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SOCIEDAD<br />
Un ejemplo patético en esta materia era el<br />
Centro Bancario y de servicios, ambos alojados<br />
en calle 50 y áreas aledañas. Estos eran dos<br />
escenarios en los cuales un segmento de la<br />
sociedad panameña, virtualmente, desaparecía,<br />
como si su existencia real en el país se tratara<br />
de la inventiva de alguien o, más aún, de una<br />
suerte de fantasía colectiva. En el corazón del<br />
Centro Financiero la policromía étnica, de la que<br />
hablábamos al inicio de estas notas, adquiría un<br />
semblante demasiado “nórdico”, situación que<br />
hacía pensar que se trataba de otro país, distinto<br />
al nuestro. Por supuesto, ello iba a contrapelo de<br />
la real composición étnica de la nación. Lo que<br />
allí se experimentaba, en términos del personal<br />
femenino responsable de la atención al público,<br />
no correspondía con las panameñas que vemos<br />
regularmente, en nuestras avenidas.<br />
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Por años, había sostenido, que una mirada,<br />
aunque fuese furtiva, a los emporios de vidrio,<br />
alfombra y mármol construidos por centenares<br />
de empresas en el Centro Bancario, obliga a una<br />
reflexión sobre los criterios que se utilizan (o<br />
utilizaban) por esos lares para emplear al personal,<br />
y cómo los mismos arrojan, como resultado,<br />
un panorama falto de matices, eurocéntrico,<br />
que desconoce la rica multiplicidad racial que<br />
nos distingue del resto del continente y que<br />
constituye una de nuestras fortalezas en tanto<br />
esa diversidad ha producido una acumulación<br />
histórica y cultural constitutiva de nuestra identidad<br />
nacional, o lo que hemos dado en llamar: lo<br />
panameño.<br />
En ese mundo de las finanzas y los servicios<br />
concurrentes estaban palmariamente ausentes<br />
algunas panameñas; aquellas que vemos<br />
a diario en la calle. Las de allá son exageradamente<br />
rubias; y aquellas que no son, por lo<br />
menos intentan parecerlo. Son las preferidas de<br />
los gerentes. Eso lo saben perfectamente los<br />
responsables de los departamentos de recursos<br />
humanos, de modo que procuran determinados<br />
resultados en la selección de personal (porque<br />
no se crea, que es cosa del azar). Al cabo de un<br />
proceso revestido de una aparente objetividad<br />
de estos especialistas en la administración de<br />
personas, se produce un resultado final que<br />
no tiene casi nada que ver con lo que vivimos,<br />
todos los días, en nuestras calles y avenidas;<br />
surge una nueva especie que había dado en llamar:<br />
las panameñas “negreadas”; aquellas que<br />
existen en el país, más no en los Bancos, las compañías<br />
de seguros, las subsidiarias, los “off shores”,<br />
y todo el engranaje que opera en la Federico Boyd,<br />
la Manuel Espinosa Batista, Samuel Lewis, Marbella,<br />
Nuevo Campo Alegre y Obarrio.<br />
La panameñas “negreadas” son mujeres que, a pesar<br />
de poseer las cualificaciones académicas, técnicas<br />
y personales para laborar en el Centro Financiero<br />
y las grandes empresas privadas de servicios,<br />
propias de nuestra economía terciaria, no siempre<br />
encuentran espacio en este ámbito, acaso por lo de<br />
la “buena presencia”; el look, la imagen corporativa,<br />
o cualquiera de los prejuicios que pululan en la psiquis<br />
de los responsables de la selección de personal<br />
que allí se emplea. Es por ello que usted nunca veía<br />
en las fotografías que ilustran los grandes anuncios<br />
que despliegan esas empresas, a propósito<br />
de sus aniversarios o promociones publicitarias, o<br />
las gacetillas que informan sobre sus seminarios, a