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“La desaparición de
Madeleine McCann” (Netflix):
El hombre es un lobo para el hombre.
Por javistone.
Se suele decir que la realidad supera a la más compleja de las ficciones y en efecto, se me antoja complicado pensar en
una historia más enrevesada que la relacionada con la desaparición de Madeleine McCann. Superar algo así sería digno
de una mente privilegiada. Imposible que alguien fuese capaz de retorcer tanto una historia como para hacerte sentir tanta
angustia y provocarte tanto asco por la raza humana. No hace falta imaginarlo, la realidad ya se encarga de ofrecértelo.
Netflix, siempre atenta a productos impactantes, nos presenta uno de esos casos que te hielan la sangre. Al igual que
HBO con “The Jinx”, o la propia Netflix con trabajos como “The Keepers”, nos encontramos con una serie documental
brillantemente ejecutada que desgrana al milímetro el caso de la pequeña Madeleine, donde nada es lo que parece y en el
que la condición humana… sale perdiendo.
Por todos es sabido lo acontecido: en
2007 la familia McCann había volado al
Algarve (Portugal) desde Inglaterra con
la idea de disfrutar del típico entorno
turístico familiar. Una noche en la que
los padres habían dejado en el piso
durmiendo a sus hijos, los gemelos (de
poco más de un año) y Madeleine (de 3
años entonces), mientras disfrutaban de
una cena con amigos en el restaurante
de la piscina a unos doscientos metros,
en una de las visitas que hacían
regularmente para comprobar que sus
hijos estaban bien, comprueban que
Madeleine no está. Nunca más se la
volvió a ver desde entonces. Y lo que era
una noche más de lo que debía haber
sido una semana reparadora, se convirtió
en el comienzo de esta historia llena
de claroscuros y perversos recovecos.
A lo largo de ocho episodios de una
facturación técnica exquisita Netflix trata
de presentar, como si fuera un thriller,
cada dato, cada perspectiva, cada
detalle que el caso arroja, haciéndolo
sin caer en acusaciones particulares
ni en teorías conspiranoicas, sino
desgranando progresivamente toda la
información relacionada, que es enorme.
¿Por dónde diablos comenzar?
De entrada la policía portuguesa
quedó retratada como una
institución vergonzosa, enfangada
en una incompetencia abrumadora,
completamente desbordada por los
acontecimientos. La presión por parte de
unos políticos únicamente preocupados
por la imagen pública (no tan alejados
de las preocupaciones de los altos
cargos del Kremlin tras la explosión
de Chernóbil) provoca que la policía
se precipite, dedicándose más que a
encontrar a la niña, a buscar culpables.
Una policía con la bochornosa figura
del infame comisario Gonçalo Amaral,
posiblemente uno de los grandes
culpables de que el caso se enfangara
hasta límites insospechados. Un tipo
altivo, torpe, arrogante y con un aspecto
lamentable (la prensa británica se reía
de él por parecer alcohólico, por estar
terriblemente gordo, por su aspecto
dejado…) e indigno de alguien de su
cargo y responsabilidad. Como digo, todo
lo relacionado con la policía portuguesa
produce vergüenza ajena, la imagen de
la central de policía (más parecido a la
fachada de un taller mecánico que de
una central de policía) ya da una idea del
nivel.
Desde el inicio todo parece hacerse
de forma precipitada, comenzando
con los inusitados errores a la hora de
trabajar la zona (como decía impropia
de un cuerpo de policía europeo en
el siglo XXI) hasta el acoso rozando lo
mafioso para inculpar sin miramientos
casi a cualquiera que pasara por allí. De
hecho, a un británico (Robert Murat)
que en seguida se prestó a ayudar como
traductor fue inmediatamente declarado
sospechoso como posible pederasta
y relacionado con la trata de niñas,
al igual que a un chaval que le había
arreglado su ordenador. Ni que decir
tiene que entre la policía y la prensa
británica, pese a no poder demostrar
nunca nada sobre Murat, consiguen
destrozarle la vida, a pesar de haber
ganado el juicio contra los principales
periódicos ingleses. Y es que la prensa
británica, por supuesto, tampoco se
salva del bochorno general, llevando
el sensacionalismo, el amarillismo y la
falta absoluta de escrúpulos hasta el
paroxismo total. La portuguesa no se
queda atrás, llegando a reconocer una
periodista que difundió información falsa
que le había facilitado Gonçalo Amaral y
Gonçalo Amaral
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