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10 cm<br />
SANTO DOMINGO, RD. DOMINGO <strong>27</strong> DE NOVIEMBRE DE <strong>2022</strong><br />
Lecturas de domingo<br />
25<br />
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De cómo el autor conoció a José<br />
Lezama Lima y entró en su poética<br />
José Lezama Lima<br />
era mi vecino y yo no<br />
lo sabía. Yo llevaba<br />
algunos meses<br />
tratando de leer su<br />
novela Paradiso sin<br />
poder pasar de la<br />
página veinte.<br />
“DE ALGUNA<br />
MANERA YO INTUÍA<br />
QUE SER AMIGO DE<br />
LEZAMA LIMA ERA<br />
VIVIR MÁS DE UNA<br />
VIDA, REMONTAR<br />
EL CURSO DEL<br />
TIEMPO, ENTRAR EN<br />
OTRA DIMENSIÓN,<br />
PARTICIPAR DE UN<br />
MISTERIO”<br />
SDSDSDS<br />
MANUEL PEREIRA<br />
Madrid, España<br />
Tomado de Zenda Libros<br />
José Lezama Lima era mi<br />
vecino y yo no lo sabía. Yo<br />
llevaba algunos meses tratando<br />
de leer su novela Paradiso<br />
sin poder pasar de<br />
la página veinte. No entendía casi<br />
nada. Su estilo era tan barroco<br />
que rayaba en lo hermético,<br />
su lenguaje inconfundible podía<br />
llegar a ser tan esotérico como las<br />
palabras hechizadas de un culto<br />
iniciático.<br />
Ese desafío me decidió a conocerlo<br />
y un mediodía de 1969 acudí<br />
a su casa habanera, con mi primer<br />
cuaderno de poemas bajo el brazo.<br />
Me abrió la puerta Baldomera, su<br />
vieja niñera. “Joseíto está durmiendo<br />
la siesta”, dijo la anciana, y añadió:<br />
“¿Es de la parte de quién?”<br />
Se me ocurrió decir: “Dígale que<br />
vino a verlo un joven poeta”.<br />
Ya me retiraba cuando, desde<br />
el fondo de la casa, se oyó una<br />
voz grave, jadeante: “Si es un joven<br />
poeta, déjelo pasar”. Así lo conocí<br />
y ahí empezó nuestra amistad que<br />
enseguida devino magisterio. Yo<br />
tenía veinte años, y él, sesenta. Yo<br />
era un autodidacta que ya ejercía el<br />
periodismo, pero mis lecturas eran<br />
caóticas y algunas de mis lagunas<br />
culturales parecían océanos. Yo vivía<br />
inmerso entre la curiosidad y la<br />
confusión.<br />
Lo que más me impresionó en<br />
aquel primer encuentro no fue tanto<br />
la obesidad de Lezama, sino más<br />
bien su corpulencia, pues no sé por<br />
qué siempre pensamos que los gordos<br />
son pequeños. También observé<br />
que su asma justificaba cierta musicalidad<br />
en sus frases, siempre terminadas<br />
en una leve inflexión que no<br />
era ajena a la elegante torpeza de sus<br />
dedos, con los cuales dibujaba signos<br />
en el aire mientras hablaba. Durante<br />
la chispeante conversación, la ceniza<br />
de su tabaco rodaba por su guayabera<br />
acumulándose en los pliegues del<br />
pantalón.<br />
En aquella visita me regaló su<br />
poemario Dador y este consejo:<br />
“Léase a Rimbaud, que leyó en el<br />
El autor y José Lezama Lima.<br />
Manuel Pereira y el autor de “Paradiso” en la sala de su casa.<br />
hígado etrusco”. Yo le dejé mis versos<br />
de principiante y una semana<br />
después pasé a reco¬gerlos. Sólo<br />
había marcado con cruces verdes<br />
cuatro de los treinta poemas. “Son<br />
los que más me gustan”, dijo.<br />
Entonces me prestó El gran<br />
Meaulnes, de Alain Fournier. Con<br />
esa novela francesa descubrí la Literatura,<br />
así, con L mayúscula.<br />
Semana tras semana, me siguió<br />
prestando los mejores libros de su<br />
insondable biblioteca, títulos y autores<br />
que no se conseguían en las<br />
librerías ni en las bibliotecas públicas<br />
de La Habana, pues ya se<br />
reprobaba todo lo considerado<br />
políticamente incorrecto, o sea, demasiado<br />
ajeno a las urgencias de la<br />
Historia, así, con H mayúscula.<br />
A ese proceso de lecturas dialogadas<br />
entre los dos, él le llamaba el<br />
“Curso Délfico”, en alusión al Oráculo<br />
de Delfos, antigua ciudad griega.<br />
Prestándome todos aquellos<br />
libros, el autor de Muerte de Narciso<br />
me obsequió una brújula para<br />
orientarme en la selva de las letras<br />
universales, desarrolló mi intuición<br />
literaria, aguzó mi olfato poético.<br />
Tuve que leer mucho. ¡Por suerte<br />
yo no tenía televisor ni radio,<br />
tampoco leía periódicos! Después<br />
del Curso Délfico, toda mi vida ha<br />
consistido en seguir ensanchando<br />
aquel camino inicial que él abrió<br />
para mí, complementándolo y enriqueciéndolo<br />
a lo largo de diversos<br />
atajos en una multiplicación fractal.<br />
Así empezó mi iniciación literaria<br />
y su casa se convirtió en mi<br />
verdadera universidad. Allí obtuve<br />
los mejores doctorados del<br />
mundo sin darme cuenta, espontáneamente,<br />
sin pizarrón, ni exámenes,<br />
ni diplomas, ni aburridos<br />
programas de burocracias académicas,<br />
simplemente mediante<br />
diálogos socráticos y abisales relámpagos<br />
poéticos.<br />
Más tarde yo terminaría mi carrera<br />
de periodismo, pero ni en la Universidad<br />
de la Habana, ni en ninguna<br />
otra del extranjero, han podido<br />
enseñarme nada que iguale ni supere<br />
lo aprendido en su casa de Trocadero<br />
162.<br />
Como todo habanero de raíz, Lezama<br />
era ante todo un conversador<br />
genial. Sus diálogos conmigo estaban<br />
inspirados en la mayéutica. Cada<br />
vez que yo le devolvía un libro,<br />
comenzaba un ciclo de preguntas<br />
—ni teóricas, ni tediosas— que podían<br />
originarse en La Eva futura, de<br />
Villiers de L’Isle-Adam, para terminar<br />
en un monólogo sobre el yin y<br />
el yang o las delicias de un mamey.<br />
Su abrumadora erudición, expresada<br />
en un torbellino de citas y<br />
anécdotas —que iban desde las Vidas<br />
paralelas hasta La montaña mágica—,<br />
incluía golpes de humor popular,<br />
haciendo de su charla todo<br />
un acontecimiento. Cuando Lezama<br />
empezaba a hablar, el mundo<br />
entero se detenía para escucharlo.<br />
Yo no entendía algunas de sus sentencias,<br />
el significado de muchas palabras<br />
se me escapaba, tenía que consultar<br />
el diccionario constantemente,<br />
ciertas ideas suyas remitían a unas<br />
fuentes que yo ignoraba; su inmensa<br />
capacidad de asociación me transportaba<br />
a marcos referenciales que no<br />
conocía, con frecuencia citaba a escritores<br />
que yo ni sospechaba, o aludía<br />
a momentos históricos que yo no barruntaba;<br />
pero algo me decía que esa<br />
aventura poética era un regalo de los<br />
dioses; de alguna manera yo intuía<br />
que ser amigo de Lezama Lima era vivir<br />
más de una vida, remontar el curso<br />
del tiempo, entrar en otra dimensión,<br />
participar de un misterio.<br />
Lezama Lima creó un sistema<br />
poético que algunos confunden con<br />
una hermenéutica. “Yo no soy un filósofo,<br />
sino un poeta”, insistía. Sobre<br />
ese conjunto de leyes (“vivencia<br />
oblicua”, “azar concurrente”, la<br />
imago, el potens o posibilidad infinita…)<br />
se han publicado miles de<br />
páginas soporíferamente exegéticas.<br />
Los “lezamólogos”, por lo general,<br />
no son más que glosadores que<br />
confunden más de lo que aclaran.<br />
Cualquier lector sensible, con cierto<br />
nivel cultural, puede ahorrarse esas<br />
teorizaciones.