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El Deseado de Todas las Gentes E. G. White [Nueva Edicion]

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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Estremeciéndose, recordaron cómo Hero<strong>de</strong>s había tratado <strong>de</strong> <strong>de</strong>struirle en su infancia. Sombríos<br />

presentimientos llenaron sus corazones; y se hizo cada uno amargos reproches. Volviendo a<br />

Jerusalén, prosiguieron su búsqueda. Al día siguiente, mientras andaban entre los adoradores <strong>de</strong>l<br />

templo, una voz familiar les llamó la atención. No podían equivocarse; no había otra voz como la<br />

suya, tan seria y ferviente, aunque tan melodiosa. En la escuela <strong>de</strong> los rabinos, encontraron a Jesús.<br />

Aunque llenos <strong>de</strong> regocijo, no podían olvidar su pesar y ansiedad. Cuando estuvo otra vez reunido<br />

con ellos, la madre le dijo, con palabras que implicaban un reproche: "Hijo, ¿Por qué nos has hecho<br />

así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con dolor."<br />

"¿Por qué me buscabais? -contestó Jesús.- “¿No sabíais que en los negocios <strong>de</strong> mi Padre me<br />

conviene estar?"<br />

Y como no parecían compren<strong>de</strong>r sus palabras, él señaló hacia arriba. En su rostro había una luz<br />

que los admiraba. La divinidad fulguraba a través <strong>de</strong> la humanidad. Al hallarle en el templo, habían<br />

escuchado lo que sucedía entre él y los rabinos, y se habían asombrado <strong>de</strong> sus preguntas y<br />

respuestas. Sus palabras <strong>de</strong>spertaron en ellos pensamientos que nunca habrían <strong>de</strong> olvidarse. Y la<br />

pregunta que les dirigiera encerraba una lección. " ¿No sabíais --les dijo--que en los negocios <strong>de</strong><br />

mi Padre me conviene estar?" Jesús estaba empeñado en la obra que había venido a hacer en el<br />

mundo; pero José y María habían <strong>de</strong>scuidado la suya. Dios les había conferido mucha honra al<br />

confiarles a su Hijo. Los santos ángeles habían dirigido los pasos <strong>de</strong> José a fin <strong>de</strong> conservar la vida<br />

<strong>de</strong> Jesús. Pero durante 61 un día entero habían perdido <strong>de</strong> vista a Aquel que no <strong>de</strong>bían haber<br />

olvidado un momento. Y al quedar aliviada su ansiedad, no se habían censurado a sí mismos, sino<br />

que le habían echado la culpa a él. Era natural que los padres <strong>de</strong> Jesús le consi<strong>de</strong>rasen como su<br />

propio hijo. <strong>El</strong> estaba diariamente con ellos; en muchos respectos su vida era igual a la <strong>de</strong> los otros<br />

niños, y les era difícil compren<strong>de</strong>r que era el Hijo <strong>de</strong> Dios. Corrían el peligro <strong>de</strong> no apreciar la<br />

bendición que se les concedía con la presencia <strong>de</strong>l Re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong>l mundo. <strong>El</strong> pesar <strong>de</strong> verse separados<br />

<strong>de</strong> él, y el suave reproche que sus palabras implicaban, estaban <strong>de</strong>stinados a hacerles ver el carácter<br />

sagrado <strong>de</strong> su cometido.<br />

En la respuesta que dio a su madre, Jesús <strong>de</strong>mostró por primera vez que comprendía su relación<br />

con Dios. Antes <strong>de</strong> su nacimiento, el ángel había dicho a María: "Este será gran<strong>de</strong>, y será llamado<br />

Hijo <strong>de</strong>l Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono <strong>de</strong> David su padre: y reinará en la casa <strong>de</strong> Jacob<br />

por siempre."* María había pon<strong>de</strong>rado estas palabras en su corazón; sin embargo, aunque creía<br />

que su hijo había <strong>de</strong> ser el Mesías <strong>de</strong> Israel, no comprendía su misión. En esta ocasión, no entendió<br />

sus palabras; pero sabía que había negado que fuera hijo <strong>de</strong> José y se había <strong>de</strong>clarado Hijo <strong>de</strong> Dios.<br />

Jesús no ignoraba su relación con sus padres terrenales. Des<strong>de</strong> Jerusalén volvió a casa con ellos, y<br />

les ayudó en su vida <strong>de</strong> trabajo. Ocultó en su corazón el misterio <strong>de</strong> su misión, esperando sumiso<br />

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