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VENTANAL 50

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pero ya habrá tiempo de agradecer su amor y su sacrificio. Y<br />

es que estas palabras se las merecen los profesores. Desde el<br />

primero hasta al último, desde los que nos acompañarán a las<br />

mismísimas puertas de la universidad hasta los que ya se han<br />

ido y seguimos recordando. A todos ustedes, gracias. Gracias<br />

por enseñarnos a ponernos el abrigo, a leer, a escribir, a sumar,<br />

a restar, a convivir, y también a amar los libros, a resolver problemas,<br />

a ver la belleza en un verso, a entender la historia de<br />

nuestros padres y, si cabe, un poquito más el mundo, a creer<br />

en nuestras manos, a trabajar y a seguir trabajando, a amar el<br />

saber, a reverenciar el conocimiento, a pedir perdón y a sentir<br />

que pertenecemos a un mismo lugar. Gracias, por último, por<br />

querernos y por haceros merecedores de nuestro cariño. Ojalá<br />

algún día seamos capaces de honrar vuestra herencia. Sincera<br />

y humildemente, muchas gracias.<br />

AÑOS DE INFANTIL por Irene González Rodríguez<br />

y Jesús Pérez González<br />

Pulsemos el botón de la máquina del tiempo que nos lleva al<br />

10 de septiembre del 2002. Nuestra andadura comenzó para<br />

los más veteranos, hace quince años. Llegamos rodeados de<br />

nuestros padres, que serían ellos, mejor que nosotros, quienes<br />

se acuerden de este momento. Entramos en aquellas clases<br />

con olor a plastilina, decoradas con multitud de cartulinas en<br />

diferentes colores para diferenciar cual era nuestra percha o el<br />

autobús al que nos teníamos que subir, además de los chándales<br />

de repuesto por si alguien no llegaba a tiempo al baño.<br />

Pero de lo que no nos podemos olvidar es del famoso “rincón<br />

de pensar” del que ninguno de nosotros consiguió librarse. Al<br />

ritmo de Pili ChaChaChá recorríamos el patio en fila hasta llegar<br />

a la sala de ritmo.<br />

“Mi infancia son recuerdos<br />

de un patio de jesuitas...”<br />

El corralito que nosotros conocimos se encontraba en un<br />

estado más salvaje que el actual, era todo de arena y los juegos<br />

no eran tan sofisticados. Era común llevarse piedras y arena<br />

en los zapatos, como si de tesoros se tratase, que llevábamos<br />

a nuestras casas. Después del recreo del comedor, llegaba el<br />

momento más esperado, esas siestas con nuestros cojines personalizados<br />

apoyados sobre las mesas que nos dejaban como<br />

nuevos; pero admitámoslo, ninguno intentaba dormir. Y es que<br />

en estas aulas, en las que pasamos nuestros primeros años del<br />

colegio, aprendimos a leer, colorear sin salirnos de los bordes<br />

y a escribir nuestras primeras<br />

palabras junto<br />

con los compañeros que<br />

luego pasarían a formar<br />

parte de nuestros mejores<br />

amigos. Este patio<br />

nos ha visto caer, levantarnos,<br />

en definitiva,<br />

crecer como el garbanzo<br />

metido entre algodones<br />

dentro de un envase de<br />

yogurt, el cual regábamos<br />

todos los días.<br />

En Navidad, nos convertíamos<br />

en verdaderos<br />

actores representando<br />

pastores, estrellas, ángeles...<br />

acompañados con<br />

alguna risa de nuestros padres. En mayo, en increíbles bailarines,<br />

primero al ritmo de Grease, luego con un estilo más oriental<br />

al son de “chinito tú, chinito yo”, y para cerrar esta inolvidable<br />

etapa, de Quijotes y Dulcineas.<br />

Poco a poco fuimos dejando atrás la plastilina y los punzones,<br />

así como la emoción que suponía pasar del babi rojo al<br />

verde y del verde finalmente al azul.<br />

Aquellos lloros del primer día que nuestros padres aguantaron<br />

cuando no queríamos ir al colegio, hoy se convierten en<br />

lloros porque no queremos irnos, porque esta ha sido nuestra<br />

casa durante los últimos quince años y nos cuesta dejarla atrás.<br />

Pero sabed que ahora es un impulso para alcanzar lo que nos<br />

hemos propuesto. Y es que las cosas siguen, pero tú te vas.<br />

AÑOS DE PRIMARIA por Carmen Rodríguez<br />

Rodero y Miguel Ángel Cuba Gato<br />

Dijo una vez Walt Disney<br />

que “las ideas vienen<br />

de la curiosidad”; e<br />

incluso Albert Einstein<br />

admitió que él no tenía<br />

ningún talento especial,<br />

sino que simplemente<br />

era “apasionadamente<br />

curioso”. A la luz de los<br />

hechos, y sin ánimo de ir<br />

en contra del saber popular,<br />

parece que no fue<br />

precisamente la curiosidad<br />

lo que mató al gato y<br />

que quizá no solo la paciencia sea la madre de la ciencia.<br />

Y así, con aquellos ojos abiertos como platos que todo lo<br />

observaban temerosos de perderse el más nimio detalle, fruto<br />

inherente de un impetuoso afán por descubrir el porqué de las<br />

cosas y de esa capacidad de asombro que sólo las grandes<br />

mentes conservan una vez alcanzada la edad adulta, subimos<br />

al primer piso una mañana de un septiembre.<br />

A pesar de nuestra corta edad, estoy seguro de que a ninguno<br />

de nosotros se nos escapaba que aquello suponía una<br />

gran transformación. Quizá no estuviésemos en condiciones<br />

de imaginar que significaba nada menos que iniciar una nueva<br />

etapa, llena de retos y sorpresas, sonrisas y lágrimas, e incluso<br />

quién sabe si amores y desamores, pero sobre todo cargada de<br />

cosas por descubrir. Pero para nosotros, ya era suficiente con<br />

dejar atrás el babi, el corralito, y a nuestra querida profesora<br />

que ya no se volvería con una amplia sonrisa al tirar nosotros<br />

de su bata blanca. Y muy probablemente nos dimos de bruces<br />

con la realidad cuando entramos en la clase y vimos las sillas<br />

de madera y aquellos pupitres. ¡Qué clase más fea! ¿Dónde<br />

estaban las mesas redondas y las sillas de colores?<br />

No obstante, aunque quizá en parte forzados por las circunstancias,<br />

no tardamos en adaptarnos a aquel ambiente<br />

hasta entonces desconocido. Es cierto que había cosas que<br />

no habían cambiado: aquellas vocecillas que suplicaban “Profe,<br />

¿puedo ir al baño?”, a pesar de su dulzura, continuaban siendo<br />

igual de ineficaces, aún estaba de moda aquello de levantarse<br />

para “ir a corregir”, y se continuaban escuchando los famosos<br />

“vas a ir” y “me voy a chivar”. Pero poco a poco se fueron popularizando<br />

algunas novedades, como las excursiones masivas<br />

a la papelera con la excusa de “ir a afilar”, que, convertidas casi<br />

siempre en un pretexto para estirar las piernas y charlar con algún<br />

compañero, hacían comprender el amor de nuestros profesores<br />

por los conocidos “afilapuntas de depósito”; los partidos<br />

de fútbol con plastilina, las visitas al coto escolar, las revisiones<br />

del bucodental y aquel extraño y controvertido líquido rosa al<br />

que llamábamos “flúor” y que entre los “gourmets” contaba con<br />

“fans” y con detractores; los temidos cuadernos de caligrafía y<br />

En este trimestre<br />

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