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«Cuando tenía apenas veinte años entré a trabajar a un empresa que recién arrancaba. Los empleados
éramos apenas siete y ocupábamos un departamento de unos 50 m2 sobre la calle Salguero.
Mi escritorio estaba en una punta y en la otra, el de M., la Directora de Finanzas. M. tenía
cuarenta años y una actitud tremenda de comehombres. En mi primer día la vi cruzar las piernas
y por ese movimiento, descubrió sin quererlo unas medias negras con ligas de encaje. Me volví
loco con la imagen y mis fantasías con ella duraron meses. Nunca se enteró de mis deseos. M.
fue sin dudas mi primera M.I.L.F. muchísimos años antes de que naciera ese término.» L.B.
Romper el hielo
un cuento inédito de luCiano bellelli
Una avioneta para seis pasajeros
sobrevuela Los Andes. A los costados,
unas líneas rojas y azules dibujan
el logo de la empresa Intertel,
compañía telefónica que brinda
servicios en el interior del país.
Adentro viajan cinco personas: dos
pilotos, una mujer madura, un joven
inexperto y un hombre.
La mujer madura es Perla, la segunda
esposa de José Nichaus, más
conocido en la empresa como José
Intertel, el dueño. Perla trabaja en
Ventas. El motivo del viaje es una
posible fusión con una empresa de
comunicaciones de Santiago de Chile.
Perla usa trajecito y una camisa
blanca con los dos primeros botones
desabrochados. Por el escote se puede
ver el nacimiento de sus pechos
como también el encaje de su corpiño
talle ciento diez.
Esto es lo que está viendo Silvino,
el joven inexperto. Estudiante
de tercer año de administración en
la UADE, se está acostumbrando a
usar traje y corbata: todavía no soporta
tener el último botón de la
camisa abrochado y las mangas del
saco le llegan, absurdamente, hasta
las palmas de las manos. Silvino está
haciendo una pasantía en Intertel.
El viaje es tranquilo. Perla tiene
una laptop en sus faldas y escribe
con cara de profesional. El lento tipeo
unidactilar denota todo lo contrario.
Silvino oscila entre mirar el
escote de Perla y los ojos de Víctor,
su compañero, para ver si éste está al
tanto de su ansiedad.
Silvino está enamorado de la madura
mujer desde el primer día que
entró a trabajar. Una vez que lo sentaron
en el que sería su escritorio,
admiró a Perla: desde ahí podía verla,
en el piso de arriba, trabajando en
su escritorio preferencial. Hablaba
por teléfono, o mejor dicho, discutía
bastante airada. Silvino estaba en
una perfecta posición para el voyeurismo,
porque otros empleados lo
ocultaban a la vista de Perla pero él
podía espiarla perfectamente. Estaba
detenido en el famoso escote cuando
un movimiento de piernas de la cuarentona
le permitió ver que llevaba
unas guerreras ligas que sostenían
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