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AguaTinta Nº27

La Locura - Agosto de 2017

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exclamaron con vehemencia, marcando mucho las R:<br />

“¡SOBRRRE NUESTROS PRRROPIOS ABRRRRIGOS!”. Los<br />

amantes huyeron y nuestra pareja de letones se esfumó<br />

con sus polutas ropas en la mano.<br />

La segunda historia se refiere a Rubén Azócar, gran<br />

escritor chileno, severo maestro de literatura y gramática,<br />

bella y perfecta imagen de un cacique mapuche con rasgos<br />

trazados a golpes de azuela, amigo de Pablo Neruda. Con<br />

esa férrea actitud, cabello tieso y cejas hirsutas, presidía en<br />

los 60 la mesa del Directorio de la Sociedad de Escritores,<br />

como si fuera un mascarón de proa en medio de la tormenta,<br />

absteniéndose de naufragar e imponiendo su efigie adusta<br />

de maestro. Así lo recuerdo a través de los años, desde mi<br />

visión de niño.<br />

Compartimos, querido Poli, el amor por este ser<br />

venerable que era Rubén Azócar. Tú tuviste la fortuna de<br />

compartir el directorio de la SECH en su mandato y nos<br />

contaste esta historia, con la que moríamos de ataques<br />

de convulsa risa. Eras el más joven miembro, casi un niño<br />

entre las respetables y vetustas autoridades –auténticos<br />

mariscales de la literatura– a quienes sin remilgos Azócar<br />

arengaba con nítidas y<br />

extensas explicaciones<br />

de corte pedagógico,<br />

con ojos llameantes<br />

y voz atronadora,<br />

para dar paso a<br />

la temida pregunta “¿Me comprende?”. Después de una<br />

furibunda pausa formativa agregaba: “¿O no ha entendido<br />

nada de lo que le he dicho?”.<br />

Hay que decir en su beneficio, que Rubén Azócar,<br />

ese maestro de rasgos duros y aspecto hosco era el más<br />

dulce, el más generoso y el más tierno de los viejos y<br />

queribles bohemios. Desde ese momento, se instituyó<br />

entre nosotros una frase secreta –que ahora deja de<br />

serlo– “¿me comprende?”, que puede ser continuada por<br />

la lapidaria fórmula: “¿o no entiende lo que le digo?”. De<br />

modo que podía ser utilizada en una conversación normal,<br />

adicionada a una idea más o menos obvia, aludiendo<br />

jocosamente a la falta de agudeza del otro: provocación,<br />

chiste o señal para los cofrades. También puede usarse en<br />

discursos, presentaciones de libros, hasta en ocasiones<br />

como ésta, ¿me comprende?<br />

La tercera involucra a Luis Enrique, a quien sabemos<br />

ya amante de los animales. Luis Enrique tenía en México un<br />

bello loro regalón, que era muy hermoso, me han referido.<br />

Vivía en los hombros de Luis Enrique, ese era su hábitat<br />

natural. Había aprendido una sola frase que repetía en<br />

ocasiones con curioso acierto. ¡ÁNDELE LICENCIADO!,<br />

pronunciada así, tal cual, con marcado acento mexicano.<br />

No había exhibido ningún otro talento nuestro loro, ni<br />

aprendido siquiera una tercera palabra.<br />

Hasta que ocurrió el milagro, Poli. Fuiste a visitar<br />

a tus padres una tarde y en medio de las interminables<br />

conversaciones, comenzaste a tamborilear en la mesa<br />

con los dedos un ritmo tropical. El loro puso atención,<br />

abandonó el hombro, descendió por<br />

el brazo de Luis Enrique e inició<br />

una compleja danza al ritmo de<br />

tus dedos, haciendo las delicias<br />

del improvisado público. Al final,<br />

como era de esperar, el ave exclamó<br />

triunfal, ¡ÁNDELE LICENCIADO!<br />

Como es natural, el improvisado<br />

número se convirtió en repertorio habitual. Sin embargo,<br />

el loro no bajaba si alguien diferente a ti, Poli, trataba de<br />

imitar el tamborileo. Y, más aun, cuando Luis Enrique<br />

intentaba tamborilear, el loro descendía para picotearlo<br />

con ferocidad, como para dejar claro que esto era entre él y<br />

tú, y que ni siquiera su amo podría pretender infringir esa<br />

regla inmanente.<br />

Una frase breve y certera para describir la vida de<br />

Poli Délano: un buen escritor y una buena persona. Un<br />

gran amigo, un guía ilustrado, un maestro generoso sin<br />

pretensiones didácticas, un brazo poderoso presto a brindar<br />

apoyo cuando se requiere. La humanidad omnipresente en<br />

su obra narrativa no es un artilugio intelectual, sino que<br />

el resultado de una sólida estructura personal, una opción<br />

construida desde la convicción profunda del valor del otro,<br />

la importancia de los demás por sobre la propia existencia.<br />

Cito para ti los versos finales de la Corona del<br />

archipiélago que Neruda escribió para Rubén Azócar:<br />

“tengo el as, tengo el dos, tengo el tres, pero faltas hermano,<br />

falta el rey con la risa y la rosa en la mano”.<br />

12 de agosto, 2017<br />

Ilustración de Marcelo Escobar<br />

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