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Grandes obras maestras
que cumplen 25 años.
“The Downward Spiral” de Nine Inch Nails, por Jorge Borondo.
Recuerdo como si fuera ayer el
profundo impacto que me causó la
primera escucha de “The downward
spiral”. Aquello no sonaba a nada
que hubiera oído antes. Desde los
latigazos con los que comienza el
tema inicial, “Mr self destruct” (que
luego supimos que pertenecían a la
película de Coppola “THX-1138”) era
algo amenazante, oscuro, enfermizo.
No podía asociarse al rock, ni al
metal, ni al grunge que imperaba por
aquel entonces. Aquello era diferente
y peligroso, era caos, nihilismo,
violencia sonora y autodestrucción, y
al mismo tiempo, en algunas partes,
pocas, se volvía reconfortante y
casi esperanzador (“A warm place”,
“Hurt”).
En algunos temas aludía a la muerte
de Dios de Nietszche (“Heresy” y
el famoso estribillo “Your God is
dead and no one cares”), en otras
hablaba de sexo salvaje (“Closer”)
o del suicidio (“Big man with a
gun”). Parecía un tratado de la
desesperación, y es de esos discos
que cobran más sentido escuchados
completos y por orden. Con los años,
Reznor ha reconocido que era un
disco conceptual. En realidad, lo que
lo hacía diferente no eran tanto las
canciones sino el tratamiento que
Reznor y Flood le dieron al sonido.
Trent ha comentado en entrevistas
que tenía en mente a David Bowie y
en concreto el disco “Scary monsters”
cuando estaba componiendo “The
downward spiral”. Además confesó
que el tema instrumental “A warm
place” estaba inspirado en ”Crystal
Japan”, grabado en las sesiones
del mismo disco. Y de hecho, el
comienzo de “Closer” es un sampler
del tema “Nightclubbing” de Iggy Pop
(del disco “The idiot”, producido y
coescrito por Bowie). Sin embargo,
eso sería el punto de partida, porque
la realidad es que el resultado final
fue una amalgama de sonidos, capas
y capas de ruidos, samplers, riffs
procesados, loops, gritos y bases
programadas que en nada tenían que
ver con el duque blanco. Poco más de
una hora de pesadilla sonora no apta
para todos los públicos.
Con una banda totalmente diferente
a la del disco de debut en la que
destaca el guitarrista Robin Finck,
aquello era obra de un solo hombre,
que había utilizado la casa donde
la familia Manson había asesinado
a Sharon Tate como estudio de
grabación. Reznor siempre dijo
que fue casualidad, pero entonces
nos preguntamos por qué llamó al
estudio “Le pig”, y por qué hay varias
referencias a los “pigs”, palabra que
los asesinos escribieron con sangre
en las paredes.
Contra todo pronóstico, algunos
temas como “March of the pigs”,
“Piggy”, “Closer” o “Hurt” (incluso
antes de la magnífica versión de
Johnny Cash) alcanzaron gran
éxito, acompañados de unos
poderosos videoclips que se
emitían a todas horas en la MTV.
El disco alcanzó el número dos del
Billboard norteamericano, algo
sólo posible gracias al milagro de
“Nevermind” de Nirvana años antes.
Escuchado hoy, “The downward
spiral” no ha perdido un ápice de
provocación, desasosiego y vigencia,
convirtiéndose en la obra maestra
indiscutible de su autor y una de las
cumbres de la década.
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