dulce como el amor 29/11/06 13 - Ministerio de Educación
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DULCE COMO EL AMOR <strong>29</strong>/<strong>11</strong>/<strong>06</strong> <strong>13</strong>:15 Página 32<br />
respetuoso con una mujer, y he aquí <strong>el</strong> resultado. Los encontré por casualidad.<br />
Estaban en <strong>el</strong> piso <strong>de</strong> arriba. Aqu<strong>el</strong>la risa retozona <strong>de</strong> gata arrullada<br />
me clavó al su<strong>el</strong>o. Los muy zorros habían subido la escalera para evitar<br />
que les pillara con las manos en la masa. Bien sabían que mi cólera sólo<br />
podría sosegarse con su muerte. Los suspiros y las risas me ataban a una<br />
ca<strong>de</strong>na invisible, pero no tanto que impidiera <strong>el</strong> ruido <strong>de</strong> mi presencia. Se<br />
levantaron sobresaltados, casi <strong>de</strong>snudos, los hijos <strong>de</strong> una puta reputa. Él<br />
agarró la horca <strong>de</strong> revolver la basura al tiempo que se ajustaba los pantalones.<br />
Saltó <strong>de</strong> la pajera y apoyó los cinco gajos <strong>de</strong> hierro nervioso en mi<br />
estómago. Fui reculando y sólo recuerdo <strong>el</strong> silencio, una t<strong>el</strong>araña <strong>de</strong> silencio<br />
y un golpe. Al volver en mí, la memoria se abrió paso a través <strong>de</strong> una<br />
saña que frotaba los ojos y <strong>de</strong>cía, no es posible, no es posible. Los moscones<br />
giraban <strong>el</strong> silencio pegajoso <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. El espacio era una<br />
peonza, y yo veía con claridad, pero <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, que <strong>de</strong>bí haber<br />
cerrado la puerta y esperar a que saliesen y ensartarlos <strong>como</strong> a gavilla <strong>de</strong><br />
carne, o haber incendiado <strong>el</strong> establo y achicharrarlos <strong>como</strong> si fueran cucarachas.<br />
Su cuerpo se agitaba arrebujado en un llanto intermitente. Deseé<br />
aqu<strong>el</strong> cuerpo, aqu<strong>el</strong>los labios que tanto besé, aqu<strong>el</strong>los ojos abiertos al<br />
terror… Empuñé <strong>el</strong> dalle que estaba colgado <strong>de</strong> una viga, lo bajé con cuidado<br />
y acaricié con la punta afilada sus pechos, la garganta, y <strong>el</strong>la <strong>de</strong>cía,<br />
no, eso no, y posé la hoja en su cu<strong>el</strong>lo y una sensación nueva se fue apo<strong>de</strong>rando<br />
<strong>de</strong> mí. Comprendí que la venganza verda<strong>de</strong>ra es un placer tan<br />
intenso <strong>como</strong> <strong>el</strong> <strong>amor</strong> y que se alimenta <strong>de</strong> tiempo. Siempre fui <strong>de</strong> natural<br />
sereno y calculador. Por eso, no me ofusqué y comprendí que la muerte es<br />
fugaz y que la vida pue<strong>de</strong> ser interminable si se alimenta <strong>de</strong> amargura.<br />
Nada parecía haber sucedido. Todo era sopor bajo un ci<strong>el</strong>o sin nubes y<br />
horizontes caliginoso. Des<strong>de</strong> aqu<strong>el</strong> día se convirtió en una sirvienta y su<br />
lecho fue ocupado por <strong>de</strong>seos imposibles. Llegué al secreto <strong>de</strong> los recuerdos<br />
malvados y traje a vivir conmigo a una tía anciana que se ha convertido<br />
en esfinge <strong>de</strong> mil ojos. Se sienta en una silla <strong>de</strong> mimbre para dominar <strong>el</strong><br />
aire <strong>de</strong> los rincones. Y las pupilas, aparentemente dormidas, y los oídos<br />
amusgados <strong>de</strong> la anciana cercan su sueño. Y la persigue <strong>el</strong> duro trabajo porque<br />
suda hasta la más diminuta miga <strong>de</strong> pan que come; la obligo a espigar<br />
<strong>de</strong> sol a sol y a fregar y fregar los cantos más escondidos <strong>de</strong> mis cuadras.<br />
Cuando llega la noche, la cierro en un cuartucho que un día sirviera para<br />
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