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Quiero esa boca gritando mi nombre.

Quiero…

Miré hacia el frente de la iglesia, hacia el crucifijo.

Ayúdame, oré silenciosamente. ¿Esto es algún tipo de prueba?

—¿Padre Bell? —solicitó.

Tomé una respiración y envié otra rápida oración para que no notara

que quedé paralizado por su boca… o que los pantalones de lana con

fachada plana que me puse de repente fueron creciendo un poco demasiado

apretados.

—No hay necesidad de penitencia ahora. De hecho, creo que venir

aquí a hablar es un pequeño acto de contrición en sí mismo, ¿no?

Una pequeña sonrisa se alzó en su boca y quería besar esa sonrisa

hasta que estuviera presionada contra mí y pidiera que la tomara.

Santa mierda, Tyler. ¿Qué diablos?

Dije un Ave María mental para mí mismo mientras ajustaba la correa

de su bolso en un hombro.

—Así que, ¿tal vez nos vemos la semana que viene?

Mierda. ¿Podría realmente hacer esto otra vez en siete días? Pero luego

pensé en sus palabras, tan llenas de dolor y sombría confusión, y una vez

más sentí las ganas de consolarla. Darle algún tipo de paz, una llamada de

esperanza y vitalidad de la que podría alimentar su nueva vida, completarla

por sí misma.

—Por supuesto. Esperaré por ello, Poppy. —No quería decir su

nombre, pero lo hice y cuando lo dije, lo dije en esa voz, que ya no utilizaba,

que solía usar para hacer a las mujeres caer sobre sus rodillas y alcanzar

mi cinturón sin tener que decirlo como un favor.

Y su reacción envió una sacudida hacia mi pene. Sus ojos se

ensancharon, sus pupilas se dilataron, y su pulso en el cuello saltó. No solo

era mi cuerpo teniendo una respuesta increíblemente sin precedentes al

suyo, sino que se vio afectada tanto como yo.

Y, de alguna manera, hacía todo mucho peor, porque ahora era solo

la delgada línea de mi autocontrol lo que me impedía que la doblara sobre

la banca y azotara ese culo blanco cremoso por ponerme duro cuando no

quería estarlo, por hacerme pensar en su boca traviesa cuando debo de estar

pensando en su alma eterna.

Aclaré mi garganta, tres años de incansable disciplina era lo único

que mantenía aún mi voz.

—Y para que sepas…

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