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Culdbura nº 3

Revista cultural online de Burgos (ES)

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- Bien lo sabes, gañan. Llevaba varios años trabajando en La Galatea, entre 1581 y<br />

1583. La novela pasó la censura el 1 de febrero de 1584, cuatro meses después de que<br />

mi editor, Blas de Robles me pagara 1336 reales por los derechos de autor del<br />

manuscrito. La publiqué en Alcalá de Henares en 1585. Mi editor creía que se vendería, ya<br />

que entonces gustaba el género pastoril, y así fue, aunque modestamente. Yo, por mi<br />

parte, reconozco que falte a mi palabra. La Galatea apareció dividida en seis libros y en<br />

calidad de “primera parte”. Toda mi vida pasé prometiendo su continuación.<br />

-Y entonces, vuelta Sevilla. Comisario real de cereales y aceite. No suena mal el<br />

título si sólo fuera trabajo, pero, señor, creo que a vos tampoco os trajo beneficio.<br />

-Sí, entre 1587 y 1600 me fui a vivir Sevilla. A vivir y a sufrir por esas tierras de<br />

Andalucía: Écija, Espejo, Castro del Río, Córdoba, Cabra, La Rambla... No sé, me cansa<br />

recordar. Yo creía en nuestro rey, en el valor de nuestros hombres y el poder de la<br />

Armada Invencible. Mejor te relato mi entremés El juez de los divorcios: “...con una vara<br />

en las manos, y sobre una mula de alquiler pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas<br />

que le acompañe (...); sus alforjitas a las ancas, en la una un cuello y una camisa, y en la<br />

otra su medio queso, y su pan y su bota...”.<br />

-Y, entonces, el desastre...<br />

-Tú lo dices. En agosto de 1588 nuestra Armada Invencible fue deshecha. Y mi vida<br />

entró en otro periodo de desgracia. En 1590 solicité un empleo en las Indias. “Busque por<br />

acá en qué se le haga merced”, me contestaron. En 1592 un corregidor de Écija, so<br />

pretexto de que había vendido trescientas fanegas de trigo sin permiso, me encarceló en<br />

Castro del Río. Apelé y fui liberado. Después fue peor. Fui excomulgado por la Iglesia a<br />

acusa de unos embargos eclesiásticos, y luego me estafó un banquero de Sevilla. Estuve<br />

en la cárcel Real de esa capital tres meses del año 1597. Seguramente entonces empecé<br />

engendrar el Quijote. Te puedo resumir estos años en una frase: “Muchos años ha que es<br />

grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos”.<br />

Página12<br />

-¡Ea, ea!, don Miguel, que no diga la posteridad que el mejor escritor que nunca<br />

viera España se dejó vencer por la adversidad, de la que tantas veces fue compañero.<br />

-Si la adversidad me acompañó, no es menos cierto que el destino me premió con<br />

algunas lisonjas literarias, aunque debo decir que “todos aquellos libros son cosas soñadas<br />

y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no de verdad alguna...”<br />

-¿Es cierto que en 1584 en Madrid, Lope de Vega y vos, señor, estáis en relación<br />

con la compañía de un tal Jerónimo Velázquez?<br />

-Cierto, cachidiablo metomentodo. Lope, por cierto, tenía quince años menos que<br />

yo, y los dos cortejábamos a bellas damas: Lope a Elena de Osorio y yo estaba prendado<br />

de Ana de Rojas. Yo apreciaba a Lope, y nunca traté de entablar lances literarios con él, y<br />

menos con su espada; él, no sé por qué no me soportaba. El poema con el que comienzas<br />

estas palabras mías, tuvo por su parte esta contestación: “Yo no sé, ni sé si eres<br />

Cervantes -me escribió- sólo digo que es Lope Apolo, y tú, brisón de su carroza y puerco<br />

en pie”<br />

Don Miguel de Cervantes Saavedra queda en silencio, postrado no sé si de dolor o<br />

de esfuerzo. Abro un ventanuco de la habitación y veo que el día florece en un hermoso<br />

amanecer, todavía rojizo de la luz del alba. Descorro una pesada cortina de paño azul y

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