Revista de prueba servidor

Al siguiente día, a la salida del sol, la
bruma asombra y el calor agota las fuerzas.
Es así como llego a la taquilla del recinto de
las ruinas de la ciudad de Angkor, donde una
multitud de gente se aglomera. Huyo de los
chinos y rusos ruidosos, irrespetuosos, molestos.
Me infiltro entonces en el grandioso Angkor
Wat, rodeado por su foso de agua. Penetro por
la parte trasera, esquivando la masa de turistas,
y navego llevado por el ritmo de ese fascinante
edificio de piedra decorado por las figuras de
apsaras y budas. El bajo e interminable relieve,
de 2 km, se extiende a lo largo del muro externo
representando batallas, reyes, cultivo de campo,
bailes y dioses. La torre central simboliza el
místico monte Meru –la montaña sagrada en
el centro del universo –, hogar del dios Vishnu,
rey de la mitología hindú. Ésta, se encuentra
rodeada por galerías que lucen cuatro torres en
las esquinas y tres niveles.
Me impacto aún más con la elegancia
de las esculturas que adornan sus muros y su
belleza perfecta, con detalles que testiguan la
habilidad de los artesanos que realizaron ese
monumental edificio. La fábula del pasado
glorioso en el siglo XII habita en mi mente. Éste,
es un espacio construido por el rey Suryavarman
II, destinado a ser mausoleo y templos. Ya
entrado a la historia, es fácil imaginarse los
monjes vestidos de color naranja paseando por
los pasillos, así como a los fieles que depositan
ofrendas a los dioses y a Buda.
El agua que rodea la muralla refleja el
puente de piedra, las ruinas se miran en el
estanque para asegurarse de su grandeza y mi
mente vaga en el tiempo; pues Angkor Wat es
un tesoro de la humanidad.
El calor infiltra la selva, olvido la intrusión
de los turistas y alcanzo Angkor Thom (la gran
ciudad), después de pasar por la puerta sur,
bajo una torre en forma de cuatro cabezas de
Buda que sonríen hacia el pasado. El puente
adornado de guardianes de piedra, me acerca a
esa entrada monumental de la ciudad del rey.
Me dejo fascinar por el templo del
Bayon, un santuario enigmático edificado con
54 torres adornadas de 216 caras sonrientes
de Avalokiteshvara (el señor que mira hacia
abajo o Buda de la compasión); un personaje
que inventa un entorno mágico, enigmático y
feliz, en el cual me siento flotar en un nirvana
inventado por el mismo Buda.
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