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Edición Marzo 2017

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indias, negras o “cholas”. De vez en cuando, aparecían<br />

las descendencias asiáticas. Esas fotografías y tomas<br />

en la televisión resultaban extremadamente reveladoras<br />

de lo que estimaba, constituían prejuicios sólidamente<br />

arraigados en nuestra sociedad; ellas son (eran) elocuentes;<br />

“hablan”.<br />

Es de suponer que en esta era del leseferismo; de la<br />

desregulación de la economía y del mundo laboral, en<br />

fin, me atrevería a decir, de casi todo lo socialmente<br />

relevante en el planeta, puede ser como nadar contra<br />

la corriente el proponer que se impongan normas que<br />

regulen algunos aspectos superestructurales de ese<br />

vasto mundo que se ha dado en llamar: el mercado. No<br />

obstante soy de los que piensan que en medio de la<br />

euforia neoliberal que vive el mundo, el Estado aún tiene<br />

responsabilidades sociales, y una de ellas es garantizar<br />

a todos los ciudadanos condiciones de acceso a<br />

los bienes materiales y espirituales de la sociedad, en<br />

términos igualitarios.<br />

En ese sentido, y esto lo he señalado, en otras oportunidades,<br />

existe la urgente necesidad, en nuestro medio,<br />

de propugnar por políticas públicas encaminadas a velar<br />

por la real y efectiva participación de todos y todas,<br />

en el disfrute de los bienes sociales. Y si hay un bien<br />

social que reviste carácter existencial, ese es el trabajo.<br />

En consecuencia, a mi juicio, no sería un exceso propiciar<br />

la aprobación de normas en la esfera de la contratación<br />

de recursos humanos, de modo que el acceso<br />

a las fuentes de empleo no presente limitaciones de<br />

orden subjetivo que excluya de las mismas a un gran<br />

número de personas en vista de sus características<br />

somáticas. Se evitaría así, o por lo menos se reduciría,<br />

la reproducción de esa especie que he dado en llamar<br />

las panameñas “negreadas”; un engendro aberrante de<br />

nuestra sociedad que encuentra expresión exquisita en<br />

nuestro Centro Financiero y de servicios, y que contraría<br />

a las beldades que tanto llaman la atención en las calles<br />

de nuestra ciudad, y que constituyen una viva expresión<br />

de la diversidad étnica de nuestro país que, lamentablemente,<br />

no se refleja con suficiente amplitud en el<br />

empleo en “Calle 50”, y ahora Costa del Este, situación<br />

que estamos ética y moralmente obligados a cambiar,<br />

porque el negrear nunca ha sido bueno.<br />

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