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Cuentos

EDITORIAL DIGITAL - IMPRENTA NACIONAL

costa rica

-¡Qué lástima! -repuso Claus el chico, viendo desde el pajar desaparecer la comida.

-¿Hay alguien ahí arriba? -preguntó el campesino volviéndose y viendo a Claus el chico.

-¿Por qué te acuestas ahí? Baja pronto y entra en la casa.

-Claus el chico le contó cómo se había extraviado y le pidió hospitalidad por aquella noche.

-Con mucho gusto, -respondió el campesino- pero comamos primero un poco.

-La mujer recibió a los dos con amabilidad, preparó de nuevo la mesa y sirvió un gran plato de

arroz. El campesino, que tenía hambre, comió con buen apetito, pero Claus el chico pensaba en el

delicioso asado, en el pastel y en el pescado, escondidos en el horno.

-Había echado bajo la mesa el saco que contenía la piel de caballo, ya sabemos que para venderla

en la ciudad se había puesto en camino. Como no le acababa de gustar el arroz, daba pisotones al

saco e hizo rechinar la piel seca.

-¡Chist! -dijo a su saco; pero en el mismo momento le hizo rechinar más fuerte.

-¿Qué tienes en el saco? -le preguntó el campesino.

-Un hechicero, -respondió Claus- no quiere que comamos arroz y dice que por un efecto de su

magia hay en el horno un asado, un pescado y un pastel.

-Eso no es posible, -dijo el campesino, abriendo enseguida el horno, y descubrió en él los soberbios

manjares que su mujer había ocultado y creyó que el hechicero había hecho este prodigio. La mujer

no se atrevió a decir nada, sino colocó los manjares sobre la mesa y ellos se pusieron a comer

pescado, asado y pastel.

Claus hizo de nuevo rechinar su piel.

-¿Qué dice ahora? -preguntó el campesino.

-Dice que ha hecho poner para nosotros tres botellas de vino, que también están en el horno.

Y la mujer tuvo que servirles el vino que había escondido, y su marido se puso a beber alegrándose

cada vez más. De buena gana hubiera querido tener un hechicero semejante al que tenía en el saco

Claus el chico.

-¿Podrá enseñarme también al diablo? -preguntó el campesino-. Quisiera verle ahora que estoy

alegre.

-Sí, -dijo Claus- mi hechicero puede todo lo que le mando.

-¡Eh!, tú, ¿no es verdad? -preguntó e hizo rechinar el saco.

-¿Oyes? ¡Dice que sí! Pero el diablo es muy feo, no merece la pena verle.

-¡Oh! ¡No tengo miedo! ¿Qué facha tendrá?

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