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Culdbura nº 3

Revista cultural online de Burgos (ES)

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otra. ¡Ah...! ¡Qué felicidad compartir esos<br />

cotilleos, para anticiparse a los envidiosos<br />

y a los tontos! La señora Laurie casi<br />

nunca se daba cuenta de los<br />

pensamientos ajenos, pero la gárgola...<br />

¡la gárgola era muy lista! A pesar de que<br />

Emma estaba acostumbrada a que ni una<br />

de las circunstancias de su existencia<br />

quedara a salvo de la inquina y la<br />

agudeza del pájaro, había un detalle en el<br />

que aún le molestaba que hurgase con<br />

sus discursos: el señor Miller. El señor<br />

Miller ocupaba una pequeña parte entre<br />

sus posesiones: concretamente, el<br />

interior de una caja rectangular decorada<br />

con espejuelos y bordaduras indias; pero<br />

en sus pensamientos llenaba varios<br />

armarios roperos y se extendía a lo largo<br />

de infinitos tapices que destilaban figuras<br />

enigmáticas en sus sueños. El señor<br />

Miller y la señora Laurie se habían<br />

conocido cuando la gárgola, más<br />

jovencita y menos tripuda, le permitía a<br />

Emma caminar erguida, inclinando sólo el<br />

cuello y balanceando ligeramente una<br />

cadera para compensar: estas cualidades,<br />

junto a su corto cabello rubio, le daban,<br />

en aquel tiempo, un porte encantador y<br />

especial. Emma enloqueció de amor por<br />

el señor Miller, pero nunca se lo confesó,<br />

excepto con miradas ardientes. Él era<br />

también demasiado tímido, aunque<br />

detallista y amable; no se decidía a robar<br />

el beso que ella ansiaba fuera robado.<br />

¿Por qué Emma no se percató de eso?<br />

¿Por qué nunca tomó la iniciativa, en uno<br />

de aquellos días azules entre los<br />

manzanos? ¿Por qué, a pesar de que se<br />

estuvieron viendo con cierta regularidad<br />

durante diez años, y carteándose treinta<br />

y dos, no se atrevió a sincerarse alguna<br />

vez acerca de sus intensos y jamás<br />

olvidados sentimientos? Como<br />

sentenciaba de tanto en tanto la gárgola,<br />

despiojándose su plumaje de pavo real<br />

displicentemente (y en esto Emma<br />

coincidía con fervor), el señor Miller debía<br />

hacerlo primero y debía haberlo hecho en<br />

su momento. ¿Acaso no parecía que él le<br />

daba indicios, y acaso ella no le respondió<br />

con señales clarísimas? Si no las había<br />

tomado en cuenta, debía de ser porque<br />

Emma estaba amargamente equivocada<br />

en sus intuiciones, o bien —este<br />

pensamiento la obsesionaba y le<br />

escocía— porque no merecía retribución<br />

similar; por tanto, la gárgola y ella<br />

concluyeron que convenía más, para la<br />

seguridad de su corazón, permanecer a la<br />

espera, en un penumbroso silencio<br />

infestado de palabras podridas. Ni el beso<br />

ni la declaración de amor se produjeron<br />

jamás. Por otra parte, después ya no<br />

hubiera sido decoroso, a causa del señor<br />

Laurie, que precisamente entraba por la<br />

puerta en ese instante, cargado de<br />

berenjenas. El señor Laurie había sido un<br />

novio fiable y un buen esposo. Incluso,<br />

un esposo ejemplar. No discutían,<br />

prácticamente. Pasaba las mañanas en su<br />

despacho, sin molestar, y comía sin<br />

escupir fragmentos alimenticios. En<br />

conjunto, Emma experimentaba gratitud<br />

por su vida en común: una vida tranquila,<br />

con pocas expectativas, pero muy<br />

manejable. Si de tarde en tarde dejaba<br />

que sensuales monstruos con el rostro<br />

del señor Miller asaltaran sus pesadillas,<br />

la cruel gárgola los reprimía con prolijos<br />

sermones y picotazos que le quitaban las<br />

ganas de repetir.<br />

El señor Laurie murió un invierno<br />

lluvioso, en que la calle, delante de la<br />

puerta pintada de rojo, se había<br />

convertido en un cenagal. Hubo que<br />

llevarlo chapoteando a enterrar en el<br />

estrecho cementerio, que, por suerte, se<br />

encontraba a distancia de un relajado<br />

paseo de Park Lane; su esposa se<br />

encargó de saturar la losa con ramos de<br />

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