sierra-simone-priest-1-pdf
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simplemente estoy todavía molesta, por haberle dado tanto tiempo a ese
imbécil, y luego cuando me sentía tan desanimada sobre todo, tuvo el descaro
de presentarse en el club.
Supuse que se hallaba en la ciudad por una reunión de negocios y que
tal vez un cliente potencial lo llevó al club por un poco de galanteo extra; no
era un escenario poco común donde trabajaba, sobre todo cuando se trataba
de las habitaciones privadas en la parte posterior. Y de todas las chicas que
podrían haber estado trabajando en esa habitación en específico esa noche,
era yo.
Era malditamente yo.
Llevaba tacones de quince centímetros y una peluca azul brillante, y él
aun así me reconoció en el momento en que entré, justo como supe por un
vistazo a su perfil que se trataba de él.
—Jesucristo —dijo, sus palabras transportándose como una melodía
venenosa por encima de la música palpitante—. ¿De verdad eres tú?
Me quedé de pie en la puerta, sin tener idea de qué mierda hacer. Sabía
que podía ir a buscar a Mark, explicarle que conocía al cliente y que no podía
bailar para él; Mark entendería. Pero incluso tres años después de que me
botó a través de la invitación de boda con otra chica, aun así no podía
obligarme a alejarme. O dejar de escuchar cuando comenzó a hablar.
Dijo que no lo podía creer, todos pensaron que hui a Europa o a algún
lugar exótico y todo el tiempo, estuve aquí. Hizo señas hacia mí, para indicar
el escaso atuendo que llevaba, señalando todas las cosas que venían junto
con eso aquí, el baile y la supuesta deshonra, pero vi el momento en que
terminó de hacer su punto, el momento en que sus pupilas se dilataron y
asimiló mi cuerpo casi desnudo.
Se casó con la Jodida Penelope pero se encontraba aquí y era por mí, y
a la mierda todo, quería eso. Ese momento dónde me eligió a mí sobre ella.
Sin importar lo mal que estuviera.
—Entra —dijo, y lo hice.
¿Dios me perdonará por eso? Porque podía haberme ido. Sin ningún tipo
de consecuencia. Podría haber encontrado a otra chica y podría haber dejado
el club sin pasar otro momento con Sterling Haverford III. Pero muy en el
fondo, quería quedarme. En el fondo, quería lo que sabía que sucedería si me
quedaba.
Cerré la puerta detrás de mí y crucé los brazos, y luego le dije
exactamente lo idiota que era. A su favor, no lo negó.
Me pidió que me acercara. Fue una orden, y el Señor me ayude, siempre
he respondido a las órdenes. Me acerqué a él, y pasó una mano por mi costado
donde mi falda colgaba justo debajo de mi trasero. Su anillo de bodas brilló
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