor don Miguel! ¿Pues no se ha dormido?<br />
***<br />
La habitación queda ahora en silencio. Don Miguel respira con dificultad, suda su<br />
fiebre, se agita, y, a ratos, queda inmerso en el sueño cansado de la duermevela.<br />
Dejemos, pues, que descanse de sus muchas fatigas. Recordar, agota.<br />
-¡Duende, diablejo, cachidiablo, lo que seas!, ¿dónde estás?. ¿Por qué hay estas<br />
tinieblas a mi alrededor?<br />
-Anochece, señor. No osaba alterar vuestro sueño. Ya enciendo las candelas, no<br />
temáis.<br />
-¡No temo, majadero! He sido soldado del Tercio español en Nápoles.<br />
-Conozco detalles de vuestro paso por Roma en calidad de camarero al servicio de<br />
Giulio Acquaviva, nombrado cardenal en 1570.<br />
-Toda Italia es hermosa. Pero Roma me impresionó hondamente, ya que “como<br />
por las uñas del león se puede juzgar su tamaño y su ferocidad, así Roma se muestra<br />
totalmente en sus mármoles rotos, en sus estatuas mutiladas, en los arcos vacilantes, en<br />
las termas destruidas, en sus magníficos anfiteatros y en las infinitas reliquias de los<br />
cuerpos de los mártires que en esta ciudad han recibido sepultura”.<br />
Página8<br />
-Aunque pronto dejáis su servicio para sentar plaza en la compañía del capitán<br />
Diego de Urbina, del tercio de Miguel de Montcada.<br />
-Deja que hable, deslenguado, que yo lo contaré más vivo: “...y dijo que era<br />
capitán de infantería por su Majestad y que su alférez estaba haciendo la compañía en<br />
tierra de Salamanca. Alabó la vida soldadesca; pintóle muy al vivo la belleza de la Ciudad<br />
de Nápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festines de Lombardía,<br />
las espléndidas comidas de las hosterías: dibujóle dulce y puntualmente el aconcha<br />
patrón; pasa acá, manigoldo; venga la macarela, li polastri, e li macarroni. Puso las<br />
alabanzas en el cielo de la vida libre del soldado, y de la libertad de Italia; pero no le dijo<br />
nada del frío de las centinelas, del peligro de los asaltos, del espanto de las batallas, de la<br />
hambre de los cercos, de la ruina de las minas, con otras cosas desta jaez...”.<br />
-Entonces, señor, llegó la batalla de Lepanto. La más memorable y alta ocasión que<br />
vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, militando debajo de<br />
las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de feliz memoria.<br />
-El 20 de mayo de 1571 se formó la Santa Alianza entre Venecia y Roma para llevar<br />
a cabo una ofensiva, que duraría tres años, contra el Islam. ¡Cómo olvidar aquellos días<br />
de preparativos! Don Juan de Austria, hermanastro del rey, de veinticuatro años de edad,<br />
fue nombrado comandante el jefe de las fuerzas aliadas, formadas por más de doscientas<br />
galeras y veintiocho mil hombres. La flota turca permanecía anclada en el golfo de<br />
Lepanto, cerca de Corinto. Don Juan decidió que era un lugar ideal para el ataque.<br />
-¿Y vos, don Miguel, estabais a bordo de La Marquesa?
-El 7 de octubre de 1571, al rayar el alba, las dos armadas se enfrentaron, aunque<br />
el combate empezó al mediodía. Hacia las cuatro de la tarde, cuando el crucifijo y la<br />
cabeza de Alí Pasha, el comandante turco, aparecieron en el mástil de la nave capitana, el<br />
mar aparecía ensangrentado. Murieron y fueron heridos treinta mil soldados turcos y tres<br />
mil más fueron nuestros prisioneros. Nosotros sufrimos nueve mil bajas mortales y<br />
veintiún mil heridos...<br />
-Y enfermo de fiebres, señor, que bien lo sé: “...cuando se reconosció el armada<br />
del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con<br />
calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba<br />
enfermo y con calentura, que se estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el<br />
dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían dél, y que no hacía lo que debía, y<br />
que más quería morir peleando por Dios y por su Rey, que no meterse so cubierta, y que<br />
su salud...”.<br />
-Ata esa lengua, cachidiablo. Me corresponde a mí hablar y no callas. “...Y peleó<br />
como valiente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife,<br />
como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados... De la dicha batalla naval<br />
salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de<br />
la dicha mano. Y sabiendo por el dicho señor don Juan (de Austria) cuán bien lo había<br />
hecho, le acrescentó cuatro o seis escudos de ventaja de más sobre su paga”.<br />
-Pobre paga me parece, para tan grave ocasión.<br />
-Veo que no tienes par en zalamerías, pero razón no te falta. “...Y si este parece<br />
pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestir dos galeras por las<br />
proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al<br />
soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y con todo esto,<br />
viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos<br />
cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una<br />
lanza...”.<br />
Página9<br />
-Decís, señor, en uno de vuestros versos: “El pecho mío, de profunda herida/sentía<br />
llagado, y la siniestra mano/estaba por mil partes ya rompida”.<br />
-Recuerda estas palabras, cachidiablo amigo: En fin, has respondido a ser<br />
soldado/antiguo y valeroso, cual lo muestra/ la mano de que estás estropeado./ Bien sé<br />
que en la naval, dura palestra,/ perdiste el movimiento de la mano/ izquierda para gloria<br />
de la diestra.<br />
Mientras habla mi señor don Miguel, yo enciendo nuevos hachones, dispuestos aquí<br />
y allá en los oscuros rincones de la habitación. Después alivio su calentura pasando<br />
lienzos mojados sobre su rostro. Le incorporo, arreglo sus ropas, acaricio su cabeza...<br />
-En buena hora alumbras mis temores, que debo decirte cosas terribles de mis días<br />
en los baños turcos.<br />
-Soy vuestro más fiel oyente, señor.<br />
-Pues escucha ya que no puedes hacer otra cosa. ¡Y no me interrumpas con tus<br />
suspìros! Regresaba de Nápoles a España en la galera Sol, con cartas de recomendación<br />
de don Juan de Austria y del duque de Sessa, cuando, el 26 de septiembre de 1575, a la<br />
altura de Cadaqués, o de Rosas o de Palamós, nos salió al encuentro una flotilla turca.
Tras un muy cruento combate, fuimos apresados, entre otros, mi hermano Rodrigo y yo<br />
mismo. Nos trasladaron a Argel, y yo pasé a ser esclavo del renegado griego Dali Mamí.<br />
-¡...!<br />
-¿Voto a...! ¿Te has dormido, majadero?<br />
-No, señor, que hice votos de escuchar y callar.<br />
-Siempre supe que las cartas que me salvaron la vida, fueron causa de mi perdición<br />
y cautiverio. ¡Cinco años estuve entre aquellos infieles! Yo proclamaba mi pobreza, pero el<br />
malvado Dali Mamí estaba convencido de mi alta cuna, y, aherrojado fui introducido en la<br />
cárcel a la espera del rescate. Ese día, no lo niego cachidiablo, las lágrimas se deslizaban<br />
por mis mejillas... Mi fortuna me abandonó, pues mientras otros esclavos disfrutaban de<br />
algunas ventajas, yo fui encadenado y obligado a buscarme el sustento mientras<br />
permanecía cinco meses en la prisión de los terribles baños turcos. Allí estábamos, en<br />
esos años, más de veinte mil cristianos, firmemente atados los unos a los otros con<br />
sólidas cadenas, amontonados en estancias fétidas y sombrías, vigilados de cerca por<br />
carceleros armados e impacientes por usarlos. Y nosotros, doy fe de ello, “haciendo<br />
pruebas de saltar con las cadenas”.<br />
-Bien se que las cadenas no se hicieron para vos, don Miguel. ¿pues no es cierto<br />
que hasta cuatro veces pusisteis vuestra vida en peligro para alcanzar la libertad?<br />
-Mi libertad, y la de mis compañeros de desdicha. La primera vez fue en 1576. Un<br />
moro debía guiarnos hasta Orán, bajo dominio español, pero nos abandonó durante la<br />
primera jornada, y nos vimos obligados a regresar a Argel. Padre, madre y mis hermanas<br />
Andrea y Magdalena, supe después, se afanaban en España por reunir el dinero para<br />
rescatarnos a Rodrigo y a mí, con gran esfuerzo, vendiendo todos sus bienes y forzando a<br />
mi madre al límite de declararse viuda para recibir con mayor premura los sesenta<br />
ducados que el Consejo de las Cruzadas concedía en esa circunstancia y necesidad.<br />
Cuando los frailes mercedarios llegaron en nuestro socorro, resultó que la suma<br />
recaudada no era suficiente para liberarnos a los dos, y yo preferí que fuera puesto en<br />
libertad Rodrigo, mi hermano amado. Digo ahora, con orgullo, que el 24 de agosto de<br />
1577 Rodrigo, con más de cien prisioneros, alcanzaban la costa española.<br />
Página10<br />
-La emoción me embarga, señor, al escuchar de vuestra boca tan graves gestas.<br />
-Pues escucha ésta, botarate, de otra fuga que hice junto a catorce o quince<br />
cautivos más. Durante varias semanas permanecimos escondidos en una cueva a la<br />
espera de una galera española, y tras dos intentos de acercarse el bajel a la playa fue<br />
apresado y nosotros descubiertos, debido a la traición de un cómplice renegado, llamado<br />
“el Dorador”, que denunció todo el plan. Yo afirmé que era el único organizador de la fuga<br />
y que mis compañeros habían sido inducidos por mí. El bey de Argel, Azán Bajá, me<br />
encerró en su presidio, cargado de cadenas. Tras cinco meses de humillaciones, intenté<br />
otra fuga pues bien creía poder llegar a Orán, pero el mensajero moro que yo envié a<br />
Martín de Córdoba, general de aquella plaza, con cartas fue preso y empalado y las cartas<br />
leídas. En ellas se demostraba que yo era el único causante de la fuga, y fui condenado a<br />
recibir dos mil palos, sentencia que no se cumplió porque muchos fueron los que<br />
intercedieron por mí.
-Esperad un momento, don Miguel. La estancia se está enfriando y debo avivar los<br />
fuegos y las luces de las velas... y tomar un trago de vino, si no se secó la cántara, que<br />
tengo el gañote abierto en carnes y los vellos del cuerpo erizados de emoción. ¡Ea, ea,<br />
señor!, no os entreguéis a los brazos del sueño sin decirme cómo terminó la aventura de<br />
vuestra última fuga. Quiera el cielo conceder a este humilde cachidiablo la ciencia del<br />
entendimiento para comprender vuestras palabras... Vale, don Miguel. Dejo este leño en<br />
la trébede y regreso a vuestro lado.<br />
-Todavía intenté otra fuga. Un mercader veneciano me entregó una suma de dinero<br />
suficiente para comprar una fragata y llevar en ella a sesenta cautivos cristianos. Con todo<br />
a punto, la traición de uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan<br />
Blanco de Paz, nos entregó de nuevo a manos de Azán Bajá. Su traición se pagó con un<br />
escudo y una jarra de manteca. Yo fui encarcelado y ya me veía camino de<br />
Constantinopla, sin salvación posible. En mayo de 1580, el padre Trinitario fray Juan Gil<br />
trató de mi rescate. Cómo sólo disponía de trescientos escudos y por mi libertad Azán<br />
Bajá pedía quinientos, se dedicó el fraile a recolectar entre los mercaderes cristianos la<br />
cantidad que faltaba. Así quiso Dios que fuera libre el 19 de septiembre de 1580, aunque<br />
no llegué a España hasta el 24 de octubre. Dijeron ese día en el puerto de Denia que<br />
había llegado un hombre “de mediana estatura, barba cerrada y con la mano y el brazo<br />
izquierdo mutilado”. Y yo dije: “...no hay en la tierra (...) contento que se iguale a<br />
alcanzar la libertad perdida”.<br />
-Sí, si es el contento del amor. ¿No es el amor una forma de libertad, señor?<br />
-¿Qué sabes tu de amores, cachidiablo?. Además, todavía anduve un largo camino<br />
antes de conocer los placeres de la carne. En mayo de 1581 estuve en Portugal, en la<br />
corte de don Felipe II, y de allí navegué hasta Orán en misión secreta. Necesitaba<br />
acreditar nombre y fortuna, pero ambas cosas se me negaban, aunque las musas,<br />
apiadadas de mi desdicha me soplaron algunas páginas de La Galatea, mi novela pastoril.<br />
Y regresé a Madrid...<br />
Página11<br />
-Soy todo oídos, don Miguel. Decidme si no es vuestra esta cuarteta: “Siempre<br />
escogen las mujeres/aquello que vale menos,/ porque exceden de mal gusto/a cualquier<br />
merecimiento”.<br />
-La escribí yo, no lo niego. Pero quiero hablar ahora de la mujer con la que tuve<br />
una hija. Era el año 1582, en Madrid, y mantuve relaciones con una mujer joven casada,<br />
Ana de Villafranca o Ana de Rojas -de los dos nombres se la conocía-, con la que tuve una<br />
hija, Isabel de Saavedra, criada con su madre y su padre putativo, un tabernero llamado<br />
Alonso Rodríguez.<br />
-Pero después, el 12 de diciembre de 1584, estando en Esquivias...<br />
-¡Ya, ya!, majadero. Deja que llegue a ello, no te anticipes. Yo tenía treinta y siete<br />
años, y ella dieciocho. Se llamaba Catalina de Salazar y Palacios y nos casamos en su<br />
Esquivias natal, villa floreciente, al sur de Madrid. Yo quería a Catalina. ¡Cómo no<br />
quererla! Una mujer joven, hermosa, es el bálsamo perfecto para un hombre<br />
desencantado, desilusionado, lleno de penalidades y con un futuro que se resistía a<br />
entregarme el fruto de mis muchos esfuerzos. Y reconozco que alguna luz ya se abría en<br />
mi horizonte...<br />
-¿Vuestra novela...?
- Bien lo sabes, gañan. Llevaba varios años trabajando en La Galatea, entre 1581 y<br />
1583. La novela pasó la censura el 1 de febrero de 1584, cuatro meses después de que<br />
mi editor, Blas de Robles me pagara 1336 reales por los derechos de autor del<br />
manuscrito. La publiqué en Alcalá de Henares en 1585. Mi editor creía que se vendería, ya<br />
que entonces gustaba el género pastoril, y así fue, aunque modestamente. Yo, por mi<br />
parte, reconozco que falte a mi palabra. La Galatea apareció dividida en seis libros y en<br />
calidad de “primera parte”. Toda mi vida pasé prometiendo su continuación.<br />
-Y entonces, vuelta Sevilla. Comisario real de cereales y aceite. No suena mal el<br />
título si sólo fuera trabajo, pero, señor, creo que a vos tampoco os trajo beneficio.<br />
-Sí, entre 1587 y 1600 me fui a vivir Sevilla. A vivir y a sufrir por esas tierras de<br />
Andalucía: Écija, Espejo, Castro del Río, Córdoba, Cabra, La Rambla... No sé, me cansa<br />
recordar. Yo creía en nuestro rey, en el valor de nuestros hombres y el poder de la<br />
Armada Invencible. Mejor te relato mi entremés El juez de los divorcios: “...con una vara<br />
en las manos, y sobre una mula de alquiler pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas<br />
que le acompañe (...); sus alforjitas a las ancas, en la una un cuello y una camisa, y en la<br />
otra su medio queso, y su pan y su bota...”.<br />
-Y, entonces, el desastre...<br />
-Tú lo dices. En agosto de 1588 nuestra Armada Invencible fue deshecha. Y mi vida<br />
entró en otro periodo de desgracia. En 1590 solicité un empleo en las Indias. “Busque por<br />
acá en qué se le haga merced”, me contestaron. En 1592 un corregidor de Écija, so<br />
pretexto de que había vendido trescientas fanegas de trigo sin permiso, me encarceló en<br />
Castro del Río. Apelé y fui liberado. Después fue peor. Fui excomulgado por la Iglesia a<br />
acusa de unos embargos eclesiásticos, y luego me estafó un banquero de Sevilla. Estuve<br />
en la cárcel Real de esa capital tres meses del año 1597. Seguramente entonces empecé<br />
engendrar el Quijote. Te puedo resumir estos años en una frase: “Muchos años ha que es<br />
grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos”.<br />
Página12<br />
-¡Ea, ea!, don Miguel, que no diga la posteridad que el mejor escritor que nunca<br />
viera España se dejó vencer por la adversidad, de la que tantas veces fue compañero.<br />
-Si la adversidad me acompañó, no es menos cierto que el destino me premió con<br />
algunas lisonjas literarias, aunque debo decir que “todos aquellos libros son cosas soñadas<br />
y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no de verdad alguna...”<br />
-¿Es cierto que en 1584 en Madrid, Lope de Vega y vos, señor, estáis en relación<br />
con la compañía de un tal Jerónimo Velázquez?<br />
-Cierto, cachidiablo metomentodo. Lope, por cierto, tenía quince años menos que<br />
yo, y los dos cortejábamos a bellas damas: Lope a Elena de Osorio y yo estaba prendado<br />
de Ana de Rojas. Yo apreciaba a Lope, y nunca traté de entablar lances literarios con él, y<br />
menos con su espada; él, no sé por qué no me soportaba. El poema con el que comienzas<br />
estas palabras mías, tuvo por su parte esta contestación: “Yo no sé, ni sé si eres<br />
Cervantes -me escribió- sólo digo que es Lope Apolo, y tú, brisón de su carroza y puerco<br />
en pie”<br />
Don Miguel de Cervantes Saavedra queda en silencio, postrado no sé si de dolor o<br />
de esfuerzo. Abro un ventanuco de la habitación y veo que el día florece en un hermoso<br />
amanecer, todavía rojizo de la luz del alba. Descorro una pesada cortina de paño azul y
dejé que la luz natural inunde de vida las ropas del oscuro lecho que ocupa don Miguel.<br />
Todavía estamos solos, pero soy consciente de la premura del tiempo. Debo darme prisa y<br />
terminar esta conversación con mi señor pues necesita preparar ya su alma ante la<br />
llegada de la Parca inevitable a esta casa de la calle del León de Madrid.<br />
-Abrevia, criatura de mi mente. No me atormentes con más preguntas, que si callas<br />
yo sabré decirte aquello que necesitas saber.<br />
-Señor...<br />
-No, no hables, digo. El mundo cambia y los hombres pasan. En septiembre de<br />
1598 muere don Felipe II, y yo escribo en su honra el soneto “Al túmulo del rey Felipe II<br />
en Sevilla”. Entre ese año y 1603 resido en Sevilla, Madrid, Esquivias y Toledo. El mismo<br />
año traslado mi hogar a Valladolid, donde Felipe III había establecido la corte. Me<br />
acompaña mi hija Isabel de Saavedra, huérfana de su madre Ana Franca. Y, en<br />
septiembre de 1604, me conceden el privilegio real para publicar el Quijote. Entonces<br />
¡otra vez la desgracia! es mi horizonte. La noche del 27 de junio de 1605 es herido<br />
mortalmente por un desconocido, ante la puerta de mi casa de Valladolid, en extrañas<br />
circunstancias, el caballero de la Orden de Santiago Gaspar de Ezpeleta. Acudí en su<br />
auxilio, Dios no me perdone si así no lo hiciera, pero a los dos días me detienen junto a mi<br />
familia, es decir, mi mujer, mis hermanas Andrea y Magdalena, Constanza, hija natural de<br />
Andrea, e Isabel, mi hija natural. Todas la mujeres de mi vida, excepto mi madre y Ana,<br />
que ya estaban en la Gloria y se libraron de la afrenta de la gente vulgar que las llamaba,<br />
despectivamente, “las Cervantas”. Estuve sólo un día en la cárcel, pero no me negaron<br />
esa vejación.<br />
Página13<br />
-Lloro por vuestra tristeza, señor. Pero la mañana huele a libertad y ya puedo<br />
escuchar los cascos de Rocinante y la parla de don Quijote con Sancho... ¿No es cierto que<br />
pasan ahora por nuestra calle, don Miguel?<br />
-Siempre los oigo, hermano cachidiablo. En efecto, en los primeros días de 1605<br />
acabó de componer se esta novela, en una de las cuatro imprentas que había por<br />
entonces en Madrid, la situada en la calle de Atocha: Con privilegio,/ en Madrid, Por Iuan<br />
de la Cuesta. Mi novela era, básicamente, una invectiva contra los delirantes libros de<br />
caballería. El personaje, don Alonso Quijano, es el fiel reflejo del hidalgo pueblerino de la<br />
época. Con un mediano pasar y un mortal aburrimiento que combate leyendo día y noche<br />
libros de caballería. Y Sancho Panza, te preguntarás; pues Sancho es fiel y contradictorio.<br />
No entiende de idealismo ni de aventuras osadas; él ve la realidad: molinos de viento,<br />
rebaños de ovejas, galeotes, leones en la jaula... y necesita aliviar el hambre de su tripa,<br />
vivir en paz junto a Juana Panza, y, a lo sumo, suspira por una atractiva ínsula de<br />
Barataria.<br />
-Es privilegio de este cachidiablo adelantar el futuro, y os digo, señor, que un gran<br />
poeta inglés, Lord Byron, dirá de vuestra obra: “Es la más triste de todas las historias, y<br />
es más triste porque nos causa risa; justo es su héroe, y todavía va en busca de la justicia<br />
(...) son sus virtudes las que le vuelven loco”.<br />
-Loco no sé, pero viejo... Aunque estos años postreros son los más fructíferos.<br />
Desde 1585 cuando publiqué La Galatea no había publicado otro libro hasta veinte años<br />
después, con esta Primera parte del Quijote. Entonces conocí un cierto éxito al ganarme la<br />
confianza de los editores. En 1613 aparecieron las Novelas ejemplares; en 1614 el Viaje
del Parnaso; en 1615, tras la publicación del falso Quijote de Avellaneda, la Segunda parte<br />
del Quijote y las Comedias y entremeses; y, en 1617, póstumamente, el Persiles y<br />
Sigismunda. Pero dejemos para otros sabios, bien a mi pesar, lo opinión que les merezca<br />
mis obras, y tu, cachidiablo, con el permiso del Creador me traerás noticias de todo ello.<br />
***<br />
Murió mi señor don Miguel de Cervantes Saavedra el 22 de abril de 1616 en su casa<br />
de la calle del León de Madrid, dos días después de mi conversación con él junto a su<br />
lecho de muerte. Ahora debo recordar, y aclarar, que yo no existo, ni nunca tuve<br />
envoltura carnal ni ánima de espíritu ni otra cosa en mis carnes que no fuera materia de<br />
los sueños de don Miguel; y que con tinta negra estamparon los moldes de la imprenta mi<br />
nombre sobre la página blanca del más grande de sus libros.<br />
Tres días antes de morir, en vísperas de nuestra conversación, le vi escribir unas<br />
emotivas palabras:<br />
“Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan.<br />
Puesto ya el pie en el estribo,<br />
quisiera yo no vivieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras<br />
las puedo comenzar, diciendo:<br />
Puesto ya el pie en el estribo,<br />
con las ansias de la muerte,<br />
Página14<br />
gran señor, ésta te escribo.<br />
Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias<br />
crecen, las esperanzas menguan, y, con todo eso, llevo la vida sobre el deseo que tengo<br />
de vivir, y quisiera yo ponerle coto (...) Pero si está decretado que la haya de perder,<br />
cúmplase la voluntad de los cielos...”.<br />
Don Miguel de Cervantes Saavedra fue enterrado en el convento de las Trinitarias<br />
Descalzas de la calle de Cantarranas. Puedo atestiguar y así lo afirmo, que ese día todos<br />
los personajes nacidos de su portentosa imaginación rezamos una oración por su descanso<br />
eterno.<br />
Post tenebras, spero lucem<br />
En Burgos, sin fecha cierta<br />
Carlos de la Sierra
Eloy Luna<br />
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¿Y SI CERVANTES HUBIESE SIDO BURGALÉS?<br />
Supongamos por un momento que la partida de bautismo de Miguel de Cervantes,<br />
en lugar de estar fechada en 9 de octubre de 1547 en la parroquia de Santa María la<br />
Mayor de Alcalá de Henares, partida que hoy día se considera la verdadera, hubiera<br />
estado inscrita en alguna de las parroquias de nuestra ciudad, cualquiera de las que tanto<br />
abundaron en nuestro Burgos en el S. XVI. Si así hubiera sido es seguro que D. Quijote<br />
hubiera hollado terreno burgalés y recorrido caminos cubiertos de encinas, quejigos,<br />
aulagas y brezales pero ausentes de jaras, alcornoques, olivos y laureles. La geografía<br />
manda.<br />
Pero como Cervantes no nació en Burgos, los burgaleses nos hemos tenido que<br />
conformar con homenajear su memoria, con estudiar y analizar su obra, y algunas<br />
personas harto creativas y lúcidas han sido capaces de trascender la considerada su<br />
mayor creación, El Quijote, y hasta añadirle partes, capítulos y versiones, como el Quijote<br />
de Rives, imaginado por Atapuerca, o los guiones teatralizados para la radio de María<br />
Teresa León.<br />
Página31<br />
Pese a la gran fama y trascendencia del escritor cervantino hay muy pocos datos en<br />
Burgos sobre su influencia en siglos anteriores al XIX. Hace poco una investigación ha<br />
descubierto que hasta Shakespeare (cuya vida curiosamente tuvo muchas analogías con la<br />
de Cervantes) conocía y había leído el Quijote, y que algunas de las obras de este poeta y<br />
dramaturgo inglés recibieron beneficiosas influencias del estilo y composición de esta<br />
obra. No tenemos en Burgos noticias de tanto alcance ni de la posible influencia en otros<br />
autores, ni conocemos si en alguna de sus imprentas se compuso la obra cervantina. Lo<br />
que sí sabemos es que en algunas de las bibliotecas burgalesas de otros siglos se contaba<br />
con su obra, como en la del canónigo Juan Cantón Salazar, pero poco más podemos decir.<br />
Para ver claramente el ascendiente Cervantino hay que llegar al s. XIX y gran parte de<br />
lapasión que se despertó entonces tuvo mucho que ver con la tercera parte que escribió el<br />
bachiller Avellanado, como se hizo llamar Rives, escritor completamente fascinado por El<br />
Quijote, al que ya nos hemos referido.<br />
En 1878, algunos actos religiosos y veladas literarias conmemoraban a Cervantes y<br />
su obra, pero no fue hasta 1905, con motivo del tercer centenario de la publicación del<br />
Quijote, cuando se desata en Burgos la pasión por el escritor y se suceden los actos<br />
culturales en su nombre. Tanta actividad alcanzó a la denominada Sociedad Cervantes
(fundada en 1903) y sus actuaciones teatrales, como queda reflejado en el periódico local<br />
de la época El Papamoscas.<br />
En este año, rico en eventos (porque también fue el año del eclipse solar) la<br />
colocación de un busto del escritor en el Paseo de la Isla fue uno de los actos<br />
principalescelebrados para esta ocasión. Este busto, copia de uno hecho por el catalán<br />
Rosend Nobas el año 1871 y presentado en la Expo Universal de Viena en 1873, se hizo<br />
así a instancias de Isidro Gil, fue fundido en la casa Masriera de Barcelona, y se cuidó<br />
minuciosamente hasta del monolito donde iba a ir colocada la cabeza de Cervantes porque<br />
fue un diseño de Saturnino Martínez.<br />
Al día siguiente de la inauguración del busto tuvo lugar en el Teatro Principal un<br />
homenaje al escritor, y también en esta ocasión fue Isidro Gil quién proyectó los<br />
decorados del escenario, y el escultor Fernando Hernando, formado en la Academia de<br />
Dibujo del Consulado, fue el encargado de la realización de unos bustos de arcilla de<br />
Cervantes, D. Quijote y Sancho, que acompañaron el teatro. Guillermo Roca, profesor del<br />
Instituto, realizó el diseño de un estandarte que se exhibió en todos estos actos. Todas<br />
estas obras fueron muy alabadas, según los diarios de la época como El Papamoscas que<br />
ya hemos mencionado, y por estas fechas fueron pródigos en publicaciones en honor del<br />
escritor complutense.<br />
El nueve de mayo de este mismo año se celebraron unas solemnes exequias en la<br />
catedral por el alma de Miguel de Cervantes, como se recoge en el libro de los Maestros<br />
de Ceremonias, y se contó con la asistencia de todas las autoridades eclesiásticas, civiles<br />
y militares del momento. Hubo oración fúnebre y un elogio del autor del Quijote<br />
pronunciado por el canónigo magistral Ángel Marquina Corrales.<br />
Página32<br />
El centenario de 1905 potenció además la edición de obras del Quijote, de las que<br />
se repartieron 1.000 ejemplares entre los escolares. La editorial Hijos de Santiago<br />
Rodríguez, alentada además por la Órdenes del Ministerio de Instrucción Pública que<br />
invitaba a leer el Quijote en las escuelas, publicó diversas obras para acercar a Cervantes<br />
al público infantil y juvenil. Esta editorial aprovechó el buen hacer de especialistas<br />
burgaleses y foráneos que redactaron y adaptaron los textos y los ilustraron. Uno de los<br />
libros más conocidos publicado en el primer tercio del s. XX fue el de Martín Domínguez<br />
Berrueta con dibujos de Evaristo Barrio. “Las Historias de Don Quijote”.<br />
También Fortunato Julián dedicó muchos dibujos a las páginas de distintas<br />
ediciones de la obra y otros numerosos artistas hicieron lo propio.<br />
Las conmemoraciones Cervantinas se sucedieron en Burgos en el primer cuarto de<br />
siglo y ya en el año de 1916, con motivo del III centenario de la muerte del escritor,<br />
Federico Cepeda, pintor sordomudo que tuvo cierta proyección en Madrid, realizó una<br />
escenografía cervantina que fue muy celebrada.<br />
Los temas del mundo quijotesco tuvieron también amplia difusión en las<br />
Exposiciones Nacionales, en una de ellas participó Marceliano Santamaría con su obra “El<br />
entierro del pastor Crisóstomo” y fue testigo de la seducción que generaba esta temática<br />
en los autores y creadores del momento<br />
Podríamos seguir enumerando en el S. XX y en el XXI a todos aquellos que<br />
quedaron prendados de la obra de Cervantes y se acercaron y siguen aproximándose con
diferentes visiones e interpretaciones a su mundo novelado, y como el escritor sigue<br />
presente centenario tras centenario en todos los actos y homenajes que se prodigan.<br />
Todavía Cervantes y su obra son objeto de continuo estudio e inspiración, su genio sigue<br />
vivo y no está dicha aún la última palabra.<br />
Esther Pardiñas<br />
Bibliografía:<br />
Libro de los Maestros de Ceremonias ACB<br />
Diarios El Papamoscas (1905), Diario de Burgos (1905)<br />
Don Quijote en la catedral. Catálogo de la Exposición 28 de octubre a 4 de diciembre de 2005. (René Jesús Payo, Juan Carlos Estébanez,<br />
Eduardo Munguía)<br />
Página33
Vieja sabia<br />
La casa rural resultaba agradable;<br />
los muros anchos aseguraban paz y<br />
tranquilidad, el escudo de armas, el<br />
musgo en las piedras, la puerta doble...<br />
Casi podía ver al señor de la casa a<br />
caballo y espada en mano dirigiéndose a<br />
una cruzada.<br />
Yo estaba de paso, sólo había<br />
parado a comer y esa tarde llegaría a mi<br />
casa después de unos días de trabajo<br />
agotador. Era un poco temprano, así que<br />
decidí tomarme un verdejo en la sala de<br />
lectura mientras se hacía la hora de<br />
comer. La sala era sobria y fría pero muy<br />
luminosa, con unos estantes combados<br />
por el peso de los libros.<br />
Al fondo de la estancia brillaba el<br />
fuego de una chimenea. Me acerqué<br />
hasta allí para descubrir que no estaba<br />
sólo. Una anciana descansaba en un<br />
butacón con la mirada perdida en las<br />
llamas. Me senté en el otro butacón,<br />
frente a ella, y con el verdejo en las<br />
manos le dí las buenas tardes. Alzó la<br />
cara. Unos ojos azules, que conocían el<br />
peso del mundo, me miraron, me<br />
desnudaron, diseccionaron mi alma y<br />
volvieron a juntar los cachitos de mi vida.<br />
Titubeé. Mis labios temblaron y la copa de<br />
verdejo casi se me cae al suelo. Ante mis<br />
gestos la anciana sonrió y el fuego se<br />
avivó por un segundo, la sala tomó<br />
calidez y los libros recobraron parte del<br />
brillo perdido. No recuerdo lo que me<br />
dijo, pero su voz, profunda y femenina<br />
aún, llenó la estancia como si fuesen las<br />
propias piedras y las maderas del suelo<br />
las que hablasen.<br />
La historia de su vida era la<br />
historia del mundo, la eterna lucha<br />
contada a través de unos labios<br />
ligeramente carnosos y una lengua vivaz<br />
que articulaba los ecos de una savia vieja<br />
paseando por los recuerdos de aquella<br />
vieja sabia. Sus ojos no soltaban los<br />
míos, salvo algún momento en los que<br />
me permitían observar detalles como las<br />
ondas de una melena blanca y fuerte,<br />
una falda de paño marrón que cubría<br />
unas piernas cansadas de haber recorrido<br />
medio mundo acompañada del amor de<br />
su vida, el jersey de lana crudo o el chal<br />
en tonos ocres.<br />
Me habló del árbol al que se subía<br />
de niña cuando se enfadaba con su<br />
hermana, de los abrazos de su madre<br />
cuando por las noches tenía aquellas<br />
pesadillas en las que se perdía en el<br />
hayedo que había detrás de la casa, de<br />
cómo le gustaba pasear del brazo de su<br />
marido y que todos les viesen y también<br />
de los hijos que nunca llegaron. Mientras<br />
me susurraba los secretos de su reciente<br />
soledad yo la comparaba con la mía, las<br />
historias de sus viajes eran el reflejo de<br />
Página34
mis proyectos y en el recuerdo del amor<br />
a su marido descubrí mis propios sueños.<br />
En un momento dado sus manos<br />
cubrieron las mías. Eran unas manos<br />
firmes, sin los tembleques propios de su<br />
edad. Se acercó a mí para darme un<br />
abrazo y un aroma a canela y vainilla<br />
absorbió mi propio olor. No sé quién<br />
abrazó a quién, ni de quién partió el<br />
consuelo, ni a quién le llegó. Cuando<br />
abandonó la habitación me escocían los<br />
ojos, la copa de verdejo estaba vacía y<br />
yo, de alguna forma, lleno.<br />
Durante el viaje de vuelta el móvil<br />
no dejó de sonar, mi vida me reclamaba<br />
de nuevo. Sin darme cuenta me habían<br />
dado las once de la noche y no había<br />
podido ni quitarme los zapatos. Me<br />
desnudé, me metí en la cama y así, a<br />
solas, con la luz apagada, cuando el<br />
mundo parecía que iba a volver a<br />
engullirme con su ritmo frenético, un olor<br />
a canela y vainilla pareció emanar de mis<br />
propias sábanas acunándome. Una<br />
sonrisa cruzó mi rostro y una sensación<br />
de paz me envolvió.<br />
Página35<br />
No había vuelto a tener esa<br />
sensación desde que abandoné el<br />
orfanato.<br />
Sergio Ribote García, el Contador de<br />
Historias
Página36
Solicitud de suicidio<br />
Entró en la página web del Ministerio de Muertes Voluntarias, y se fue al apartado<br />
de solicitud de suicidio. Rellenó todos los datos que le pedían las diferentes casillas.<br />
Cuando acabó pulsó enviar. A las dos semanas, recibió la respuesta por correo<br />
electrónico: habían aprobado su solicitud. Aquella misma tarde se ahorcó en la soledad de<br />
su apartamento. Al día siguiente, funcionarios del gobierno pasaron a recoger el cadáver.<br />
El primer día de las rebajas<br />
Página37<br />
Era el primer día de las rebajas, y en la calle se apelotonaba la gente a la espera de<br />
que abriesen las puertas de aquellos grandes almacenes. Cuando lo hicieron, decenas de<br />
personas entraron en tromba en busca de alguna prenda económica, de cualquier ganga<br />
que pudieran encontrar. Lo que ninguno se esperaba era que varios individuos vestidos de<br />
indios los recibiesen a flechazos, con lo cual, bastantes cayeron muertos o heridos y<br />
cundió el pánico. Todos huyeron despavoridos, pero entonces, otros tantos individuos<br />
vestidos de vikingos, aparecieron de detrás de los mostradores armados con hachas y<br />
escudos, salieron en su persecución y mataron a hachazos a todos cuantos dieron alcance.<br />
A todo esto, un tipo de aspecto estrafalario y de lacia melena —la cual asomaba bajo su<br />
visera—, con un megáfono en la mano, gritaba a un par de cámaras que estaban sentados<br />
en unas sillas altísimas ubicadas en sendos rincones: “Rodadlo todo, que no se os escape<br />
ni un detalle, este spot va a ser un bombazo y más lo va a ser nuestro eslogan:<br />
“Almacenes Tiffany’s, morirás por comprar en ellos”.<br />
Enrique Angulo Moya
Página38
La gárgola<br />
La señora Emma Laurie vivía en el<br />
número ocho de Park Lane, una calleja<br />
tortuosa y, a menudo, embarrada, que,<br />
desde el otoño a la primavera, había que<br />
atravesar apoyándose con firmeza en<br />
unas cuantas baldosas que el señor<br />
Laurie había dejado caer años antes, aquí<br />
y allá, bajo la sombría protección del<br />
alero de la casa, hasta poder cruzar a la<br />
calle principal asfaltada por el<br />
ayuntamiento. La anciana señora bajaba<br />
por la callejita cada día para hacer la<br />
compra tambaleándose bajo el peso de<br />
una gárgola, que aleteaba, exactamente<br />
del mismo modo que los buitres, para<br />
mantener el equilibrio sobre su hombro<br />
huesudo. Aunque arrastraba un<br />
deshilachado bolsón de cuadros<br />
escoceses en la otra mano para<br />
compensar el trabajo del brazo izquierdo,<br />
de hecho, se la veía tan claramente<br />
arqueada y torcida desde la cadera a la<br />
cabecita gris, caminando a pasos tan<br />
lentos y forzados con sus diminutos pies<br />
enfundados en las mullidas zapatillas<br />
negras, que resultaba imposible no<br />
imaginarla como una interrogación<br />
ambulante.<br />
El señor Laurie acostumbraba a<br />
realizar frecuentes viajes, que lo alejaban<br />
de la casa por un día o dos. Regresaba<br />
cargado de yogures. Siempre vestía<br />
chaleco y una chaqueta de pana de estilo<br />
cazador. Le agradaba particularmente el<br />
color rojo, sobre todo desde que vio unos<br />
rasguños algo profundos que la gárgola le<br />
había provocado a Emma en la clavícula<br />
al aferrarse para no resbalar, en aquellos<br />
tiempos en que todavía vacilaba,<br />
inestable, sobre su espalda. Pintó la<br />
puerta de la casa del mismo tono; luego<br />
le colgó un llamador en forma de garra<br />
de águila que sostenía una pelota.<br />
La gárgola solía imponer su opinión<br />
sobre cualquier asunto que considerara<br />
que afectaba a los defectos y las<br />
obligaciones de Emma. Le chiflaba<br />
expresarse como una antigua institutriz<br />
decimonónica, con una dulzura maternal<br />
machacona y terca; sin embargo, la<br />
señora Laurie la obedecía con tal<br />
humildad que se transparentaba su<br />
terror. Nadie en el pueblo daba crédito a<br />
su paciencia, o su resignación, con el<br />
vejestorio emplumado, impertinente y<br />
grosero, hasta que unas amigas fueron<br />
testigos de las razones de su sumisión<br />
durante una merienda. Deseaban<br />
celebrar esplendorosamente el<br />
cumpleaños de la más joven en una<br />
adorable –y carísima– casa de té a las<br />
afueras del pueblo, entre jardines de<br />
rosales amarillos y hortensias<br />
reventonas. Se sentaron, muy<br />
ceremoniosas, charlando como palomas<br />
que zurean en el mes de mayo, en una<br />
mesa cubierta por manteles de bordado<br />
Richelieu y tazas de porcelana miniadas<br />
Página39
de oro. Las camareras sirvieron pastelitos<br />
de crema coronados por petunias de<br />
mazapán: los pastelitos que se le<br />
aparecían a la señora Laurie en sus<br />
ensoñaciones sobre el paraíso. Como<br />
eslógico, alargó unos dedos ávidos hacia<br />
la bandeja.<br />
—No deberías hacer eso, querida<br />
—chistó, rápida y autoritaria, la gárgola.<br />
—¿Tú crees? Tienen una pinta<br />
estupenda... sólo comeré uno. Uno<br />
pequeño –ofreció esperanzadamente la<br />
señora Laurie.<br />
—Sinceramente, las dos sabemos<br />
que tú sabes que no te conviene y que te<br />
subirá el azúcar —siseó un final<br />
escandalosamente amenazador.<br />
—Si son casi nada... —susurró la<br />
anciana—. ¿Y qué va a decir Marie, que<br />
me ha invitado? Si no como ni uno, se va<br />
a creer que se ha gastado el dinero en<br />
balde.<br />
—Sabes que no debes hacerlo; no<br />
podrás detenerte después del primero,<br />
eres débil y te pondrás como una cerda<br />
delante de todas tus amigas... Emma,<br />
que nos conocemos... —ahora el tono<br />
malévolo le babeó por el pico, torcido con<br />
una sonrisa maloliente.<br />
—Pues me apetece —se opuso,<br />
chulesca, la señora Laurie, y con una<br />
hábil maniobra se zampó el pastelito.<br />
—¡Estúpida! ¡Glotona! ¡Todos te<br />
miran pasmados de que puedas estar tan<br />
gorda, y aún comes más! ¡No eres capaz<br />
de seguir ni una sola de tus propias<br />
reglas! —explotó la gárgola; de pura<br />
rabia comenzó a arrancar mechones<br />
enteros de la cabellera rizada de la<br />
señora Laurie y siguió gritándole y<br />
humillándola en público, mientras le<br />
arreaba picotazo tras picotazo, hasta que<br />
la pobre mujer, envuelta en llantos e<br />
hipidos, corrió al baño a vomitar los<br />
tristes restos del pastel y después<br />
escapó, casi asfixiada de vergüenza, del<br />
local, dejando a sus amigas perplejas.<br />
Nadie, ni de sus próximos ni de<br />
sus conocidos, volvió a mencionar el<br />
incidente. La venganza de la gárgola<br />
furiosa se perpetuaba días y días en la<br />
soledad de la cocina. “Limpia eso, sucia”.<br />
“Sí”, obedecía la señora Laurie con un<br />
hilillo de voz. “Nadie te soporta, puerca,<br />
zampona, torpe; menudo espectáculo<br />
diste; no volverán a llamarte”. “No”,<br />
respondía entre lágrimas la señora<br />
Laurie, suplicando para sus adentros que<br />
la terrible perseguidora se calmara y<br />
descansase. Durante las reprimendas<br />
infinitas, sentía que iba a estallar de<br />
pánico, cuando el agrio sonsonete<br />
indesmayable se explayaba hora tras<br />
hora en sus insultos, sus órdenes y sus<br />
premoniciones de desastres. La oronda<br />
gárgola conocía y llevaba el recuento de<br />
cada uno de sus errores pasados; nada la<br />
complacía tanto como “desenrollar el<br />
rollo” y cantarle las letanías.<br />
Pero otras veces, curiosamente,<br />
podía transformarse en una amable<br />
compañera, que piaba blandísimos<br />
consuelos en su oído, halagándola con su<br />
sabiduría y su incomparable memoria —<br />
ambas, muy útiles para la señora Laurie,<br />
quien, desde su infancia, se había<br />
portado como una chiquilla olvidadiza y<br />
poco observadora. Además, la había<br />
salvado de algunos peligros... sí, estaba<br />
muy segura de que, sin su avispada<br />
gárgola, no habría podido adivinar las<br />
intenciones ocultas y resbaladizas de<br />
mucha gente que la había odiado o<br />
engañado. Incluso, la embargaba un<br />
orgullo goloso al verla esponjar las<br />
longuilíneas plumas irisadas de turquesa<br />
y gris, estirar el pescuezo y gorjear con el<br />
pico entreabierto como un pollito, cuando<br />
paseaban juntas al atardecer y se<br />
arrullaban con novedades la una a la<br />
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otra. ¡Ah...! ¡Qué felicidad compartir esos<br />
cotilleos, para anticiparse a los envidiosos<br />
y a los tontos! La señora Laurie casi<br />
nunca se daba cuenta de los<br />
pensamientos ajenos, pero la gárgola...<br />
¡la gárgola era muy lista! A pesar de que<br />
Emma estaba acostumbrada a que ni una<br />
de las circunstancias de su existencia<br />
quedara a salvo de la inquina y la<br />
agudeza del pájaro, había un detalle en el<br />
que aún le molestaba que hurgase con<br />
sus discursos: el señor Miller. El señor<br />
Miller ocupaba una pequeña parte entre<br />
sus posesiones: concretamente, el<br />
interior de una caja rectangular decorada<br />
con espejuelos y bordaduras indias; pero<br />
en sus pensamientos llenaba varios<br />
armarios roperos y se extendía a lo largo<br />
de infinitos tapices que destilaban figuras<br />
enigmáticas en sus sueños. El señor<br />
Miller y la señora Laurie se habían<br />
conocido cuando la gárgola, más<br />
jovencita y menos tripuda, le permitía a<br />
Emma caminar erguida, inclinando sólo el<br />
cuello y balanceando ligeramente una<br />
cadera para compensar: estas cualidades,<br />
junto a su corto cabello rubio, le daban,<br />
en aquel tiempo, un porte encantador y<br />
especial. Emma enloqueció de amor por<br />
el señor Miller, pero nunca se lo confesó,<br />
excepto con miradas ardientes. Él era<br />
también demasiado tímido, aunque<br />
detallista y amable; no se decidía a robar<br />
el beso que ella ansiaba fuera robado.<br />
¿Por qué Emma no se percató de eso?<br />
¿Por qué nunca tomó la iniciativa, en uno<br />
de aquellos días azules entre los<br />
manzanos? ¿Por qué, a pesar de que se<br />
estuvieron viendo con cierta regularidad<br />
durante diez años, y carteándose treinta<br />
y dos, no se atrevió a sincerarse alguna<br />
vez acerca de sus intensos y jamás<br />
olvidados sentimientos? Como<br />
sentenciaba de tanto en tanto la gárgola,<br />
despiojándose su plumaje de pavo real<br />
displicentemente (y en esto Emma<br />
coincidía con fervor), el señor Miller debía<br />
hacerlo primero y debía haberlo hecho en<br />
su momento. ¿Acaso no parecía que él le<br />
daba indicios, y acaso ella no le respondió<br />
con señales clarísimas? Si no las había<br />
tomado en cuenta, debía de ser porque<br />
Emma estaba amargamente equivocada<br />
en sus intuiciones, o bien —este<br />
pensamiento la obsesionaba y le<br />
escocía— porque no merecía retribución<br />
similar; por tanto, la gárgola y ella<br />
concluyeron que convenía más, para la<br />
seguridad de su corazón, permanecer a la<br />
espera, en un penumbroso silencio<br />
infestado de palabras podridas. Ni el beso<br />
ni la declaración de amor se produjeron<br />
jamás. Por otra parte, después ya no<br />
hubiera sido decoroso, a causa del señor<br />
Laurie, que precisamente entraba por la<br />
puerta en ese instante, cargado de<br />
berenjenas. El señor Laurie había sido un<br />
novio fiable y un buen esposo. Incluso,<br />
un esposo ejemplar. No discutían,<br />
prácticamente. Pasaba las mañanas en su<br />
despacho, sin molestar, y comía sin<br />
escupir fragmentos alimenticios. En<br />
conjunto, Emma experimentaba gratitud<br />
por su vida en común: una vida tranquila,<br />
con pocas expectativas, pero muy<br />
manejable. Si de tarde en tarde dejaba<br />
que sensuales monstruos con el rostro<br />
del señor Miller asaltaran sus pesadillas,<br />
la cruel gárgola los reprimía con prolijos<br />
sermones y picotazos que le quitaban las<br />
ganas de repetir.<br />
El señor Laurie murió un invierno<br />
lluvioso, en que la calle, delante de la<br />
puerta pintada de rojo, se había<br />
convertido en un cenagal. Hubo que<br />
llevarlo chapoteando a enterrar en el<br />
estrecho cementerio, que, por suerte, se<br />
encontraba a distancia de un relajado<br />
paseo de Park Lane; su esposa se<br />
encargó de saturar la losa con ramos de<br />
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flores rojas —pero de plástico, porque se<br />
habían inundado las carreteras con el<br />
chaparrón y la florista sólo consiguió<br />
aparcar su furgoneta tres días más tarde.<br />
Por entonces, la gárgola le dio a Emma<br />
un respirete: se apoderó de ella un alivio<br />
brutal. Vació la nevera. Descubrió un nido<br />
de ratones en el semisótano y los<br />
exterminó. El enlucido de las paredes del<br />
exterior había ido descascarillándose de<br />
modo casi imperceptible durante una<br />
década, hasta que se asomaron jirones<br />
de la madera original; contrató un<br />
operario barato que, raspando, raspando,<br />
las desnudó de porquería. Ahora pensaba<br />
a menudo en su marido: si sería feliz o si<br />
sufriría con el viento frío de marzo,<br />
tumbado en su caja. Soñó que él y el<br />
señor Miller habían ido de pesca y traían<br />
enganchadas en las cañas las piernas<br />
ortopédicas de ella: el sobresalto la<br />
despertó mientras se palpaba las canillas,<br />
por si acaso.<br />
Estaba limpiando el polvo del<br />
taquillón cuando la ahogaron<br />
pensamientos confusos sobre el más allá.<br />
La gárgola estaba dormida, apoyada en<br />
una pata, y roncaba por los orificios<br />
nasales del pico como un gigantesco<br />
periquito deforme. Notó que ya le iban<br />
doliendo a punzadas los riñones y los<br />
codos; incluso, le hormigueaba el callo<br />
que se le había formado en el hueso que<br />
servía a la gárgola de percha. Se sentía<br />
vieja, pero sin desarrollar, como una<br />
bellota verde vacía que se arruga y<br />
golpea el suelo del bosque... Al concluir<br />
su tarea, todavía sin soltar el trapo, se<br />
dejó caer lentamente en una silla.<br />
—Estoy cansada —declaró al<br />
silencio.<br />
En el pueblo, los meses de verano<br />
sucedieron a los anteriores del modo<br />
correcto, en un orden natural no<br />
aleatorio. Emma agonizaba a solas,<br />
arropada en su cama, en tanto la gárgola<br />
se estaba columpiando, incómoda, en las<br />
volutas metálicas del cabecero.<br />
—Me muero, cariño —murmuró la<br />
señora Laurie, aferrando el embozo de la<br />
sábana; sus manos y sus pies se habían<br />
convertido en sarmientos—. Esto es el<br />
final de todo, me doy cuenta... —rompió<br />
a sollozar desesperadamente, buscando<br />
en el pájaro una pizca de consuelo—.<br />
Dios mío... ¿hay algo más después?<br />
—Para ti, nada —gruñó la gárgola,<br />
seca, atusándose el plumaje en<br />
persecución de un piojo; sus iris amarillos<br />
contemplaron fijamente los ojos muy<br />
abiertos, espantados, de la anciana, que<br />
expiraba sin ruido, con un leve gesto de<br />
dolor.<br />
Las amigas íntimas se hicieron<br />
cargo del entierro, que no fue muy<br />
concurrido, pero tampoco solitario: una<br />
despedida razonable de aquellas que la<br />
amaban. La gárgola siguió costeando<br />
cada mes la tasa del agua y las basuras;<br />
abandonó el pago de la electricidad,<br />
porque se le cansaba mucho la vista,<br />
después de tanto trabajo duro de<br />
madrugada aleccionando a la tozuda de<br />
Emma, y ya sólo soportaba acomodarla a<br />
la suave luz diurna del sol tras las<br />
cortinas; por otro lado, no tenía intención<br />
ninguna de gastar en calefacción: su<br />
plumaje la calentaba de maravilla y, si la<br />
noche quería presentarse muy áspera,<br />
sobraban en la casa suficientes mantas y<br />
edredones entre los que acurrucarse.<br />
Ocasionalmente, escribía postales<br />
anodinas al señor Miller y renovaba las<br />
flores rojas en la tumba de mármol del<br />
señor Laurie. Dado que no necesitaba<br />
usar el camino embarrado para salir a<br />
hacer la compra —con un aleteo<br />
torparrón alcanzaba enseguida la calle<br />
principal—, las baldosas resquebrajadas<br />
sucumbieron lentamente a los barrizales<br />
de primavera, hasta que el número ocho<br />
de Park Lane quedó aislado del mundo<br />
por tierra, convertido en una isla<br />
Página42
misteriosa entre la niebla invernal, en un<br />
extraño y triste Avalon.<br />
Tras el fallecimiento de la señora<br />
Laurie, se pudo comprobar que el<br />
monstruo azulado que había pasado años<br />
oprimiendo y espachurrando aquel<br />
cuerpecillo femenino era el auténtico ser<br />
vivo, pensante, y que la anciana no había<br />
sido más que su poste, su andador, su<br />
taca-taca.<br />
Mercedes García Rega<br />
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Página44
La vida que te espera<br />
Si alguien llama a la puerta,<br />
métete debajo de esta trampilla, y las<br />
palabras de tu madre sonaban a<br />
testamento de película, las pestañas<br />
amañadas, el mentón absorbido por la<br />
centrifugadora de los problemas.<br />
Cenabais en silencio. El sonido de<br />
los tenedores se estrellaba contra la<br />
mudez del aire, los espaguetis sosos en<br />
demasía, el tomate triturado por el<br />
pasapurés de los contratiempos. Ni<br />
siquiera encendíais la televisión. Las<br />
noticias, absurdas, coaguladas en una<br />
división geográfica de las antípodas,<br />
brotaban de una radio expuesta al polvo<br />
en un rincón del comedor. La<br />
contundencia de los hábitos permanecía<br />
en su sitio, la masticación pausada, el<br />
agua de los vasos limpia como la<br />
naturaleza de vuestras almas. Oías a la<br />
criada fregar los cacharros, colocarlos en<br />
el escurreplatos, cerrar la bolsa de la<br />
basura y comprobar la espita del gas.<br />
Todo era idéntico, amorfo,<br />
penetrantemente negro alrededor de la<br />
noche. La confianza se enturbiaba a<br />
marchas forzadas. Al cabo, observabas la<br />
valentía del mastín por la ventana. No<br />
ladraba, no se movía, atento a los<br />
deslices peligrosos de los enemigos. Veías<br />
su morro paralizado en la caseta, los<br />
belfos encharcados con la untuosidad de<br />
siempre, las patas delanteras poderosas<br />
como el trueno bajo la anchura del pecho.<br />
El orden natural de las cosas reinaba en<br />
torno al caparazón de la sinrazón que<br />
llegaría, antes o después, en forma de<br />
compromisos ineluctables. Al final subías<br />
a la planta de arriba y una línea de luz se<br />
colaba por debajo de la rendija de la<br />
puerta de tu madre. La imaginabas<br />
sentada en su tocador, ensimismada con<br />
el grosor de las arrugas en su faz de<br />
alabastro, tocando la piel que envejecía a<br />
toda pastilla en la esbeltez de su cuello.<br />
Solo llevaba viuda dos semanas, pero<br />
parecía que las desgracias, empecinadas,<br />
contantes y sonantes, se extendían por el<br />
horizonte con afán de mancha petrolífera.<br />
Papá no viene hoy a comer, y la<br />
sopa de pescado humeaba con olor a<br />
congrio delantero, las espinas separadas<br />
por la valía de su mano, el sabor<br />
inigualable.<br />
En realidad él no iba a casa casi<br />
nunca, el preámbulo de las excusas<br />
explotado hasta la saciedad, las llamadas<br />
de teléfono exiguas. Tus padres se<br />
trataban macerados en una educación<br />
decimonónica, pero las rencillas se<br />
quedaban en el pasillo, inertes,<br />
acentuadas sin ardor, a la espera del<br />
advenimiento de un mesías que<br />
apuntalara los pilotes de la relación. Ni<br />
siquiera los domingos, tras el paripé de la<br />
misa, entrabais en el porche con la cerviz<br />
alta. Siempre había que mirar hacia<br />
atrás, por si las moscas, por si los<br />
hombres de las familias rivales oteaban el<br />
contorno, por si un gato negro decapitado<br />
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llegaba volando hasta estamparse en la<br />
verja del jardín en señal de mal fario. Te<br />
acostumbraste a la ausencia paterna. De<br />
todos modos en la infancia, dentro del<br />
mundo de las hadas y de los monstruos,<br />
dibujaste un refugio donde él resolvía<br />
contigo los jeroglíficos del devenir. Se le<br />
veía pletórico, seguro de sí mismo,<br />
consciente de la importancia de haber<br />
consolidado, con gran esfuerzo, los<br />
cimientos de la familia. Soñabas con él a<br />
menudo. Corríais juntos por las pistas de<br />
atletismo de las afueras de la ciudad, en<br />
dos calles paralelas, con el jadeo de los<br />
galgos en el repiqueteo de las bocas.<br />
Luego el lazo del sudor os unía y la<br />
calidad del vínculo, sagrada, azuzaba el<br />
ronroneo de las risas. Allí también<br />
existían las precauciones, los ojeos<br />
continuos por si acaso, la puerta de<br />
acceso a las instalaciones vigilada por tus<br />
primos segundos. Te despertabas con el<br />
agua hasta el cuello y las sábanas,<br />
empapadas, amarraban la perfidia de las<br />
pesadillas al eslabón de las caricaturas.<br />
Papá no puede venir a la fiesta de<br />
tu cumpleaños, y la interrogación de los<br />
porqués se embarraba con la nata de la<br />
tarta, la desazón engurruñada sobre las<br />
flores malvas de las glicinias, el jaleo de<br />
los compañeros de la clase estentóreo.<br />
La costumbre se hizo ley con el<br />
desfile irremediable de los años. Ya no te<br />
sorprendías con la lista infinita de los<br />
pretextos. Al principio los anotabas en el<br />
cuaderno de tu mente, pero después la<br />
tarea terminó por aburrirte. Tu madre<br />
esbozaba una cara de circunstancias<br />
repetidas y tú ya intuías de sobra lo que<br />
ocurría. Así se pasaron los semestres<br />
ágiles de la puericia y los bienios<br />
descabellados de la adolescencia. Cuando<br />
tu ser, zarandeado por el varapalo de las<br />
hormonas, pero recto como un mástil de<br />
velero, estaba a punto de ingresar en la<br />
universidad, lo mataron. Apareció en una<br />
cuneta, desnudo, con un tiro en el<br />
corazón y cuatro tornillos de rosca<br />
clavados en la frente. En la prensa<br />
amarilla se habló de ritual, de ajuste de<br />
cuentas y de venganza infernal entre<br />
bandas rivales. Un par de periodistas de<br />
trajes mediocres intentaron colarse en el<br />
funeral, pero fueron neutralizados con<br />
rapidez por tus primos segundos. Querían<br />
carnaza fresca para los titulares de los<br />
sucesos, sangre fácil internada entre la<br />
reja de los renglones, lujuria aspaventosa<br />
de una innominada secta demoniaca.<br />
Tres días duraron las noticias ostentosas<br />
acerca del asesinato del gran jefe.<br />
Después los gacetilleros se olvidaron<br />
porque un tren de pasajeros descarriló en<br />
una curva de la provincia, los catorce<br />
muertos elevados a los altares, los cien<br />
heridos entrevistados con micrófonos<br />
minúsculos. A partir de su desaparición,<br />
dejaste de pensar en él, en sus regalos<br />
navideños envueltos con papeles<br />
fosforescentes y en sus cheques enviados<br />
con remites falsos. Se desvaneció,<br />
brumoso, parcamente cariñoso,<br />
empaquetado en una caja sobre la que<br />
cayeron terrones de arcilla mojada por<br />
las lágrimas de tu madre.<br />
La abuela quiere hablar contigo, y<br />
las sílabas impepinables de la orden<br />
estremecían la paz del hogar, la cita<br />
ineludible, la matriarca aposentada en un<br />
trono de reina indiscutible.<br />
Fuiste a verla un viernes por la<br />
mañana, las clases paralizadas por el<br />
sindicato de estudiantes anarquistas, el<br />
ocio inabarcable. Dispersos por la<br />
entrada, suspicaces, iguales que raposos<br />
hambrientos, tus primos segundos<br />
alzaron las cejas en señal de<br />
reconocimiento. Eran cinco. Habían<br />
nacido seguidos, año tras año, como si la<br />
santa de su progenitora hubiera echado<br />
la cuenta de la vieja adrede. Todos eran<br />
hombres de pelo en pecho, la frente<br />
pronunciada, el reverso de las manos<br />
presto para clavarse en la pistolera del<br />
sobaco. Apechugaban en sus espaldas<br />
con docenas de fiambres y el fanal de su<br />
Página46
eputación aviesa resplandecía a lo largo<br />
y ancho del país. Su especialidad<br />
consistía en colgar a los elegidos. Primero<br />
se refocilaban con la tortura y luego, de<br />
propina, concentrados en una costumbre<br />
de herencias remotas, ataban la soga<br />
alrededor del pescuezo de sus víctimas y<br />
los guindaban en cualquier puente de la<br />
ciudad. Nunca dudaban. No les importaba<br />
la edad, el género o la condición social de<br />
quien era señalado. Obedecían sin<br />
preguntas, con fidelidad de lacayos,<br />
dispuestos a todo con tal de preservar<br />
intacto el honor de la familia. Iban a la<br />
cárcel de vez en cuando, por poco<br />
tiempo, hasta que los abogados<br />
conseguían una fianza moderada o un<br />
pacto de caballeros entre las partes.<br />
Acicalados, con la pelambrera siempre<br />
corta, enfundados en trajes hechos a<br />
medida, miraban las cosas con ojos de<br />
jabalí herido. No esnifaban cocaína ni<br />
bebían a discreción. Solo, a veces, si la<br />
celebración lo requería, acababan la<br />
parranda en el burdel más caro de la<br />
comarca y desfogaban su ímpetu con<br />
prudencia de seminaristas. Pagaban a<br />
tocateja y no se obstinaban en humillar la<br />
simpatía de las prostitutas. Se les<br />
apreciaba porque eran buenos chicos,<br />
limpios, afables, justicieros, y sobre todo<br />
leales contra la marejada de las<br />
complicaciones.<br />
Cómo te pareces a tu padre, y en<br />
los surcos de las ojeras se afincaban<br />
decenios de lucha feroz, las manos<br />
sarmentosas, la elegancia innata en<br />
medio de la vorágine de las decisiones<br />
imprescindibles.<br />
No conocías a tu abuela en<br />
profundidad. Se oían tantas cosas de ella<br />
que te costaba trabajo discernir qué era<br />
fidedigno y qué pertenecía al universo de<br />
la faramalla. Vivía en un mundo oclusivo,<br />
en una suerte de burbuja de aire<br />
insuflado en la época de la guerra que<br />
asoló el país en la década de los<br />
cuarenta. El moño de su cabeza reinaba<br />
glorioso y sempiterno en un salón repleto<br />
de recuerdos. Los retratos de su marido,<br />
de su padre, de su abuelo y de su<br />
bisabuelo conferían a la habitación una<br />
solemnidad de eucaristía. Solo faltaba el<br />
de tu padre que seguramente estaría<br />
siendo ultimado por un pintor de<br />
renombre nacional. La blancura de su piel<br />
te hizo pensar en una alevilla, en una de<br />
esas mariposas tan similares a las de los<br />
gusanos de seda. Era difícil imaginar que<br />
existiera una albura equivalente, la<br />
pureza extraordinaria, los poros hialinos.<br />
Pronunciaba las palabras con soltura,<br />
perita en encarrilar personalidades<br />
oblicuas, empeñada en mantener el<br />
cogollo de la familia unido como un ovillo<br />
de lana. Jamás había que interrumpirla.<br />
El respeto, absoluto, lacado por el lustre<br />
de la experiencia, primaba por encima de<br />
la severidad. Antes de expresarse,<br />
carraspeaba y se deleitaba con una<br />
modulación de profesora jubilada. Sin<br />
embargo, contigo fue escueta. Lo tenía<br />
bien pensado, las reflexiones enrocadas<br />
en el luto por su hijo occiso, los puntos<br />
sobre las íes imborrables. Te mandó<br />
sentar a su lado, cerca de la exactitud de<br />
las cutículas de sus uñas, afanada en<br />
atajar los chismes que aireaban la falta<br />
de dirección en la familia tras la<br />
eliminación cruenta de tu padre.<br />
Eres la persona adecuada para<br />
regir el futuro de nuestra estirpe, y la<br />
gravedad del discurso se trenzaba con las<br />
vetas violetas de sus iris, las ventajas<br />
pulidas, los inconvenientes adocenados<br />
en el rincón más telarañoso del desván.<br />
Entonces aguardó tu reacción, las<br />
pupilas imponentes, la barbilla afilada<br />
como la moharra de una alabarda.<br />
Apartaste la mirada y la posaste en las<br />
figuras humanas que aparecían detrás de<br />
los visillos. Allí estaban tus primos<br />
segundos, con la conciencia tranquila en<br />
el fondo de su honra. Uno de ellos, el<br />
más pinturero, hacía malabarismos con<br />
una pelota de trapo del tamaño de una<br />
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manzana. El tiempo libre, eterno,<br />
longitudinal, se recortaba delante de su<br />
animosidad y los demás le jaleaban sin<br />
dejar de vigilar, tercos como mulas, las<br />
inmediaciones del territorio. Imaginaste<br />
tu vida pegada a su presencia, la<br />
cordialidad pegajosa, los pasos celados<br />
con brío de sombras simiescas. Se<br />
transformarían en los guardianes de tu<br />
silueta, siempre contiguos, con la<br />
sospecha encadenada a cada una de tus<br />
apetencias. Aparecerían en la puerta<br />
antes de que el sol brotara en la línea de<br />
los tejados. Las barbas, rasuradas con<br />
esmero, hincarían la sonrisa maquiavélica<br />
en el helor de la madrugada. Esperarían<br />
las órdenes del día, los itinerarios<br />
modificados a última hora, el recelo<br />
mastodóntico. Masticarías los canelones<br />
rellenos de carne picada con una<br />
sensación de microscopio y la mandíbula,<br />
rítmica, se engolosinaría de hartura.<br />
Confundirías sus nombres de pila, los de<br />
sus esposas y los de sus hijos. Las<br />
pesadillas se tornarían alambicadas,<br />
desnortadas, presagios de un porvenir<br />
trufado de responsabilidades orondas.<br />
Sonreirían al abrirte la puerta del coche<br />
blindado, al cederte el paso en los<br />
ascensores del edificio de oficinas del<br />
centro y al traerte un café con leche del<br />
bar de la esquina. Serían los hermanos<br />
que no tuviste, una especie de quintillizos<br />
jamás enlazados en el corro de las<br />
patatas. Sus rasgos faciales se erguirían<br />
multiplicados por los espejos de la vida<br />
mientras las metralletas, cargadas y<br />
engrasadas, añorarían el aprieto de los<br />
gatillos en el maletero de sus dos<br />
camionetas de cristales tintados.<br />
Tengo muchos proyectos para este<br />
año, y en el tono de la abuela se percibía<br />
un dejo de reciedumbre escandalosa, el<br />
broche de la camisa discreto, la angustia<br />
cercenada en su existencia de<br />
nonagenaria.<br />
Cerrarse en banda a asumir la<br />
dirección de los asuntos de la familia,<br />
sería considerado un delito de alta<br />
traición. Ni siquiera habría un juicio justo,<br />
los abogados decapitados, la sentencia<br />
firme. Tu madre, lacerada en lo más<br />
hondo de su ser, te quitaría el saludo,<br />
cambiaría el gesto al encontrarte por la<br />
calle y escupiría sobre los charcos por<br />
tener que cargar con el oprobio de<br />
haberte engendrado. Solo restaría la<br />
posibilidad de irte de matute del país,<br />
huir de los tuyos y correr por el mundo<br />
en vano con el apellido de tu padre<br />
incrustado en las espaldas. Acabarías en<br />
los suburbios de un barrio marginal,<br />
insistiendo en la precariedad pulcra de tu<br />
inocencia. No habría descanso porque la<br />
familia no olvidaría. Te perseguirían para<br />
lavar la afrenta de la defección, la<br />
superficie de las penitencias áspera, el<br />
hocico de los sabuesos obsesionado. Los<br />
pensamientos se agolpaban en tu seso<br />
con rotundidad de avalancha y el tictac<br />
de un reloj de cuco marcaba el desarraigo<br />
de la negación. Los tablones de las dudas<br />
crujían por doquiera en tu fuero interno.<br />
La abuela tocó una campanilla de sonido<br />
arcaico y de inmediato apareció una<br />
doméstica embutida en un uniforme de<br />
épocas pretéritas. La mujer depositó una<br />
bandeja con dos copas enanas llenas de<br />
un licor de cereza sobre una mesa<br />
auxiliar y desapareció rauda como una<br />
anguila. Los semblantes de los<br />
antepasados convirtieron el brindis en<br />
una apología del ultimátum, los<br />
tratamientos endomingados, el<br />
pimpampum de las consecuencias<br />
irreversible.<br />
Por ti, por la vida que te espera, y<br />
los engorros vagabundeaban por encima<br />
de los caireles de la lámpara del techo, el<br />
piano tapado con una funda de<br />
terciopelo, el mazo de las partituras<br />
impertérrito ante el atril de las<br />
obligaciones.<br />
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Después de beber el líquido<br />
afrutado, te mostró una pequeña<br />
fotografía sobada, con grietas en las<br />
esquinas producidas por la escabechina<br />
del tiempo, en la que una niña saltaba a<br />
la comba con alegría de payaso. Trataste<br />
de distinguir las peculiaridades del rostro<br />
infantil, los trazos de la boca singulares,<br />
las coletas simétricas. Estaba borrosa,<br />
pero descubriste que era ella misma, de<br />
cría, cuando ciertamente aún no soñaba<br />
con ser la matriarca de la más importante<br />
de las grandes familias. Izaste los ojos en<br />
busca de una explicación, de un saliente<br />
al que asirte antes de precipitarte por el<br />
barranco de la indefensión, y hallaste una<br />
barbarie inusitada emplazada en la<br />
rigidez de sus retinas. No te entregaba la<br />
fotografía como símbolo del traspaso de<br />
poderes, sino todo lo contrario. Fue capaz<br />
de descifrar el grosor de tus<br />
incertidumbres y, ágil como una pantera<br />
negra, sin remordimientos ni dilaciones,<br />
descartó la posibilidad de la indulgencia.<br />
Te miró como se mira a una vaca a punto<br />
de ser desmembrada por los tajos de un<br />
matarife avezado. Entonces apretó un<br />
botón escondido junto al brazo del sofá<br />
desde donde movía los hilos del mundo y<br />
viste, a través de la ventana, cómo tus<br />
cinco primos segundos abandonaban el<br />
pasatiempo de los malabarismos y se<br />
encaminaban hacia el interior de la<br />
mansión. Luego cerró los párpados con<br />
cachaza, sumergida en la placidez de<br />
quien ha conocido los aconteceres de dos<br />
siglos, sin dirigirte la palabra, porque era<br />
obvio que ya no eras su nieta favorita.<br />
Página49<br />
Jorge Saiz Mingo
Página50
El sueño de Pascal<br />
Nota del editor:<br />
El texto que publicamos a continuación fue escrito por un oscuro personaje, al que se conoce<br />
como El Viejo Moralista, a partir de ahora VM, ya que se ignora incluso el nombre. Solo se sabe por<br />
algunos testimonios indirectos que impartió clases de alguna materia filosófica en Burgos en fechas<br />
imprecisas.<br />
Las notas son de A.H.G, que lleva varias décadas tratando de recuperar textos de VM con<br />
resultados limitados. Por añadir algún dato, se puede recordar que Felipe Vignaroli en una ocasión<br />
apuntó lo siguiente: “Es chocante que un tipo como VM haya recalado en una ciudad tan poco filosófica<br />
como Burgos”.<br />
Página51<br />
Pascal, como todos ustedes saben, fue un hombre realmente notable, uno de esos<br />
pocos que se sitúan tan por encima de los demás que su misma sombra intimida.<br />
Nietzsche, que admiró su pensamiento, aseveraba que su espíritu fue finalmente<br />
quebrado y roto por la propia religión cristiana. Se hizo devoto, aunque, incluso dentro de<br />
esa cárcel del pensamiento que es la fe, se las arregló para mostrar sus garras. Decía que<br />
el ser humano era una débil caña, que se dobla y que se rompe. Sí, pero sobre todo era<br />
una caña que piensa. El mar anónimo puede apabullarle, ahogarle; pero el alma piensa y<br />
el mar es simple materia inerte.<br />
Sin duda, a Pascal (1623-1662) le atemorizaba la muerte, como a todos. Puede que<br />
a él más, pues cómo se podía concebir el mundo sin el pensamiento, sin su pensamiento.<br />
Al que le gusta fornicar o comer o, ¿por qué no?, jugar al mus, puede imaginar la<br />
existencia sin nada de ello. Así nos han prometido el paraíso: sin ninguno de esos<br />
placeres, y nadie rechista. ¿Pero no pensar?, eso era inimaginable. En el paraíso se podía<br />
pensar 1 y Pascal tuvo que creer en el paraíso.<br />
1<br />
Aristóteles (Metafísica, XII 7) afirmaba que Dios siempre estaba pensando y que encontraba en ello un<br />
placer insuperable. No cabe duda de que Aristóteles disfrutaba mucho con sus pensamientos y quería ver<br />
en ellos el reflejo (el pálido reflejo) de los que ocupaban a la propia divinidad, y que se mostraban a<br />
través de su sabia gobernanza del mundo. No es casual que la frase con la que empieza la misma<br />
Metafísica sea: “Todos los hombres por naturaleza desean saber”. O sea, Aristóteles recalca que todo
Eso le condujo a su célebre apuesta: creer en Dios no solo es aconsejable, sino<br />
también, si se mira a la luz de la teoría de las probabilidades, la mejor apuesta.<br />
Seguiremos los pasos que le llevaron a esta afirmación. En nuestro mundo de<br />
apariencias y dudas, se puede asociar a cada suceso una probabilidad. Por ejemplo, se<br />
puede asociar una probabilidad al suceso de que exista un Dios amable y bueno que,<br />
después de nuestro tránsito vital, nos permita seguir pensando en nuestra nueva y eterna<br />
morada. Esa probabilidad, llamémosla p, no es conocida, es más, es difícil, si no<br />
imposible, llegar a calcularla. Ahora bien, p es un número estrictamente mayor que cero,<br />
ya que el hecho de que exista ese Dios amable no es imposible en sí mismo, no lleva en<br />
su esencia contradicción alguna; luego, como cualquier suceso posible, tiene una<br />
probabilidad definida y estrictamente mayor que cero (recalquemos eso, para evitar<br />
remilgos de científicos sabiondos).<br />
Pues bien, ahora planteemos la pregunta desde el ámbito de la teoría de juegos o<br />
de la teoría de la probabilidad: ¿Debemos creer en Dios? La respuesta no ofrece dudas:<br />
creer es la mejor opción, ya que si jugamos o apostamos o creemos que Dios no existe<br />
obtenemos una ganancia nula, mientras que si jugamos o apostamos o creemos que Dios<br />
existe recibimos la recompensa infinita del pensamiento eterno.<br />
Así que, por muy pequeña que sea p, al multiplicarla por esa recompensa mayor<br />
que cualquier magnitud imaginable, obtenemos un número tan grande que no cabe en<br />
ningún sitio, y, desde luego, aunque Pascal, para seguir los mandatos de la Iglesia,<br />
tuviera que hacer algunas cosas que le apartaban de sus gozosos pensamientos, el<br />
resultado era inevitablemente el mismo: se debe apostar por la creencia en Dios 2 .<br />
Página52<br />
Al final, como todos, Pascal también murió.<br />
Y se encontró con Dios que le dijo:<br />
—Tenías razón, amigo Blas, ciertamente tu apuesta era la correcta. Aquí me tienes.<br />
hombre tiene ese íntimo deseo de conocer, de pensar y, así, participar del jolgorio de su Dios siempre<br />
pensante.<br />
2<br />
Hay algunos precedentes de este argumento en los que no vamos a entrar, por el contrario iremos a<br />
una de sus secuelas. A veces se dice que Pascal, con su apuesta, es un remoto ancestro de la actual<br />
teoría de juegos. Uno de los artífices de esta teoría en nuestro querido siglo XX fue John Von Neumann,<br />
mente prodigiosa que hacía que, a su lado, un premio nobel pareciera poco más que un imbécil. Anduvo<br />
enredado con la bomba atómica, los vericuetos matemáticos de la física, la construcción de ordenadores<br />
y con la teoría de juegos. Amante de lo mundano y de las fiestas, tenía una ilimitada confianza en sí<br />
mismo que le hacía pensar que podía conducir a toda velocidad y muy malamente sin que le pasara<br />
nada. En efecto, ¿qué podía acabar con alguien tan brillante y jocundo? Así fue, hasta que contrajo un<br />
terrible cáncer. Entonces se dio cuenta (como antes Pascal) de que era una débil caña, por mucho que<br />
pensara mucho y muy bien. Von Neumann había mostrado siempre una perfecta indiferencia ante la<br />
religión (después de todo, él y, sobre todo, su pensamiento parecían invulnerables), pero la enfermedad<br />
hizo que revisara sus ideas, empezara a frecuentar la compañía de clérigos y, al fin, así lo recogen<br />
algunas fuentes, dio cierto crédito a la misma apuesta de Pascal.
Pascal estaba exultante.<br />
—Gracias, Dios mío, gracias por existir, gracias, ya sabía yo que tú tenías que estar<br />
detrás de todo, que mis dudas, mi sufrimiento, mi inmenso sufrimiento no podían ser en<br />
vano.<br />
—Un momento, amigo Blas, dices que tu sufrimiento ha sido grande, pero ahora la<br />
recompensa es todavía mayor.<br />
—Así es, así es —decía gozoso.<br />
—De todos modos, quizá, perdóname, te deba hacer sufrir un poco más. No temas,<br />
sólo será un poco, además, lo haré para rendir un homenaje a tu mismo razonamiento.<br />
—Me resulta extraña esa propuesta.<br />
—Siempre te mostraste orgulloso de tu argumento de la apuesta sobre mi<br />
existencia. No solo es así, sino que quiero que sepas que he apreciado mucho tus<br />
esfuerzos.<br />
—Gracias —dijo Pascal un tanto anonadado por ese inesperado giro de la<br />
conversación con su hacedor.<br />
—Vamos a ver, tú basaste tu fe en el cálculo, en un razonamiento matemático, en<br />
un malabarismo de azar y probabilidades. ¿No es así?<br />
—Sí, pero lo hice para convencer a los escépticos, para contrarrestar las fuerzas de<br />
los materialistas que campan a sus anchas por la Tierra. En mi corazón, yo sabía<br />
íntimamente que tú me guiabas, y que guiabas el mundo.<br />
Página53<br />
—Puede ser, pero en tu razonamiento hay un átomo de duda, hay la posibilidad de<br />
que yo no exista 3 , de que…<br />
—En realidad…<br />
—No me interrumpas, Blas, no me interrumpas.<br />
—Sí, señor.<br />
—Como iba diciendo, tu argumento tiene algunos puntos que quiero que me<br />
aclares.<br />
3<br />
La queja de Dios está plenamente justificada. Hasta entonces, todos los filósofos creyentes que habían<br />
abordado el problema de la existencia de Dios habían tratado de demostrarla, mientras que Pascal solo<br />
asegura que es una buena estrategia suponer que existe. Pascal conocía perfectamente los progresos<br />
científicos de la época, y cómo estos mismos progresos estaban poniendo en duda muchas creencias<br />
tradicionales, entre ellas muchas ideas asociadas a la religión. No solo eso, el mundo parecía tener muy<br />
poca relación con la humanidad. Antes se vivía en la ficción de que la Tierra era el centro del mundo, y,<br />
por así decirlo, nosotros sus protagonistas. En cambio, en su época iba ganando terreno la convicción de<br />
que nuestro planeta no era sino un lugar remoto de un universo enorme del que éramos, todo lo más, un<br />
accidente pasajero. Por eso, Pascal pone frases terribles en boca del ateo cuando exclama: “¿Cuántos<br />
reinos nos ignoran?” o, la más desesperanzada: “Me espanta el silencio eterno de los espacios infinitos”<br />
(Le silence eternel des ces espaces infinis m’effraie). Así que Pascal, consciente de que el mundo estaba a<br />
punto de ahogarse en una marea de incertidumbre, sacó del propio azar el instrumento para devolver a<br />
Dios su lugar tradicional: el centro.
—Sí, señor. Haré lo que sea necesario.<br />
—¿Qué te parece si hacemos otra apuesta? Te voy a tratar de convencer de que<br />
tienes que andar a la pata coja un buen rato.<br />
—Estaré encantado.<br />
—No me has entendido. No quiero que obedezcas por hacerme la pelota, sino<br />
porque efectivamente te convenceré de que no te queda más remedio que hacerlo.<br />
—Tu omnipotencia es infinita, pero incluso así me parece raro.<br />
—Deja de interrumpirme y vamos a ello. Permíteme que parafrasee tu argumento.<br />
Sea p la probabilidad de que exista un genio maligno que ha decidido que los difuntos,<br />
antes de gozar de la vida en el paraíso, deben andar a la pata coja un trecho. En otro<br />
caso, serán fulminados. ¿Me sigues? De acuerdo con tu razonamiento, aunque no<br />
sabemos lo que vale esa dichosa probabilidad, va de suyo que no es cero. Estando así las<br />
cosas, y siguiendo con tu ocurrencia, resulta que la posible ganancia es… infinita. Solo<br />
falta la conclusión que creo que conoces.<br />
Pascal quedó un tanto azorado, eso era como su apuesta y la conclusión tenía que<br />
ser idéntica, de modo que…<br />
Dios se adelantó a sus pensamientos:<br />
—Te veo lento, Blas. Sí, en efecto, siguiendo tus mismos pasos, debes apostar sin<br />
duda por andar a la pata coja durante un buen trecho.<br />
Página54<br />
—Así lo haré —dijo Pascal resolutivo—, pues me lo dicta la teoría de la probabilidad<br />
y mi conciencia y vos.<br />
Y se puso a andar a la pata coja, mientras Dios le observaba divertido.<br />
—Me gusta que me trates con el debido respeto, el tuteo me incomodaba.<br />
—Bien mirado —continuó Dios con una media sonrisa—, es posible que yo no sea<br />
Dios sino el maligno diablillo de que hablábamos. Ahora bien, la probabilidad de que sea<br />
así no es nula, sino mayor que cero, y claro la probabilidad de que me esté burlando de ti<br />
tampoco lo es, así que es posible que ir a la pata coja te reporte algún perjuicio que yo te<br />
he ocultado.<br />
El pobre Pascal dejó de ir a la pata coja en el acto.<br />
—Vas comprendiendo, ¿verdad?, amigo Blas, lo vas entendiendo. Así que ahora no<br />
puedes ir a la pata coja. También es posible que Dios lo que quiera es que justamente no<br />
andes a la pata coja, sino de puntillas.<br />
Pascal quedó en mitad de aquel lugar borroso con la duda pintada en su cara.<br />
En un momento se puso de puntillas y al instante siguiente no sabía qué hacer.<br />
¿Quizá no fuera tan mala idea lo ir de puntillas? Pero de puntillas y a la pata coja… eso era<br />
demasiado. Mientras hacía sus cálculos, todo se iba difuminando, menos la sonrisa de su<br />
interlocutor que se hacía más y más sarcástica.
—Acaso no sabes que soy necesario y que tu azar 4 y tus cálculos no me atañen.<br />
Tus ridículas probabilidades 5 te están volviendo la espalda. También hay una probabilidad<br />
de que tengas que blasfemar para entrar en el cielo, entonces ¿qué hacer?<br />
—¿Quién diablos eres? —balbuceaba el pobre Pascal.<br />
—No te lo voy a decir. Averígualo. ¿Soy tu Dios o el Diablo o simplemente una<br />
pesadilla?<br />
Fue lo último que pudo oír antes de despertarse empapado en sudor. Como era de<br />
esperar, Pascal nunca reveló este sueño a nadie.<br />
Alfonso Hernando<br />
Página55<br />
4<br />
Einstein, otro de los que disfrutaban pensando, se disgustó mucho con la idea de que el<br />
comportamiento del universo tuviera que ver con el azar. No es difícil entender la razón: las leyes físicas<br />
estaban dispuestas de una manera muy bien organizada por su Dios, que se parecía bastante al de<br />
Aristóteles y muy poco al de los cristianos. Por eso decía aquello de que Dios es sutil, pero no malicioso.<br />
Eso se compadecía muy mal con la mezcolanza de probabilidades que inundaba (e inunda) la física. A<br />
pesar de que concentró su pensamiento en ello, no encontró la forma de eliminar las incómodas<br />
probabilidades de la misma entraña de la ciencia. Visto su fracaso, no le quedó más remedio que<br />
refugiarse en su famosa frase: “Yo no creo en un Dios que juega a los dados”, que es todavía más<br />
desesperanzada que la confesión del ateo de Pascal. El mundo no solo era enorme y ajeno a lo humano;<br />
también era poco sensible a sus deseos de que tuviese un comportamiento razonable y ordenado. El<br />
cosmos antiguo se había transformado en un enrevesado galimatías sin pies ni cabeza.<br />
5 En una ocasión, pregunté al prestigioso físico F. Ynduráin acerca de los problemas de la mecánica<br />
cuántica. En seguida me puso en mi sitio, o sea, el de los ignorantes, y, después de una breve e<br />
ininteligible explicación, me dijo algo así como que “además el concepto de probabilidad está mal<br />
definido”. Después de un momento, pensé para mis adentros: si este, que entiende, dice que no<br />
entiende; yo, que no entiendo, ¿qué puedo entender?
Página56
Hoy,<br />
el desamparo<br />
del hombre,<br />
no tiene nombre,<br />
no tiene hombre<br />
al que agarrarse.<br />
Privado de Humanidad,<br />
vaga<br />
sin saber quién es,<br />
sólo sabe<br />
qué cosa es.<br />
Materializado hasta el extremo,<br />
se sabe cosa,<br />
objeto,<br />
robot,<br />
hombre neuronal,<br />
genético.<br />
Página57<br />
Privado de Espíritu,<br />
se hunde<br />
en el consumo<br />
de su propia Vida;<br />
se arruina<br />
hasta desaparecer.<br />
Quizás, de su sombra<br />
surja<br />
el recuerdo de lo que fue.<br />
Mañana,<br />
sólo será<br />
lo que hacen de él,<br />
lo que están haciendo con él.<br />
A no ser,<br />
que Dios lo remedie.<br />
Manuel Arandilla
Página58
El huracán<br />
No era la primera vez que coincidía con ella<br />
subiendo en ascensor. En un primer momento<br />
no advertí su presencia. Recogí dos o tres cartas<br />
del buzón y, repentinamente, la sentí a mi espalda<br />
al entrar en la cabina. Vestía solamente una camiseta<br />
blanca, ceñida, y unos pantalones cortos. Volvía de jugar<br />
al baloncesto. Yo miraba hacia el suelo, tratando<br />
de escapar de su frescura, de aquellas piernas blancas,<br />
de sus inmensos ojos risueños, de su respiración.<br />
Aún no había cumplido quince años. Su madre<br />
era más joven que yo. ¿Te gusto?, me preguntó<br />
rozándome el brazo. Durante un instante,<br />
justo cuando el ascensor se detuvo en mi piso,<br />
la miré a la cara. No sé si mi mirada fue dulce<br />
o severa. Entré en casa trastornado, sin apenas<br />
saludar a mi mujer, que se hallaba preparando la cena.<br />
Miraba de reojo la platusa, las noticias de la tele,<br />
los muertos que se había cobrado un huracán.<br />
No lograba apartar de mi cabeza aquellos labios<br />
carnosos, el plácido descaro de la naturalidad<br />
con que habían formulado esa pregunta. ¿Te gusto?<br />
No era ella, sino mi propia mente confusa<br />
la que, con una mezcla de deseo, vergüenza<br />
y compasión, rebuscaba en mi memoria el sabor<br />
agridulce de la juventud perdida, aquellos remotos<br />
años de pastosa adolescencia, cargados de locura,<br />
ingenuidad y vértigo. ¿Te gusto? La vida apenas<br />
tiene sentido común. Trescientos. Era el número<br />
de muertos que las autoridades filipinas<br />
calculaban que podría haber dejado el huracán.<br />
Página59<br />
Eliseo González
Página60
Mario Benedetti<br />
Derramaste la vida como un odre<br />
herido por la espada de Quijote,<br />
quisiste ser con muchos el azote<br />
que habría de salvar al ser mas pobre;<br />
serías así, firme, como un roble,<br />
una aguja marcando siempre el norte<br />
llamando por su nombre al monigote:<br />
un hombre que desprecia a otro hombre.<br />
Página61<br />
Ahora los poetas discutimos<br />
si eras mejor artista que persona,<br />
aunque esto ya, importe casi nada:<br />
contigo se nos va la madrugada<br />
que anunciaba quiza otro mañana,<br />
sin saber si morimos al vivirnos.<br />
Jesús Barriuso
Página62
El tigre<br />
En esteparia sabana,<br />
por incontables generaciones ya habitaste<br />
en el doliente corazón del mundo,<br />
tu antigüedad ya arrastraba los solsticios<br />
al sur de su río caudaloso:<br />
criatura fundada en el atardecer<br />
del día quinto...<br />
El eco de tus ojos:<br />
¿qué voz más antigua que el mundo reverbera?<br />
Tu mayestática belleza<br />
¿en qué ríos de fuego, en qué desiertos,<br />
en qué azares milenarios de la especie,<br />
fue de tal modo cincelada?<br />
Página63<br />
Miguel Ángel Barbero
Página64
El hombre que amaba a los perros<br />
“Cuatro años de exilio, cinco de marginación, decenas de muertes y decepciones,<br />
revoluciones traicionadas y represiones feroces, sumó Liev Davídovich y tuvo que admitir<br />
que quedaban pocas razones para la esperanza”<br />
Resulta fascinante comprobar como hay seres humanos capaces de jugarse toda su<br />
vida a una sola carta. Hombres valientes y obstinados, capaces de defender con osadía y<br />
pundonor unos ideales hasta las últimas consecuencias (es decir, hasta la muerte). Es<br />
este el caso de Liev Davídovich (León Trotski para amigos… y enemigos), camarada de<br />
Lenin durante la Revolución bolchevique y creador del Ejército Rojo. Trotski, orgulloso de<br />
su pasado y temeroso de su futuro, atravesó fulgurante el firmamento de la historia<br />
durante principios del siglo XX, hasta chocar frontalmente contra los designios del peor<br />
enemigo que un soviético podía tener en aquellos momentos, véase Joseph Stalin.<br />
Página65<br />
No menos apasionante es la biografía de Ramón Mercader, comunista español<br />
miembro del NKVD (antecesora del KGB), que un día de agosto de 1940 acabó en Méjico<br />
con la vida de León Trostski. Tan impactante fue la noticia del magnicidio como la forma<br />
de perpetrarlo. Mercader cumplió obediente el mandato de Stalin destrozando el cráneo de<br />
Trotsky… ¡con un piolet! Si, digo bien, un piolet. Mira que no hay formas de cometer un<br />
crimen de esta envergadura… para eso está el veneno, las bombas o las pistolas, pero un<br />
piolet… casi siempre la realidad supera a la ficción. Si un guionista escribe que Ramón<br />
Mercader acaba con la vida de Trotski arreándole golpes en la cabeza con un piolet, el<br />
productor le corre a boinazos pensando que está loco. Pero así fue, así lo cuenta la<br />
historia y un libro que me ha enganchado de pleno: “El hombre que amaba a los perros”<br />
del escritor cubano Leonardo Padura.<br />
Padura profundiza hábilmente en la trayectoria de estos dos hombres. Lo cuenta en<br />
tres líneas argumentales, dos de ellas ya conocidas que acabarán confluyendo en Méjico, y<br />
otra más novelada pero también atractiva que narra los encuentros en La Habana en 1977<br />
(al principio casuales) entre un joven cubano y un enigmático personaje (siempre<br />
acompañado de sus inseparables perros) que da pie a toda la trama.<br />
Me gusta el libro, me atraen estas novelas donde uno se sumerge en la historia y<br />
se convierte en testigo de hechos reales. Padura cuenta muchos detalles sobre la<br />
Revolución rusa y la Guerra civil española que yo no sabía. Es una novela densa, de casi<br />
800 páginas, cuya lectura completo mirando datos y fotos de los personajes (reales) en<br />
Internet.<br />
La portada tiene una fotografía que me resulta familiar. Creo haberla visto en más<br />
de una ocasión. Yo le doy mucha importancia a las portadas de los libros. Las miro con<br />
frecuencia mientras leo. Converso (en silencio) con ellas. También valoro en gran medida
las fotos que salen en los libros de los autores.<br />
Cuando leo un pasaje del libro y me gusta,<br />
mira la foto del autor. Y le agradezco con una<br />
sonrisa por ello. En mi época de lector (casi)<br />
obsesivo de Milan Kundera, recuerdo su foto en<br />
la solapa (casi siempre la misma). Kundera me<br />
regaló intensos momentos de placer literario<br />
que agradecí con afecto, venerando con<br />
devoción el icono fotográfico de la solapa,<br />
como si de un santo se tratase (yo por<br />
entonces, ya no creía en Dios, creía en<br />
Kundera, Saramago, Paul Auster y pocos más).<br />
Pero volvamos a la foto de la portada del libro…<br />
Es una imagen que me desconcierta y<br />
que crea en mi una sensación ambivalente. Por<br />
un lado la expresión (relativamente) afable y<br />
amistosa de León Trotsky me transmite buenas<br />
vibraciones pero el resto de la composición me<br />
perturba, e incluso llega a darme algo de miedo<br />
sin que pueda decir muy bien por qué. Quizás<br />
sea por la forma en que León Trotski sostiene firme en su mano derecha un palo largo y<br />
grueso. Más bien parece parte del juego con los perros, que una actitud amenazante.<br />
Parece feliz. Contento. Algo difícil en este hombre permanentemente exiliado que perdió<br />
por el camino a casi todos sus amigos y sus hijos, que recorrió el mundo escapando de la<br />
sombra de Stalin, sin saber (o quizás sabiendo) que esa sombra era la suya propia.<br />
Página66<br />
Puede que esta media sonrisa también se deba a algún encuentro reciente y<br />
clandestino con Frida Khalo, con quien mantuvo efímeras relaciones amorosas, abusando<br />
de la actitud generosa y hospitalaria de su gran amigo y esposo de Frida Khalo, el genial<br />
Diego Rivera.<br />
Trotski mira a la cámara, está posando. No es un gesto natural, no es una mirada<br />
furtiva. Los perros esperan ansiosos una respuesta, sin saber que este hombre es de los<br />
que nunca bajan los brazos. Su atuendo con una camisola blanca, le hace parecer más un<br />
profesor, un investigador, un doctor en medicina…<br />
La foto está hecha muy probablemente en Coyoacán, donde el sexagenario León<br />
Trotski pasó los últimos días de su exilio mejicano sin saber (pero intuyendo), que<br />
también serían los últimos días de su vida. Seguro que ya en este instante que<br />
inmortaliza la fotografía está cerca Ramón Mercader (quizás escondido detrás de un<br />
arbusto), esperando (piolet en mano), el momento oportuno para el crimen, para cumplir<br />
el mandato de la historia.<br />
Sin embargo (y probablemente sin saberlo), una pasión común unía a los dos<br />
hombres: los dos amaban a los perros. Una pena que los matices ideológicos les<br />
separasen. Podrían haber pasado horas y horas paseando por algún lugar del mundo<br />
conversando con cordialidad sobre el apasionante mundo del universo canino. Pero<br />
entonces sus vidas no habrían engordado los libros de historia. La historia es para los<br />
seres obstinados, capaces de morir y matar por unos ideales…<br />
Lino Varela Cerviño
Bandas sonoras<br />
Rodrigo Vázquez Minguito es un conocido músico y compositor burgalés.<br />
Ha colaborado con decenas de solistas y grupos musicales, además de<br />
trabajar como productor musical, pianista y docente en la Universidad Isabel I<br />
de Castilla. (Ver www.rodrigovazquez.es; en Facebook, Rodrigo Vázquez<br />
Minguito.)<br />
En la actualidad está desarrollando una nueva iniciativa: componer<br />
bandas sonoras sustitutivas de las que llevan los cortos o películas en versión<br />
original previamente elegidos. Define tal actividad como un ejercicio o reto<br />
experimental y de aprendizaje, que se propuso por primera vez en el taller de<br />
música y sonido para cine que ha venido realizando durante los últimos cuatro<br />
meses en Madrid, de la mano de la Fundación Autor de la SGAE.<br />
En el siguiente enlace de Vimeo (https://vimeo.com/155523054), se<br />
puede ver el corto y escuchar la interpretación de su nueva banda sonora para<br />
“La cerillera”, corto de animación de Disney (año 2006) que en su versión<br />
original lleva música de A. Borodin.<br />
Página67<br />
La composición de Vázquez Minguito, según sus propias palabras, se ha<br />
realizado como un traje a medida, mediante un seguimiento pormenorizado de<br />
las imágenes, optando por una composición para orquesta y pasajes con coro,<br />
interpretados nota a nota con sonidos sampleados y teclados.<br />
Otra muestra de la iniciativa aludida es un fragmento de seis minutos de<br />
la película “El maestro de esgrima” (https://vimeo.com/156872497), con<br />
unos registros de composición más arriesgados que los empleados en el corto<br />
de Disney, musicalizando, al contrario que el gran Pepe Nieto, autor de la<br />
banda sonora original y ganador del Goya correspondiente en 1993, la escena<br />
de lucha que aparece en el film, tarea de una complejidad más que notable.
Página68
[Carpeta de Isaac Montoya]<br />
Por Estela Rojo Hernández<br />
Página69
ISAAC MONTOYA<br />
“El arte para mí es una necesidad de expresión. Todos tenemos la necesidad de expresarnos y cada<br />
uno busca la forma más efectiva. En mi caso siempre me he sentido cómodo haciéndolo a través de la<br />
imagen. El arte es para mí una forma de comunicación y también de dar un testimonio que pueda ser<br />
compartido por los demás, incluso en el futuro. A través del arte conocemos el pensamiento, las emociones,<br />
la visión de cada sociedad, de cada época. Todo a través del artista que recoge toda esa información<br />
compartida y la deja plasmada en la obra.” (Isaac Montoya)<br />
Los orígenes de Isaac Montoya están<br />
ligados a nuestra ciudad desde 1963, año de<br />
su nacimiento, y aunque su trayectoria<br />
artística y personal le ha llevado a residir en<br />
Alicante, su vínculo con ella permanece<br />
intacto. Muestra de ese lazo invisible es la<br />
aparición de algunos de los símbolos de<br />
Burgos, como su catedral, en varias de sus<br />
obras a lo largo de su carrera.<br />
Página70<br />
Autorretrato como presidente, 2003<br />
Sus inquietudes artísticas le llevaron a Bilbao donde comenzó su formación en la facultad de Bellas<br />
Artes aunque finalmente será Madrid quien acabará acogiéndole en sus últimos años de universidad,<br />
licenciándose como alumno de la Complutense.<br />
Si bien fue la pintura la disciplina en<br />
la que dio sus primeros pasos, su interés por<br />
el mundo de la imagen digital supuso muy<br />
pronto una fuerte influencia. La aborda en su<br />
propuesta artística mediante el uso de las<br />
nuevas tecnologías, campo que le ha<br />
aportado un sin fin de posibilidades,<br />
abarcando desde el mundo de la fotografía<br />
digital al videoarte, convirtiéndose en pilares<br />
de su experimentación.<br />
Catedral destruida. Pintura y piedras, Burgos 1989
“Sobre el mundo digital y las nuevas tecnologías me interesan sus nuevas posibilidades de<br />
expresión. Forman parte además de la realidad contemporánea y están al alcance de todos. La tecnología<br />
no es algo inaccesible, al contrario, interesa a todo el mundo. Y el arte, como es lógico, también está sobre<br />
su influencia, como ha sido reflejo también en otras épocas de los avances tecnológicos.”<br />
La fascinación por el mundo de la comunicación y de la estética de lo visual se fue traduciendo en<br />
un trabajo en el que ha investigado sobre los puntos de conexión entre la imagen pictórica y las imágenes<br />
de los medios de comunicación de masas. Analizando todas las potencialidades que los nuevos medios<br />
proporcionan a la hora de capitalizar nuestra forma de mirar.<br />
Parámetros como el juego, la seducción, la belleza, el mundo del espectáculo, la dualidad<br />
realidad/arte, cuestiones sobre el género, el drama y el éxito son temas presentes en sus trabajos,<br />
siempre en busca de una reflexión crítica.<br />
Ya en 1987, junto al artista Ricardo Blackman, fundó el Colectivo Burgueses cuya estrategia artística<br />
abordaba el propio sistema de la publicidad, con la intención de generar una crítica mordaz sobre sus<br />
mecanismos en nuestra sociedad ideando todo tipo de soportes que iban desde carteles a pegatinas,<br />
boletos de lotería, etc.<br />
En la década de los 90 Montoya inicia una línea de trabajo que ha continuado hasta la actualidad<br />
donde juega con la creación de identidades ficticias. Parte en un inicio de recursos como el travestismo<br />
utilizando su propio autorretrato dando origen al proyecto "ISA Montoya". Este personaje, siguiendo la<br />
estética de las revistas del corazón y bajo sus propias estrategias, refleja toda una identidad en torno al<br />
mundo del arte, el éxito y los estereotipos. El artista convierte las "reflexiones" de este alter ego en<br />
verdaderos tópicos con los que adoctrinar a los lectores ávidos de nuevas celebrities. Isa era una estrella<br />
del mundo del arte, seductora, famosa, sexy, que sabía cómo utilizar sus "armas" para atrapar al público en<br />
su mundo de glamour. Una mordaz parodia de la realidad y del contexto artístico.<br />
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En este proceso de apropiación ficticia surge en 1996 otra de sus propuestas más mediáticas<br />
"Sonia La Mur". Con este nuevo rol da un paso más. Aquí es la propia creación artística la que reflejará las<br />
delgadas líneas entre lo real y la ficción en nuestra sociedad. Sonia es ficción pero ideada con fragmentos<br />
de realidad, de esa que se construye con estereotipos, con medidas imposibles y cirugías a la altura de<br />
los deseos de todos aquellos que sueñen con esa irrealidad de cuerpos perfectos y bellezas vacuas. En una<br />
de sus acciones Sonia La Mur se introduce como una candidata más en un conocido concurso de belleza<br />
de una revista masculina, siendo seleccionada como finalista. Todo este proceso es registrado por<br />
Montoya como fiel reflejo de la necesidad de consumir la "imagen femenina" como un producto más sin<br />
reparar en la veracidad de la propia identidad, más allá de un cuerpo que cumple estratégicamente los<br />
cánones impuestos.<br />
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Vecinitas, Revista FHM 2005<br />
Esta exploración sobre los medios de comunicación, la publicidad, la belleza, el consumo de<br />
información sin filtro y la "estetización del drama y la violencia" se muestra en las obras de Isaac como un<br />
territorio frívolo e inestable. Un territorio por otro lado cargado de intencionalidad pretendidamente<br />
oculta, que busca ante todo dispersar nuestra atención de las cuestiones realmente importantes en busca<br />
de una "anestesia" visual generando un consumidor pasivo.<br />
Series como “Los siete errores” nos muestran<br />
manipulaciones de imágenes que él mismo toma de los<br />
medios informativos y se limita a teatralizar bajo una<br />
estética occidental contaminada por contextos como el<br />
cine y la publicidad.<br />
Basado en hechos reales (Afganistán), 2004
El artista juega con las propias armas del sistema, incluso generando sus propios procedimientos.<br />
Algunas de sus obras funcionan como dispositivos que el espectador debe de poner en marcha<br />
convirtiéndose en el elemento activador. Es el público quien desvela los mecanismos que le permiten<br />
acceder a toda la información visual que el artista plantea como una suerte de realidades ocultas. "Filtros<br />
fantasmas" así define el juego de superposición de imágenes ubicadas en canales paralelos, una de ellas<br />
actúa como imagen "presa" atractiva, seductora y tras ella se desvela una realidad menos amable. Palabras<br />
sin razones.<br />
Palabras sin Razones, 2006. Exposición en el Museo CAB de Burgos. / Excitación, 2005<br />
Página73<br />
Gran parte de sus trabajos están marcados por el uso del fotomontaje. A través de ellos cuestiona<br />
de nuevo la veracidad de las imágenes. Nos enfrentan a la necesidad de no dejarnos llevar por lo<br />
inmediato, un intento de aproximación a otra verdad. Él busca provocarnos esa duda sobre el uso de las<br />
imágenes, las cuales, en el ámbito informativo, nunca son inocentes, detrás de cada mensaje hay una<br />
intencionalidad a veces oculta bajo sofisticados sistemas.<br />
Montoya manipula, deconstruye y rehace y así propone desvelar esas realidades incómodas. Nos<br />
invita a hacernos preguntas a cuestionarnos la información, a poner en evidencia esa estetización del<br />
drama y la catástrofe. Y lo hace con imágenes poderosas, como las de las serie “Odios encadenados”, que<br />
aluden a la Guerra de<br />
Irak y el 11S, con piezas<br />
como "Destrucción<br />
sobre destrucción" o<br />
“Triunfo de la Libertad”<br />
relatando otras consecuencias<br />
colaterales de los<br />
sucesos.<br />
Destrucción sobre destrucción,<br />
2003
En la actualidad se encuentra inmerso en varios proyectos simultáneamente: un trabajo en vídeo,<br />
una instalación de gran formato, varias series fotográficas y dibujos digitales.<br />
“Todos estos trabajos están enmarcados en el contexto de nuestra actualidad, el desequilibrio<br />
económico, las nuevas estructuras sociales, la instrumentalización del poder…”<br />
Una de estas últimas obras,<br />
“Tsunami rojo” (https://vimeo.com/146544378)<br />
que pudo verse en el Matadero de<br />
Madrid, en Summa Art Fair,<br />
contiene escenas de Burgos,<br />
Alicante y Madrid para mostrar el<br />
impacto de la crisis en las ciudades<br />
que le son más próximas.<br />
Tsunami rojo (Madrid), 2012<br />
El arte es la forma que le damos al mundo para encontrarle un sentido”, y por eso merece una reflexión<br />
importante, porque todas las sociedades se configuran a través del arte y muestran sus inquietudes y su visión del<br />
mundo “.<br />
Página74<br />
El trabajo de Isaac Montoya es comprometido, inquietante, seductor y tremendamente crítico. Un<br />
artista que ha forjado un personal universo estético donde atrapar al espectador, y cuyas obras<br />
permanecen en nuestra retina como ineludibles llamadas de atención sobre el mundo en el que vivimos y<br />
las sociedades que estamos construyendo.<br />
*Todas las imágenes están tomadas de la página web del artista.<br />
PARA SABER MÁS:<br />
www.isaacmontoya.com - Web del artista<br />
http://www.sonialamur.com/<br />
https://susetsanchez.wordpress.com/entrevistas/isaac-montoya/
Soneto para peces<br />
Con no empezar, asunto terminado<br />
si de hablar bien de la bondad se trata.<br />
La bondad o es callada, o se delata<br />
como falsa. Es el cebo que el pescado<br />
se traga ansiosamente, descuidado<br />
el sentido común; la hoja de lata<br />
que, ínsita en el anzuelo, lo constata,<br />
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bajo llave, en aceite amortajado.<br />
¿Por qué estará tan pez la pobre gente,<br />
que, a la bondad, mentida en papeleta<br />
de pescador, acude en masa, urgente,<br />
en pos de un edén rojo, azul, violeta…?<br />
Mal con los pelicortos. ¿Doblemente<br />
cuando Mao se corte la coleta?<br />
José María Izarra