Este mes en la revista compartimos con todos vosotros este fantástico artículo del Periódico de Aragón donde entrevistan al profesor César Bona. César Bona está considerado como uno de los mejores profesores del mundo y da clases en un colegio público de Zaragoza. Es una persona muy activa en redes sociales y aporta mucha luz y conocimiento a todos sus seguidores. Bona afirma que "La educación pasa por la implicación de todos: en los centros los padres y madres tienen que trabajar conjuntamente con los maestros, es necesario que sean un equipo". Su visión de la educación es "básica", porque en sus clases se remite "al respeto, empatía y sensibilidad para con mis alumnos". César Bona, licenciado en Filología Inglesa y maestro en el colegio público Puerta Sancho de Zaragoza, forma parte del Consejo Independiente de Protección de la Infancia y es autor del libro "De cómo 12 niños y un maestro buscaron cambiar el mundo: El Cuarto Hocico". Sus alumnos son niños de quinto de Primaria "que se componen principalmente de curiosidad, creatividad e imaginación", aspectos que, a su juicio, "a menudo se nos olvidan a la hora de educar, tanto en el aula como en los hogares". Bona, que apenas usa el libro de texto y pone pocos deberes, asegura que los niños tienen que tener un hábito y organizarse con unos horarios determinados para poder estudiar, pero si todos los docentes mandan deberes y a esto se le suman las extraescolares, el hábito se convierte en deberes, cenar y dormir, sin dejar tiempo para desarrollar su creatividad y para que puedan ser curiosos. Educar en la empatía CÉSAR BONA Padres 10 www.boadillaenred.com Estos siete últimos años he viajado por la escuela pública en todas sus formas, y he tenido la suerte de conocer a niños extraordinarios. En un c o le g i o d e lo s q ue l l a ma n "de difícil desempeño", en Zaragoza, me dieron la clase de cuarto de primaria, la más conflictiva según los compañeros. Muchos niños no sabían leer con 10 años, y los primeros días eran un pulso constante. No pretendí hacerles aprender: quería que me enseñaran. Y allí, mientras Javi me daba pautas para tocar el cajón gitano yo les escribía una obra de teatro para que pudieran acercarse a la lectura. A Juan, que faltaba a la mitad de las clases, le dio por venir más a menudo y ya entendía algunas palabras. Cuando me despedí el último día, Abraham me regalaba entre lágrimas una colonia marca Armario. Cogí mis cosas y aterricé en un pequeño pueblo a 60 kilómetros de la capital aragonesa. Bureta, se llama. Solo 200 habitantes y una escuela con seis niños de cinco edades distintas. Me preocupaba cómo iba a hacerme cargo de esos niños sin volverme loco. En los dos años en los que conviví con ellos descubrí cómo la fuerza de la imaginación podía hacer que los sueños de unos abuelos se hicieran realidad. Aún hoy, cinco años después, esos niños siguen invitando a sus cumpleaños a Pura, que quería ser maestra, y que les regala caramelos cuando van a buscarla. El destino me llevó a Muel, otro pueblo de Aragón. Conocí a 12 chicos y chicas de cuarto, que en su defensa de los animales consiguieron invertir el sentido de la educación y enseñar a los adultos que hay que ponerse en el lugar de otros seres para ver qué sienten y actuar en consecuencia. Siendo niños les escucharon un alcalde, unos diputados, abogadas, futuros maestros y maestras y futuros veterinarios. Y les escuchó Jane Goodall. La misma Jane que meses más tarde me diría: "Quiero que sepas que allá donde voy pongo a tus niños como ejemplo de esperanza en un futuro mejor". Y eso es lo que tengo yo, esperanza. Confianza en una generación con niños que aprendieron que si te propones algo y luchas por ello, lo consigues. En todos esos proyectos, nadie estaba obligado a involucrarse ¿Por qué funcionaron en la escuela? Porque no eran obligatorios. No se puede obligar a nadie a ser respetuoso, por ejemplo. El respeto no se impone. Como tampoco se puede imponer la amistad. A todos los maestros y maestras nos ha pasado alguna vez que dos niños se peleen. Les cogemos de la mano, los ponemos uno frente al otro y les decimos: "Juan, tienes que ser amigo de Pablo". ¿Funciona? Probemos entonces a hacer lo mismo en una pelea de dos adultos. Meteos en medio, cogedles de la mano y decidles: "¡Parad! Tenéis que ser amigos". No, no funciona así. Tampoco puedo obligar a nadie a que me ame. La única manera es estimular a esa persona para que el respeto, la amistad o el amor salgan de dentro. <strong>REVISTA</strong> BOADILLA EN RED ! Siempre se dice que los n i ñ o s s o n César Bona: "Es un error pensar que en casa se educa y en la escuela se enseña" los adultos del futuro, pero no son solo eso. Son también los habitantes del presente, y debemos darles la oportunidad de opinar. Además, h a y q u e d a r - les herramientas para que sepan expresarse y debemos animar a la participación infantil en la sociedad. Donde mejor podría promoverse la participación de los niños en la sociedad es en las escuelas. Quienes más posibilidades tienen de animar a los niños son los maestros y maestras. Deberíamos, entonces, invitar a los departamentos de Educación a que formen a los futuros maestros o a que apoyen a los que ya son para que se trabaje con los niños desde su participación. Los años pasan muy rápido. Entre esos niños están los futuros presidentes o presidentas de nuestras naciones. Pero también está el futuro panadero o la futura periodista, o el futuro marido que respetará a su mujer o la señora que tratará con cariño a los animales. Por eso es tan importante educar en empatía, que en la escuela aprendan sobre el respeto a las demás personas pero también a ellos mismos; el respeto al lugar donde viven y a los seres con quienes lo comparten. Eso, entre otras cosas, es por lo que la profesión de maestro es tan importante. Es hora de que la labor de los maestros y maestras se valore. Será el mejor premio que pueda recibir un docente. Por cierto: el otro día di una conferencia en la facultad de Educación de Zaragoza ante 300 futuros maestros y maestras y allí Javi y Juan, mis primeros alumnos, levantaron a todos de sus asientos. Después, firmaron en el libro de honor de la universidad. Juan ya sabe leer.
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