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Flavio Crescenci ফ্লারভিও মক্রেয়সনরস<br />
Argentina<br />
Ensayo: প্রবন্র<br />
Elogio del buen lector<br />
El lector, aquella entidad fantasmagórica, a menudo idealizada, a menudo provocada o<br />
inquirida, ha sufrido una pérdida significativa de sus facultades decodificadoras. Me<br />
arriesgaría a situar los inicios de este fenómeno, si bien con antecedentes fácilmente<br />
detectables, en la posmodernidad, entendiendo por posmodernidad, al menos en lo<br />
concerniente a nuestros intereses, la era de la industria cultural o cultura de masas.<br />
En la modernidad se esperaba de la figura del lector un compromiso que asegurara la<br />
dinámica de intercambio de sentidos que dimanaran del texto, es decir, que el lector<br />
finalizara el proyecto de obra participando intensamente en lo que a lo semántico<br />
respecta. Tratándose de poesía, esta relación se potenciaría debido a las características<br />
propias del discurso poético. Este es, en sí mismo, un discurso que transmite de sujeto a<br />
sujeto, no meras informaciones, sino, en mayor medida, una visión de mundo supeditada<br />
a patrones estéticos: nos alejamos del dominio de las transacciones intelectuales para<br />
aproximarnos al de la evocación o invocación, donde el lenguaje es ritual, arquetípico. El<br />
lenguaje poético es entonces el signo devenido en forma y su expresión, la imagen y el<br />
ritmo. Ya en épocas en las que el lector se podía jactar de activo (en el sentido<br />
«cortazariano» del término) la poesía suponía un desafío muchísimo mayor que el que<br />
deparaban otros géneros; en nuestros días, el lector de poesía es una especie en vías de<br />
extinción.<br />
Seguramente las estadísticas sostendrán que, en la actualidad, hay más lectores que<br />
hace unos años y conjeturo que por falacias como estas se siguen abriendo librerías. Lo<br />
cierto es que lo que no existe, más allá de lo que digan las encuestas, es un lector crítico,<br />
lector que pueda discernir entre textos de calidad y otros destinados al consumo masivo.<br />
Sé que los mediadores que otrora se ocupaban de orientar al público lector han también<br />
mutado, dejando como único legitimador al mercado editorial que, como otros tantos<br />
mercados, tiene preocupaciones completamente diferentes a las que aquí tratamos. De<br />
hecho, es este mercado editorial el que ha instalado el concepto de fungibilidad (reflejado<br />
en las mesas de saldo que se renuevan cada vez que los grandes sellos editoriales se<br />
descartan de sus materiales).<br />
Ahora bien, ustedes dirán que este diagnóstico es por demás apocalíptico, aduciendo que<br />
los lectores se hacen y renacen constantemente y que pueden elegir pese a la evidente<br />
coerción mercantilista; pues me temo que no es así. La libertad de la que goza cualquier<br />
consumidor de bienes culturales es una simple ilusión, un simulacro, puesto que cualquier<br />
decisión que tome frente a los anaqueles será la realización de un estereotipo prefijado<br />
por el mercado, rector universal de la sociedad de masas.<br />
Cabría preguntarse entonces qué es lo que busca el lector-masa al adquirir un<br />
determinado libro. De seguro no ya un goce estético, no ya la obtención de nuevos<br />
conocimientos. Junto a Adorno podemos decir que en el lector medio «en lugar de goce<br />
aparece el tomar parte y el estar al corriente; en lugar de la comprensión, el aumento del<br />
prestigio». Para concluir, agregaré que la lectura crítica que propugno no es sino parte de<br />
un perfil definitivo de hombre, hombre integral que ejercerá un pensamiento también