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Opinión
14 Miércoles 29 de enero de 2020 Diario Co Latino
Sociología y otros Demonios (988)
Regresando al futuro (2)
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Coordinador de Fotografía:
René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Publicación de la Sociedad Cooperativa de Empleados de Diario
Co Latino de R. L.
23 Avenida Sur No. 225 San Salvador
www.diariocolatino.com, facebook.com/diariocolatinoderl
@DiarioColatino
Nelson López
Francisco Elías Valencia
Antonio Valencia Fajardo
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128 AÑOS INFORMÁNDOTE CON CREDIBILIDAD
C
la lucidez se dieron los resultados
-nada agradables para algunosya
que la repetición de la osadía llegó
a un nuevo y copioso orgasmo.
El voto contra la corrupción fue
viral y culposo, expresándose en
un comportamiento como turno
del ofendido que puso en capilla
ardiente a los corruptos atroces del
sistema político que se creía democrático
y perfecto. Estoy seguro de que
es un indignante complot contra la tranquilidad,
una conspiración contra nuestro
bolsillo, una maquinación de una mente
brillante y maligna oculta en lo más negro
y caliente del reino del desencanto de esos
cabrones malagradecidos, un ataque feroz
a la estabilidad de los políticos y del sistema
político –dijo, moviendo su whisky,
el dirigente del partido perdedor-. Debido
a los resultados electorales se decidió, en
la junta directiva de la Asamblea Legislativa,
decretar el Estado de Sitio Jurídico
e individualizar los votos que los estaban
echando a patadas de su palacio para que
de la debacle. Luego de miles de rudos
y arbitrarios interrogatorios, se concluyó
que un hombre misterioso era la mente
maestra.
En menos de una hora se capturó al sospechoso
y se le encerró en una sala secreta,
justo a la par del salón azul, que emanaba
un fuerte olor a lejía. En medio de la sala,
una mujer muy atractiva preparaba el detector
de mentiras -la máquina de las mentiras
convertidas en verdades- y, con mali-
do,
conteniendo el aire por unos segundos,
y le dijo, con voz macabra: ¡sentate bien, cabroncito,
porque es la hora de confesar tus
pecados contra el capital, pero esta vez estarás
del otro lado del confesionario!
La torturadora -porque eso era
ella- inició el interrogatorio de forma
cruel, según está escrito en el
protocolo de la gobernabilidad.
Las preguntas se referían al atentado
terrorista para sacar a los corruptos
de los puestos del gobierno.
Lo primero que preguntó fue: ¿quiénes
son tus cómplices?, ¿dónde se reúnen?,
po
de futbol del mundo? La torturadora no
se salió de las preguntas y el torturado no
se salió de su silencio. Así pasaron tres días
con sus noches, en el transcurso de los cuales
ni siquiera había averiguado la dirección
del sospechoso, pero sí su indicativo: “me
llamo Óscar Arnulfo, y todo lo que tienen
que saber de mí es de conocimiento público
porque está escrito en los púlpitos humildes
y las mesas sin comida del país”, dijo, en
un silencio interino.
El interrogatorio tenía como único objetivo
investigar quiénes formaban el grupo de
subversivos que sacó del poder a casi toda la
miedo, el sospechoso le dijo que una de las
que formaba el grupo era sor Blanca Alicia
Maryknoll, hermana de la Orden del Desorden,
pero que luego de la insurrección de las
urnas le había perdido la pista. Ella formó
parte del grupo que se constituyó en la masa
crítica electoral porque –dijo, el interrogado-
era una de las pocas personas que no estaban
sordas y podían oír el clamor del pueblo
subiendo hasta el cielo. La torturadora
informó de inmediato a su jefe, un tipo con
cara desagradable, pelo grasoso y alma perversa
que estaba dispuesto a hacer cualquier
cosa con tal de seguir en el poder.
La mujer le preguntó si tenía alguna foto
de la monja. ¡Claro que no, esa es una pregunta
estúpida! -respondió, y luego añadió:
eso hubiera violado el principal código de la
clandestinidad: ser invisible. La mujer sacó
la 38 y la puso en la frente del individuo para
que no olvidara que en ese lugar no se puede
mentir. Pero la respuesta no cambió de
rumbo. ¿Para qué quieren investigar un crimen
que no lo es y del que, si lo fuera, no
tienen pruebas, ni arma del delito? Lo único
que tienen es el cuerpo de la víctima y eso
no les sirve de nada, dijo, el torturado, asumiendo
el papel de interrogador. La mujer
no respondió.
Más tarde llegaron a la conclusión de que
no había forma de dar con los culpables del
atentado democrático a la democracia y que
no había forma de vincular a alguien en especial
con el subversivo y abusivo voto contra
la corrupción. Sin embargo, la misión era
encontrar la relación como fuese, así tuvieran
que inventar las pruebas, tal como se hacía
en los años de la dictadura militar. En ese
momento sonó el teléfono. La conversación
fue breve. O nos das una foto o hasta aquí
llega tu vida, son órdenes de arriba, dijo, la
mujer, al nomás colgar. A pesar de continuar
con el interrogatorio y los golpes, la mujer
no pudo establecer una relación entre el interrogado,
la monja y el atentado, por lo que
la investigación entró en un punto muerto.
La torturadora -cabizbaja- salió de la espontánea
sala de interrogatorio y se dirigió
a desayunar en un café cercano; luego recorrió
la ciudad para matar el tiempo y pensar
qué hacer para acatar las órdenes del que le
habló por teléfono; al cruzar la avenida Juan
Pablo se percató de que la estaban siguiendo,
no uno ni dos, ni tres hombres, sino una
efervescente multitud que crecía a cada paso
eran los invisibles cómplices del interrogado,
eran los indignados. Fingiendo calma siguió
caminando hacia la Plaza Libertad y se
sentó en una de sus bancas para ordenar las
ideas y aligerar los temores, ya que no es lo
mismo estar del otro lado.
En eso estaba cuando ochenta y cuatro
decretado por los corruptos, pasaron bramando
a su lado... y el pánico se tomó por
asalto su pecho y sus manos.
Entre tanto, una multitud de sordos sanados
deambulaban por la calle y se fueron a
aglutinar al parque. La mujer le preguntó a
uno de ellos si había oído las sirenas y este le
respondió que oyó perfectamente cada una
de las ochenta y cuatro sirenas, pero que sabía
que no llegarían a tiempo al hospital porque
el complot era multitudinario e irreversible
en todos sus colores. Y entonces todo
pareció entrar en una calma abismal nunca
antes vista... Al menos eso quería creer
la gente.
Sin que lo dejaran en libertad, el interrogado
quedó libre...