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VERBA: CREACIÓN LITERARIA
“¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio así
duerme en el fondo del alma”.
A
rmin era casi como un hermano para Jorge ya
que ambos se conocían desde hace algunos años
y eran inseparables. Los dos iban al mismo instituto, estaban
en la misma clase y, casi siempre que organizaban trabajos en
grupo se juntaban.
Un día la maestra de Ciencias Naturales mandó una tarea
bastante rara aunque ciertamente entretenida: los alumnos
debían traer muestras de distintos tipos de tierra según
el nivel de profundidad, guardando en bolsitas un puñado de
tierra cada cinco centímetros que horadaran en ella. Como de
costumbre, Jorge y Armin se juntaron para trabajar, aunque
en realidad aquello de “trabajar” era un pretexto, una excusa
perfecta para que ambos consiguieran el permiso de sus padres
para ir al bosque de las afueras de la ciudad.
Una vez allí decidieron que no deberían adentrarse demasiado ya que correrían el peligro de perderse,
no sería la primera vez que algún excursionista poco experimentado se desorientaba en él (en
algunos casos con funestos resultados). Marcaron con una tiza todos los árboles por los que pasaban
para no confundir el camino de vuelta y empezaron a adentrarse un poco más de lo pactado en las profundidades
de la imponente masa de árboles. Llegado a un punto un extraño claro les llamó la atención.
-Este sitio es perfecto para excavar, aquí seguro que no nos molestan las raíces de los árboles y además
esas piedras parecen “cómodas” y podemos sentarnos a comer un bocadillo- dijo Jorge.
-El bocadillo me lo comeré yo mientras excabas, porque desde luego yo no me pienso ensuciar la camiseta
nueva” – bromeó Armin con voz de niña consentida-
-Hagamos una cosa, nos comemos el bocadillo ahora y con el estómago lleno nos lo jugamos a cara o
cruz” – dijo Jorge que tenía hambre desde hacía casi una hora.
Tras quince o veinte minutos de risas y bromas, acabaron su almuerzo y Jorge sacó una moneda.
-El que pierda empieza, estamos cinco minutos cada uno y continúa el otro. Que por la “bruja de ciencias”
no me pienso partir la espalda. Tampoco vamos a enterrar a nadie, así que 50 centímetros de profundidad
como mucho.
-Vale, prepárate a perder – dijo Armin mientras sacaba de su mochila las herramientas de jardinería que
le había pedido prestadas a su vecino-.
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