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Culdbura nº 3

Revista cultural online de Burgos (ES)

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de oro. Las camareras sirvieron pastelitos<br />

de crema coronados por petunias de<br />

mazapán: los pastelitos que se le<br />

aparecían a la señora Laurie en sus<br />

ensoñaciones sobre el paraíso. Como<br />

eslógico, alargó unos dedos ávidos hacia<br />

la bandeja.<br />

—No deberías hacer eso, querida<br />

—chistó, rápida y autoritaria, la gárgola.<br />

—¿Tú crees? Tienen una pinta<br />

estupenda... sólo comeré uno. Uno<br />

pequeño –ofreció esperanzadamente la<br />

señora Laurie.<br />

—Sinceramente, las dos sabemos<br />

que tú sabes que no te conviene y que te<br />

subirá el azúcar —siseó un final<br />

escandalosamente amenazador.<br />

—Si son casi nada... —susurró la<br />

anciana—. ¿Y qué va a decir Marie, que<br />

me ha invitado? Si no como ni uno, se va<br />

a creer que se ha gastado el dinero en<br />

balde.<br />

—Sabes que no debes hacerlo; no<br />

podrás detenerte después del primero,<br />

eres débil y te pondrás como una cerda<br />

delante de todas tus amigas... Emma,<br />

que nos conocemos... —ahora el tono<br />

malévolo le babeó por el pico, torcido con<br />

una sonrisa maloliente.<br />

—Pues me apetece —se opuso,<br />

chulesca, la señora Laurie, y con una<br />

hábil maniobra se zampó el pastelito.<br />

—¡Estúpida! ¡Glotona! ¡Todos te<br />

miran pasmados de que puedas estar tan<br />

gorda, y aún comes más! ¡No eres capaz<br />

de seguir ni una sola de tus propias<br />

reglas! —explotó la gárgola; de pura<br />

rabia comenzó a arrancar mechones<br />

enteros de la cabellera rizada de la<br />

señora Laurie y siguió gritándole y<br />

humillándola en público, mientras le<br />

arreaba picotazo tras picotazo, hasta que<br />

la pobre mujer, envuelta en llantos e<br />

hipidos, corrió al baño a vomitar los<br />

tristes restos del pastel y después<br />

escapó, casi asfixiada de vergüenza, del<br />

local, dejando a sus amigas perplejas.<br />

Nadie, ni de sus próximos ni de<br />

sus conocidos, volvió a mencionar el<br />

incidente. La venganza de la gárgola<br />

furiosa se perpetuaba días y días en la<br />

soledad de la cocina. “Limpia eso, sucia”.<br />

“Sí”, obedecía la señora Laurie con un<br />

hilillo de voz. “Nadie te soporta, puerca,<br />

zampona, torpe; menudo espectáculo<br />

diste; no volverán a llamarte”. “No”,<br />

respondía entre lágrimas la señora<br />

Laurie, suplicando para sus adentros que<br />

la terrible perseguidora se calmara y<br />

descansase. Durante las reprimendas<br />

infinitas, sentía que iba a estallar de<br />

pánico, cuando el agrio sonsonete<br />

indesmayable se explayaba hora tras<br />

hora en sus insultos, sus órdenes y sus<br />

premoniciones de desastres. La oronda<br />

gárgola conocía y llevaba el recuento de<br />

cada uno de sus errores pasados; nada la<br />

complacía tanto como “desenrollar el<br />

rollo” y cantarle las letanías.<br />

Pero otras veces, curiosamente,<br />

podía transformarse en una amable<br />

compañera, que piaba blandísimos<br />

consuelos en su oído, halagándola con su<br />

sabiduría y su incomparable memoria —<br />

ambas, muy útiles para la señora Laurie,<br />

quien, desde su infancia, se había<br />

portado como una chiquilla olvidadiza y<br />

poco observadora. Además, la había<br />

salvado de algunos peligros... sí, estaba<br />

muy segura de que, sin su avispada<br />

gárgola, no habría podido adivinar las<br />

intenciones ocultas y resbaladizas de<br />

mucha gente que la había odiado o<br />

engañado. Incluso, la embargaba un<br />

orgullo goloso al verla esponjar las<br />

longuilíneas plumas irisadas de turquesa<br />

y gris, estirar el pescuezo y gorjear con el<br />

pico entreabierto como un pollito, cuando<br />

paseaban juntas al atardecer y se<br />

arrullaban con novedades la una a la<br />

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