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Excodra XXXVII: La violencia

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sos, de algún sitio salió la figura de un hombre altísimo y enfadadísimo<br />

que se quitó las gafas de sol para que viéramos sus ojos airados, llenos<br />

de rabia. ‘Eh, ladrones’, dijo, no ladronzuelos o algo parecido, no, ladrones.<br />

‘¿Dónde vivís? ¡Os voy a llevar a la Guardia Civil!’ No sabíamos<br />

defendernos, no podíamos imponernos, sólo teníamos diez años. Y en<br />

casa, mi madre rubricó la queja del hombre malhumorado con un bofetón<br />

–a mí– y una velada amenaza de expulsión a mi primo: ‘si llaman<br />

tus padres, les diré que tienes ganas de irte ya’. A la hora de comer, mi<br />

padre se enteró del incidente con todo el pormenor de que mi madre<br />

fue capaz. Sus párpados se abrieron casi con chirridos. Soltó la cuchara<br />

que estaba a punto de llevarse a la boca y me abarcó con la mirada<br />

como una medusa, pero no dijo nada. Dejó la comida a medias y se fue<br />

a la terraza a fumarse un “Rössli”. Cuando regresó al trabajo, no se oyó<br />

su habitual portazo, pero la corriente de aire que le sucedía llegó más<br />

fría que nunca.” <strong>La</strong> curiosidad empieza a picarme, pero no solamente<br />

por el relato, sino, y quizá más, por ratificar la veracidad de cuanto estoy<br />

oyendo: puede que la narración sea verídica, mas ¿es eso lo que<br />

está escrito en el diario?, empiezo a preguntarme. Me acerco con la intención<br />

de comprobarlo. El muchacho, sin embargo, me lo impide; pasa<br />

un buen número de páginas de golpe y retoma la lectura al azar: “ella<br />

no me vio ni me oyó. ‘¡Qué ganas tengo de que te mueras, hijo de la<br />

gran puta!’, le gritaba cara a cara. Él intentaba en vano levantarse de la<br />

taza del váter; los ojos se le desorbitaban, la cara se le enrojecía, la lengua<br />

se le ahorcaba entre los labios. Y volvía: ‘cabrón, cabrón, tengo muchas<br />

ganas de que te mueras. ¿Y sabes para qué? Para irme de fiesta, al<br />

baile, con mi chacha y mis amigas. ‘¡Muérete!’, atronaba finalmente,<br />

mientras él parecía querer estallar como una bomba, justo antes de desinflarse<br />

y casi perder el conocimiento entre sudores y estertores anunciadores<br />

de su inminente acabamiento. Quería hacer algo, interrumpir<br />

aquel abuso insoportable para él y para mí, pero al mismo tiempo no<br />

quería intervenir, porque tampoco él se había mostrado nunca cariñoso<br />

ni amable, ni siquiera correcto con nosotros. <strong>La</strong> noche de lo de la barca<br />

se acercó hasta mi cama mientras dormía, me zarandeó hasta despertarme<br />

y al oído me advirtió: ‘¡qué ganas tengo de que se vaya tu primo:<br />

<strong>La</strong> <strong>violencia</strong> 17 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXVII</strong>

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