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G. Bueno – Materia

menos, los cuatro elementos (aunque con posibilidad de un entretejimiento mutuo, al

menos temporal, caso de Empédocles) o incluso infinitos y, desde luego, entretejidos los

unos con los otros en la μῖγμα de Anaxágoras. Tanto en [64] un caso como en el otro,

habrá que apelar a algún principio extrínseco a las propias determinaciones, como

responsable de la mezcla o de su separación. Es así como, desde el racionalismo

materialista de las transformaciones, podemos entender que Anaxágoras llegue a

postular un principio al parecer no material, transcendente a la migma (Diels, Frag. 12),

el Nous. Interviene solamente como un principio de separación o de clasificación de las

cosas que, sin embargo, se mueven por sí mismas (y, en este sentido, el Nous de

Anaxágoras recuerda las funciones del «demonio clasificador» de Maxwell). La idea de

materia que Anaxágoras propicia, la materia como μῖγμα, no es ajena a la idea

del Nous, puesto que es, más bien, su contrafigura.

Las «musas itálicas», en expresión de Platón (El Sofista, 242, d) ¿inspiran una

forma de pensar distinta del de las «musas jónicas», una forma de pensar que podría

considerarse precisamente como no materialista? Desde esta perspectiva interpretan

muchos historiadores a los pitagóricos y a los eléatas. Representarían estas escuelas

precisamente la «liberación» del materialismo, la apertura hacia un modo espiritualista o

idealista de filosofar. Así, Pitágoras habría enseñado la realidad de un mundo

armonioso, al cual las almas están destinadas, que está más allá del mundo de los

cuerpos, cárceles de las almas; y Parménides habría llegado a concebir este mundo

corpóreo como una apariencia del ser real y único, que ya no sería material (pese a

alguna determinación residual), sino prefiguración del Acto puro aristotélico. Sin

embargo, estas interpretaciones pueden parecer muy estrechas cuando se cambian las

premisas hermenéuticas. El «mundo armonioso» de los pitagóricos difícilmente puede

describirse, sin más, como un mundo inmaterial. Pues aunque no sea un mundo físico o

sensible, ¿cómo llamar espiritual o simple al mundo que se despliega en la forma de una

extensión inteligible, regida por las leyes de los números racionales? ¿Y el Ser de

Parménides? [65] No es, desde luego, material, en sentido primario; y sólo cuando nos

volvemos a él con ojos de teólogo aristotélico podremos prefigurarlo como el «Ser

inmaterial». Si miramos a la historia con mirada materialista, podremos ver en el ser

eleático precisamente el límite interno de la envoltura monista dentro de la cual venía

desenvolviéndose el materialismo presocrático. Límite que permitirá declarar aparentes

a las mismas diferencias reales, negando con ello la posibilidad misma del racionalismo

de las transformaciones.

En adelante, el racionalismo filosófico tendrá que desenvolverse como una

rectificación del pitagorismo (de su principio monista de conmensurabilidad aritmética

de todo con todo) y del eleatismo; por tanto, en función siempre de alguna suerte de

pluralismo, capaz de rectificar el límite alcanzado. Y si el materialismo sigue

significando, ante todo, para nosotros, un pluralismo, tendremos que conceder que son

las escuelas pluralistas aquellas en las cuales la Idea de materia podrá encontrar sus

desarrollos más ricos y profundos. Esto se confirma, ante todo, con el atomismo de

Leucipo y de Demócrito. El Ser se nos muestra ahora como Ser corpóreo, múltiple,

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Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1990. http://filosofia.org/mat/mm1990a.htm (06/01/16)

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