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El Deseado de Todas las Gentes E. G. White [Nueva Edicion]

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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<strong>de</strong>spedazarlos. De sus cuerpos colgaban trozos <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas que habían roto al escapar <strong>de</strong> sus<br />

prisiones. Sus carnes estaban <strong>de</strong>sgarradas y sangrientas don<strong>de</strong> se habían cortado con piedras<br />

agudas. A través <strong>de</strong> su largo y enmarañado cabello, fulguraban sus ojos; y la misma apariencia <strong>de</strong><br />

la humanidad parecía haber sido borrada por los <strong>de</strong>monios que los poseían, <strong>de</strong> modo que se<br />

asemejaban más a fieras que a hombres. Los discípulos y sus compañeros huyeron aterrorizados;<br />

pero al rato notaron que Jesús no estaba con ellos y se volvieron para buscarle. Allí estaba don<strong>de</strong><br />

le habían <strong>de</strong>jado.<br />

<strong>El</strong> que había calmado la tempestad, que antes había arrostrado y vencido a Satanás, no huyó <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> esos <strong>de</strong>monios. Cuando los hombres, crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se<br />

acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había or<strong>de</strong>nado a <strong>las</strong> o<strong>las</strong> que se calmasen, y los<br />

hombres no pudieron acercarse más. Estaban <strong>de</strong> pie, furiosos, pero impotentes <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Con<br />

autoridad or<strong>de</strong>nó a los espíritus inmundos que saliesen. Sus palabras penetraron <strong>las</strong> obscurecidas<br />

mentes <strong>de</strong> los <strong>de</strong>safortunados. Vagamente, se dieron cuenta <strong>de</strong> que estaban cerca <strong>de</strong> alguien que<br />

podía salvarlos <strong>de</strong> los atormentadores <strong>de</strong>monios. Cayeron a los pies <strong>de</strong>l Salvador para adorarle;<br />

pero cuando sus labios se abrieron para pedirle misericordia, los <strong>de</strong>monios hablaron por su medio<br />

clamando vehementemente: "¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo <strong>de</strong>l Dios Altísimo? Te conjuro por<br />

Dios que no me atormentes." Jesús preguntó: "¿Cómo te llamas?" Y la respuesta fue: "Legión me<br />

llamo; porque somos muchos."<br />

Empleando a aquellos hombres afligidos como medios <strong>de</strong> comunicación, rogaron a Jesús que no<br />

los mandase fuera <strong>de</strong>l país. En la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> una montaña no muy distante pacía una gran piara <strong>de</strong><br />

cerdos. Los <strong>de</strong>monios pidieron que se les permitiese entrar en ellos, y Jesús se lo concedió.<br />

Inmediatamente el pánico se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> la piara. Echó a correr <strong>de</strong>senfrenadamente por el<br />

acantilado, y sin po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>tenerse en la orilla, se arrojó al lago, don<strong>de</strong> pereció. Mientras tanto, un<br />

cambio maravilloso se había verificado en los en<strong>de</strong>moniados. Había amanecido en sus mentes. Sus<br />

ojos brillaban <strong>de</strong> inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo <strong>de</strong>formados a la imagen <strong>de</strong> Satanás,<br />

se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron <strong>las</strong> manos manchadas <strong>de</strong> sangre, y con<br />

alegres voces los hombres alabaron a Dios por su liberación. Des<strong>de</strong> el acantilado, los cuidadores<br />

<strong>de</strong> los cerdos habían visto todo lo que había sucedido, y se apresuraron a ir a publicar <strong>las</strong> nuevas a<br />

sus amos y a toda la gente. Llena <strong>de</strong> temor y asombro, la población acudió al encuentro <strong>de</strong> Jesús.<br />

Los dos en<strong>de</strong>moniados habían sido el terror <strong>de</strong> toda la región. Para nadie era seguro pasar por<br />

don<strong>de</strong> ellos se hallaban, porque se abalanzaban sobre cada viajero con furia <strong>de</strong>moníaca. Ahora<br />

estos hombres estaban vestidos y en su sano juicio, sentados a los pies <strong>de</strong> Jesús, escuchando sus<br />

palabras y glorificando el nombre <strong>de</strong> Aquel que los había sanado. Pero la gente que contemplaba<br />

esta maravillosa escena no se regocijó. La pérdida <strong>de</strong> los cerdos le parecía <strong>de</strong> mayor importancia<br />

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