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Cuentos

EDITORIAL DIGITAL - IMPRENTA NACIONAL

costa rica

-Muerto no está -respondieron las rosas-. Nosotras hemos estado debajo de la tierra, donde moran

todos los muertos, pero Carlos no estaba.

-Gracias -dijo Margarita, y, dirigiéndose a las otras flores, miró sus cálices y les preguntó-: ¿Saben

por ventura dónde está Carlos?

Pero todas las flores tomaban el sol, ensimismadas en sus propias historias. Margarita oyó

muchísimas, pero ninguna decía nada de Carlos.

¿Qué decía, pues, la azucena de fuego?

-Oye el tambor: « ¡Bum, bum! ». Son sólo dos notas, siempre « ¡Bum! ¡Bum! ». Escucha el plañido

de las mujeres. Escucha la llamada de los sacerdotes. Envuelta en su largo manto rojo, la mujer

está sobre la pira; las llamas la rodean, así como a su esposo muerto. Pero la mujer hindú piensa en

el hombre vivo que está entre la multitud: en él, cuyos ojos son más ardientes que las llamas; en él,

el ardor de cuyos ojos agita su corazón más que el fuego, que pronto reducirá su cuerpo a cenizas.

¿Puede la llama del corazón perecer en la llama de la hoguera?

-No comprendo una palabra de lo que dices -exclamó Margarita.

-Pues éste es mi cuento -replicó la azucena.

¿Qué dijo la campanilla?

-Más arriba del sendero de montaña se alza un antiguo castillo. La espesa siempreviva crece en

torno de los vetustos muros rojos, hoja contra hoja, rodeando la terraza. Allí mora una hermosa

doncella que, inclinándose sobre la balaustrada, mira constantemente al camino. No hay en el rosal

una rosa más fresca que ella; ninguna flor de manzano arrancada por el viento flota más ligera que

ella; el crujido de su ropaje de seda dice: «¿No viene aún?».

-¿Te refieres a Carlos? -preguntó Margarita.

-Yo hablo tan sólo de mi leyenda, de mi sueño -respondió la campanilla.

¿Qué dice el rompenieves?

-Entre unos árboles hay una larga tabla, colgada de unas cuerdas; es un columpio. Dos lindas

chiquillas -sus vestidos son blancos como la nieve, y en sus sombreros flotan largas cintas de seda

verde- se balancean sentadas en él. Su hermano, que es mayor, está también en el columpio, de

pie, rodeando la cuerda con un brazo para sostenerse, pues tiene en una mano una escudilla, y en

la otra, una paja, y está soplando pompas de jabón. El columpio no para, y las pompas vuelan, con

bellas irisaciones; la última está aún adherida al canutillo y se tuerce al impulso del viento, pues

el columpio sigue oscilando. Un perrito negro, ligero como las pompas de jabón, se levanta sobre

las patas traseras; también él quería subir al columpio. Pasa volando el columpio, y el perro cae,

ladrando furioso, y las pompas estallan. Un columpio, una esferita de espuma que revienta; ¡ésta

es mi canción!

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