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Cuentos

EDITORIAL DIGITAL - IMPRENTA NACIONAL

costa rica

Ib y Cristina

I

En el claro y risueño río de Guden en la Jutlandia del Norte, besa las lindes de un bosque inmenso

que penetra muy adentro en el país. Álzase el terreno en albardilla, formando como un antemural

a través del bosque, a cuyo Oeste se levanta una choza de aldeanos rodeada de tierras labrantías,

aunque livianas, pues la arena abunda entre la avena y la cebada que allí crecen con dificultad.

Hace cierto número de años, las buenas gentes que habitaban la cabaña poseían tres ovejas, un

cerdo y dos bueyes, cultivaban su campo y tenían de qué vivir, si se llama vivir el contentarse de lo

absolutamente necesario. Jeppe Jans, que así se llamaba el aldeano, se ocupaba durante el verano

en las faenas de la labranza, y llegado el invierno fabricaba zuecos. Tenía un aprendiz que, como

él, sabía hacer este calzado de madera de modo que fuese sólido al par que ligero, y tuviese buen

aspecto. Fabricaban también cucharas y otros enseres que se vendían bien, y poco a poco, Jeppe

Jans llegó a una especie de bienestar.

Su único hijo, el pequeñuelo Ib, tenía a la sazón siete años; pasaba el tiempo observando a su

padre, tratando de imitarle, cortando madera y haciéndose, de vez en cuando, profundas cortaduras

en los dedos. Pero llegó el día en que, con aire triunfal, enseñó a sus padres dos lindos zuecos que

había elaborado, y que guardaba para regalárselos a Cristina.

¿Quién era esta Cristina? Era la hija del barquero; una niña tan mona y delicada como si hubiera

nacido de padres nobles; si hubiese estado bien vestida, nadie habría sospechado que procedía de

tan baja estofa.

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