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Cuentos

EDITORIAL DIGITAL - IMPRENTA NACIONAL

costa rica

Las dos chinas habían permanecido inmóviles y seducidas a la vista del pajarillo; tenía erizadas

aun las plumas, a causa del baño, y las parecía un pollito chino. « ¡Qué mono es! » -exclamaron;

y se pusieron a hablar con él en voz baja y contenida, conforme a los preceptos de la urbanidad

china.

«Somos de vuestra especie, pichón mío, -dijo la que llevaba la palabra-; las ánades, sin excluir a

la Portuguesa, son aves acuáticas. Tal vez no habéis oído nunca hablar de nosotras; nadie repara

mucho en nosotras, ni siquiera las gallinas, por más que somos de una especie tan rara. ¿Qué nos

importa? Pasamos tranquilamente al lado de toda esa gente sin educación y sin principios. No nos

gustan las querellas y decimos de los demás todo lo bueno que en ellos encontramos. Pero, en

realidad, exceptuando a nosotras dos y a nuestro gallo, no hay en este corral ningún ser de algún

valor. Mirad, ¿veis allá abajo aquel palo de plumas negras? No os fiéis de él, es un traidor. Ese de

las plumas verdes y amarillas es lo más disputador del mundo; no hay medio de taparle la boca.

Aquella ánade que se está bañando habla mal de todo el mundo, lo que es un defecto horrible. Tan

solo la Portuguesa puede frecuentarse; tiene alguna educación; pero habla muy a menudo de su

Portugal.»

Llegó el marido de la Portuguesa que, a primera vista, creyó que el pajarillo era un gorrión. No se

avergonzó nada de su equivocación. «No conozco la diferencia que puede haber entre vosotros,

-dijo-, y me es igual; los pajarillos no son más que juguetes, objetos de diversión, no me interesan

en lo más mínimo.

-No os formalicéis por lo que dice, -replicó la Portuguesa-; es buen esposo, buen padre de familia,

pero no aprecia más que lo positivo. Ha llegado para mí el momento de irme a descansar; el

descanso engorda, y considero como un deber engordar bien para que el día en que me sirvan a la

mesa de nuestra ama, pueda hacer honor a mi querido Portugal.»

Se extendió al sol con comodidad; pestañeó un tanto y acabó por cerrar los ojos. El pajarillo tenía

mucho que hacer con su ala rola; en fin acabó por colocarse bien apretándose contra su protectora

para tener calor, y se encontró a gusto.

Las gallinas no dormían la siesta; picoteaban, escarbaban la tierra; en verdad, si habían venido a

visitar a los palos no era para otra cosa. Después de haber comido se marcharon y las dos chinas

fueron las primeras.

De pronto, la cocinera echó al corral un cesto de mondaduras de berzas y otros residuos; metió esto

tanto ruido que se despertó toda la sociedad patesca y se puso a dar aletazos, asustada. También se

despertó la Portuguesa y al levantarse empujó con violencia al pajarillo.

-« ¡Pío! -dijo-; ¡ay! señora, ¡qué golpe me habéis dado en mi herida! »

-¿Y por qué os ponéis en mi camino? -exclamó ella-. No seáis tan delicados. Yo también estoy

nerviosa a veces, y no por eso lanzo pies a cada paso.

-«No os enfadéis, -dijo el pajarillo-, ese pío no era más que un grito de dolor y no un reproche

hacia vos.»

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