Edicion 12 de febrero 2020
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Opinión
14 Miércoles 12 de febrero de 2020 Diario Co Latino
Sociología y otros Demonios (990)
La sociología en los tiempos de la cólera (1)
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Coordinador de Fotografía:
René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Publicación de la Sociedad Cooperativa de Empleados de Diario
Co Latino de R. L.
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www.diariocolatino.com, facebook.com/diariocolatinoderl
@DiarioColatino
Nelson López
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Antonio Valencia Fajardo
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128 AÑOS INFORMÁNDOTE CON CREDIBILIDAD
El Salvador es -fuera bromas- uno de los
laboratorios más especializados para
construir teoría sociológica, debido a
que, en estas latitudes más que en muchas
otras, las ideas se van adecuando y readecuando
sin perder su línea originaria
dejando lecciones de pertinencia
histórica. La sociología crítica enseña
–y enseña bien- que las grandes
teorías que tratan de comprendertransformar
el mundo para instaurar la
justicia social, son pertinentes solo cuando
las readecuamos diariamente desde la práctica
con compromiso social, lo que epistemológicamente
implica que todos los momentos
son revolucionarios o, en el peor de los casos,
son pre-revolucionarios. Ahora bien, el principal
problema de la mayoría de los sociólogos
que, de palabra, se adhieren a ese enfoque, es
que no son ni críticos ni militantes de nada,
razón por la cual esos momentos revolucionarios
no son vistos, aprovechados o potenciados;
entonces, en lugar de ser los constructores
de la historia somos sus devotos sufridores, y
pasamos de estar: “bien jodidos pero contentos”
a estar “bien contentos de estar jodidos”.
die
y menos a los que, por contextos heredados,
tuvimos una formación marxista que, entre
miedos y corajes, nos hizo comprender que
no se podía “marxizar” el mundo, entendiendo
ese irreverente verbo como: el delirio fogoso de
creer que a Marx hay que seguirlo al estricto pie
to
en lo que respecta a los sujetos revolucionarios
como a la mutación y ampliación constante
de los instrumentos y las formas de explotación
del capital) y que el mundo sigue siendo idéntico
al que describió –con genialidad, compromiso
y valentía- cuando estaba inmerso en la hojarasca,
fabril y febril, de la Comuna de Paris.
Y es que, al no actualizar las grandes teorías
de la transformación revolucionaria del mundo,
nos convertimos en cómplices gratuitos del ocultamiento
de las formas de opresión, explotación,
discriminación y exclusión que el capitalismo
va abriendo y que nos llevan a
hablar de desigualdad social como una
realidad más lapidaria que la de la pobreza,
porque eso nos minimiza y ridiculiza
como ciudadanos y porque muchas
veces no se es consciente de ella;
por tanto, no se puede distinguir el pa-
la revolución de la castración; el héroe del canalla;
y una pupusa de queso de una revuelta popular.
Esa inconsciencia y esa ausencia en la realidad
que somete, explica por qué las personas
no se sienten indignadas con nada ni con nadie,
aunque tengan más de mil motivos para estarlo,
y aunque manejen, de forma aceptable, los conceptos
sociológicos básicos.
Y es que no olvidemos que la sociología no es
una diosa unigénita, debido a que la realidad es
un constructo cultural multicolor (con territoria-
solo se puede ver desde la cotidianidad, ese lugar
íntimo en el que: el fútbol es una religión sin
ateos; la madre es la diosa invencible e intocable;
las pupusas son más mágicas que los peces del
maná divino; Judas Iscariote es el confesor de los
políticos; y la casa de empeño es el burdel más visitado.
El saber político y sociológico que denuncian
a la injusticia -e incluso el sentido común
que deambula con la próstata rota pregonando
sus “cachadas”- tienen un origen y lógica distinta
al saber económico que la produce y reproduce,
y todos esos saberes tienen, como diría Raúl Azcúnaga,
mapas estéticos y fonéticos distintos en
lectivo.
En tal sentido, la sociología necesita de
otras epistemologías audaces que, por concretas,
tengan racionalidades amplias, inclusivas y mundanas
para reinventar -a diario- la teoría crítica de
acuerdo a las necesidades de hoy para moverse
entre el conocimiento y la ignorancia, así como
se mueve entre pasado y futuro como tiempo-espacios
que se necesitan.
En el modelo de pensamiento que nos juzga y
sojuzga desde hace más de dos mil años (dicotómico
por excelencia), se pueden distinguir al menos
tres propuestas epistemológicas que se extienden
hasta lo político: arreglar, romper o ignorar.
Y es que la tensión política es también tensión
epistemológica, tensión que se traduce en el
surgir de las Lady Macbeth de la Sociología y los
Dr. Jekill y Mister Hide de las otras Ciencias Sociales
que no son leales a la fuente única de conocimiento:
la realidad. Epistemológicamente,
de la validez inamovible e inalterable del caos, en
tanto que considera que lo único válido es la ignorancia
colectiva para aceptar vivir en una realidad
incontrolada e incontrolable y aceptar que
el saber, como sinónimo de orden, es privilegio
de una élite política (los políticos de rancia estirpe)
e intelectual (los conferencistas de lo mismo,
pero con títulos encumbrados) cuyos miembros
no necesariamente están emparentadas ideológicamente.
Por otro lado, tenemos el surgimiento de otro
tipo de conocimiento sociológico (el que rompe
y el que libera, tanto a la teoría como a la sociedad)
cuyo punto de partida (lo fundacional) es la
eterna dictadura de la pobreza que se funda en
la existencia de clases sociales que promueven el
hecho económico de que los otros no son igua-
son muchos) para hacerles perder su esencia humana.
Si ese es el punto de partida, el punto de
llegada es la formación de una autonomía axiológica
solidaria, que en el ámbito político se expresa
en el surgimiento de las pre-izquierdas (como
se pudo ver, en el caso salvadoreño, en 1944, los
años 70 y a partir de 2017); y en el ámbito teó-
gía
crítica.
No obstante, en esta lucha por la correlación
de fuerzas entre tres propuestas epistemológicas
hay que reconocer que el conocimiento que privilegia
el arreglar o el ignorar ha dominado a sus
anchas el mundo académico, hasta el punto de
a través de conceptos impersonales e inocuos
(globalización, por ejemplo) y de falacias históricas
como: la revolución solo tiene un camino
y una única vanguardia; la corrupción es un mal
necesario que no se puede remediar; la solidaridad
y amplias alianzas en el pueblo es una forma
de caos que es necesario controlar o eliminar.
Con el dominio total de esas falacias, el descompromiso
social se convirtió en sinónimo de orden
y la venta de la conciencia se convirtió en sinónimo
de progreso. Por tal razón, es necesario
y es urgente reinventar a diario el conocimiento
que rompe y libera para que podamos asumir la
conducción de la realidad como si estuviéramos
tomando en nuestras manos el timón de un barco
que va la deriva y cuyos tripulantes se están
acostumbrando a practicar el canibalismo consuetudinario
para poder sobrevivir sin remordimientos
ni castigos ejemplares.