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Allá abajo (Crónicas Femeninas)

“Allá abajo (crónicas de adoctrinamiento femenino)” es una novela propuesta como una conversación entre amigas donde sus protagonistas irán exponiendo sus fantasmas, placeres y desplaceres que condicionan su vida íntima. A través de los capítulos se verán enfrentadas a situaciones que le harán replantearse su posición frente a su sexualidad y al conocimiento de su órgano genital. Todo parte de un hecho casi casual: Mónica, la protagonista, ante una propuesta de su pareja, se pregunta si debe depilarse por completo aquello que su madre llamaba sus “partes íntimas”. Es el puntapié inicial de esta deliciosa novela donde se exponen las charlas de un grupo de mujeres que, como muchas de su generación, recibieron como herencia mandatos sociales entre los que se incluye la ignorancia respecto a su anatomía genital, y la idea que tenían de estar conformes cumpliendo su rol, en un segundo plano. Cada una de las mujeres de esta historia transitará un camino hacia el autoconocimiento sexual y la libertad en el terreno del placer erótico, alejándose de prejuicios, y posicionándose en el centro de la escena. Conflictos, “rollos” e inhibiciones, creados en un marco educativo y social dominado por tabúes, y aquellas libertades que ha conquistado el antes llamado “sexo débil”; se desarrollan y exponen a través del relato de las protagonistas. De manera clara y contundente, por medio de experiencias propias y ajenas, intentarán modificar su presente desnudando su pasado.

“Allá abajo (crónicas de adoctrinamiento femenino)” es una novela propuesta como una conversación entre amigas donde sus protagonistas irán exponiendo sus fantasmas, placeres y desplaceres que condicionan su vida íntima. A través de los capítulos se verán enfrentadas a situaciones que le harán replantearse su posición frente a su sexualidad y al conocimiento de su órgano genital. Todo parte de un hecho casi casual: Mónica, la protagonista, ante una propuesta de su pareja, se pregunta si debe depilarse por completo aquello que su madre llamaba sus “partes íntimas”. Es el puntapié inicial de esta deliciosa novela donde se exponen las charlas de un grupo de mujeres que, como muchas de su generación, recibieron como herencia mandatos sociales entre los que se incluye la ignorancia respecto a su anatomía genital, y la idea que tenían de estar conformes cumpliendo su rol, en un segundo plano. Cada una de las mujeres de esta historia transitará un camino hacia el autoconocimiento sexual y la libertad en el terreno del placer erótico, alejándose de prejuicios, y posicionándose en el centro de la escena. Conflictos, “rollos” e inhibiciones, creados en un marco educativo y social dominado por tabúes, y aquellas libertades que ha conquistado el antes llamado “sexo débil”; se desarrollan y exponen a través del relato de las protagonistas. De manera clara y contundente, por medio de experiencias propias y ajenas, intentarán modificar su presente desnudando su pasado.

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JM Caballero<br />

<strong>Allá</strong> <strong>abajo</strong><br />

(crónicas de domesticación femenina)<br />

LEV<br />

La esquina de los vientos


A Marcela, mi esposa, quien siempre ha escuchado,<br />

tratado de comprender y apoyar todos mis proyectos.<br />

A mis hijos, Gonzalo y Lautaro, cuyas críticas a mi tr<strong>abajo</strong><br />

han logrado mejorarlo.


Y la postura de Sigmund Freud puede ser expresada<br />

con la siguiente fórmula: se toma un ser<br />

humano -es decir, un hombre-, se le quita el pene<br />

y así se obtiene una mujer.<br />

de la introducción del libro: Vulva, La revolución del sexo invisible,<br />

de Mithu M. Sanyal<br />

Anagrama, Febrero 2012


Índice<br />

• De eso no se habla 13<br />

• Capítulo 1. Lo mío y yo 15<br />

(Mónica) 15<br />

I. 15<br />

II. 17<br />

III 20<br />

IV 24<br />

V. 27<br />

• La vida te da sorpresas 31<br />

• Capítulo 2. Ellas y lo suyo 33<br />

I. 33<br />

(Andrea) 35<br />

I. 35<br />

II. 39<br />

III. 43<br />

IV. 47<br />

V. 71<br />

(Alejandra) 85<br />

I. 85<br />

II. 90<br />

III. 94<br />

(Virginia) 105<br />

I. 105<br />

II. 110<br />

(Alicia) 125<br />

I. 125


II. 133<br />

III. 151<br />

(Gabriela) 153<br />

I. 153<br />

II. 159<br />

III. 162<br />

(Susana) 171<br />

I. 171<br />

II. 176<br />

• La zona “V” 179<br />

• Capítulo 3. Nosotras y lo nuestro 181<br />

I. 181<br />

II. 183<br />

II. 188<br />

• El cuaderno de Susana (Anexo)


De eso no se habla<br />

“El problema de la mujer siempre ha sido<br />

un problema de hombres”<br />

Simone de Beauvoir<br />

“Nunca permitas que el sentido de la moral<br />

te impida hacer lo que está bien”<br />

Isaac Asimov


Capítulo 1. Lo mío y yo<br />

(Mónica)<br />

I.<br />

Esa noche Alberto se propuso como ejecutor de una tarea muy singular, afeitar<br />

mis genitales…, en su totalidad. También habló de ir un poco más atrás.<br />

¿Nunca te plantearon algo así?<br />

Él lanzó la propuesta con mucho tacto, poniendo el tema sobre la mesa<br />

de forma natural, como si de antemano hubiésemos acordado que durante la<br />

cena discutiríamos acerca de eso. Tardé unos segundos en digerir el alcance de<br />

la invitación.<br />

Su estilo, nada imperativo, siempre ha sido sugerente, llevando la<br />

cuestión, cualquiera, al terreno de “pensémoslo juntos”, por lo tanto responderle<br />

negativamente a buenas y primeras no me pareció acertado y en todo caso<br />

no tenía argumentos que avalaran un impedimento. De forma inmediata<br />

comenzaron a deslizarse imágenes en mi mente, como cuando avanzamos una<br />

película que no nos gusta pero queremos conocer el final: “tengo demasiados<br />

pelos”, “no le gusta lo que ve allá <strong>abajo</strong>”, “algunos pelos deben atravesar la tela<br />

de los calzones”, “muchos pelos equivalen a más transpiración y por lo tanto más<br />

olor”, “Andrea me dijo que…”.<br />

Bueno Mónica, tranquila, a pensar, me dije. Mis pelos, allá <strong>abajo</strong>, no son<br />

tantos ni tan pocos, ni rizados ni lacios, son más oscuros que en el resto de mi<br />

15


cuerpo, como sucede con todas las mortales, y estoy segura que no huelo mal<br />

¿Qué vio este hombre?<br />

Lo que dije a continuación no lo recuerdo exactamente, creo haberle<br />

preguntado algo así como “¿Para qué?” o “¿Por qué?”.<br />

—Un artista británico, se tomó el tr<strong>abajo</strong> de replicar en yeso más de<br />

cuatrocientas vulvas, mujeres de todas las edades, de distintas partes del mundo,<br />

se prestaron al proyecto. Lo que no sé es por qué la llamó “la gran muralla de<br />

las vaginas” si son todas vulvas; pero no importa eso, el caso es que despertó mi<br />

curiosidad sobre cómo será la suya más allá de lo que veo… —me respondió en<br />

clara alusión a mi entrepierna.<br />

“Mi vulva” (término que no uso muy a menudo), pensé tratando de<br />

graficar en mi mente la apariencia de ésta y a decir verdad sólo obtuve una<br />

imagen parcial. Sin saber muy bien cómo responder a esto, apenas atiné a<br />

contestar con un:<br />

—Bueno, es posible, dejáme que lo piense… Pero cuando decís<br />

“afeitarme” ¿te referís a absolutamente todo?...<br />

—Sí, todo, todo…, me encantaría ver eso.<br />

El tema quedó ahí, como suspendido. Lo concreto es que el resto de la<br />

velada lo dedicamos a temas varios, cotidianos, y todo quedó en el olvido. Al<br />

menos eso pensé.<br />

Recuerdo que hablamos —otra vez— de la relación de él con mi hijo,<br />

Joaquín. Alberto se manejó siempre con mucho tacto, sin apresurar las cosas.<br />

Quería conocerlo y yo siempre, mentalmente, le agradecí aquello. Porque desde<br />

mi separación del padre de mi hijo había tenido otras relaciones, no muchas,<br />

antes de ésta con Alberto, y jamás se me cruzó la idea de que mi hijo conociera<br />

a un hombre que saliese conmigo. No sé, cosas que una tiene en la cabeza.<br />

Además, generalmente, a los tipos no les gustan los hijos de otro, si te dicen que<br />

está todo bien seguro que mienten. ¿Que qué piensa Joaquín de esto?, no lo sé.<br />

Volviendo al otro asunto: mi ritual de desmalezamiento varía a lo largo<br />

del año. Todo se ajusta a si es invierno o verano, con tiempo o a las apuradas,<br />

casero o profesional, rutina o acontecimiento especial. La época invernal es<br />

16


más relajada porque me permite ocultar las áreas pilosas que el verano me<br />

obliga a exponer. Por supuesto, no todas las partes en cuestión están sujetas al<br />

mismo criterio, una cosa es la cara y otra la entrepierna, dejémoslo claro. Si el<br />

procedimiento lo llevo adelante en casa, y subordinado al tiempo que emplearé,<br />

está el elemento a utilizar: tiras depilatorias, cera (en cualquiera de sus versiones),<br />

crema o maquinita de afeitar. ¡Ah, vos también!..., viste, todas compartimos el<br />

mismo estigma. Sé que existe un método con caramelo pero no entra en mis<br />

técnicas. La tarea la ejecuto dos veces al mes, coronándola con una visita, cada<br />

dos meses, a la depiladora. Esta última es una especie de tortura urbana, donde,<br />

dependiendo de empleada de turno (aún no he escuchado acerca de hombres<br />

que hagan este tr<strong>abajo</strong>) y su humor, sufro la cera más o menos caliente y el tirón<br />

más o menos fuerte. ¿La pinza?..., sí, por supuesto, esta se encarga de los casos<br />

aislados y extremos. Días atrás, durante una sesión de pinza, los dedos de mi<br />

mano percibíeron pelos en la cara interna del muslo (cerca de la entrepierna)<br />

pero no los veía. Presbicia, dictaminó el oculista.<br />

II.<br />

Fue mi tía Lila quien me inició en los secretos de la depilación. Sucedió en ocasión<br />

del festejo del cumpleaños de mi primo Francisco (el mayor de sus hijos). El<br />

agasajo era en un balneario público donde iríamos mis padres y yo, mi tía, su<br />

marido y sus tres hijos, más algunos amigos del colegio. En aquel momento tenía<br />

yo catorce años y si bien mi cuerpo era bastante esmirriado, mis tetas, al estilo<br />

Bo Derek, dejaban bien en claro que no era ya una niña. Vos también sos tetona<br />

como yo. En ese entonces los pelos en zonas donde antes todo era lampiño<br />

habían dado su “presente” tiempo atrás. Estos solían escaparse a izquierda y<br />

derecha de los calzones, mientras otros insistían en asomar por encima; nada<br />

que una tijera no pudiese solucionar, pero la novedad, y eso para peor, eran los<br />

nuevos pelos que aparecieron entre los muslos, imposibles de ocultar, salvo que<br />

usase trajes de baño como los de mi madre. ¿Te acordás de eso? Se mojaban y<br />

tardaban horas en secarse.<br />

17


“¿Qué mierda hago…?”. Maquinita de afeitar, pensé inmediatamente.<br />

A gran problema, solución extrema, el neceser de mi padre sería el vehículo.<br />

El estuche era de cuero y con compartimentos (heredado de mi abuelo, el<br />

anarquista). Dentro de este guardaba espuma para afeitar, brocha, loción para<br />

después del rasurado, una cajita de diez hojitas y la maquinita de dos piezas<br />

desmontables. Las hojitas marca Gillette, el resto todo Old Spice. Ésta no era<br />

la maquinita que se vende actualmente, no, la cosa era así: un mango de base<br />

giratoria que al girarla se abría la parte superior compuesta de dos planchuelas<br />

entre las que se colocaba la hojita de afeitar. Una vez que estaba adentro se<br />

invertía la rotación y listo, todo ensamblado.<br />

Me senté en el inodoro sin quitarme los calzones para que éstos marcaran<br />

el límite; abrí las piernas, coloqué espuma en la zona en cuestión y comencé<br />

a deslizar la maquinita que arrastraba una gran cantidad de espuma mezclada<br />

con pelos. Previo enjuague volví a pasar la maquinita exactamente al lado de la<br />

pasada anterior. Otro enjuague, otra pasada y lista una pierna. Estaba dedicada a<br />

“full” a mi segunda pierna cuando, sin previo aviso, me sobrevino un picor en la<br />

nariz seguido de un incontenible estornudo; olvidé retirar la mano que sostenía<br />

la maquinita sobre mi muslo y ¡zas! vino el corte. Mi padre (en tono de broma)<br />

me repetía siempre que yo no podía hacer dos cosas a la vez: Mascar chicle y<br />

parar el colectivo se te complica. El asunto es que no sabía cómo mierda parar<br />

la sangre que salía, hasta que recordé a papá con un trocito de papel higiénico<br />

pegado a su cara para parar las micro hemorragias post afeitada. Apelé al mismo<br />

recurso. El resultado fue casi desastroso. “Y mañana ¿qué carajo hago?”, pensé<br />

en ese momento.<br />

Zapatillas Converse amarillas (las del comercial de Magic Johnson), jean<br />

Little Stone y las tetas apretadas en una bikini que ya era hora de cambiar por un<br />

talle más grande; así salí en la foto con mi primo apagando las velas de su torta<br />

de aniversario. Mi tía venía observándome sin decir palabra alguna. Luego de la<br />

foto, tomada por ella, me pidió que la acompañara a la proveeduría a comprar<br />

helado. En el camino me preguntó si me sentía mal o si me sucedía algo que<br />

quisiese compartir con ella.<br />

18


—No… nada… está todo bien —fue mi respuesta.<br />

—Moni, te conozco… te encanta estar en la pileta y tomar sol, pero hoy<br />

no te sacaste los pantalones para nada, no me engañás, algo sucede.<br />

Las deducciones e insistencia de mi tía hacían imposible esquivar la<br />

respuesta.<br />

—Me afeité la entrepierna, y me corté.<br />

—¡Ay, mi niña!, tu madre debería instruirte acerca de estas cosas.<br />

Una mujer no puede andar por la vida desconociendo las reglas básicas de la<br />

coquetería y sus técnicas.<br />

—…<br />

—No entiendo por qué causa hemos sido castigadas con esa pelambre<br />

allá <strong>abajo</strong>, es horrendo, pero así estamos hechas y no hay vuelta atrás —decía<br />

esto mirando al cielo, como pidiendo explicaciones.<br />

—A partir de ahora tratá de que sea con cera y limitá la maquinita a<br />

ocasiones de apuro, si abusas de esta te crecerán pelos más fuertes y duros…<br />

—¿Es cierto eso? —le pregunté.<br />

—¿Qué cosa…? ¿Que crecen más?<br />

—Sí, eso.<br />

—Por supuesto —respondió con total seguridad.<br />

—…<br />

—¡Ah! y recordá siempre pasarla a favor de la raíz del pelo para no<br />

lastimarte.<br />

Cerró el tema trayendo a su memoria dos puntos que le recordara su tía:<br />

—Sería horrible que nos tengan que asistir y nos mostremos desprolijas,<br />

no es propio de nuestro sexo, y por sobre todas las cosas debemos permanecer<br />

lindas para ellos, si querés conocer a un chico guapo tenés que prestar atención<br />

a estos detalles.<br />

Y el conjuro estaba echado. Para estar prolijas, bellas y poder seducir<br />

¡fuera pelos! Cuestión de nuestro sexo.<br />

19


III<br />

Después de esa cena Alberto me llevó a casa. Él, al día siguiente, tenía que ir muy<br />

temprano al aeropuerto a buscar a un socio del estudio que venía del exterior<br />

y, dado que esa era su primera visita al país, el compromiso era hacerle recorrer<br />

la ciudad.<br />

—El viernes próximo regresa a méjico, se trata de la auditoría anual. En<br />

estos días voy a estar con tr<strong>abajo</strong> extra, nos veremos menos. Te voy a extrañar<br />

—dijo él.<br />

—Hoy por ti, mañana por mí —dije.<br />

—Te quiero.<br />

No sé vos pero yo me reconozco como una mujer clásica, eso sí, mojigata<br />

no soy. Estoy al tanto de lo que me rodea, noticias relevantes y las no tanto,<br />

modas a las que adhiero y a las que no. Las fuentes de información de las que<br />

me nutro son variadas: periódicos, revistas, televisión, Internet y, por supuesto,<br />

la peluquería. Este último, enclave donde se dirime más de un tema doméstico y<br />

fuente inagotable de sorpresas. Imperdible, tal como lo describís.<br />

Al llegar lo primero fue sacarme la ropa y ponerme cómoda. Mi hijo no<br />

estaba, esa noche no volvía a dormir. Como siempre: se van yendo de a poco. Los<br />

amigos por ahí, las amiguitas por allá. Confieso que esto último me tenía algo<br />

preocupada… Ojo, una sabe de la sexualidad de sus hijos, pero… Bueno, de eso<br />

hablamos otro día, si a vos te parece. No te lo dije antes pero Joaquín, desde que<br />

su padre y yo nos separamos, empezó a engordar, tiene problemas de sobrepeso.<br />

Andrea le consultó el asunto a una amiga de ella, una sicoanalista, otra que no es<br />

Alejandra, ni Virginia, ni Alicia, aparte ellas no son terapeutas; la verdad es que<br />

yo no la conozco; Andrea fue la que me dijo que su amiga opina que una cosa<br />

puede estar ligada a la otra, seguramente, y que mi hijo debe sociabilizar más<br />

con otros chicos (y chicas, recalcó eso la psicoanalista esa) porque su problema<br />

de peso se puede convertir en un dificultad, también, de autoestima, de relación<br />

con los demás… Volvamos a lo que te decía antes.<br />

20


Encendí la computadora, que está en el dormitorio de Joaquín,<br />

lanzándome a la búsqueda de aquella información que completaría mis<br />

conocimientos depilatorios básicos. Porque hoy en día no es solo sacarse los<br />

pelos y nada más, hay todo un “Make Up” al respecto; no sé para qué, como si<br />

una anduviese mostrándosela a todo el mundo.<br />

Al escribir las palabras claves en el buscador: “depilación, técnicas, tipos”,<br />

obtuve como resultado un sinfín de páginas, realmente una cantidad enorme,<br />

con variado tipo de información, desde lo más interesante a lo totalmente burdo.<br />

Ni hablar de los foros supuestamente femeninos donde se vuelca información de<br />

los usuarios y consejos propios de extraterrestres. Cerca de la una de la mañana<br />

y pronta a abandonar la búsqueda, fue cuando di con un artículo que llamó mi<br />

atención. Uno que describía e ilustraba distintos estilos de depilación y posturas<br />

para llevarla a cabo; te cuento: el estilo americano, donde los pelos toman la<br />

forma de la bikini, ni un pelo fuera de eso (que es lo que mayormente hago). El<br />

francés o mohicano, donde el pelo es recortado dejando algo similar a una pista<br />

de aterrizaje sobre el monte de Venus y los labios vaginales expuestos.<br />

El nombre que se le da a la depilación completa está en discusión.<br />

Algunos lo llaman brasilero, mientras que otros lo denominan estilo Barbie; el<br />

asunto es que allá <strong>abajo</strong> no te dejan ni un vello. Y está también el ahora famoso<br />

Brazilian wax, donde los únicos pelos que quedan, sobre el monte de Venus,<br />

toman formas como las de las pistas de Nazca. Y por último, un estilo del que<br />

nadie se hizo cargo, uno donde se enmarcan los labios con pelos a su alrededor.<br />

Sobre gustos nada está escrito.<br />

En mi cuaderno de anotaciones dibujé con trazos simples lo que vi en<br />

la pantalla. Dos cosas se vinieron a mi mente en ese momento; primero: que<br />

habría que consultar a las mujeres retratadas respecto de cómo logran evitar<br />

los putos puntitos rojos que quedan en la piel post depilación, ya que no los<br />

vi en ninguna de ellas; y segundo: que lo que dijo mi amiga Gabriela mucho<br />

tiempo atrás (y yo no le di mucha bola) es cierto, hay una gran variedad de labios<br />

vaginales (tamaños y colores incluidos) a los que no había prestado atención.<br />

21


La referencia que dio Alberto respecto al artista (¿escultor?) británico<br />

despertó mi curiosidad. Traté de traer a mi mente la referencia que había dado<br />

para buscarlo en la web.<br />

Una observación: mi experiencia en el mundo digital se ajusta a lo que<br />

me es imprescindible en lo cotidiano. Ni un poco más ni un poco menos. Por lo<br />

tanto, mi destreza para navegar en las aguas digitales es bastante limitada. Ni<br />

hablar de mi habilidad en el uso del teclado: cuando necesito tipear una palabra<br />

no puedo despegar los ojos de él. A vos te pasa lo mismo, es que no somos de<br />

ésta época. No podríamos ser secretarias ejecutivas, eso está bien claro.<br />

Ingresé las palabras claves en el buscador (“vulva, labios vaginales”) y me<br />

quedé pensativa, a la espera de los resultados. Lo obtenido remitía, mayormente,<br />

a páginas de pornografía, las que no eran de mi interés en ese momento… Sí,<br />

viste, lo pornográfico está hecho a medida de los hombres, a mí no me mueve<br />

un pelo ¿a vos te pasa lo mismo?, estaba segura… Volví a redefinir la búsqueda<br />

con otras palabras (“pared, vaginas, británico”). Entonces apareció. Quedé<br />

estupefacta. Imagináte una pared de casi diez metros lineales repleta de vulvas a<br />

tamaño natural, emergiendo de la pared y todas, absolutamente todas, distintas<br />

entre sí. Mi ignorancia sobre el tema no era de extrañar, Jamás me pregunté<br />

si la mía era igual a otra (de forma inconsciente, lo daba por hecho). No era<br />

algo que discutiéramos en reunión de amigas y ninguno de mis amantes había<br />

hecho alusión al respecto (hasta ahora). La única oportunidad en que recuerdo<br />

haber preguntado algo sobre estas partes fue cuando en el parto de Joaquín me<br />

practicaron una episiotomía.<br />

—Doctor, después, con el tiempo ¿quedará todo igual allá <strong>abajo</strong>?<br />

—No tenés por qué alarmarte, la vas a poder seguir usando.<br />

Claro, ¿por qué preocuparme, si ni siquiera yo conocía el aspecto<br />

anterior?<br />

Lo cierto es que el tema “diversidad vulvar” comenzaba a inhibirme el<br />

sueño e Internet podría llegar a despejar alguna de mis dudas.<br />

22


Que mi mente no tuviese un recurso genuino, a mano, para identificar<br />

imágenes de mis genitales, al principio me desconcertó un poco. Obviamente<br />

al no poseer una educación al respecto, las referencias no existen o son vagas.<br />

Para mis padres —mi madre en particular— el tema era tabú; una zona<br />

secreta de la cual no se hablaba, al menos literalmente. Sumado a eso, además,<br />

la ausencia de un nombre para la zona en cuestión. Aquello que intentaba<br />

rescatar en mi mente sólo hacía alusión a lo visto en biología en el último año del<br />

colegio (donde aprendimos la fisiología del ovario, útero, pene, la fecundación,<br />

embarazo, parto, puerperio... de coger, ni hablar); algunos folletos sobre higiene<br />

femenina o lo observado en alguna que otra película porno que vi, no muy en<br />

detalle, en algún hotel para encuentros furtivos. De estas filmaciones lo único<br />

que quedó firme en mi recuerdo es el color pardusco del ano, no podía imaginar<br />

cómo sería el mío y lo que pensaron mis amantes al respecto… desde entonces,<br />

y a pesar de que mi vida sexual no era muy agitada, evité la posición del perrito.<br />

Salvo ahora, con Alberto.<br />

En casa se ocuparon de mi educación, mi salud y de mí en general. Había<br />

que ser una mujer hecha y derecha, ése era el lema que prometía una vida digna,<br />

virtuosa y colmada de felicidad. Olvidaron decirme que gozar de la vida era parte<br />

de ésta y que la satisfacción sexual estaba incluida. Al parecer, ése era un tema<br />

que los excedía.<br />

—¿Cómo educar acerca de algo de lo que se es ignorante? —solía decir<br />

mi padre sobre temas que excedían su conocimiento. Este debía ser uno de ellos.<br />

A falta de una denominación concreta y decente, nombrar a eso de allá<br />

<strong>abajo</strong> como “allá <strong>abajo</strong>” era la solución. Una expresión que lograba abarcar todo<br />

sin nombrar nada.<br />

“Nunca tenés que dejarte tocar allá <strong>abajo</strong>”; “Cuando te bañás lavate bien<br />

allá <strong>abajo</strong>”… Una tarde, estando en casa de mi tía Lila, ella mandó a Francisco a<br />

que se bañara. Convengamos que mi tía es, aún hoy, bastante guarra a la hora de<br />

hablar frente a otros. Y sí, en todas las familias hay alguien así.<br />

—Hace tres días que no te bañás —le dijo. —Debés tener olor a chiquero.<br />

23


Inmediatamente vas al baño y te metés bajo la ducha. No te olvidés de lavarte<br />

bien las bolas y el pito… tira el cuerito para atrás y usá mucho jabón.<br />

Esa fue la arenga de mi tía hacia mi primo.<br />

Veamos entonces. Mi primo podía lavarse las bolas, su pito y tirar su<br />

cuerito para atrás donde, sin lugar a duda, debería haber algo más; mientras que<br />

yo debía lavarme “allá <strong>abajo</strong>”, especie de mazacote que incluía todo. Jamás hice<br />

pregunta alguna al respecto y por supuesto iba incorporando el término, de a<br />

poco, a mi diccionario, y eso de no dejarme tocar e higienizarme regularmente lo<br />

iba integrando a mi folclore. Punto final para la educación sexual de mi primera<br />

y segunda infancia. Al cumplir mis doce, y con la llegada de la regla, tuve que<br />

comenzar a relacionarme de otra forma con mi entorno. Al parecer, y según<br />

los dichos de mi madre, los hombres querían ponerla y nada más, sin importar<br />

dónde ni a quién. Debería cuidarme de ahí en adelante.<br />

IV<br />

Tal como dijimos las dos, el salón de peluquería femenina es un lugar único, ahí<br />

nos sentimos con licencia para comentar hasta lo prohibido. Sin filtros.<br />

Esto debe de haber sido como una semana antes de que comenzaran las<br />

reuniones en la casa de Alejandra. Sí, ahora que lo pienso fue entonces, estoy<br />

segura.<br />

Siendo viernes y disponiéndome a pasar un par de horas en el salón para<br />

los retoques habituales y dado que las mujeres que me rodeaban eran caras<br />

conocidas, quien más, quien menos, (pensé ingenuamente) podía instalar el<br />

debate sobre aquello que la noche anterior había comenzado a inquietarme.<br />

El tema era cómo comenzar la charla y que estuviese fuera de mi esfera<br />

personal. Mintiendo, por supuesto.<br />

—Ayer vi un documental Danés, muy interesante, sobre el aparato<br />

reproductor femenino… Sí, Dinamarca…, presté especial atención cuando<br />

comenzaron a detallar la vulva…<br />

24


Ante lo que dije sólo se acallaron un par de voces, el resto continuó en<br />

lo suyo.<br />

—En un determinado momento comenzaron a describir la variedad<br />

anatómica de los labios vaginales…, al parecer no hay una mujer igual a otra…<br />

—...<br />

—Ustedes ¿han comparado sus labios vaginales con los de otra mujer?<br />

—seguí diciendo.<br />

Juro que jamás había sido testigo de un silencio tan profundo en un lugar<br />

como ése. Sólo quedó el cantante madrileño interpretando su tema de moda en<br />

la música ambiente. Un par de segundos de calma donde, aparentemente, cada<br />

una revisó la pregunta en su mente y luego estalló el cotorreo.<br />

—¿Por qué deberíamos hacer eso? —dijo alguien a mi espalda.<br />

—Para saber algo más de nosotras, o por simple curiosidad —respondí.<br />

—Querida, lo que proponés tan alegremente como tema, es propio de<br />

hombres chabacanos... —lanzó la señora mayor, pero no tanto, ubicada a mi<br />

derecha, y así dejó en claro su posición, rematando con un: “… ¡Ay Dios!”.<br />

—¿Por qué? ¿Acaso las mujeres estamos proscritas en temas que nos<br />

atañen? —fue la respuesta, un tanto hostil, de alguien que no llegué a reconocer.<br />

—No es propio de nuestro sexo —se defendió la aludida.<br />

—Disculpe señora, entonces usted diría que una discusión de estas<br />

características sería un acto no muy femenino —dijo quien comenzaba a<br />

hacerme la tintura.<br />

La mujer, que en apariencia comenzaba a ser atacada por lo que en<br />

principio parecía ser una mayoría, fue rescatada por otra que comulgaba con su<br />

criterio.<br />

—Jovencita —intervino una mujer a quien terminaban de lavarle la<br />

cabeza—, solamente las mujeres de la calle hablan sobre eso.<br />

—¿Quién quiere café? —preguntó la ayudante.<br />

—¿Puede ser un té? —pregunté.<br />

25


—Las mujeres de “la calle” son mujeres también —dijo alguien desde el<br />

fondo del salón.<br />

—”Mujeres de la calle”… un término horrible —aseguró una de las<br />

empleadas del salón.<br />

—Mi marido y yo no andamos cuestionándonos nada acerca de eso y<br />

puedo asegurar…<br />

—A veces los maridos no tienen nada que ver con ciertos temas —<br />

dijeron por ahí.<br />

—Mi ginecóloga nunca dijo nada al respecto —informó una mujer joven,<br />

sentada cerca de mí.<br />

—Hay cosas más importantes que la entrepierna de una… —continuó la<br />

mujer a mi derecha.<br />

—Mi marido nunca dijo nada sobre eso. Si él no hace ningún comentario<br />

al respecto, por qué debería hacerlo yo… —dijo una voz desde el fondo.<br />

—Otro tema más que nos negamos a hablar como mujeres —sostuvo mi<br />

peluquera.<br />

—Preguntarse cosas de orden universal no corresponde a uno u otro<br />

género —dije.<br />

—¡Por favor!,… hoy todo el mundo habla de géneros. Hay hombres y<br />

mujeres, nada más —intervino nuevamente la señora que estaba a mi derecha.<br />

—¡Sí, eso…! Hoy se andan casando hombres con hombres y mujeres con<br />

mujeres. ¡Por Dios!, cosa de zurditos —dijo la mujer del fondo que si bien no<br />

estaba a mi derecha le cabía el término— Sólo falta que legalicen la marihuana.<br />

—Es derecho de todos —sostuvo una voz a mis espaldas.<br />

—¿Qué cosa? ¿La marihuana?... —dijo una voz un tanto irónica.<br />

—Querida, hace casi veinte años que vengo a esta peluquería y si bien<br />

hablamos de todo, siempre ha sido en tono cordial, sin agresiones y nunca nada<br />

escatológico —intervino una mujer desde el fondo del salón.<br />

—Estoy de acuerdo con que el sexo a veces puede ser una mierda, pero<br />

escatológico significa otra cosa señora —respondí furiosa.<br />

26


—Algunas personas hablan como si aún fuesen vírgenes. —escuché una<br />

voz detrás de mí.<br />

—¿Azúcar o edulcorante? —me preguntó la asistente.<br />

—De eso no se habla…<br />

La mujer a mi derecha ahogó sus palabras ante la llegada de un hombre<br />

joven que venía a cortarse el cabello.<br />

La peluquería era para ambos sexos… o géneros, qué sé yo.<br />

V.<br />

Te voy a contar cómo fue: dejé de ser virgen a los diecisiete años. No me parece<br />

correcto decir “perdí mi virginidad” porque la verdad que nada perdí; la entregué<br />

a expensas de un grupo de amigas del colegio que no dejaban de resaltar lo<br />

“copado” del asunto. En ese entonces hacía un año, aproximadamente, que<br />

salía con un chico y a decir verdad me sentía muy enamorada de él. Era de esos<br />

amores que hacen soñar que todo es posible e ilusiona un futuro inmejorable.<br />

Boludeces, por supuesto. Sí, a todas nos pasó igual y era maravilloso, no lo niego.<br />

En el momento mismo que comenzó el asedio de mis amigas aconsejando que<br />

gozara de sus mismos goces es que lo elegí a él para la iniciación. Porque estas<br />

cosas las decide una, nunca él. Estás de acuerdo con esto ¿no? No, por nada, es<br />

para saber si hablamos de lo mismo.<br />

Vivíamos en el mismo barrio, nuestras casas estaban a pocas cuadras<br />

de distancia entre si. Atendiendo, siempre, la prerrogativa de mis padres es que<br />

noviábamos como podíamos. Nuestros refugios consistían en lugares apartados,<br />

semioscuros, rincones del barrio de público conocimiento o en su casa..., Ja, sí,<br />

el famoso zaguán. En la mía ni pensarlo. Cuando lográbamos reunirnos, siempre<br />

en horas de la tarde al caer el sol, el ritual a llevar a cabo se componía de besos,<br />

toqueteos y un constante sacar sus manos de mis tetas. Al comprender él que<br />

el tratar de meter manos por todos lados no llevaba a buen puerto y sólo servía<br />

para consumir inútilmente el poco tiempo con el que contábamos es cuando<br />

27


empezaba lo bueno. Al menos para mí. Besos profundos, cuerpos apretados,<br />

respiración jadeante, su perfume, mis calzones se mojaban y su verga, firme tras<br />

el pantalón, refregándola contra mí. La ropa interior de ambos…, bien gracias.<br />

Al despedirnos él se iba caminando un tanto raro, pausado, con las piernas<br />

ligeramente separadas, yo con mi excitación adolescente iba dibujando castillos<br />

en el aire. Masturbarse era una palabra que no existía en mi diccionario.<br />

Sus padres se dedicaban a limpieza de oficinas en pequeñas empresas<br />

ubicadas en el mismo barrio. Los oficinistas después de terminada la jornada<br />

laboral dejaban vía libre para que estos llevaran a cabo la tarea cotidiana. Su<br />

madre se encargaba de una y su padre de la otra, es decir eran amos y señores<br />

de esas instalaciones durante tres o cuatro horas. Sólo tenían dos clientes, que si<br />

bien resultaban suficientes a la hora de contabilizar lo que cobraban, decidieron<br />

tomar un tercer tr<strong>abajo</strong>. ¡Exacto!, así fue; mi novio sería el encargado de realizar<br />

esta tarea. La novedad hizo que agregáramos a nuestro catálogo de sitios donde<br />

llevar a cabo nuestras ceremonias secretas un tercer y más privado refugio.<br />

Resumiendo: mi virginidad dejó de ser tal contra un escritorio lleno de<br />

pólizas de seguro. Con mis calzones en el piso, un pie dentro de ellos, mi pollera<br />

de colegiala enrollada en la cintura, el suéter amontonado en mis axilas, un cuarto<br />

de mi teta izquierda fuera del corpiño (en cualquier momento el pezón moría<br />

por asfixia). Él quería hacer de todo y al mismo tiempo mientras su jadeo dejaba<br />

a las claras la calentura que tenía y aparentemente no sabía por dónde empezar.<br />

Recuerdo que me me sugirió apoyarme contra el escritorio quedando yo medio<br />

sentada, él separaba mis piernas y buscaba cómo entrar en mí. Obviamente eso<br />

era imposible porque mi vulva estaba apretada contra el filo del escritorio. ¡Sí, sí,<br />

se dio cuenta…! Luego me apartó del mueble pidiendo que me pusiera un poco<br />

en puntas de pie, mientras él flexionaba las rodillas e intentaba, nuevamente,<br />

penetrarme. Lo de coger estilo bailarina clásica también falló.<br />

Organicémonos, pensé, que así no vamos a ningún lado. Le dije que me<br />

pondría de espaldas a él. La imagen es la siguiente, ¡Imaginate vos!: yo con las<br />

manos apoyadas en el escritorio en cuestión, mirando fijamente una póliza a<br />

nombre de María de los Ángeles Miranda (testigo involuntaria del hecho, que<br />

28


hasta hoy recuerdo su dirección); a su vez él obtenía una instantánea inmejorable<br />

de mi culo, que si bien no era lo más destacable de mi cuerpo, no dejaba de ser<br />

apetecible según ciertos piropos callejeros. A esta altura de los acontecimientos,<br />

aparentemente, aquello que mojaba mis calzones en encuentros anteriores<br />

estaba en retirada. Cada intento de él por entrar en mí era torpe y doloroso,<br />

dado que no encontraba por dónde ni cómo introducir su verga (que estaba<br />

bien dura, por cierto); la cosa es que decidí que mis manos quedasen libres,<br />

con ellas separé mis nalgas y le dije que me mojara con su saliva. Puro sentido<br />

común. Pareció comprender cuál era el mecanismo y al tercer o cuarto intento<br />

entró. Debo decir que el amor y la emoción se me fueron al carajo. Me penetró<br />

sin decir “tierra a la vista”. En ese entonces no tenía ni la menor idea de cuánto<br />

podía llegar a medir el miembro erecto de un tipo, lo concreto es que todos<br />

esos putos centímetros estaban dentro mío, pugnando por ir más allá de lo que<br />

la madre naturaleza le permitía. Un par de embestidas por parte de él y luego<br />

un líquido tibio corriendo por mis muslos que inmediatamente catalogué como<br />

semen (lo de usar condón sí o sí, lo entendí tiempo después). Todo el trámite<br />

no duró más que unos minutos, no sabía si había acabado dentro de mí o entre<br />

las piernas, pero me resultaba irrelevante el dato. Una mierda. Me dolió. No me<br />

gustó ni un poco. Los vestigios resultantes de lo sucedido se limpiaron, a medias,<br />

con un folio pre impreso de “La Continental, su seguro de confianza”; el resto<br />

quedó en el baño de damas. Lo que vi flotando en el inodoro era una mezcla de<br />

fluidos que lograban emular una aurora boreal; lo derramado en nada se parecía<br />

a la sábana que muestran los príncipes desde el balcón tras su noche de bodas.<br />

Volví a casa cabizbaja y pensando, un poco ausente, sin prestar mucha<br />

atención a mi entorno; no sé en qué momento me encontré frente a la puerta<br />

de calle. Entré. Dejé los útiles del colegio en mi habitación y fui directo al baño,<br />

necesitaba agua sobre mí. La costumbre familiar indicaba lavarse la ropa interior<br />

cuando nos duchábamos, Ah, ¿vos también?... Ya desnuda y con los calzones en<br />

mis manos, los inspeccioné y me quedé mirando por un largo rato la paleta de<br />

colores que mi cuerpo había impregnado en él. Decidí que estos no se volverían<br />

a usar. Fueron a parar dentro de una bolsa de plástico y más tarde a la basura,<br />

no quería que a futuro pudiesen despertar ningún tipo de recuerdo. Debe haber<br />

29


sido lo especial de la situación que hizo que reparara con que sabiduría el agua<br />

se adaptaba a mi cuerpo y a mis necesidades; me estrechaba cálidamente y<br />

deseé, con muchísima fuerza, que jamás me abandonara. A mi próximo amante<br />

le diría “sé como el agua”.<br />

—¡Hola, hija! –bramó mi madre entrando al baño—. ¿Dónde estabas?<br />

—Con Miriam, coordinando las tareas del colegio para el lunes.<br />

Ruido del pis de mi madre en el inodoro.<br />

—¿Organizaron algo para este fin de semana?<br />

Sí mamá, me haré dar por el culo a ver si siento algo.<br />

—No, mamá, nada…<br />

—…<br />

—¡Ay!, mamá, la puta madre, no tires el agua del inodoro que me quemo.<br />

—Disculpá hija, no me di cuenta, y no insultés, sabés que no me gusta.<br />

Cómo no caer en la deshonra de explicar a mis compañeras que todo<br />

había sido una mierda. Sencillo, relatando un polvo de estrellas.<br />

—Estuvo genial —comencé diciendo, explayándome luego en detalles<br />

que asemejaban, a ese chico y a mí, a Tom Cruise y Kelly McGillis en Top Gun. Al<br />

menos esa fue la versión que me permitió entrar, con honores, al “Club de las<br />

Chicas que ya lo Hicimos”. Aunque seguía sin saber lo que era tener o echarse<br />

un polvo. Y hoy tengo todavía mis dudas respecto de si ellas sabían de qué se<br />

trataba.<br />

Mis compañeras no llegaron a entender muy bien por qué poco tiempo<br />

después terminé con mi novio desvirgador.<br />

30


La vida te da sorpresas<br />

“Precisamente porque somos eslabones de una cadena sin fin<br />

tenemos una responsabilidad respecto de ella.<br />

No sustraer ni falsear información,<br />

no agregar más silencio en donde se necesita información,<br />

no ahondar los secretos,<br />

echar luz,<br />

dejar testimonio (...)”<br />

Sergio Sinay<br />

de su columna “Diálogos del alma”<br />

La Nación Revista - enero 2014


Capítulo 2. Ellas y lo suyo<br />

I.<br />

De mujer a mujer, te digo: las reuniones en la casa de Alejandra no terminaban<br />

de convencerme, al principio. Después, bueno... ¿Viste cómo son estas<br />

cosas, no? Te hacés más amiga, más compinche... A mí a veces me cuesta<br />

franquearme con la gente, no sé, hablar de ciertas cosas. Después sí, me abro,<br />

pero que tardo, tardo bastante. Y en aquella época, disculpáme, te hablo como<br />

si hubiesen pasado años, fue hace unos meses nomás. Por entonces la cosa era<br />

que yo andaba algo obsesionada con lo de la depilación total de allá <strong>abajo</strong> y lo<br />

que dejaba al descubierto. ¿Nunca se te ocurrió? Que te quede peladita, como<br />

la de una nena. Sí, no te voy a decir que no lo había pensado nunca pormi misma<br />

pero, en realidad, todo comenzó con la propuesta de Alberto.<br />

Te decía de las reuniones en la casa de Alejandra. ¿Desde cuándo las<br />

conocía a la dueña de casa, a Virginia, a Alicia, Gabriela, a la española Susana? La<br />

verdad, es que ellas (salvo Susana que se incorporó a último momento) eran más<br />

amigas de Andrea, mi socia en la agencia de viajes, un poco fui yo la introducida<br />

en sus reuniones gracias a ella.<br />

Después… bueno, nos fuimos haciendo más y más amigas, un poco por<br />

frecuentarlas, otro poco porque el paso del tiempo hace cosas como ésas. Las<br />

mujeres siempre estamos solas en este mundo de hombres; las casadas como<br />

Alejandra, también, aunque están solas de otra manera. Y cuando te juntás, vos<br />

viste, de a poco te vas abriendo. Como cuando somos chicas, no. Cuando somos<br />

33


chicas la amistad es otra cosa, más fuerte, no sé; después, la vida. ¿Me estoy<br />

poniendo muy filosófica, no? Perdonáme.<br />

Te cuento, se dio muy naturalmente: un día Andrea, te dije, mi amiga y<br />

además mi socia, me vino con la idea de ir a la casa de Alejandra, estaba previsto<br />

que fuese un sábado, y yo fui. Un poco porque no tenía otra cosa que hacer y<br />

otro poco porque más allá de mi relación con Andrea, con pocos y con nadie me<br />

juntaba.<br />

Después, las chicas y yo nos reunimos otro sábado, cosa de casi pasado<br />

un mes. Y esas tertulias terminaron por ser algo habitual, prácticamente de<br />

todas las semanas.<br />

Antes de conocernos habíamos tenido, cada una de nosotras, una vida<br />

con otras amigas, otras conocidas, contábamos con un bagaje de experiencia<br />

sobre ello. En diferentes contextos, de una u otra forma, se habían cruzado en<br />

nuestro camino personajes de variada cuantía. Cosas buenas y malas estaban<br />

escritas en nuestra historia. Los vampiros femeninos (masculinos también los<br />

hay) cuyo único propósito era consumir nuestra energía sin dar nada a cambio. Las<br />

arpías que acudían solícitas en nuestra ayuda cuando estábamos en lo profundo<br />

de un pozo, pero que con igual empeño se dedicaban a hundirnos cuando nos<br />

encontrábamos bien. Aquellas que, con su vanidad como estandarte, pretendían<br />

remarcar nuestra calidad de segunda categoría. Vanidosas y arrogantes.<br />

Engreídas y soberbias. Todas ellas no tenían cabida entre nosotras, aunque de<br />

alguna manera ya habían dejado sus huellas. Una, al final, se queda con gente<br />

afín. A cierta edad ya no podemos equivocarnos.<br />

34


(Andrea)<br />

I.<br />

Al tr<strong>abajo</strong> no voy en el auto. El caos propuesto por miles de vehículos yendo a<br />

un mismo destino quita las ganas. Voy en subte, apretujada entre el resto de<br />

los mortales que van a cumplir con sus obligaciones, soportando algún que otro<br />

olor no muy amigable para mi nariz y demás vicisitudes del transporte urbano.<br />

Tras dejar estos detalles en la última estación, camino los cien metros que distan<br />

entre ésta y el tr<strong>abajo</strong> pensando en el segundo café del día, ése que siempre<br />

resulta más gratificante que el primero.<br />

Andrea y yo tenemos una oficina de turismo receptivo; está ubicada<br />

estratégicamente en el centro de la ciudad, donde antiguamente mis padres<br />

tenían el estudio jurídico. En temporada alta trabajamos a destajo, no nos va<br />

nada mal. Armamos paquetes a la medida de los clientes, ellos expresan sus<br />

necesidades y nosotras trabajamos sobre eso; vamos desde la reserva del hotel<br />

hasta implementar los circuitos más extraños, tratando, siempre, de estar al<br />

tanto de las últimas tendencias turísticas. Los extranjeros sólo deben ocuparse<br />

de llegar al aeropuerto y desde ese instante quedan en nuestras manos.<br />

Si bien nos especializamos en circuitos no convencionales, no desechamos<br />

ningún tipo de propuesta. Vos viste: todo suma.<br />

Contamos con una plantilla de guías licenciados bilingües. Si hay mucho<br />

tr<strong>abajo</strong> o algún guía no puede hacerse cargo, entonces nosotras somos quienes<br />

tomamos la posta. Algún día tendría que escribir un libro sobre esto; no sobre<br />

turismo receptivo, sino sobre los distintos personajes que visitan nuestras<br />

tierras. ¡Son de colección!<br />

35


—Mónica, hoy me voy un poco más temprano. Tengo turno con la<br />

ginecóloga —me informó mi socia.<br />

—Está bien.<br />

—Pospuse dos veces mi visita y vos viste… hay que cuidarse “allá <strong>abajo</strong>”.<br />

—Obviamente.<br />

—De paso aprovecho para comprar un libro que tiene que leer mi hijo<br />

menor para el colegio.<br />

—Andrea…<br />

—¿Sí?<br />

—¿Alguna vez miraste tu vulva con detenimiento?<br />

—A la mierda, nos tropezamos con una enciclopedia. En qué andará<br />

pensando mi amiga.<br />

—Nada especial. El viernes por la noche recordé mi parto —mentí—; en<br />

ese entonces me practicaron una incisión para facilitar las cosas…, y nunca más<br />

presté atención al tema, pero me agarró curiosidad. No preguntés por qué…, no<br />

lo sé. Antes de dormirme agarré un espejo y me puse a husmear y tengo que<br />

reconocer que no recuerdo haberlo hecho con anterioridad.<br />

—¡Aja! ¿Y qué viste?<br />

—Primero, que mis labios menores no son tan menores, sobresalen<br />

respecto de los otros, y que mi ginecólogo, veintiún años atrás, me dejó el labio<br />

derecho estilo leporino.<br />

—Entonces tiene dificultades al hablar.<br />

—¡Uy!... ¡Qué graciosa!<br />

—¡Un chiste, che!… te cuento que si yo quisiera ver algo así, debería<br />

practicarme una deforestación estilo Amazonas.<br />

—…<br />

—Después de mirarla, ¿a qué conclusión llegaste?<br />

—A que es linda.<br />

—Linda… ¿qué tiene de linda?<br />

36


—Bueno, no es fea, tiene personalidad.<br />

—¡Dejáte de joder, Mónica! Lo único que falta: ¡que nuestra conchita<br />

tenga personalidad!<br />

—Sí. ¿Por qué no?<br />

—De seguir esa línea de pensamiento, entonces, en cualquier momento<br />

vamos a ir al psicólogo por algún trastorno bipolar de nuestra argolla… ¡Ja!<br />

—No digas boludeces.<br />

—Volviendo a lo de “linda” —dijo Andrea—, si querés “embellecerla”<br />

aún más podés hacerlo porque están proliferando clínicas de estética vaginal.<br />

—Eso es para taradas –respondí.<br />

—Primero siliconas para las tetas y ahora está de onda que nuestra<br />

conchita recupere lo lozano de cuando teníamos quince años…<br />

—…<br />

—… y hay quienes se hacen blanquear el culo, ¡dejáte de joder!<br />

—Que cada una se haga cargo de su desorden mental; yo en eso no<br />

me meto. Y en todo caso, sería prudente preguntarse para disfrute de quién se<br />

someten a ese tipo de cirugías… —le dije.<br />

—Es cierto, habría que hacer una encuesta.<br />

—¡Ah! Y sigo sumando: cuando dicen estética, ¿en qué modelo se basan<br />

para lograr la meta?<br />

—Está bien Mónica, digamos que no es ni fea ni linda. Es, y suficiente<br />

con eso. Mi marido jamás dijo nada y, al parecer, se lleva bien con ésta. Al menos<br />

eso creo.<br />

—No hablo de terceros, cercanos ni lejanos. Me refiero a nosotras y<br />

cómo nos relacionamos con nuestros genitales…<br />

—Me la lavo todos los días.<br />

—¡Uy, Dios! Cómo estamos hoy… encima no contestaste la pregunta que<br />

te hice.<br />

—¿Cuál?<br />

37


—Si alguna vez te la miraste con detenimiento. No para ver el origen de<br />

la picazón o buscar erradicar un pelo rebelde.<br />

—No en realidad, pero ahora que lo mencionás se me viene a la mente<br />

un recuerdo que me da un poco de vergüenza.<br />

—Contá… dále.<br />

—Yo tenía unos diez años más o menos.<br />

—¿Diez años?... pedofilia.<br />

—No, boluda, nada de eso… ¿te cuento o no?<br />

—Sí, dále.<br />

—Estando un primo mío en casa de mis padres, comenzamos con el<br />

famoso juego del doctor. Él era el profesional y yo la paciente. Recuerdo que nos<br />

desnudamos sin remilgos, la idea era que él mostrara lo suyo y yo lo mío…<br />

—Creo que todas, alguna vez, jugamos a eso.<br />

—Sí, seguro…, en ese entonces su pito era pequeño pero asomaban ya<br />

algunos pelos y mi raja era una línea perfecta y lampiña. “No tenés pelos”, me<br />

dijo él. “A mí nunca me van a salir esos pelos horribles” —le contesté. Castigo<br />

divino sobre mí, me han crecido pelos a más no poder.<br />

El repicar del teléfono cortó de cuajo la conversación. Constesté:<br />

—Sí señora, la ruta del vino está contemplada en nuestros servicios…<br />

Ya a pleno en nuestro tr<strong>abajo</strong>, respondiendo e-mails, llamando por<br />

teléfono a los guías para terminar de coordinar las tareas de cada uno para<br />

cuando arribasen los próximos turistas, fue que el tema, que ya comenzaba a<br />

tener tintes de obsesión para mí, quedó en suspenso. A las cinco de la tarde<br />

Andrea anunció su retirada.<br />

—Lo único que queda pendiente de mi parte es coordinar con el<br />

transporte para que vaya a buscar a los canadienses el próximo lunes.<br />

—Despreocupáte… me encargo yo.<br />

—Okey, gracias… ¡Mua!, besos… nos vemos mañana.<br />

A decir verdad, en ese momento, continuar con la rutina del tr<strong>abajo</strong> no<br />

me seducía ni un poco.<br />

38


II.<br />

Nuestra oficina se encuentra ubicada en una hermosa y arbolada avenida. Al<br />

salir al balcón (cuarto piso al frente) estamos casi a la altura de la copa de los<br />

árboles, lo que nos permite tener una visión parcial de la calle y todo el cielo<br />

sobre nuestra cabeza. En este mismo lugar, muchos años atrás, mi madre fue<br />

testigo del paso de aquellos aviones con su carga de muerte.<br />

En primavera este lugar es especial. El follaje comienza a recuperar el<br />

verde, los pájaros anidan en rincones imposibles de las fachadas de los edificios<br />

y el sol entra a raudales a nuestros lugares de tr<strong>abajo</strong>.<br />

Desde esa altura, a veces, juego a cambiar la perspectiva de la avenida.<br />

Remplazo los coches modernos por unos antiguos, que van y vienen en ambas<br />

direcciones. La calzada la separo con hermosos faroles de hierro. Los árboles,<br />

hoy añosos, los convierto en enanos, mientras que hombres y mujeres caminan<br />

exhibiendo sombreros y capellinas. Los cafés atienden a sus clientes en la vereda<br />

a los que resguardan del sol con enormes toldos de color verde oscuro. El frente<br />

de los edificios retoma su color original, dejando en claro que la idea de sus<br />

constructores fue trasladar un pedazo de París a estas tierras. Si bien no todo<br />

tiempo pasado fue mejor, me imagino en ese contexto y me agrada la idea.<br />

El sonido de mi celular interrumpió mi viaje por el túnel del tiempo.<br />

Había entrado un mensaje, imaginé quién era y me sentí feliz.<br />

El regreso a casa lo hice cargada de bolsas. Cerca de la oficina hay una<br />

zona de locales que venden directo de fábrica y donde una compra a precio<br />

de mayorista, ¿la conocés?, estos al final de cada temporada promocionan con<br />

mayor descuento y en cuotas. A decir verdad, hay una diferencia considerable<br />

con los precios de las tiendas comunes. El resultado fue dos pares de botas y<br />

una cartera para usar en algún invierno próximo. Luego de esto fui directo al<br />

mercado; el objetivo era comprar carne para hacerla mechada y servirla con<br />

puré. Generalmente la compro en este lugar porque, si bien es más costosa, la<br />

calidad es indudable y cerca de casa es igual de cara pero no se compara.<br />

39


El vagón del subte venía a tope, mis bolsas no eran muy bien vistas por<br />

los que me rodeaban, salvo por el tipo que estaba detrás de mí y apoyándomela;<br />

uno que, con pedirle si por favor podía alejarse un poco, se perdió en la lejanía.<br />

Se fue poniendo una cara como de perro al que se lo están cogiendo. Típico...,<br />

pajeros hay a montones.<br />

Ya frente a la puerta de casa y en medio de la búsqueda de las putas<br />

llaves, que jamás están donde las pongo, fue que escuché sonar el teléfono.<br />

Al encontrarlas (obviamente) se cayeron de mis manos. Cuando conseguí<br />

trasponer la puerta, el contestador automático se activó: “Te comunicaste con<br />

la mansión de Mónica y Joaquín. En este momento estamos en el ala oeste y no<br />

llegaremos a tiempo para contestar. Por favor decinos quién sos y cómo podemos<br />

comunicarnos con vos”.<br />

Tengo que cambiar esa boludez de una vez por todas. Sueno ridícula.<br />

Pensé.<br />

—“Mónica, no es nada malo, pero en cuanto puedas comunicáte<br />

conmigo”.<br />

Andreita, esa voz lapidaria no sonaba convincente. No obstante, de<br />

ser algo realmente urgente, se hubiese comunicado a mi celular; por lo tanto<br />

tenía el suficiente margen de tiempo como para acomodar las cosas y hacer las<br />

preliminares de la cena. De esa manera, luego podríamos charlar tranquilas.<br />

Con el pijama puesto, guardé las cajas con las botas en el placard y la<br />

cartera en el buche. “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar” es mi<br />

lema.<br />

Ya en la cocina, dispuse todo para cocinar: unas incisiones en la carne,<br />

dentro de éstas coloqué ajo, zanahoria y algo de panceta. Después calenté la<br />

sartén con aceite de oliva, sal y pimienta dentro de ella; coloqué la carne y una<br />

vez sellada la retiré, en el mismo aceite puse a dorar cebolla, ajo y más panceta.<br />

Todo fue a parar a una fuente, a la que le agregué vino tinto, luego al horno por<br />

dos horas. Pelé y corté medio kilo de papas y a cocinarlas por veinte minutos, el<br />

tiempo que entendí como suficiente para hablar con Andrea.<br />

—Hola, ¿Andrea?<br />

40


—Y sí, Moni… ¿quién carajo va a ser?<br />

—¡Mierda!, qué humor, querida.<br />

—Disculpáme, sonó mal, pero no era la intención.<br />

—¿Qué sucede?<br />

—Me llamó Alejandra. Es sobre Virginia, parece ser qué está todo mal<br />

con su marido y cayó nuevamente en un pozo depresivo.<br />

—Puta madre, qué mala leche tiene esta mujer.<br />

—Y sí, la leche algo tiene que ver con esto, sobre todo la de su marido.<br />

—Contáme —le dije.<br />

—Aparentemente es lo de siempre, pero esta vez el tipo dice que se<br />

quiere divorciar.<br />

—Y eso ¿no sería lo mejor?<br />

—Qué sé yo, entiendo que sí, pero Virginia, sabes cómo es ella, piensa<br />

que lo que se une en matrimonio es para toda la vida y toda esa mierda que le<br />

metió su madre en la cabeza.<br />

—Mierda de situación. Y Alejandra ¿te contó algo más?<br />

—Contar, como contar, te digo que son fragmentos de infinitas<br />

conversaciones mantenidas anteriormente, sólo que ahora todas juntas —<br />

respondió Andrea.<br />

—Alejandra siempre fue su confidente.<br />

—Tal cual. Me dijo que el tipo se plantó en que la situación es insostenible,<br />

que tras once años de matrimonio no quería seguir dejando su leche por todos<br />

sus agujeros menos en su vagina.<br />

—¡Ajá! —respondí sin saber qué otra cosa decir.<br />

—Sí, no te olvidés que Virginia hasta prefiere que le den por atrás.<br />

—Por el culo, Andrea… por el culo.<br />

—Bueno, está bien, por el culo —dijo con desgano. —Ella tiene ese rollo<br />

de que cuando la van a penetrar se le frunce toda la concha y no puede. Entonces<br />

hace cualquier cosa que le pidan, menos por ahí.<br />

41


—Le dijimos una y mil veces que ese sorete que le metió su madre en la<br />

cabeza respecto a la mujer virtuosa y toda esa mierda, es el causante de todo.<br />

—Sí, lo sé.<br />

—Eso es vaginismo o algo similar…<br />

—Y te cuento que me acabo de enterar que hace años que no va a la<br />

ginecóloga.<br />

—¡Noooo!, no lo puedo creer —dije asombrada—. Y el boludo del<br />

marido ¿qué dice a esto?<br />

—Parece ser que hasta ahora nada.<br />

—Para algunos tipos, con tal de ponerla, cualquier agujero viene bien…<br />

Al final mi madre algo de razón tenía —dije recordando palabras de treinta años<br />

atrás.<br />

—Este es un imbécil.<br />

—Imbécil y un hijo de mil putas. Está tanto o más enfermo que ella.<br />

—De acuerdo, pero cómo se lo hacés entender…<br />

—Tenemos que intentarlo —le dije.<br />

—Hace rato tendrían que haber consultado a un profesional, porque en<br />

definitiva, en una pareja, todo siempre es cincuenta y cincuenta.<br />

—¿Y cómo sigue esto? —le pregunté.<br />

—Alejandra dijo de reunirnos en su casa el sábado por la tarde, su marido<br />

va a jugar fútbol con unos amigos.<br />

—¿Vamos todas?<br />

—Imagino que sí, Alejandra se pondrá en contacto.<br />

—Okey, cualquier novedad me llamás; si no, mañana la seguimos en la<br />

oficina.<br />

—De acuerdo, besos —se despidió Andrea.<br />

—Chau, besos.<br />

Virginia, técnicamente, ¿seguía siendo virgen entonces? nunca me<br />

quedó claro el concepto. A decir verdad a la hora de coger, pero de coger en<br />

serio, no siempre ha sido fácil para todo el mundo. Y me incluyo.<br />

Así fue como las papas se me pasaron.<br />

42


III.<br />

Tu familia ¿tiene un ritual de comidas?, los domingos, claro, como la gran<br />

mayoría. ¿Nosotros?, los desayunos de martes y jueves. En algo se parece a esos<br />

almuerzos dominicales de las familias numerosas donde padres, hijos, cuñados,<br />

abuelos, yernos y toda la prole se ponen al día con lo acontecido en la semana,<br />

tanto en aquello que los atañe como lo que no. Por supuesto. En nuestra mesa no<br />

hay tallarines sino tostadas, dulces (variados y caseros), té, café y en ocasiones<br />

algún brebaje a base de frutas preparado por pedido de mi hijo. Él suele darme<br />

un panorama del avance de sus estudios, sus amigos, lo sucedido en el tr<strong>abajo</strong><br />

y sus cuitas. De mi parte obtiene un pormenorizado detalle de todo lo que he<br />

hecho y lo que haré en los próximos días. Las intimidades las guarda con igual<br />

celo que yo.<br />

—Chau mamá, ¡te quiero!<br />

Joaquín había terminado de colocar en su mochila las cosas que utilizaría<br />

ese día, incluida la vianda para el tr<strong>abajo</strong> y se despidió con un beso.<br />

—Te amo hijo, que tengas el mejor de los días.<br />

—No olvides lavar mis zapatillas blancas para el fin de semana.<br />

—Despreocupáte: las tendrás impecables<br />

—Chau, chau.<br />

Ese día, media hora después de la partida de Joaquín, me encontraba en<br />

el vagón del subte que me llevaba a mi destino laboral, trayecto que cubre en<br />

unos veinticinco minutos aproximadamente.<br />

—Hola señora Mónica, buen día —me saludó, como siempre, el<br />

encargado del edificio.<br />

—Buen día, ¿cómo se encuentra usted?<br />

—En lo personal nada de que quejarme.<br />

—Eso es bueno.<br />

—Señora Mónica, venga que quiero mostrarle algo.<br />

43


¡No!... no tengo ganas.<br />

Tarde, estábamos bajando al sótano donde quería mostrarme lo<br />

deteriorado de la caja por donde pasan los cables telefónicos de todo el edificio.<br />

—Señora Mónica, si el consorcio no presta atención a esto (señalaba con<br />

su dedo índice) de forma inmediata, pronto estaremos incomunicados.<br />

—De acuerdo. Tomo nota y aviso al resto para que hagamos algo. Gracias.<br />

—No hay por qué. Esto se lo digo a usted porque es una de las pocas<br />

personas con las que se puede hablar en este edifico… igual era con su padre.<br />

—Gracias —saludé y me dispuse a subir a la oficina.<br />

—¡…y la madre puta que los remil parió! Cómo es posible que estos hijos<br />

de un vagón lleno de putas sigan insistiendo en cagarnos la vida…<br />

Algo andaba mal en la oficina. Tras cerrar la puerta a mis espaldas e<br />

ingresar a la oficina fue que escuché a Andrea insultando al teléfono, como si<br />

del otro lado estuviese el mayor genocida de toda la historia.<br />

—Pero Claudio, ¿me estás escuchando o no?<br />

—…<br />

—Te estoy diciendo que esta mierda de gente no se contenta tan solo con<br />

que paguemos impuestos, presentemos declaraciones juradas y no sé cuánta<br />

mierda más, sino que quieren explorar en lo más hondo de nuestro culo para ver<br />

qué otro pedazo pueden extirparte.<br />

Algo olía a podrido en Dinamarca…, sí, Daneses se llaman.<br />

—Bueno Claudio, dejémoslo ahí.<br />

—…<br />

—Sí… de acuerdo… perdonáme, necesitaba gritárselo a alguien.<br />

—…<br />

—También yo. Te amo, chau... Beso —le dijo ella apresuradamente.<br />

Al colgar el teléfono y girar la cabeza fue que Andrea se percató de mi<br />

presencia.<br />

44


—Son una mierda… ¡mierda… mierda!<br />

Mientras me decía eso sus mejillas se tornaban coloradas y parecía a<br />

punto de llorar.<br />

—Calmáte Andrea, y decíme de qué se trata.<br />

La dirección impositiva, mediante un dictamen, había decretado que a<br />

partir del día de la fecha los turistas de cualquier procedencia del extranjero<br />

deberían pagar un impuesto extra, uno que se sumaría al ya existente. Eso,<br />

agregado a una lenta pero implacable inflación, podía hacer estragos en nuestro<br />

negocio.<br />

—Encima mi marido dice que me quede tranquila, que todo pasa... ¡que<br />

al principio puede que disminuya el flujo de turistas, pero que luego vuelve a la<br />

normalidad! Por momentos me lo comería crudo —dijo una Andrea enojadísima.<br />

Mucho para decir no tenía, solo atiné a pedirle que reenviara a mi casilla<br />

de correo la gacetilla del gremio para leer el dictamen.<br />

Cerca del mediodía y como si una nube gris y pesada se hubiese instalado<br />

dentro de la oficina, fue que sonó mi celular.<br />

Alberto.<br />

—¡Hola, cómo se encuentra mi bella dama!<br />

Breve, concisa, y un tanto cortante fue mi respuesta. Lo puse al tanto de<br />

nuestra situación.<br />

—Mi amor, sabés que estas cosas se suceden cíclicamente, pero la<br />

tendencia habitual es que después todo se normaliza.<br />

Se notaba que estos dos boludos trabajan en el mismo estudio de<br />

abogados. Su respuesta no ayudó ni un poco a calmar la situación y en mí había<br />

un incipiente mal humor.<br />

—Te llamaba para que fuésemos a almorzar juntos.<br />

—Te agradezco, pero con Andrea vamos a comenzar a planear los pasos<br />

a dar, sobre todo con aquellos paquetes que ya están vendidos y pagados…<br />

impuestos incluidos.<br />

45


—No hay problema. Quería comentarte que Reynaldo retrasará su<br />

partida porque le avisaron que tiene que ir a las oficinas en Chile a arreglar unos<br />

entuertos con los socios trasandinos.<br />

Quién carajo será Reynaldo, pensé entonces, pero no tenía ganas de<br />

preguntar.<br />

—¡Ajá! —fue mi respuesta.<br />

—Y lo tengo que acompañar. La idea es viajar el sábado por la mañana y<br />

estar de regreso el lunes por la noche.<br />

—…<br />

—¿Estás ahí? —preguntó él.<br />

—Sí.<br />

—Trabajaremos el fin de semana.<br />

—…<br />

—Si no te molesta te pediría que tramites nuestros pasajes y el hotel. El<br />

mejicano ya se encargó de arreglar su ticket de aquí a DF —continuó diciendo<br />

Alberto.<br />

¡Ah!, Reynaldo era el mejicano, me enteré en aquel momento.<br />

—Enviáme por mail los datos de este sujeto…, me dijiste salir sábado por<br />

la mañana ¿temprano?<br />

—Sí, lo más temprano posible y que el regreso sea el último vuelo…<br />

—De acuerdo. ¿Lo cargo en la cuenta del estudio?<br />

—Sí, como siempre... ¿Estás enojada conmigo?<br />

—No, para nada, te pido disculpas. Te quiero.<br />

—Y un “¡te amo!”... ¿no sería mejor?<br />

—¡Ja!, sí, tenés razón: un “¡te amo!” enorme para vos. Sabés que es así,<br />

no me hagás sentir culpable.<br />

—Te amo también yo. Estaremos distanciados por unos días, pero ya nos<br />

desquitaremos.<br />

—Sí, esperaré ansiosa el resarcimiento... Chau, besos —le dije eso, pero<br />

46


a decir verdad el desquite me hubiese gustado llevarlo a cabo en ese mismo<br />

instante.<br />

—¡Ah! me olvidaba, organizamos con este tipo una cena para el viernes,<br />

Claudio irá con Andrea.<br />

—Bien, ahí estaremos.<br />

Sin lugar a dudas el día se presentaba mierdoso. Mi mente estaba<br />

ralentizada. Se tornaba necesario cuidar nuestro negocio y ninguna brillante<br />

idea acudía en mi ayuda. Que nuestro tr<strong>abajo</strong> no fuese tan solo rentable sino<br />

también terapéutico, le daba un valor agregado que debíamos defender a<br />

muerte. Observé a Andrea, quien —con marcada cara de preocupación—<br />

parecía devorarse la lectura en pantalla; ninguna de las dos hablaba y los ruidos<br />

de la calle parecían distantes. Pasamos la hora del almuerzo manteniéndonos<br />

solo a café y té. Se me antojaba tan distante el día en que le propuse a mi amiga<br />

instalarnos en la oficina y dar rienda suelta al delirio propuesto. Parecía una<br />

eternidad, pero solo habían pasado diez años desde entonces.<br />

IV.<br />

¿Nunca lo pensaste? Creéme, es así. Cualquier individuo que se cruce en tu vida,<br />

por poca intervención que tenga, de una u otra forma está influyendo en tu<br />

futuro. El famoso “efecto mariposa” ¿Lo conocés? Hay un cuento de Bradbury<br />

que está buenísmo, relata un viaje en el tiempo…, bueno, leélo y te vas a enterar.<br />

Te digo, llegado el momento, una está súper convencida de que lo mejor<br />

es separarte de tu marido pero es un bajón. Al principio me sentí confundida,<br />

pasé mucho tiempo con esa sensación dentro de mí. Necesitaba un cable a<br />

tierra para tener una perspectiva más clara de mi situación ¿Que qué hice?,<br />

nada programado: la promoción de la línea aérea llegó a mí de casualidad. La<br />

propuesta era por diez días, ticket cerrado. Lo cierto es que me entusiasmé y armé<br />

mi propio circuito: Venecia-Roma. No quería que nadie manejara mi agenda ni<br />

horarios, tampoco me interesaba saltar de un lugar a otro contando los minutos<br />

47


que estaría en cada uno de ellos. Entonces… nada de paquetes turísticos pre<br />

armados (hoy sería eso una contradicción). Lo cierto es que le conté a mi ex<br />

marido lo que quería hacer y acordé que por ese tiempo tuviese a Joaquín con<br />

él. Imagino a mi ex suegra balbuceando por lo bajo lo puta que fui siempre y que<br />

eso que iba a hacer era una clara evidencia de ello.<br />

Por suerte la ciudad de los canales me recibió con un sol a pleno y<br />

una temperatura más que agradable. Las míticas aguas, a diferencia de otras<br />

épocas del año, se mantenían en su cauce. Los días fueron más que suficientes<br />

para recorrer los seis sestieri venecianos. Caminé a más no poder, disfrutando<br />

como hacía tiempo que no me lo permitía. Está de más decir que muchas<br />

conversaciones no mantuve, pero eso funcionó como una suerte de terapia de<br />

grupo conmigo misma. El silencio permitía escucharme.<br />

El tren trayecto en tren (Venecia-Roma) me obsequió un exquisito paisaje.<br />

Llegué a la estación central cerca del mediodía. Tenía que trasladarme hasta el<br />

barrio judío, donde había alquilado un pequeño departamento acondicionado<br />

para turistas. Me pareció que ubicar un taxi para que me llevase era la decisión<br />

correcta, sobre todo para una mujer sola y con pocas referencias de la ciudad.<br />

Resulto ser más que correcto. Al llegar a la dirección (la cual entregué anotada<br />

en un papel al chofer) bajé mis valijas y le pagué la tarifa al taxista, quien se<br />

despidió con una amable sonrisa y diciéndome vaya una a saber qué.<br />

No habían transcurrido mucho tiempo cuando el chofer aquel, habiendo<br />

dado una vuelta, volvió a detener el coche frente a mí. Mi cara de terror debía ser<br />

visible a primera vista. Intuyendo que podía estar yo en una situación engorrosa,<br />

que al parecer conocía de antemano, se bajó del coche y me preguntó algo, de<br />

lo cual lo único que logré entender es que hacía referencia a “Franco”. ¿Y quién<br />

venía a ser aquel “Franco” del que me hablaba? ¡Misterio!<br />

—¿Numeri nove?<br />

¿De qué hablaba aquel tipo?<br />

Tenía que tranquilizarme. Evidentemente este quería ayudarme y dado<br />

que el hijo de puta que tenía que entregarme la llave del departamento no<br />

estaba ahí, era mejor que razonara.<br />

48


—¿Número nueve? —repetí<br />

—Sí, Franco fa l’appartamento?<br />

—Sí, sí —dije yo—. ¡El departamento número nueve!<br />

“¡Loado sea el Señor!”, pensé. Lo de Franco seguía sin entenderlo.<br />

El taxista marcó un número en su celular. Cuando alguien atendió del<br />

otro lado, este comenzó a gritar más que hablar (luego me daría cuenta que<br />

es una forma usual de comunicación entre los romanos). A duras penas logré<br />

entender que Franco era un viejo conocido de él y que pronto estaría ahí, sí,<br />

aquel Franco, entregándome las llaves. Me deshice en agradecimientos y como<br />

no tenía palabras para expresarlo, me inclinaba como si fuera yo una oriental.<br />

Media hora más tarde un hombre, del cual no podía precisar su edad, se acercó<br />

en su bicicleta, diciéndome algo en italiano; respondí que no entendía su idioma,<br />

en castellano, claro.<br />

—¿En inglés? —dijo él.<br />

—En ese terreno me manejo un poco más —fue mi respuesta,<br />

disimulando una sonrisa por el estilo Italian-American de él.<br />

—¿Usted es Mónica?<br />

—Sí. ¿Y usted quién es?<br />

—Franco.<br />

¡Ah!<br />

Me hizo pasar al edificio mientras contaba que este casi había sucumbido<br />

con el paso de los años y que fue reconstruido no mucho tiempo atrás. El ingreso<br />

al inmueble era oscuro, casi lúgubre. Subimos tres pisos por escaleras hechas de<br />

una madera añosa que crujía a cada paso que dábamos. El departamento era<br />

minúsculo pero estaba hermosamente decorado. La única ventana daba a un<br />

patio trasero, del que emergía una columna milenaria. Franco me explicó que<br />

eso era muy común en Roma, las construcciones del imperio se preservaban con<br />

leyes muy rigurosas. Quedé perpleja ante tanta historia junta y frente a mí. Me<br />

gustó.<br />

49


Continuó mostrándome la funcionalidad de las instalaciones. No digo<br />

recorriendo porque el espacio era mínimo, estaba todo integrado en un solo<br />

ambiente. La cocina ocupaba un tercio del lugar y se encontraba todo empotrado<br />

de manera tal que parecía que el resto había sido construido a su alrededor. Un<br />

televisor colgando del techo, la cama que se bajaba desde la pared frente a este,<br />

y el baño —aunque su interior se asemejaba a uno químico— parecía haber<br />

nacido con el departamento original.<br />

Franco estaba revisando una serie de mapas e indicando los puntos<br />

turísticos relevantes de la ciudad. Marcó, también, las proveedurías cercanas,<br />

haciendo mención a que los locales que vendían comida lista para llevar eran de<br />

dudosa calidad. A esa altura y estando ya un poco más relajada fue que presté<br />

atención al personaje que me hablaba. Tal como te dije antes, no me era fácil<br />

deducir su edad; la coleta entrecana podía ser un referente, pero la piel tersa<br />

de su cara me hacía dudar. Boina al estilo del “Che”, Levi’s raídos por el uso y<br />

zapatillas blancas.<br />

—Si usted lo desea, puedo ofrecerle visitas guiadas a la ciudad, a eso me<br />

dedico en mi tiempo libre —decía él, mientras yo escuchaba atentamente.<br />

—Generalmente ofrezco circuitos no tradicionales, pero nada impide<br />

integrar a mi lista los lugares más visitados… Mañana tengo una caminata con<br />

turistas ingleses. Está invitada, sin costo alguno, por haberla hecho esperar.<br />

—No, por favor, me gustaría conocer la ciudad guiada por expertos pero<br />

solo pagando.<br />

—De acuerdo, pero aceptará entonces un precio especial.<br />

—Okey, acepto.<br />

Antes de marcharse me indicó en el mapa el lugar de reunión.<br />

—La espero a las nueve. Recuerde venir con ropa cómoda y algo en los<br />

pies que no la haga sufrir... No me falle —se despidió, no sin antes arreglar el<br />

pago del alquiler y de dejar un juego de llaves del departamento en mis manos.<br />

—Ahí estaré —lo saludé, estrechándole la mano.<br />

50


El día siguiente amaneció con sol a pleno. Me preparé tal como el italiano<br />

me recomendó. El punto de encuentro era Campo dei Fiori y el recorrido incluía<br />

el Museo de Roma, Plaza Navona, el Panteón de Agripa, el palacio Altemps, Plaza<br />

Colonna, Fontana de Trevi y las estaciones intermedias.<br />

Pocos metros antes de llegar vi a Franco haciendo ademanes<br />

(seguramente, estaba explicando algo) junto a cuatro personas; eran los ingleses<br />

con los que iba a compartir la excursión. En el trayecto, y a cada historia que<br />

nuestro guía contaba acerca del lugar en cuestión, los ingleses hacían algún tipo<br />

de comentario por lo bajo, con cara de suspicacia.<br />

No recordaba haber transpirado de esa manera desde las clases de<br />

gimnasia en el colegio. Mis pies no querían más y necesitaba una buena comida<br />

para reponer algo de lo perdido. Los británicos, visiblemente enfadados,<br />

abandonaron antes de llegar a la fontana, no sin antes recriminarle que eso<br />

no era un recorrido turístico sino una tortura y que lo que contaba eran puros<br />

inventos, a lo que él respondió que si hablaban de tortura no olvidaran su famosa<br />

torre de Londres y que sus inventos eran más creíbles que los de J.K. Rowling.<br />

Todo esto, en un tono típicamente romano, solo faltaron los gestos.<br />

En lo que a mi respectaba, no sé si me gustaba más el recorrido o el tono<br />

desenfadado que le imprimía Franco a sus relatos; lo cierto era que me divertía<br />

y la estaba pasando bien. Al llegar a la fontana le dije que me gustaría comer<br />

algo, que podía quedarme ahí y él seguir con lo suyo. Me preguntó si estaba<br />

loca o algo parecido; luego me tomó de la mano para no perdernos en medio de<br />

tanta gente y tomamos un rumbo para mí desconocido. Tras un par de cuadras<br />

llegamos a un restaurante y me dijo que ahí se comían unas pastas increíbles.<br />

Este fue el plato que pidió, pero con mariscos, y sangría para nuestra sed, todo a<br />

un costo más que razonable.<br />

Degustando mi primer almuerzo romano me enteré de que sus<br />

antepasados provenían de la frontera con Suiza. Afirmaba que gente de su<br />

mismo apellido (Monti, lo recuerdo muy bien) había emigrado a Sudamérica,<br />

principalmente a Chile y Argentina. Años atrás había seguido a su hermano<br />

51


mayor a Nueva York, en busca de “hacerse la América” tan soñada, pero las<br />

cosas no resultaron como lo imaginaban por lo que decidieron volver a Italia,<br />

pero Franco previamente recorrería por un par de meses el fin del mundo.<br />

—En ese entonces localicé una familia con nuestro apellido en Buenos<br />

Aires y otra en Santiago de Chile. Quizá eran parientes —dijo Franco.<br />

A cada relato le imprimía una pasión que me era imposible desdeñar,<br />

una mezcla de realidad y fantasía propia de una mente adolescente, fresca, sin<br />

prejuicios. Su familia en Roma se reunía, invariablemente, todos los domingos<br />

en su casa (fue cuando me enteré de que aún vivía con sus padres) y nadie podía<br />

faltar a esa reunión sacra.<br />

Salimos del restaurante y me propuso degustar un helado. La gelateria<br />

se encontraba a pocos pasos de la famosa fontana. Me advirtió que quienes<br />

atendían eran un tanto hoscos, que la crema helada la servían en vasitos de<br />

cartón, dado que sostenían que el cucurucho arruina el sabor (tesis que me<br />

pareció aceptable), pero que el helado que comería no volvería a probarlo en<br />

otro lugar del mundo. No sé si en el planeta hay un helado igual, seguro que sí,<br />

pero lo que degusté cubrió mis expectativas con creces.<br />

—Imagino que debes estar cansada.<br />

—Sí, un tanto, pero no todos los días estoy en Roma.<br />

—Entiendo, pero para un mejor disfrute hay que tener la mente<br />

despejada, para eso es necesario que el cuerpo se sienta descansado y a gusto.<br />

—”Que el cuerpo se sienta a gusto”… Tienes razón, buena observación<br />

—contesté.<br />

El resto del camino fue (tomados de la mano) tan o más ameno que<br />

hasta ese momento. Por cada rincón extraño que pasábamos descolgaba una<br />

historia de amor o venganza.<br />

Sin darnos cuenta llegamos a la puerta del edificio donde pondría yo a<br />

descansar mi cuerpo.<br />

—Me gustaría verte esta noche —dijo Franco.<br />

52


Reconozco que la propuesta no me sorprendió, es más, creo que la<br />

esperaba.<br />

—Por supuesto, no hay problema —respondí.<br />

Se acercó mirándome fijamente a los ojos y me besó. Dejé entrar su<br />

lengua en mi boca sin saber muy bien por qué y lo disfruté.<br />

Habré dormido unas tres horas. El golpe en la puerta hizo que me<br />

despertara sobresaltada. Tardé unos segundos en comprender la situación,<br />

estaba todo oscuro y desconocía el ambiente. Cuando entendí de qué se trataba<br />

contesté:<br />

—Un minuto, ya abro, me quedé dormida.<br />

Tapé mi semidesnudez con una toalla y abrí la puerta.<br />

—¡Signorina… buonanotte!<br />

—Mil disculpas, me quedé dormida.<br />

—Entonces has descansado, ¡Bien por eso! —dijo.<br />

En su mano derecha traía dos bolsas de papel con una inscripción de la<br />

que solo alcancé a distinguir “prodotto artigianale”.<br />

—Un presente —dijo extendiendo su mano.<br />

—Gracias, ¿Quieres un café? —le ofrecí.<br />

—Acepto.<br />

Al abrir una de las bolsas extraje un pote de dulce cuya etiqueta rezaba<br />

“Marmellata di Arancia Amara”.<br />

Tomando el café comencé a despejarme. La situación se me antojaba<br />

extraña, estaba frente a un romano, los dos solos en un departamento y una<br />

ciudad totalmente desconocida para mí, y si bien no estaba en bolas no faltaba<br />

mucho para eso, pero no me inquietaba.<br />

Estando ambos sentados sobre dos taburetes (los únicos) y apoyados en<br />

la barra, que a su vez hacía de mesa-comedor, es que él se levantó y extrajo el<br />

otro pote de dulce.<br />

53


—Se me terminaron las que envían mis parientes del campo —dijo él<br />

haciendo referencia al regalo.<br />

—…<br />

—Éstos suelo comprarlos en una tienda de productos naturales donde<br />

todo es de altísima calidad.<br />

—Gracias —no sabía cómo reaccionar ante un regalo tan poco usual.<br />

—Este es para que la compartamos.<br />

Tras decir esto posó una mano sobre mi mejilla izquierda. Lo dejé hacer.<br />

Estaba parado frente a mí y yo sentada lo cual me forzaba a inclinar mi cabeza<br />

hacia atrás para mirarlo a los ojos. Mientras jugaba con mi cabello no dejaba de<br />

mirarme fijamente; acercó su rostro y comenzó a besarme las mejillas pasando<br />

de una a otra y haciendo escala en la nariz... suavemente, todo muy suavemente.<br />

Luego, su boca en mis labios y su lengua buscando la mía. Una leve presión en<br />

mi espalda indicó que me pusiese de pie. Dejó caer la toalla que me envolvía<br />

(siempre mirándome a los ojos) y continuó con caricias en mi rostro y cuello.<br />

“¡Alea jacta est!”, y nunca mejor que en la tierra del César, pensé.<br />

—Por favor, dame un minuto, me voy a bañar.<br />

—¿A bañar? —preguntó sorprendido —¿Por qué?<br />

—Es que he caminado todo el día y me he acostado sin darme una ducha.<br />

—Por favor, no. Quitarías todo tu perfume de mujer.<br />

—Pero lo mío no es precisamente Chanel número cinco.<br />

—Ese tipo de perfumes es para mujeres con ropa encima. Tu olor es<br />

único y me gustaría apreciarlo.<br />

Quedé muda.<br />

Dibujó una sonrisa en su rostro mientras comenzaba a sacarse la<br />

camisa. Desde mi divorcio a la fecha solo había estado con dos tipos, de los<br />

cuales no hay nada digno que mencionar, o quizá sí, si eso le sirviera a otras<br />

mujeres desprevenidas como yo. En todo caso era la primera vez que alguien me<br />

convidaba a no tomar un baño antes de tener sexo. Porque eso es lo que estaba<br />

por suceder.<br />

54


—Te sientes incómoda.<br />

—No, en absoluto, solo me resulta raro. No sé muy bien en qué momento<br />

llegué a esta situación.<br />

—Imagino que desde el momento en que lo juzgaste como posible.<br />

—De acuerdo, suena lógico, pero no sé cuándo sucedió eso.<br />

—Quizá fueron las pastas con mariscos.<br />

Y me regaló una sonrisa imposible de olvidar.<br />

Con su torso desnudo se acercó y quitándome el corpiño unió su pecho<br />

al mío: su vellosidad en otra situación me hubiese provocado cierto rechazo,<br />

pero entonces no fue así. Estuvimos parados besándonos no sé cuánto tiempo.<br />

En ese transcurso él fue quitándose toda su ropa hasta que quedamos ambos en<br />

calzones solamente. Los míos a esa altura estaban ya bastante mojados. La cama<br />

seguía como la había dejado tras mi siesta de tres horas, no la había replegado<br />

contra la pared. Me hizo retroceder tan solo dos pasos hasta que el borde de la<br />

cama dio contra la parte trasera de mis rodillas; flexionadas mis piernas, solo<br />

quedaba recostarme. Nos acomodamos entre las sábanas que aún guardaban<br />

la tibieza de mi cuerpo, me pidió que me pusiese boca arriba y que imaginara<br />

una noche estrellada sobre nosotros (todo un romántico). Comenzó dándome<br />

besos en la frente, cortos y profundos; sus labios pasaron sobre los míos sin<br />

detenerse, solo rozándolos. Los arrumacos en mis orejas y lo que me decía como<br />

si fuera un secreto ponían mi cachondez a niveles que desconocía. El besuqueo<br />

en mi cuello prometía sensaciones que no sabía si había olvidado o si jamás<br />

las había experimentado. En su recorrido Franco obvió mis tetas, pasó por el<br />

costado dirigiéndose a la zona que quedaba por sobre mi calzón que aún llevaba<br />

puesto. Tras unas caricias con su lengua centró su atención en mi ombligo, al<br />

que le dedicó un tiempo indeterminado (de continuar así, creo que hubiésemos<br />

obtenido el primer orgasmo umbilical de la historia).<br />

Poniendo una rodilla al lado de cada uno de mis muslos, se irguió<br />

mirándome y sonriendo. Siempre sonriendo. Estiró su mano y tomó el frasco de<br />

dulce que estaba al alcance, (“¡ja!, ahora viene la merienda”, pensé). Lo abrió,<br />

metió sus dedos dentro, con el índice y el medio extrajo una pequeña porción<br />

55


de la jalea, levantó mi teta derecha untando la porción de piel entre mi pecho<br />

y ésta y repitió el procedimiento con la izquierda. Al comenzar con esta liturgia<br />

se ausentó, fue algo así como que yo hubiese pasado a ser la fuente donde se<br />

serviría el banquete.<br />

Su lengua, muy lentamente, fue absorbiendo el néctar que alimentaba<br />

su libido, primero una teta luego la otra, nuevamente el frasco y entonces le tocó<br />

el turno a mis pezones. Debo reconocer que el juego en un punto me gustaba,<br />

no obstante lo previo a esto había sido mejor. Lo de la jalea y las tetas había<br />

logrado una excitación en él tan grande que perdió el ritmo anterior donde todo<br />

era pausado. Bajó mis calzones, se quitó los suyos, buscó un condón en sus Levi’s<br />

gastados y me pidió que se lo colocara. Su verga estaba dura y firme, por lo que<br />

me resultó sencillo deslizar el látex. Se colocó entre mis piernas tomando cada<br />

uno de mis pies y flexionando mis rodillas contra mi pecho. Yo estaba expuesta<br />

y también dispuesta; me penetró comenzando a jadear casi inmediatamente,<br />

no más allá de un par de minutos después había acabado: él, por supuesto, yo<br />

aún estaba a la espera de aquello que resultó ser sólo una ilusión que me había<br />

hecho. Salió de mí, me miró a los ojos y me besó con tanta ternura que suplió<br />

lo que faltaba... Se quitó el condón donde pude ver que había una cantidad de<br />

leche considerable, le hizo un nudo y lo arrojó al piso. Tomó nuevamente el pote<br />

con el dulce, sacando una porción más, y ungió mi entrepierna. Luego acercó su<br />

boca y estirando su lengua comenzó a recorrer todos los pliegues de ésta hasta<br />

que de la jalea no quedó vestigio alguno. Claro, le faltaba el postre.<br />

Se me hacía difícil clasificar lo vivido en ese momento. La ternura pre<br />

coito y los arrumacos post eyaculación jamás me los había dispensado nadie.<br />

Analizaba la situación y más aumentaba mi desconcierto. Entre el primer beso<br />

hasta el rollo de la jalea había transcurrido no sé cuánto tiempo, pero fue mucho,<br />

donde de haber tenido un cascabel, como la serpiente, se hubiese enterado todo<br />

el barrio de la calentura que yo tenía.<br />

Mimos, caricias, toqueteos, sonrisas y más sonrisas durante todo ese<br />

tiempo y en tan solo un instante se había desbarrancado; el muy cabrón se<br />

olvidó de mí. No obstante tenía algo casi angelical que, por momentos, me hizo<br />

creer que había tenido un orgasmo.<br />

56


—Hay un restaurante kosher aquí cerca, tiene muy buena carne ¿quieres<br />

que vayamos? —dijo él.<br />

—Está bien, nunca estuve en restaurantes de ese estilo. Me doy una<br />

ducha y vamos.<br />

—De acuerdo.<br />

—Debo cambiar mi perfume de mujer por algo de jabón de tocador.<br />

—Me permites acompañarte… en la ducha, digo —pidió él, adoptando<br />

una expresión picaresca.<br />

—Sí, por supuesto, mi centurión… ¡ja!<br />

Y mi sonrisa fue sincera. En el fondo estaba bien, quizá solo había que<br />

reeducarlo un poco.<br />

Luego de la cena caminamos una cuadra, me mostró un bar diciéndome<br />

que ahí me esperaba al día siguiente para desayunar.<br />

—A las nueve y media ¿le parece bien, signorina?<br />

—Aquí estaré.<br />

Nos despedimos con un beso al estilo Anita Ekberg y Marcello<br />

Mastroianni. Lástima que la fontana no estaba a mano.<br />

Al entrar al departamento y tras cerrar la puerta, un peso enorme<br />

comenzó a presionar mi pecho: había cometido el peor de los pecados.<br />

—¡La madre que me parió! Me olvidé de llamar a mi hijo —me dije,<br />

como si tuviese un interlocutor frente a mí.<br />

La última llamada a casa de mi ex la había hecho el día anterior, apenas<br />

llegada a Roma. Habíamos acordado que los contactaría cotidianamente, antes<br />

de que Joaquín saliera para el colegio. Dada la diferencia horaria, yo debía<br />

marcar el número a las doce, hora italiana. Los teléfonos celulares de la época no<br />

tenían la difusión ni la tecnología actual, lo que me hubiese permitido zanjar la<br />

cagada que me había mandado. Salí a la calle, no había un alma. Lo único que se<br />

me ocurrió fue ir al restaurante donde había cenado con Franco. Solo quedaba el<br />

administrador (o propietario, nunca lo supe) y una camarera (que por la actitud<br />

debía atender las mesas del local y la cama del sujeto).<br />

57


—¿Sabe dónde puedo encontrar un locutorio?<br />

Me miraron ambos con cara de entender poco y nada.<br />

—¡Un locutorio! ¡Hablar por teléfono!— insistía yo, haciendo ademanes.<br />

Hablaron entre ellos y no entendí niente.<br />

Traté de explicar una situación de emergencia donde se imponía hacer<br />

una llamada telefónica. Volvieron a hablar entre ellos y capté que nombraban<br />

a Franco. Luego de esto él sacó de debajo del mostrador un teléfono y me lo<br />

ofreció.<br />

—Sepa que es una llamada internacional —dije yo.<br />

—No problema —dijo ella mezclando italiano e inglés.<br />

Marqué apresuradamente la seguidilla de números como si eso me<br />

hubiese puesto en contacto más rápidamente. Escuchaba el repicar del teléfono<br />

en la otra punta, una, dos…, seis veces. Estaba a punto de cortar la comunicación<br />

cuando una voz, un tanto distorsionada, atendió:<br />

—Hola ¿quién es?<br />

Mi ex suegra fuen quien atendió.<br />

—¡Hola! Mónica habla.<br />

—¡Ah! ¡Te acordaste!<br />

—¡Por favor! Ahora no tengo ganas de discutir. Se me hizo imposible<br />

llamar más temprano.<br />

—Resulta que en Roma es más fácil hablar por teléfono a la medianoche<br />

que durante el día.<br />

—Mire, no me haga esto.<br />

—Tu hijo está enfermo.<br />

—¡Enfermo! —casi lo grité. —¿Qué le sucedió?, ¿Dónde está? —<br />

pregunté, temiendo lo peor.<br />

—Acá, en casa. Tiene fiebre, una infección bacteriana en la garganta.<br />

Yegua hija de mil putas; solo bacterias en la garganta y lo hacía sonar<br />

como la peor de las tragedias.<br />

58


—Por favor, déme con él.<br />

Le hable a nadie. Escuché que caminaba haciendo algún tipo de<br />

comentario a alguien cerca de ella.<br />

—Es tu madre, Joaquín, quiere hablarte.<br />

—¿Mamá?<br />

El corazón estrujado y un nudo en la garganta fueron los preliminares de<br />

unas pequeñas lágrimas que comenzaron a rodar por mi mejilla. Los italianos,<br />

él y ella, me miraban atentamente como si se tratase de una telenovela. La<br />

camarera me acercó pañuelos de papel.<br />

—Grazie —dije por lo bajo, en un italiano que sonaba a checheno.<br />

—Te amo, hijo. Me gustaría estar ya ahí y curarte llenándote de besos.<br />

—Te quiero, mamá.<br />

—¿Cómo te sentís?<br />

—Me duele un poco la garganta, sobre todo cuando quiero comer, y<br />

tengo fiebre.<br />

—No es nada hijo, pronto vas a estar bien.<br />

—Lo mismo dijo la abuela, pero me explicó que para no enfermarme<br />

debería salir más abrigado.<br />

Vieja de mierda.<br />

—No siempre es así hijo, después te lo explico.<br />

—Está bien, mamá ¿Cuándo volvés a casa?<br />

—Hijo, me encantaría estar ahí ahora mismo pero no puedo, el domingo<br />

tomo el avión y voy a casa ¿Sí? ¿De acuerdo?<br />

—Sí mamá.<br />

—Te amo y te extraño, mi bebé… Besos<br />

—No soy un bebé…<br />

—Te amo, chau —. En mi garganta había un bloque de cemento y corté<br />

antes de que la arpía de mi suegra tuviese la oportunidad de agregar algo más.<br />

Saqué unos euros de mi bolsillo y se los ofrecí a mis benefactores<br />

59


italianos; como respuesta obtuve un abrazo de ella como si hubiese comprendido<br />

mi conversación. Estaba dándome todo su apoyo. Así somos las mujeres.<br />

—Buonanotte —susurré, y ambos sonrieron.<br />

El descanso nocturno no fue tal, estuve inquieta y creo haberme<br />

despertado unas cuantas veces. Si bien no conservaba imagen de lo soñado,<br />

imaginaba de qué se trataba.<br />

En efecto; los hijos son lo primero, siempre. Como decía mi madre: hasta<br />

la tumba.<br />

Al día siguiente lo que me despertó fue la migraña que estaba haciendo<br />

estragos en mi cabeza. Sentía los ojos pesados y cero de voluntad para levantarme.<br />

El reloj marcaba las nueve y diez; restaban veinte minutos para encontrarme con<br />

Franco en el lugar acordado.<br />

Al salir de la cama mi pie izquierdo pisó el condón usado que estaba<br />

aún en el piso, lo recogí y me dirigí al baño, el cartel pegado en la pared de<br />

este pedía por favor que tirase papeles y elementos de higiene femenina en el<br />

cesto ubicado al costado del inodoro. Sobre semen guardado en látex no decía<br />

nada. Hice caso omiso. El espejo sobre el lavamanos me devolvió una imagen<br />

terrible, sobre todo las ojeras que delataban la mala noche que había pasado.<br />

Sin corrector a mano solo me restaba ocultar todo con anteojos de sol. Así lo<br />

hice.<br />

—Buongiorno, Mónica.<br />

—Hola. —No logré articular ninguna palabra amable.<br />

—Hey, la mia principessa… ¿sucede algo?<br />

—No dormí bien, eso es todo.<br />

—¿Puedo hacer algo por ti? —dijo él amablemente.<br />

—No, ya se me va a pasar. Gracias.<br />

No era la mejor forma de comenzar un día en Roma, sobre todo con<br />

una persona gentil y dispuesta como Franco, pero se me hacía imposible dejar<br />

60


atrás la noche pasada. Hablamos poco y entrecortado. La migraña, en lugar de<br />

comenzar a desaparecer, parecía acentuarse.<br />

—Mónica, estás invitada a dar un largo paseo de mano del mejor guía<br />

turístico alternativo que posee Roma —me dijo él, e infló el pecho emulando a<br />

un superhéroe—. Nada de lo que estás a punto de ver ha sido apreciado por ojos<br />

foráneos.<br />

Me sonreí.<br />

—Franco, yo te agradezco infinitamente lo que haces, pero entiendo que<br />

tienes que llevar un tr<strong>abajo</strong> adelante y no me gustaría que lo descuidaras por mí.<br />

—Descuidarte sería mi mayor descuido.<br />

Puta madre, por qué ese tipo vivía a once mil kilómetros y no a unas<br />

pocas cuadras de mi casa, pensé entonces.<br />

Tras pedir la cuenta y discutir quién pagaba, fue que me tomó de la<br />

mano guiándome hacia la calle. Al salir, y afectando solemnidad, me mostró dos<br />

bicicletas apoyadas sobre una pared.<br />

—Este es nuestro transporte del día. Signorina, hoy será una romana<br />

más.<br />

La ciudad se me antojaba como un gran museo arqueológico a cielo<br />

abierto. Excavaciones por aquí, monumentos preservados por allá, todo eso<br />

circunscrito por ramilletes de calles que parecían anudarse entre sí. Miles de<br />

italianos en motocicletas cruzándose en tu camino y sus conversaciones que<br />

nunca lograba comprender; yo no sabía si discutían o simplemente comentaban<br />

el último partido de fútbol.<br />

El paseo en bicicleta comenzaba a despejar mi dolor de cabeza y junto a<br />

eso volvía, de a poco, el buen humor. Luego de unas horas de pedaleo (a esa altura<br />

mi pasado de fumadora me pasaba la factura), un café en un bar de ensueño y<br />

alguna que otra fotografía para el recuerdo, una imagen de Joaquincito en cama<br />

atravesó mi mente.<br />

—Franco, tengo que hablar por teléfono con mi hijo. ¿Podríamos ir a un<br />

locutorio?<br />

61


—Bien, si no es muy urgente, te indico desde dónde puedes hablar.<br />

—En la próxima media hora ¿puede ser? —le pregunté.<br />

—Cuarenta y cinco minutos ¿está bien? —respondió.<br />

—Sí… seguimos en horario.<br />

—Bien, iremos por la rivera de enfrente —dijo Franco, mientras apuraba<br />

el ritmo de su bicicleta<br />

Habremos pedaleado media hora más aproximadamente, no sin antes<br />

hacer algún que otro alto donde me indicaba un punto de interés contándome,<br />

según su versión, los oscuros sucesos ahí acaecidos. Luego llegamos a un<br />

barrio antiquísimo con calles adoquinadas, sin veredas. Los frentes de las casas<br />

mostraban orgullosos follajes verdes, semejando jardines colgantes. El ingreso<br />

a las viviendas era escoltado por grandes botijas de barro repletas de flores.<br />

La vista al cielo era interrumpida por ropa puesta a secar, colgada de sogas<br />

que atravesaban la calle. Bares diseminados por doquier. Todo esto coronado<br />

por coches, motocicletas y peatones que pugnaban por ganar un espacio para<br />

continuar su marcha en la única vía disponible para todos. Mientras intentaba<br />

asimilar y guardar esta imagen en mi mente (sumado a algunas fotografías que<br />

tomé) fue que Franco me dijo que habíamos llegado a destino.<br />

—Aquí podrás hablar por teléfono —dijo, señalando un portón de<br />

madera que apenas parecía sostenerse sobre sus bisagras.<br />

—Okey —dije yo, sin entender demasiado.<br />

Franco empujó una puerta que permitía el acceso sin necesidad de<br />

abrir el portón. Me indicó que pasara, no sin antes hacer mención a que tuviera<br />

cuidado con el marco, porque podía tropezar.<br />

—Pasa, yo entro las bicicletas —indicó él.<br />

Al ingresar me encontré bajo un techo, curvo, de ladrillos. Este se<br />

extendía unos seis o siete metros, aproximadamente, hacia adentro. Luego un<br />

camino empedrado que asemejaba una calle interna y a cielo abierto. A cada<br />

lado del pequeño pasaje se veían puertas que daban a distintas viviendas, cuatro<br />

precisamente.<br />

62


—La última sobre la derecha es donde vivo —dijo Franco, señalando la<br />

puerta de ingreso.<br />

—¿Esta es tu casa? —dije con cierto asombro.<br />

—Sí ¿por qué te sorprendes?<br />

No supe qué contestar.<br />

Estaba manteniendo una conversación conmigo misma, en la que me<br />

recordaba que si bien Franco era súper simpático y parecía una buena persona,<br />

debía tener en cuenta que me encontraba a miles de kilómetros de mi gente<br />

conocida y que, de sucederme algo, hasta cabía la posibilidad de que no me<br />

encontraran jamás. En medio de eso estaba cuando de repente, y sin darme<br />

cuenta, había traspuesto la puerta encontrándome ya dentro de la vivienda.<br />

—¡Mamma! —gritó él.<br />

No lo podía creer, me iba a presentar a su madre. No terminaba de dar<br />

forma a mi pensamiento cuando apareció una mujer con aspecto de anciana, o<br />

quizá solo era una impresión a causa de la ropa que llevaba puesta dado que sus<br />

vivaces ojos reflejaban lo contrario. La mujer se presentó dándome un beso en<br />

cada mejilla.<br />

—Un beso así se da sólo cuando las personas son conocidas —explicó<br />

Franco.<br />

—Mónica —respondí, mirándola a los ojos.<br />

—Sí, lo so.<br />

—Tu madre sabe mi nombre.<br />

—Sí, le he contado sobre ti.<br />

—¡Ajá! ¿Y puedo saber precisamente qué es lo que le has contado?<br />

—No mucho, solo le dije que había encontrado el amor de mi vida.<br />

Los ojos de la mujer mayor iban de su hijo a mí y viceversa, no entendía<br />

absolutamente nada de lo que hablábamos.<br />

—Ven, toma el teléfono y haz la llamada.<br />

Pasamos a un patio interno lleno de macetones con geranios y otras flores<br />

que no logré catalogar. El techo era de vidrio y le daba un aspecto interesante a<br />

63


todo el entorno. Contra una pared y bajo una ventana, que podía intuirse como<br />

la cocina, había una mesita y en ella el teléfono.<br />

—Habla tranquila, yo voy al baño.<br />

Recuerdo haber marcado nerviosamente el número que me pondría en<br />

contacto con mi hijo. Me temblaba un poco la mano sin saber muy bien por qué.<br />

—¡Hola! —Era la voz de mi ex marido.<br />

—Hola, Mónica habla.<br />

—Sí, lo imaginé —la respuesta sonó distante, pero no en busca de pleito.<br />

—¿Cómo está todo? ¿Cómo se encuentra Joaquín?<br />

—Mejor, la fiebre ha disminuido y ya puede comer algo sólido.<br />

—Disculpáme por lo de ayer, intenté hablar más temprano, pero…<br />

—No hace falta que digas nada, mi madre ya me explicó. En todo caso es<br />

tu hijo quien debe entender la situación.<br />

—No lo digas de esa manera… acaso pensás que soy una madre<br />

desalmada… que he venido aquí para olvidarme de todos ustedes… o vaya a<br />

saber cuántas cosas más dice tu madre de mí.<br />

—No dije eso, es interpretación tuya… Y te pido por favor que no metas<br />

a mi madre en el medio.<br />

—No me hagas sentir mal, por favor. Pasáme con Joaquín.<br />

—…<br />

—Hola, ¿mamá?<br />

—Sí, hijo.<br />

—¿Estás volviendo?<br />

—Pronto, hijo, pronto —decía esto mientras me maldecía a mí misma<br />

por haber emprendido la aventura de ese viaje.<br />

—Papá me trajo un juego nuevo para la “Play”… está buenísimo.<br />

—Qué lindo, hijo, me alegra. Te cuento que el lunes iré a buscarte para<br />

que vayamos a casa juntos ¿te parece bien?<br />

64


—Sí mamá, pero papá dice que no debo faltar al colegio porque estuve<br />

varios días en cama.<br />

—Papá tiene razón, entonces nos veremos por la tarde ¿te parece bien?<br />

No quería discutir este punto con mi ex marido.<br />

Joaquín se despidió de mí con un beso onomatopéyico que yo no podría<br />

olvidar en lo que restaba del día. Eran las dos y media de la tarde y —a decir<br />

verdad— no solo tenía ganas de que terminara el día, sino el viaje también.<br />

—Franco, espero que no te enfades. Te estoy eternamente agradecida<br />

por todo lo que estás haciendo, pero hoy prefiero volver al departamento bien<br />

temprano y descansar todo lo que pueda.<br />

—Está bien, sus deseos órdenes son.<br />

Al momento de despedirme de su madre ésta dijo algo que Franco tuvo<br />

que traducir.<br />

—Mamá está invitándote a almorzar el domingo, dice que sería un gusto<br />

para ella que aceptaras. Viene toda mi familia.<br />

Me quedé pensativa.<br />

—Si quieres puedes venir a almorzar y luego te acompaño al aeropuerto.<br />

—De acuerdo. El mayor placer será para mí compartir esa mesa —le<br />

decía yo a la mujer mientras Franco le traducía.<br />

Pusimos rumbo al barrio judío en el coche de su padre; las bicicletas<br />

quedaron en su casa. En el camino paramos en un viejo almacén, donde compró<br />

unas pastas y salsa industrializada y me las ofreció.<br />

—Esta noche cenarás en el departamento. Imagino. Cocina estas pastas<br />

y conocerás lo que son. Que mi madre no se entere de esto. Me miró ofreciendo<br />

una sonrisa que quise catalogar pero no pude, porque pensar en mi hijo, más el<br />

cansancio que sentía, me lo impedían.<br />

A las cuatro de la tarde estaba tirada en la cama con mi mente súper<br />

confundida tratando de rescatar lo mejor del día, y me quedé dormida. La<br />

oscuridad, o mejor dicho la sensación de vacío de esta, me despertó. El reloj<br />

marcaba las ocho en punto y el crujir de mi estómago me recordaba que lo<br />

65


último sólido que había comido era durante el desayuno. Preparé las pastas, que<br />

resultaron un manjar, y volví a la cama sin siquiera lavarme los dientes.<br />

El golpe acompasado en la puerta me despertó.<br />

—¡Buongiorno signorina! —Fue lo que dijo Franco mientras estiraba sus<br />

manos, entregándome un paquete que, por las manchas de grasa que exhibía,<br />

imaginé que provenía de alguna de las panifici de Roma. Mientras yo depositaba<br />

el envoltorio sobre la barra, él me abrazó desde atrás en un gesto tierno,<br />

desprovisto de cualquier idea erótica.<br />

—¿Café o té? —preguntó.<br />

—Hoy prefiero comenzar con té.<br />

Después de ingerir dos tazas y comer dos pasteles que no recuerdo bien<br />

de qué eran, pero sí lo exquisito de su relleno, fui al baño a dar los retoques<br />

necesarios para iniciar el día.<br />

Al salir del baño lo vi sentado en uno de los taburetes. Me miraba<br />

fijamente pero sus ojos estaban vacíos de expresión. Parecía que una porción<br />

de su mente estaba ahí, mientras que otra parte se encontraba muy lejos. Era<br />

una mirada distinta a la de días anteriores, cierta nostalgia le quitaban algo de<br />

su brillo natural.<br />

Me acerqué y lo besé, mi lengua buscó la suya, mis manos su pelo, mis<br />

dientes sus labios. Comencé a quitarle su camisa y le indiqué la cama. Estando<br />

él acostado y yo de rodillas, comencé a desvestirlo lentamente, a su estilo: su<br />

camisa, sus zapatos náuticos y sus medias; luego bajé el cierre de su pantalón<br />

y comencé a tirar de la prenda para terminar de quitársela. Su excitación<br />

comenzaba a evidenciarse y, a diferencia de la vez anterior, no le quedaron los<br />

calzones para lo último. La piel de su verga era un poco más oscura que en el<br />

resto de su cuerpo, sus bolas de unos colores rosáceos oscuros y cubiertas por<br />

un fino vello rubio; el pelo de su pubis era abundante y ensortijado. Me quité el<br />

corpiño, le alcancé el pote de jalea que había quedado en el mismo lugar desde<br />

el anterior encuentro, invertimos las posiciones y lo dejé hacer.<br />

Hubo, nuevamente, un tiempo indeterminado donde me relajé<br />

entregándome. En ese lapso Franco recorrió mi cuerpo con sus manos; parecía<br />

66


mantener una charla íntima con cada rincón o pliegue al que le prestaba su<br />

atención. Me olía y creo que lo hacía como para guardar un registro, catalogar<br />

y almacenar en su memoria todo lo que estaba sucediendo entre nosotros. No<br />

hubo palabras sino al final.<br />

La tensión en mi cuerpo por momentos se tornaba dolorosa, mi piel y<br />

mis vellos estaban totalmente erizados. El flujo vaginal, habiendo atravesado el<br />

calzón, lo sentía en mis muslos. Los pezones erectos, sin tener más piel donde<br />

estirarse. Cada arqueo de mi espalda respondía a un cosquilleo que nacía en mi<br />

vulva, extendiéndose por todo mi ser.<br />

—Te amo —susurró Franco.<br />

—Creo que podemos amar este momento, amarnos por un instante,<br />

nada más, el resto es una idea que te haces de mí —respondí.<br />

Me pidió que me sentara en cuclillas frente a él. Se quedó un rato<br />

mirándome sin decir nada. La expresión en su cara era de una ternura casi<br />

infantil. Estiró su mano en busca del Levi’s raído y extrajo un condón.<br />

—¿Me lo pones tú? —dijo alcanzándomelo—. Pero primero, por favor,<br />

¿me la acaricias un poco?<br />

Ante mi asentimiento, él se incorporó sobre sus rodillas quedando la<br />

punta de su verga a la altura de mi mentón. Dejé el condón a mi lado, sobre la<br />

cama. Agarré su miembro con mi mano derecha (la ágil) y comencé a subirla y<br />

bajarla lentamente mientras su agitación iba en aumento. Al notar su glande aún<br />

seco decidí poner saliva en el; estuve a un tris de extraer flujo de mi vagina pero,<br />

en todo caso y si tenía que chupársela, no tenía ganas de andar probando de lo<br />

mío. Ya lubricado comencé a hacer un movimiento circular y único en la cabeza,<br />

siempre en el mismo lugar, mientras que con mi mano izquierda se la sostenía<br />

firmemente. Fue corto, no más de seis o siete veces el mismo masaje, cuando mi<br />

mano percibió un movimiento interno en él, algo se contrajo con fuerza dentro<br />

de su verga y luego el semen golpeó mi cara: al no tener un espejo frente a mí<br />

no sabía cómo había quedado decorada; lo único claro era que una parte estaba<br />

sobre las pestañas de mi ojo izquierdo. Retiró suavemente mi mano colocando<br />

la de él en su lugar, subió ésta tres o cuatro veces y sobrevino otra andanada. En<br />

esa oportunidad lo que quedaba dentro de él fue a parar a mis labios y mentón.<br />

67


—Disculpas… disculpas —decía él con cara de desconcierto—. No pude<br />

controlarme.<br />

—Está bien, está permitido dentro del juego —le respondí, calmándolo.<br />

Fue hasta el baño y trajo unos pañuelos de papel con los que me limpió<br />

detenidamente. Se puso de rodillas frente a mi abrazándome como un chiquillo<br />

que encontró a su ser querido después de mucho tiempo.<br />

—Hay cosas que nacieron así y nunca cambiarán.<br />

Esto último lo dijo mirándome fijamente y, a mi entender, a punto de<br />

llorar. Yo seguía con mis calzones puestos. Decime vos: ¿por qué a algunos tipos<br />

se les hace tan difícil arrancarnos un polvo?<br />

Durante el resto de la jornada nos perdimos en el laberinto de las calles<br />

romanas, tomados de la mano con firmeza y sin rumbo fijo, mientras el recuerdo<br />

de mi hijo se agigantaba en mi mente.<br />

El día siguiente pasó a buscarme en una camioneta estilo utilitario<br />

y en ella cargamos mi equipaje poniendo rumbo a su casa. En el trayecto me<br />

enteré de que el vehículo pertenecía al negocio de la familia y que este era la<br />

panificación. Una herencia ancestral. Su hobby era el turismo local y la historia<br />

romana alternativa. El departamento que alquilaba pertenecía a toda la familia<br />

y el dinero extra que él conseguía provenía de sus “tours a medida”. Franco<br />

era el séptimo hijo varón (su maldición no era precisamente la de el hombre<br />

lobo) de un total de ocho hermanos, dos de ellos mellizos, uno muerto y el otro<br />

desaparecido (mucho tiempo atrás) en américa. La última fue una mujer.<br />

Nos disponíamos a traspasar el portón que nos llevaba a su casa cuando<br />

me dijo que el almuerzo de los domingos se hacía siempre en la panificadora,<br />

por lo que entendí que ahí dejaríamos mi equipaje y luego iríamos al local en<br />

cuestión. Mi sorpresa se produjo cuando paramos en la primera puerta sobre la<br />

derecha del pasaje interno y él la abrió: Del interior venía un cotorreo digno de<br />

cualquier calle céntrica; ya en el pasillo un par de chiquillos se atravesaron en<br />

una carrera hacia un objetivo desconocido.<br />

—Sobrinos —dijo él.<br />

68


La casona, donde funcionaba la panificadora, era una copia de la que<br />

ya conocía, solo que en modo espejo. Atravesamos un patio pequeño y fuimos<br />

a dar a otro que triplicaba el tamaño del anterior: en ése ya se encontraba<br />

tendida la mesa que serviría para el almuerzo, rodeada de una cantidad de sillas<br />

que no logré contar en un primer momento. Todo se concentraba ahí. Algunos<br />

chiquillos corrían, otros jugaban a la pelota, otros simplemente gritaban. El patio<br />

terminaba en una pared en la que había una gran ventana abierta y tras ella se<br />

veía un número indeterminado de mujeres, todas ellas ocupadas en quehaceres<br />

que, sin lugar a dudas, tenían que ver con el inminente almuerzo.<br />

Franco me llevó a recorrer la casa panificadora. Paredes, techos y pisos<br />

parecían indiferentes al paso del tiempo. La historia familiar se encontraba sellada<br />

en cada rincón y los pocos detalles de modernidad habían sido absorbidos y<br />

asimilados por un pasado absolutamente vigente. La panadería de sus bisabuelos<br />

(o más atrás en la escala familiar, no lo recuerdo) era conocida como la que está<br />

después del río, dopo il fiume, era por eso que llevaba ese nombre.<br />

En el camino me presentó a toda su familia.<br />

La mesa la encabezaba su padre, como buen patriarca familiar. El<br />

comienzo del dar las gracias por los alimentos fue recibido por un silencio<br />

profundo; al culminar con esas palabras siguió con unas que indudablemente<br />

hacían referencia a mí, dado que todos se volvieron a mirarme.<br />

—Papá dice que eres la invitada de honor y que le gustaría que hicieses<br />

un brindis y dijeras algunas palabras.<br />

¡No, mi Dios!, dar discursos jamás fue lo mío.<br />

—No tienes escapatoria —dijo él.<br />

—Desde que llegué a Roma, hace pocos días por cierto, busqué aquella<br />

fotografía que pudiese resumir mi visita, no la encontré sino hasta el día de<br />

mi partida, hoy y ante ustedes —Lo último lo dije con la lengua medio torpe e<br />

incipientes lágrimas en mis ojos—: ¡Gracias por todo!<br />

Franco tradujo lo que dije, al terminar aplaudieron, silbaron<br />

entusiasmados y los que estaban más cerca me abrazaron.<br />

69


De antemano había acordado con mi ex que el día de mi regreso llamaría<br />

por teléfono cuando ya estuviese en el aeropuerto, confirmando que estaba todo<br />

bien y lista a viajar. A pesar de que restaba bastante tiempo para la partida del<br />

avión, le pedí a Franco si podía llevarme al aeropuerto. Él me miró sorprendido,<br />

pero sin manifestar ninguna objeción. Despedirme no fue sencillo, por un lado<br />

me encontraba en un marco familiar ideal, donde me daban cabida, pero la<br />

imagen de mi hijo estaba por encima de todo eso, en definitiva él y yo también<br />

hacíamos una familia completa.<br />

Al llegar al hall del aeropuerto me detuve a mitad de camino.<br />

—Franco, estas últimas horas en Roma me gustaría pasarlas a solas, por<br />

favor no te enojes.<br />

A esto él respondió con un abrazo que parecía no querer terminar nunca.<br />

Contra su pecho sentí su respiración entrecortada indicando un sollozo;<br />

acercándose a mi oído me susurró un “jamás te olvidaré“.<br />

Durante las primeras seis horas de vuelo estuve inquieta y molesta. Mis<br />

pensamientos eran erráticos, no sabía si escuchar música o leer y la incomodidad<br />

de los asientos no ayudaba en absoluto. La ansiedad por estar junto a mi<br />

hijo me consumía. Luego no solo logré conciliar el sueño sino que me dormí<br />

profundamente, hasta que las luces de la cabina se encendieron y la voz del<br />

capitán anunció lo que restaba de viaje. Al servirnos el desayuno y tras el primer<br />

café se presentó claro, muy claro, lo que mi inconsciente había elaborado.<br />

—Turismo receptivo Dopo il fiume, ¡Ja!, eso es.<br />

—Disculpe, no escuché bien… ¿me dijo algo? —preguntó la mujer a mi<br />

lado.<br />

—No, nada, disculpe. Un pensamiento vino a mí y lo expresé en voz alta.<br />

—Suele suceder —dijo ella, sonriéndome.<br />

Mi amiga, y socia, estaba en el hall de arribos esperándome, me sonrió<br />

y nos abrazamos.<br />

—Tu marido me pidió que viniera a buscarte.<br />

70


—Ex marido. ¿Sucedió algo?<br />

—Nada de qué preocuparse. Algo surgió en su tr<strong>abajo</strong> y agregó que<br />

Joaquín no podía seguir faltando al colegio.<br />

—Semejante boludo y todavía siguiendo las premisas de su madre.<br />

—Bueno, no te enojés, Joaquín estará en tu casa a la tarde, después del<br />

colegio.<br />

—¡Psi! —dije con cierto enfado.<br />

—Aparte tendrás un montón de cosas por contar y las escucharé<br />

atentamente.<br />

—Gracias Andrea, pero este tipo de situaciones suelen correrme de mi<br />

centro.<br />

—Olvidáte…, vamos a tu casa. Tendrás que ampliar la poca información<br />

que me has ido enviando a cuentagotas. Por lo que intuyo, debe ser para alquilar<br />

balcones —decía Andrea, mientras pasaba su brazo sobre mis hombros.<br />

—¡Son un atado de mierda!, ¡Todo el gobierno es una mierda!<br />

Las palabras de Andrea me retornaban a ese presente. La frase “Detrás<br />

del río” en distintos idiomas desfilaba como protector de pantalla en mi<br />

computadora, evidenciando que no estaba leyendo nada de lo que a mi socia<br />

inquietaba y por lo que yo también debería estar preocupada. El día laboral<br />

estaba llegando a su fin.<br />

No, nunca más volví a verlo al italiano, ni intenté ponerme en contacto.<br />

Él tampoco… ¡Uau!, cómo pasa el tiempo.<br />

V.<br />

Andrea tuvo sólo un momento difícil en su vida, pero vale por cientos de los<br />

nuestros. La conozco desde el secundario. Siempre nos entendimos muy bien…<br />

¿Por dónde empiezo? Bueno, por ejemplo: Para su marido que ella tenga un<br />

71


orden en sus comidas no es un tema menor, se ocupa, cotidianamente, en que<br />

no saltee ninguna de las cuatro ingestas diarias. Esto no es una obsesión sino un<br />

cuidado que le dispensa desde el momento mismo en que comenzaron a salir<br />

como novios.<br />

Cuando ella cursaba tercer año de la facultad (de historia) tuvo un<br />

período de trastorno en su alimentación, y aunque fue por poco tiempo puso<br />

en peligro su salud, principalmente la mental. La delgadez de ese entonces la<br />

ocultaba tras ropa muy holgada; no obstante su rostro dejaba a las claras que<br />

algo no andaba bien. Al tiempo de conocer a Claudio, y de que este lograra<br />

poner las cosas en su lugar, es que no tan solo me contó lo sucedido sino que<br />

me mostró las huellas. Quedé muda. En mi consternación solo atiné a abrazarla<br />

y llorar junto a ella. Si bien su flacura era extrema, lo más doloroso era ver las<br />

heridas en distintas partes de su cuerpo que, de a poco, iban desapareciendo.<br />

Aunque algunas quedarían por siempre.<br />

—Hice y me hicieron cosas horribles —dijo ella.<br />

En el colegio secundario no dejaba de sorprenderme la destreza con que<br />

se desenvolvía en cualquier deporte. La ayudaba la robustez de su cuerpo (genes<br />

heredados de su madre, como buena nativa peruana), piernas musculosas,<br />

huesos flexibles, hombros anchos y fuertes. Su rostro ofrece unos ojos de color<br />

azul profundo —con pequeños “defectos” verdes, iguales a los de su padre—<br />

convirtiéndola en objeto de deseo de todos los varones y envidia de muchas<br />

mujeres. Mi recuerdo de ella, de aquél entonces, es de tetas coronadas por<br />

pezones largos y oscuros, vientre tirando a plano, el vello púbico extendido como<br />

un matorral más allá de donde corresponde (incluida una especie de pasarela<br />

tupida hasta su ombligo). Su vellosidad ha sido un tema de obsesión desde el<br />

instante en que se sintió que ya era mujer, salvo en ese período donde no fue<br />

dueña de su propia voluntad.<br />

La vida de Andrea en su casa paterna estuvo sujeta a una agenda<br />

educativa diseñada por su padre. Su tiempo discurría entre el colegio, estudiar<br />

alemán y practicar danza o violín según el día de la semana. Los días de descanso<br />

72


eran una especie de oasis para ella dado que ir al club de la comunidad austríaca<br />

le significaba poder hacer lo que quisiese, por supuesto siempre y cuando<br />

se tratara de practicar deportes. El comportamiento en la mesa a la hora de<br />

comer era otro tipo de entrenamiento: el mantel (de puntilla veneciana) debía<br />

cambiarse a diario; platos, cubiertos y copas guardar el orden establecido y por<br />

sobre todo el “cómo” sentarse, para esto último Andrea debía sostener en su<br />

cabeza un libro hasta terminar de comer. Cualquier falta a estas normas y la<br />

niña podía sufrir el castigo de no poder terminar su comida, más un tiempo<br />

indeterminado de estar parada firmemente en el espacio que quedaba entre<br />

la cortina y la pared (mirando fijamente a esta última). Luego de eso, la higiene<br />

bucal correspondiente y a la cama hasta el día siguiente.<br />

El aparato de televisión sólo podía encenderse cuando estaba su padre<br />

y ver los programas cuando este invitase a compartir. Él pensaba que las horas<br />

“ociosas” de su hija debían emplearse en su instrucción; para ello le compraba<br />

libros, enciclopedias y atlas que ella debía leer y aprender, dado que en cualquier<br />

momento se le podía pedir que diese tal o cual lección.<br />

El detalle fue que la obsesión de su padre para que Andrea adquiriese<br />

conocimientos profundos de la historia austríaca, del antiguo imperio y del<br />

idioma, degeneró en apetencia de cultura universal. Mientras sus compañeras<br />

de colegio podían disfrutar viendo “Míster Ed” o “Los locos Adams”, o asistían a<br />

algún cumpleaños (cosa que a la niña no le permitían), ella inventaba sus propias<br />

historias con personajes de leyenda o reyes míticos de la historia. Su madre<br />

siempre le recordaba que un chico de nueve años había ganado un concurso<br />

de preguntas y respuestas sobre historia o mitología (no recordaba bien) el<br />

mismo año en que Andrea nació. Esto despertaba en ella una fantasía: la de<br />

estar siempre frente a un gran público explicando algo acerca de los fenómenos<br />

históricos. ¡Sí, lo sé… los sueños, sueños son! En el patio de su casa armaba su<br />

auditórium, que constaba de pequeñas macetas floridas agrupadas, y largaba su<br />

perorata que iba desde niños que flotaban en cestos sobre el río hasta grandes<br />

gestas militares. Su padre, al verla desde lejos, le comentaba a su madre que<br />

debía estudiar derecho, sin importar que su condición de mujer la condenara a<br />

ser una abogada mediocre.<br />

73


Las niñas en el colegio, y a los once años de edad, sostenían que el<br />

patio del recreo debían compartirlo con los más grandes, los de secundaria;<br />

los chiquillos corriendo, gritando y con mocos colgando pertenecían a una<br />

etapa superada. Los grupos de afinidad ya estaban definidos, la división se<br />

daba por selección natural. En las charlas mantenidas en esos lapsos de tiempo<br />

comprendió que algunas cosas que sucedían en su casa también se daban en<br />

otras. Salvo pequeñas diferencias.<br />

Una de los temas preferidos entre sus compañeras era acerca de los<br />

ruidos que sus padres hacían en el dormitorio algunas noches:<br />

—Empiezan cuando piensan que estamos dormidas… —decía una.<br />

—Están haciendo el amor… —decía otra.<br />

—¡Ah, ah, ah…! —imitaba otra.<br />

Todas estallaban en risas. Andrea se sumaba a los comentarios; no<br />

obstante, una sombra de duda cruzaba por su mente infantil. Los quejidos de su<br />

madre no eran precisamente una muestra de estar pasándola bien, sobre todo<br />

cuando la escuchaba pedirle a su padre que no siguiera haciendo “eso”.<br />

Los padres de Andrea tenían un contacto fluido con el resto de las<br />

familias de la comunidad, reuniéndose semanalmente en una u otra casa. En<br />

una oportunidad coincidió el regreso de uno de sus miembros, que había estado<br />

ausente por largo tiempo sumido en cuestiones de tr<strong>abajo</strong> en el exterior, con<br />

la reunión en su casa. El tipo, al parecer, era un rival ancestral de su padre;<br />

el enfrentamiento entre ellos era harto conocido y la competencia se dirimía<br />

siempre en el terreno verbal. Una cuestión de machos europeos.<br />

Ya finalizando la velada, el tema conclusivo fue lo “generosos” que eran<br />

con la cooperadora del colegio, dando así una oportunidad de estudio a aquellos<br />

que jamás lo lograrían por medios propios.<br />

Fue cuando todos, habiendo comido y bebido entre bastante y en exceso,<br />

se aprestaban a regresar a sus casas, que unos pocos segundos bastaron para<br />

que el convidado de piedra diese una estocada mortal al anfitrión:<br />

—Al final quienes obtuvieron las becas son todos varones, incluso ese<br />

74


amiguito raro que tiene Andreíta. Lástima que sólo hayas tenido una hija mujer,<br />

sino podrían haber compartido experiencias con mis hijos.<br />

Aún sin abrir la puerta de calle, el aire gélido del invierno se instaló en la<br />

sala. Todos se saludaron con sonrisas falsas, dispensándose augurios de bonanza.<br />

No estaba Andrea más que en su primer sueño, cuando los ruidos<br />

provenientes del dormitorio de sus padres la despertaron, sobresaltándola.<br />

—¡India de mierda…! Tu vientre está maldito.<br />

—¡No, por favor, no me pegues más…!<br />

—¡Calláte, hija de puta…!<br />

—Por favor, no…<br />

—¡Dáte vuelta!<br />

—¡No, no…!<br />

—¡Dáte vuelta… carajo!<br />

—No, con eso no… ¡Aaaay!<br />

Andrea no estaba asustada, era algo peor que eso. El alboroto no se<br />

parecía en nada a aquello a lo que estaba acostumbrada. Junto a la puerta del<br />

dormitorio de sus padres, petrificada y tiritando, solamente atinaba a pedir<br />

protección para ellas a sus dioses mitológicos. Al abrirse la puerta vio salir<br />

a su madre totalmente desnuda y llorando. De la sangre en las manos de la<br />

mujer mayor se percató cuando ésta tomó su cara de niña diciéndole que no se<br />

preocupase, que estaba todo bien, que su padre era buena persona, que la culpa<br />

de todo era suya, no de él. Su madre, tambaleándose, puso rumbo al baño, sin<br />

percatarse que su hija, presa del terror, se hizo pis parada sobre la alfombra al<br />

ver la sangre que manchaba sus nalgas y piernas.<br />

El día siguiente la mujer estuvo en cama; el que lo siguió también. Al<br />

tercero fue internada en el sanatorio de la colectividad, ése que siempre recibía<br />

generosas donaciones de los integrantes de la comunidad, su familia incluida.<br />

A los pocos días estaba de regreso en su casa, sin signos aparentes de<br />

estar enferma, salvo por esas posturas incómodas que tenía que adoptar para<br />

poder sentarse.<br />

75


El parto que trajo a Andrea al mundo fue complicado, a punto tal que su<br />

madre no logró concebir nunca más y por lo tanto no pudo dar a luz el hijo varón<br />

que su marido demandaba. Su madre le explicó que siempre había querido<br />

darle un hermano con el que poder jugar, pero que Dios lo había querido de esa<br />

manera.<br />

José María, siempre que podía, se unía al grupo de compañeras dentro<br />

y fuera del colegio. Al parecer los varones no lo tenían en mucha estima.<br />

Andrea desde un principio sintió un afecto especial por él, desoyendo todos los<br />

chismeríos que intentaban desacreditarlo. Era él quien más atención ponía a sus<br />

relatos, quien la cuidaba en el trayecto entre el colegio y su casa y quien más<br />

cariño le dispensaba. Se había convertido en su gran amigo y la única persona<br />

a quien le confiaba absolutamente todo. La idea de que el colegio primario<br />

pronto llegaría a su fin, y que el ingreso al secundario significaría la antesala para<br />

convertirse luego en jóvenes adultos, los invitaba a un sinfín de conversaciones<br />

donde teorizaban sobre sus respectivos futuros, al que imaginaban, siempre,<br />

con el uno al lado del otro.<br />

Él, en casa de Andrea, era siempre bien recibido por su madre. Ella<br />

también marcaba el horario, estricto, en que el chico debía irse, lo cual era<br />

inapelable; la razón de esto nunca fue clara, hasta el día en que su padre regresó<br />

mucho antes de la hora acostumbrada.<br />

Sobre la mesa se encontraban todos los útiles escolares que servían a<br />

la tarea que estaban desarrollando para el día próximo: debían presentar, en<br />

conjunto, una línea de tiempo coincidente con la Guerra del Pacífico. Eso no lo<br />

olvidará nunca. El ruido al cerrarse la puerta de acceso significó para su madre<br />

un instante de terror, se le notó en los ojos.<br />

—¿Qué hace esta mierdita acá?<br />

Los niños dieron vuelta sus cabezas para encontrarse con la silueta del<br />

padre de Andrea recortada contra el ventanal que dejaba entrar la luz del sol.<br />

—Nada… ya se iba— murmuró la madre, mientras recogía<br />

apresuradamente las pertenencias del niño.<br />

76


—¡Nada, las pelotas…! Sabés muy bien que en mi casa no entran<br />

maricones.<br />

—Está bien, disculpá… ya se va.<br />

No terminó de decir esto que ya el padre había tomado al niño de un<br />

brazo levantándolo de la silla en la que se encontraba sentado.<br />

—No, por favor... por favor, no hagas nada… ya se va.<br />

—¡Ningún puto redomado tiene permitido entrar a esta casa!<br />

—¡Papá, por favor! —lloraba la niña.<br />

La madre juntó las cosas del niño como pudo, entregándoselas mientras<br />

su marido prácticamente lo arrastraba hacia la puerta de calle.<br />

—¡Pensar que esta mierdita estudia gracias a mi tr<strong>abajo</strong>!<br />

—¡Noooo!... ¡Papá, por favor!<br />

—¡Fuera de aquí… inmundicia!<br />

El niño alcanzó a girar su cabeza en busca de su amiga. En su mirada no<br />

había miedo, no pedía compasión, el destello de adultez que emanaba superaba<br />

a todos los presentes en la habitación. Sus ojos se “conectaron” con los de ella,<br />

se miraron y lograron adivinar cosas que ninguna palabra podía expresar, ni que<br />

los adultos, mucho menos, podían llegar a comprender.<br />

Nadie vino a golpear la puerta en busca de explicaciones.<br />

José María era el mayor de tres hermanos. Su padre se ganaba la vida<br />

como repartidor de huevos, su madre había ingresado como ordenanza al hospital<br />

zonal y, con gran esfuerzo, estaba a punto de terminar el curso de enfermera<br />

auxiliar. Según los dichos de ella, la vida les resultaba sencilla y solamente por<br />

momentos les faltaba algo de dinero, pero todo era compensado con un gran<br />

amor familiar. No todo se compra, no todo se vende.<br />

—No es más rico quien más tiene, sino…<br />

—Sí… ya sé, mamá.<br />

—Sino… —insistía ella.<br />

—Quien menos necesita… No fastidies, mamá.<br />

77


—Antes de comenzar con las tareas del colegio tenés que hacerte una<br />

nebulización.<br />

—Está bien, mamá.<br />

—Mi hijito nació con pulmones perezosos —decía esto la madre mientras<br />

acariciaba la cabeza del pequeño.<br />

En su casa, y en complicidad con la madre de Andrea, continuaron<br />

haciendo juntos las tareas del colegio. Lo sucedido aquella fatídica tarde fue<br />

el disparador de dos fenómenos: una pequeña semilla de rebeldía nació en<br />

la mente de Andrea (que estallaría muchos años después) y aquello que en<br />

principio fue una amistad infantil se transformó en una hermandad del alma.<br />

Ingresé en tercer año al colegio donde iban ellos. Cambiar de institución<br />

a esa altura, solía ser una experiencia un tanto traumática: casi nadie da cabida<br />

a una recién llegada, salvo el grupo de “bichos raros”. Ahí fui a dar, con Andrea y<br />

José María. Me aceptaron de inmediato. Me pusieron al tanto de quiénes eran,<br />

qué hacían y todo lo que los unía; a cambio debía ser tan transparente como<br />

ellos. A diario, y en conjunto, luchábamos contra la hostilidad del medio, que se<br />

ensañaba, en especial, con él. Me sumé a la programación de tareas escolares<br />

que traían de tiempo atrás y que, según ellos, seguirían con ese ritmo en la<br />

facultad de Derecho. Por mi parte les dije que mi futuro estaba en la arquitectura.<br />

El detalle que comenzó a desequilibrar la armonía del conjunto se inició cuando<br />

José María rindió el último año libre e ingresó a la facultad antes que nosotras.<br />

Por su lado, Andrea, ya cursando segundo año, cayó en cuenta de que lo que<br />

estaba haciendo se encontraba muy lejos de su vocación; de hecho, aquello era<br />

una imposición.<br />

—Querida amiga… ¡Tengo un notición! —le dijo por teléfono José María.<br />

—Contá… contá —lo urgió Andrea.<br />

—¿Hay alguien cerca tuyo?<br />

—No, estoy sola.<br />

—¡Estoy de novio…!<br />

—¡Noooo!... ¡Grandioso!<br />

78


—Andrea…, estoy feliz. Todo se puede, amiga.<br />

—¡Hermosísimo!<br />

—Encima, tiene una familia genial… el hermano sobre todo, al que<br />

tendrías que conocer.<br />

—Ni en pedo, así como estoy está bárbaro.<br />

Que su amigo hubiese podido flanquear grandes escollos y que ahora<br />

navegase en aguas amigables, a Andrea le dio la fortaleza necesaria para enfrentar<br />

a su padre, diciéndole que abandonaría la facultad de derecho para estudiar<br />

historia. No fue nada sencillo, pero en base a su obstinación, acompañada de<br />

una buena dosis de convicción, logró alcanzar el objetivo.<br />

En primer año de esta carrera conoció a Alicia, pero no se hicieron<br />

amigas sino hasta dos años después. El estar inserta en ese mundo donde todos,<br />

o casi todos, compartían el mismo objetivo intelectual que ella, se le antojaba<br />

una delicia; hasta llegó a calificarlo como el mejor momento de su vida. En el<br />

segundo cuatrimestre del segundo año tuvo como profesor (creo que en una<br />

materia llamada “Fundamentos del Mundo Moderno” o algo parecido) a alguien<br />

considerado una eminencia en ese campo de estudios. Desde el inicio del curso,<br />

el sujeto parecía prestarle especial atención a mi amiga. Era evidente que, la<br />

mayoría de las veces, su exposición no estaba dirigida al claustro en general sino<br />

a ella en particular. Al finalizar el año, y por el afán que veía en ella (al menos fue<br />

lo que dijo), aquel profesor la invitó a sumarse al seminario de investigación que<br />

dictaba durante el verano. Andrea se sintió halagada y fascinada por el hecho de<br />

que se hubiese fijado en ella.<br />

—Por ahí, hasta podés terminar como ayudante de cátedra —le dijo.<br />

Al aceptar, Andrea no sabía que estaba dejando entrar en su vida al peor<br />

de los fantasmas.<br />

En febrero el sol puede resultar impiadoso con la ciudad, en especial en<br />

un aula donde la refrigeración funcionaba un día y dos no. En cierta ocasión el<br />

profesor le comentó que, casualmente, había estado viendo su ficha universitaria<br />

79


y que en ella había observado que su cumpleaños sería el mes próximo, al igual<br />

que el de él; por lo tanto infería que la empatía que él sentía por ella quizá se<br />

debía a eso.<br />

—Cosas de los astros —aventuró. Seguidamente le contó acerca de un<br />

material de estudio que había recopilado durante años y que pensaba volcar en<br />

su próximo libro. Lo bueno era que había logrado ensamblar todo en un VHS.<br />

—¡Imperdible! Pero no puedo arriesgarme a traerlo a la facultad.<br />

Cantos de sirenas a los que ella no pudo desoír.<br />

—Y en casa la refrigeración siempre funciona —agregó el profesor.<br />

No fue necesario mucho tiempo para que la conducta de ella tuviera<br />

un giro de ciento ochenta grados. Al principio nadie lo notó. Por mi parte,<br />

te cuento que yo estaba viviendo la felicidad de mi reciente casamiento y el<br />

avanzado estado de gravidez. Por otro lado, José María seguía embelesado con<br />

su noviazgo como si fuese el primer día, y una persistente neumonía lo llevaba a<br />

un sinfín de consulta médicas. Hacia mitad de año recibí una llamada telefónica<br />

de este pidiéndome si podía charlar con Andrea y tratar de averiguar qué estaba<br />

sucediendo.<br />

—Nuestra amiga no está bien… estoy seguro de eso.<br />

—En realidad no me di cuenta de lo que me decís. Mi hijo prácticamente<br />

no me deja dormir, estoy desconectada del mundo.<br />

—Tenemos que hacer algo Mónica. A mí me dan el alta recién el lunes,<br />

fijáte si para entonces ya pudiste hacer algo.<br />

—De acuerdo… ¿Cómo van tus pulmones?<br />

—Estoy jodido, después te cuento los detalles.<br />

Andrea se había vuelto esquiva, no sólo a las preguntas que podía hacerle<br />

telefónicamente, sino que también evitaba que nos encontrásemos, por lo tanto<br />

no obtuve de ella más que respuestas evasivas.<br />

—Andrea, estoy pidiéndote que seas la madrina de mi hijo… ¡Cómo te<br />

vas a negar!<br />

—Disculpáme amiga, no soy la persona indicada.<br />

80


—Estás loca.<br />

—Después seguimos hablando… Te quiero.<br />

José María finalmente logró superar su última crisis; no obstante, era<br />

evidente que los médicos no lograban dar con una solución definitiva a su<br />

problema. Se lo veía demacrado y sus ganas de vivir se estaban opacando. Al<br />

contarle la charla que tuve con Andrea, él dijo que indudablemente algo andaba<br />

mal y que se encargaría de averiguarlo.<br />

El último día de septiembre se puso en contacto conmigo.<br />

—Ese hijo de puta del profesor tiene algo que ver —dijo él.<br />

—No me asustés, José María. ¿De qué se trata?<br />

—Mejor reunirnos. Hay un café en la esquina…<br />

—Disculpáme, ¿podría ser en mi casa? Se me hace difícil salir con mi<br />

Joaquincito.<br />

—De acuerdo, ¿mañana?<br />

—No hay problema.<br />

—¿A qué hora?<br />

—A las cuatro de la tarde. ¿Te parece bien?<br />

—Okey, ahí estaremos.<br />

—¿Estaremos…?<br />

—Sí, disculpá, no te dije: voy con mi novio y su hermano.<br />

—¡Ajá! —dije sin preguntar el porqué.<br />

Fue en mi hogar de mujer feliz y recientemente casada, donde conocí a<br />

Claudio, el futuro esposo de Andrea; era compañero de estudios de José María<br />

y hermano de su novio. Claudio, estando al tanto de la situación, comenzó a<br />

deshilar la historia del profesor, con la colaboración de sus colegas del centro de<br />

estudiantes. Historia y Derecho se emparentaban por medio de éstos y “radio<br />

pasillo” había dado los primeros indicios de que algo no estaba bien.<br />

Con dinero, casi todo se puede. Frente a este punto es donde la filosofía<br />

de vida de la madre de José María hacía aguas. Una semana de estadía en la<br />

81


provincia natal del profesor, sumada a una billetera bastante abultada, fueron<br />

suficientes para conseguir toda la información que intuían pero desconocían.<br />

—Nuestra amiga debe estar siendo objeto de vejámenes —comenzó<br />

diciendo José María.<br />

—…<br />

—A este hijo de mil putas nunca pudieron probarle nada pero hay<br />

indicios de que anteriormente ha hecho lo mismo...<br />

—¿Qué pasa…? Cuéntenme.<br />

—En su provincia natal dicen que montaba orgías con chicas que<br />

reclutaba entre sus alumnas…<br />

—Pero ¿Cómo…? Si es así, por qué Andrea ¿No dice nada?<br />

—Anulan tu voluntad y te someten sexualmente.<br />

—Pero si algunas de las involucradas no hace la denuncia no se prueba<br />

nada —dije—¿Y? ¿Qué podemos hacer?<br />

Claudio tenía un plan. Mi rol dentro de él sería el de contener<br />

emocionalmente a Andrea, como una par femenina. Se tenía previsto que toda la<br />

acción fuese llevada adelante por los tres varones; no obstante fue Claudio quien<br />

tuvo que hacerse cargo de la situación, dado que su hermano estaba cuidando a<br />

José María en el sanatorio tras una brutal recaída. Los expedientes conseguidos<br />

en los juzgados, más algunas transcripciones de declaraciones obtenidas de la<br />

policía local, fueron a parar a las manos correctas… Sí, no recuerdo cuanto pero<br />

al tipo le dieron una punta de años, ¡Hijo de puta!<br />

Entre febrero y octubre, Andrea había perdido algo más de doce kilos<br />

de peso. Me acuerdo de que en esa época ella hacía una sola comida al día.<br />

Por la noche, en su casa, la ingesta superaba la normal, pero un rato después<br />

ya estaba en el baño vomitando. De la mano de la amistad con Claudio fue<br />

encausando la anomalía; fue él quien, pacientemente, logró sacarla de ese<br />

cuadro, convirtiéndose en su único confesor. Nadie más se enteró lo que le<br />

sucedió en esa época oscura, ni siquiera yo.<br />

82


Al iniciar el año, José María falleció víctima de una neumonía; su cuerpo<br />

había colapsado bajo la influencia del VIH.<br />

¡No seas ignorante!, nada de lo que estás diciendo sucedió, no repitas<br />

lo que dicen otros sin pensarlo siquiera. La madre de José María descubrió,<br />

años después, que el virus invadió su cuerpo en una intervención menor que le<br />

hicieron en el hospital.<br />

Lo cierto es que a mi amiga se le sumaba algo más para odiar la vida.<br />

—A los anormales les pasa eso —dijo el padre de Andrea.<br />

—…<br />

—Vaya uno a saber qué tipo de vida hacía…<br />

En ese instante Andrea rompió el sincronismo con el universo. No fue<br />

una decisión, sino algo que simplemente sucedió. El mundo se movía a una<br />

velocidad y ella a otra. A su alrededor parecía haber “voces en off”: Todo se<br />

ralentizó, ¿cómo te lo explico? No era que los autos hubiesen dejado de rodar<br />

por las calles, ni que los médicos dejaran de operar a sus pacientes, ni que<br />

un niño dejase de llorar de hambre en algún lugar del mundo o que su padre<br />

hubiese dejado de decir cosas mierdosas. Nada de eso sucedió; no obstante<br />

para ella todo estaba ausente, el mundo se había silenciado, su furia se había<br />

quedado sin voz.<br />

En el ámbito pugilístico lo llaman cross… En este caso, fue de derecha.<br />

Tras apartarse de los brazos de Claudio, Andrea recorrió el trayecto que la<br />

separaba de su padre bajo cierto estado de estupor; como indiferente, podría<br />

decirse. La cabeza del hombre dio contra el mueble donde guardaban las copas y<br />

al caer al piso recibió un puntapié en su entrepierna que lo transportó al mundo<br />

de la inconciencia. Cuando despertó se dio cuenta de que su hija también le<br />

había arañado la cara.<br />

Ella se percató de lo sucedido sólo cuando terminaron de enyesarle la<br />

mano con la que lo había golpeado. Apartarla del cuerpo inerte de su padre no<br />

fue tarea sencilla; Claudio tuvo que combinar sus fuerzas con las de la madre de<br />

ella para hacerlo. Después de aquel episodio y de dormir casi doce horas (la cuidó<br />

83


Claudio, quien durmió en el piso de su habitación) fue que Andrea comprendió<br />

que su vida, tal como la conoció hasta ese momento, había cambiado. Nadie<br />

bajo ese techo volvió a hablar del asunto y, al parecer, las reglas comenzaron a<br />

tener excepciones.<br />

Mucho más que eso se merecía ¿Qué? ¿En tu familia también había<br />

uno así? ¡Ah!, era un vecino. Qué mierda que son algunos; se piensan que ese<br />

apéndice que les cuelga entre las piernas les da potestad sobre nosotras… No,<br />

viril es otra cosa.<br />

84


(Alejandra)<br />

I.<br />

Convendrás conmigo que organizar una reunión de amigas donde todas puedan<br />

asistir se torna cada vez más difícil. Correo electrónico que va y vuelve, día,<br />

lugar y hora para acordar es como encajar todas las piezas de un enorme puzzle.<br />

Semejante empresa vale la pena sólo porque el resultado, sin lugar a duda, nos<br />

dará que hablar por unos cuantos días. Semanas tal vez.<br />

La premisa fue que juntarnos resultara algo para disfrutar; un cónclave<br />

al que había que asistir con espíritu tribal y dispuestas a todo. Sabíamos de<br />

antemano que estaríamos de acuerdo en algunas cosas y en otras no, pero<br />

siempre nuestra opinión iba a ser tenida en cuenta. Expondríamos sin tapujos<br />

desde lo sencillo hasta lo más turbio de nuestras familias, el tr<strong>abajo</strong> y cómo nos<br />

relacionamos con el mundo. Ése sería el único espacio donde una podría hablar<br />

de algo extremadamente íntimo sin avergonzarse. Ése era el espíritu.<br />

Te digo que para mí esas mujeres son personas que me proporcionaron<br />

(y lo siguen haciendo) comprensión y esperanza en mis peores momentos…<br />

Como vos, ahora. Gente con la que podría compartirlo todo.<br />

Alejandra fue la encargada de los pormenores del encuentro, casi siempre<br />

lo es. La tertulia tendría lugar en su casa a las tres de la tarde del sábado, dado<br />

que a esa hora su marido ya habría partido al acostumbrado juego de fútbol con<br />

amigos.<br />

Ellos viven en un lugar privilegiado, uno cercano al centro de la ciudad.<br />

Su casa es una construcción antigua, quizá de principios del siglo pasado,<br />

85


efaccionada y decorada con un gusto y un presupuesto increíble. Mi vivienda<br />

entra cuatro veces en la suya, sin contar la extensión del parque y la pileta de<br />

natación. Alejandra nunca necesitó de la asistencia financiera de sus padres. De<br />

hecho se encontraba virtualmente desheredada. Su marido fue construyendo<br />

una regular fortuna y eso les permite vivir cómodos y con ciertos lujos.<br />

Aparte de la casona en plena ciudad tienen una casa de fin de semana<br />

rodeada de cinco hectáreas de cultivos que únicamente son explotadas en<br />

provecho de quienes cuidan esa propiedad. Sí, buena gente, viste. Poseen<br />

también un gran campo dedicado al cultivo de soja al que la familia va muy<br />

de cuando en cuando. El esposo de Alejandra, en cambio, lo visita con cierta<br />

periodicidad para seguir de cerca la marcha del negocio. Como decía mi padre:<br />

¡El ojo del amo engorda el ganado!<br />

¡Sí!, un buen dinero tienen.<br />

La casa de fin de semana, a una hora de viaje en coche, es usada con<br />

frecuencia. Ahí son bien recibidos los amigos y también los amigos de éstos. La<br />

finca, en sus orígenes, perteneció a una familia de hacendados. Lo que es hoy el<br />

lugar de descanso de Alejandra y su familia ha sido la casa principal del campo.<br />

La construcción se ve sólida, con un toque de arquitectura europea de la época.<br />

La planta baja está destinada únicamente a la diversión y lo gastronómico. Todos<br />

los ambientes son amplios, con techos muy altos y grandes ventanales que<br />

permiten ver, desde adentro, en derredor de toda la casa. En la planta alta se<br />

encuentran los cinco dormitorios, dos orientados al norte, dos al sur mientras<br />

el restante mira hacia el este, siendo el único con baño incorporado. En el<br />

extremo opuesto del pasillo se encuentra un baño (¡enorme!) con jacuzzi. Por<br />

fuera las habitaciones pueden comunicarse entre sí mediante un amplio balcón<br />

corrido, sutilmente separados por grandes macetones que sirven como frontera<br />

imaginaria. Más tarde nos enteraríamos de que ese territorio era invadido con<br />

cierta frecuencia.<br />

A Alejandra, con sólo verla, una se da cuenta de que su propósito en la<br />

vida es no pasar desapercibida. Tiene cuarenta y dos años, dos hijos y su esposo<br />

es quince años mayor que ella. Él es asesor en finanzas, título que no llego a<br />

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comprender bien para qué te habilita, pero no cabe duda de que genera una<br />

renta importante. Cuando los conocí más, a Alejandra y a él, varias veces pensé<br />

qué fácil que es ser feliz si tenés la vida asegurada, pero no le dije nada a Andrea<br />

por miedo a que pensara que soy capaz de envidiar a Alejandra por cómo ella<br />

vive. Te digo: yo no envidio esas cosas. Además, después comprobé algo que<br />

ya sabía: que la plata no te hace completamente feliz y que igual estás sujeta a<br />

tener… Bueno, dejemos la cosa allí.<br />

Estacioné mi vehículo unos diez minutos antes del horario pactado,<br />

mientras empezaba a caer una llovizna inesperada. En el parking privado había<br />

dos autos, eran los de la casa. Las otras chicas todavía no habían llegado. Como<br />

no quería entrar antes de hora —acordáte de que Alejandra, por entonces, era<br />

más amiga de Andrea que mía—, aproveché para llamar por teléfono a mi mejor<br />

amiga. No es que yo sea tímida, ¿viste?, pero seguro que a vos también te pasó<br />

alguna vez algo parecido.<br />

Andrea me dijo que estaba en camino. Esperé unos minutos más,<br />

mientras enviaba un mensaje de texto a mi hijo. Por supuesto, él no me lo<br />

contestó. Luego me dirigí a la puerta de entrada.<br />

—¿Quién es? —resonó la voz en el intercomunicador.<br />

—Hola, soy Mónica.<br />

—Un minuto, ya le abro, señora Mónica.<br />

No fue la mucama, sino Alejandra quien vino a mi encuentro.<br />

—¡Hola Mónica!... como siempre, la primera en llegar.<br />

—Son manías. Siempre debo llegar a horario y se agrava con el paso de<br />

los años.<br />

—Que pasen los años no significa que nos pongamos viejas. Estás<br />

bárbara.<br />

—Mira quién lo dice, te observo y envejezco diez años automáticamente.<br />

—Dejáte de embromar, no es así el tema —contestó ella.<br />

Al trasponer la puerta de entrada me recibieron sus dos gatos, un<br />

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adorable angora turco, con un ojo celeste y el otro gris, y el persa color caramelo,<br />

que es un tanto huraño.<br />

—Recién hablé con Andrea, me dijo que está al llegar.<br />

—Bien —dijo ella—. Te cuento que, extraordinariamente, hemos<br />

coincidido todas en poder reunirnos.<br />

—…<br />

—Incluso viene una amiga de Gabriela que no conocés.<br />

—Bárbaro, más que una reunión esto va a parecer un aquelarre…<br />

No terminé de decirlo cuando una voz masculina detrás de mí me<br />

sobresaltó.<br />

—Nunca mejor dicho, las brujillas pusieron norte a Salamanca.<br />

¿Salamanca...?<br />

El esposo de Alejandra es un tipo apuesto, con su más de un metro<br />

ochenta de estatura, su cabello entrecano y cuerpo aún atlético. Imagino que<br />

debe ser objeto del cachondeo mental de sus empleadas y clientas. De acuerdo<br />

con versiones de Virginia algo de eso hay, pero Alejandra no se preocupa por<br />

ello, incluso creo que le halaga.<br />

Te confieso algo: yo más de una vez me imaginé cómo sería aquel galán<br />

recién maduro sin calzoncillos. Una no es de fierro, qué tanto.<br />

—¡Hey!, no molestés, no sé qué hacés todavía acá, teóricamente tendrías<br />

que estar ya con tus amigos —dijo Alejandra.<br />

—Hola, ¿cómo estás? Tanto tiempo que no nos veíamos —lo saludé.<br />

—Todo bien, sin sobresaltos salvo los acostumbrados. Y tus cosas ¿todo<br />

bien? —me respondió.<br />

La ropa deportiva que usaba le quedaba de maravillas y aunque no era<br />

época todavía, lucía un tono tostado envidiable. La gente de plata se puede dar<br />

también esos lujos. Mucha vida al aire libre —o sea, mucho tiempo libre— y si<br />

no, se compran una cama solar y listo.<br />

—Normales. Solo nos preocupa un nuevo tema impositivo que pone<br />

trabas a nuestro negocio.<br />

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—Imagino que no es para preocuparse sino ocuparse, nos tienen<br />

acostumbrados a eso.<br />

—¡Ja! Sí.... ¡Demasiado acostumbrados!<br />

Él apoyó sus labios sobre los de Alejandra y emuló un beso sonoro, luego<br />

me saludó guiñándome el ojo al igual que a la mucama, que veía la escena desde<br />

lejos.<br />

Un ganador.<br />

Alejandra lo conoció cuando ella tenía diecisiete años y tomaba clases de<br />

tenis en un club donde sólo podía acceder aquel que pudiese pagar una cuota<br />

equivalente al sueldo medio de un trabajador administrativo. O sea: era para<br />

muy pocos. Coincidían en horario todos los sábados en canchas cercanas.<br />

Según sus dichos —no dejaba de repetirlo, orgulloso— no fue él quien<br />

inició la conversación que terminaría en una cita, sino ella. El asunto es que poco<br />

tiempo después comenzó a ir a buscarla a la salida del colegio. Se encontraban<br />

a cinco cuadras del establecimiento. Si alguna persona mayor se hubiese dado<br />

cuenta de esto hubiesen tenido problemas. Grandes problemas. A escondidas<br />

del mundo se relacionaban como pareja, con las limitaciones que presenta la<br />

familia a una joven de esa edad… Ah, ¿viste?, quien más o menos hemos pasado<br />

por cosas similares. No siempre todo es color rosa.<br />

Alejandra fue madre recién cumplido sus veinte años, y estalló el mundo.<br />

Dado que su padre había sido embajador ante la Unesco en París, su familia<br />

pretendió que ella se fuese a estudiar a esa ciudad y dar su hijo en adopción<br />

(tema que por esos días y de mano de algunos nefastos resabios de la política<br />

reinante en la década anterior, era sencillo de llevar adelante).<br />

Sí, claro: a mí también me parece una bestialidad, pero tomá en cuenta<br />

la época y la clase de gente que eran. De todas formas, ellos se casaron un año<br />

después de nacido su primer hijo y su familia paterna pasó a ser un recuerdo<br />

lejano.<br />

No hace muchos años Alejandra volvió a reencontrarse con sus padres<br />

gracias a la insistencia de su hermano menor, y si bien la relación estaba rota,<br />

ella entendía que lo hacía porque ellos estaban ya viejos.<br />

89


II.<br />

—¿Podrías atender? —le dijo Alejandra a su mucama, pues alguien se estaba<br />

anunciado en la puerta. —Yo empiezo a colocar las cosas en la mesa —agregó.<br />

Ambas fuimos hasta el parque —por suerte la llovizna ya había cesado—<br />

llevando bandejas con distintos manjares, algunos comprados y otros hechos en<br />

la casa. No bien dejamos todo sobre la mesa, aparecieron las recién llegadas.<br />

—¡Holaaaa! —vinieron a nuestro encuentro y saludando Virginia y Alicia,<br />

que se habían encontrado a la entrada. Detrás de ellas la mucama traía una<br />

bandeja con el servicio de té.<br />

—¡Hola mi amooor!... parece que tiene que llegar la primavera para<br />

lograr juntarnos —dijo Alejandra.<br />

—No hace mucho que nos vimos. —respondió Virginia.<br />

—Lo digo en forma general. Nos vimos nosotras dos pero al resto hace<br />

mil que no.<br />

—Alicia, estás hermosa. Y tu familia ¿todo bien? —continuó diciendo<br />

Alejandra.<br />

Alicia es bonita, a qué negarlo, pero para “hermosa”… La dueña de casa<br />

es así.<br />

—Sí, bien. Los chicos estudiando. Por suerte queda uno solo en la<br />

primaria —dijo Alicia, afectando alivio.<br />

El más chico, que nació asmático.<br />

—¿Ya?... no puedo creer cómo pasa el tiempo. —le dije.<br />

—Sí, el del medio ingresó al secundario y ahora el mayor se encarga de<br />

llevarlo al colegio con él… uno menos para mí.<br />

Virginia estaba contemplando el jardín sumida en sus pensamientos, al<br />

agacharse para acariciar el gato que por ahí pasaba dijo casi melancólicamente:<br />

—Qué linda tarde nos tocó, parece. Me asustó un poco esa lluviecita tipo<br />

spray…<br />

90


—Sí, por suerte volvió enseguida el buen tiempo —dijo Alejandra.<br />

Recién entonces me fijé en que su vestido era espectacular y de una marca<br />

que yo no conocía. La ropa que traían Virginia y Alicia era de un presupuesto<br />

acorde al mío.<br />

—¡Me encanta este lugar y tus gatos! —suspiró Virginia, como si viera<br />

todo eso por primera vez.<br />

—Aparte el día se presenta ideal porque mi familia están cada uno en lo<br />

suyo.<br />

—Ale, hoy ¿venimos todas? —preguntó Alicia.<br />

—Sí, y se agregará una amiga de Gabriela, es macanuda, la conocí hace<br />

poco.<br />

Se llama Susana. ¡Una “gallega” divina! Bueno, en realidad es catalana,<br />

pero vos viste que…<br />

—¿Dónde la conociste? —pregunté.<br />

—En el gimnasio al que va Gabriela… sucede que insistió en que la<br />

acompañara a sus clases de gimnasia…<br />

—Conmigo intentó lo mismo sin éxito —le dije, pensando en mis rollitos<br />

incipientes. Bueno, a veces me parece que tengo rollitos, Alberto dice que no, y<br />

que, en todo caso le gusta como estoy.<br />

—En principio la idea me gustaba, por eso la acompañé, pero esos<br />

aeróbicos no los aguanto más de quince minutos.<br />

—Yo ni siquiera lo intenté —dije.<br />

—Y yo abandoné —dijo Alejandra, como si ella necesitara ir al gimnasio.<br />

—Yo no tengo tiempo —pretextó Alicia; pero la verdad es que tendría<br />

que empezar a hacerlo.<br />

—Che —le dije yo a la dueña de casa—, ¿Y de qué se ocupa “la gallega”?<br />

—Antes les cuento un detalle… —comenzó a decir Alejandra.<br />

—…<br />

—La nueva amiga de Gabriela empezó intercambiando charlas boludas<br />

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con ella, del estilo “fijáte ese tipo”, “ese profe me parece que tiene una historia<br />

con aquélla”…<br />

—Clásicos de la fauna gimnástica —dije.<br />

atrás.<br />

—¡Ja!, típico —agregó Alicia y sonó como una mujer nacida un siglo<br />

—El tema es que un día, después de sus clases, Gabriela la invitó a tomar<br />

un café por ahí cerca para hacer tiempo antes de encontrarse con su nueva<br />

adquisición.<br />

—¿Un nuevo novio? —pregunté.<br />

—Y sí, ya conocés cómo es Gabriela.<br />

—Ja, sí, qué mujer ésta.<br />

—Bueno, ¡dejáme que te cuente!<br />

Obviamente lo que tenía para contar necesitaba de nuestra absoluta<br />

atención.<br />

—Sucede —continuó Alejandra— que en medio de la charla informal,<br />

esta chica, y sin previo aviso, se largó a llorar y Gabriela no sabía qué mierda<br />

hacer ni cómo contenerla.<br />

—¡No me jodas! —Alicia y yo dijimos casi lo mismo.<br />

—Cuando pudo dominar la angustia le contó que estaba a punto de<br />

separarse de su marido, pero que no estaba muy segura de qué hacer…<br />

—…<br />

—Algo así como que no sabría cómo llevar una vida adelante sin él y<br />

todo ese rollo…<br />

—Hoy todo el mundo quiere separarse así porque sí nomás, sin pensarlo<br />

un poco siquiera.<br />

—No jodas, Alicia —dije.<br />

—En su lugar creo que estaría en el mismo dilema —dijo Alejandra…<br />

—Contános.<br />

—No lo van a poder creer. La gallega, una tarde, estaba yendo a dar<br />

clases particulares, creo que de dibujo, pintura, o algo así…<br />

92


—…<br />

—Resulta que el auto a mitad de camino se plantó, no arrancaba y ella<br />

no sabía qué hacer. Llamó al marido por celular, él no atendía o estaba apagado<br />

el aparato, no sé bien cómo fue…<br />

El relato de Alejandra prometía.<br />

—¡Aja!...<br />

—Entonces no tuvo mejor idea que dejar el auto donde estaba y volver<br />

a su casa a pedir ayuda el encargado del edificio…<br />

Un capítulo de Friends.<br />

—…al llegar y no ver al tipo en su puesto de tr<strong>abajo</strong>, decidió subir a su<br />

casa…, el destino quiso que encontrara a su marido cogiendo con una alumna…<br />

En su propia cama.<br />

—¡Noooo!... pobre mujer —dije, sintiéndolo realmente. Una cosa es que<br />

te enterés de que tu marido tiene una historia con alguna por ahí y otra muy<br />

distinta es verlos en pelotas uno encima del otro.<br />

Alicia, con cara de llevar una Biblia bajo el brazo, dijo:<br />

—La culpa no siempre es del marido…, al menos no toda.<br />

—Por favor Alicia, otra vez esa historieta no —dije, y me contuve. No<br />

quería entrar a discutir y menos estando todas recién llegadas.<br />

—Hay que cuidar el marido y la familia…, la mayoría no lo hace.<br />

—Querida Alicia…, cuando una se casa…, piensa…, ¡Piensa!… que es para<br />

siempre. Pero continuar juntos, a toda costa, no siempre es lo mejor.<br />

Virginia seguía atentamente el desarrollo de la charla, sin decir ni mu.<br />

—Si ninguno de los dos hizo bien los deberes, entonces las cosas van a<br />

fallar.<br />

—De eso se trata, de hacer bien los deberes —dijo Alicia.<br />

—Al parecer no hemos tenido los mismos profesores, no hemos rendido<br />

los mismos exámenes, ni nos han dado la misma tarea para el hogar —mi enfado<br />

era creciente.<br />

93


Alicia comenzó a responder de modo contestatario. Por suerte el timbre<br />

nos interrumpió.<br />

—Yo voy a abrir —dije, y ese fue mi final para la malograda conversación.<br />

Alicia siguió hablando pero ya me encontraba a cierta distancia. Aun así<br />

llegué a distinguir un “las divorciadas se creen…” que decía a mis espaldas.<br />

—Hola, mi querida socia.<br />

—Tendrías que haber llegado un poco antes —le dije a Andrea.<br />

—¿Por qué esa cara?<br />

—Nada importante, sólo Alicia y sus embates.<br />

—Mónica, ya conocés el tema, no te enganchés en ese rollo.<br />

—Sí, de acuerdo, pero me pone de los pelos.<br />

Tras el corto preliminar en la puerta entramos las dos. Virginia hizo una<br />

llamada de atención a Alicia que, dándonos la espalda, seguro estaba diciendo<br />

algo acerca de “las divorciadas”.<br />

III.<br />

Pretender que las conversaciones en una reunión de amigas sean pautada<br />

de antemano, que guarde una línea de pensamiento único, es como querer<br />

cambiarle el curso al Río de la Plata. No digo que sea imposible, no, pero es<br />

una empresa improbable, absurda, y de lograrlo los resultados serían inciertos,<br />

para nada genuinos. La reunión era un enclave anarquista sin ningún tipo de<br />

opresión externa y donde todo resultaba ser plena autodeterminación entre lo<br />

individual y lo colectivo. La expresión de cada una de nosotras puede ser seguida<br />

atentamente por el resto o bien crearse una discusión donde todas hablamos al<br />

unísono… Un verdadero paraíso femenino.<br />

—Tengo una primicia —dijo Alejandra, levantando la mano.<br />

—Déle nomás, amiga, para eso es esta reunión…<br />

94


—Cuente, cuente…<br />

—Días atrás me crucé con Eugenia.<br />

—¡¡¡Eugenia!!! —dijo Andrea, mientras el resto abríamos los ojos muy<br />

grandes.<br />

—Sí, fue en un restaurante en la zona norte. Estaba en una mesa cerca<br />

nuestro…<br />

—¡No me jodas!<br />

—Reapareció Mata Hari…<br />

—No podía pedir cambio de lugar porque estaba todo ocupado —<br />

Alejandra nos estaba dejando boquiabiertas.<br />

—¿Pueden creer que la muy hija de puta, con cara sonriente, se acercó<br />

a saludarnos?<br />

—Me la como cruda…<br />

—Es muy puta…, pero muy puta.<br />

—Saben que mi marido es una persona que pasa por encima de todo<br />

tipo de quilombo. Tuve que hacer de tripas corazón para poder saludarla. Por<br />

supuesto, con cara de ojete.<br />

¿Que quién era ésta?, claro no te conté, a veces mis ratones van tan<br />

rápido que las cosas que pasan por mi cabeza pienso que ya las he dicho. Eugenia<br />

había sido muy amiga de Alejandra… ¿A quién no le pasó algo parecido? Hasta<br />

a mí, una vez, con el boludo de mi ex marido, sí, con el padre de Joaquín, y mirá<br />

que… Bueno, eso te lo cuento otro día.<br />

Como unos diez años atrás coincidieron Andrea, Alejandra y Eugenia<br />

durante unos días de descanso en el sur. Sí, en el mismo hotel. No, no se conocían<br />

entre si. Con el movimiento normal del lugar no se habían cruzado en ningún<br />

momento, pero el día anterior al regreso se desató una tormenta de nieve que<br />

obligó a cerrar el aeropuerto y, por supuesto, como vos te imaginarás, a cancelar<br />

todos los vuelos.<br />

Se prevía que aquella tormenta no sería de sólo unas horas, por ende<br />

95


se alargó la estancia en el lugar. El asunto fue que prácticamente no se podía<br />

salir del hotel debido al mal tiempo, un embole. Fue ahí cuando se prestaron<br />

atención las unas a las otras. Charla que va y charla que viene, algunas horas de<br />

Scrabel, sumadas a unos juegos de naipes, dieron lugar al inicio de una amistad.<br />

Ya intercambiados números de teléfono y direcciones, se prometieron ponerse<br />

en contacto a su regreso a la ciudad. Coincidió esa época con la diagramación y<br />

puesta en marcha de nuestro negocio, es por eso que Andrea se contactó muy<br />

pocas veces con Alejandra y Eugenia; no sucedió así entre ellas. Comenzaron<br />

a frecuentarse y compartir todo lo nuevo que significa una reciente amistad.<br />

De a poco fue sumándose Andrea y tiempo después lo haría yo, aunque ya te<br />

dije, no me hice tan amiga entonces como Andrea. En la primera reunión a la<br />

que fui estaban Alejandra, Virginia (que trabaja para la empresa de su marido),<br />

Andrea y Eugenia. Debo reconocer que esta última no me cayó bien, había algo<br />

en ella que no terminaba de cerrarme, no sabía cómo expresarlo. No me gustó<br />

y punto. ¿Viste esa sensación…? No sé muy bien cómo definirla. No es que ella<br />

haya hecho o dicho algo que me jodiera, pero no me gustó.<br />

Por aquel entonces era frecuente que Eugenia visitara la casa de fin de<br />

semana de Alejandra acompañada por su pareja. Tiempo después ella rompió<br />

esa relación —no me acuerdo cómo se llamaba el tipo— pero eso no significó<br />

que dejase de ir a visitarlos. Sí, iba sola. Pasado un tiempo el dueño de casa,<br />

extrañamente, se volvió reacio a ir a la finca. Respondía esquivamente a las<br />

preguntas que le hacían al respecto: “No cuenten conmigo, tengo cosas por<br />

hacer, mejor me quedo”. O: “Esta semana tenemos fútbol sábado y domingo”;<br />

ésos eran algunos de los pretextos que daba. Alejandra no se inquietó demasiado<br />

con esta situación, pensó que era la tan mentada andropausia o algo parecido<br />

¿Nunca leíste nada al respecto?, vendría a ser como el climaterio en la mujer. El<br />

asunto es que dejó el tema ahí, no llegó a asociar que la ausencia de su marido<br />

se relacionaba con las visitas de Eugenia.<br />

Lo cierto es que una vez, ante la insistencia por parte de Alejandra de<br />

pasar unos días de descanso en esa casa —y dado que Eugenia no solo estaba en<br />

la lista de invitados sino que era la única visita prevista— fue que él le comentó<br />

a su mujer lo que había sucedido.<br />

96


Resultó ser que la “íntima amiga” había estado jugando a la seducción<br />

con él. Sí, contó todo: vos viste cómo son. La primera vez que lo llamó a la oficina<br />

fue con la excusa de que estaba muy deprimida por su reciente separación.<br />

—Hay veces en que me siento mejor hablando con un hombre sobre<br />

estos temas —le dijo la muy puta—. Estoy cerca de tu oficina ¿me acompañarías<br />

con un café?<br />

El tipo aceptó porque entendió que Eugenia se sentía mal en serio. Yo<br />

le creo que fue así, a pesar de todo lo que pasó después. Sí, vos viste que los<br />

tipos hay cosas que no las ven venir aunque las tengan delante de los ojos y<br />

subrayadas con marcador.<br />

—Eugenia, no te veo bien. No obstante creo que es mejor que hablés<br />

con tu amiga, no conmigo —le dijo él, ya café de por medio. Sí, cayó como un<br />

chorlito con el viejo cuento del malestar emocional. ¿Y ella, con qué le salió?<br />

¡Por supuesto! ¡Adivinaste!:<br />

—Es posible, pero pensé que quizá el consejo de un hombre, en estos<br />

casos, fuera tanto o más válido que el de una mujer.<br />

Lo cierto es que al marido de Alejandra la situación lo incomodaba y<br />

tampoco sabía que decirle al respecto… ¿Alguna vez un hombre sabe qué decir?<br />

Así que él insistió en que hablara con su esposa o con otra amiga y pretendió<br />

dejar lo sucedido en el recuerdo. Eugenia por supuesto, bien lejos de hacerle<br />

caso, insistió con sus llamados telefónicos, inventando diversas historias para<br />

poder reunirse con él a solas. Invitaciones, ¿viste? a las que este, galantemente,<br />

eludía. La verdad era que no sabía cómo encarar el tema ni cómo decírselo a<br />

Alejandra. Sí, el galán, el ganador que te conté, no sabía qué hacer.<br />

Todo había sucedido en un día de descanso en la finca. Un domingo, en<br />

horas de la tarde, mientras Alejandra estaba sentada al sol, leyendo, su marido<br />

fue a la habitación a buscar no sé qué cosa. Los hombres siempre andan buscando<br />

algo. Al regresar, y en medio del pasillo que conecta los dormitorios, Eugenia<br />

que sale del baño cubierta apenas por una toalla, como si hubiese terminado<br />

de darse una ducha o de usar el jacuzzi. A pocos pasos de él la muy turra dejó<br />

deslizar la toalla y se quedó totalmente desnuda ante sus ojos. Él (¡humm…!<br />

97


según dijo… yo no sé) como ella no hacía otra cosa que quedarse allí parada y<br />

desnuda, se agachó, recogió la toalla, se la entregó y ya estaba a punto de irse<br />

como un lord inglés cuando ella lo agarró fuertemente del brazo.<br />

“¡Quiero que me cojas como lo haces con tu mujer!”, decía la amiga<br />

íntima, mientras intentaba apretar su cuerpo contra el de él. Según el tipo, su<br />

respuesta fue que ella estaba loca de remate y que no se estaba dando cuenta<br />

de lo que hacía.<br />

A esto ella le contó que un par de veces los había espiado (ahí, en esa<br />

casa, desde el balcón) a él y a Alejandra teniendo sexo; que esa imagen la<br />

perturbaba, que la calentaba mucho y que quería hacerlo con él aunque más<br />

no fuese una sola vez. La situación resultaba patética. La osadía y el riesgo que<br />

asumía esta mujer lo dejaron entonces sin palabras y tardó en contarle a su<br />

esposa lo que había ocurrido. Siempre según la versión del marido de Alejandra,<br />

este, en su mente, quería hacer prevalecer la amistad que las unía y cómo podría<br />

llegar a afectarla en caso de que se enterarse de lo que su amiga pretendía. Pero<br />

la situación, ¡claro!, se hizo insostenible.<br />

Al principio Alejandra no entendía muy bien lo que su marido intentaba<br />

decirle. Después su mente no lograba dar con la reacción adecuada para ese tipo<br />

de situaciones. Tras unos minutos solo atinó a llorar desconsoladamente. Algo se<br />

había roto en su interior.<br />

—Flor de yegua…<br />

—Estas minas tienen como objetivo único la guita…<br />

—Les importa un carajo todo, salvo conseguir lo que quieren…<br />

—Ha pasado un montón de tiempo y aún no lo puedo creer…<br />

—Son putas y nada más…<br />

Los comentarios se entrecruzaban.<br />

—Para algunas mujeres, cualquier tipo es mejor que ninguno…<br />

—¡Hey!, mi marido no es cualquier tipo —aclaró Alejandra.<br />

—No boluda, no estoy diciendo eso —dijo Virginia.<br />

—A esta hija de puta le quedó la sangre en el ojo con mi marido.<br />

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—Más que la sangre yo diría la leche…<br />

—¡Ja, ja…!<br />

—¿Por cuánto tiempo habrá estado echándole el ojo?<br />

—Ni idea… pero una de las cosas que más me jode… y me da asco… es<br />

pensar que en su mente tiene guardada imágenes de nosotros en la cama… —y<br />

Alejandra dejó la frase en suspenso.<br />

—Buscan billetes… al tipo le hacen unos chiches cada tanto y listo —se<br />

indignó Virginia.<br />

—Desde el principio algo me olió mal en ella —dije yo, recordando mi<br />

primer encuentro con Eugenia.<br />

—No entiendo a las mujeres que entregan su cuerpo para conseguir<br />

afecto.<br />

—¡Alicia!… afecto las pelotas, sólo quieren cagar al prójimo y si el objeto<br />

del deseo viene con efectivo mejor aún —dijo Gabriela.<br />

—“Cuando un hombre ama a una mujer”… como la canción… —Andrea<br />

decía esto y sonreía. —¿Dónde ha quedado eso? ¿Se acabó el romanticismo?<br />

—Estas hijas de puta buscan y rebuscan hasta encontrar terreno fértil.<br />

Siempre va a haber un tarado a mano… —dijo Virginia.<br />

—Tarados hay a montones —dijo Alejandra.<br />

—Convengamos que Eugenia es una linda mujer, vistosa al menos…<br />

—Linda, vistosa y muy puta… —dijo Andrea.<br />

—… y al ponerle a un tipo las cosas así de sencillas creo que la mayoría<br />

agarraría viaje —continuó Virginia.<br />

—Eso es “casi” cierto, pero quiero imaginar que también hay una “raza”<br />

de hombres que usan la cabeza —dijo Alicia.<br />

—¿La de arriba o la de <strong>abajo</strong>? —dije irónicamente.<br />

—No seas guaranga —se ofuscó Alicia<br />

—¡Uuuy! ¡Heidi!<br />

Alicia ignoró mi comentario olímpicamente.<br />

99


—Quiero decir que no todos quieren ponerla y nada más.<br />

Por un instante solo reinaron los ruidos procedentes de los invisibles<br />

habitantes del jardín. Cada una de nosotras, a su manera, digería lo que ésta<br />

había dicho.<br />

—Eso sucedería en un mundo ideal. Me gustaría pensar que sí, pero lo<br />

dudo —dijo Virginia.<br />

—...<br />

—Hay algo en los tipos que los lleva a estar dispuestos a tener sexo sin<br />

importar si conocen a la mujer o no…<br />

—…<br />

—Supongamos que se da una situación —continuó Virginia—, no importa<br />

el lugar, en que el tipo es convidado por la fémina a encamarse…<br />

Todas escuchábamos atentamente.<br />

—… él evalúa en pocos minutos el estado de ésta: sus tetas, el culo, la<br />

imagina chupándosela, tal o cual posición y listo, ya está adobado, no se hable<br />

más del asunto, cerremos trato.<br />

—”Nueve semanas y media…” —dijo Andrea.<br />

—También podría ser “atracción fatal” —dijo Alejandra.<br />

—Creo que darles algo de crédito a los hombres es darnos crédito a<br />

nosotras mismas —dijo Alicia—, de no ser así me sentiría una cornuda potencial,<br />

entregada a la situación sin más remedio.<br />

—El crédito que buscan algunas es el de las tarjetas —dijo Alejandra.<br />

Debo reconocer que mayormente no comparto con Alicia su visión del<br />

mundo, pero reflexiones de este tipo hacían reconsiderar mi posición. Boba no<br />

soy.<br />

—Suena lindo —intervino Andrea—, pero si de pronto un tipo, por equis<br />

situación, se encuentra lejos de su esposa… o pareja, y no la verá sino hasta<br />

dentro de unos días y tiene ganas de coger ¿qué hace?<br />

—Que se haga un par de pajas y se tranquilice.<br />

100


—Ese es el punto —retomó Andrea—. Qué decisión toma cada uno…<br />

—…<br />

—…algunos no harán nada, otros se harán una paja, o dos, como sugiere<br />

ella…<br />

—Interesante… —dijo Alicia.<br />

—… otros buscarán donde o cómo alquilar una puta…, y están los que<br />

mirarán a su alrededor en busca de alguna oportunidad de sexo casual. Eso es así<br />

y no creo que vaya a cambiar. La pregunta es: ¿cuál de estos es nuestra pareja?<br />

—¿Es tan así?... —dijo Alejandra—¿El grado de deseo sexual en el<br />

hombre no les permite pensar? Sería demasiado básico.<br />

—Además de básico es primitivo —dijo Alicia.<br />

—No es que no piensen sino que la testosterona modifica el objetivo de<br />

sus pensamientos —acotó Virginia—. Les vienen ganas de coger… y listo.<br />

Un asentimiento generalizado estaba emparentando aún más al hombre<br />

con el simio.<br />

—De psicoanálisis sé poco y nada —aventuró Gabriela—. Pero he leído<br />

que existe lo que se llama pulsión sexual. Que es más fuerte en el hombre, este<br />

necesita satisfacer su deseo y no necesariamente lo vincula con el amor.<br />

—Querida mía, si estás hablando de Freud, de mi parte se puede ir al<br />

mismísimo carajo —dijo Alejandra.<br />

—Pura huevadas… nuestro sexo vale tanto como el de los hombres —<br />

dijo una de las chicas, ahora no me acuerdo quién.<br />

—Pero si no hay amor en el acto entonces se convierte en algo mecánico…<br />

no sé, me parece horrible.<br />

—Alicia. Puede que no haya amor, tal como lo conocemos, pero puede<br />

haber piel, cariño, afinidad o algo que te atrae y eso, a mi entender, habilita la<br />

relación…<br />

—…<br />

—… tampoco se trataría de coger por coger solamente.<br />

101


—¡Bravo Mónica!, estás acercándote a mi teoría —dijo Gabriela.<br />

—Eso es coger y nada más —sostuvo Alicia.<br />

—Si pudiésemos quitarnos de nuestra cabeza todo el mal rollo que nos<br />

han inculcado respecto a cómo relacionarnos sexualmente entonces seríamos<br />

una sociedad distinta… mucho mejor, por cierto.<br />

Dado que nadie observó nada al respecto, Gabriela continuó con lo suyo.<br />

—Una situación hipotética…<br />

—Quién carajo llamará otra vez al teléfono —dijo Alejandra, escuchando<br />

el repetido y gracioso ring tone que le había puesto a su celular. Se puso de pie<br />

y se alejó unos pasos, por si era una llamada privada. Cortó enseguida y volvió<br />

hacia donde estábamos nosotras, diciéndole a Gabriela:<br />

—Era la “gallega”. Dice que está de bajón, que no va a venir, que la<br />

próxima le avisemos, pero hoy no.<br />

Gabriela se compadeció: “pobrecita”, dijo. Y agregó: “es una mierda lo<br />

que algunos hombres nos hacen”.<br />

Alejandra hizo un mohín y sacudió la cabeza, como pensando en sí<br />

misma, me pareció. Luego se recuperó y le dijo a Gabriela que Susana había<br />

intentado comunicarse primero con ella, pero que en su celular contestaba una<br />

grabación.<br />

—¡Qué cabeza la mía! ¡Siempre me olvido de sacarlo del modo silencio!<br />

Por ahí quería hablar, no sé…<br />

Yo me serví otro bocadito mientras Gabriela retomaba diciendo:<br />

—Continúo… supongamos que estamos yendo a trabajar, o a algún otro<br />

lugar, no importa eso… en el subte, sentadas, abstraídas en la lectura de un<br />

libro, hay gente parada, de pronto olemos un perfume que nos ata a un grato<br />

recuerdo del pasado, de alguna manera nos sugiere que debemos prestarle<br />

atención, que..., no sé, entonces levantamos la vista encontrándonos con unos<br />

hermosos ojos que nos observan y coronados con una sonrisa. Buena presencia.<br />

Quedamos algo obnubiladas. Pasan cosas por nuestra cabeza… Al llegar a casa el<br />

flash queda en el recuerdo.<br />

102


—…<br />

—… Tiempo después el destino nos juega una pasada. Nos volvemos<br />

a encontrar pero en el andén. Nos saluda, amablemente, intercambiamos<br />

apreciaciones respecto del clima o alguna otra boludez y de pronto nos invita a<br />

tomar un café, ahí mismo, en el bar de enfrente… ¿Quién aceptaría?<br />

—¿Por qué no? —dije yo.<br />

—Ni de casualidad. Ni siquiera hubiese entrado en conversación —<br />

señaló Alicia.<br />

—No sé, tendría que estar en un estado muy especial para decir que sí.<br />

—dijo Andrea.<br />

—Creo ser una mujer intuitiva… si en su mirada no veo mala leche es<br />

posible que diga que sí —opinó Virginia.<br />

—De mi parte no —sostuvo Alejandra.<br />

—A mí me gusta conocer gente nueva —agregué.<br />

—Yo, quien plantea la hipótesis, creo que hubiese dicho que sí…<br />

—…<br />

—… ¿Por qué diría que sí?, se me ocurren varias respuestas: Porque está<br />

bueno conocer gente. El tipo tenía cara de buena persona. Tomar un café no es<br />

cagarle la vida a nadie. O en definitiva porque me gustó y solo se trata de una<br />

charla informal.<br />

—¿Y qué sucede si te gusta mucho? —preguntó Alejandra.<br />

—Ahí está la cuestión…, cuando alguien te gusta mucho, su conversación<br />

te agrada, te escucha, te embelesa —respondió Gabriela—. ¿No sería lógico<br />

llegar a tener sexo con esa persona sin ir en detrimento de tu pareja estable?<br />

—A ver…, entiendo que los cuerpos puedan manifestarse teniendo sexo,<br />

que se pueda crear un instante de amor pasajero, pero nuestras mentes están<br />

muy lejos de esa comprensión. Lo mío solo apuntaba a conocer gente —dijo<br />

Virginia.<br />

—”Nuestras mentes”, de eso se trata…<br />

103


—Pero Gabriela, bajo esa óptica sería todo un gran quilombo —dijo<br />

Alicia.<br />

—Sucede que nuestros sentimientos no están en concordancia con<br />

nuestras necesidades, en absoluto, han sido desnaturalizados —continuó<br />

Gabriela.<br />

—Yo no podría tener sexo porque sí y nada más —dijo Alicia.<br />

—Por supuesto que no, de esa manera es horrible, pero ¿Cuántas veces<br />

has tenido sexo sin ganas con tu marido? —le contestó Gabriela.<br />

—Eso no cuenta…<br />

—Por supuesto que cuenta. Tener sexo debería ser la sublimación de la<br />

relación y no una obligación.<br />

—A ver si entiendo —intervino Andrea— lo que vos planteás es que<br />

podés tener buen sexo con una persona que no es tu pareja y que de todos<br />

modos eso no alteraría tu matrimonio.<br />

—Y qué, ¿eso me quita mérito?<br />

Resultó ser que la hipotética situación había sucedido en realidad, y que<br />

se encamaron, y que según ella fue una maravilla.<br />

Insisto en que la teoría de Gabriela no está del todo mal. Habría que<br />

hacer unos retoques por aquí, otros por allá, crear un guión y escribir una buena<br />

novela de ciencia ficción.<br />

—Aparte de té ¿alguien quiere café? —preguntó Alejandra, y luego,<br />

torciendo el cuello y levantándose algo del sofá, le dijo a su mucama: —Por<br />

favor, traé otra bandeja de macarones.<br />

—Exquisito todo esto...<br />

—Alejandra es especialista en servir mesas distinguidas —acotó Virginia.<br />

104


(Virginia)<br />

I.<br />

La siguiente reunión en la casa de Alejandra fue como un mes después de la<br />

primera porque no pudimos ponernos de acuerdo para encontrarnos antes. Una<br />

vez, porque el tr<strong>abajo</strong> de la agencia había aumentado mucho para Andrea y para<br />

mí; otra, porque Virginia y Alicia no me acuerdo qué problema tenían. Después,<br />

porque mi Joaquín tuvo un repentino ataque de asma (no los tenía desde que<br />

era muy chico, le empezaron a dar cuando su padre y yo nos separamos) que<br />

yo atribuí a un acceso de “mamitis aguda”, de esos repentinos que les dan a los<br />

adolescentes; le duró dos días, luego los medicamentos hicieron lo suyo y volvió<br />

a ser tan distante como antes; para la misma fecha Alejandra tuvo que viajar con<br />

su marido a no sé qué evento profesional de él y así nuestro pretendido nuevo<br />

encuentro de chicas naufragó nuevamente.<br />

Pero llegado el momento nos citamos a la misma hora en el mismo<br />

lugar y con el agregado de que en aquella ocasión iba a estar la catalana que a<br />

esta altura me intrigaba conocer. Para no llegar primera, como la vez anterior,<br />

me demoré un poco y cuando la mucama me hizo pasar ya el grupo estaba<br />

cómodamente instalado en torno a la mesa del jardín. Hacía calor, bastante<br />

calor, y todas lucíamos la ropa suelta y brillante que se usaba esa temporada.<br />

Alejandra —sin duda como consecuencia de las mini vacaciones, post tr<strong>abajo</strong>,<br />

con su marido— lucía un bronceado envidiable y extranjero, bien lejos de<br />

nuestras palideces locales. Entre saludos y abrazos, yo seguía buscando con la<br />

mirada a la catalana, aunque sin decir al respecto ni una sola palabra. No me<br />

animé a preguntar por ella e hice bien. No habían pasado diez minutos de esa<br />

105


charla sin sustancia que tiene lugar cuando alguien llega y rompe el curso de la<br />

charla anterior, cuando de la casa distante salió acompañada por la mucama<br />

una mujer recién madura, rubia y bastante alta, portando una gran bandeja de<br />

peltre; la mucama, dos pasos detrás, llevaba una igual. Imaginé que era ella, y<br />

no me equivoqué.<br />

Depositó sonriendo su fuente sobre la mesa del jardín conteniendo unos<br />

como canapés —eso me parecieron— que desprendían un aroma delicioso.<br />

Alejandra me la presentó con mucho afecto y observé que nada en Susana<br />

quedaba —al menos, eso parecía— del bajón que le había impedido venir a<br />

nuestra primera reunión. Era de veras simpática la catalana, lucía jovial y<br />

bastante bonita, aunque se apreciaba que su mejor momento había pasado ya,<br />

aunque no mucho antes.<br />

Luego la glotonería hizo su efecto, desplazando a la buscada informalidad<br />

del primer encuentro, y todas nos concentramos en lo que Susana había traído<br />

a la mesa. Gabriela, afectando solemnidad, anunció que Susana había insistido<br />

en preparar con ayuda de la mucama unas especialidades de su tierra y ya<br />

que se había tomado tanto tr<strong>abajo</strong>, era ocasión de hacerle los honores a esas<br />

delicatessen de la gastronomía catalana. Ni se te ocurra preguntarme cómo<br />

se llamaba aquello, porque no me acuerdo de esa palabra rarísima con la que<br />

presentó Susana sus exquisiteces.<br />

—Muy rico todo esto…<br />

—Sabrosísimo…<br />

—Esto es engordar con gusto…<br />

—Recuerdo la habitación de mi hermano, cuando adolescente, tenía<br />

en la pared una leyenda que decía “todo lo que me gusta es inmoral, ilegal o<br />

engorda” —dijo Alejandra.<br />

—Lo de inmoral e ilegal paso… todo lo que engorda me encanta —dijo<br />

Alicia.<br />

—Definan inmoralidad —dijo Gabriela.<br />

—Inmoral es toda esa mierda que nos venden por televisión. —dije.<br />

106


—¡Ja!, nos venden de todo para que estemos más bonitas —dijo Susana.<br />

—¡Sí!, comer sano, correr mucho… ponerse tetas —dijo Virginia.<br />

—… no sé cuándo comenzó esta carrera contra nosotras mismas —<br />

continué—. Hoy al cumplir quince años piden como regalo implantes, es ridículo.<br />

—A los quince yo era más boluda que las palomas —dijo riéndose<br />

Virginia.<br />

—¡Tetas nuevas!... bueno, un retoque no vendría nada mal —dijo Andrea.<br />

—La televisión, o la caja boba como dice mi madre, es la que condiciona<br />

a más no poder. —agregó Virginia.<br />

—Sí señora… adoctrina, y nosotras vamos detrás de eso cómo el burro y<br />

la zanahoria... ¡¡¡Otra vez el teléfono!!!<br />

—Alejandra, el marketing se inventó para vender insatisfacción —dijo<br />

Gabriela.<br />

—Si estás conforme con lo que ves en el espejo no venden nada —dijo<br />

Alicia.<br />

—Necesitan que te sientas mal con lo que sos o con lo que tenés —<br />

completé yo.<br />

—Exacto, de eso se trata —retomó Gabriela—, y la misma fórmula se<br />

aplica a tu cuerpo…<br />

—Disculpa, pero entiendo que vais al gimnasio asiduamente y tratas de<br />

no comer grasas y esas cosas —le replicó Susana.<br />

—Lo mío es un objetivo. Quiero llegar a los setenta años sin tener que<br />

caminar con bastón. Viajar por el mundo sin la ayuda de nadie y si encuentro a<br />

alguien a quien que le guste mi cara arrugada, también echarme unos buenos<br />

polvos.<br />

—Eso de los polvos me gustó —dijo Alejandra.<br />

—Distinto es que te aspirés grasa del abdomen, te pongás tetas, te<br />

inundes la cara de cremas mientras te fumás veinte cigarrillos por día —continuó<br />

Gabriela.<br />

—Coincido —intervino Alicia—. No se trata de estar gorda o flaca sino de<br />

107


estar bien —lo dijo mientras se masticaba con entusiasmo una de las delicatessen<br />

catalanas que venían con langostinos.<br />

—Nos venden desasosiego... —dijo Susana.<br />

—Queridas mías… en nuestras mentes tendremos que reinventar el<br />

discurso televisivo. Las mujeres de verdad no son gordas ni flacas, tienen curvas<br />

y deben estar orgullosas de ello... —acoté.<br />

—Las modelos publicitarias tienen que comer así o asá y cagar de la<br />

misma manera, con perdón de la mesa. Son las primeras víctimas. —dijo Virginia<br />

mientras pedía que le acercaran el cheescake que había traído Alicia.<br />

—La imagen de la mujer que se muestra en los medios no somos nosotras<br />

—dijo la autora del chesscake, atenta a si su creación recibía los mismos elogios<br />

que lo demás que había sobre la mesa. Pero nadie se refirió a ello.<br />

—Ni nadie que yo conozca se parece a esas mujeres de la tele —dijo<br />

Susana. Su acento era encantador. Me simpatizaba.<br />

—Tienen que hacerte saber que sos infeliz —dijo Gabriela.<br />

—Cumplir años es inevitable, envejecer es otra cosa muy distinta —<br />

acotó Alejandra.<br />

—De acuerdo, pero sucede que hoy lo anormal está naturalizado —dijo<br />

Susana.<br />

—El éxito de quienes pretenden “cosificar” a las mujeres para vendernos<br />

un ideal depende de nosotras… —dijo Gabriela.<br />

—¡Hey! Que yo no me siento una cosa —aclaró Alicia.<br />

—Hermoso discurso, pero no sé cómo funciona eso, si es que tú me<br />

permites —dijo Susana.<br />

—Creo que es sencillo, diciendo que no a todo. No necesitamos la<br />

aprobación de otros sino la propia —dijo Gabriela.<br />

—Sigo sin ver la puerta de salida —dijo Susana mientras se paraba<br />

preguntando dónde estaba el baño.<br />

—¿Puedo decir algo? —levanté la mano pidiendo silencio.<br />

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