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Robert solía decir que era de hijo del
icónico músico texano Lonnie Johnson,
le gustaba hacer creer que eran familia.
En palabras de Shines “supongo que
todo el mundo admira a alguien”. Lonnie
era un maestro, músico quintaesencial
en la historia del blues que a principios
de los 30 gozaba de popularidad y había
grabado cortes como “She’s Making
Whoopee In Hell Tonight”, cargados de
humor negro, machismo y adoración
por Satán. No era el único bluesman
dispuesto a coquetear con Lucifer, otra
leyenda es Peetie Wheatstraw el cual se
hacía llamar “Devil’s Son In Law”, el yerno
...cuando
el blues
no tenía
siquiera
nombre, bastaban
doce compases y unas
cuantas frases inconexas
para hacer bailar, lo
importante era el ritmo.
del diablo, cuya influencia sobre Robert
Johnson va tan lejos como para hacerle
“homenajes” en la letra de “Me And The
Devil Blues”, tanto por el macabro humor
negro como por la carga misógina de
sus versos. Os recomiendo escuchar el
corte “Police Station Blues” en el que es
indudable que Johnson encontró mucho
más que inspiración o “Little Queen Of
Spades” que, en realidad, es una versión
que Johnson hizo de “King Of Spades”
grabada por Wheatstraw en 1935. Hay
una conexión evidente entre el estilo de
ambos, incluso los falsetos y fraseos.
Como dijo Shines, todo el mundo admira
a alguien.
Quiero aclarar en este punto que esto no
cambia para nada el lugar que ocupa Robert
Johnson en la historia del blues. Siempre
he creído que cuando el blues no tenía
siquiera nombre, bastaban doce compases
y unas cuantas frases inconexas para
hacer bailar, lo importante era el ritmo. No
en vano es lo que penetra en la audiencia y
la posee. Nunca fue la palabra. Siempre fue
el ritmo, las vibraciones, la atmósfera, las
sensaciones. El blues, era una sensación.
Después de Robert Johnson el blues era
un sentimiento, podía hacerte bailar pero
como nos han contado sus allegados,
podía hacerte llorar interpretando con la
melodía más dulce el más desolador de
los dramas del ser humano. Creo de veras
que él sentía por todos nosotros y tenía el
don de traducirlo a un lenguaje universal,
asequible a todos. Mostrando al mundo un
universo oculto y revelando las claves para
convertirlo en el movimiento musical más
importante del siglo XX.
El diablo en el cruce
de caminos.
Sé que es, a priori, el mayor reclamo de
Robert Johnson, el momento en que vendió
su alma al diablo. Como ya abordamos
este tema en un número anterior (muy
recomendable, por cierto) desde el prisma
tradicional y dando por hecho que el
origen de todo esto es la vida y obra de
nuestro protagonista, voy a cambiar de
Johnson. Sí, permitidme hablar un poco
de otro Johnson, poco conocido y al que
habitualmente confunden con Robert
aunque no tienen nada que ver; o sí.
Puede que mientras lees esto venga a tu
mente “Oh, Brother!” de los Coen y creas
recordar que hay un personaje inspirado
en Robert Johnson. La historia es que en
la película aparece un tal Tommy Johnson
que le ha vendido su alma al diablo en un
cruce de caminos y no, no es una versión
cinematográfica de nuestro hombre.
Resulta que es Tommy Johnson, uno de
los pocos que estuvo junto a Charlie Patton
y Willie Brown en los tiempos en los que
Robert era un niño. Su carrera consiste
en una decena de canciones repartidas
en tres sesiones para Victor Records a
principios de 1928 y posteriormente para
Paramount en agosto de 1928 y diciembre
de 1929. Cortes como “Big Road Blues” o
el célebre “Canned Heat Blues” (en la que
aborda su afición por el alcohol de quemar)
dan buena cuenta de su categoría como
bluesman y su forma de cantar es una
influencia evidente para Robert Johnson.
Curiosamente Tommy no es recordado
por cantarle a Satán, la verdad. De dónde
habrán sacado los hermanos Coen esa
historia…
El asunto es que su hermano LeDell
Johnson contó en una entrevista a
mediados de los 60 que Tommy siempre
explicaba que vendió su alma al diablo y
era así capaz de tocar magistralmente la
guitarra. Incluso entre sus piernas, detrás de
la cabeza o lanzándola al aire y cogiéndola
sin perder el ritmo. Según parece, un día
se le apareció en un cruce de caminos una
figura oscura, le quitó la guitarra, la afinó y
se la devolvió, sellando así un pacto con el
maligno. Dicho esto, Son House, del que
hemos hablado en números anteriores,
aparece como figura fundamental en la
historia de Johnson. Robert acudía a verle
todos los fines de semana e intentaba
tocar con él y Willie Brown, con muy poco
éxito. Fue entonces el desprecio de Son
House lo que le hizo, muy probablemente,
desaparecer para volver convertido en el
mito que ha llegado hasta nuestros días.
Por último, y más importante, Son House
es el único de los que estuvieron allí que ha
manifestado que Robert Johnson vendió
su alma al diablo para tocar así. Lo dijo
en una entrevista en la misma época en la
que LeDell Johnson intentaba convencer
a todos de que su hermano pactó con el
diablo, así que… ¿de toda esta mezcla de
arqueología musical y casualidad surge la
leyenda? ¿Eso es todo? La verdad es que
no podemos estar seguros, pero no está
de más tener una imagen completa de las
cosas.
Lo cierto es que hay una generación
entera que descubrirá a Robert Johnson
un domingo por la tarde, aburridos o
de resaca, buceando en el catálogo de
Netflix y viendo “Devil At The Crossroads”
para matar el tiempo. La historia que
ellos conocerán es la que LeDell nos ha
contado sobre su pintoresco hermano.
Nadie les hablará nunca de Tommy,
probablemente nunca lleguen a saber
mucho más acerca del blues del Delta.
Si esto puede pasar en la era de la
información, ¿os imagináis cómo habrá
sido la cosa en los 60?
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