Allá abajo (Crónicas Femeninas)

chicas la amistad es otra cosa, más fuerte, no sé; después, la vida. ¿Me estoy
poniendo muy filosófica, no? Perdonáme.
Te cuento, se dio muy naturalmente: un día Andrea, te dije, mi amiga y
además mi socia, me vino con la idea de ir a la casa de Alejandra, estaba previsto
que fuese un sábado, y yo fui. Un poco porque no tenía otra cosa que hacer y
otro poco porque más allá de mi relación con Andrea, con pocos y con nadie me
juntaba.
Después, las chicas y yo nos reunimos otro sábado, cosa de casi pasado
un mes. Y esas tertulias terminaron por ser algo habitual, prácticamente de
todas las semanas.
Antes de conocernos habíamos tenido, cada una de nosotras, una vida
con otras amigas, otras conocidas, contábamos con un bagaje de experiencia
sobre ello. En diferentes contextos, de una u otra forma, se habían cruzado en
nuestro camino personajes de variada cuantía. Cosas buenas y malas estaban
escritas en nuestra historia. Los vampiros femeninos (masculinos también los
hay) cuyo único propósito era consumir nuestra energía sin dar nada a cambio. Las
arpías que acudían solícitas en nuestra ayuda cuando estábamos en lo profundo
de un pozo, pero que con igual empeño se dedicaban a hundirnos cuando nos
encontrábamos bien. Aquellas que, con su vanidad como estandarte, pretendían
remarcar nuestra calidad de segunda categoría. Vanidosas y arrogantes.
Engreídas y soberbias. Todas ellas no tenían cabida entre nosotras, aunque de
alguna manera ya habían dejado sus huellas. Una, al final, se queda con gente
afín. A cierta edad ya no podemos equivocarnos.
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