30.07.2015 Views

En Peligro - Tu hijo en un mundo hostil - Plough

En Peligro - Tu hijo en un mundo hostil - Plough

En Peligro - Tu hijo en un mundo hostil - Plough

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong><strong>Tu</strong> <strong>hijo</strong> <strong>en</strong> <strong>un</strong>m<strong>un</strong>do <strong>hostil</strong>Johann Christoph Arnold


No dude <strong>en</strong> compartir el <strong>en</strong>lace de este libro electrónico con sus amigos. Se puede publicaro compartir el <strong>en</strong>lace o hacer <strong>un</strong>a impresión parcial o completa del texto, no obstante, favorde no hacer modificación alg<strong>un</strong>a o publicar u ofrecer copias del libro electrónico paradescarga <strong>en</strong> sitios aparte de la lista abajo o por otro servicio de descargas. Si desea obt<strong>en</strong>ercopias múltiples o reimprimir partes del texto <strong>en</strong> <strong>un</strong> boletín o publicación, favor de at<strong>en</strong>derlas sigui<strong>en</strong>tes restricciones:• No se permite la reproducción de ningún material con fines lucrativos.• Debe incluirse la sigui<strong>en</strong>te advert<strong>en</strong>cia: “Copyright 2012 por The <strong>Plough</strong> PublishingHouse. Usado con permiso.”Este libro electrónico es <strong>un</strong>a publicación de <strong>Plough</strong> Publishing House,Rifton, NY 12471 USA (www.plough.com) y Robertsbridge, East Sussex, TN32 5DR, UKCopyright © 2012 <strong>Plough</strong> Publishing House Rifton, NY 12471 USA


Cuando algui<strong>en</strong> me preg<strong>un</strong>ta si debe o no t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s, n<strong>un</strong>ca doy miopinión”, dijo Morrie, y miraba la foto de su <strong>hijo</strong> mayor. “Digo simplem<strong>en</strong>te:‘T<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s es <strong>un</strong>a experi<strong>en</strong>cia sin igual’. Eso es todo. No hay nadacomparable. No es lo mismo que t<strong>en</strong>er <strong>un</strong> amigo. No es lo mismo que <strong>un</strong>amante. Si quieres t<strong>en</strong>er la experi<strong>en</strong>cia de ser totalm<strong>en</strong>te responsable de otroser humano, de apr<strong>en</strong>der a amar y a crear prof<strong>un</strong>dos lazos de afecto, debest<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s”. “<strong>En</strong>tonces, ¿lo volverías a hacer?”, le preg<strong>un</strong>té. “¿Que si lo volveríaa hacer?”, me dijo con tono de sorpresa. “Mitch, no me habría perdido esaexperi<strong>en</strong>cia por nada del m<strong>un</strong>do…”Mitch Albomde <strong>Tu</strong>esdays with Morrie


A mis abuelos Eberhard y Emmy Arnoldcuyo amor a los niños y los jóv<strong>en</strong>esinspiró este libro.


ÍndiceIntroducción ......................................................... 11. La trampa de la indifer<strong>en</strong>cia ................................. 32. El niño mercancía .............................................. 113. Grandes expectativas .......................................... 214. El poder de <strong>un</strong> abrazo......................................... 315. Hechos sí, palabras no ........................................ 406. La solución cómoda ........................................... 547. Elogio de la oveja negra ...................................... 648. Rever<strong>en</strong>cia.......................................................... 789. Despegarse ......................................................... 88Epílogo ............................................................. 100Agradecimi<strong>en</strong>tos ................................................ 103


Introducción<strong>En</strong> tiempos difíciles, lo que nos queda es la esperanza.p r o v e r b i oi r l a n d é sAb<strong>un</strong>dan los libros sobre la educación de los niños: ésta es <strong>un</strong>a de laspocas cosas de las cuales estaba seguro cuando decidí escribir este libro.Soy padre de ocho <strong>hijo</strong>s y abuelo de veinticinco nietos, y he t<strong>en</strong>ido ampliaoport<strong>un</strong>idad de apr<strong>en</strong>der lo que significa t<strong>en</strong>er y criar <strong>hijo</strong>s. A mi parecer, lospadres de hoy no carec<strong>en</strong> tanto de aptitud como de ánimo. S<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te lesfalta la audacia para dar prefer<strong>en</strong>cia a sus <strong>hijo</strong>s.Al comi<strong>en</strong>zo de <strong>un</strong> nuevo mil<strong>en</strong>io, nos hallamos <strong>en</strong> <strong>un</strong>a <strong>en</strong>crucijada. Por<strong>un</strong> lado, la prosperidad y el progreso han b<strong>en</strong>eficiado a muchos; por el otro,millones carec<strong>en</strong> de techo y empleo y sufr<strong>en</strong> de hambre y <strong>en</strong>fermedad. <strong>En</strong>cambio los males del racismo, la viol<strong>en</strong>cia y la indifer<strong>en</strong>cia afectan a la g<strong>en</strong>te<strong>en</strong> ambos lados de la brecha económica. Un destacado periodista caribeño,radicado <strong>en</strong> la ciudad de Nueva York, se preocupa por las relaciones <strong>en</strong>tre lapolicía y las personas de color como él; lo describe así: “Cada vez que mi <strong>hijo</strong>sale a la calle, se convierte <strong>en</strong> <strong>un</strong>a ‘especie <strong>en</strong> peligro’ ”.Las fuerzas que, <strong>en</strong> nuestra g<strong>en</strong>eración, han transformado la sociedad, si­


Introduccióngu<strong>en</strong> transformándola con tanta rapidez que, d<strong>en</strong>tro de <strong>un</strong>a o dos décadasno más, ¿quién sabe qué clase de m<strong>un</strong>do veremos? Hay que ser ing<strong>en</strong>uo parasuponer que será <strong>un</strong> lugar más seguro o más feliz para los niños.Un libro sobre la educación del niño no puede cambiar el m<strong>un</strong>do. Peropadres y maestros sí pued<strong>en</strong>, si se dedican a salvar a cada <strong>un</strong>o de los niños quese les confía. Es por eso que he decidido brindar a mis lectores, mediante estelibro, el ali<strong>en</strong>to de qui<strong>en</strong>es sab<strong>en</strong> de qué se trata —personas solteras, casadas odivorciadas, <strong>en</strong> circ<strong>un</strong>stancias desahogadas o difíciles, que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>hijo</strong>s propios otrabajan con niños. Sus historias conti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong>señanzas arraigadas <strong>en</strong> la vida cotidiana.Y no olvidemos que, por más oscuro que nos parezca el horizonte, paranosotros al igual que para los niños cada mañana empieza <strong>un</strong> nuevo mil<strong>en</strong>io y,con ello, la posibilidad de <strong>un</strong> nuevo comi<strong>en</strong>zo.Rifton, Nueva Yorkmayo de 2001<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciadería infantil que estuviera al alcance de su limitado presupuesto. Después de<strong>un</strong>a búsqueda fr<strong>en</strong>ética de dos semanas, Nick <strong>en</strong>contró <strong>un</strong> lugar que t<strong>en</strong>ía plazaspara recién nacidos. Cuando fue a verlo, se <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> la casa particular dedos señoras de edad qui<strong>en</strong>es cuidaban a dieciocho criaturas, cada <strong>un</strong>a más suciay desconsolada que la otra, amarradas a asi<strong>en</strong>tos de bebé (de los que se usan<strong>en</strong> el auto) mirando la televisión. A Susan, el lugar le disgustó tanto como aNick, pero no les quedaba otra opción: o bi<strong>en</strong> dejar el empleo, o inscribir aJ<strong>en</strong>ny. Hicieron lo seg<strong>un</strong>do.El dilema de Susan y Nick no es <strong>un</strong>a excepción; se repite <strong>en</strong> muchas partesy con <strong>un</strong> sinnúmero de variantes. Pero su frecu<strong>en</strong>cia no lo hace m<strong>en</strong>os vergonzosoni m<strong>en</strong>os frustrante. Si <strong>en</strong> <strong>un</strong>o de los países más ricos del m<strong>un</strong>do—y<strong>en</strong> <strong>un</strong>a de las décadas más prósperas que jamás hemos conocido—<strong>un</strong>a jov<strong>en</strong>pareja que desea t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>ta obstáculos de tal magnitud, algo andamuy mal. Y no me refiero a la falta de planificación familiar.Sin duda, comparada con muchas niñas, J<strong>en</strong>ny es <strong>un</strong>a chiquilla privilegiada:su madre la quiere, ti<strong>en</strong>e padre y ti<strong>en</strong>e <strong>un</strong> hogar. Pero, cuando crezca,¿cómo será el m<strong>un</strong>do que le espera?Cada día, <strong>en</strong> los Estados Unidos, asesinan a veintidós niños; cada noche<strong>un</strong>os 100.000 niños duerm<strong>en</strong> <strong>en</strong> los parques, bajo los pu<strong>en</strong>tes o <strong>en</strong> alberguespara personas sin techo. Todos los días, 2.800 niños sufr<strong>en</strong> el divorcio de suspadres; y para <strong>un</strong> millón y medio, la única forma de ver a sus padres es visitarlos<strong>en</strong> la cárcel.A nivel global, las estadísticas son aún más inconcebibles. Diariam<strong>en</strong>temuer<strong>en</strong> de hambre casi 40.000 niños, y millones realizan trabajos forzados,incluso <strong>en</strong> los burdeles de Asia para satisfacer la demanda del turismo sexual.Además, se calcula que actualm<strong>en</strong>te <strong>un</strong> cuarto de millón de niños—alg<strong>un</strong>osde sólo cinco años de edad—son contratados para luchar <strong>en</strong> los conflictos armadosque se libran desde las Américas hasta África.Para J<strong>en</strong>ny y <strong>un</strong> sinnúmero de otros niños, el m<strong>un</strong>do <strong>en</strong> que nac<strong>en</strong> no es<strong>un</strong> lugar acogedor. Tarde o temprano, <strong>en</strong> el hogar no m<strong>en</strong>os que <strong>en</strong> el parque<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciapúblico, se verán acosados por problemas que recuerdan a ficheros policiales:abandono y abuso infantil, abuso sexual y automutilación, acceso a drogas yarmas.Los padres, ¿qué podemos hacer? Valga la preg<strong>un</strong>ta. Bastante t<strong>en</strong>emos quehacer la mayoría de nosotros con nuestros propios <strong>hijo</strong>s sin preocuparnos porlos aj<strong>en</strong>os, ni hablar de las anónimas masas de Mozambique, Sao Paulo, Calcutao del Bronx. Las horas del día no alcanzan ni para vivir nuestras propiasvidas; <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to decisivo, es evid<strong>en</strong>te a quiénes vamos a dar prefer<strong>en</strong>cia.Precisam<strong>en</strong>te por eso acabo de relatar la anécdota de Susan y Nick. Parece quesomos incapaces de ver más allá de las necesidades inmediatas, y nos esforzamospor resolverlas a exp<strong>en</strong>sas de todo lo demás. Así terminamos por quedar<strong>en</strong>trampados <strong>en</strong> la indifer<strong>en</strong>cia.<strong>En</strong> cuanto a las estadísticas: las cifras son horr<strong>en</strong>das, pero también conf<strong>un</strong>d<strong>en</strong>;y a<strong>un</strong>que no queramos admitirlo, suel<strong>en</strong> abrumar o aburrirnos <strong>en</strong> lugarde escandalizarnos. Tomemos, por ejemplo, la total aus<strong>en</strong>cia de indignaciónpública cuando, <strong>en</strong> 1998 (<strong>en</strong> <strong>un</strong>a <strong>en</strong>trevista televisada del programa 60 Minutes),<strong>un</strong> periodista preg<strong>un</strong>tó a la Secretaria de Estado de los Estados UnidosMadeleine Albright si opinaba que las sanciones impuestas a Irak “valían elprecio”. Después de admitir que <strong>en</strong> los ocho años preced<strong>en</strong>tes alrededor de750.000 niños habían muerto a consecu<strong>en</strong>cia directa de esas sanciones, la Secretariade Estado afirmó: “Creemos que es <strong>un</strong>a opción dura, pero p<strong>en</strong>samos—p<strong>en</strong>samos que sí, que vale ese precio”. Ex refugiada de guerra ella misma,Albright también es madre, y me resulta difícil creer que sea tan dura de corazóncomo la hac<strong>en</strong> aparecer sus palabras. Con todo, si ese s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to fuerasólo expresión de la política gubernam<strong>en</strong>tal y no reflejara la opinión pública,pi<strong>en</strong>so que las sanciones ya se habrían derogado hace mucho. <strong>En</strong> otras palabras,no estoy seguro de que la declaración de Albright pueda explicarse comoartimaña política y nada más.Resulta irónico que Washington, al justificar la estrangulación de Irak pormedio del hambre, simultáneam<strong>en</strong>te an<strong>un</strong>ció planes para inaugurar el nuevo<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciamil<strong>en</strong>io con la proclamación del Año del Niño. Me costaba creerlo, y escribía <strong>un</strong> amigo, periodista afroamericano, para saber lo que él p<strong>en</strong>saba. Ésta es surespuesta:No veo nada malo <strong>en</strong> proclamar <strong>un</strong> año del niño. Incluso, puede quet<strong>en</strong>ga algo de laudable. Pero lo cierto es que esa proclamación, por másnobles que sean sus int<strong>en</strong>ciones, t<strong>en</strong>drá poco efecto concreto sobre las vidasinfelices de miles de millones de niños pequeños que luchan por respirar <strong>en</strong>este planeta.Los diplomáticos y los políticos obedec<strong>en</strong> al poder de los intereses creadosy son sus instrum<strong>en</strong>tos. Según t<strong>en</strong>go <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido, los niños no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> PAC(comités de acción política), ni dispon<strong>en</strong> de capital. Son pequeños símbolosque están a mano para recibir besos <strong>en</strong> la campaña electoral. Pero cuando sepon<strong>en</strong> <strong>en</strong> marcha los programas concretos de los políticos, no se les prestaat<strong>en</strong>ción.Si sobreviv<strong>en</strong>, los niños de hoy heredarán <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do que sus padres yabuelos han devastado, cuyos mares son vertederos ácidos de donde han huidolas ball<strong>en</strong>as; cuyas selvas tropicales sólo son recuerdos con que sueñan losindios; donde la avaricia del hombre ha saqueado las <strong>en</strong>trañas de la MadreTierra y convertido los g<strong>en</strong>es humanos <strong>en</strong> fábricas de lucro. Heredarán <strong>un</strong>planeta exhausto, donde el agua potable es cada vez más escasa, y donde elaire puro es <strong>un</strong>a mercancía…El m<strong>un</strong>do <strong>en</strong> que vivimos teme y odia a su cría. Si no fuera así, ¿cómoexplicar la her<strong>en</strong>cia sucia, contaminada y hueca que les dejamos? Esta g<strong>en</strong>eración,que alcanzó la mayoría de edad <strong>en</strong> medio de <strong>un</strong>a creci<strong>en</strong>te oleada demovimi<strong>en</strong>tos de liberación, hoy es <strong>un</strong>a de las más represivas <strong>en</strong> la historiahumana; despacha a sus <strong>hijo</strong>s a más calabozos por más tiempo que la g<strong>en</strong>eraciónpreced<strong>en</strong>te. Despoja a las escuelas urbanas y rurales que ya estabanarruinadas, y fom<strong>en</strong>ta <strong>un</strong>a educación irrelevante cuyo m<strong>en</strong>saje es<strong>en</strong>cial es laobedi<strong>en</strong>cia.Los conocimi<strong>en</strong>tos se han convertido <strong>en</strong> <strong>un</strong>a mercancía más, al alcancede los pocos que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> con qué comprarla. <strong>En</strong> <strong>un</strong>a nación que ha amasadomás riquezas que el antiguo Imperio Romano, millones de niños asist<strong>en</strong> aescuelas tristes y descalabradas —horr<strong>en</strong>dos mataderos de la m<strong>en</strong>te.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciaNuestros <strong>hijo</strong>s están sedi<strong>en</strong>tos de amor. Usan calzado deportivo de dosci<strong>en</strong>tosdólares, videojuegos, computadoras. Alg<strong>un</strong>os incluso ti<strong>en</strong><strong>en</strong> sus propiosautos —los refulg<strong>en</strong>tes despojos de padres que trabajan ambos. Ti<strong>en</strong><strong>en</strong>todos los últimos juguetes, pero no recib<strong>en</strong> amor.Si los niños no son amados, ¿cómo pued<strong>en</strong> amar? Si no son amados, ¿quépued<strong>en</strong> hacer sino odiar?…El Año del Niño se proclamará a toda voz y con fanfarrias, <strong>en</strong> cal<strong>en</strong>dariosy periódicos, y por los m<strong>en</strong>tirosos labios de políticos alcahuetes. Pero cuandose acab<strong>en</strong> las hojas del cal<strong>en</strong>dario, cuando el periódico se arroje estrujadoa la basura y los políticos llor<strong>en</strong> sus lágrimas de cocodrilo porque “si<strong>en</strong>t<strong>en</strong>nuestro dolor”, nuestros <strong>hijo</strong>s seguirán si<strong>en</strong>do los náufragos del buque capitalista.Se ahogan <strong>en</strong> <strong>un</strong> mar de indifer<strong>en</strong>cia, y seguirán ahogándose despuésdel año 2000.Por supuesto, no podemos culpar sólo al gobierno. También somos culpablesnosotros mismos. Con nuestro estilo de vida de clase media privilegiada,hemos creado, al m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> parte, los arrabales donde de <strong>en</strong>trada todo va <strong>en</strong>contra de los <strong>hijo</strong>s del pobre. Permanecemos mudos ante <strong>un</strong>a política queam<strong>en</strong>aza el futuro de naciones <strong>en</strong>teras; apartamos la vista cuando reprim<strong>en</strong>,<strong>en</strong>carcelan, esclavizan y dejan morir de hambre a niños de otras razas y clasessociales. Mi<strong>en</strong>tras nos distanciemos de todo esto a sabi<strong>en</strong>das, no podremosinvocar nuestra inoc<strong>en</strong>cia.Admito que, ante el sufrimi<strong>en</strong>to de los niños necesitados del m<strong>un</strong>do, muchag<strong>en</strong>te no es indifer<strong>en</strong>te sino ignorante. Tal era sin duda mi caso, al m<strong>en</strong>oshasta aquel día de mayo de 1998, cuando mi iglesia me <strong>en</strong>vió a Bagdad. Allí fuitestigo de sufrimi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> <strong>un</strong>a escala que jamás podría haber imaginado.Nuestro viaje fue <strong>un</strong> gesto de bu<strong>en</strong>a vol<strong>un</strong>tad. Éramos <strong>un</strong> grupo de europeosy norteamericanos opuestos a las sanciones de las Naciones Unidas contraIrak. Visitamos refugios antiaéreos, hospitales, guarderías infantiles y escuelas,y pres<strong>en</strong>ciamos los espectáculos más duros que jamás he visto. Ci<strong>en</strong>tos d<strong>en</strong>iños se morían de hambre ante nuestros ojos; las madres sollozaban, suplicándonosque les dijéramos por qué las tratábamos de esa manera. <strong>En</strong> lugar de<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciaexplicarles que habíamos v<strong>en</strong>ido precisam<strong>en</strong>te para protestar contra la políticade nuestro gobierno, sólo pude echarme a llorar. Fui incapaz de hablar, perotraté de prestar oídos y de traerles así por lo m<strong>en</strong>os <strong>un</strong> poco de consuelo.Desde <strong>en</strong>tonces hemos vuelto a Bagdad dos veces, mi esposa y yo, así comootros miembros de nuestra iglesia; hemos llevado comestibles, medicam<strong>en</strong>tosy otras provisiones, y ofrecido nuestros servicios <strong>en</strong> hospitales cuyas salas nose habían limpiado <strong>en</strong> muchos años.A<strong>un</strong>que sólo <strong>un</strong> grano de ar<strong>en</strong>a <strong>en</strong> cuanto a su efectividad, estos viajes fueronexperi<strong>en</strong>cias vitales para mí, sobre todo porque me <strong>en</strong>señaron <strong>un</strong>a verdadque nos hace falta recordar: siempre son los niños qui<strong>en</strong>es más sufr<strong>en</strong> por lospecados del m<strong>un</strong>do. Y esto es tan cierto <strong>en</strong> <strong>un</strong> país “desarrollado” como <strong>en</strong> <strong>un</strong>país pobre o desgarrado por la guerra.Es obvio que no podemos ir todos a Irak, ni mudarnos todos a los barriospobres de los c<strong>en</strong>tros urbanos; incluso no t<strong>en</strong>dría mucho s<strong>en</strong>tido. Pero estaríamal no interesarnos por lo que pasa más allá del portal de nuestra casa y conformarnoscon <strong>un</strong>a vida de materialismo e indifer<strong>en</strong>cia.El autor norteamericano H<strong>en</strong>ry David Thoreau escribió <strong>en</strong> su diario: “Sóloamanece el día <strong>en</strong> que estamos despiertos”. Apliquemos este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to a los<strong>en</strong>igmas que nos plantea la vida. <strong>En</strong> cuanto nos levantamos y abrimos las persianas,vislumbramos soluciones, por más distantes que parezcan. Y a<strong>un</strong>qu<strong>en</strong>os resulte incómodo, empezamos a discernir prioridades, a distinguir <strong>un</strong>aserie de dificultades que de hecho podemos resolver, y a descubrir la multitudde niños cuya situación no es irremediable.Pero eso significa que debemos archivar nuestros discursos sobre el Año delNiño y buscar al niño que nos necesita hoy. Significa abandonar nuestros análisisde los peligros que am<strong>en</strong>azan a la niñez y ocuparnos de los niños mismos.Significa com<strong>en</strong>zar a vivir como si los niños realm<strong>en</strong>te nos importaran.<strong>En</strong> 1991, mi<strong>en</strong>tras gastamos miles de millones de dólares <strong>en</strong> “salvar” a loskuwaitíes de la invasión iraquí, dos millones de nuestros propios <strong>hijo</strong>s—tresveces la población total de Kuwait—int<strong>en</strong>taron suicidarse. Ocho años después<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>ciatratamos de “salvar” a los kosovares de los serbios, bombardeando a amboshasta hacerlos añicos. <strong>En</strong> el mismo período, miles de niños murieron a manosde sus propios padres o tutores <strong>en</strong> los Estados Unidos y Europa Occid<strong>en</strong>tal.Si realm<strong>en</strong>te nos importaran los niños, reconoceríamos que son ellos lasvíctimas por las cuales debemos luchar, y nos movilizaríamos <strong>en</strong> su def<strong>en</strong>sa.Volcaríamos al revés el presupuesto nacional, de manera que su rubro mayorfuera el gasto dedicado a los niños, y el m<strong>en</strong>or la inversión <strong>en</strong> armas y bombas(o, mejor aún, eliminaríamos el presupuesto militar del todo). <strong>En</strong> lugarde nuevas cárceles, nuevas escuelas brotarían como setas por todo el país, ytri<strong>un</strong>farían los políticos cuyos programas fom<strong>en</strong>tas<strong>en</strong> la educación <strong>en</strong> vez deempeñarse <strong>en</strong> idear castigos cada vez más rigurosos para reprimir el crim<strong>en</strong>.Si nos importaran los niños, nuestras ciudades invertirían sus recursos <strong>en</strong>guarderías infantiles y <strong>en</strong> programas extraescolares que estén al alcance de lospadres, <strong>en</strong> vez de establecer toques de queda y contratar más policías. Claroestá que no emplearían ag<strong>en</strong>tes como aquel que, luego de capturar al cabecillade <strong>un</strong>a banda juv<strong>en</strong>il de narcotráfico con las manos <strong>en</strong> la masa, contestó qu<strong>en</strong>o, cuando le preg<strong>un</strong>taron si <strong>un</strong> arresto había resuelto el problema. “<strong>En</strong>tonces,¿qué propone usted?”, volvieron a preg<strong>un</strong>tarle. Con la mano imitó <strong>un</strong>apistola: “Pegarles <strong>un</strong> tiro cuando los agarro”.Digamos que eso fue <strong>un</strong>a broma pesada. De todos modos, d<strong>en</strong>ota <strong>un</strong>a actitudbastante común. Ya no hay compasión <strong>en</strong> esta cultura <strong>en</strong> la que la viol<strong>en</strong>cia—incluso la viol<strong>en</strong>cia contra los niños—ha llegado a ser cosa cotidiana, y nostornamos ins<strong>en</strong>sibles.¿De veras? Si bi<strong>en</strong> es cierto que ab<strong>un</strong>dan los patronos indifer<strong>en</strong>tes y los policíasde gatillo alegre, es igualm<strong>en</strong>te cierto que todos los días, <strong>en</strong> este m<strong>un</strong>dodesgarrado y torcido, nac<strong>en</strong> nuevos niños como J<strong>en</strong>ny. Cada <strong>un</strong>o de ellos traeel m<strong>en</strong>saje, <strong>en</strong> las palabras del poeta hindú Tagore, que “Dios no ha perdidosu fe <strong>en</strong> la humanidad”. Es <strong>un</strong> p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to místico que también lleva <strong>en</strong> sí <strong>un</strong>desafío. Si el Creador sigue t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do fe <strong>en</strong> esta humanidad, ¿quién soy yo paraque la abandone? Por más lam<strong>en</strong>table que sea el estado del m<strong>un</strong>do, debemos<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La trampa de la indifer<strong>en</strong>cia10dar la bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida a los niños porque ellos son los m<strong>en</strong>sajeros de su salvación.Al fin y al cabo, si nuestra indifer<strong>en</strong>cia es la causa de tantas cosas que andanmal, el camino hacia su solución no quedará oculto por mucho tiempo.Se dice que el mayor mal que sufre el m<strong>un</strong>do no es la ira ni el odio, sinola indifer<strong>en</strong>cia. Luego lo contrario también es cierto: el máximo amor es laat<strong>en</strong>ción que nos brindamos <strong>un</strong>os a otros, y <strong>en</strong> primer lugar a los niños. Lomejor que podemos hacer por nuestros <strong>hijo</strong>s es, s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te, apreciar suexist<strong>en</strong>cia y prestarles at<strong>en</strong>ción…<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


2. El niño mercancíaDonde esté tu tesoro, allí estará tu corazón.j e s ú s d e n a z a r e t—¡Adelante! —dijo el profesor.John abrió la puerta. Goatstroke estaba ley<strong>en</strong>do <strong>un</strong>a revista académica.Señaló con <strong>un</strong> gesto la silla de madera fr<strong>en</strong>te a su escritorio. John se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong>sil<strong>en</strong>cio y miró alrededor suyo, esperando que su m<strong>en</strong>tor terminara…John respiró hondo, dolorido.—Sabe, Martha, mi esposa, está otra vez embarazada.Imperceptiblem<strong>en</strong>te, Goatstroke inclinó la cabeza.—Bu<strong>en</strong>o, —dijo el profesor— ¿me imagino que lo resolverán cuantoantes?—Martha quiere t<strong>en</strong>er el bebé —añadió John con voz débil…—Sí, pero… —Goatstroke tuvo que interrumpirse para recobrar la calma—.Mira, —dijo— ti<strong>en</strong>es que conv<strong>en</strong>cerla. Si no por su porv<strong>en</strong>ir profesional,<strong>en</strong>tonces por el tuyo… Debes <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der… se trata de tu carrera,John. Ti<strong>en</strong>es que establecer tus prioridades… Éstas son las cosas que difer<strong>en</strong>ciana los hombres de los muchachos… 1<strong>En</strong> <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do donde el dólar ha echado su embrujo sobre todos los aspectos1Martha Beck, <strong>en</strong> su libro Expecting Adam, describe lo que es t<strong>en</strong>er <strong>un</strong> bebé <strong>en</strong> la <strong>un</strong>iversidad Harvard.


El niño mercancía1de la vida, tanto pública como privada, puede que el peligro más solapado queam<strong>en</strong>aza a los niños sean los l<strong>en</strong>tes materialistas con los cuales los percibimos.Hay qui<strong>en</strong>es consideran—con <strong>un</strong>a actitud deliberadam<strong>en</strong>te calculadora—quelos <strong>hijo</strong>s son haberes o inversiones. Es evid<strong>en</strong>te, dada la frecu<strong>en</strong>cia de conversacionescomo la que acabo de citar, que muchos futuros padres los consideranbajo criterios aún m<strong>en</strong>os favorables: sus niños han llegado a ser cargas, riesgoso débitos. Vivimos pues <strong>en</strong> <strong>un</strong>a cultura que niega su apoyo a los niños repetidasveces <strong>en</strong> el curso de su vida, y que a m<strong>en</strong>udo los desprecia abiertam<strong>en</strong>te.Hay cierta ironía <strong>en</strong> que el mismo materialismo que <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dra esa <strong>hostil</strong>idadhacia los niños, los recibe con brazos abiertos si ti<strong>en</strong><strong>en</strong> dinero para gastar.Cierto que las leyes laborales han prohibido el trabajo de m<strong>en</strong>ores <strong>en</strong> el m<strong>un</strong>dooccid<strong>en</strong>tal, pero nuestra g<strong>en</strong>eración cu<strong>en</strong>ta con su propia forma de esclavitud,tan provechosa como aquélla: el niño consumidor. Los ag<strong>en</strong>tes de publicidad,que asaltan los bolsillos inagotables de adultos cuyo dinero alim<strong>en</strong>ta laeconomía más próspera de la historia, han descubierto el más lucrativo de losmercados: sus pequeños (y no tan pequeños) niños y niñas.Los niños y adolesc<strong>en</strong>tes de hoy son a la vez pedigüeños persuasivos y víctimasfáciles. No cuesta mucho lograr que arrastr<strong>en</strong> a sus padres a las ti<strong>en</strong>das,semana tras semana, mes tras mes, año tras año.Pasa lo mismo <strong>en</strong> las escuelas. <strong>En</strong> los Estados Unidos, <strong>un</strong> número creci<strong>en</strong>tede distritos escolares aceptan inc<strong>en</strong>tivos de ord<strong>en</strong> material y financiero—nuevascomputadoras, artículos deportivos, máquinas exp<strong>en</strong>dedoras—que las grandesempresas como Pepsi ofrec<strong>en</strong> a cambio del derecho exclusivo de v<strong>en</strong>der susmercancías a las ávidas multitudes durante el recreo y a la hora del almuerzo.<strong>En</strong> el m<strong>un</strong>do <strong>en</strong>tero, millones de personas viv<strong>en</strong> <strong>en</strong> condiciones de extremapobreza, mi<strong>en</strong>tras la mayoría de los niños <strong>en</strong> Europa Occid<strong>en</strong>tal y los EstadosUnidos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> más—mucho más—de lo que necesitan. Estamos formando<strong>un</strong>a g<strong>en</strong>eración de niños que sólo pued<strong>en</strong> calificarse de mocosos malcriados.Muchos padres se apresuran a culpar la cultura materialista que los rodea, y laininterrumpida dieta de propaganda comercial a que están expuestos los niños<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía13diariam<strong>en</strong>te. A mi <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der, el problema ti<strong>en</strong>e otras raíces también.Los <strong>hijo</strong>s cons<strong>en</strong>tidos son productos de padres cons<strong>en</strong>tidos, padres queinsist<strong>en</strong> <strong>en</strong> salirse con la suya, y cuyas vidas se estructuran <strong>en</strong> torno a la ilusiónde que la gratificación inmediata sea fu<strong>en</strong>te de felicidad. Los niños semalcrían no sólo por la sobreab<strong>un</strong>dancia de comida, juguetes, ropas y otrosbi<strong>en</strong>es materiales. Muchas parejas s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te los miman y complac<strong>en</strong> todossus caprichos. Si es mala educación complacerles de tal modo cuando esoschiquitines todavía están <strong>en</strong> el corralito, más tarde será peor, porque a medidaque ellos crec<strong>en</strong> también crec<strong>en</strong> los problemas. ¿Cuántas madres acabansintiéndose agotadas por tratar de satisfacer cada exig<strong>en</strong>cia de sus <strong>hijo</strong>s?¿Y cuántas más hay que ced<strong>en</strong> con tal de que se qued<strong>en</strong> tranquilos?Soy <strong>hijo</strong> de inmigrantes europeos que huyeron a América del Sur durantela Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial, y me crié <strong>en</strong> medio de lo que podría llamarse pobreza.Durante los primeros años de mi vida, la comida consistía de poco másque pol<strong>en</strong>ta con melaza, o pan con manteca de cerdo y sal —para nosotros <strong>un</strong>festín. No obstante, me resulta difícil imaginar <strong>un</strong>a niñez más dichosa. ¿Porqué? Porque mis padres, por apretado que fuera su programa del día, siempret<strong>en</strong>ían tiempo para darnos la at<strong>en</strong>ción que necesitábamos, y todas las mañanasantes de salir para la escuela desay<strong>un</strong>ábamos j<strong>un</strong>tos.Hoy día, la noción de desay<strong>un</strong>ar <strong>en</strong> familia para com<strong>en</strong>zar el día, o de c<strong>en</strong>arj<strong>un</strong>tos para terminarlo, es <strong>un</strong> lujo para muchos. Aún si lo desearan, los difer<strong>en</strong>teshorarios y las largas distancias <strong>en</strong>tre la casa y el trabajo lo hac<strong>en</strong> pocom<strong>en</strong>os que imposible. Siempre son los niños los que sal<strong>en</strong> perdi<strong>en</strong>do, y noestoy conv<strong>en</strong>cido de que es únicam<strong>en</strong>te por necesidad económica. El embrollode idas y v<strong>en</strong>idas que pasa por ser vida de familia <strong>en</strong> muchos hogares, pareceresultar de la insist<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> mant<strong>en</strong>er <strong>un</strong> cierto nivel de bi<strong>en</strong>estar material.Es evid<strong>en</strong>te que no se puede vivir sin dinero ni bi<strong>en</strong>es materiales; cadahogar debe contar con qui<strong>en</strong> lo mant<strong>en</strong>ga y con planes para el futuro. Pero,a fin de cu<strong>en</strong>tas, no son los objetos materiales, sino el amor que brindamos anuestros <strong>hijo</strong>s, lo que les acompañará por toda su vida. Es algo que fácilm<strong>en</strong>te<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1olvidamos cuando nos seduce <strong>un</strong> aum<strong>en</strong>to de sueldo, <strong>un</strong> mejor empleo o laposibilidad de algún dinero inesperado. Hace poco recibí carta de <strong>un</strong>a amigaque pasó la mayor parte de su infancia mudándose de <strong>un</strong> lado a otro, debidoa la profesión de su padre. Pat escribe:Como la mayoría de los hombres de su g<strong>en</strong>eración, mi padre decidió dedicarsede ll<strong>en</strong>o a su vida profesional. Era oficial de la Fuerza Aérea. Recuerdomuy bi<strong>en</strong> las ocasiones <strong>en</strong> que sacaba algún tiempo para nosotros —erantan pocas que cada <strong>un</strong>a fue algo muy especial. Queríamos mucho a nuestropadre; era tan at<strong>en</strong>to y afectuoso cuando estaba <strong>en</strong> casa. <strong>En</strong> aquella época nonos s<strong>en</strong>tíamos desat<strong>en</strong>didos; parecía normal que trabajara los fines de semanao que desapareciera de casa durante <strong>un</strong> mes o <strong>un</strong> año <strong>en</strong>tero. Pero ahoraque soy adulta, me preg<strong>un</strong>to por qué se sacrificó durante todo ese tiempo.¿Por su profesión? ¿Por su país? No puede haber sido por el dinero. Se meocurre ahora que era egoísmo disfrazado de devoción al deber.Estoy segura, si mi matrimonio hubiera perdurado y hubiéramos t<strong>en</strong>ido<strong>hijo</strong>s, habríamos hecho exactam<strong>en</strong>te lo mismo. <strong>En</strong> las familias acomodadasse considera “normal” dar primacía a la profesión…Veo a tantos padres de familia dedicarse de ll<strong>en</strong>o a su trabajo. Trabajarcuar<strong>en</strong>ta, cincu<strong>en</strong>ta o ses<strong>en</strong>ta horas por semana es manera más fácil de obt<strong>en</strong>erinmediata satisfacción que dedicar tiempo a los <strong>hijo</strong>s. Es más cómodoser parte de <strong>un</strong> establecimi<strong>en</strong>to con reglas y objetivos bi<strong>en</strong> definidos, y t<strong>en</strong>eréxito <strong>en</strong> el ámbito financiero, industrial o comercial, que resolver los conflictosdomésticos.Un pretexto común es: “Trabajo para mandar a mi <strong>hijo</strong> a la <strong>un</strong>iversidad”,o bi<strong>en</strong>: “Quiero amortizar la hipoteca para poder dejarles algo a mis <strong>hijo</strong>s”.No cabe duda: es mucho más difícil dedicar tu tiempo y tu at<strong>en</strong>ción individuala los <strong>hijo</strong>s que trabajar “para ellos”, amasar dinero “para el futuro” —osea, comprar el amor de tus <strong>hijo</strong>s. Pero ellos no pid<strong>en</strong> <strong>un</strong>a her<strong>en</strong>cia, sino lapres<strong>en</strong>cia de sus padres, y la pid<strong>en</strong> ahora mismo.Con toda razón Pat observa que los b<strong>en</strong>eficios materiales no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la mismaimportancia para el niño como para el adulto. Recuerdo cómo, de chicos <strong>en</strong>Sudamérica, <strong>un</strong> amigo norteamericano que estaba de visita se interesaba por<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1mí y mis hermanas. Un día nos preg<strong>un</strong>tó si era difícil vivir con tan poco. Yo lomiré y p<strong>en</strong>sé que debía estar loco. ¿Difícil? ¿De qué estaba hablando? ¡Aquelloera <strong>un</strong> paraíso! Hoy <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do su p<strong>un</strong>to de vista, sobre todo porque he criadoa mis propios <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong> los Estados Unidos bajo circ<strong>un</strong>stancias relativam<strong>en</strong>teholgadas. Pero no puedo olvidar que, cincu<strong>en</strong>ta años atrás y desde <strong>un</strong>a perspectivamuy difer<strong>en</strong>te, aquella preg<strong>un</strong>ta me parecía ser indicio de <strong>un</strong>a m<strong>en</strong>tetrastornada.Es cuestión, pues, de diversos p<strong>un</strong>tos de vista. <strong>En</strong> mis frecu<strong>en</strong>tes viajes mesorpr<strong>en</strong>de cada vez que <strong>en</strong> los lugares más empobrecidos del planeta se lesti<strong>en</strong>e el mayor apego a los niños. La g<strong>en</strong>te de estos lugares carece de las v<strong>en</strong>tajasmateriales que se consideran normales <strong>en</strong> los países desarrollados. Allí, las tasasde mortalidad infantil son altas, los alim<strong>en</strong>tos escasos; las medicinas, cuandoexist<strong>en</strong>, n<strong>un</strong>ca alcanzan. Los juguetes son palos o latas; las ropas, trapos ocamisetas viejas; los bebés no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> biberones, ni c<strong>un</strong>as o cochecitos. Peroallí he visto las sonrisas más radiantes y los abrazos más cálidos, el afecto másevid<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre adolesc<strong>en</strong>tes y sus padres, <strong>en</strong>tre ancianos y niños.Era igual <strong>en</strong> la ciudad de La Habana. Las condiciones de vida <strong>en</strong> Cuba noson míseras, pero la isla sufre como resultado del caos económico que la retiradade Rusia causó allí al concluir la Guerra Fría, y las duras sanciones económicasimpuestas por los Estados Unidos. Los edificios están <strong>en</strong> mal estado,<strong>en</strong> las ti<strong>en</strong>das y las farmacias escasean las mercancías, las escuelas carec<strong>en</strong> demateriales básicos y el transporte público es precario. Pero <strong>un</strong>a y otra vez metropezába con carteles que recuerdan a los transeúntes: “Los niños de Cubason nuestra primera responsabilidad”.Habrá qui<strong>en</strong>es interpretan esos m<strong>en</strong>sajes como <strong>un</strong>a propaganda <strong>en</strong>gañosa,pero la propia experi<strong>en</strong>cia nos demuestra que se equivocan. Al contrario, loque dic<strong>en</strong> esos carteles puede comprobarse <strong>en</strong> cada <strong>un</strong>a de las escuelas quevisitamos: de parte de los estudiantes, <strong>un</strong>a pasión por apr<strong>en</strong>der y <strong>un</strong>a saludableautoestima; de parte de los maestros, la convicción de que, por difícil que seala situación, hay que cuidar a los niños con amor, orgullo y respeto. Esto se<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1notaba sobre todo <strong>en</strong> <strong>un</strong> hospital, donde se trata a jóv<strong>en</strong>es paci<strong>en</strong>tes de cáncerori<strong>un</strong>dos de Chernobil. El <strong>en</strong>tusiasmo y la alegría de aquellos niños—y elexcel<strong>en</strong>te cuidado que recib<strong>en</strong>—son inolvidables.Algo les falta a los colegios adinerados y hogares prósperos de nuestro país.¿Qué es ese algo? A pesar de t<strong>en</strong>er a su alcance amplios fondos y más que sufici<strong>en</strong>tesrecursos materiales, no se logran los mismos resultados positivos connuestros <strong>hijo</strong>s. Por lo pronto, según opina el psiquiatra Robert Coles, falta <strong>un</strong>propósito <strong>en</strong> la vida que va más allá de aspirar a <strong>un</strong>a casa grande o al últimomodelo de automóvil.Creo que cada niño… desesperadam<strong>en</strong>te necesita <strong>un</strong> propósito moral <strong>en</strong>la vida, pero no se lo impartimos a <strong>un</strong> gran número de nuestros <strong>hijo</strong>s. <strong>En</strong>su lugar, les damos padres demasiado preocupados por matricularlos <strong>en</strong> las<strong>un</strong>iversidades apropiadas, por comprarles la mejor vestim<strong>en</strong>ta, brindarles laoport<strong>un</strong>idad de vivir <strong>en</strong> <strong>un</strong> barrio acomodado, ofrecerles vacaciones interesantesy <strong>un</strong> montón de otras cosas más.No defi<strong>en</strong>do la pobreza. Tampoco desconozco la exist<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong> el “m<strong>un</strong>dodesarrollado”, de millones de niños pobres, desde los huertos de Californiay Washington hasta las favelas de Río de Janeiro y el East <strong>En</strong>d de Londres.<strong>En</strong> esos lugares y <strong>en</strong> tantos otros se les niega a los niños las necesidades másper<strong>en</strong>torias; ni hablemos de los lujos que nos damos nosotros porque creemosmerecerlos. Pero creo firmem<strong>en</strong>te que, <strong>en</strong> última instancia, el bi<strong>en</strong>estar de <strong>un</strong>niño no dep<strong>en</strong>de de la prosperidad de sus padres. Qui<strong>en</strong>es están aferrados aesta m<strong>en</strong>talidad tan miope, han sucumbido a <strong>un</strong> mito peligroso.A la vuelta de <strong>un</strong>a visita a los Estados Unidos, la Madre Teresa com<strong>en</strong>tóque n<strong>un</strong>ca había visto tal ab<strong>un</strong>dancia de cosas. Pero tampoco había observado“tanta pobreza de espíritu, tanta soledad y tantos s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de rechazo…Ésta, y no la tuberculosis o la lepra, es la peor <strong>en</strong>fermedad del m<strong>un</strong>do actual…Es la pobreza nacida de la falta de amor”.¿Qué significa brindarle amor a <strong>un</strong> niño? Para muchos padres—<strong>en</strong> especialaquellos cuyo trabajo los obliga a estar fuera de casa durante varios días<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1o semanas—traer regalos a la vuelta es <strong>un</strong>a forma de sobreponerse a sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tosde culpa. Por bu<strong>en</strong>a que sea su int<strong>en</strong>ción, olvidan que <strong>en</strong> realidad sus<strong>hijo</strong>s pid<strong>en</strong>, y necesitan, su tiempo y su interés, <strong>un</strong> oído at<strong>en</strong>to y <strong>un</strong>a palabraal<strong>en</strong>tadora. Muchos niños rara vez recib<strong>en</strong> eso.Gina, <strong>un</strong>a amiga de mis hijas, aceptó <strong>un</strong> puesto de maestra preescolar <strong>en</strong><strong>un</strong> colegio del estado de Georgia. Al principio tuvo muy bu<strong>en</strong>a impresión.La escuela era pequeña, ord<strong>en</strong>ada y bi<strong>en</strong> provista; había pocos niños <strong>en</strong> cadaclase y todos parecían prov<strong>en</strong>ir de hogares acomodados. Sin embargo, al pocotiempo su <strong>en</strong>tusiasmo se transformó <strong>en</strong> espanto.Los padres de los niños que están a mi cuidado ti<strong>en</strong><strong>en</strong> todo lo que desean—autos de lujo, ropas caras, casas <strong>en</strong>ormes y dinero de sobra para gastar—peromuchos de ellos están tramitando su divorcio, <strong>en</strong>gañan a sus cónyuges, sonadictos al alcohol y las drogas, o pelean y se insultan <strong>en</strong> casa… Y todo eso serefleja <strong>en</strong> sus <strong>hijo</strong>s.Amanda, <strong>un</strong>a n<strong>en</strong>ita de tres años de edad, parece dedicarse exclusivam<strong>en</strong>tea t<strong>en</strong>er accesos de rabia, tal es la ira y frustración que descarga <strong>en</strong> sus padres.A m<strong>en</strong>udo dice cosas como: “Odio a mi papá”, o “¡Que mi mamá no v<strong>en</strong>gaa buscarme hoy!”Los padres de Amanda viv<strong>en</strong> separados; <strong>en</strong> realidad, n<strong>un</strong>ca estuvieroncasados. Compart<strong>en</strong> la custodia de la niña, de modo que Amanda pasa ciertonúmero de días por semana con el padre e igual número con la madre. Sinfalta, los días cuando la transfier<strong>en</strong> de papá a mamá y viceversa son <strong>un</strong>a calamidad.Se orina <strong>en</strong> el catre a la hora de la siesta, muerde, pega y araña a otrosniños, y <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral interrumpe la clase cada vez que ti<strong>en</strong>e <strong>un</strong>a oport<strong>un</strong>idad.Hace poco, la madre de Amanda empezó a salir con otro hombre, y ledijo a la niña que t<strong>en</strong>ía que llamarlo “papá”, de modo que ahora Amandati<strong>en</strong>e dos papás. ¡Está totalm<strong>en</strong>te desori<strong>en</strong>tada! Para colmo, su madre quiereque se porte bi<strong>en</strong> y se vea linda todo el tiempo. He apr<strong>en</strong>dido a fijarme queesté limpiecita y peinada cuando su madre vi<strong>en</strong>e a buscarla por la tarde.Hay otro niño extremadam<strong>en</strong>te inseguro, sobre todo a la hora de la siesta.Se llama Jared. Todos los días t<strong>en</strong>go que s<strong>en</strong>tarme j<strong>un</strong>to a su catrecito y acariciarlela espalda o la cabeza y cantar —y eso no para que se duerma, sino<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1para que se calme lo sufici<strong>en</strong>te como para quedarse acostado.Como también tuve oport<strong>un</strong>idad de cuidar a Jared por las noches, sé porqué es tan infeliz. Lo supe la primera vez que <strong>en</strong>tré a su casa. Mi<strong>en</strong>tras suspadres corrían de <strong>un</strong> lado a otro y se arreglaban para salir, Drew, el bebitode diez meses, lloraba solo <strong>en</strong> la cocina, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> su sillita con <strong>un</strong> biberónvacío <strong>en</strong> las manitas. Jared, de tres años recién cumplidos, estaba solo <strong>en</strong> lasala, acurrucado <strong>en</strong> el sofá mirando <strong>en</strong> la televisión <strong>un</strong> filme prohibido param<strong>en</strong>ores. La mamá salió corri<strong>en</strong>do, dándome al pasar instrucciones a quéhora los chicos debían acostarse, y se fue a alg<strong>un</strong>a fiesta con su esposo, qui<strong>en</strong>la esperaba <strong>en</strong> el auto…Una cosa es t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s. Crear <strong>un</strong> hogar—<strong>un</strong> lugar de amor y estabilidad—esotra muy difer<strong>en</strong>te. Es lam<strong>en</strong>table cuántos adultos ni idea ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de lo quesignifica. Están “demasiado ocupados” para dedicarse a sus <strong>hijo</strong>s. Alg<strong>un</strong>os padrespi<strong>en</strong>san <strong>en</strong> poco más que el trabajo y (como los padres de Jared) <strong>en</strong> lasdiversiones; si al final de <strong>un</strong> largo día de trabajo llegan a ver a sus <strong>hijo</strong>s, ap<strong>en</strong>asles queda <strong>en</strong>ergía para ocuparse de ellos. Puede que estén s<strong>en</strong>tados j<strong>un</strong>tos aellos <strong>en</strong> el sofá, pero con el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to todavía están <strong>en</strong> el trabajo, los ojospuestos <strong>en</strong> el noticiario de la noche.<strong>En</strong> su fuero interno, todo padre sabe que criar <strong>hijo</strong>s exige más que proporcionarlescasa y comida. La mayoría no t<strong>en</strong>drá inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> admitir quedeberían dedicar más tiempo a sus <strong>hijo</strong>s. Pero son pocos qui<strong>en</strong>es, tras haberloadmitido, también están dispuestos a convertir <strong>en</strong> hechos sus bu<strong>en</strong>as int<strong>en</strong>ciones.Uno de esos pocos es David, <strong>un</strong> abogado bu<strong>en</strong> amigo mío. Trabajaba <strong>en</strong><strong>un</strong>o de los más prestigiosos bufetes del m<strong>un</strong>do. <strong>En</strong> <strong>un</strong> año, ganaba más dineroque mucha g<strong>en</strong>te gana <strong>en</strong> toda la vida. Sin embargo, su familia daba pocaimportancia a su salario y prestigio. ¿Habrá sido porque n<strong>un</strong>ca estaba <strong>en</strong> casapara disfrutarlos con ellos? Ni a la esposa ni a los <strong>hijo</strong>s les cayeron bi<strong>en</strong> susexcusas, y <strong>en</strong> lugar de empecinarse, David decidió escuchar. Pronto había oídolo sufici<strong>en</strong>te como para darse cu<strong>en</strong>ta de que el único camino que le quedaba<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía1era dejar el despacho de abogados.Hace como diez años, regresaba a casa luego de asistir con <strong>un</strong> colega a <strong>un</strong>acompetición deportiva de los “Cub Scouts”. Mi<strong>en</strong>tras los niños jugaban y sereían <strong>en</strong> los asi<strong>en</strong>tos traseros del auto, mi colega se aclaró la garganta comopara abordar <strong>un</strong> tema espinoso. “David”, me dijo, “estás cometi<strong>en</strong>do <strong>un</strong>grave error al abandonar el bufete. ¿Te das cu<strong>en</strong>ta?” Se refería a mi decisiónde pres<strong>en</strong>tar mi r<strong>en</strong><strong>un</strong>cia con seis meses de preaviso. “No puedes hacer loque te da la santa gana”, continuó. “Ti<strong>en</strong>es cinco <strong>hijo</strong>s. <strong>Tu</strong> deber consiste <strong>en</strong>ofrecerles la mejor vida posible y mandarlos a las mejores <strong>un</strong>iversidades quelos acept<strong>en</strong>. Estás esquivando tu deber”.Dejé pasar <strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos. Por fin le contesté: “La idea no fue mía. Miint<strong>en</strong>ción no fue n<strong>un</strong>ca trabajar m<strong>en</strong>os de veinte horas por semana. Mishijas me imploraron que r<strong>en</strong><strong>un</strong>ciara”.Era la pura verdad. Durante dos años había combinado veinte horas porsemana de abogacía con <strong>un</strong> tiempo igual de asist<strong>en</strong>cia a <strong>en</strong>fermos de SIDAo cáncer. Ello había sido <strong>un</strong> cambio radical <strong>en</strong> mi vida —la de <strong>un</strong> abogadoque se había pasado la vida <strong>en</strong> aviones, at<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do a cli<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> todo el país,trabajando <strong>en</strong>tre och<strong>en</strong>ta y nov<strong>en</strong>ta horas a la semana. Pero <strong>en</strong>tonces estallóla Guerra del Golfo. Mi trabajo de abogado “a tiempo parcial” se fue a pique,y pronto estaba <strong>en</strong> el mismo trajín de antes.A las seis semanas de ese estado de cosas, <strong>un</strong>a de mis hijas, alumna del sextogrado, desapareció de la escuela —simplem<strong>en</strong>te no estaba cuando fuimosa recogerla. La buscamos durante más de dos horas, y terminamos por llamara la policía. Un amigo la <strong>en</strong>contró sola, llorando, caminando por la carretera.La explicación fue muy s<strong>en</strong>cilla: “Papi, antes, cuando n<strong>un</strong>ca estabas, noimportaba. Pero ahora que estoy acostumbrada a que estés <strong>en</strong> casa, no puedoaguantarlo. Quiero que dejes la abogacía”.Primero int<strong>en</strong>té que otra hija mía, ya <strong>en</strong> el nov<strong>en</strong>o grado, hiciera <strong>en</strong>trar<strong>en</strong> razón a su hermana m<strong>en</strong>or, pero no resultó. Las dos estaban totalm<strong>en</strong>tede acuerdo. Para que se dieran cu<strong>en</strong>ta de lo que pedían, quise demostrarlescuán severas serían las consecu<strong>en</strong>cias económicas y lo puse todo por escrito.T<strong>en</strong>drían que costearse ropa, auto, gasolina, seguro, anuarios escolares, losbailes del colegio, los estudios <strong>un</strong>iversitarios, los viajes, etc. Nada. Lo que<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El niño mercancía0querían mis hijas era mi pres<strong>en</strong>cia…<strong>En</strong> ese mom<strong>en</strong>to mi colega fr<strong>en</strong>aba el coche ante <strong>un</strong>a luz roja. “Mira”, medijo, impaci<strong>en</strong>te, “¡estás esquivando tus responsabilidades!” Parecía demasiadoimportante para poner fin a la discusión así como así. Dejé pasar <strong>un</strong>osmom<strong>en</strong>tos. Al borde de la carretera, me llamó la at<strong>en</strong>ción—<strong>en</strong> lugar de lasomnipres<strong>en</strong>tes plantaciones de pino destinadas a la industria papelera—<strong>un</strong>grupo de árboles que se habían negado a ponerse <strong>en</strong> línea recta, a sometersea todo control, a ser talados y procesados <strong>en</strong> el aserradero mercantilista.“No estoy de acuerdo”, le dije, sin reprocharle. “No estoy de acuerdo. Yapuesto a que <strong>en</strong> lo prof<strong>un</strong>do de tu corazón tú tampoco lo estás”.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


3. Grandes expectativasSiempre he lam<strong>en</strong>tado no ser tan sabio como el día <strong>en</strong> que nací.h e n r y d a v i d t h o r e a uHace poco leí <strong>un</strong> artículo sobre <strong>un</strong>a escuela <strong>en</strong> K<strong>en</strong>ya que f<strong>un</strong>ciona a lasombra de <strong>un</strong>a arboleda. El director, cuando niño, había ayudado aplantar esos árboles, y recordaba <strong>un</strong> viejo proverbio africano: “Cuando te disponesa plantar <strong>un</strong> árbol, n<strong>un</strong>ca plantes <strong>un</strong>o solo. Planta tres: <strong>un</strong>o para que te désombra, otro para que te dé frutos y <strong>un</strong> tercero para que te dé belleza”. Es sabioconsejo <strong>en</strong> <strong>un</strong> contin<strong>en</strong>te donde el calor y la sequía prestan valor a cada árbol.Al mismo tiempo, es <strong>un</strong> interesante concepto educativo, especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>un</strong>aépoca como la nuestra, cuando gran número de niños se v<strong>en</strong> am<strong>en</strong>azados por<strong>un</strong> <strong>en</strong>foque <strong>un</strong>ilateral que los aprecia sólo por su capacidad de dar frutos, esdecir, de “llegar lejos”, de “t<strong>en</strong>er éxito”.La presión para destacarse está transformando la niñez de nuestros <strong>hijo</strong>s de<strong>un</strong>a manera inusitada. Cierto que los padres siempre han querido que sus <strong>hijo</strong>s“salgan adelante”, tanto <strong>en</strong> lo académico como <strong>en</strong> lo social. Nadie quiere quesu <strong>hijo</strong> sea el más l<strong>en</strong>to de la clase, ni el último que seleccion<strong>en</strong> para el equipode fútbol. Pero nuestra cultura ha contribuido a transformar <strong>un</strong>a preocupaciónmuy natural <strong>en</strong> <strong>un</strong>a especie de obsesión —¿con qué resultado para los


Grandes expectativasniños? Además, ¿qué significa “llegar lejos”? ¿Qué es el éxito sino <strong>un</strong> elevadoy nebuloso ideal?Mi madre solía decir que la educación empieza <strong>en</strong> la c<strong>un</strong>a, y ningún gurúde hoy <strong>en</strong> día estaría <strong>en</strong> desacuerdo con tal aserción. Pero resulta instructiva ladifer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre las maneras de interpretarla. Las mujeres de la g<strong>en</strong>eración demi madre les cantaban a los bebés para que se durmieran, tal como ya hicieronlas abuelas (porque al bebé le <strong>en</strong>canta oír la voz de mamá), mi<strong>en</strong>tras quelas madres de hoy ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a citar estudios sobre el efecto positivo que ejercela música de Mozart sobre el desarrollo del cerebro infantil. Hace cincu<strong>en</strong>taaños, las mujeres amamantaban a sus bebés y cantaban a sus pequeños —eralo más natural. Hoy ya casi nadie hace ni lo primero ni lo seg<strong>un</strong>do, a pesar dela insist<strong>en</strong>te cháchara sobre la necesidad de establecer lazos afectivos y cultivarlas relaciones naturales <strong>en</strong>tre padres e <strong>hijo</strong>s.Cuando terminé mi primer libro, me percaté de algo que no había notadohasta <strong>en</strong>tonces: la importancia de los espacios <strong>en</strong> blanco. Los espacios<strong>en</strong> blanco son los que se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong>tre las líneas de texto, los márg<strong>en</strong>es,el espacio extra al comi<strong>en</strong>zo de <strong>un</strong> capítulo, la página <strong>en</strong> blanco al principiodel libro. Son lo que permite que el texto “respire” y ofrec<strong>en</strong> al ojo <strong>un</strong> lugardonde descansar. El lector no repara <strong>en</strong> los espacios <strong>en</strong> blanco del libro queestá ley<strong>en</strong>do, pero notaría de inmediato si desaparecieran. Son la clave de <strong>un</strong>apágina bi<strong>en</strong> diseñada.El niño, al igual que el libro, requiere espacios <strong>en</strong> blanco —necesita espaciopara crecer. Desgraciadam<strong>en</strong>te, son muchos los niños que no lo ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Nosólo los abrumamos con cosas materiales, también t<strong>en</strong>demos a estimularlosy ori<strong>en</strong>tarlos demasiado. Les negamos el tiempo, el espacio y la flexibilidadnecesarios para desarrollarse a su manera individual.El antiguo filósofo chino Lao-Tse nos recuerda: “La utilidad del recipi<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o radica <strong>en</strong> la arcilla que modela el alfarero, sino <strong>en</strong> el espacio que quedaad<strong>en</strong>tro”. Los niños necesitan estímulo y ori<strong>en</strong>tación, pero a cada <strong>un</strong>o tambiénle hace falta tiempo para sí solo. Las horas pasadas a solas <strong>en</strong> su juego de<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativas3fantasía u otra actividad tranquila, no estructurada, dan al niño la s<strong>en</strong>saciónde seguridad e indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, y la pausa necesaria <strong>en</strong> medio de las actividadesdel día. El sil<strong>en</strong>cio también contribuye a su desarrollo. Cuando no hay distracciónexterna, a m<strong>en</strong>udo se sume <strong>en</strong> lo que hace hasta olvidarse de cuantolo rodea. El sil<strong>en</strong>cio ha llegado a ser <strong>un</strong> lujo tan grande que son raras lasoport<strong>un</strong>idades de gozar de esa conc<strong>en</strong>tración ininterrumpida. <strong>En</strong> cualquiermedio ambi<strong>en</strong>te—<strong>en</strong> las ti<strong>en</strong>das, el asc<strong>en</strong>sor, el restaurante o el auto—hay <strong>un</strong>incesante murmullo (o estru<strong>en</strong>do) de música y de ruido ambi<strong>en</strong>te.Johann Christoph Blumhardt 2 nos previ<strong>en</strong>e contra la t<strong>en</strong>tación de import<strong>un</strong>arconstantem<strong>en</strong>te a los niños, y recalca el valor de la actividad espontánea:“Ésa es su primera escuela; es como si se <strong>en</strong>señaran a sí mismos. A m<strong>en</strong>udopi<strong>en</strong>so que los niños están rodeados de ángeles… y qui<strong>en</strong> es tan torpe comopara molestar a <strong>un</strong> niño, molesta a su ángel”. No hay nada malo <strong>en</strong> asignarletareas domésticas a <strong>un</strong> niño y exigirle que las cumpla a diario. Pero muchospadres sobrecargan a sus <strong>hijo</strong>s; ll<strong>en</strong>an su tiempo con actividades y los somet<strong>en</strong>a continua t<strong>en</strong>sión, privándolos del espacio necesario para su libre desarrollo.Es hermoso contemplar a <strong>un</strong> niño prof<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>te absorto <strong>en</strong> sus juegos;resulta difícil imaginar <strong>un</strong>a actividad más pura, más espiritual. El juego producealegría, cont<strong>en</strong>to y distancia de los problemas cotidianos. Y <strong>en</strong> nuestrosdías, <strong>en</strong> nuestra cultura agitada y espoleada por el tiempo y el dinero, nose puede exagerar la importancia de esos elem<strong>en</strong>tos. El educador FriedrichFroebel 3 incluso afirma que “el niño que juega con int<strong>en</strong>sidad hasta caerse decansancio, cuando adulto será <strong>un</strong> hombre de decisión, capaz de sacrificarsepor su propio bi<strong>en</strong> y el de otros”. Ojalá que la sabiduría de estas palabras nose pierda por completo, pues <strong>en</strong> <strong>un</strong> 40% de los distritos escolares del país haneliminado la hora del recreo por temor a los accid<strong>en</strong>tes que podrían ocurrir yla errónea idea de que el juego es <strong>un</strong> estorbo para la “verdadera” <strong>en</strong>señanza.Conceder a cada niño el espacio que necesita para crecer a su propio ritmo,2Pastor alemán, escritor y m<strong>en</strong>tor, 1805-1880.3Pedagogo alemán, 1782-1852, padre del jardín de infantes.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativasno significa desat<strong>en</strong>derse de él. Sin duda alg<strong>un</strong>a, su seguridad cotidiana consiste<strong>en</strong> saber que siempre estamos a mano qui<strong>en</strong>es lo t<strong>en</strong>emos a nuestro cargo—dispuestos a ayudarle, a hablar con él, a proporcionarle lo que necesita osimplem<strong>en</strong>te “estar ahí”, a su alcance. Pero, ¡cuántas veces nos dejamos llevarpor nuestras propias ideas acerca de lo que requiere <strong>un</strong> niño!Después de la matanza ocurrida <strong>en</strong> abril de 1999 <strong>en</strong> el colegio Columbine(<strong>en</strong> Littleton, Colorado), los directores de la escuela se apresuraron a facilitarpsicólogos y consejeros a los alumnos traumatizados para ayudarles a resolversu dolor. Pero a los adolesc<strong>en</strong>tes no les interesaba <strong>en</strong>contrarse con expertos.A<strong>un</strong>que más adelante muchos de ellos y sus familias solicitaron por su propiacu<strong>en</strong>ta la ayuda de profesionales, lo primero que hicieron fue acudir <strong>en</strong> masaa las iglesias y los c<strong>en</strong>tros juv<strong>en</strong>iles, donde compartieron su p<strong>en</strong>a con sus compañeros.Es natural querer interv<strong>en</strong>ir cuando <strong>un</strong> niño está <strong>en</strong> <strong>un</strong> aprieto, a<strong>un</strong>queprecisam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tonces es de primordial importancia ser s<strong>en</strong>sible a lo que es<strong>en</strong>iño necesita. Es algo que Nicole, madre de cuatro <strong>hijo</strong>s, apr<strong>en</strong>dió cuando sutranquilo pueblito inglés se vio sacudido por <strong>un</strong> salvaje asesinato.<strong>En</strong> j<strong>un</strong>io de 1996, camino de la escuela a su casa, <strong>un</strong>a vecina y su hija fueronasesinadas a golpes cerca de los lindes de nuestra propiedad. La hermanitatambién fue atacada a golpes, pero no murió.Mis dos hijas, de seis y ocho años, habían jugado a m<strong>en</strong>udo con las niñasque eran de su misma edad. A seguida del asesinato, lloraban día y noche, ya ratos sollozaban aún meses después del incid<strong>en</strong>te.Naturalm<strong>en</strong>te, como madre me inquietaba por los efectos traumáticosdel crim<strong>en</strong>, y el hecho de que el asesino seguía prófugo. Quise preg<strong>un</strong>tar amis hijas cómo les iba y qué p<strong>en</strong>saban del as<strong>un</strong>to, pero traté de cont<strong>en</strong>erme.Para ayudarles debía escuchar lo que ellas me dijeran—sus reaccionesespontáneas—y no proyectar <strong>en</strong> ellas mis ideas y preocupaciones maternas…Fue notable que ni <strong>un</strong>a sola vez hablaron con miedo del asesino, comotodos los adultos de la zona. Preg<strong>un</strong>taron, <strong>en</strong> cambio: “¿Por qué las odiaba<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativastanto ese hombre? No le habían hecho nada…”<strong>En</strong> las semanas que siguieron al asesinato, amigos bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionados meinstaban a “dejar atrás” ese horrible acontecimi<strong>en</strong>to: “Ayuda a tus hijas aolvidarlo, a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> otras cosas y sobreponerse lo más rápido posible aesa experi<strong>en</strong>cia espeluznante”. Pero no pude. <strong>En</strong> aquel mom<strong>en</strong>to, mis hijasnecesitaban expresar su dolor, y yo fui incapaz de dictarles cómo aliviar sup<strong>en</strong>a.Un reci<strong>en</strong>te libro de Jonathan Kozol—Ordinary Resurrections (Resurreccióncomún y corri<strong>en</strong>te), que trata de los niños del South Bronx <strong>en</strong> la ciudad deNueva York—conti<strong>en</strong>e reflexiones sobre otro aspecto del mismo problema,o sea que los adultos t<strong>en</strong>demos a guiar a los niños hasta <strong>en</strong> situaciones o conversacionesmuy informales. Es otro resultado, dice Kozol, de estar siempreapresurados; somos incapaces de dejar a los niños espabilarse a su manera yritmo.Los niños se interrump<strong>en</strong> muchas veces cuando tratan de expresar <strong>un</strong> p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to.Se distra<strong>en</strong>. Vagan—dichosos, al parecer—por vastas ext<strong>en</strong>sionesde magnífica irrelevancia. Creemos saber hacia dónde ap<strong>un</strong>tan <strong>en</strong> su conversación,y nos ponemos impaci<strong>en</strong>tes, como el viajero que quiere “abreviar eltiempo que lleva el viaje”. Queremos llegar cuanto antes. Y es cierto que ganamostiempo, pero también puede ser que les hagamos cambiar de rumbo.Hay muchas maneras de forzar al niño a satisfacer las expectativas de los adultos;la más g<strong>en</strong>eralizada, y la peor, ha de ser la t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia de poner <strong>un</strong> exageradoénfasis <strong>en</strong> los estudios académicos. Digo “la peor”, porque con ella sepresiona a los niños desde temprana edad. La escuela se convierte <strong>en</strong> <strong>un</strong> lugarque muchos tem<strong>en</strong>, <strong>en</strong> fu<strong>en</strong>te de terror, de la cual no pued<strong>en</strong> escapar por lamayor parte del año.Conozco bi<strong>en</strong> la s<strong>en</strong>sación de miedo al pres<strong>en</strong>tar <strong>en</strong> casa el boletín de calificaciones,ya que era <strong>un</strong> estudiante mediocre. Por suerte, a mis padres lesimportaba más que me llevara bi<strong>en</strong> con mis compañeros que sacar <strong>un</strong> “sobresali<strong>en</strong>te”.Incluso cuando fallaba <strong>en</strong> <strong>un</strong>a materia, <strong>en</strong> lugar de regañarme, me<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativascalmaban, asegurándome que mi cabeza albergaba más conocimi<strong>en</strong>tos de loque nos percatábamos tanto yo como mis maestros; s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te no habíanasomado a la superficie. Para muchos niños, palabras al<strong>en</strong>tadoras como ésasno son más que <strong>un</strong> sueño—según nos dice Melinda, maestra veterana de <strong>en</strong>señanzapreescolar <strong>en</strong> California—sobre todo <strong>en</strong> hogares donde no se admiteque <strong>un</strong> estudiante reciba malas calificaciones.Hay padres que nos preg<strong>un</strong>tan si sus pequeños de dos años y medio ya estánapr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do a leer, y que protestan si les digo que no. Es increíble la presiónque alg<strong>un</strong>os padres ejerc<strong>en</strong> sobre sus <strong>hijo</strong>s. He visto a niños que literalm<strong>en</strong>tetiemblan y lloran porque no quier<strong>en</strong> pres<strong>en</strong>tarse a las pruebas. He visto apadres que arrastran a sus <strong>hijo</strong>s al aula…Los padres de Miles, <strong>un</strong> niño que estaba <strong>en</strong> mi clase, le obligaron a prepararsepara ingresar <strong>en</strong> <strong>un</strong>a escuela privada muy cara. Al inicio del añosigui<strong>en</strong>te me tropecé con el padre de Miles; me dijo que el chico “ha estadotan t<strong>en</strong>so que vamos a buscarle ayuda psicológica profesional”. No cabíaduda que Miles estaba t<strong>en</strong>so, pero yo estaba conv<strong>en</strong>cida de que eso se debíaa los rigurosos exám<strong>en</strong>es a que lo habían sometido durante el verano… Empezóa llorar el día de las pruebas, y desde <strong>en</strong>tonces lloraba todos los días.<strong>En</strong> alg<strong>un</strong>os casos, la locura competitiva comi<strong>en</strong>za ya antes de que el niño estélisto para <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> la escuela. El sigui<strong>en</strong>te artículo describe las dificultades de<strong>un</strong> matrimonio que vive <strong>en</strong> la ciudad de Nueva York.Hace <strong>un</strong> par de semanas, ella y su esposo recibieron el aviso de que su <strong>hijo</strong> decinco años de edad fue rechazado por cada <strong>un</strong>a de las seis escuelas privadasdonde trataron de matricularlo <strong>en</strong> el jardín de infantes. “No ti<strong>en</strong><strong>en</strong> por quépreocuparse”, les había asegurado la directora del c<strong>en</strong>tro preescolar. “Contoda seguridad será aceptado <strong>en</strong> <strong>un</strong>a de las escuelas de su prefer<strong>en</strong>cia”.Craso error. Sean cuales fuer<strong>en</strong> los motivos, seis escuelas rechazaron a subrillante <strong>hijo</strong>, el de la sonrisa cautivadora y de las excel<strong>en</strong>tes notas que obtuvo<strong>en</strong> las pruebas. Duele la insist<strong>en</strong>cia del rechazo, admite ella, y tampocoayuda saber que hay otras familias <strong>en</strong> la misma situación.Ahora vi<strong>en</strong>e la parte dura, las decisiones difíciles de tomar… ¿Mudarse aotra ciudad? ¿Dejar a su <strong>hijo</strong> <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro preescolar, por ahora, y el año que<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativasvi<strong>en</strong>e repetir la locura de luchar por que lo admitan a <strong>un</strong>a escuela privada?¿Abandonar la lucha, respirar hondo y <strong>en</strong>viarlo a la escuela pública?El dilema que <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>ta esta pareja indica cuán convulsa se ha vuelto lavida… <strong>en</strong> este m<strong>un</strong>do de competidores. “La g<strong>en</strong>te se <strong>en</strong>loquece”, dijo lamujer. “Uno trata de recuperar la cordura y pi<strong>en</strong>sa, al fin y al cabo es el kindergart<strong>en</strong>—eljardín de infantes no más—no es como si fuera cáncer. Perote cambia la vida… Además”, añadió, “la sociedad es brutal… La evaluaciónde tu <strong>hijo</strong>, su admisión o rechazo, se convierte <strong>en</strong> la medida de tu propioprestigio. Esa es la parte más repulsiva. ¡P<strong>en</strong>sar que estamos hablando dechiquitines!”Es cierto que los ejemplos citados repres<strong>en</strong>tan casos extremos. Pero no pued<strong>en</strong>descartarse, ya que pon<strong>en</strong> de relieve <strong>un</strong>a t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia inquietante que afecta laeducación <strong>en</strong> todos sus niveles. Cada vez más, parecería que hemos perdido devista al niño y convertido la niñez <strong>en</strong> <strong>un</strong>a triste etapa de <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to parael m<strong>un</strong>do de los adultos. Dice Jonathan Kozol:A partir de los seis o siete años de edad y hasta los once o doce, es pat<strong>en</strong>te<strong>en</strong> los niños su bondad y honradez —<strong>en</strong> <strong>un</strong>a palabra, su dulzura. Peronuestra sociedad deja pasar el mom<strong>en</strong>to para valerse de ello. Es como si esascualidades nos parecieran inútiles, como si no apreciáramos a los niños porsu bondad, sino únicam<strong>en</strong>te como futuras <strong>un</strong>idades económicas, futurostrabajadores, ganancias o pérdidas.<strong>En</strong> los debates políticos acerca de las sumas de dinero a invertir <strong>en</strong> losniños, es obvio que, por lo g<strong>en</strong>eral, los argum<strong>en</strong>tos no toman <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>taque el niño merece <strong>un</strong>a infancia feliz. Más bi<strong>en</strong>, tratan de determinar losb<strong>en</strong>eficios económicos que, de aquí a veinte años, red<strong>un</strong>darán de los fondosinvertidos <strong>en</strong> su educación. Muchas veces me preg<strong>un</strong>to: ¿Por qué no invertir<strong>en</strong> ellos simplem<strong>en</strong>te porque son niños y merec<strong>en</strong> divertirse <strong>un</strong> poco antesde morir? ¿Por qué no invertir <strong>en</strong> sus tiernos corazones a la vez que <strong>en</strong> susaptitudes competitivas?La respuesta, por cierto, es que hemos abandonado la pedagogía como mediode desarrollar el carácter; <strong>en</strong> su lugar, la educación se ha convertido <strong>en</strong> <strong>un</strong> boletode <strong>en</strong>trada al mercado laboral. Guiados por esquemas y expertos, damos la<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativasespalda a la singularidad y creatividad del individuo, y nos tragamos la m<strong>en</strong>tirade que la evaluación estandarizada es el único instrum<strong>en</strong>to válido paradeterminar el progreso de <strong>un</strong> niño. Pues, no sólo dejamos de plantar árbolespor su belleza y la sombra que dan —los plantamos con el fin de conseguir<strong>un</strong> solo tipo de fruta. Malvina Reynolds, <strong>en</strong> su canción Little Boxes (Cajitas),lo expresa así:Juegan todos <strong>en</strong> los campos de golfy toman martinis secosy todos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> niños hermososque van a la escuelay los niños van al campam<strong>en</strong>toy más tarde a la <strong>un</strong>iversidaddonde los met<strong>en</strong> <strong>en</strong> cajitasy sal<strong>en</strong> todos igualitos.Debemos exigir de cada niño conforme a su capacidad. Cada niño necesitaestímulo intelectual. Debemos <strong>en</strong>señarle a expresar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, a leer yescribir, a elaborar y def<strong>en</strong>der <strong>un</strong>a idea, a formar sus propias opiniones. Pero,¿de qué sirve la mejor formación académica si no prepara al niño para el m<strong>un</strong>do“real”, el m<strong>un</strong>do que lo espera a la salida del aula? ¿Acaso despacharlo cadadía <strong>en</strong> autobús a la escuela lo capacitará para la vida?Para colmo, <strong>en</strong> muchas escuelas ni siquiera se impart<strong>en</strong> aquellos conocimi<strong>en</strong>tosque deberían <strong>en</strong>señar. <strong>En</strong> los Estados Unidos, según observa el escritorJohn Taylor Gatto, los niños asist<strong>en</strong> a <strong>un</strong> promedio de 12.000 horas declase obligatorias, y a los 17 ó 18 años, muchos sal<strong>en</strong> del colegio incapaces deleer <strong>un</strong> libro o calcular <strong>un</strong> promedio de bateo, ni que hablar de reparar <strong>un</strong>grifo o cambiar <strong>un</strong>a llanta.El apuro por incorporar a los niños <strong>en</strong> el m<strong>un</strong>do adulto no es culpa exclusivadel sistema educativo. Es algo tan prof<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>te arraigado y g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>teaceptado, que muchas personas se quedan atónitas si les decimos queese estado de cosas nos alarma. Obsérvese, por ejemplo, cuántos padres ll<strong>en</strong>an<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativaslas horas libres de sus <strong>hijo</strong>s con actividades extracurriculares. A primera vista,las oport<strong>un</strong>idades para el desarrollo individual del niño que hoy ab<strong>un</strong>dan—lamúsica, el baile, los deportes, etc. etc.—parec<strong>en</strong> ofrecer la perfecta soluciónpara el aburrimi<strong>en</strong>to de millones de niños cuyos padres trabajan el día <strong>en</strong>tero.Pero a veces la realidad no es tan bonita. Tom, <strong>un</strong> conocido mío con amigos<strong>en</strong> Baltimore, me cu<strong>en</strong>ta lo sigui<strong>en</strong>te:Es bu<strong>en</strong>o si el niño se dedica a <strong>un</strong> “hobby”, <strong>un</strong> deporte o <strong>un</strong> instrum<strong>en</strong>tomusical por iniciativa propia; es muy distinto si se si<strong>en</strong>te empujado por laambición de padres con <strong>un</strong>a fuerte prop<strong>en</strong>sión competitiva. Sarita, hija demis amigos, estaba <strong>en</strong> el seg<strong>un</strong>do grado cuando demostraba <strong>un</strong> verdaderotal<strong>en</strong>to para el piano. Cuando llegó al sexto, por más que trataran de conv<strong>en</strong>cerla,se negaba a tocar las teclas. Estaba cansada de la constante at<strong>en</strong>ción,harta de las clases (y de la insist<strong>en</strong>cia de su padre <strong>en</strong> el gran privilegio queconstituían), además de ser casi traumatizada por los inacabables concursos<strong>en</strong> los cuales la obligaban a participar. Sí, era hermoso oír cómo Sara interpretabala música de Bach cuando t<strong>en</strong>ía siete años; pero a los diez, su interésestaba <strong>en</strong> otras cosas.Es <strong>un</strong> f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o muy común: a las expectativas ambiciosas sigue la presiónpara realizarlas; y lo que <strong>en</strong> <strong>un</strong> tiempo formaba parte de la vida feliz de <strong>un</strong>niño, se convierte <strong>en</strong> <strong>un</strong>a carga insoportable.Dijo Einstein: “Si quieres t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s brillantes, hay que leerles cu<strong>en</strong>tos dehadas. Y si quieres que sean más brillantes aún, hay que leerles más cu<strong>en</strong>tosde hadas”. Es obvio que no es la solución que <strong>un</strong> experto ofrecería para lasalarmantes t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias que he descrito. Pero es <strong>un</strong>a idea que merece reflexión.Es esa sabiduría intuitiva que nos hace falta para salir de las rutinas que nosparalizan.<strong>En</strong> cuanto a los padres que desean t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s brillantes —he aquí otro síntomade nuestra visión torcida: t<strong>en</strong>demos a mirar a los niños como adultos <strong>en</strong>miniatura, por más que d<strong>en</strong><strong>un</strong>ciemos esa idea como “victoriana”. El mejor antídotopara esas ambiciones es despojarnos de nuestras expectativas adultas, ponernosal nivel de nuestros <strong>hijo</strong>s y mirarlos a los ojos. <strong>En</strong>tonces com<strong>en</strong>zaremos<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Grandes expectativas30a oír lo que dic<strong>en</strong>, a <strong>en</strong>terarnos de lo que pi<strong>en</strong>san, y veremos desde su p<strong>un</strong>to devista las metas que les hemos trazado. Nos olvidaremos de nuestras ambiciones yreconoceremos, como dice la poeta y maestra Jane Tyson Clem<strong>en</strong>t:Chiquillo, a<strong>un</strong>que me pid<strong>en</strong> quete <strong>en</strong>señe muchas cosas,¿de qué se trata, al final,si no es que, j<strong>un</strong>tos,debemos ser <strong>hijo</strong>s de <strong>un</strong> mismo Padre?Y yo debo desapr<strong>en</strong>dertoda mi estructura de adultay los años que <strong>en</strong>torpec<strong>en</strong>,y tú debes <strong>en</strong>señarmea mirar la tierra y el cielocon tu puro asombro.No resulta fácil “desapr<strong>en</strong>der” las estructuras m<strong>en</strong>tales adultas, especialm<strong>en</strong>tecuando, al fin de <strong>un</strong> largo día de trabajo, los niños nos parec<strong>en</strong> <strong>un</strong>a molestia másbi<strong>en</strong> que <strong>un</strong> don de Dios. Donde hay niños, t<strong>en</strong>emos que estar preparadospara lo imprevisto. Los muebles quedan rayados y las plantas pisadas, la ropanueva se estropea o <strong>en</strong>sucia, los juguetes se pierd<strong>en</strong> o se romp<strong>en</strong>. Un niñoquiere tocar y agarrar las cosas y jugar con ellas. Quiere divertirse, correr porlos pasillos, hacer tonterías y mucho ruido. No son adultos <strong>en</strong> miniatura nimuñecas de porcelana. Son pillos insufribles, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> los dedos pegajosos y lasnarices mocosas, y a veces lloran de noche. Pero los amamos igual.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


4. El poder de <strong>un</strong> abrazoAntes de t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s, t<strong>en</strong>ía seis teorías sobre su crianza; ahora t<strong>en</strong>goseis <strong>hijo</strong>s y ning<strong>un</strong>a teoría.l o r dr o c h e s t e rBasta m<strong>en</strong>cionar la educación de los niños para que Eric empiece a hablarde su infancia. Se crió, el tercero de ocho hermanos, <strong>en</strong> <strong>un</strong> barriosuburbano de g<strong>en</strong>te acomodada <strong>en</strong> lo que parecía ser <strong>un</strong> hogar modelo. Supadre era médico y devoto hombre de familia. Todas las tardes a la misma horadejaba su consultorio para volver a casa, y raras veces salía los fines de semana.La mamá, tan dedicada a la familia como el padre, estaba <strong>en</strong> casa todo el día.Pero Eric y sus hermanos y hermanas siempre se s<strong>en</strong>tían incómodos, sobretodo <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia del padre.Nuestro hogar f<strong>un</strong>cionaba a las mil maravillas, pero sólo <strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia. <strong>En</strong>realidad lo gobernaba el miedo. No es que mi padre nos golpeara, a<strong>un</strong>quede vez <strong>en</strong> cuando nos daba <strong>un</strong>a paliza o <strong>un</strong>a bofetada. Pero, ¡ay de ti si loprovocabas! N<strong>un</strong>ca se sabía qué castigo impondría…Papá era experto <strong>en</strong> disciplina, y nos mant<strong>en</strong>ía a raya, aplastándonos con<strong>un</strong>a continua s<strong>en</strong>sación de terror. Una noche de verano, sorpr<strong>en</strong>dió a mihermano mayor Jack <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que se escapaba por la v<strong>en</strong>tana para


El poder de <strong>un</strong> abrazo3salir con sus amigos. Papá salió de la casa corri<strong>en</strong>do y esperó hasta que Jackhubiese bajado a salvo al suelo. <strong>En</strong>tonces lo <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó: “Muy bi<strong>en</strong>, <strong>hijo</strong>, esobvio que prefieres andar por ahí, fuera de casa. Quizás es mejor que tequedes afuera”.El resto del verano Jack tuvo que comer afuera, j<strong>un</strong>to a los perros. “Talvez así apr<strong>en</strong>de a portarse como <strong>un</strong> ser humano civilizado”, nos explicó papáa los hermanos m<strong>en</strong>ores. A los dieciséis años, Jack se fue de casa para novolver.<strong>En</strong> otra ocasión, papá le prohibió salir durante todo <strong>un</strong> verano a mi hermanaMary. Era la santita de la familia, <strong>un</strong>a chica superresponsable. Perocuando estaba por terminar el seg<strong>un</strong>do año de sec<strong>un</strong>daria, faltó a <strong>un</strong>a clase ypapá estalló. Todavía me parece verla como hablaba con sus amigas a travésde la cerca del patio, día tras día, semana tras semana. Debe haber sido el máshumillante de los castigos.<strong>En</strong> cuanto a mí, t<strong>en</strong>ía razones de sobra para estar aterrorizado de contrariara papá. Basta <strong>un</strong> ejemplo. Debo haber t<strong>en</strong>ido once o doce años (estaba <strong>en</strong> elsexto grado) cuando por primera vez traté de fumar <strong>un</strong> cigarrillo, y me sorpr<strong>en</strong>dieron.Primero me mandaron a mi cuarto, donde esperé durante horas,por lo m<strong>en</strong>os así me pareció. Luego vino papá. Me dijo que t<strong>en</strong>ía dos opciones:o me fumo toda la cajetilla ahora mismo, o la exhibo por <strong>un</strong> mes <strong>en</strong> lav<strong>en</strong>tana de mi cuarto y le explico a qui<strong>en</strong> v<strong>en</strong>ga—incluso a mis hermanos yamigos—por qué está allí, y cuán asqueroso le parece a mi padre el hábitode fumar. Sabía que la primera alternativa me daría náuseas, de modo queopté por la seg<strong>un</strong>da.Por todo <strong>un</strong> mes no p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> otra cosa: cómo hacer para que nadie <strong>en</strong>traraa mi cuarto. Durante años le tuve terror a los cigarrillos. Tanto, que alcaminar por la calle esquivaba las colillas <strong>en</strong> el suelo por miedo de que papápudiera pasar <strong>en</strong> auto y p<strong>en</strong>sar que yo había fumado.<strong>En</strong> cierta ocasión, para la clase de inglés, se nos dio como ejercicio elredactar <strong>un</strong>a composición <strong>en</strong> la cual sabía de antemano que t<strong>en</strong>dría queescribir la palabra “cigarrillo”. Me asustó tanto p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> la reacción depapá, que destrocé mi trabajo y tuve que m<strong>en</strong>tir para explicar por qué nolo había <strong>en</strong>tregado.El as<strong>un</strong>to de los cigarrillos nos puede parecer insignificante, pero a papá,<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo33no… Cuando <strong>en</strong>tré <strong>en</strong> la sec<strong>un</strong>daria, me <strong>en</strong>diablé e hice todo lo posiblepor contrariarlo. Papá podría t<strong>en</strong>er la última palabra <strong>en</strong> casa, p<strong>en</strong>saba yo,pero <strong>en</strong> ningún otro lugar. Va sin decir que hasta el día de hoy la relación<strong>en</strong>tre nosotros no es nada del otro m<strong>un</strong>do.La historia de Eric es deplorable, pero sin duda a <strong>un</strong> sinnúmero de adultos lessu<strong>en</strong>a familiar; les hará recordar algún incid<strong>en</strong>te similar que empañó lo que podríahaber sido <strong>un</strong>a niñez de pura felicidad. Desgraciadam<strong>en</strong>te, hay padres tancegados por sus principios que son incapaces de dejarse llevar por el corazón.Son los amos de sus dominios, siempre preocupados por “hacer lo correcto”, y<strong>en</strong>tre tanto, ¡cuántos padres pierd<strong>en</strong> a sus <strong>hijo</strong>s!Cuando se habla de la crianza de los <strong>hijo</strong>s, la palabra “disciplina” ha de ser<strong>un</strong>a de las más trilladas, y <strong>un</strong>a de las m<strong>en</strong>os <strong>en</strong>t<strong>en</strong>didas. La disciplina no selimita al castigo. ¿<strong>En</strong> qué consiste, <strong>en</strong>tonces? Es guía, pero no es control; espersuasión, pero no es imposición ni coerción. Puede incluir el castigo o laam<strong>en</strong>aza del castigo, pero jamás crueldad ni fuerza. N<strong>un</strong>ca debe implicar elempleo de castigos corporales, que a mi parecer es signo de bancarrota moral.Lo que sí, siempre debe t<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta el temperam<strong>en</strong>to del niño. Comodijo mi abuelo, el escritor Eberhard Arnold: “He aquí lo es<strong>en</strong>cial. Criar a los<strong>hijo</strong>s significa guiarlos para que llegu<strong>en</strong> a ser hombres y mujeres según el plande Dios”.Por suerte, durante nuestros años formativos, mis padres nos trataron conesa consideración a mis hermanos y a mí; <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia, hubo <strong>un</strong>a relaciónde confianza y cariño mutuos, hasta el fin de sus vidas. Por supuesto, la baseera mucha disciplina a la antigua. Nos repr<strong>en</strong>dieron y regañaron, y a vecesnos chillaron (sobre todo si le replicábamos a mamá). Después nos pasábamosvarias horas avergonzados, seguros de que los vecinos lo habían oído todo.<strong>En</strong> nuestro hogar, era pecado insultar o ridiculizar a <strong>un</strong>a persona. Como hac<strong>en</strong>los niños <strong>en</strong> cualquier parte del m<strong>un</strong>do, a veces nos burlábamos de adultosque eran “difer<strong>en</strong>tes”, como G<strong>un</strong>ther, el bibliotecario de la escuela, hombre dealta estatura y algo perfeccionista, o nuestro tartamudo vecino Nicolás. Pero<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3a<strong>un</strong> si las víctimas de nuestra burla n<strong>un</strong>ca se <strong>en</strong>teraron, mis padres no le vieronning<strong>un</strong>a gracia; no toleraban ning<strong>un</strong>a forma de crueldad.Con todo, n<strong>un</strong>ca se quedaron <strong>en</strong>ojados por mucho tiempo. Incluso a veces,<strong>en</strong> lugar del castigo—por más justificado que nos parecía—nos dieron <strong>un</strong>abrazo. Una vez (debo haber t<strong>en</strong>ido ocho o nueve años) papá se <strong>en</strong>ojó tantoque me am<strong>en</strong>azó con <strong>un</strong>a paliza. Yo estaba preparado para recibir lo merecido,miré a papá y sin p<strong>en</strong>sar dije de <strong>un</strong> tirón: “Papá, lo si<strong>en</strong>to mucho. Haz lo quet<strong>en</strong>gas que hacer, pero sé que igual me quieres”. Papá me sorpr<strong>en</strong>dió. Me dio<strong>un</strong> abrazo y con gran ternura dijo: “Christoph, te perdono”.Este incid<strong>en</strong>te ha permanecido vivo <strong>en</strong> mi memoria, porque me mostrócuánto me quería mi padre. Además me <strong>en</strong>señó <strong>un</strong>a lección que n<strong>un</strong>ca heolvidado y que me sirvió bi<strong>en</strong> más adelante, cuando tuve que educar a mispropios <strong>hijo</strong>s: No temas n<strong>un</strong>ca disciplinar a <strong>un</strong> niño, pero <strong>en</strong> cuanto percibasque lam<strong>en</strong>ta lo que hizo, no vaciles <strong>en</strong> perdonarlo de inmediato y por completo.Si nos resolviéramos—cada <strong>un</strong>o—a ser tan compasivos como lo era mipadre, veríamos <strong>un</strong> panorama muy difer<strong>en</strong>te.Pero no es cosa de dar abrazos sólo a los propios <strong>hijo</strong>s e hijas, sino de def<strong>en</strong>dera todo niño. Estamos criando <strong>un</strong>a g<strong>en</strong>eración de niños a qui<strong>en</strong>es no sólono amamos sino que les t<strong>en</strong>emos miedo. Lo vemos por todas partes —desdelos toques de queda para los adolesc<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> muchos c<strong>en</strong>tros urbanos, y eldespliegue de guardias armados y ag<strong>en</strong>tes de la policía <strong>en</strong> las escuelas, hasta lap<strong>en</strong>alización de infracciones m<strong>en</strong>ores como el pintar graffiti. Y lo que más nosdebe alarmar es el creci<strong>en</strong>te número de adolesc<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>carcelados.Con cada año que pasa, y a pesar del obvio fracaso de “soluciones” brutalescomo éstas, la manera de tratar a jóv<strong>en</strong>es y niños se torna aún más represiva.A los fiscales de California, por ejemplo, se les ha otorgado (mediante la Proposición21) <strong>un</strong> poder inédito <strong>en</strong> los trib<strong>un</strong>ales de m<strong>en</strong>ores. Por lo tanto, haaum<strong>en</strong>tado desproporcionadam<strong>en</strong>te la probabilidad de que se juzgue y s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cie,como si fueran adultos, a jóv<strong>en</strong>es acusados que sólo ti<strong>en</strong><strong>en</strong> catorce añosde edad. <strong>En</strong> otras partes se analizan las pruebas de lectura estandarizadas a que<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3somet<strong>en</strong> a los niños de primaria, con el fin de proyectar el número de nuevasceldas que se necesitarán cuando esos niños sean adultos. ¡Se supone que <strong>un</strong>acalificación baja indica <strong>un</strong>a mayor prop<strong>en</strong>sión al delito!No hay nada novedoso <strong>en</strong> utilizar los indicios del carácter infantil paraprever el comportami<strong>en</strong>to del adulto; durante décadas, psicólogos y psiquiatrasse han valido de tal método. Pero hoy vivimos <strong>en</strong> <strong>un</strong>a sociedad cuyosdirig<strong>en</strong>tes se aprestan de antemano para el fracaso de la próxima g<strong>en</strong>eración,<strong>un</strong>a sociedad cuyos niños son el objeto de pronósticos infaustos por parte delos guardianes de su futuro. Y, sin embargo, ¡nadie protesta!Trasci<strong>en</strong>de el propósito de este libro examinar más a fondo cuestiones deesta magnitud. Primero habría que contestar <strong>un</strong> sinnúmero de otras preg<strong>un</strong>tas,por ejemplo, por qué tantos jóv<strong>en</strong>es que hoy cumpl<strong>en</strong> p<strong>en</strong>as de prisión yat<strong>en</strong>ían dificultades <strong>en</strong> la escuela, y cuáles fueron los obstáculos que <strong>en</strong> aquel<strong>en</strong>tonces impidieron su progreso normal.También me abst<strong>en</strong>go de recom<strong>en</strong>dar a mis lectores cómo deb<strong>en</strong> guiar ydisciplinar a sus <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong> su propio hogar. Al igual que sus padres, cada niñonace con características propias, positivas y negativas, ll<strong>en</strong>as de promesas yretos para el futuro. Quizás sería mejor seguir las sabias palabras de JanuszKorczak (1878–1942), <strong>un</strong> notable pediatra judío cuya historia relataré más adelante.Korczak escribió:Tú misma eres ese niño. Tú misma debes llegar a conocerlo, criarlo y, sobretodo, educarlo. Esperar que otros te d<strong>en</strong> las respuestas es como pedirle a <strong>un</strong>amujer extraña que dé a luz a tu <strong>hijo</strong>. Hay intuiciones que sólo nac<strong>en</strong> deldolor sufrido, y ésas son las más valiosas. ¡Busca <strong>en</strong> tu <strong>hijo</strong> aquella parte de timisma que aún no has descubierto!Si hablamos de “intuiciones que nac<strong>en</strong> del dolor”, mi esposa Ver<strong>en</strong>a y yo recogimos<strong>un</strong>as cuantas <strong>en</strong> el curso de criar a nuestros ocho <strong>hijo</strong>s. Muchos padresde familia sin duda sab<strong>en</strong>, como sabemos nosotros, cuántas cosas hay queharíamos de modo difer<strong>en</strong>te, si tuviéramos la oport<strong>un</strong>idad. A veces fuimosinjustos <strong>en</strong> suponer que los motivos de <strong>un</strong>a acción eran malos, <strong>en</strong> otras oca-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3siones nos dejamos <strong>en</strong>gañar; <strong>un</strong> día éramos demasiado transig<strong>en</strong>tes, el próximo,demasiado severos. Por supuesto, apr<strong>en</strong>dimos <strong>un</strong>a serie de lecciones muyimportantes.Cuando <strong>un</strong> niño sabe que se ha portado mal, y que eso no le acarrea ning<strong>un</strong>aconsecu<strong>en</strong>cia, apr<strong>en</strong>de que puede salirse con la suya. Dar tal m<strong>en</strong>saje a<strong>un</strong> niño es terrible. Cuando se trata de niños pequeños, parece no t<strong>en</strong>er granimportancia; <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral, sus faltas son de poca monta. Pero puede t<strong>en</strong>er seriasrepercusiones para su futura vida. Resulta fácil echar a <strong>un</strong> lado el viejo refrán:“Niños pequeños, problemas pequeños; niños grandes, problemas grandes”,pero conti<strong>en</strong>e mucho de verdad. Al chico de seis años que toma bizcochos aescondidas, diez años más tarde lo <strong>en</strong>contraremos hurtando <strong>en</strong> las ti<strong>en</strong>das. Y sibi<strong>en</strong> es relativam<strong>en</strong>te fácil moldear la vol<strong>un</strong>tad de <strong>un</strong> niño pequeño, la rebeldíade <strong>un</strong> adolesc<strong>en</strong>te sólo puede sofr<strong>en</strong>arse con el mayor de los esfuerzos.Por necesarias que sean las consecu<strong>en</strong>cias de <strong>un</strong>a acción, no bastan <strong>en</strong> símismas. La disciplina va más allá de sorpr<strong>en</strong>der al niño “in fraganti” y castigarlo.Mucho más importante es fortalecer su vol<strong>un</strong>tad de optar por el bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>vez del mal —como decía mi madre: “conquistarlo para el bi<strong>en</strong>”. Por supuesto,esto no significa manipularlo; el propósito de la educación no debe limitarse aque los niños obedezcan. Más bi<strong>en</strong>, hay que ayudarles a ganar confianza paraexplorar la vida y, al mismo tiempo, descubrir sus propios límites. Ésta es lamejor preparación para la adultez.Al escritor Anthony Bloom le preg<strong>un</strong>taron <strong>en</strong> <strong>un</strong>a <strong>en</strong>trevista qué parte desu formación le resultaba más relevante cuando adulto. Bloom es <strong>hijo</strong> de <strong>un</strong>diplomático cuyos viajes proporcionaban a la familia <strong>en</strong>tera fascinantes av<strong>en</strong>turas<strong>en</strong> todas partes del m<strong>un</strong>do. Dio <strong>un</strong>a respuesta muy s<strong>en</strong>cilla:Dos cosas que dijo mi padre me han acompañado toda la vida. Una vez, alvolver yo de mis vacaciones, me dijo: “Estaba preocupado por ti”. Le preg<strong>un</strong>té:“¿P<strong>en</strong>sabas que tuve <strong>un</strong> accid<strong>en</strong>te?” Me contestó: “Eso no habría sidotan grave. Temía que habías perdido tu integridad”. <strong>En</strong> otra ocasión me dijo:“Recuerda siempre que no importa si estás vivo o muerto. Lo que importa es<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3para qué vives, y para qué estás dispuesto a morir”. Estas dos cosas han sidoel trasfondo de mi educación…Los padres de Anthony Bloom, <strong>en</strong> vez de <strong>en</strong>señar <strong>en</strong>tereza a su <strong>hijo</strong>, trataronde inspirarla. Pero hay padres que ca<strong>en</strong> <strong>en</strong> el mezquino hábito de querer sorpr<strong>en</strong>dera sus <strong>hijo</strong>s con las manos <strong>en</strong> la masa y de utilizar la prueba obt<strong>en</strong>idapara demostrarles que son culpables. Comet<strong>en</strong> <strong>un</strong> acto de viol<strong>en</strong>cia moral, asícomo lo es desconfiar del niño, espiarlo o suponer que su conducta ti<strong>en</strong>e malosmotivos. Todo ello lo debilita porque lo hace dudar de sí mismo. Criticary corregir constantem<strong>en</strong>te a <strong>un</strong> niño también lo desali<strong>en</strong>ta. Peor aún, le quitala mejor razón que ti<strong>en</strong>e para confiar <strong>en</strong> su padre o su madre —su convicciónde que lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong>. Froebel escribió:Muchos adultos acusan a niños qui<strong>en</strong>es, sin ser del todo inoc<strong>en</strong>tes, no sonrealm<strong>en</strong>te culpables. <strong>En</strong> otras palabras, esos niños ni ti<strong>en</strong><strong>en</strong> conci<strong>en</strong>cia delos motivos de los cuales los acusan los adultos, y que tiñ<strong>en</strong> sus acciones de“malas”. A m<strong>en</strong>udo se castiga al niño por cosas que ha apr<strong>en</strong>dido de esosmismos adultos… Pero con eso no se logra más que <strong>en</strong>señarle nuevas faltas,o por lo m<strong>en</strong>os inculcarle ideas que n<strong>un</strong>ca se le habrían ocurrido.Todo niño necesita que se le corrija con frecu<strong>en</strong>cia —la mayoría, varias vecesal día. Pero cuando se castiga a <strong>un</strong> niño con exagerada severidad, el propósitoulterior del correctivo, o sea, ayudarle a com<strong>en</strong>zar de nuevo, queda eclipsadopor el castigo mismo. Mucho mejor es creer <strong>en</strong> el poder del bi<strong>en</strong> y darle alniño el b<strong>en</strong>eficio de la duda.<strong>En</strong> el niño, <strong>un</strong>a falta como el egoísmo rara vez iguala la del adulto. Incapazde ver el m<strong>un</strong>do que lo rodea salvo desde de su propia y muy limitada perspectiva,el niño se si<strong>en</strong>te <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a posesión del mismo, tanto más cuanto mástierna es su edad. Sobre todo cuando muy pequeño, se cree simplem<strong>en</strong>te—¡demodo inoc<strong>en</strong>te y justificable!—el c<strong>en</strong>tro de su propio <strong>un</strong>iverso.La m<strong>en</strong>tira es <strong>un</strong> tema que los padres ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a abordar sin debida at<strong>en</strong>ciónal p<strong>un</strong>to de vista del niño. Sin duda, cuando <strong>un</strong> niño mi<strong>en</strong>te, hay que tratar dedescubrir lo que ha sucedido y al<strong>en</strong>tarlo a <strong>en</strong>carar los hechos. Pero rara vez resul-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3ta bu<strong>en</strong>o investigar sus motivos, y siempre es <strong>un</strong> error arrancarle <strong>un</strong>a confesión.Confuso o avergonzado, el niño busca salir del aprieto con medias verdades; sise le presiona, es probable que inv<strong>en</strong>te otra m<strong>en</strong>tira por miedo de las consecu<strong>en</strong>cias.¿Acaso no hacemos lo mismo los adultos, y por las mismas razones?Mil veces al día hay que perdonar. N<strong>un</strong>ca debemos perder la fe <strong>en</strong> <strong>un</strong> niño,por mucho que se meta <strong>en</strong> embrollos. ¿Quién puede afirmar que los defectos odebilidades que el niño debe superar no son reflejo de las mismas faltas o t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias<strong>en</strong> sus padres? Calificar al niño de incorregible significa desesperar deél; y demuestra no sólo falta de esperanza, sino también de amor. Si <strong>en</strong> verdadamamos a nuestros <strong>hijo</strong>s, n<strong>un</strong>ca nos daremos por v<strong>en</strong>cidos, a<strong>un</strong>que perdamosla calma <strong>en</strong> los mom<strong>en</strong>tos difíciles. Dios no sólo <strong>en</strong>tregó la ley de Moisés a loshebreos, sino también <strong>en</strong>vió el maná, el pan de los cielos. Sin ese pan—o sea,sin ternura, humor, bondad y compasión—la disciplina más cuidadosam<strong>en</strong>tecalculada resultará contraproduc<strong>en</strong>te.Ser amigo y compañero además de padre sin duda exige el doble de paci<strong>en</strong>ciay <strong>en</strong>ergía. Pero, como dice David (el abogado que r<strong>en</strong><strong>un</strong>ció a suvocación por el bi<strong>en</strong> de sus <strong>hijo</strong>s), pocas cosas resultan más satisfactorias.P<strong>en</strong>sándolo bi<strong>en</strong>, es mucho más fácil vivir con <strong>hijo</strong>s que te tem<strong>en</strong> que con<strong>hijo</strong>s que te quier<strong>en</strong>. Si tus <strong>hijo</strong>s te tem<strong>en</strong>, cuando llegas a casa desaparec<strong>en</strong>.Se dispersan. Sub<strong>en</strong> a su cuarto y cierran la puerta, y tú se lo facilitaste ll<strong>en</strong>ándolesla pieza de computadoras, televisores, estéreos y todo lo demás. <strong>En</strong>cambio, si tus <strong>hijo</strong>s te quier<strong>en</strong>, ¡no hay manera de quitártelos de <strong>en</strong>cima!<strong>En</strong> cuanto llegas a casa, reclaman tu at<strong>en</strong>ción, se te pr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a las piernas, teagarran de los pantalones. Ap<strong>en</strong>as te has s<strong>en</strong>tado, se te sub<strong>en</strong> al regazo. Tesi<strong>en</strong>tes como <strong>un</strong> trapecio ambulante —pero también te si<strong>en</strong>tes amado.Ser padres exige, <strong>en</strong>tre otras cosas, que nos hagamos vulnerables. Mi esposa yyo lo sabemos bi<strong>en</strong>. <strong>En</strong> nuestra experi<strong>en</strong>cia hay pocas cosas que estrecharonlos lazos con nuestros <strong>hijo</strong>s como las ocasiones <strong>en</strong> que hicimos <strong>un</strong>a montañade <strong>un</strong> grano de ar<strong>en</strong>a y les pedimos perdón tan pronto nos dimos cu<strong>en</strong>ta deello. Ocasiones como ésas sirv<strong>en</strong> para recordarnos que tanto los niños como<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


El poder de <strong>un</strong> abrazo3los adultos dep<strong>en</strong>demos de la promesa de que cada mañana empezamos d<strong>en</strong>uevo. Hay que darles la misma oport<strong>un</strong>idad hoy, por mal que se hayan portadoayer. Deb<strong>en</strong> s<strong>en</strong>tirse seguros de que los acompañamos <strong>en</strong> sus batallas, seangrandes o pequeñas, no <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de protegerlos sino de apoyarlos.Toda familia t<strong>en</strong>drá sus altibajos, sus mom<strong>en</strong>tos difíciles, sus dramas embarazosos.<strong>En</strong> cuanto a emociones, nada es tan complejo—a<strong>un</strong>que tampocotan hermoso—como las relaciones emocionales <strong>en</strong>tre padres e <strong>hijo</strong>s. Y a esot<strong>en</strong>emos que aferrarnos cuando creemos no poder aguantar más.Ya he m<strong>en</strong>cionado a Janusz Korczak, respetado <strong>en</strong> toda Europa por susescritos sobre los niños. A Korczak, médico y educador, se le confirió el títulode Rey de los Niños por la abnegación con la cual se dedicó a los huérfanos <strong>en</strong>el ghetto de Varsovia. N<strong>un</strong>ca se cansó de recordar a los demás cómo se si<strong>en</strong>te<strong>un</strong> niño <strong>en</strong> el m<strong>un</strong>do de los adultos; siempre recalcó la importancia de educar“con el corazón” y no “con la cabeza”.Su insist<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> lo que llamaba “acompañar al niño” no era teoría abstracta.El 6 de agosto de 1942, las autoridades nazis j<strong>un</strong>taron <strong>en</strong> el ghetto a losdosci<strong>en</strong>tos huérfanos <strong>en</strong> su cuidado, para cargarlos <strong>en</strong> tr<strong>en</strong>es con destino a lascámaras de gas de Treblinka. Korczak rechazó la ayuda de amigos no judíosque le habían preparado la huida. <strong>En</strong> lugar de ello, decidió acompañar a losniños <strong>en</strong> aquel viaje de horror que los llevó a la muerte.Pocas historias de abnegación son tan conmovedoras y fantásticas como lade Korczak. Quizás se debe al abismo que nos separa de aquella in<strong>en</strong>arrablesituación que exigió su sacrificio. A<strong>un</strong>que ha transcurrido tanto tiempo <strong>en</strong>tresu época y la nuestra, innumerables niños todavía sufr<strong>en</strong> hoy porque les falta<strong>un</strong> protector como Korczak, <strong>un</strong> adulto que los tome de la mano y se mant<strong>en</strong>gaa su lado, pase lo que pase.Por ello, las últimas palabras registradas de Korczak, además de que evocansu heroísmo para qui<strong>en</strong>es vivimos <strong>en</strong> relativa paz y prosperidad, son <strong>un</strong> retopara qui<strong>en</strong>es han criado o aspiran a criar <strong>hijo</strong>s: “Al niño <strong>en</strong>fermo no lo dejamossolo <strong>en</strong> la noche”, dijo. “Y a estos niños no los podemos dejar solos <strong>en</strong> <strong>un</strong>mom<strong>en</strong>to como éste”.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


5. Hechos sí, palabras noNo t<strong>en</strong>gas cuidado si tus <strong>hijo</strong>s n<strong>un</strong>ca te prestan oído. Pero sí t<strong>en</strong>cuidado: siempre te están observando.r o b e r tf u l g h u mEl autor de <strong>un</strong>a reci<strong>en</strong>te com<strong>un</strong>icación sobre los estudiantes sec<strong>un</strong>dariosde Tokio nota que suele pres<strong>en</strong>tarse al típico adolesc<strong>en</strong>te japonés como<strong>un</strong> obsesionado con el éxito académico. Empero, para muchos la realidad esotra: “<strong>En</strong> los últimos cinco años, <strong>en</strong>tre los estudiantes de sec<strong>un</strong>daria se ha visto<strong>un</strong> aum<strong>en</strong>to vertiginoso de promiscuidad sexual, abuso de bebidas alcohólicasy delincu<strong>en</strong>cia. <strong>En</strong> lugar de largas horas de estudio y conc<strong>en</strong>tración absoluta<strong>en</strong> los exám<strong>en</strong>es y <strong>en</strong> <strong>un</strong>a carrera o profesión… hoy la divisa de chicas y muchachos<strong>en</strong>tre 15 y 18 años parece ser que lo más importante es divertirse”.El autor reconoce que alg<strong>un</strong>as de las afirmaciones escandalosas que oyóbi<strong>en</strong> pued<strong>en</strong> haber sido exageradas; por ejemplo, <strong>un</strong> grupo de muchachas ledijeron que no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> novios, sólo “amigos de sexo”. Sin embargo, muchos estudiantesconfirmaron que la vida cotidiana consiste <strong>en</strong> <strong>un</strong> ciclo incesante decompras, sexo, drogas y visitas a los salones dedicados al bronceo artificial dela piel. Es alarmante el número de adolesc<strong>en</strong>tes hartos de escuchar los eternossermones sobre la virtud del trabajo; abandonan los estudios sec<strong>un</strong>darios y


Hechos sí, palabras no1optan por las atracciones de la vida nocturna <strong>en</strong> las grandes ciudades.“Una o dos g<strong>en</strong>eraciones atrás, esos jóv<strong>en</strong>es quizás se habrían escapado decasa”, le dijo al periodista <strong>un</strong> consejero de adolesc<strong>en</strong>tes. “Pero hoy <strong>en</strong> día muchospadres prefier<strong>en</strong> no meterse <strong>en</strong> los conflictos emocionales de sus <strong>hijo</strong>s, ylos que se escapan son pocos, dada la libertad que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong> el hogar… Por log<strong>en</strong>eral la g<strong>en</strong>te prefiere disfrutar de la vida, y poco a poco se vuelv<strong>en</strong> indifer<strong>en</strong>teshacia sus <strong>hijo</strong>s”. (Es notable que el artículo no cita opiniones de padreso madres. Quizás no estaban disponibles para las <strong>en</strong>trevistas, o simplem<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o querían hablar. Sea como fuere, los <strong>hijo</strong>s dieron amplia prueba de que susprog<strong>en</strong>itores no repres<strong>en</strong>tan <strong>un</strong> papel muy importante <strong>en</strong> sus vidas.)A qui<strong>en</strong>es no están <strong>en</strong> contacto con los adolesc<strong>en</strong>tes de hoy—no sólo losde Tokio sino de toda gran ciudad “occid<strong>en</strong>talizada”—esa indifer<strong>en</strong>cia pareceráchocante. Pero no ha de sorpr<strong>en</strong>dernos. Es la consecu<strong>en</strong>cia lógica de <strong>un</strong>ambi<strong>en</strong>te cultural f<strong>un</strong>dado <strong>en</strong> la ilusión de que lo único que importa es ganarmucho dinero y divertirse. ¿Para qué molestarnos y trabajar tanto, si podemosir de juerga hoy mismo, a costa de nuestros padres?Pregúntele a cualquier madre o padre lo que opina de la t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia queacabo de describir, y le darán miradas perplejas o respuestas desafiantes. “¿Quépi<strong>en</strong>so yo? Es <strong>un</strong> escándalo. Yo n<strong>un</strong>ca le permitiría a mi hija…” <strong>En</strong> su fuerointerno, hasta el más disf<strong>un</strong>cional de los padres sabe lo que es bu<strong>en</strong>o o malopara sus <strong>hijo</strong>s. Desgraciadam<strong>en</strong>te, hay <strong>un</strong> abismo <strong>en</strong>tre saber cómo quiero quese comporte mi hija y conseguir que ella actúe de acuerdo, y <strong>en</strong> muchos hogaresno se ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> pu<strong>en</strong>tes sobre ese abismo. Se habla mucho, pero el m<strong>en</strong>saj<strong>en</strong>o llega.Sin duda, los padres de aquellos adolesc<strong>en</strong>tes japoneses los han exhortadomás de <strong>un</strong>a vez que consider<strong>en</strong> su porv<strong>en</strong>ir, su salud y su obligación de aportaralgo a la sociedad. Pero los <strong>hijo</strong>s no son tontos; sab<strong>en</strong> muy bi<strong>en</strong> que, <strong>en</strong>realidad, sus padres se preocupan más por que saqu<strong>en</strong> bu<strong>en</strong>as notas que por subi<strong>en</strong>estar. Por lo tanto, se rebelan.Está muy g<strong>en</strong>eralizado el estereotipo de que la angustia adolesc<strong>en</strong>te no es<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras nomás que “<strong>un</strong>a fase”. Al adolesc<strong>en</strong>te siempre le ha exacerbado la autoridad desus padres; eso no cambiará. Sin embargo, cuando la rebeldía se convierte <strong>en</strong><strong>un</strong> hábito, no podemos pasarlo por alto. T<strong>en</strong>emos que buscar los motivos másallá de las apari<strong>en</strong>cias. Los adolesc<strong>en</strong>tes de hoy, ¿contra qué se rebelan contanta vehem<strong>en</strong>cia?Para mí la respuesta es simple: contra la hipocresía. Admito que es <strong>un</strong>apalabra fuerte, y quizás sea injusta. Pero es la triste verdad que hay padres cuyaconducta contradice las normas de comportami<strong>en</strong>to que exig<strong>en</strong> de sus <strong>hijo</strong>s.Véase el angustiado desahogo de <strong>un</strong>a estudiante <strong>un</strong>iversitaria <strong>en</strong> Texas, qui<strong>en</strong>,después de la masacre de Columbine, se sintió obligada a explicar por qué, asu modo de ver, las cosas “se habían puesto tan malas”.<strong>En</strong>ti<strong>en</strong>dan, por favor, que las preg<strong>un</strong>tas que sigu<strong>en</strong> no son únicam<strong>en</strong>te mías;son las preg<strong>un</strong>tas de toda <strong>un</strong>a g<strong>en</strong>eración que lucha por hacerse adultos y <strong>en</strong>contraralgún s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> este m<strong>un</strong>do. Nos llaman la g<strong>en</strong>eración “posterior”;más a propósito sería llamarnos la g<strong>en</strong>eración “¿por qué?”¿Por qué mintieron, la mayoría de ustedes, cuando profesaron votos demant<strong>en</strong>erse <strong>un</strong>idos “hasta que la muerte nos separe”?¿Por qué se <strong>en</strong>gañan con la idea de que, a la larga, el divorcio es lo mejorpara los <strong>hijo</strong>s?¿Por qué tantas madres y padres divorciados pasan más tiempo con susnuevos amantes que con sus <strong>hijo</strong>s?¿Por qué sucumbieron a la idea de que personas extrañas <strong>en</strong> <strong>un</strong>a guarderíainfantil brindan el mismo cuidado a sus <strong>hijo</strong>s como mamá o papá?¿Por qué desprecian a las madres (o los padres) que optan por dejar suempleo y quedarse <strong>en</strong> casa para criar a sus <strong>hijo</strong>s?¿Por qué desean que guardemos algo de nuestra inoc<strong>en</strong>cia infantil, y almismo tiempo nos permit<strong>en</strong> ver películas de cont<strong>en</strong>ido viol<strong>en</strong>to?¿Por qué nos permit<strong>en</strong> malgastar innumerables horas <strong>en</strong> el Internet, y seescandalizan porque apr<strong>en</strong>demos a fabricar bombas?¿Por qué ti<strong>en</strong><strong>en</strong> tanto miedo de decirnos que no, de vez <strong>en</strong> cuando?Llám<strong>en</strong>nos lo que quieran, pero se sorpr<strong>en</strong>derán al ver que no nos amoldamosa sus prolijas categorías… Ha llegado la hora de cosechar lo que<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras no3sembraron. A<strong>un</strong>que no lo crean, les aseguro que [Columbine] parecerá insignificanteal lado de lo que podría ocurrir cuando la desamparada g<strong>en</strong>eración“¿por qué?” llegue al poder.Por más que estas preg<strong>un</strong>tas puedan <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse como otras tantas acusaciones,a mi parecer cada <strong>un</strong>a de ellas es válida; padres y madres ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la obligaciónde tomarlas <strong>en</strong> serio. Los problemas que plantean son complejos, y sería difícilanalizarlos aquí. Pero ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>un</strong> tema c<strong>en</strong>tral común a todas, y es la percepciónque se ha dif<strong>un</strong>dido <strong>en</strong>tre los jóv<strong>en</strong>es adultos de que sus prog<strong>en</strong>itores son <strong>un</strong>osimpostores.A<strong>un</strong>que de manera más bi<strong>en</strong> sutil, la hipocresía se nota desde ya muy temprano<strong>en</strong> la educación. Son clásicos los ejemplos de confusión para el niño:oye <strong>un</strong>a cosa <strong>en</strong> la escuela y otra <strong>en</strong> el hogar; el padre le dice <strong>un</strong>a cosa y lamadre otra; hoy <strong>un</strong>a maestra introduce ciertas reglas <strong>en</strong> su clase, y mañanavi<strong>en</strong>e otra a imponer pautas difer<strong>en</strong>tes. Lo mismo sucede si los padres soninconsecu<strong>en</strong>tes, por ejemplo, cuando el niño que acaba de apr<strong>en</strong>der <strong>un</strong>a normade conducta descubre que sus padres no la respetan por algún pretexto, yhac<strong>en</strong> excepciones. <strong>En</strong> g<strong>en</strong>eral, todo eso es relativam<strong>en</strong>te inof<strong>en</strong>sivo. Es partede la vida.Ahora bi<strong>en</strong>, el as<strong>un</strong>to se pone más serio si le <strong>en</strong>señamos al niño, “haz lo quedigo, pero no lo que hago”. Es más común de lo que se cree. <strong>En</strong> <strong>un</strong>a situacióntras otra, <strong>en</strong>tre bromas y veras, el niño apr<strong>en</strong>de que nada es tan blanquinegrocomo para que se pueda distinguir claram<strong>en</strong>te lo malo de lo bu<strong>en</strong>o —hasta queti<strong>en</strong>e la mala suerte de tomar <strong>un</strong>a decisión equivocada. <strong>En</strong>tonces lo castigamospor su falta de juicio. Y siempre le parecerá que el castigo ha sido injusto.T<strong>en</strong>go <strong>hijo</strong>s y nietos, y sé cuán difícil es ser consecu<strong>en</strong>te y, por otro lado,cuán fácil es dar señales confusas sin percatarnos. <strong>En</strong> mis más de treinta añosde aconsejar a ci<strong>en</strong>tos de adolesc<strong>en</strong>tes, sé cuán susceptibles son los jóv<strong>en</strong>es am<strong>en</strong>sajes <strong>en</strong>contrados y límites mal definidos, que ellos no demoran <strong>en</strong> resistirpor ser claros indicios de la hipocresía de sus padres. Pero también heapr<strong>en</strong>dido que el peor conflicto familiar se resuelve fácilm<strong>en</strong>te, si los padres<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras noti<strong>en</strong><strong>en</strong> la humildad de admitir que sus expectativas eran imprecisas o injustas;la mayoría de los jóv<strong>en</strong>es no tardarán <strong>en</strong> responder y perdonar.Bi<strong>en</strong> sabido es que los <strong>hijo</strong>s a m<strong>en</strong>udo son reflejo de sus padres —<strong>en</strong> sus accionesy actitudes, su comportami<strong>en</strong>to y sus rasgos personales. Mi abuelo solíadecir que <strong>un</strong> niño es como <strong>un</strong> barómetro: registra de modo visible las influ<strong>en</strong>ciasy presiones tanto positivas como negativas que lo afectan. A m<strong>en</strong>udo, laalegría y la seguridad, la g<strong>en</strong>erosidad y el optimismo se manifiestan <strong>en</strong> el niño<strong>en</strong> el mismo grado como <strong>en</strong> sus padres. Lo mismo ocurre con las emocionesnegativas. Cuando <strong>un</strong> niño detecta ira, cobardía, inseguridad o intolerancia <strong>en</strong><strong>un</strong> adulto—más aún cuando él mismo es el objeto de esas emociones—al pocotiempo también las veremos <strong>en</strong> él.<strong>En</strong> Los hermanos Karamázov de Dostoievski, el padre Zósima nos recuerdaque esa s<strong>en</strong>sibilidad infantil es tan aguda que, sin apercibirnos de ello, moldeamosel carácter de los niños; nos aconseja considerar el efecto de lo quedecimos y hacemos <strong>en</strong> su pres<strong>en</strong>cia:Cada día, cada hora, cada minuto, obsérvate y procura que tu imag<strong>en</strong> sealuminosa. Pasas cerca de <strong>un</strong> niño, pasas colérico, dejas escapar <strong>un</strong>a mala palabra,ll<strong>en</strong>a de ira el alma; tú quizá ni te has dado cu<strong>en</strong>ta de la pres<strong>en</strong>cia delniño, pero él te ha visto y es posible que tu imag<strong>en</strong> desagradable y of<strong>en</strong>sivase quede grabada <strong>en</strong> su corazoncito indef<strong>en</strong>so. Tú no lo sabías, pero quizáshas arrojado ya <strong>en</strong> él <strong>un</strong>a semilla mala, que quizá germine, y todo ello… porno haber educado <strong>en</strong> ti el amor circ<strong>un</strong>specto y activo. 4A difer<strong>en</strong>cia de los inoc<strong>en</strong>tes de la época de Dostoievski, los niños de hoyestán expuestos a <strong>un</strong> continuo bombardeo de imág<strong>en</strong>es y expresiones cuyosefectos son capaces de desbaratar el cuidado que recib<strong>en</strong> de los adultos máscercanos a ellos —sus padres y maestros. Me refiero, por supuesto, a los mediosde com<strong>un</strong>icación—los noticiosos, la industria del <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to, el Internet—que,<strong>en</strong> millones de hogares de nuestro planeta, han suplantado a lospadres como última autoridad.4Fiodor M. Dostoievski, Los hermanos Karamázov, Ediciones Cátedra, S.A., Madrid, págs. 497-498.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras noHay padres que se deshac<strong>en</strong> por inf<strong>un</strong>dir <strong>un</strong> s<strong>en</strong>tido de responsabilidad ycompasión <strong>en</strong> sus <strong>hijo</strong>s. Pero con razón nos advierte Mary Pipher (especialista<strong>en</strong> cuestiones de familia) que la televisión, cada vez que se pr<strong>en</strong>de y mi<strong>en</strong>traspermanezca pr<strong>en</strong>dida, ti<strong>en</strong>de a cautivar la exclusiva at<strong>en</strong>ción del niño. <strong>En</strong>otras palabras, la televisión ti<strong>en</strong>e mayor influ<strong>en</strong>cia que los padres, y cuandohay discrepancia, ya sabemos quién v<strong>en</strong>cerá: “Por primera vez <strong>en</strong> la historia dela humanidad, los niños ya no apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> cómo comportarse por observar a laspersonas que los rodean, sino vi<strong>en</strong>do la televisión”.No cabe duda de que muchos padres hac<strong>en</strong> vali<strong>en</strong>tes esfuerzos por educar asus <strong>hijo</strong>s. Pero a cada vuelta del camino, nuestra cultura socava esos esfuerzos,por bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionados que sean. Formar <strong>un</strong>a familia exige el máximo empeño,y a pesar de nuestra mejor bu<strong>en</strong>a vol<strong>un</strong>tad, no somos los modelos quedeberíamos ser para nuestros <strong>hijo</strong>s. Y no es culpa de <strong>un</strong> poder vago y siniestrollamado “Hollywood”, sino de cada padre y cada madre.Tómese por ejemplo la viol<strong>en</strong>cia, real o simulada. Es <strong>un</strong> tema que preocupaa todo el m<strong>un</strong>do, y nadie duda que es nociva para los niños. Pero, ¿qué hacemospara remediarlo? Muy poco —desde los sacrosantos recintos del Congreso<strong>en</strong> Washington hasta las más humildes vivi<strong>en</strong>das. Al escribir sobre el horror deColumbine <strong>en</strong> el estado de Colorado, la novelista Barbara Kingsolver ap<strong>un</strong>taque, <strong>en</strong> vez de hacer fr<strong>en</strong>te a las verdaderas fuerzas que am<strong>en</strong>azan a nuestros<strong>hijo</strong>s, a m<strong>en</strong>udo las trivializamos.Tras el terror de los asesinatos <strong>en</strong> el colegio sec<strong>un</strong>dario Columbine de Littleton,Colorado, t<strong>en</strong>emos el espectáculo de toda <strong>un</strong>a nación pasmada. Porfrustrado y atorm<strong>en</strong>tado que se si<strong>en</strong>ta <strong>un</strong> estudiante, ¿cómo es que pi<strong>en</strong>sasalir de sus apuros con bombas y armas de fuego?Si realm<strong>en</strong>te nos preocupa esta preg<strong>un</strong>ta, deberíamos haber com<strong>en</strong>zadoa plantearla hace tiempo. ¿Por qué persiste <strong>un</strong>a nación <strong>en</strong>tera <strong>en</strong> aceptarla viol<strong>en</strong>cia como manera honorable de expresar su desaprobación, comopasó <strong>en</strong> Yugoslavia, Irak, el Sudán y Waco 5 ? Cuando estamos hartos de los5Localidad <strong>en</strong> el estado de Texas, donda, <strong>en</strong> abril de 1993, perecieron 76 personas <strong>en</strong> <strong>un</strong> ataque armadopor ag<strong>en</strong>tes de la FBI contra la com<strong>un</strong>a Branch Davidians.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras noinfames atorm<strong>en</strong>tadores, creemos poder <strong>en</strong>contrar soluciones con bombas yarmas de fuego. ¿Por qué?“No trivialicemos esta horrible tragedia, como si no la <strong>en</strong>t<strong>en</strong>diéramos”, advierteBarbara Kingsolver. Nos apaciguamos con la idea de que “no tuvo ningúns<strong>en</strong>tido”, y por lo tanto no exige ning<strong>un</strong>a reacción de parte de nosotros. Unavez cumplido el luto de rigor, seguimos vivi<strong>en</strong>do como si no hubiera pasadonada. Hace falta la audacia de reconocer que sí, que era de esperar.<strong>En</strong> la medida que ello esté a su alcance, todo niño imita el comportami<strong>en</strong>tode los adultos. Nuestros <strong>hijo</strong>s se crían <strong>en</strong> <strong>un</strong> país donde los hombresmás importantes e influy<strong>en</strong>tes—de presid<strong>en</strong>tes hasta héroes de la pantalla—resuelv<strong>en</strong>los conflictos matando a otra g<strong>en</strong>te. Es, pues, lógico que hayamuchachos qui<strong>en</strong>es, desesperados por granjearse admiración e influ<strong>en</strong>cia,recurr<strong>en</strong> a las bombas y las armas de fuego. Y no es de sorpr<strong>en</strong>der que lo deLittleton haya ocurrido <strong>en</strong> <strong>un</strong> barrio de clase media —muy as<strong>en</strong>tada está laviol<strong>en</strong>cia institucional <strong>en</strong> los suburbios. No cond<strong>en</strong>es al “gangsta rap” <strong>en</strong>casa de tu hermano antes de haber inspeccionado el P<strong>en</strong>tágono <strong>en</strong> la tuya. Latragedia de Littleton es producto innegable de <strong>un</strong>a cultura que, con orgullo,clama a voz <strong>en</strong> cuello por <strong>un</strong> tiroteo de proporción m<strong>un</strong>dial. Esa culturasomos nosotros.A los adultos nos parece obvio que todos matan—los nazis, los marines,“el Exterminador” y la policía de Nueva York—a<strong>un</strong>que mat<strong>en</strong> por motivosmuy difer<strong>en</strong>tes. Pero, como sabe todo padre, los niños son capaces de ver larealidad detrás de las artimañas que inv<strong>en</strong>tamos para disimularla.He aquí lo que v<strong>en</strong>: El asesinato es <strong>un</strong> exaltado instrum<strong>en</strong>to de dominioy castigo y, <strong>en</strong> los Estados Unidos, qui<strong>en</strong> no lo apoya es objeto de burla.Seamos realistas. La mayoría de los estado<strong>un</strong>id<strong>en</strong>ses creemos que es necesariomatar para preservar nuestro estilo de vida, a<strong>un</strong>que corramos el riesgode disparar <strong>en</strong> el blanco equivocado, bombardeando a poblaciones civiles ocond<strong>en</strong>ando a personas inoc<strong>en</strong>tes a la p<strong>en</strong>a de muerte.Si es ésta tu posición, me preg<strong>un</strong>to si estarías dispuesto a ir a Littletony explicarles a alg<strong>un</strong>as de las madres el concepto del “riesgo aceptable”. Heaquí el s<strong>en</strong>tido de “nuestro estilo de vida” <strong>en</strong> <strong>un</strong>a sociedad que ha abrazado<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras nola viol<strong>en</strong>cia. De mil maneras hemos <strong>en</strong>señado a nuestros <strong>hijo</strong>s… que el tipomalo merece morir…¿Te parece extremo? No nos <strong>en</strong>gañemos. La muerte es <strong>un</strong>a situación extrema,y los niños prestan at<strong>en</strong>ción.La manera retorcida <strong>en</strong> que tratamos la viol<strong>en</strong>cia es más que <strong>un</strong> f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>omeram<strong>en</strong>te social o político; <strong>en</strong>contramos sus raíces <strong>en</strong> la sala de cada hogar.El problema va mucho más allá de la viol<strong>en</strong>cia. Es inútil querer educar a <strong>un</strong>niño con respecto a cualquier vicio o virtud mi<strong>en</strong>tras lo que hacemos contradigalo que decimos.El sexo es otro terr<strong>en</strong>o <strong>en</strong> el cual incluso padres bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionados suel<strong>en</strong>desori<strong>en</strong>tar a sus <strong>hijo</strong>s. Cuando no es por hipocresía, es porque les dan señalescontradictorios e ideas confusas. Al igual que la viol<strong>en</strong>cia, la educación sexuales objeto de gran preocupación por parte de muchos padres, y es <strong>un</strong> tema muydiscutido. Pero somos indecisos <strong>en</strong> qué decir a nuestros <strong>hijo</strong>s e hijas, cómodecirlo y cuándo, y mi<strong>en</strong>tras tanto olvidamos lo más importante: la influ<strong>en</strong>ciaque ti<strong>en</strong><strong>en</strong> nuestras propias acciones. Mi<strong>en</strong>tras no com<strong>en</strong>cemos a vivir demanera acorde con nuestras convicciones—mi<strong>en</strong>tras no exijamos de nosotroslo que exigimos de nuestros <strong>hijo</strong>s—fracasaremos <strong>en</strong> nuestros esfuerzos pordemostrar la integridad de carácter.Sobre la dificultad que t<strong>en</strong>emos los padres crey<strong>en</strong>tes de transmitir nuestrosvalores a la próxima g<strong>en</strong>eración, el pastor Blumhardt nos previ<strong>en</strong>e contranuestra prop<strong>en</strong>sión a moralizar y sermonear, y contra la ilusión de que llevara los pequeños a la iglesia sea de provecho para ellos. “Mi<strong>en</strong>tras Cristo vivasólo <strong>en</strong> tu Biblia… y no <strong>en</strong> tu corazón”, dice Blumhardt, “tus esfuerzos porque tus <strong>hijo</strong>s se acerqu<strong>en</strong> al Señor ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que fallar”. El m<strong>en</strong>saje es evid<strong>en</strong>te,cualquiera sea nuestra fe o aus<strong>en</strong>cia de fe.Ryan, <strong>un</strong> jov<strong>en</strong> preso cuya educación ejemplar <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>o de <strong>un</strong>a familia“religiosa” no era más que fachada, <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de eso bi<strong>en</strong>. Asistió desde el primergrado a <strong>un</strong>a escuela católica privada, donde era <strong>un</strong> estudiante muy popular—t<strong>en</strong>ía muchos amigos y era el payaso de su clase. Atleta prometedor, Ryan<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras nojugaba al béisbol, baloncesto, fútbol y hockey; también era cristiano modelo,asistía regularm<strong>en</strong>te a la iglesia y llegó incluso a ser monaguillo. Sin embargo,no era feliz.<strong>En</strong> mi casa todo giraba <strong>en</strong> torno al dinero y al “qué dirán los vecinos”. Deafuera todo pintaba bi<strong>en</strong>. Mi familia había logrado lo que <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral sellama “éxito”. Pero detrás de la puerta había esc<strong>en</strong>as de viol<strong>en</strong>cia m<strong>en</strong>tal yemocional.Mi padre trabajaba duro, dieciséis horas al día, para asegurar el éxito desu empresa, y yo lo veía muy poco. Por otro lado, mi madre estaba fuerade todo control: era viol<strong>en</strong>ta como <strong>un</strong> gato montés y extremadam<strong>en</strong>teegoísta. T<strong>en</strong>ía <strong>un</strong>a l<strong>en</strong>gua afilada como <strong>un</strong> cuchillo; no la usaba para hablar—siempre gritaba. N<strong>un</strong>ca se mostraba cariñosa, n<strong>un</strong>ca decía “te quiero” o“lo lam<strong>en</strong>to”, a<strong>un</strong> cuando no estaba con <strong>un</strong>a de sus rabietas. ¡Le fastidiabaser madre! Y las palabras que empleaba herían, herían de verdad: “No eresmás que <strong>un</strong>a visita <strong>en</strong> mi casa”, me increpaba. “¿Por qué no te me quitas de<strong>en</strong>cima? Vete y haz algo de provecho”. Cuando llegué a la adolesc<strong>en</strong>cia mes<strong>en</strong>tía torpe y aplastado. Carecía de autoestima.<strong>En</strong> cuanto a religión, toda la familia iba a la iglesia <strong>en</strong> Navidad y PascuaFlorida (el resto del año yo iba solo), pero las únicas veces <strong>en</strong> que oí a mimadre referirse a Dios <strong>en</strong> casa era para justificar alg<strong>un</strong>a regla o castigo. <strong>En</strong>casa no había Biblia. Imagínese la situación: usted, que ni siquiera cree <strong>en</strong>Dios, manda a sus <strong>hijo</strong>s a <strong>un</strong>a escuela católica…<strong>En</strong> la sec<strong>un</strong>daria me rodeé de malas compañías y com<strong>en</strong>cé a experim<strong>en</strong>tarcon drogas y alcohol. Supongo que lo hice para “ponerme a tono”. Despuésempecé a robar para costear mi adicción. A los dieciocho años ya había int<strong>en</strong>tadosuicidarme y me habían det<strong>en</strong>ido por asalto a mano armada. Terminé<strong>en</strong> <strong>un</strong> c<strong>en</strong>tro de rehabilitación para drogadictos. Más tarde ingresé<strong>en</strong> la marina, de la cual me expulsaron porque <strong>un</strong>a prueba de cocaína diopositiva…¿Mis relaciones con otra g<strong>en</strong>te? Lo único positivo que puedo alegar esque n<strong>un</strong>ca embaracé a <strong>un</strong>a mujer. Pero durante toda mi vida de adulto hem<strong>en</strong>tido, <strong>en</strong>gañado y robado. N<strong>un</strong>ca devolví <strong>un</strong> préstamo, n<strong>un</strong>ca pagué impuestos,n<strong>un</strong>ca tuve <strong>un</strong>a cu<strong>en</strong>ta bancaria por más de seis meses. He vivido<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras no<strong>en</strong> autos, <strong>en</strong> bancos del parque, <strong>en</strong> sofás de personas desconocidas y <strong>en</strong> hospitales.Decir todo esto me pone muy incómodo porque estoy acostumbrado aocultarme tras la máscara muy favorable de mi intelecto, mi <strong>en</strong>canto, miatractivo. Quizás Dios todavía me ama, pero siempre temo que la g<strong>en</strong>te saldríacorri<strong>en</strong>do si conociera mi pasado. Y lo peor que me podría pasar ahoraes sufrir el dolor de s<strong>en</strong>tirme rechazado…A nadie le cuesta admitir que existe el mal y que es <strong>un</strong>a plaga. Pero todo elm<strong>un</strong>do finge poder v<strong>en</strong>cerlo mediante la consabida trampa religiosa: haz tusoraciones, presta at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> clase y toma tus vitaminas. ¡Como si eso fueratodo lo que nos hace falta!<strong>En</strong> el hogar de Cindi, que hoy trabaja <strong>en</strong> la asist<strong>en</strong>cia social para jóv<strong>en</strong>es, nose practicaba ning<strong>un</strong>a religión. Ni el padre ni la madre la maltrataron. Pero elabismo <strong>en</strong>tre las promesas que hizo su padre de amar a sus <strong>hijo</strong>s, y el hechode haber abandonado a su familia cuando Cindi t<strong>en</strong>ía cinco años de edad,la dejó con cicatrices indelebles. Al igual que Ryan, Cindi sabe que, sea cualfuere la causa por la cual se deshilacha la familia, muchas veces hay <strong>un</strong> niño depor medio, a qui<strong>en</strong> se le ha marginado <strong>en</strong> favor de prioridades que los adultosconsideran más importantes. Y también sabe que a veces resulta imposiblem<strong>en</strong>tirle a <strong>un</strong> niño.Nos s<strong>en</strong>taron a los cuatro <strong>en</strong> el sofá. Yo t<strong>en</strong>ía cinco años. Usaron esa palabra,“divorcio”, y yo ni sabía lo que significaba, pero levanté la vista y vi que mihermano mayor empezó a llorar. <strong>En</strong>tonces supe que algo andaba mal y com<strong>en</strong>céa llorar yo también. Luego, cuando estábamos <strong>en</strong> cama, mamá nospreg<strong>un</strong>tó a cada <strong>un</strong>a con quién queríamos ir a vivir. Por supuesto, no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimosla preg<strong>un</strong>ta, pero cuando se fue al cuarto de los varones, recuerdot<strong>en</strong>er gran miedo de que iban a separarnos de los muchachos; me s<strong>en</strong>tí muyaliviada cuando no fue así.Más tarde esa misma noche bajé a buscar <strong>un</strong> vaso de agua y vi a papá salircon <strong>un</strong>a maleta <strong>en</strong> la mano y su reloj despertador con el cordón <strong>en</strong>rollado.Me miró y me dijo: “Mi amor, n<strong>un</strong>ca olvides que tu papá te quiere”. Y se fue.Ese recuerdo me resulta tan vívido. Se fue, así no más…<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras no0Hoy, ya adulta, no se le nota a Cindi lo que sufrió de niña, ni durante <strong>un</strong>aadolesc<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> la que dio indicios de t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias suicidas. Diariam<strong>en</strong>te ayudaa dec<strong>en</strong>as de mujeres jóv<strong>en</strong>es, poni<strong>en</strong>do su experi<strong>en</strong>cia al servicio de algo positivo.El mismo dolor que am<strong>en</strong>azó con destruirla, hoy la capacita para ofrecerconsejos que otras mujeres, cuya niñez ha sido feliz, son incapaces de brindar.Pero aún así hay mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> que Cindi se preg<strong>un</strong>ta cuál es el significadodel amor.Que <strong>un</strong> padre le diga a su hijita: “Te quiero, mi amor”, y acto seguido laabandona, ¿qué significa? Ahora me resulta difícil hasta confiar <strong>en</strong> el amorde mi esposo…Lo que más recuerdo de mi niñez es ese terrible vacío. Hice todo lo quepude para ll<strong>en</strong>arlo. Pero como no podía ll<strong>en</strong>arlo con el amor de mi padre, lobusqué <strong>en</strong> otras partes.A los catorce años perdí mi virginidad. Había empezado a salir con <strong>un</strong>hombre bastante mayor que yo, y era como si hubiera buscado a qui<strong>en</strong> meguiara o dominara. Al rato empezó a maltratarme. Mi mamá se <strong>en</strong>teró, y <strong>en</strong>seguida puso fin al as<strong>un</strong>to. Por dos años todavía me persiguió el tipo, pero<strong>en</strong> cierto modo no me molestaba; a decir verdad, me halagaba su at<strong>en</strong>ción.Por lo m<strong>en</strong>os algui<strong>en</strong> se interesaba por mí.<strong>En</strong> la sec<strong>un</strong>daria padecí de bulimia además de t<strong>en</strong>er otros problemas.Detestaba quedarme sola. Cuando sola, bebía hasta perder la conci<strong>en</strong>cia,y cuando borracha escribía <strong>en</strong> mi diario. Mis angustias y mi inseguridadt<strong>en</strong>ían que ver con que había desaparecido mi padre. Lloraba sin cesar ypreg<strong>un</strong>taba por qué no volvía a casa… Hoy todavía es como si estuvieraesperando que vuelva.Hace tiempo ya que, según las estadísticas, la mayoría de los matrimoniosterminan <strong>en</strong> separación y divorcio. Pero la realidad va mucho más allá delos aislados casos judiciales que apar<strong>en</strong>tan ser. Y por “necesario” que resulte<strong>un</strong> divorcio, hay que t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta cómo lo mira el <strong>hijo</strong> o la hija, más aúncuando toda la vida de ese <strong>hijo</strong> o de esa hija ha sido moldeada—emocional ypsicológicam<strong>en</strong>te—por el divorcio de sus padres.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras no1No obstante, es cruel (e inútil) c<strong>en</strong>surar a parejas que se divorcian. Unaamiga inglesa, cuyo padre se fue de la casa cuando ella era niña, lo describeasí: “Hay adultos cuya vida pasa por <strong>un</strong>a crisis, están desesperados y no v<strong>en</strong>otra solución”. Anne admite que <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral son los niños qui<strong>en</strong>es sufr<strong>en</strong> lasconsecu<strong>en</strong>cias, pero nos recuerda que los adultos también pagan <strong>un</strong> precio.Sin embargo, el dolor causado por <strong>un</strong> divorcio no ti<strong>en</strong>e porqué ser el final.<strong>Tu</strong>ve <strong>un</strong>a madre muy bu<strong>en</strong>a. Incluso después de que optó por divorciarse,porque no veía otra alternativa, permaneció fiel a mí. Sacrificó su dicha personaly buscó empleo de jornada completa para mant<strong>en</strong>erme, y lo que mesostuvo fue su constante devoción. Me dedicó veintiún años, los mejores desu vida.El divorcio deja cicatrices <strong>en</strong> ambos cónyuges y <strong>en</strong> sus <strong>hijo</strong>s, si es quelos ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Pero sé, por experi<strong>en</strong>cia propia, que me salvó la decisión de mimadre de r<strong>en</strong><strong>un</strong>ciar a sus necesidades propias <strong>en</strong> favor de las mías. Me dio laposibilidad de recuperarme. Todavía me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro “a medio camino”, perosé que la pl<strong>en</strong>a salud me será dada.Sin mujeres como Cindi y Anne—es decir, sin la fortaleza del niño para superarlos obstáculos que la hipocresía y las faltas de los adultos pon<strong>en</strong> <strong>en</strong> sucamino—criar <strong>hijo</strong>s sería <strong>un</strong> desafío deprim<strong>en</strong>te. Ellas son prueba de que hayesperanza para toda madre y todo padre, por más ineptos que sean, y por irreparablesque parezcan los errores del pasado.Acerca de las defici<strong>en</strong>cias de los padres y de la fu<strong>en</strong>te de aquella esperanza,escribió Malcolm X:Los niños nos <strong>en</strong>señan <strong>un</strong>a lección que los adultos debemos apr<strong>en</strong>der. Cuandohemos fallado, <strong>en</strong> lugar de s<strong>en</strong>tir vergü<strong>en</strong>za, levantémonos y pongamosmanos a la obra. La mayoría de los adultos somos tan temerosos, tan cautosy, <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia, tan cohibidos e inflexibles… Es por eso que fracasantantos seres humanos. La mayoría de los adultos de mediana edad se hanresignado al fracaso.Conozco a muchos padres que están a p<strong>un</strong>to de desesperar. Ning<strong>un</strong>o de ellost<strong>en</strong>ía mejor excusa para abandonar la lucha que Kareem, <strong>un</strong> cond<strong>en</strong>ado a ca-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras nod<strong>en</strong>a perpetua, cuyo caso he seguido de cerca desde hace varios años.Kareem nació <strong>en</strong> Brooklyn, Nueva York, donde se crió <strong>en</strong> los peores complejosde vivi<strong>en</strong>da subv<strong>en</strong>cionada de la metrópolis. Pasó sus años de sec<strong>un</strong>daria<strong>en</strong> <strong>un</strong>a de las escuelas más letales del país, <strong>en</strong> cuanto a homicidios. Dice quesu niñez terminó a los seis años de edad, la noche cuando <strong>en</strong>contró a su madreahorcada del cielo raso de su cuarto. Más adelante, padre de <strong>un</strong> hijito qui<strong>en</strong>,a la edad de tres años, ya reconocía la difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre el ruido de cohetes, ladetonación del escape automotor y los disparos de revólver, Kareem decidiómudarse a <strong>un</strong>a población <strong>en</strong> nuestra vecindad. Estaba harto del ambi<strong>en</strong>te callejero,desesperado por salir de la continua delincu<strong>en</strong>cia y pobreza que habíaperseguido a su familia por g<strong>en</strong>eraciones.Me <strong>en</strong>teré de Kareem cuando su nombre apareció <strong>en</strong> primera plana deldiario local. Había secuestrado, violado y asesinado a <strong>un</strong>a niña del lugar, deocho años de edad. <strong>En</strong> el curso de los meses que siguieron a su arresto, lo visitévarias veces <strong>en</strong> la cárcel, a veinte minutos de mi casa. Desde <strong>en</strong>tonces he estado<strong>en</strong> contacto con él, a<strong>un</strong>que ahora se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra a ci<strong>en</strong>tos de kilómetros dedistancia, cumpli<strong>en</strong>do <strong>un</strong>a s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de cad<strong>en</strong>a perpetua sin derecho a libertadcondicional.Si bi<strong>en</strong> su arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to le ha proporcionado cierta medida de paz, esposible que Kareem no se libere n<strong>un</strong>ca del peso de su of<strong>en</strong>sa, dada la indeciblemaldad de los delitos que admite haber cometido. (<strong>En</strong> el último año hacambiado totalm<strong>en</strong>te, de modo que sus compañeros de prisión empezarona llamarlo “Rever<strong>en</strong>do” y a pedirle consejo.) Pero carga otro fardo aún máspesado: el saber que, además de ser asesino convicto, es <strong>un</strong> padre cuyo fracasole ha quitado para siempre la posibilidad de educar a su <strong>hijo</strong> tal como <strong>un</strong>a vezlo soñó.Pero su historia no termina aquí. Hace dos años, el <strong>hijo</strong> de Kareem ingresóal tercer grado <strong>en</strong> la escuela de mi parroquia; a partir de ese mom<strong>en</strong>toha florecido y progresado, tanto <strong>en</strong> sus estudios como <strong>en</strong> sus relaciones conqui<strong>en</strong>es lo rodean. El progreso de su <strong>hijo</strong> le ha devuelto al padre la esperanza,<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Hechos sí, palabras no3y Kareem ya no se atorm<strong>en</strong>ta por la suerte de su familia, sino que trata de rescatarel tiempo perdido. <strong>En</strong> la práctica, su paternidad se limita al intercambiode cartas y a las escasas visitas, pero persiste, a<strong>un</strong> a sabi<strong>en</strong>das de que ni el másprof<strong>un</strong>do remordimi<strong>en</strong>to lo librará de los barrotes de su celda.Cuando com<strong>en</strong>cé a escribir este libro, la maestra me mostró <strong>un</strong> poema queel chico compuso p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> su papá:Mi papá es mi hombre favorito, ¿oíste?Me da todo el cariño que puede…Mi papá quiere que yo apr<strong>en</strong>da <strong>en</strong> la escuela:Él cree que apr<strong>en</strong>der es de bu<strong>en</strong>a onda.El día de mi cumpleaños me regaló <strong>un</strong>a bicicleta,porque sabía que eso era lo que yo quería.Me escribe todas las semanas.Yo siempre voy a querer a mi papá…Algún día mi papá y yoveremos la nieve <strong>en</strong> las Montañas Rocosas.<strong>En</strong>contraremos oro,más oro del que podamos cargar.Se lo llevaremos a mi mamá:“¡Mira, mamá, tanto oro!”A cambio de ese oro mi papá podráregresar a casa…Quizás n<strong>un</strong>ca volveré a ver a mi papá,Pero él siempre será mi mejor amigo.Se dice que no son los realistas sino los soñadores qui<strong>en</strong>es cambiarán el m<strong>un</strong>do.Si esto su<strong>en</strong>a hueco o pomposo, es porque nos cuesta creerlo. Son los niñosqui<strong>en</strong>es, con sus miradas ll<strong>en</strong>as de esperanza, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la fuerza para transformarla realidad. Puede ser que a medida que crec<strong>en</strong>, poco a poco perderánsu ing<strong>en</strong>uidad, pero, ¡cuidémonos de robarles su optimismo o empañar sualegría! Vale afirmar los anhelos de <strong>un</strong> niño. Por poco realistas que parezcana nuestros ojos adultos, el m<strong>un</strong>do ti<strong>en</strong>e urg<strong>en</strong>te necesidad de sus sueños.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


6. La solución cómodaHay dos grandes pecados humanosde los cuales derivan todos los demás:la impaci<strong>en</strong>cia y la apatía.f r a n zk a f k aPreg<strong>un</strong>te a equis personas cuáles son los mayores peligros que acechan alos niños de hoy, y le contestarán con <strong>un</strong>a lista bi<strong>en</strong> conocida: desamparoy desnutrición, inadecuada asist<strong>en</strong>cia médica y educación defici<strong>en</strong>te. Yt<strong>en</strong>drán razón. Sin embargo, cuanto más trabajo con niños, más me inquietaotra t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, ap<strong>en</strong>as perceptible, pero que repres<strong>en</strong>ta <strong>un</strong>a am<strong>en</strong>aza de igualgravedad: la prop<strong>en</strong>sión a la evasiva. Llámese comodidad, negación o terquedad—si hay algo que caracteriza nuestra educación, es el hábito de dar laespalda a las situaciones más espinosas y sedarnos con “soluciones” fáciles.Si bi<strong>en</strong> es humano y normal optar por los remedios m<strong>en</strong>os dolorosos, raravez permit<strong>en</strong> éstos <strong>un</strong> <strong>en</strong>foque saludable para educar a nuestros <strong>hijo</strong>s. Por supuesto,la idea misma de que es difícil ser padres, es negativa. Al fin y al cabo,criar al <strong>hijo</strong> que hemos traído al m<strong>un</strong>do debería ser <strong>un</strong> privilegio y <strong>un</strong> deleite,pero son cada vez m<strong>en</strong>os qui<strong>en</strong>es consideran su responsabilidad <strong>en</strong> términostan positivos. La paternidad ya no es <strong>un</strong> deber natural, sino que el gobiernoti<strong>en</strong>e que perseguir a los hombres para que cumplan con sus obligaciones; la


La solución cómodamaternidad es objeto de agresión por <strong>un</strong> lado, y por el otro se le considerasupremo sacrificio; y el amor es reducido a <strong>un</strong> vínculo emocional, algo que sepuede <strong>en</strong>señar y apr<strong>en</strong>der.Casi siempre, las publicaciones especializadas <strong>en</strong> temas de educacióny familia, las revistas y los libros populares tra<strong>en</strong> el mismo m<strong>en</strong>saje: los niñosserán graciosos y <strong>en</strong>cantadores, pero criarlos es tarea ingrata. Por esoaconsejan que de vez <strong>en</strong> cuando las parejas disfrut<strong>en</strong> <strong>un</strong> ext<strong>en</strong>dido fin desemana o vacaciones a solas, o bi<strong>en</strong> <strong>un</strong>a romántica c<strong>en</strong>a a la luz de velas.Y que nadie preg<strong>un</strong>te cómo cab<strong>en</strong> los <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong> esos planes, porque la verdad esque no cab<strong>en</strong> —lo cual es deplorable; es algo muy triste que les suceda a losmatrimonios, ya que más adelante, <strong>en</strong>tre sus horas más felices, recordaránlas que habrán pasado con sus <strong>hijo</strong>s.Las luchas, las dificultades y los sacrificios son igualm<strong>en</strong>te formativos e importantes.Los bu<strong>en</strong>os recuerdos no son más que eso, son bu<strong>en</strong>os; pero son lasmalas rachas que contribuy<strong>en</strong> a fortalecer los lazos <strong>en</strong>tre padres e <strong>hijo</strong>s.¿Por qué nos apresuramos a ver los problemas inher<strong>en</strong>tes a la educaciónde nuestros <strong>hijo</strong>s, y perdemos tan fácilm<strong>en</strong>te de vista la alegría que nos tra<strong>en</strong>?¿Por qué ese afán de protegernos contra el dolor, y por qué somos tan r<strong>en</strong>u<strong>en</strong>tesa aceptar el duro trabajo que conlleva la crianza de <strong>un</strong> niño? ¿Por qué nosasalta la ansiedad de evitar dificultades y somos incapaces de ver la ayuda que<strong>en</strong>cierran? Dos mujeres de mi iglesia respond<strong>en</strong> a esas preg<strong>un</strong>tas. Dice Clare:Quizás sea porque nuestra g<strong>en</strong>eración n<strong>un</strong>ca alcanzó la madurez. Muchosseguimos buscando la pareja perfecta, el auto perfecto u otra felicidad quese nos escapa de las manos. No sabemos lo que significa hacer sacrificios odar g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te sin que nadie se dé cu<strong>en</strong>ta; ni creo que jamás se hayaesperado eso de nosotros…Desde luego, no estamos todos <strong>en</strong> la misma. Jane, madre de cinco <strong>hijo</strong>s, expresalo que pi<strong>en</strong>san muchos:A mi <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der, la maternidad es la tarea más noble que se pueda empr<strong>en</strong>der,porque no es posible ejercerla cuando te conv<strong>en</strong>ga o adaptarla a tus pre-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómodafer<strong>en</strong>cias. Al asumirla como <strong>un</strong>a tarea, debes estar dispuesta a r<strong>en</strong><strong>un</strong>ciar atodo —al tiempo libre, las noches de sueño ininterrumpido, las aficiones ypasatiempos, tus deseos de mant<strong>en</strong>erte <strong>en</strong> bu<strong>en</strong>as condiciones físicas, y todosaquellos pequeños placeres a los cuales creías t<strong>en</strong>er derecho, tales como lasc<strong>en</strong>as a altas horas de la noche y prolongados baños cali<strong>en</strong>tes, o las excursionesde fin de semana y los paseos <strong>en</strong> bicicleta… No digo que todo esose haya vuelto imposible por siempre jamás; pero sí has de estar dispuesta ar<strong>en</strong><strong>un</strong>ciar a todo ello <strong>un</strong>a vez que te decidas a t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s y darles el lugar queles corresponde: el primer lugar.Para muchas mujeres—sobre todo <strong>en</strong> los países subdesarrollados y <strong>en</strong>tre losmarginados de nuestro país—no es cuestión de sacrificio. Placeres como ésosson las v<strong>en</strong>tajas de <strong>un</strong>a vida acomodada, al alcance exclusivo de los pocosprivilegiados. Y a<strong>un</strong>que nuestra opul<strong>en</strong>cia nos permita darlas por s<strong>en</strong>tadas, noestá de más acordarnos de la realidad. No olvidemos tampoco que el progresotecnológico nos ha liberado de casi todas las tareas que realizaban nuestrosabuelos—cortar leña, arar el suelo, <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der la hoguera, traer agua del aljibe—esdecir, de pesada labor física y largas esperas. Pero al mismo tiempo eseprogreso nos ha privado de la formación de carácter que todo aquello conlleva.Como ya no sabemos lo que significa el trabajo duro, no estamos <strong>en</strong> condicionesde transmitir su valor a nuestros <strong>hijo</strong>s.Donde me crié, el trabajo físico formaba parte de la vida diaria. No tuvimosque buscarlo. <strong>En</strong> casa no había agua corri<strong>en</strong>te ni calefacción c<strong>en</strong>tral, y pormuchos años no tuvimos electricidad. Las comidas se cocinaban <strong>en</strong> <strong>un</strong> fogónal aire libre y siempre había leña por cortar y apilar, y agua que cargar. Lahierba se chapeaba con machete; era áspera, maciza y alta, sobre todo despuésde la lluvia. De adolesc<strong>en</strong>te, solía quejarme de las interminables tareas d<strong>en</strong>troy fuera de la casa, pero la firmeza de mis padres no cejó. Hoy se lo agradezco,porque sé que su insist<strong>en</strong>cia me inculcó autodisciplina, conc<strong>en</strong>tración, perseveranciay la aptitud para llevar a cabo lo que se ha empezado —cualidadesindisp<strong>en</strong>sables para ser padre.Conozco a muy pocos padres hoy <strong>en</strong> día que cargan agua, pero se <strong>en</strong>gañan<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómodasi pi<strong>en</strong>san que criar a <strong>un</strong> niño no supone trabajo duro. Hablemos de disciplina,por ejemplo. Mant<strong>en</strong>erme firme y consecu<strong>en</strong>te <strong>en</strong> contra de la vol<strong>un</strong>tadde mi <strong>hijo</strong> a m<strong>en</strong>udo resulta <strong>en</strong>gorroso; más fácil es ceder. No obstante, qui<strong>en</strong>prefiere su comodidad al esfuerzo que cuesta exigir obedi<strong>en</strong>cia, descubriráque, a la larga, el problema sólo va aum<strong>en</strong>tando.El educador alemán Friedrich Wilhelm Foerster (1869 –1966), amigo demis abuelos, solía contar esta historia: Un g<strong>en</strong>eral británico obligaba a su cabalgaduraa doblar cierta esquina, <strong>un</strong>a y otra vez, hasta que la terca yegua dabala vuelta. A la decimonov<strong>en</strong>a t<strong>en</strong>tativa, el animal por fin dobló la esquinacomo él quería. Insignificante <strong>en</strong> sí, ésta es <strong>un</strong>a lección de vital importanciapara todo padre: “N<strong>un</strong>ca cedas antes de haber ganado la batalla”.Solemos evadir cuestiones difíciles simplem<strong>en</strong>te por estar agotados o pors<strong>en</strong>tirnos culpables. ¿Cómo voy a repr<strong>en</strong>der a mi hija si yo, cuando jov<strong>en</strong>,cometí el mismo error? Otras veces le t<strong>en</strong>emos lástima al chico y arreglamoslas cosas para no causar p<strong>en</strong>a. Por lo g<strong>en</strong>eral no hay consecu<strong>en</strong>cias inmediatas;pasamos por alto lo sucedido, nos cont<strong>en</strong>tamos con dar explicaciones y loolvidamos. Pero siempre hay repercusiones, y a veces son muy desagradables.Bea nos da <strong>un</strong> ejemplo clásico:Tres veces <strong>en</strong> el curso de sus estudios sec<strong>un</strong>darios, mi amiga Kate trató desuicidarse. Cada vez había tomado píldoras, y su familia la llevaba corri<strong>en</strong>doal servicio de emerg<strong>en</strong>cia para que le lavaran el estómago. Al poco tiempoestaba de vuelta <strong>en</strong> la escuela, pero n<strong>un</strong>ca le ayudaron de verdad… Unosaños antes, sus padres se habían divorciado y ambos habían vuelto a casarse;pero ning<strong>un</strong>a de las dos parejas la acogió. Querían vivir sus propias vidas, yKate les hacía recordar el pasado; no <strong>en</strong>cajaba <strong>en</strong> sus planes.Paul, otro conocido mío, sufrió angustias similares. Nació fuera de matrimonioy se crió sin padre <strong>en</strong> <strong>un</strong>a pequeña ciudad típica de los Estados Unidos.Para proteger a su <strong>hijo</strong>, la madre evitaba el p<strong>en</strong>oso tema, y su sil<strong>en</strong>cio terminópor transformar la vida del niño <strong>en</strong> <strong>un</strong> infierno.A veces preg<strong>un</strong>taba por mi padre. Mamá me <strong>en</strong>señaba <strong>un</strong>a foto y me decía<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómodaque era <strong>un</strong> hombre intelig<strong>en</strong>te, apuesto y osado, y que quisiera estar connosotros, pero había qui<strong>en</strong>es lo necesitaban más. Tal vez por s<strong>en</strong>tir que leresultaba difícil hablar del tema, no preg<strong>un</strong>té mucho. Pero con el pasar delos años me hice <strong>un</strong>a imag<strong>en</strong> de mi padre: la del héroe de las historietas, elhombre osado que siempre salía <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>a misión para rescatar a personasque se <strong>en</strong>contraban <strong>en</strong> toda clase de apuros.Cuando tuve catorce años descubrí, por <strong>un</strong>a casualidad, quién era mipadre y dónde vivía. También me <strong>en</strong>teré de que hacía casi cuar<strong>en</strong>ta añosque estaba casado con <strong>un</strong>a mujer que no era mi madre. Es extraño p<strong>en</strong>sarloahora, pero creo que n<strong>un</strong>ca me había pasado por la m<strong>en</strong>te la idea de que yo era“ilegítimo” o que mi padre podría t<strong>en</strong>er otros <strong>hijo</strong>s; por lo m<strong>en</strong>os, n<strong>un</strong>ca melo admití a mí mismo…Con mi madre n<strong>un</strong>ca hablé de mis s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos; simplem<strong>en</strong>te dejé quese <strong>en</strong>conas<strong>en</strong> <strong>en</strong> mi fuero interno. <strong>En</strong> mi imaginación, mi padre se convirtió<strong>en</strong> <strong>un</strong> canalla y le t<strong>en</strong>ía odio. Si algui<strong>en</strong> me trataba con amabilidad, mes<strong>en</strong>tía molesto porque sabía que lo hacían por t<strong>en</strong>erle lástima al pobrecito,al bastardo…Me escapé de casa, decidido a demostrar que no necesitaba la ayuda d<strong>en</strong>adie, y acabé rodando por las calles. Com<strong>en</strong>cé a usar drogas, y me salvé dela cárcel sólo porque <strong>un</strong> amigo pagó mi fianza… <strong>Tu</strong>ve otros mom<strong>en</strong>tos deapuro y logré escabullirme; pero mayorm<strong>en</strong>te me evaporaba cuando las cosasse ponían feas. Fui incapaz de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tar mis traspiés. <strong>En</strong> cierta ocasión estabadrogado y falté al trabajo; después me s<strong>en</strong>tí tan avergonzado que corrí de eselugar y n<strong>un</strong>ca volví. Huía constantem<strong>en</strong>te, porque me metía <strong>en</strong> aprietos y noera capaz de quedarme <strong>en</strong> <strong>un</strong> solo sitio para tratar de des<strong>en</strong>redar las cosas.<strong>En</strong> todos lados me s<strong>en</strong>tía atraído por los p<strong>un</strong>tos de contacto de prostituciónhomosexual. No deseaba establecer relaciones duraderas; sólo buscabasexo anónimo, y cuando el as<strong>un</strong>to tomaba cariz de seriedad, me iba a todaprisa.Después de <strong>un</strong>os años de esa vida, me as<strong>en</strong>té <strong>un</strong> poco. Fui a la <strong>un</strong>iversidad,me casé y me convertí <strong>en</strong> <strong>un</strong> bu<strong>en</strong> ciudadano. Pero no era más que <strong>un</strong>afachada. Todavía trataba de escapar del pasado, igual como mis padres… Nof<strong>un</strong>cionó. Mi esposa p<strong>en</strong>saba que yo era <strong>un</strong> hombre honrado, pero yo meescapaba para visitar sex-shops y tomar drogas a escondidas.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómodaDurante todo ese tiempo, solam<strong>en</strong>te ansiaba que me amaran, pero n<strong>un</strong>cadejé que nadie llegara a conocerme de verdad…Las historias de Kate y de Paul muestran que poco importan los motivos porlos cuales reprimimos <strong>un</strong> problema o hacemos la vista gorda. <strong>En</strong> el primercaso, fue por falta de amor; <strong>en</strong> el seg<strong>un</strong>do, fue por el muy compr<strong>en</strong>sible deseode <strong>un</strong>a madre de proteger a su <strong>hijo</strong> y evitar que pasara vergü<strong>en</strong>za. Los resultadosfueron es<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te los mismos: se evadieron las confrontaciones, perono el dolor. Más bi<strong>en</strong>, el dolor se multiplicó.A m<strong>en</strong>udo arreglamos <strong>un</strong> embrollo de manera superficial. No hay nadamalo <strong>en</strong> buscar la salida conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te, pero el remedio fácil rara vez es el mejor.A decir verdad, la solución más cómoda a m<strong>en</strong>udo <strong>en</strong>cubre la mayor am<strong>en</strong>aza.Pero esta opinión no goza de popularidad <strong>en</strong> el país de comidas rápidas, tarjetasde crédito, y televisión las veinticuatro horas al día.Nadie puede negar que media hora <strong>en</strong> <strong>un</strong>a cafetería ahorra dos <strong>en</strong> la cocina;pero de ambos lados del Atlántico no somos inoc<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> cuanto al vertiginosoaum<strong>en</strong>to de la obesidad infantil. Y si empleamos la televisión como “niñerasin sueldo” para cuidar y <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>er a nuestros <strong>hijo</strong>s, que no nos sorpr<strong>en</strong>da elverlos adictos a las tonterías e inm<strong>un</strong>dicias que vomita la pantalla, desinteresados<strong>en</strong> leer porque la lectura les aburre, e insist<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> que les compremos losúltimos productos de moda. (Mis <strong>hijo</strong>s se criaron <strong>en</strong> <strong>un</strong> hogar sin televisión,y han continuado esa tradición con sus propios <strong>hijo</strong>s.)Si bi<strong>en</strong> a m<strong>en</strong>udo se aduce la ignorancia o la pobreza para justificar las decisionesequivocadas de los padres (por ejemplo, con respecto a la alim<strong>en</strong>tación),siempre es el niño qui<strong>en</strong> sufre las consecu<strong>en</strong>cias, por persuasiva que seala explicación. Además, no se trata de <strong>un</strong> problema exclusivam<strong>en</strong>te financiero;no faltan los padres pudi<strong>en</strong>tes, bi<strong>en</strong> preparados, pero tan descuidados con sus<strong>hijo</strong>s como otros m<strong>en</strong>os privilegiados.J<strong>en</strong>nifer trabaja <strong>en</strong> Los Angeles <strong>en</strong> <strong>un</strong> c<strong>en</strong>tro preescolar para <strong>hijo</strong>s de profesionales.Conoce a madres y padres tan ocupados con sus carreras que sonincapaces de satisfacer las necesidades más elem<strong>en</strong>tales de sus <strong>hijo</strong>s.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómoda0La mayoría de mis niños vi<strong>en</strong><strong>en</strong> de hogares de clase media acomodada, y anadie se le ocurriría p<strong>en</strong>sar que los traerían al c<strong>en</strong>tro sin haberles dado desay<strong>un</strong>o.Pero es algo que pasa muy a m<strong>en</strong>udo. Llegan muertos de hambre.<strong>Tu</strong>ve <strong>un</strong>a n<strong>en</strong>a de tres años a la cual le dieron <strong>un</strong> poco de chocolatepara el desay<strong>un</strong>o y otro poco para el almuerzo. ¡Eso fue todo! Y la madre esdirectora de <strong>un</strong>a empresa y gana <strong>un</strong> bu<strong>en</strong> sueldo. La niña t<strong>en</strong>ía el vi<strong>en</strong>trehinchado y muy poca <strong>en</strong>ergía…Hablé con los padres, pero no hubo ningún cambio. Le han diagnosticado<strong>un</strong> trastorno del metabolismo del azúcar y todavía sufre los efectos:letargo, hinchazón y grandes ojeras. Ti<strong>en</strong>e pocas ganas de apr<strong>en</strong>der y quiereque la mim<strong>en</strong> constantem<strong>en</strong>te. Me parte el corazón…Oigo cada vez a más madres decir: “¡Ojalá que llegue el l<strong>un</strong>es!”, como sipasar <strong>un</strong> fin de semana <strong>en</strong>tero con sus <strong>hijo</strong>s fuera el límite de lo que pued<strong>en</strong>aguantar. Han elegido cierto estilo de vida y están decididas a mant<strong>en</strong>erlo.Y los niños no se sab<strong>en</strong> queridos; están <strong>en</strong>ojados y frustrados, porque, segúncreo yo, se les hace s<strong>en</strong>tir culpables por querer estar con sus padres.Últimam<strong>en</strong>te hemos llegado a considerar la niñez como <strong>un</strong>a fase que debetratarse con ciertas reservas. No sólo les hacemos s<strong>en</strong>tirse culpables hasta a losmás pequeños. <strong>En</strong> clase y <strong>en</strong> el recreo, aplastamos a niños, grandes y pequeños,ricos y pobres, no porque sean rebeldes o indisciplinados, sino porque secomportan como los chiquillos que son. Lo que hoy llamamos “problemas”,solía aceptarse como rasgos normales de la infancia. Al niño impulsivo, exuberante,espontáneo o audaz ahora lo diagnosticamos como hiperactivo, y leadministramos medicam<strong>en</strong>tos para domarlo. Me refiero, por supuesto, al usog<strong>en</strong>eralizado del Ritalín 6 y otros fármacos semejantes, y a la fascinación delpúblico por las medicinas como si fueran la panacea <strong>un</strong>iversal.No hay dudas de que el Ritalín es <strong>un</strong> medicam<strong>en</strong>to adecuado para tratarciertos trastornos muy específicos. No obstante, <strong>en</strong> los últimos diez años se hatriplicado su uso. Cabe preg<strong>un</strong>tarse si no se abusa del Ritalín como <strong>un</strong> curalotodocontra, <strong>en</strong>tre otros, el trastorno del déficit de at<strong>en</strong>ción e hiperactividad, e6Marca registrada de <strong>un</strong>a medicina cuyo nombe químico es metilf<strong>en</strong>idato.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómoda1incluso para refr<strong>en</strong>ar a niños dinámicos que no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> realm<strong>en</strong>te tal trastorno.Además, muchas de las características que se dic<strong>en</strong> ser sintomáticas de esasupuesta <strong>en</strong>fermedad no son otra cosa que la def<strong>en</strong>sa del niño contra <strong>un</strong>a vidademasiado estructurada—<strong>un</strong>a reacción normal que solía llamarse “válvula deescape”—o bi<strong>en</strong>, síntoma de anhelos emocionales insatisfechos. Jeff, <strong>un</strong> viejoamigo, me brinda este ejemplo conmovedor:Jerome, <strong>un</strong> niño de ocho años que vive <strong>en</strong> Seattle, vino a pasar el veranocon nosotros para salir de la ciudad. Cuando llegó, era <strong>un</strong> desastre, a<strong>un</strong>quetomaba Ritalín. A los dos o tres días, poco a poco disminuimos la dosis, yaque t<strong>en</strong>ía sufici<strong>en</strong>te espacio para jugar y no armaba bochinche, sino que élmismo empezó a dominarse. <strong>En</strong> su casa (<strong>en</strong> <strong>un</strong> edificio de apartam<strong>en</strong>tos), loúnico que podía hacer era ver televisión. El cambio fue notable.Cuando el chico llegó, era incapaz de fijar su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> nada por másde <strong>un</strong> minuto, tan agitado y distraído estaba. S<strong>en</strong>té alg<strong>un</strong>as reglas básicas yle di tiempo. Lo llevé a pasear <strong>en</strong> bicicleta, porque solo se s<strong>en</strong>tía inseguro…Hacia el fin de su estancia estaba tan as<strong>en</strong>tado y feliz que <strong>en</strong> <strong>un</strong> mom<strong>en</strong>tome preg<strong>un</strong>tó si me podía llamar “papá”. Casi me desmayé. Ese chico nonecesitaba Ritalín; lo que le hacía falta era aire fresco —y amor.De vuelta <strong>en</strong> su casa, Jerome muy probablem<strong>en</strong>te habrá recaído. Le habránrecetado más Ritalín para suprimir sus “síntomas”. Y seguimos preg<strong>un</strong>tándonossi alg<strong>un</strong>a vez recibirá la at<strong>en</strong>ción que requiere, ya sea <strong>en</strong> su hogar o <strong>en</strong> laescuela. Por suerte, <strong>un</strong> número creci<strong>en</strong>te de personas plantean esa preg<strong>un</strong>ta.Citemos al psiquiatra y escritor Peter Breggin, conocido por su libro TalkingBack to Ritalin (La refutación del Ritalín).Medicam<strong>en</strong>tos como el Ritalín se consideran <strong>un</strong>a panacea para el tratami<strong>en</strong>tode trastornos emocionales y de conducta… Pero creo que el uso excesivoque se hace de ellos es pavoroso. Cuando el Instituto Nacional de Salud mepidió que participara <strong>en</strong> <strong>un</strong> debate sobre los efectos de esos medicam<strong>en</strong>tos,revisé la literatura pertin<strong>en</strong>te y descubrí que, cuando se administran a animales,éstos dejan de jugar, de manifestar curiosidad, de relacionarse, y notratan de escapar. El Ritalín crea animales dóciles <strong>en</strong> cautiverio… Nosotros<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómodaproducimos niños dóciles <strong>en</strong> cautiverio. Es muy fácil decir que se necesita<strong>un</strong>a aldea para criar a <strong>un</strong> niño, pero <strong>en</strong> la práctica nos comportamos como sibastara <strong>un</strong>a pastilla.A esta supresión de la infancia por medio del Ritalín, Breggin la llama “elchaleco de fuerza químico”. Pero hay miles de otras maneras por las cuales elniño es presa de nuestro afán de comodidad y dominio. Lo más chocante sonlos atropellos y el maltrato que sufr<strong>en</strong> los niños, no por parte de extraños o dedelincu<strong>en</strong>tes declarados, sino a mano de sus propios padres y tutores, personas“normales” que pierd<strong>en</strong> el control y revi<strong>en</strong>tan cuando las cosas no sal<strong>en</strong> comoquier<strong>en</strong>.Igualm<strong>en</strong>te aterrador es el número de mujeres que se somet<strong>en</strong> a abortosprovocados porque el embarazo estorba otros planes que ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Según <strong>un</strong>artículo publicado por el British Medical Journal <strong>en</strong> 1996, <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>as partes deEuropa (y sin duda también <strong>en</strong> los Estados Unidos de América) las cosas hanllegado a tal p<strong>un</strong>to que alg<strong>un</strong>as mujeres decid<strong>en</strong> abortar únicam<strong>en</strong>te porque lafecha del parto podría interferir con las vacaciones ya previstas.Esta actitud no es del todo sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. Como señala Foerster <strong>en</strong> su clásicoBasics of Education, (F<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tos de la educación), la “civilización” contemporáneaha suavizado nuestra exist<strong>en</strong>cia a tal p<strong>un</strong>to que pocas personas estána la altura de las demandas que les plantea la vida —ni que hablar de dolor,sufrimi<strong>en</strong>to, trabajo duro, sacrificio. “Sucumb<strong>en</strong> inermes a sus golpes… Nosab<strong>en</strong> cómo manejar la frustración; <strong>en</strong> lugar de usarla para <strong>un</strong> fin constructivo,la percib<strong>en</strong> como algo que los oprime y exaspera.” Y añade que esos mismoscontratiempos, que a nuestros abuelos y bisabuelos sirvieron para v<strong>en</strong>cer losreveses de la vida, hoy bastan para mandar al desarraigado hombre moderno alhospital psiquiátrico. O, como ya vimos, a la cárcel o la clínica de abortos.Hemos visto el estado lam<strong>en</strong>table de nuestra cultura, y no ha de asombrarnosque, <strong>en</strong> el siglo veinti<strong>un</strong>o, t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s y educarlos costará <strong>un</strong> trem<strong>en</strong>doesfuerzo. Pero no nos asustemos. Mi<strong>en</strong>tras sigamos esquivando nuestras obligacionesy responsabilidades, derrochamos los mom<strong>en</strong>tos más importantes <strong>en</strong><strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


La solución cómoda3la educación de nuestros <strong>hijo</strong>s, y además nos perdemos la felicidad que pued<strong>en</strong>proporcionarnos. Y si esto su<strong>en</strong>a como <strong>un</strong>a ilusión, oigamos lo que diceChuck, <strong>un</strong> amigo de California. La “solución cómoda” se hizo humo cuando<strong>un</strong> accid<strong>en</strong>te de aviación lo dejó paralizado cintura abajo.A pesar del accid<strong>en</strong>te, tuve la suerte de poder ingresar <strong>en</strong> la facultad de derecho…Cuando me recibí, mi esposa Kar<strong>en</strong> y yo nos mudamos a la Carolinadel Norte, para estar cerca de mis padres. Sabíamos que n<strong>un</strong>ca t<strong>en</strong>dríamos<strong>hijo</strong>s. Kar<strong>en</strong> siempre se había interesado por niños <strong>en</strong> situaciones precarias, ycuando descubrió que <strong>en</strong> nuestra zona se buscaban familias de acogida, nosdimos cu<strong>en</strong>ta que sí podíamos t<strong>en</strong>er <strong>un</strong>a familia, a pesar de todo. Hicimosalg<strong>un</strong>as averiguaciones y decidimos com<strong>en</strong>zar con dos niños… Ahora t<strong>en</strong>emosaquellos dos más otros tres; los hemos adoptado a todos, y esperamosadoptar a dos más.Siempre nos asombran las reacciones que provoca nuestra situación. Nose trata de mi discapacidad; incluso sin ella, la g<strong>en</strong>te cree que estamos locos.Pero preferimos que nos consider<strong>en</strong> excéntricos y t<strong>en</strong>er <strong>hijo</strong>s, a ser considerados“normales” y no t<strong>en</strong>erlos… <strong>En</strong> realidad, esas reacciones no ti<strong>en</strong><strong>en</strong>s<strong>en</strong>tido. Por <strong>un</strong> lado, nadie discute que el m<strong>un</strong>do se ha tornado <strong>hostil</strong> a losniños. Por el otro, pocos están dispuestos a cambiar su modo de vivir paradarles cabida. No tardamos <strong>en</strong> señalar los defectos de otros, pero nos cuestareconocer los propios.Todo el m<strong>un</strong>do se queja de lo mal que andan las cosas y lo difíciles queson sus <strong>hijo</strong>s. Pero acaso se debe precisam<strong>en</strong>te a que, qui<strong>en</strong>es tanto se quejan,son demasiado egoístas y ambiciosos, y no quier<strong>en</strong> incomodarse. Disciplinar,educar y formar a <strong>un</strong> niño es incómodo, pero también trae ampliasrecomp<strong>en</strong>sas… Por cierto hay días <strong>en</strong> que se nos agota la paci<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong> queya no sabemos qué hacer —pero esos pequeños nos ayudan a ver las cosasobjetivam<strong>en</strong>te.A mi manera de ver, la tarea más productiva que podemos empr<strong>en</strong>deres la de educar a nuestros <strong>hijo</strong>s, a<strong>un</strong> cuando los frutos se cosecharán recién<strong>en</strong> la próxima g<strong>en</strong>eración. Si es así, ¿qué satisfacción nos brinda a nosotros?Prefiero dejar que mis lectores contest<strong>en</strong> esta preg<strong>un</strong>ta.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


7. Elogio de la oveja negraEstoy conv<strong>en</strong>cido de que <strong>en</strong> cada niño hay diez veces más bondadque maldad, y <strong>en</strong> cuanto a la maldad, habría que ver.j a n u s zk o r c z a kNuestra cultura exalta la competición y el éxito y proporciona ampliaoport<strong>un</strong>idad para ambos. A cada vuelta nos <strong>en</strong>contramos con adolesc<strong>en</strong>tesestrellas de pop, niños prodigios, precoces g<strong>en</strong>ios intelectuales y ci<strong>en</strong>tíficos,y campeones de t<strong>en</strong>is de tierna edad. Las modelos que nos sonrí<strong>en</strong>desde nuestras lustrosas revistas de moda a m<strong>en</strong>udo son muchachas de quinceo dieciséis años de edad, y <strong>en</strong> primera plana de nuestros diarios aparec<strong>en</strong>reportajes sobre adolesc<strong>en</strong>tes aficionados a la compra y v<strong>en</strong>ta de acciones <strong>en</strong>el Internet.Sin embargo, <strong>en</strong> las noticias no aparece la otra cara de la moneda, esto es,las historias que no hac<strong>en</strong> sonreír a nadie: el número alarmante de qui<strong>en</strong>esno terminan sus estudios sec<strong>un</strong>darios, de los adolesc<strong>en</strong>tes que se suicidan, delos fracasados y los m<strong>en</strong>ores de edad que están presos. Es el dolor sil<strong>en</strong>ciosode los gordos, los torpes, los discapacitados y los l<strong>en</strong>tos. Es la epidemia de loshiperactivos, adictos, medicados y deprimidos. Y por último, es la juv<strong>en</strong>tudestropeada por faltarle ternura, esperanza y ali<strong>en</strong>to, no porque t<strong>en</strong>gan algún


Elogio de la oveja negradefecto, sino simplem<strong>en</strong>te porque se les ha conv<strong>en</strong>cido de que no sirv<strong>en</strong>.“<strong>En</strong> cada rebaño oveja negra”, dice el refrán y casi todos conocemos alg<strong>un</strong>ao la conocimos cuando niños. Hay <strong>un</strong>a <strong>en</strong> cada familia, <strong>en</strong> cada aula —lahermanita o el hermano, aquel chico y aquella muchacha que siempre se mete<strong>en</strong> líos, que es insufrible por su franqueza y no <strong>en</strong>caja <strong>en</strong> ning<strong>un</strong>a parte. Éstees el niño que más que ningún otro desconcierta al maestro, y que más sueñoles quita a sus padres.Si bi<strong>en</strong> es <strong>un</strong> f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o bastante común, ser <strong>un</strong> maladaptado no es fácil. Loconfirma Dana, <strong>un</strong>a mujer que durante muchos años sufrió porque la criticabany rechazaban.Desde muy pequeña solía decir a todo el m<strong>un</strong>do exactam<strong>en</strong>te lo que p<strong>en</strong>saba,a<strong>un</strong>que no me lo agradecían. Si algui<strong>en</strong> t<strong>en</strong>ía <strong>un</strong>a mancha <strong>en</strong> la cara,o si las medias que t<strong>en</strong>ía puestas no iban bi<strong>en</strong> con el vestido, si cojeaba otartamudeaba o t<strong>en</strong>ía <strong>un</strong> tic nervioso, yo se lo decía. Si veía a <strong>un</strong> adulto queparecía triste, le preg<strong>un</strong>taba por qué. Y, por supuesto, me regañaban constantem<strong>en</strong>te…Felizm<strong>en</strong>te, de mi niñez sólo me quedan vagos recuerdos, pero no puedoolvidar esa s<strong>en</strong>sación de ser la oveja negra, siempre metida <strong>en</strong> líos y siemprereprochada por haberlos causado.<strong>En</strong> la escuela (<strong>un</strong> exclusivo colegio privado) robaba, m<strong>en</strong>tía y fingía. <strong>En</strong>g<strong>en</strong>eral prefería quedarme sola, y cuando me fastidiaban me volvía mala. Almismo tiempo me s<strong>en</strong>tía muy insegura. No me ayudó <strong>en</strong> absoluto que, de<strong>en</strong>trada, los maestros—<strong>un</strong>o de ellos <strong>en</strong> particular—me catalogaron <strong>en</strong>tre lasalumnas que había que vigilar. Esa fama me siguió por todas partes, y todoel m<strong>un</strong>do presumía que yo siempre estaba a p<strong>un</strong>to de hacer de las mías. Alas maestras sustitutas les advertían: “No pierdan de vista a aquélla, que poralgo está <strong>en</strong> primera fila”. Parecía que nadie <strong>en</strong> mi clase era tan malo comopara merecer los castigos que me <strong>en</strong>cajaban a mí. Yo m<strong>en</strong>tía para no meterme<strong>en</strong> embrollos, y cuando me sorpr<strong>en</strong>dían <strong>en</strong> <strong>un</strong>a m<strong>en</strong>tira, m<strong>en</strong>tía más.Poco tardaron todos los maestros <strong>en</strong> <strong>en</strong>terarse de lo mala que yo era, yhasta mis compañeras de clase parecían tratarme de distinta manera. Porsuerte conocí a Louisa, <strong>un</strong>a niña que t<strong>en</strong>ía el síndrome de Down; ella me<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negraquería tal como yo era, hablaba conmigo y me trataba con respeto. N<strong>un</strong>cala olvidaré.Todos los malos informes que recibían mis padres les hacían s<strong>en</strong>tirsefrustrados, y casi siempre se ponían de parte del colegio. Al fin y al cabo,<strong>en</strong>viarme allí no era cosa fácil. <strong>En</strong> todos aquellos años no recuerdo ningúnabrazo u otra expresión de cariño. Lo único que me prodigaban eran sermonesairados, <strong>un</strong>o tras otro.Cuando terminé la escuela primaria, ya me había dado por v<strong>en</strong>cida. Y, ¿porqué no?, ya que nadie parecía t<strong>en</strong>er fe <strong>en</strong> mí. Estaba totalm<strong>en</strong>te frustrada. Me<strong>en</strong>durecí, rehusé ceder a mis emociones y me convertí <strong>en</strong> <strong>un</strong> bloque de hielo.Pasé muchos años sin poder llorar. Al mismo tiempo, sufría de indigestióncrónica y de diarrea de orig<strong>en</strong> nervioso. T<strong>en</strong>ía los nervios destrozados.Hoy sé muy bi<strong>en</strong> que parte de la culpa era mía. Debo haber sido <strong>un</strong>aniña bastante difícil. Sea como fuere, es <strong>un</strong> escándalo que se le considere incorregiblea <strong>un</strong>a chiquilla —que <strong>un</strong>a niña se si<strong>en</strong>ta marcada a tal p<strong>un</strong>to quedesespera. ¿Acaso no ti<strong>en</strong>e todo niño por lo m<strong>en</strong>os el derecho a saber quealgui<strong>en</strong> cree <strong>en</strong> él, y que todo se puede remediar? Confío <strong>en</strong> que esto todavíame suceda a mí, a<strong>un</strong>que t<strong>en</strong>go mis dudas. No hace mucho, me topé con <strong>un</strong>aantigua compañera de clase. Pareció azorada de <strong>en</strong>contrarse conmigo. Cuandole preg<strong>un</strong>té por qué, primero estuvo muy incómoda, pero al final admitióque todavía recordaba las advert<strong>en</strong>cias de su madre con respecto a mí.Comparado con el maltrato físico o el abuso sexual, lo que sufre Dana podríaparecer de poca monta. No es así. Como su historia demuestra, para <strong>un</strong> niñot<strong>en</strong>er mala fama resulta igualm<strong>en</strong>te opresivo. De todos modos, n<strong>un</strong>ca tratemoscomo baladíes las angustias y los trastornos emocionales que sufre <strong>un</strong>niño. Al contrario, es <strong>un</strong> ser humano sumam<strong>en</strong>te vulnerable, cuyo bi<strong>en</strong>estardep<strong>en</strong>de de los adultos que lo rodean, y es mucho más s<strong>en</strong>sible a la crítica—ysusceptible de quedar aplastado—de lo que nos imaginamos. Es cierto que s<strong>un</strong>atural facilidad de perdonar y olvidar lo salva de <strong>un</strong> peso que no tardaría <strong>en</strong>abrumar a muchos adultos. Por otra parte, <strong>un</strong>a acusación injusta, <strong>un</strong> com<strong>en</strong>tariodespectivo o <strong>un</strong>a decisión precipitada puede sofocar su confianza <strong>en</strong> símismo.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negraAún si no d<strong>en</strong>igramos a <strong>un</strong> niño, es posible marcarlo inconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>tecon alg<strong>un</strong>a categoría y así causarle igual daño, ya que esto influye <strong>en</strong> la maneracómo lo tratamos. Ocurre más a m<strong>en</strong>udo de lo que nos percatamos —a vecessin saber nada acerca del niño <strong>en</strong> cuestión. Gary, <strong>un</strong> viejo amigo inglés quehace poco acompañó a sus alumnos <strong>en</strong> <strong>un</strong> viaje a Irlanda del Norte, me contólo sigui<strong>en</strong>te:Sucedió <strong>en</strong> Belfast. Yo me estacioné fuera de nuestro autobús y traté <strong>en</strong> vano demant<strong>en</strong>eralamuchachadadelalocalidadaciertadistanciadelvehículo.Losniñosy niñas estaban tan <strong>en</strong>tusiasmados por habernos det<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> su cuadra quese apiñaban alrededor del bus. Finalm<strong>en</strong>te me <strong>en</strong>ojé y los chicos se fueroncorri<strong>en</strong>do. <strong>En</strong> ese mom<strong>en</strong>to se acercó <strong>un</strong>a mujer que estaba <strong>en</strong> la acera. Primerose disculpó por el bullicio que armaron los niños por subirse al ómnibus,y dijo que <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió muy bi<strong>en</strong> por qué tuve que echarlos de ahí. Luegose puso a describir a los muchachos: “Aquellos dos que usted ve allá ti<strong>en</strong><strong>en</strong>cinco y ocho años de edad, respectivam<strong>en</strong>te; hace quince días, su papá seahorcó. Aquel de más allá n<strong>un</strong>ca tuvo padre; y este chiquito aquí ti<strong>en</strong>e alpapá <strong>en</strong> la cárcel desde hace años. Nadie les presta mucha at<strong>en</strong>ción”. Esaspalabras me dieron <strong>un</strong> puñetazo <strong>en</strong> el estómago. Ahí estaba yo, rezongando a<strong>un</strong>os chiquillos de la calle porque me causaban molestia, cuando <strong>en</strong> realidaderan víctimas de la peor forma de abandono…Cada vez que pron<strong>un</strong>ciamos juicio sobre algún niño dejamos de ver <strong>en</strong> él ala persona integral. Cierto que ese niño puede ser nervioso, tímido, terco,caprichoso, hasta viol<strong>en</strong>to; puede que sepamos algo acerca de sus hermanos,de sus oríg<strong>en</strong>es, o creemos reconocer <strong>en</strong> él rasgos de su familia. Pero al fijarnos<strong>en</strong> sólo <strong>un</strong> aspecto de ese niño o niña—más aún cuando ese aspecto es desfavorable—hemospuesto a su persona <strong>en</strong> <strong>un</strong> casillero cuya etiqueta, lejos decorresponder a la realidad, sólo refleja nuestros prejuicios o expectativas. Y hemosolvidado que el destino de ese ser no reposa <strong>en</strong> nuestras manos. Además,restringimos su pot<strong>en</strong>cial y, por <strong>en</strong>de, lo que podría llegar a ser.Comparar a <strong>un</strong> niño con otro—sea nuestro o aj<strong>en</strong>o—lo perjudica tantocomo <strong>en</strong>casillarlo. Es obvio que no hay dos niños iguales. Alg<strong>un</strong>os parec<strong>en</strong><strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negrat<strong>en</strong>er toda la suerte, mi<strong>en</strong>tras que otros ap<strong>en</strong>as pued<strong>en</strong> con su pequeña vida.Un niño suele traer a casa notas sobresali<strong>en</strong>tes; su hermano ocupa el últimolugar <strong>en</strong> su clase. Uno es tal<strong>en</strong>toso y popular; el otro, por mejor bu<strong>en</strong>a vol<strong>un</strong>tad,siempre está metido <strong>en</strong> líos o se si<strong>en</strong>te m<strong>en</strong>ospreciado. Todo niño puedeapr<strong>en</strong>der a aceptar estas realidades. Y los padres debemos cuidarnos de t<strong>en</strong>er“<strong>hijo</strong>s favoritos” y de comparar al <strong>hijo</strong> propio con el aj<strong>en</strong>o. Sobre todo, debemosabst<strong>en</strong>ernos de convertirlo a la fuerza <strong>en</strong> algo que no corresponde a sucarácter o a su temperam<strong>en</strong>to individual.N<strong>un</strong>ca debemos reprimir o pasar por alto las aptitudes de nuestros <strong>hijo</strong>s.Por otra parte, al<strong>en</strong>tarlos demasiado ti<strong>en</strong>e sus riesgos. No es fácil guiar a laniña que ya ti<strong>en</strong>e conci<strong>en</strong>cia exagerada de su tal<strong>en</strong>to; que se da aires por habersido agasajada y mimada, casi siempre a exp<strong>en</strong>sas de otros niños. El resultado,a m<strong>en</strong>udo, es <strong>un</strong>a chica que no logra relacionarse fácilm<strong>en</strong>te con sus iguales.Asimismo es perjudicial la extra dosis de at<strong>en</strong>ción y el favoritismo, por sutilque sea, que sin p<strong>en</strong>sar disp<strong>en</strong>samos a aquellos niños cuyo atractivo físico ycarácter plácido y alegre les permite atravesar la infancia sin graves conflictos.Esos niños sufr<strong>en</strong> de <strong>un</strong>a “dorada maldición”, solía decir mi abuelo —la ilusiónde que, <strong>en</strong> el m<strong>un</strong>do de los adultos, los tratarán con la misma prefer<strong>en</strong>ciaque <strong>en</strong> su niñez.Louise es vecina mía, maestra jubilada, y sabe por experi<strong>en</strong>cia propia cuántoagravio se puede causar a <strong>un</strong> niño.Los halagos tuvieron <strong>un</strong> efecto desastroso <strong>en</strong> mi vida. Recuerdo <strong>un</strong>a tardede domingo—debo haber t<strong>en</strong>ido cinco o seis años de edad—cuando estuvede paseo con mis hermanas, mi mamá y dos tías. Las niñas corrimos despreocupadasdelante de los adultos, pero pronto empecé a rezagarme parasaber qué decían, porque había escuchado mi nombre. Me hinché de orgullo.Hablaban de mi tal<strong>en</strong>to y mis dones, y <strong>un</strong>a de ellas dijo: “¡Qué niñaextraordinaria!”N<strong>un</strong>ca olvidé estas palabras. El daño estaba hecho. A partir de ese mom<strong>en</strong>totuve cierta imag<strong>en</strong> de mí misma, y me vi obligada a bregar por mant<strong>en</strong>erla,incluso cuando mi vida estaba por naufragar. Ya no podía ser yo<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negramisma. Me torné ambiciosa, m<strong>en</strong>tirosa y <strong>en</strong>revesada. Hoy sé que <strong>en</strong> aquelmom<strong>en</strong>to se acabó mi niñez…Debemos cuidarnos de considerar como “malo” al niño “difícil”, nos advierteKorczak, si no queremos sofocar <strong>en</strong> él todo aquello que “templa su espíritu,que repres<strong>en</strong>ta la fuerza motriz de sus exig<strong>en</strong>cias e int<strong>en</strong>ciones y el f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tode su vol<strong>un</strong>tad y su libertad”. Al mismo tiempo, dice, no debemos conf<strong>un</strong>dir alos niños “bu<strong>en</strong>os” con los que parec<strong>en</strong> ser “fáciles” de educar.El niño bu<strong>en</strong>o llora muy poco, duerme toda la noche, es tranquilo y dulce. Seporta bi<strong>en</strong>, es obedi<strong>en</strong>te y n<strong>un</strong>ca molesta. Pero a nadie se le ocurre que algúndía podría ser <strong>un</strong> individuo indol<strong>en</strong>te y apático.Tampoco debemos olvidar que criar a <strong>un</strong> niño “bu<strong>en</strong>o” es, de <strong>en</strong>trada, <strong>un</strong>a metaaleatoria, pues la línea divisoria <strong>en</strong>tre inspirar rectitud e inculcar santurronería esmuy t<strong>en</strong>ue. Según el educador Thomas Lickona, meterse <strong>en</strong> líos puede ser devital importancia para la formación del carácter de <strong>un</strong> niño.Es necesario exigir obedi<strong>en</strong>cia, pero sin extinguir su espíritu indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te.Se ha dicho con mucha razón que todo niño necesita saber que de cuando<strong>en</strong> cuando puede portarse mal. Necesita saber que nadie exige perfección…No hay garantía alg<strong>un</strong>a de que la niña dócil de hoy será la mujer que, el díade mañana, p<strong>en</strong>sará por sí sola y tomará iniciativas.Los elogios excesivos pued<strong>en</strong> perjudicar al niño “bu<strong>en</strong>o”. Por otra parte, loscom<strong>en</strong>tarios negativos que conv<strong>en</strong>c<strong>en</strong> al niño “malo” de su maldad <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eralson devastadores. Al comparar las cualidades del niño “malo” con las del“bu<strong>en</strong>o”, hacemos dep<strong>en</strong>der su autoestima de su capacidad para mant<strong>en</strong>erseal nivel de otro niño, y lo cond<strong>en</strong>amos a <strong>un</strong> ciclo interminable de frustraciones.<strong>En</strong> los casos más serios puede conducir a <strong>un</strong>a crisis nerviosa, como hacepoco me contó Fran, que trabajaba <strong>en</strong> <strong>un</strong>a clínica psiquiátrica.Un día me llamaron para que examinara a Michael, <strong>un</strong> chico de once añosde edad que estaba recluido <strong>en</strong> la sala para niños con trastornos múltiples yprof<strong>un</strong>dos. Su diagnóstico: autismo agudo. Siempre había fluctuado <strong>en</strong>tre<strong>un</strong> retraimi<strong>en</strong>to total y arranques de viol<strong>en</strong>cia. Pero ahora la viol<strong>en</strong>cia pa-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negra0recía aum<strong>en</strong>tar, y los médicos se preg<strong>un</strong>taban si el cambio obedecía a algúnpatrón.El procedimi<strong>en</strong>to normal consistía <strong>en</strong> llevar a cabo <strong>un</strong>a serie de consultas<strong>en</strong> las cuales me limitaba a observar a Michael y su conducta, y a tomar notasexactas de sus actividades, reacciones etc. El caso de Michael era notable,ya que es poco frecu<strong>en</strong>te ver patrones de estímulo y reacción tan claros,incluso <strong>en</strong> niños autistas m<strong>en</strong>os afectados. Más sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te aún era, pues,<strong>en</strong>contrarlos <strong>en</strong> <strong>un</strong> niño a qui<strong>en</strong> se consideraba totalm<strong>en</strong>te desconectadodel m<strong>un</strong>do real. No cabía duda: <strong>en</strong> ciertas situaciones, Michael era capaz decom<strong>un</strong>icarse, de razonar y de responder con cierto fr<strong>en</strong>o propio.Al principio s<strong>en</strong>tí cierta cautela <strong>en</strong> compartir mis observaciones con elresto del personal de la clínica. Nadie hubiera creído que <strong>en</strong> aquella sala sehabría internado a <strong>un</strong> niño con capacidad “normal” de apr<strong>en</strong>der. Iniciamos,pues, varios meses de exhaustiva labor de diagnóstico, que incluyó <strong>un</strong>a visitaa la familia de Michael. Esa visita siempre será <strong>un</strong>o de mis peores recuerdos.El padre, farmacéutico, estaba muy orgulloso de su <strong>hijo</strong> mayor, <strong>un</strong> niñomodelo de desarrollo acelerado. Cuando se dieron cu<strong>en</strong>ta de que Michael,comparado con su hermano, tardó <strong>en</strong> apr<strong>en</strong>der a hablar, su padre lo llevó a<strong>un</strong> logopeda. Siguieron años de continuas mediciones y comparaciones conel hermano mayor, e int<strong>en</strong>sas terapias para que Michael alcanzara el niveldeseado. A partir de <strong>un</strong> mom<strong>en</strong>to dado, Michael com<strong>en</strong>zó a rebelarse contraesas expectativas y contra las terapias, y a <strong>en</strong>cerrarse <strong>en</strong> sí mismo. Sus arranquesde viol<strong>en</strong>cia, pues, no eran síntomas de agresividad, sino <strong>un</strong> mecanismopara def<strong>en</strong>der su derecho de ser el muchachito que era. Cierto fin de semanase puso tan viol<strong>en</strong>to que sus padres ya no pudieron dominarlo y solicitaronayuda médica. Michael ingresó <strong>en</strong> la clínica a los ocho años de edad y nosalió más. Resulta trágico, pero no hubo manera de conv<strong>en</strong>cer a los padresde Michael de que había esperanza para su <strong>hijo</strong>. Incluso durante nuestraconversación, lo comparaban constantem<strong>en</strong>te con su hermano. Ya no erancapaces de ver a Michael mismo. <strong>Tu</strong>ve que resignarme a que el niño n<strong>un</strong>caregresaría a su hogar. Lo mejor que pudimos hacer por él fue trasladarlo aotra sección de la clínica, donde recibiría terapia y at<strong>en</strong>ción individual.A m<strong>en</strong>udo me preg<strong>un</strong>to cuántos niños cuyos problemas son emocionales<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negra1simplem<strong>en</strong>te están desplegando <strong>un</strong>a saludable reacción contra las presionesa las cuales los somet<strong>en</strong> sus padres…Seguram<strong>en</strong>te es más bi<strong>en</strong> reducido el número de niños que sufr<strong>en</strong> tal clase demaltrato. Sin embargo, la historia de Michael constituye <strong>un</strong> alerta per<strong>en</strong>toriopara todo padre. Nuestros <strong>hijo</strong>s no son propiedad nuestra, y cualquier int<strong>en</strong>tode conseguir que se destaqu<strong>en</strong> o alcanc<strong>en</strong> el nivel de otros niños, tarde o tempranoterminará por destruirlos. A<strong>un</strong> <strong>en</strong> casos m<strong>en</strong>os catastróficos, socavar laconfianza que el niño ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> sí mismo es as<strong>un</strong>to grave; <strong>en</strong> alemán, esto se hallamado Seel<strong>en</strong>mord, asesinato del alma.Cuando se ejerce constante presión sobre <strong>un</strong> niño, se terminará por quebrarlo,y puede resultar <strong>en</strong> viol<strong>en</strong>cia tanto emocional como física. Recordemos tansólo la oleada de tiroteos desatada <strong>en</strong> los últimos años <strong>en</strong> escuelas primarias ysec<strong>un</strong>darias de los Estados Unidos. <strong>En</strong> <strong>un</strong> caso, el pistolero (<strong>en</strong> realidad <strong>un</strong> niñono más) había sido acosado por su madre porque era demasiado gordo; <strong>en</strong> otro,el asaltante se veía constantem<strong>en</strong>te comparado con su hermano popular y atlético.Nada de esto justifica ni explica <strong>un</strong> horrible crim<strong>en</strong>; sin embargo las heridasque han persistido forman parte del panorama y no deb<strong>en</strong> desconocerse.Por suerte, <strong>en</strong> gran mayoría madres y padres sab<strong>en</strong> cuando han exigidodemasiado de sus <strong>hijo</strong>s. Tal fue el caso de la pareja que cu<strong>en</strong>ta la sigui<strong>en</strong>tehistoria.Cuando p<strong>en</strong>sábamos <strong>en</strong> adoptar a Sandy, <strong>un</strong>a niña de tres años que naciócon el síndrome de alcoholismo fetal (hoy es mujer adulta y lleva vida indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te),nos advirtieron que no era “normal”. No obstante, desde elmom<strong>en</strong>to que la vimos, estábamos seguros de que los médicos se habíanequivocado. Es cierto que manifestaba <strong>un</strong> retraso <strong>en</strong> el desarrollo del l<strong>en</strong>guaje,pero esto podía corregirse —al m<strong>en</strong>os así p<strong>en</strong>sábamos…A los pocos meses de t<strong>en</strong>erla <strong>en</strong> nuestra familia, inscribimos a Sandy <strong>en</strong><strong>un</strong> programa de logopedia individual <strong>en</strong> la <strong>un</strong>iversidad cercana, pero no resultóser lo que necesitaba. Se negó a cooperar; había <strong>en</strong> ella algo que serebelaba contra nuestros int<strong>en</strong>tos de “ayudarle a progresar”. La sacamos delprograma…<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negraCuando ingresó a primer grado, Sandy ya había apr<strong>en</strong>dido a hablar, perosu vocabulario era muy limitado y a m<strong>en</strong>udo le frustraba no lograr expresarse.A estas alturas estábamos más o m<strong>en</strong>os resignados a su discapacidad. Leconseguimos clases particulares y otras ayudas individuales, pero cuanto másat<strong>en</strong>ción se le daba, más se frustraba.A medida que Sandy crecía, la al<strong>en</strong>tábamos, diciéndole: “Cada personaes difer<strong>en</strong>te, y hay muchas cosas que tú sabes hacer mejor que otros niños detu edad”. Sí, muchas cosas, ¡pero las tareas de la escuela, no! Todos nuestrosesfuerzos sólo habían servido para inculcarle la idea de que el r<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>toacadémico era lo que más nos importaba.<strong>En</strong> su adolesc<strong>en</strong>cia, se multiplicaron los problemas. La instrucción difer<strong>en</strong>cialfue totalm<strong>en</strong>te contraproduc<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el octavo año. Para Sandy, eracomo si <strong>en</strong> la puerta del aula especial hubiera <strong>un</strong> letrero que decía: “¡Muchachos,todos ustedes son <strong>un</strong>os fracasados!” Para ella, la idea de asistir a clasesaparte de la mayoría de los demás niños era como echar sal <strong>en</strong> la herida. Ses<strong>en</strong>tía cada vez más infeliz, deprimida, fuera de lugar. Las presiones—sutilesde nuestra parte, y obvias de parte de sus compañeras—casi la <strong>en</strong>loquecieron.Cuando Sandy cumplió los quince años, decidimos por fin sacarla de laescuela. <strong>En</strong>tonces, de rep<strong>en</strong>te y sin presión alg<strong>un</strong>a, empezó a leer por el merogusto de hacerlo. Pero sus problemas no habían terminado. Ciertos adultoscon bu<strong>en</strong>as int<strong>en</strong>ciones solían preg<strong>un</strong>tar: ¿Qué estudiaba?, ¿por qué no ibaal colegio?, ¿cuándo p<strong>en</strong>saba terminar sus cursos? Parece que por todos ladosla atorm<strong>en</strong>taban a causa de su fracaso académico.Hoy vemos claram<strong>en</strong>te que nos habían lavado el cerebro y nos habíanconv<strong>en</strong>cido de que la vida dep<strong>en</strong>de de <strong>un</strong>a educación conv<strong>en</strong>cional. PeroSandy era difer<strong>en</strong>te. ¿Cómo habíamos sido tan ciegos? Nos pusimos a insistirdesde <strong>un</strong> principio <strong>en</strong> corregir su manera de hablar para que se le <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dieray se le aceptara socialm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> vez de limitarnos a escucharla y aceptar loque nos decía por más embrollado que pareciera. A Sandy su desarrollo verbalno le iba ni le v<strong>en</strong>ía; sólo nos importaba a nosotros.Hoy sabemos que a<strong>un</strong>que amábamos mucho a nuestra hijita, no la aceptábamostal como Dios la creó. Si fuera posible empezar de nuevo, nos preocuparíamosm<strong>en</strong>os por sus discapacidades (o cómo se les quiera llamar) y<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negra3afirmaríamos su personalidad tan digna de aprecio. Sandy era muy s<strong>en</strong>sible.Se preocupaba por los desv<strong>en</strong>turados, los que sufr<strong>en</strong>, los desfavorecidos. Trabajócomo vol<strong>un</strong>taria de L’Arche (<strong>un</strong>a organización que se ocupa de personascon trastornos m<strong>en</strong>tales) y, sin ser erudita, se desempeñó como <strong>un</strong>a personaadulta, compet<strong>en</strong>te y solícita…Por complejo que sea educar al niño que ti<strong>en</strong>e <strong>un</strong> trastorno como el síndromede alcoholismo fetal, puede resultar igualm<strong>en</strong>te problemático criar al niñoque es meram<strong>en</strong>te difícil. Un niño discapacitado nos plantea cuestiones muyespecíficas. Pero, ¿qué hacer cuando obviam<strong>en</strong>te existe <strong>un</strong> trastorno que nadiesabe diagnosticar? <strong>En</strong> fecha reci<strong>en</strong>te, me escribió Sharon, madre de <strong>un</strong> jov<strong>en</strong>perturbado:A veces pi<strong>en</strong>so que, para <strong>un</strong>a madre, t<strong>en</strong>er <strong>un</strong> <strong>hijo</strong> que adolece de invalidezfísica debe ser más fácil que criar a <strong>un</strong>o que sufre con trastornos emocionales.Cuando hay <strong>un</strong>a evid<strong>en</strong>te dol<strong>en</strong>cia física, por lo m<strong>en</strong>os es obvio que esapersona necesita ser tratada con s<strong>en</strong>sibilidad y compr<strong>en</strong>sión especiales… Perocuando <strong>un</strong> muchachito apar<strong>en</strong>ta ser “normal”, a veces resulta difícil conv<strong>en</strong>cera la g<strong>en</strong>te de que hay <strong>un</strong>a incapacidad; pi<strong>en</strong>san que debería exigirse de él lomismo como de otros niños de su edad.Sharon ti<strong>en</strong>e razón. Pero sé por experi<strong>en</strong>cia que lo más difícil para <strong>un</strong> niñocomo el suyo no es que los demás desconozcan sus dificultades, sino que suspadres a m<strong>en</strong>udo los exageran. Sirva de ejemplo el sigui<strong>en</strong>te relato de <strong>un</strong> padrede familia.Hasta los tres años de edad, nuestro <strong>hijo</strong> James fue <strong>un</strong> niño tranquilo ycont<strong>en</strong>to. <strong>En</strong>tonces nos mudamos a otro Estado por motivos de mi trabajo,y de rep<strong>en</strong>te James se deshizo. A veces todavía era tan radiante como antes;pero volvió a <strong>en</strong>suciarse los calzoncillos, y com<strong>en</strong>zó a t<strong>en</strong>er frecu<strong>en</strong>tes episodiosde hiperactividad. Corría por toda la casa, movía los brazos como sifueran aspas de molino, a veces chillaba con <strong>un</strong>a <strong>en</strong>ergía increíble. Además,adoptó varias mañas, como chuparse el dedo, o tirarse el pelo hasta producir<strong>un</strong> pequeño claro <strong>en</strong> la cabeza. A medida que crecía, James se volvía másantisocial. Interrumpía las re<strong>un</strong>iones familiares, los actos de la escuela y las<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negrafiestas del barrio. Detestaba las actividades y juegos organizados, se escapabay se def<strong>en</strong>día cuando algui<strong>en</strong> trataba de animarlo a tomar parte. Protestabaa toda voz ante la más leve presión para que se apresurara a la hora de comero vestirse.¿Qué le pasaba a James? ¿Por qué actuaba así? Sus padres lo probaron todo,desde las más tiernas palabras hasta castigos más severos tales como nalgadaso susp<strong>en</strong>diéndole el juego (pero le <strong>en</strong>cantaba que se lo susp<strong>en</strong>dieran). Su pequeñom<strong>un</strong>do parecía imp<strong>en</strong>etrable. Nada surtía efecto. James siempre salíaganando.James no era <strong>un</strong> niño rudo, sin corazón. Sonia, <strong>un</strong>a de sus mejores amigas,era <strong>un</strong>a mujer gravem<strong>en</strong>te discapacitada, confinada a su silla de ruedas. Soniano podía hablar ni comer o vestirse sola. <strong>En</strong> realidad lo único que podíahacer era sonreír, gorgotear y gemir. Pero a James le <strong>en</strong>cantaba estar con ellay pasar el rato tomándola de la mano. Cuando la persona que la at<strong>en</strong>día lepreg<strong>un</strong>tó a James por qué, contestó: “No sé… Ella sabe amar con los ojos, yse puede s<strong>en</strong>tir que lo quiere a <strong>un</strong>o”. Pero cuando no estaba con Sonia, habíainterminables problemas.Al parecer, otros padres no t<strong>en</strong>ían esa clase de desafíos, o, si los t<strong>en</strong>ían, seguíanlos consejos de amigos y maestros, con resultados positivos. Con James era difer<strong>en</strong>te.Sus padres buscaron explicaciones por todas partes, <strong>en</strong> el pasado y <strong>en</strong>el pres<strong>en</strong>te; se acusaron a sí mismos de ser ineptos para criar <strong>hijo</strong>s, y cayeron<strong>en</strong> picado.Cuando James cumplió ocho años de edad, nos volvimos a mudar, y susdificultades se int<strong>en</strong>sificaron. Hasta los rasgos positivos de su personalidadcom<strong>en</strong>zaron a empeorar. James había sido <strong>un</strong> niño que desbordaba de ideas;pero <strong>en</strong>tonces desapareció su creatividad. Abandonó sus libros y sus pasatiempos;perdió la capacidad de conc<strong>en</strong>trarse lo sufici<strong>en</strong>te como para mant<strong>en</strong>erseocupado; volvió a orinarse <strong>en</strong> la cama. Y lo más alarmante fue quese tornó tan viol<strong>en</strong>to e impredecible que no podíamos dejarlo solo con sushermanos m<strong>en</strong>ores.A veces la cosa más insignificante lo trastornaba, y se descontrolaba por<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negracompleto. <strong>En</strong>tonces corría por el pasillo vociferando: “¡No! ¡no! ¡no!” Tirabalas puertas y gritaba a las personas y objetos que le impedían el paso.Andando el tiempo, nos desal<strong>en</strong>tamos más y más. Hablábamos, orábamos,leíamos y volvíamos a hablar. Acudimos a médicos pediatras y asistimosa consultas <strong>en</strong>tre padres y maestros. Pedimos consejos y los recibimos <strong>en</strong>ab<strong>un</strong>dancia. Pero no t<strong>en</strong>íamos ning<strong>un</strong>a confianza <strong>en</strong> nosotros mismos, ni<strong>en</strong> James.Hoy sabemos que fue ése nuestro mayor impedim<strong>en</strong>to: que <strong>en</strong> vez deactuar según nuestras propias convicciones, buscamos consejos aj<strong>en</strong>os. <strong>En</strong>parte, debido a <strong>un</strong> exagerado miedo de que James no iba a “salir bi<strong>en</strong>”, nospresionamos a nosotros mismos y a él para que se adaptara. <strong>En</strong> parte, temíamos(a<strong>un</strong> inconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te) que su “fracaso” pudiera repercutir <strong>en</strong> laimag<strong>en</strong> de sus padres, es decir, que nuestro <strong>hijo</strong> llegaría a ser <strong>un</strong>a am<strong>en</strong>azapara nuestra bu<strong>en</strong>a reputación. Y <strong>en</strong> parte, si bi<strong>en</strong> n<strong>un</strong>ca dejamos de abrigaralg<strong>un</strong>a esperanza, ya no creíamos <strong>en</strong> la posibilidad de que James pudieracambiar.Por suerte t<strong>en</strong>íamos amigos que no habían perdido la esperanza. Finalm<strong>en</strong>te,gracias a ellos cambiamos de rumbo y resolvimos nuestros problemas.Para mí, el mom<strong>en</strong>to decisivo fue cuando me di cu<strong>en</strong>ta de que la causa d<strong>en</strong>uestras dificultades no era ni James ni yo, sino mi actitud fr<strong>en</strong>te al desafíode criar a <strong>un</strong> <strong>hijo</strong> que no <strong>en</strong>cajaba d<strong>en</strong>tro del molde. ¿Y por qué demoniost<strong>en</strong>ía que <strong>en</strong>cajar? Ahora las cosas empezaron a tomar <strong>un</strong> curso normal.Pude deshacerme de mis ideas de cómo debía ser James, lo que eliminómuchos motivos para regañarlo, y hubo m<strong>en</strong>os ocasiones para frustrarse,etcétera…<strong>En</strong> los dos últimos años, James se ha vuelto más estable y más feliz que <strong>en</strong>cualquier otra época que recordemos mi esposa y yo. Y, más importante aún,nosotros mismos hemos cambiado. Estamos apr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do a estar a disposiciónde James cuando nos necesite, sin preocuparnos y sin t<strong>en</strong>er int<strong>en</strong>cionesespeciales. <strong>En</strong> cuanto a id<strong>en</strong>tificar los “trastornos” <strong>en</strong> su comportami<strong>en</strong>to(cosa que aún no ha sido posible), hemos llegado a aceptar que de nada sirveel más exacto de los diagnósticos, si no hay cura. Y la mejor cura es el amor.N<strong>un</strong>ca seremos <strong>un</strong>a familia modelo. Pero al m<strong>en</strong>os somos <strong>un</strong>a familiamás fuerte. Y si algo nos ha <strong>en</strong>señado nuestro <strong>hijo</strong> es esto: la familia más<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negrafuerte de todas es aquella <strong>en</strong> la cual cada <strong>un</strong>o de sus miembros sabe qu<strong>en</strong>ecesita a los demás.Cuando la lucha es tan int<strong>en</strong>sa como la de James, a m<strong>en</strong>udo les cuesta a lospadres <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der los b<strong>en</strong>eficios de haber criado a <strong>un</strong> niño difícil, a<strong>un</strong> cuando eldes<strong>en</strong>lace es positivo. Para alg<strong>un</strong>os, se paga <strong>un</strong> precio demasiado alto <strong>en</strong> dolor.Para otros, el alivio es tan grande que, concluida la batalla, ni el <strong>hijo</strong> ni los padresjamás vuelv<strong>en</strong> a m<strong>en</strong>cionarla. Por extraño que parezca, a mi manera de p<strong>en</strong>sar,cuanto más problemático el niño, tanto más agradecidos deb<strong>en</strong> estar los padres.Los padres de <strong>hijo</strong>s difíciles deberían ser objeto de <strong>en</strong>vidia, porque ellos, más qu<strong>en</strong>ing<strong>un</strong>os otros, se v<strong>en</strong> obligados a apr<strong>en</strong>der el más sublime secreto de ser verdaderospadres y madres, o sea, el significado del amor incondicional. Este secretopermanece oculto para aquellos cuyo amor n<strong>un</strong>ca fue puesto a prueba.Con esto <strong>en</strong> m<strong>en</strong>te, acojamos con brazos abiertos la perspectiva de criar a<strong>un</strong> niño problemático. No tardaremos <strong>en</strong> compr<strong>en</strong>der que nuestras frustracionesson ocasiones para despertar nuestras mejores cualidades. Y no <strong>en</strong>vidiemosa los vecinos por su apar<strong>en</strong>te facilidad de criar a <strong>hijo</strong>s perfectos; más bi<strong>en</strong> recordemosque el niño cabezudo, el que se emperra y no acata las reglas establecidas,a m<strong>en</strong>udo llega a ser <strong>un</strong> adulto más indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te y seguro de sí mismoque aquel otro que n<strong>un</strong>ca se rebeló contra los límites impuestos <strong>en</strong> su niñez.Lo dice el predicador progresista del siglo diecinueve, H<strong>en</strong>ry Ward Beecher:“La misma <strong>en</strong>ergía que dificulta gobernar a <strong>un</strong> niño es la que <strong>un</strong> día lo capacitarápara gobernar la vida”. Y si los infort<strong>un</strong>ios de nuestra propia niñez nosimpid<strong>en</strong> abrazar <strong>un</strong> <strong>en</strong>foque tan positivo como el de Beecher, olvidémonos d<strong>en</strong>osotros mismos y miremos a nuestros <strong>hijo</strong>s. El cariño que nos t<strong>en</strong>emos nospermitirá descubrir, <strong>un</strong>a y otra vez, la fuerza del perdón, el optimismo qu<strong>en</strong>ace de la esperanza y la necesidad de olvidar el pasado. Volvamos a Dana, lamadre cuya historia abrió este capítulo:¡Sorpresa! —Al poco tiempo de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el jardín de infantes, mi <strong>hijo</strong> mayor,Brian, empezó a pres<strong>en</strong>tar el mismo carácter difícil que t<strong>en</strong>ía yo de niña.Desde ese día ha t<strong>en</strong>ido choques con <strong>un</strong>a maestra tras otra. Lograr que se<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Elogio de la oveja negraporte bi<strong>en</strong> ha sido <strong>un</strong>a lucha diaria, porque estoy resuelta a que ning<strong>un</strong>o demis <strong>hijo</strong>s pase por lo que yo pasé…Sin embargo, gracias a <strong>un</strong>a maestra sabia que se niega a hacer hincapié <strong>en</strong>sus problemas, he apr<strong>en</strong>dido a c<strong>en</strong>trarme <strong>en</strong> sus cualidades positivas y a cuidarde que nadie me arrebate la alegría que este chico brinda, <strong>en</strong> vez de proyectarmi ansiedad sobre él.Si Brian es como yo, siempre será impulsivo. De hecho me desobedecediariam<strong>en</strong>te, y me la paso haciéndole s<strong>en</strong>tir las consecu<strong>en</strong>cias de sus actos.Pero sé que lo que más necesita mi <strong>hijo</strong> no es sólo disciplina, sino <strong>un</strong>a cuotamayor de mi tiempo, de mi compañerismo. Pase lo que pase, debe saber quesu madre siempre creerá <strong>en</strong> él.<strong>En</strong> los años 60, “inadaptación” era la divisa de la pedagogía. <strong>En</strong> ocasión de<strong>un</strong>a confer<strong>en</strong>cia, Martin Luther King desconcertó a padres y maestros cuandodijo, según <strong>un</strong> colega: “Gracias a Dios por los niños inadaptados”, <strong>en</strong> otraspalabras, aquí no hay problema alg<strong>un</strong>o. La posición de King era más que <strong>un</strong>adef<strong>en</strong>sa s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal del niño “difícil” (y desfavorecido); capta de manera soberbiala es<strong>en</strong>cia de la paternidad.<strong>En</strong> vez de callar al niño que nos hace pasar vergü<strong>en</strong>za, o de <strong>en</strong>ojarnos conel que no <strong>en</strong>caja, <strong>en</strong> vez de analizar al niño problemático y sacar conclusionesf<strong>un</strong>estas acerca de su futuro, debemos acogerlos a todos con los brazos abiertosy aceptarlos tales como son. De ellos apr<strong>en</strong>demos que “portarse bi<strong>en</strong>” ti<strong>en</strong>e suslímites, que es aburrido “conformarse”; <strong>en</strong> cambio, nos <strong>en</strong>señan la importanciade ser g<strong>en</strong>uinos, la sabiduría de ser humildes, y la verdad inamovible deque nada bu<strong>en</strong>o se consigue sin lucha.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


8. Rever<strong>en</strong>ciaCuando <strong>un</strong> niño camina por la calle,<strong>un</strong>a cohorte de ángeles le precedey proclama: “¡Abrid paso a la imag<strong>en</strong>del Santísimo!”r e f r á nh a s í d i c o<strong>En</strong> <strong>un</strong>a sociedad plagada de incontables problemas, los peligros que acechana los niños son obvios: pobreza, viol<strong>en</strong>cia, indifer<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong>fermedad,maltrato y <strong>un</strong> sinnúmero de otros males. Visibles o invisibles, sufridos osólo contemplados, siempre han existido y todo el m<strong>un</strong>do concuerda <strong>en</strong> queson terribles. Pero, ¿qué podemos hacer nosotros para remediarlos? <strong>En</strong> <strong>un</strong> artículodel año 1919 sobre el tema de reforma social, Hermann Hesse 7 propusoque el primer paso consiste <strong>en</strong> determinar la causa f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tal de esos males,o sea, nuestra falta de rever<strong>en</strong>cia fr<strong>en</strong>te a la vida.Toda falta de respeto, toda irrever<strong>en</strong>cia, toda dureza de corazón, todo desprecioes nada m<strong>en</strong>os que el asesinato. Y puede que se mate no sólo lo quevive <strong>en</strong> el pres<strong>en</strong>te, sino también lo que vive <strong>en</strong> el futuro. Con <strong>un</strong> poco7Autor alemán, 1877-1962; premio Nobel de literatura, 1946.


Rever<strong>en</strong>ciade escepticismo salado podemos matar gran parte del futuro de <strong>un</strong> niño,de <strong>un</strong> adolesc<strong>en</strong>te. La vida espera por doquier, florece por doquier; de ellapercibimos tan sólo <strong>un</strong> fragm<strong>en</strong>to, y estropeamos <strong>un</strong>a gran parte con lospies…Aquí Hesse llama nuestra at<strong>en</strong>ción a <strong>un</strong> peligro—quizás el más nocivo <strong>en</strong> elm<strong>un</strong>do de hoy—que am<strong>en</strong>aza a los niños y ha p<strong>en</strong>etrado <strong>en</strong> nuestra cultura,incluso <strong>en</strong> nuestro l<strong>en</strong>guaje: la irrever<strong>en</strong>cia, la falta de respeto al niño. Semanifiesta <strong>en</strong> la forma petulante como nos referimos a los niños tildándolosde mocosos y diablitos, <strong>en</strong> el sarcasmo que nos permite reírnos de ellos, <strong>en</strong> eldesdén por sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos que demostramos al hablar de sus defectos <strong>en</strong> supres<strong>en</strong>cia (o a sus espaldas). Se manifiesta <strong>en</strong> nuestro hábito de clasificarlos,cuando nos deleitamos con <strong>un</strong> chico y nos quejamos de otro, y cuando, sinp<strong>en</strong>sar, llamamos “ilegítimo” al <strong>hijo</strong> nacido fuera de matrimonio. Pero no sonlas palabras lo que más debe preocuparnos.La irrever<strong>en</strong>cia, síntoma f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tal del desamor, contribuye <strong>en</strong> gran medidaa cada <strong>un</strong>o de los males sociales m<strong>en</strong>cionados <strong>en</strong> este libro. Si esta afirmaciónparece exagerada, basta p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>un</strong> mal tan g<strong>en</strong>eralizado como el deldivorcio. Si hubiera rever<strong>en</strong>cia, no se toleraría la m<strong>en</strong>talidad que lo considera“aceptable”. Escribe Ari, <strong>un</strong> profesor amigo <strong>en</strong> la <strong>un</strong>iversidad Columbia deNueva York:Opino que el divorcio es la deplorable ruptura de <strong>un</strong> contrato, y con todaseriedad propongo que los <strong>hijo</strong>s t<strong>en</strong>gan la libertad de poner pleito a sus padres.Considér<strong>en</strong>se los hechos: Dos personas acuerdan crear a <strong>un</strong> ser humanoy promet<strong>en</strong> brindarle amor, <strong>un</strong> hogar, seguridad y bi<strong>en</strong>estar. Sinduda lo hac<strong>en</strong> con las mejores int<strong>en</strong>ciones, pero a partir de algún mom<strong>en</strong>toalgo no marcha bi<strong>en</strong>. Se percatan de que <strong>en</strong> realidad se detestan, o quepor alg<strong>un</strong>a u otra razón ya no pued<strong>en</strong> convivir. Sin embargo, al tomar ladecisión de separarse pi<strong>en</strong>san primero <strong>en</strong> sí mismos y se olvidan del contratoque hicieron con sus <strong>hijo</strong>s. No creo—como a m<strong>en</strong>udo se oye decir apadres a p<strong>un</strong>to de divorciarse—que la separación sea “lo mejor para el niño”.Mi experi<strong>en</strong>cia me ha <strong>en</strong>señado lo contrario.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>cia0Ahora bi<strong>en</strong>, se alegaría, ¿acaso mis padres no me libraron de <strong>un</strong> hogar infelizdonde peleas y <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>tos airados eran el modo de com<strong>un</strong>icarse? Nolo creo. Más bi<strong>en</strong> creo—a<strong>un</strong>que todavía sean hoy tan incompatibles como<strong>en</strong>tonces—que podrían haber apr<strong>en</strong>dido a no gritarse y a no tirar las puertas.Al m<strong>en</strong>os podrían haberlo apr<strong>en</strong>dido con más facilidad que yo apr<strong>en</strong>der a ser<strong>hijo</strong> de padres divorciados.Tan común es el divorcio hoy día, que mi manera de p<strong>en</strong>sar sobre ello nogoza de popularidad. Alg<strong>un</strong>os (por lo g<strong>en</strong>eral personas divorciadas con <strong>hijo</strong>s)me acusan de ser egoísta. Pero no se trata únicam<strong>en</strong>te de mí —algún día looirán de boca de sus propios <strong>hijo</strong>s. Una infancia perdida no se recupera.Por dura que parezca la propuesta de Ari, resulta leve comparada con lo quepropone Jesús para qui<strong>en</strong>es despojan a <strong>un</strong> niño de su infancia: “Cualquieraque haga tropezar a <strong>un</strong>o solo de estos pequeños que cre<strong>en</strong> <strong>en</strong> mí, mejor seríaque le ataran al cuello <strong>un</strong>a piedra de molino, y que le echaran al mar”. Estaspalabras sólo se compr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a la luz del espíritu de rever<strong>en</strong>cia —ese espírituque abre sus brazos a los niños y se opone a cuanto los desprecia y rechaza,cueste lo que cueste.No hay rever<strong>en</strong>cia sin amor. Pero es más: rever<strong>en</strong>ciar significa apreciar lascualidades del niño (atributos que los adultos no t<strong>en</strong>emos ya), y t<strong>en</strong>er la humildadde apr<strong>en</strong>der de él. Rever<strong>en</strong>ciar significa aceptar a la niñez por lo querepres<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> sí, y a cada niño tal como es.S<strong>en</strong>tir rever<strong>en</strong>cia también significa confiar. El Midrás judío nos cu<strong>en</strong>ta losigui<strong>en</strong>te. Cuando Dios estaba por <strong>en</strong>tregar la Torah al pueblo de Israel, exigióque le garantizaran su preservación. Primero ofrecieron a sus ancianos <strong>en</strong>garantía, pero Dios rechazó la oferta por insufici<strong>en</strong>te. <strong>En</strong>tonces le ofrecieron alos profetas, pero tampoco los consideró sufici<strong>en</strong>tes. Sólo cuando le ofrecierona sus <strong>hijo</strong>s, se dio por satisfecho: “Los niños son, de cierto, bu<strong>en</strong>os garantes.Por los niños os daré la Torah”.Por último, s<strong>en</strong>tir rever<strong>en</strong>cia equivale a profesar hondo respeto, como loexpresan las sigui<strong>en</strong>tes palabras de mi abuelo:Son los niños qui<strong>en</strong>es nos guían hacia la verdad. Nosotros no somos dignos<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>cia1de educar ni a <strong>un</strong>o solo de ellos. Nuestros labios están manchados; nuestradedicación no es total. Nuestra honradez es fragm<strong>en</strong>taria; nuestro amor,parcial. Nuestra bondad está plagada de seg<strong>un</strong>das int<strong>en</strong>ciones. Aún no noshemos librado del desamor, de nuestros impulsos posesivos y egoístas. Sólolos sabios y los santos—sólo qui<strong>en</strong>es son como los niños <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia deDios—son capaces de vivir y trabajar con los niños.Pocos somos qui<strong>en</strong>es nos llamaríamos sabios o santos. Precisam<strong>en</strong>te por estomismo la piedra angular de la educación ha de ser más que el saber y la compr<strong>en</strong>sión;debe incluir la rever<strong>en</strong>cia. <strong>En</strong> la novela de Erich María Remarque 8 ,Der Weg zurück (El retorno), escrita poco después de la Primera Guerra M<strong>un</strong>dial,hay <strong>un</strong> pasaje que ilustra esta idea de manera inolvidable. El personajeque habla es Ernst, <strong>un</strong> maestro y ex combati<strong>en</strong>te de las trincheras.Llega la mañana. Voy a mi clase. Los pequeños están s<strong>en</strong>tados con los bracitoscruzados. <strong>En</strong> sus ojos aún se ve todo el tímido asombro de la niñez. Me mirancon tanta confianza, con tanta fe… y de rep<strong>en</strong>te si<strong>en</strong>to dolor <strong>en</strong> el corazón.Aquí estoy ante vosotros, <strong>un</strong>o de los ci<strong>en</strong>tos de miles de hombres destrozadosa qui<strong>en</strong>es la guerra despojó de toda su fe y de casi todas sus fuerzas.Aquí estoy ante vosotros, y veo cuánto más vivos, cuánto más arraigados<strong>en</strong> la vida estáis que yo. Aquí estoy, y ahora me cabe ser vuestro maestroy guía. ¿Qué voy a <strong>en</strong>señaros? ¿Que d<strong>en</strong>tro de veinte años estaréis resecos yv<strong>en</strong>cidos, cegados vuestros impulsos más espontáneos, y comprimidos—sinpiedad—<strong>en</strong> <strong>un</strong> molde idéntico para todos? ¿Que toda educación, toda culturay toda ci<strong>en</strong>cia no serán más que <strong>un</strong>a burla cruel mi<strong>en</strong>tras los hombres se haganla guerra con gases, acero, pólvora y fuego <strong>en</strong> nombre de Dios y de la humanidad?¿Qué debo <strong>en</strong>señaros <strong>en</strong>tonces a vosotros, pequeñas criaturas, las únicasque no habéis sido mancilladas por estos años terribles?¿Qué puedo <strong>en</strong>señaros yo? ¿Voy a deciros cómo arrancar de <strong>un</strong> tirón laespoleta de <strong>un</strong>a granada de mano y lanzarla contra <strong>un</strong> ser humano? ¿Cómoatravesar a <strong>un</strong> hombre con <strong>un</strong>a bayoneta, cómo derribarlo con <strong>un</strong> garrote,cómo matarlo con <strong>un</strong> golpe de pala? ¿Voy a haceros <strong>un</strong>a demostración sobrela mejor manera de ap<strong>un</strong>tar <strong>un</strong> fusil a ese milagro tan incompr<strong>en</strong>sible, otro8Autor alemán, 1898-1970, cuyos libros son <strong>un</strong>a protesta contra la guerra; el más famoso: Sin novedad <strong>en</strong>el fr<strong>en</strong>te.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>ciapecho que respira, otro corazón vivo? ¿Voy a explicaros lo que es el tétanos,qué es <strong>un</strong>a columna vertebral fracturada o <strong>un</strong> cráneo despedazado? ¿Voy aimitar el quejido de <strong>un</strong> hombre herido <strong>en</strong> el estómago, el gorgoteo del pulmónabierto de otro o el silbido de otro más con <strong>un</strong>a herida <strong>en</strong> el cráneo?Otra cosa no sé. Otra cosa no he apr<strong>en</strong>dido.¿He de llevaros ante el mapa verde y pardo, recorrerlo con el dedo y deciros:aquí fue donde asesinaron al amor? ¿He de explicaros que los libros quet<strong>en</strong>éis <strong>en</strong> manos no son más que redes con las cuales los hombres se propon<strong>en</strong>atrapar vuestras almas s<strong>en</strong>cillas para <strong>en</strong>redarlas <strong>en</strong> la maleza de hermosasfrases y el alambrado de falsas ideas?Aquí estoy ante vosotros, yo, <strong>un</strong> hombre manchado, culpable, y sólo puedoimploraros que permanezcáis siempre como sois y n<strong>un</strong>ca permitáis que seabuse de la brillante luz de vuestra niñez para <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der las llamas del odio.<strong>En</strong> vuestras fr<strong>en</strong>tes aún hay <strong>un</strong> soplo de inoc<strong>en</strong>cia. ¿Cómo puedo <strong>en</strong>toncesarrogarme el derecho de <strong>en</strong>señaros? A mí todavía me persigu<strong>en</strong> los años sangri<strong>en</strong>tos.¿Cómo puedo atreverme a andar <strong>en</strong>tre vosotros? ¿No debo primerovolver a ser niño?Si<strong>en</strong>to que me empieza a <strong>en</strong>trar <strong>un</strong> calambre, como si me estuviera convirti<strong>en</strong>do<strong>en</strong> piedra, como si me estuviera desmoronando. Despacio, me dejocaer <strong>en</strong> la silla y compr<strong>en</strong>do que no puedo permanecer aquí ni <strong>un</strong> minutomás. Trato de aferrarme a algo, pero no puedo. <strong>En</strong>tonces, después de <strong>un</strong>tiempo que me ha parecido infinito, la catalepsia cede. Me pongo de pie.“Niños”, digo angustiado, “podéis iros. Hoy no habrá clases”.Los pequeños me miran, como para asegurarse de que lo digo <strong>en</strong> serio.Vuelvo a decirlo: “Sí, es verdad, podéis ir a jugar —todo el día. Id a jugar <strong>en</strong>el bosque, o con los perros y los gatos. Y no volváis hasta mañana”.Con gran estrépito echan las cajas de lápices <strong>en</strong> sus carteras. Bulliciosos, ycon <strong>un</strong> gorjeo de pajarillos, sal<strong>en</strong> disparados…Camino de la estación, me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro a <strong>un</strong> par de niñas con las boquitasembarradas y cintas flojas <strong>en</strong> el pelo que sal<strong>en</strong> de <strong>un</strong>a casa vecina. Acaban de<strong>en</strong>terrar <strong>en</strong> el jardín a <strong>un</strong> topo muerto, así me dic<strong>en</strong>, y oraron por él. Luegome hac<strong>en</strong> <strong>un</strong>a rever<strong>en</strong>cia y me dan la mano: “Auf Wiederseh<strong>en</strong>, Herr Lehrer”.(Hasta mañana, señor maestro.)<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>cia3Haga usted el experim<strong>en</strong>to <strong>en</strong> su aula, trate de imitar a Ernst <strong>en</strong> la vida real.Se pondrá <strong>en</strong> riesgo de que le c<strong>en</strong>sur<strong>en</strong> severam<strong>en</strong>te. Posiblem<strong>en</strong>te perderá supuesto. Pero lo importante <strong>en</strong> este pasaje de Remarque no es el incid<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sí.Es el hecho de que <strong>un</strong> hombre, inspirado por <strong>un</strong> espíritu olvidado <strong>en</strong> nuestraépoca, compr<strong>en</strong>de que fr<strong>en</strong>te a la inoc<strong>en</strong>cia y vulnerabilidad, la honradez y espontaneidadhay <strong>un</strong>a sola respuesta —la rever<strong>en</strong>cia.El concepto del niño como maestro no es nuevo, pero merece ser redescubierto<strong>un</strong>a y otra vez. Es lógica consecu<strong>en</strong>cia de <strong>un</strong>a actitud rever<strong>en</strong>te fr<strong>en</strong>teal niño, con más razón cuando se trata de niños con dificultades o discapacidades.De ahí que incluyo las sigui<strong>en</strong>tes reflexiones de Ramsey Clark, exprocurador g<strong>en</strong>eral de los Estados Unidos. Clark es bu<strong>en</strong> amigo y compañero<strong>en</strong> la lucha por la paz y padre de <strong>un</strong>a mujer notable.Ronda, nuestra primogénita, era <strong>un</strong>a criatura excepcionalm<strong>en</strong>te hermosa.Durante su primer año, tanto a nosotros como a su pediatra todo nosparecía normal. Pero antes de cumplir ella los dos años, com<strong>en</strong>zamos <strong>un</strong>largo peregrinaje por diversas instituciones médicas <strong>en</strong> busca de diagnósticoy tratami<strong>en</strong>to porque tardaba <strong>en</strong> apr<strong>en</strong>der a hablar. Durante varios añosviajamos de <strong>un</strong> lugar a otro, consultando a especialistas que sometieron aRonda a toda clase de pruebas. A m<strong>en</strong>udo los diagnósticos eran diametralm<strong>en</strong>teopuestos. (Observaciones y pruebas posteriores revelaron que padecíade <strong>un</strong> leve retardo m<strong>en</strong>tal y de <strong>un</strong>a forma b<strong>en</strong>igna de epilepsia.)Cuando Ronda estaba por cumplir los seis años de edad, estábamos ansiosospor brindarle las mejores oport<strong>un</strong>idades disponibles para su educación.Ni las escuelas públicas ni los colegios privados se adaptaban a sus necesidades.Los c<strong>en</strong>tros de educación para sordos no disponían de servicios parapersonas con discapacidades múltiples…A lo largo de los años, buscamos soluciones <strong>en</strong> <strong>un</strong>a serie de difer<strong>en</strong>tesc<strong>en</strong>tros de rehabilitación. Tanto Ronda como nosotros tuvimos que hacermuchos ajustes; pero a todo lo largo de este proceso Ronda fue <strong>en</strong>érgica yapr<strong>en</strong>dió a <strong>un</strong> ritmo constante, a<strong>un</strong>que con dificultad. Ha adquirido <strong>un</strong>vocabulario de varios miles de palabras. Escribe cartas breves y s<strong>en</strong>cillas. Sul<strong>en</strong>guaje de signos es casi demasiado rápido para el ojo humano; opina que<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>cia<strong>en</strong> esta materia su madre merece bajas calificaciones y su padre es bastantetorpe. Posee <strong>un</strong>a memoria increíble…Hace mucho ya que dejamos de preg<strong>un</strong>tarnos porqué Ronda no oye y nocompr<strong>en</strong>de como nosotros, y nos maravillamos por su sabiduría, su bondady la alegría que irradia.Al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el modesto despacho de abogado de Ramsey Clark, la primerapersona que <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro es Ronda, s<strong>en</strong>tada a la mesa con <strong>un</strong> lápiz de color <strong>en</strong>trelos dedos. Es <strong>un</strong>a esc<strong>en</strong>a sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te y hermosa, como no he visto <strong>en</strong> otrasoficinas de Nueva York. Ramsey explica:A la vez de ser pres<strong>en</strong>cia agradable, Ronda es fu<strong>en</strong>te de continuas sorpresas.Le <strong>en</strong>canta desempeñar cualquier tarea que se le pida y siempre está dispuestaa acompañarnos. Antes que nada, Ronda es qui<strong>en</strong> nos <strong>en</strong>seña cuáles sonlas cosas importantes <strong>en</strong> la vida: el placer de estar j<strong>un</strong>tos y ayudarnos <strong>un</strong>os aotros, la belleza de ser afectuosos y t<strong>en</strong>er paci<strong>en</strong>cia, la futilidad de cosas materiales,el absurdo de la fama y del prestigio personal y el daño que causa elegoísmo. Nuestra hija nos ha <strong>en</strong>señado el papel f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tal del amor paradar s<strong>en</strong>tido a la vida de cada persona.El amor de este padre por su hija manifiesta <strong>un</strong> compon<strong>en</strong>te f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tal dela rever<strong>en</strong>cia, esto es, la humildad. Al mismo tiempo refleja la fe <strong>en</strong> que cadaniño vi<strong>en</strong>e al m<strong>un</strong>do con <strong>un</strong> propósito de acuerdo al plan de Dios. Esto no es<strong>un</strong>a verdad evid<strong>en</strong>te, ya que hoy día a m<strong>en</strong>udo se evalúa a <strong>un</strong>a persona por sumérito —su intelig<strong>en</strong>cia y atractivo, sus inversiones y cu<strong>en</strong>tas bancarias. Perosi amamos realm<strong>en</strong>te a los niños, acogeremos a cada <strong>un</strong>o de ellos con losbrazos abiertos, sin parar mi<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> el color de su piel ni <strong>en</strong> sus aptitudes,la composición de su familia o su clase social.Lam<strong>en</strong>tablem<strong>en</strong>te, el estado de nuestra cultura es tal que no sólo marginamosa <strong>un</strong> sinnúmero de niños sino que, para asegurarnos que no nazcan aquelloscuya llegada a este m<strong>un</strong>do queremos evitar, destruimos a millones más. Seamosjustos y demos por válido que para muchas personas el aborto equivale al asesinato.Por mi parte, lo llamaría el colmo de la irrever<strong>en</strong>cia. Pero a<strong>un</strong> qui<strong>en</strong>es lo<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>ciajuzgamos <strong>un</strong>a práctica errada, ¿qué ganamos con atacar a qui<strong>en</strong>es la defi<strong>en</strong>d<strong>en</strong>?¿No deberíamos más bi<strong>en</strong> procurar que ning<strong>un</strong>a mujer se vea forzada a recurriral aborto? ¿No deberíamos abrigar la esperanza de que los desolados—mujeres yhombres—puedan sanarse de su pesadumbre?Dorothy Day, la leg<strong>en</strong>daria pacifista y f<strong>un</strong>dadora del Catholic Worker (TrabajadorCatólico), recurrió al aborto <strong>en</strong> su época bohemia. Más tarde tuvo<strong>un</strong>a hija, Tamar, y pudo escribir: “Hasta el más <strong>en</strong>callecido y el más irrever<strong>en</strong>tequeda deslumbrado ante el estup<strong>en</strong>do hecho de la creación. Por más descaradae indifer<strong>en</strong>te que sea la actitud del m<strong>un</strong>do fr<strong>en</strong>te al nacimi<strong>en</strong>to de <strong>un</strong> niño,n<strong>un</strong>ca dejará de ser <strong>un</strong> formidable suceso, tanto <strong>en</strong> lo espiritual como <strong>en</strong> lofísico”.La llegada de Tamar cambió la vida de su madre. <strong>En</strong> efecto, todo niñoti<strong>en</strong>e este poder de transformación, lo cual es cierto a<strong>un</strong> del que nace muertoo muere <strong>en</strong> la primera infancia. A León Tolstoi, la muerte de <strong>un</strong>o de sus <strong>hijo</strong>strajo paz, a<strong>un</strong>que pasajera, al s<strong>en</strong>o de su matrimonio plagado por desacuerdos.Al reflexionar sobre esa viv<strong>en</strong>cia, Tolstoi escribió a <strong>un</strong> amigo:Nuestro <strong>hijo</strong> vivió para que, qui<strong>en</strong>es estábamos a su alrededor, nos sintiéramosinspirados por el amor común; para que, al abandonarnos y volver asu hogar con Dios Padre qui<strong>en</strong> es Amor, nos <strong>un</strong>iéramos más estrecham<strong>en</strong>te<strong>un</strong>os con otros. Mi esposa y yo n<strong>un</strong>ca estuvimos más cerca que ahora, yn<strong>un</strong>ca antes s<strong>en</strong>timos tal necesidad de amor, ni tal aversión a toda discordia,a todo mal.De niño s<strong>en</strong>tí algo de esto, dado que mis padres pasaron por <strong>un</strong>a experi<strong>en</strong>ciasimilar. Yo t<strong>en</strong>ía seis años de edad cuando mi hermana Marianne murió sóloveinticuatro horas después de haber nacido. No obstante, ella ha sido parteimportante de mi vida desde <strong>en</strong>tonces. Dos días antes de dar a luz, mi madresufrió <strong>un</strong> ataque al corazón que por poco se muere. Sólo por <strong>un</strong> milagrosobrevivió al parto <strong>en</strong> el primitivo hospital del pueblito paraguayo donde vivíamos.Más de <strong>un</strong>a vez <strong>en</strong> mi trabajo pastoral he sido testigo de que la vida de <strong>un</strong><strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>cianiño, por breve que sea, es capaz de transformarnos, siempre que lo permitamos.Hace <strong>un</strong>os cuantos años quedé prof<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>te impresionado cuandovino al m<strong>un</strong>do <strong>un</strong> bebé cuyo hermano gemelo había nacido muerto. Eseacontecimi<strong>en</strong>to (relatado aquí por Joe, el padre) muestra que incluso <strong>un</strong> niñoque nace muerto puede ayudarnos a descubrir el prof<strong>un</strong>do significado de larever<strong>en</strong>cia.Al poco tiempo de <strong>en</strong>terarnos de que <strong>un</strong>o de nuestros gemelos no iba asobrevivir, Deborah y yo concertamos <strong>un</strong>a cita con nuestro obstetrapara hablar con él de lo sucedido y del futuro. El doctor no sabía explicarpor qué había muerto in utero el bebé; quizás n<strong>un</strong>ca lo sabríamos…Una observación <strong>en</strong> particular nos conmovió. “Cuando llegue el bebémuerto”, dijo, “puede estar descolorido, fláccido, arrugado, pero no nosimportará su apari<strong>en</strong>cia. Para nosotros será hermoso”. Y después, dirigiéndosea Deborah: “Fue <strong>un</strong> alma vivi<strong>en</strong>te d<strong>en</strong>tro de ti. Lo s<strong>en</strong>tistemoverse, le hablaste, lo quisiste como sólo puede querer <strong>un</strong>a madre, ylo querrás no importa cómo se vea”. La al<strong>en</strong>tó a tomar <strong>en</strong> sus brazos a ambosbebés.Al principio, la perspectiva de <strong>en</strong>terrar a <strong>un</strong>o de nuestros pequeños nosresultaba extremadam<strong>en</strong>te difícil, sobre todo cuando p<strong>en</strong>sábamos <strong>en</strong> lo p<strong>en</strong>osoque sería el parto. Pero <strong>en</strong> los días subsigui<strong>en</strong>tes nos dimos cu<strong>en</strong>ta decuán precioso sería ese día —t<strong>en</strong>dríamos muy poco tiempo para ver y tomar<strong>en</strong> brazos al bebé, y podríamos hacer muy poco por él. De manera que empezamosa ansiar que llegara ese día, a<strong>un</strong> sabi<strong>en</strong>do que sería muy duro…Cuando por fin llegó el mom<strong>en</strong>to del parto, Lloyd, nuestro niño vivo, fueel primero <strong>en</strong> nacer. Deborah lo tuvo <strong>en</strong> sus brazos durante <strong>un</strong>os minutos.Mi<strong>en</strong>tras tanto continuaban las contracciones y esperábamos nerviosos, preparadospara <strong>un</strong>a larga batalla. Al final todo transcurrió sin complicaciones,y de rep<strong>en</strong>te el doctor an<strong>un</strong>ció la llegada del otro bebé.Lor<strong>en</strong>, nuestro querido seg<strong>un</strong>do gemelo, estaba muy bi<strong>en</strong> formado, a<strong>un</strong>quesus huesitos se habían reblandecido y su pequeño cráneo se había desintegradocasi por completo. Pero eso no t<strong>en</strong>ía la m<strong>en</strong>or importancia; pronto<strong>un</strong>a gorrita de p<strong>un</strong>to lo cubrió. Coloqué <strong>un</strong>a de sus manitas sobre <strong>un</strong>o demis dedos y me quedé s<strong>en</strong>tado así con él durante quince o veinte minutos.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Rever<strong>en</strong>ciaLor<strong>en</strong> t<strong>en</strong>ía las mismas manchitas blancas que Lloyd <strong>en</strong> la nariz.La <strong>en</strong>fermera lavó el cuerpito de Lor<strong>en</strong>, su abuela tomó impresiones desus pequeñas manos y pies. Deborah le cortó <strong>un</strong> mechoncito de pelo parapegarlo <strong>en</strong> su álbum. Después lo vistió con <strong>un</strong>a batita y lo <strong>en</strong>volvió <strong>en</strong> <strong>un</strong>afrazada. Luego lo colocamos <strong>en</strong> <strong>un</strong> minúsculo ataúd blanco que t<strong>en</strong>íamospreparado <strong>en</strong> la pieza contigua.Más tarde acostamos a Lor<strong>en</strong> j<strong>un</strong>to a su hermano <strong>en</strong> la pequeña c<strong>un</strong>a.Lloyd había estado inquieto, pero <strong>un</strong>a vez que estuvieron <strong>un</strong>o al lado delotro, se tranquilizó y se durmió. ¿Habrá sabido que era la última vez queestarían j<strong>un</strong>tos? <strong>En</strong>tonces volvimos a colocar a Lor<strong>en</strong> <strong>en</strong> su féretro y pusimos<strong>un</strong> ramito de flores <strong>en</strong>tre sus manitas.<strong>En</strong> ese mom<strong>en</strong>to nuestros otros <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong>traron para ver a sus dos hermanitos.Les habíamos dicho lo que había sucedido, pero no sabíamos cómoiban a reaccionar. Se arremolinaron <strong>en</strong> torno al pequeño ataúd y lo contemplaron<strong>en</strong> <strong>un</strong> sil<strong>en</strong>cio absoluto. No parecían ni confusos ni temerosos de suapari<strong>en</strong>cia…Lor<strong>en</strong> n<strong>un</strong>ca llegó a respirar, n<strong>un</strong>ca abrió sus ojos, n<strong>un</strong>ca emitió <strong>un</strong> sonido.Murió antes de salir del s<strong>en</strong>o de su madre. N<strong>un</strong>ca conoceremos la causani el mom<strong>en</strong>to exacto de su muerte. Pero sí sabemos que Lor<strong>en</strong> nos fue confiadopara que cuidáramos de él, a<strong>un</strong>que fuera por breve tiempo. T<strong>en</strong>emos lacerteza de que Dios tuvo <strong>un</strong> propósito, y que ese propósito se realizó.Qui<strong>en</strong>es no lo compr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>, podría t<strong>en</strong>tarles decir que Lor<strong>en</strong> n<strong>un</strong>ca vivió.<strong>En</strong> cuanto a nosotros, Lor<strong>en</strong> transformó nuestras vidas. Y Lloyd recordarásiempre a su primer compañero de juegos; a lo largo de toda su vida seráconsci<strong>en</strong>te de la pres<strong>en</strong>cia de su gemelo. Casi todos los días nos dice quesu hermanito “lo mira desde el cielo”. A<strong>un</strong>que fuera por esta única razón,sabemos que Lor<strong>en</strong> no vivió <strong>en</strong> vano.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


9. DespegarsePuedes cobijar sus cuerpos,pero n<strong>un</strong>ca sus almas…No puedes visitarlas, ni <strong>en</strong> tus sueños.k a h l i lg i b r a nNo es pequeña empresa educar a <strong>un</strong> solo niño —salvar los arrecifes de laniñez, navegar por los estrechos rocosos de la adolesc<strong>en</strong>cia y conducirloseguro, <strong>en</strong> pleamar, hacia el puerto de la adultez. Pero el viaje no termina ahí.Después de criar a nuestros <strong>hijo</strong>s y dejarlos firmes <strong>en</strong> sus propios pies, debemosdespr<strong>en</strong>dernos de ellos. Al final, queramos o no, los niños maduran y sigu<strong>en</strong>su camino. Nuestra tarea, pues, consiste <strong>en</strong> capacitarlos <strong>en</strong> primer lugar paratomar sus propias decisiones y mant<strong>en</strong>erlas con firmeza cuando salgan a lo queel pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi 9 llama “la corri<strong>en</strong>te del m<strong>un</strong>do”.Viktor Frankl, <strong>un</strong> sobrevivi<strong>en</strong>te de Auschwitz, autor de Man’s Search for Meaning(El hombre <strong>en</strong> busca de significados), escribió:Los estudios sobre la her<strong>en</strong>cia han demostrado cuán grande es la libertad delhombre comparada con lo que está predispuesto. Sabemos también que noes el medio ambi<strong>en</strong>te lo que determina al individuo, sino que todo dep<strong>en</strong>de91746-1827.


Despegarsede lo que el individuo haga de él, o sea, de su actitud fr<strong>en</strong>te al medio ambi<strong>en</strong>te.Pero <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> juego otro elem<strong>en</strong>to: la decisión. ¡<strong>En</strong> última instancia,somos nosotros los que decidimos! Y, <strong>en</strong> fin de cu<strong>en</strong>tas, la educación siempredebe t<strong>en</strong>er por meta capacitar a la persona para tomar decisiones.El consejo de Frankl es muy atractivo, pero resulta más fácil reflexionar sobre élque llevarlo a la práctica. Una y otra vez sucumbimos al impulso de tomar decisionespor nuestros <strong>hijo</strong>s <strong>en</strong> lugar de guiarlos para que decidan por sí mismos. Qui<strong>en</strong>esmás necesitan tal guía son los adolesc<strong>en</strong>tes; sin embargo, es precisam<strong>en</strong>te<strong>en</strong> esa fase de su desarrollo que m<strong>en</strong>os confiamos <strong>en</strong> su aptitud para ser hombresy mujeres indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes.El m<strong>un</strong>do del jov<strong>en</strong> adulto es <strong>un</strong>a maraña de t<strong>en</strong>siones. Insiste <strong>en</strong> que lo dej<strong>en</strong>solo pero si<strong>en</strong>te la necesidad de que lo incluyan; ambiciona la libertad masquiere asumir responsabilidades; se si<strong>en</strong>te inv<strong>en</strong>cible mas teme fracasar; aborreceel conformismo pero ansía ser aceptado. Agrégu<strong>en</strong>se las continuas friccionessuscitadas por la presión de compañeros y amigos de <strong>un</strong> lado, y por la autoridadpaterna del otro. No ha de sorpr<strong>en</strong>dernos, pues, que sean tan pocos losadolesc<strong>en</strong>tes que escapan ilesos de estos conflictos, y que tantos jóv<strong>en</strong>es qued<strong>en</strong>marcados para toda la vida. Sin duda es ésta la razón por la cual muy pocospadres están dispuestos a esperar para ver cómo sus <strong>hijo</strong>s se las arreglansolos.Un amigo que no se cansa de <strong>en</strong>viarme m<strong>en</strong>sajes por correo electrónico,reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te me mandó <strong>un</strong>a adivinanza: ¿Cuál es la difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre <strong>un</strong>amadre y <strong>un</strong> Rottweiler? (Respuesta: El perro al final suelta su presa.) Es <strong>un</strong>bu<strong>en</strong> chiste, pero <strong>en</strong> la vida real no es tan gracioso. La razón es simple. Aferrarsea <strong>un</strong> niño es aplastarlo. No importa que las int<strong>en</strong>ciones sean bu<strong>en</strong>as. Ysi el niño logra escapar apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te ileso, tarde o temprano se manifestaránlas cicatrices. La mayoría de los adolesc<strong>en</strong>tes que conozco, si bi<strong>en</strong> aceptan elhecho de que se les imponga límites, se somet<strong>en</strong> a éstos sobre todo para evitarlas consecu<strong>en</strong>cias. Pero no quier<strong>en</strong> dar su brazo a torcer y admitir que estoslímites exist<strong>en</strong> para su protección.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarse0Ed, consejero vocacional, dice que <strong>en</strong>tre los adolesc<strong>en</strong>tes con los cuales hatrabajado, qui<strong>en</strong>es más rápidam<strong>en</strong>te repudian los valores de sus padres son losque fueron más protegidos y n<strong>un</strong>ca tuvieron oport<strong>un</strong>idad de probar sus alas.Nick era <strong>un</strong> jov<strong>en</strong>cito modelo mi<strong>en</strong>tras asistía al colegio sec<strong>un</strong>dario. Eracortés y amable y obedecía a sus padres. Pero había que verlo cuando se fuede casa: bebedor, obsesionado por el sexo y totalm<strong>en</strong>te incapaz de cont<strong>en</strong>erse…Cara, otra estudiante, t<strong>en</strong>ía la impresión que sus padres no la apreciabancomo hija, sino sólo como reflejo de ellos mismos. La mayor parte deltiempo lograba ocultar su rebeldía, pero se <strong>en</strong>furecía por d<strong>en</strong>tro. Estaba conv<strong>en</strong>cidade que n<strong>un</strong>ca alcanzaría el ideal de su papá, ser “la chica bu<strong>en</strong>a”, ycuanto más estrictos se ponían los padres, más se insubordinaba ella. Acabópor huir a la casa de <strong>un</strong>os pari<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> California…Ni Cara ni Nick eran peores que otros adolesc<strong>en</strong>tes. Pero los padres de ambosjóv<strong>en</strong>es les habían negado la oport<strong>un</strong>idad de cometer errores, y por másdilig<strong>en</strong>tes que fues<strong>en</strong> <strong>en</strong> educar a sus <strong>hijo</strong>s, todos sus esfuerzos se echaron aperder. El caso de Nick es clásico. El niño, al parecer celosam<strong>en</strong>te preparado,se sometía mi<strong>en</strong>tras no tuvo más remedio. Tan pronto las circ<strong>un</strong>stancias lepermitieron sustraerse de la férula de sus padres, éstos ya no pudieron hacernada —ni tampoco Nick mismo, porque sin respaldo no sabía mant<strong>en</strong>ersede pie. El caso de Cara también resulta conocido. Sus padres habían olvidadoque Cara es <strong>un</strong> ser humano con su propia individualidad. Parecían actuar notanto por legítima preocupación como por <strong>un</strong>a actitud posesiva; acabaron porhacer batalla con las lógicas protestas de <strong>un</strong>a hija que rehusaba ser pert<strong>en</strong><strong>en</strong>ciade sus padres.¿Qué alternativa t<strong>en</strong>emos? La libertad de arriesgarse, dice mi abuelo. “Laseguridad del niño no dep<strong>en</strong>de de <strong>un</strong>a protección exagerada por parte de ansiososadultos. Más bi<strong>en</strong> hay que sembrar <strong>en</strong> él <strong>un</strong> instinto certero que loori<strong>en</strong>tará <strong>en</strong> mom<strong>en</strong>tos de peligro, y al mismo tiempo confiar <strong>en</strong> la vigilanciade <strong>un</strong>a fuerza fuera de nuestro alcance. La mejor protección de <strong>un</strong> niño reside<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarse1<strong>en</strong> su libertad”.Por supuesto, la libertad no supone que t<strong>en</strong>emos lic<strong>en</strong>cia para hacer todo loque nos da la gana. El deseo juv<strong>en</strong>il de indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia es natural, pero hay que<strong>en</strong>señar a los niños que esta indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia siempre acarrea responsabilidades.Darle ri<strong>en</strong>da suelta a <strong>un</strong> adolesc<strong>en</strong>te, a<strong>un</strong> al más maduro, es buscarse líos ycausa graves perjuicios. Mi vecina Jean, cuyos padres eran int<strong>en</strong>cionalm<strong>en</strong>tecons<strong>en</strong>tidores, cu<strong>en</strong>ta lo sigui<strong>en</strong>te:Mis padres no estaban de acuerdo con los “aspectos represivos” <strong>en</strong> la niñez demi madre, y decidieron adoptar métodos muy difer<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> la educación desus <strong>hijo</strong>s.Mi padre me <strong>en</strong>señó que “no existe la verdad absoluta”. Detestaba a qui<strong>en</strong>sostuviese lo contrario, tildándole de ser de m<strong>en</strong>te cerrada. Y para ilustrar sup<strong>un</strong>to de vista ponía por ejemplo lo sigui<strong>en</strong>te: Si bi<strong>en</strong> la construcción de <strong>un</strong>nuevo pu<strong>en</strong>te para conectar a Brooklyn con Manhattan es muy v<strong>en</strong>tajosapara qui<strong>en</strong>es transitarán <strong>en</strong> auto por el pu<strong>en</strong>te, será terrible para qui<strong>en</strong>es perderánsus casas cuando se lleve a cabo el proyecto. “Todo es relativo”, decía.“Lo que es bu<strong>en</strong>o para <strong>un</strong>os es malo para otros”.<strong>En</strong> mi vida, eso significaba que yo podía hacer lo que me v<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> ganas.Decía mi padre: “Si tocas el fogón, apr<strong>en</strong>derás lo que es el calor. A través detus experi<strong>en</strong>cias te <strong>en</strong>teras de lo que es la vida”.<strong>En</strong> casa, n<strong>un</strong>ca me exigieron que yo hiciera tareas domésticas. Mi madrese quejaba a m<strong>en</strong>udo del desord<strong>en</strong> que había <strong>en</strong> mi cuarto, pero nadie tomóla iniciativa para corregir tal estado de cosas. Recuerdo <strong>un</strong>a ocasión <strong>en</strong> lacual an<strong>un</strong>cié que me iba de la casa, y mi padre me dijo: “Muy bi<strong>en</strong>, voy aayudarte a hacer la maleta”.Estoy segura de haber t<strong>en</strong>ido experi<strong>en</strong>cias maravillosas <strong>en</strong> mi niñez; peroes <strong>un</strong> hecho que <strong>en</strong> nuestro hogar la idea de inoc<strong>en</strong>cia infantil no era muypopular. Mis padres me instruyeron sobre la bebida, los difer<strong>en</strong>tes tipos dewhisky, licores etcétera, y los cigarrillos. <strong>En</strong> el cuarto de baño siempre sepodía <strong>en</strong>contrar el último número de la revista Playboy. Si yo quería volvertarde o quedarme a dormir fuera de casa, estaban de acuerdo… Mucho antesde alcanzar la adultez, ya lo había probado casi todo.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


DespegarseMuchos adolesc<strong>en</strong>tes p<strong>en</strong>sarán que <strong>un</strong> hogar tan indulg<strong>en</strong>te debe ser el ideal,pero Jean dice que no lo era. Niña retraída y tímida que era, la total aus<strong>en</strong>ciade límites y prohibiciones no hizo más que aum<strong>en</strong>tar su inseguridad, y latornó infeliz y depresiva.No conocía la verdadera alegría. Por d<strong>en</strong>tro estaba vacía y me s<strong>en</strong>tía desesperadapor <strong>en</strong>contrar algo a lo cual asirme… Ahora que soy madre de adolesc<strong>en</strong>tes,me resulta muy difícil ayudarles. No quiero que sufran la mismacar<strong>en</strong>cia. Veo cuánto les hace falta normas bi<strong>en</strong> definidas, pero a m<strong>en</strong>udome resulta imposible proporcionárselas. Yo misma sigo buscando <strong>un</strong>a basesólida. Es como si siempre estuviera caminando sobre ar<strong>en</strong>as movedizas.A veces, criar <strong>hijo</strong>s se asemeja a <strong>un</strong> ejercicio de equilibrismo, ya que es igualm<strong>en</strong>tefácil cons<strong>en</strong>tir que ser mandón. Pero existe <strong>un</strong>a tercera opción. La describemuy bi<strong>en</strong> <strong>un</strong> padre que no ti<strong>en</strong>e duda alg<strong>un</strong>a sobre los objetivos que haplanteado a sus <strong>hijo</strong>s, y a la vez está dispuesto a crecer con ellos y apr<strong>en</strong>der deellos.Cuanto mayores se vuelvan mis <strong>hijo</strong>s, tanto más evid<strong>en</strong>te se me hace cuáninútil resulta tratar de mant<strong>en</strong>erlos <strong>en</strong> el camino “correcto” <strong>en</strong> vez de guiarlospara que desarroll<strong>en</strong> su propio s<strong>en</strong>tido interno de dirección. Si empiezo aempujarlos tan pronto se desvían lo más mínimo, n<strong>un</strong>ca apr<strong>en</strong>derán a reconocersus propios errores… Por supuesto, hay que t<strong>en</strong>er mucha paci<strong>en</strong>cia y,lo que es más, confiar <strong>en</strong> que sus propias conci<strong>en</strong>cias los dirijan.Si pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> mi adolesc<strong>en</strong>cia, no sé qué habría hecho <strong>en</strong> esa etapa sin la confianzaque nos demostraron nuestros padres a mí y a mis hermanas, a pesar delas muchas veces que los frustramos y desilusionamos. <strong>En</strong> vez de distanciarsede nosotros a causa de esos incid<strong>en</strong>tes, o de tomarlos como afr<strong>en</strong>ta personal,mis padres los aprovecharon para prof<strong>un</strong>dizar las relaciones <strong>en</strong>tre nosotros.Me ha acompañado siempre cierta frase que mi padre solía decirnos: “Prefieroque me traicion<strong>en</strong> diez veces, a vivir con la desconfianza”. No hay nada quepueda estrechar tanto los lazos <strong>en</strong>tre padres e <strong>hijo</strong>s como esta lealtad.Debemos estar conv<strong>en</strong>cidos de nuestros objetivos, sin t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta lo<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarse3que pi<strong>en</strong>s<strong>en</strong> nuestros <strong>hijo</strong>s. Debemos saber lo que queremos y lo que no queremospara ellos. Pero <strong>un</strong>a cosa es estar seguro y otra es ser autoritario. Asípues, cuando se da <strong>un</strong>a situación de crisis es de vital importancia no sólo volvera poner las cosas <strong>en</strong> su lugar, sino (<strong>un</strong>a vez hecho eso) confiar <strong>en</strong> las bu<strong>en</strong>asint<strong>en</strong>ciones de nuestros <strong>hijo</strong>s, perdonarles y seguir adelante. Todos fuimosadolesc<strong>en</strong>tes y a todos nos tocó elegir opciones incorrectas; hicimos cosas quelam<strong>en</strong>tamos luego, y sin embargo cada vez def<strong>en</strong>dimos nuestras acciones. ¿Porqué insistir <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> aplicar criterios más exig<strong>en</strong>tes a nuestros <strong>hijo</strong>s?Cuando nuestros <strong>hijo</strong>s nos echan retos, quizás t<strong>en</strong>demos a reaccionar <strong>en</strong>lugar de reflexionar antes de proceder. Hoy nos lanzamos irac<strong>un</strong>dos a la refriega;mañana nos hacemos la vista gorda, y mi<strong>en</strong>tras tanto nos quejamos de cómohan cambiado los tiempos. Blumhardt escribió:Demasiados padres exig<strong>en</strong> <strong>un</strong>a sumisión excesiva de sus <strong>hijo</strong>s adolesc<strong>en</strong>tes;los acosan hasta por as<strong>un</strong>tos muy insignificantes y los tratan como si fueranniños. Son intolerantes; regañan, castigan, siempre están criticando… N<strong>un</strong>cadejan que <strong>en</strong> torno suyo se respire <strong>un</strong>a atmósfera de cordialidad. Estospadres vigilan a sus <strong>hijo</strong>s sin cesar, no les conced<strong>en</strong> su indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia. Nonos maravillemos, <strong>en</strong>tonces, de que el mayor deseo de esos <strong>hijo</strong>s sea huir delhogar.Es <strong>un</strong>a situación más común de lo que se suele p<strong>en</strong>sar. Nace del malsanoemocionalismo que muy a m<strong>en</strong>udo se conf<strong>un</strong>de con el amor. Una y otra vezhe sido testigo de padres que se aferran a sus <strong>hijo</strong>s adolesc<strong>en</strong>tes con <strong>un</strong> afectoposesivo, es decir, con la esperanza de que éstos los am<strong>en</strong> a su vez, y cuandosus esfuerzos chocan con resist<strong>en</strong>cia o rechazo, se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> heridos. Los resultadoscasi siempre son desastrosos. Si estos padres pudieran ponerse <strong>en</strong> el lugarde sus <strong>hijo</strong>s, <strong>en</strong> vez de quejarse por lo inabordables que son, <strong>en</strong>contrarían <strong>un</strong>nuevo <strong>en</strong>foque y la posibilidad de llegar a <strong>un</strong> acuerdo. Digámoslo con palabrasde mi abuelo:Alg<strong>un</strong>os niños se crían de manera increíblem<strong>en</strong>te libre, y a mi parecer sonatrevidos y desobedi<strong>en</strong>tes. Pero opino que demasiada libertad es preferible<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarseal miedo que cohíbe a <strong>un</strong> niño a tal p<strong>un</strong>to que confía <strong>en</strong> cualquiera m<strong>en</strong>os<strong>en</strong> sus padres… Feliz aquel niño que ti<strong>en</strong>e <strong>un</strong>a madre con la cual puede desahogarsey contar siempre con su compr<strong>en</strong>sión; y <strong>un</strong> padre <strong>en</strong> cuya fuerza ylealtad confía tanto que buscará su consejo y su ayuda durante toda la vida.Muchas personas quier<strong>en</strong> ser esos padres para sus <strong>hijo</strong>s, y podrían serlo siposeyeran sufici<strong>en</strong>te sabiduría y amor.Es raro el niño al cual no se puede alcanzar de alg<strong>un</strong>a manera, con paci<strong>en</strong>cia,escuchándolo y, por lo m<strong>en</strong>os, tratando de compr<strong>en</strong>der las razones de su sil<strong>en</strong>cio,su rebeldía, su dolor, o, si todo falla, dándole a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der a<strong>un</strong>que sea quereconocemos la realidad de su sufrimi<strong>en</strong>to. Imponer reglas y prohibicionescategóricas casi siempre es contraproduc<strong>en</strong>te, igual que las largas pláticas, laspreg<strong>un</strong>tas escudriñadoras y los int<strong>en</strong>tos de que el niño “se abra”. Sobre todoconvi<strong>en</strong>e guardar el respeto, porque casi siempre inspira respeto a su vez. Bárbara,<strong>un</strong>a amiga inglesa, recuerda:Un día estaba muy decaída y <strong>en</strong>marañada por d<strong>en</strong>tro. Papá se tomó <strong>un</strong> día libredel trabajo y me llevó a dar <strong>un</strong> largo paseo por el bosque. Luego, ya tarde,almorzamos <strong>en</strong> <strong>un</strong>a fonda campestre. No trató de hacerme hablar, y m<strong>en</strong>osaún int<strong>en</strong>tó darme bu<strong>en</strong>os consejos; simplem<strong>en</strong>te pasamos el día j<strong>un</strong>tos. Fue<strong>un</strong> día muy especial para mí, que n<strong>un</strong>ca olvidaré.Algún tiempo después atravesé <strong>un</strong> período de gran depresión, y mi padrecompró dos <strong>en</strong>tradas para <strong>un</strong>a f<strong>un</strong>ción <strong>en</strong> <strong>un</strong> teatro londin<strong>en</strong>se. Fuimossolos, papá y yo… Cuando pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> esos años, t<strong>en</strong>go la certeza de que papán<strong>un</strong>ca llegó a saber el porqué ni la magnitud de mi torm<strong>en</strong>to, ni hubiesepodido sospechar cuánto significan ambos gestos hoy todavía para mí.Este amor es la mayor seguridad que les podemos ofrecer a nuestros niños yadolesc<strong>en</strong>tes. Y como pon<strong>en</strong> de relieve los recuerdos de Bárbara, no hay necesidadde decirlo con palabras. <strong>En</strong> fin de cu<strong>en</strong>tas, demostramos nuestro interés<strong>en</strong> los demás no por lo que decimos, sino por lo que hacemos.Por eso debemos considerar el futuro de cada niño con el debido respeto.Como ya hemos visto, siempre resulta contraproduc<strong>en</strong>te querer dominar alniño por motivos egoístas. Por el otro lado, la falta total de ori<strong>en</strong>tación puede<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarseser interpretada por el niño como falta de interés por sus anhelos y hasta porsu propia persona. Pero cuando <strong>un</strong> <strong>hijo</strong> si<strong>en</strong>te que su futuro importa a suspadres s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te porque lo quier<strong>en</strong> tal como es —<strong>en</strong>tonces sí podrán <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarcualquier situación, hasta la más difícil. El amor siempre nos iluminaráel camino.De <strong>un</strong>a manera u otra, todos queremos que nuestros <strong>hijo</strong>s sigan nuestrashuellas, o al m<strong>en</strong>os que adopt<strong>en</strong> nuestros valores f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tales. Cuando carec<strong>en</strong>de rumbo, s<strong>en</strong>timos la necesidad de <strong>en</strong>cauzar sus <strong>en</strong>ergías hacia <strong>un</strong> finpositivo; cuando están conf<strong>un</strong>didos o inseguros, queremos guiarlos y apoyarlos.Cuando, <strong>en</strong> su primera adultez, por fin se despr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> de las faldasmaternas, nos s<strong>en</strong>timos t<strong>en</strong>tados a recalcar su obligación de asumir nuevasresponsabilidades.Todo esto es muy normal. Pero si amamos a nuestros <strong>hijo</strong>s, no los forzamosni dominamos. <strong>En</strong>t<strong>en</strong>demos que nuestro papel no consiste <strong>en</strong> ser dueños sinoprotectores. Nos guiará el espíritu de rever<strong>en</strong>cia que <strong>en</strong> cada ser humano ve a<strong>un</strong>a criatura con su propio valor único e innato, y n<strong>un</strong>ca olvidaremos, comodijo mi abuelo, que “cada niño es <strong>un</strong>a idea concebida <strong>en</strong> el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to deDios”. <strong>En</strong> consecu<strong>en</strong>cia, siempre t<strong>en</strong>dremos pres<strong>en</strong>te la necesidad trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>talde que este niño <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre el significado que la vida guarda para él sólo.Esta manera de percibir al niño, por conv<strong>en</strong>cional que sea, <strong>en</strong>traña <strong>un</strong>aprof<strong>un</strong>da responsabilidad. Y ello es especialm<strong>en</strong>te cierto <strong>en</strong> nuestros tiempos.Hoy día se habla mucho de la importancia del individuo, pero esta sociedadde homog<strong>en</strong>eización cultural nos ha dejado más similares los <strong>un</strong>os a los otrosque nos gustaría reconocer. Elijamos el círculo de personas que queramos yveremos que todas se vist<strong>en</strong> igual, com<strong>en</strong> la misma comida rápida, le<strong>en</strong> losmismos libros y revistas, v<strong>en</strong> los mismos programas de televisión; hablan sobrelos mismos escándalos de personas célebres, las mismas catástrofes, los mismosacontecimi<strong>en</strong>tos políticos. Se nos ha hecho creer que somos nuestros propiosdueños, pero ya no sabemos ni p<strong>en</strong>sar por nosotros mismos. Foerster ti<strong>en</strong>e<strong>un</strong>a opinión acerca de las causas de este estado de cosas.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


DespegarseSi carecemos de <strong>un</strong> ideal que nos sirve de modelo para fortalecer el carácter,seremos presa fácil de nuestras inclinaciones sociales, a saber, del miedo a qu<strong>en</strong>os conozcan tal como somos, de la ambición, del ansia de que nos admir<strong>en</strong>,y de todos los demás instintos gregarios. La sociedad despersonalizada,el continuo traslado de g<strong>en</strong>tes, la organización c<strong>en</strong>tralizada, la capacidadexpresiva y el poder sugestivo de la opinión pública —todo esto está aum<strong>en</strong>tando.Mi<strong>en</strong>tras tanto, disminuye la at<strong>en</strong>ción que se presta a la vida interior.El individuo, pues, está cond<strong>en</strong>ado a desaparecer, por más que se proclameel individualismo.Si nos empeñamos de veras <strong>en</strong> la formación de nuestros <strong>hijo</strong>s como individuos—deeducar a jóv<strong>en</strong>es de ambos sexos con fuerza sufici<strong>en</strong>te para <strong>en</strong>cararsecon cualquier g<strong>en</strong>tío—cambiaremos la manera de tratarlos y, lo que es más,com<strong>en</strong>zaremos a creer <strong>en</strong> ellos. Ya no nos preocuparemos por si se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cómodos y bi<strong>en</strong> ajustados, o sobrecargados y t<strong>en</strong>sos; al contrario, los al<strong>en</strong>taremosa ser más responsables, perseverantes y desinteresados. <strong>En</strong> vez de ser <strong>un</strong>apres<strong>en</strong>cia pasiva y confiar <strong>en</strong> que, con el tiempo, madurarán y “se <strong>en</strong>contrarána sí mismos”, los estimularemos y les propondremos retos y objetivos.Por último, reconoci<strong>en</strong>do no obstante que son ellos qui<strong>en</strong>es deb<strong>en</strong> decidirqué hacer con sus vidas, los amaremos lo sufici<strong>en</strong>te como para echarlos, despacito,del cómodo nido que les habíamos hecho. Les ayudaremos a percatarsede que la vida no es sólo <strong>en</strong>contrar <strong>un</strong> bu<strong>en</strong> empleo y vivir bi<strong>en</strong>, que hace faltaponer las miras más allá del propio bi<strong>en</strong>estar.Hoy día tantos jóv<strong>en</strong>es se sofocan <strong>en</strong> medio de montones de riqueza material,aburridos y aislados <strong>en</strong> ambi<strong>en</strong>tes artificiales que promet<strong>en</strong> la felicidadpero que los paralizan al protegerlos del m<strong>un</strong>do real. Y no hay que asombrarse.La juv<strong>en</strong>tud no busca el bi<strong>en</strong>estar ni la seguridad; quiere riesgos y sacrificios, opor lo m<strong>en</strong>os quiere aplicarse <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>a forma. Dave, <strong>un</strong> pastor amigo mío <strong>en</strong>Littleton, Colorado, regularm<strong>en</strong>te organiza actividades de servicio vol<strong>un</strong>tariopor parte del grupo juv<strong>en</strong>il que dirige. Me dijo lo sigui<strong>en</strong>te:Toda persona jov<strong>en</strong> quiere participar, hacer alg<strong>un</strong>a contribución positiva,dar de sí misma… Si logras que se interes<strong>en</strong> por otra g<strong>en</strong>te, siempre sal<strong>en</strong> a<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarseflote. Servir a los demás no es cómodo, pero da <strong>un</strong> propósito a la vida y teobliga a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> otros.O bi<strong>en</strong> te decides a vivir para los demás o vas a terminar consumido por timismo. Una vez que empieces a dar de ti, verás que todos tus anhelos seránsatisfechos.A muchos niños y adolesc<strong>en</strong>tes se les hace s<strong>en</strong>tir que son inútiles, que nadati<strong>en</strong><strong>en</strong> que ofrecer. Pero, si les diéramos las oport<strong>un</strong>idades adecuadas, estoyconv<strong>en</strong>cido de que, como Dave, veríamos cuántos anhelan hacer algo más quesalvar el propio pellejo. No hay jov<strong>en</strong> adulto, sea de donde sea y a despecho delas actitudes y preocupaciones que ost<strong>en</strong>te, que no quisiera ayudar a sus congéneres,cambiar las cosas <strong>en</strong> su alrededor y transformar el m<strong>un</strong>do.Al ofrecer estas oport<strong>un</strong>idades a nuestros <strong>hijo</strong>s, les ayudaremos a ext<strong>en</strong>dersemás allá de su pequeño yo, y les daremos la certeza de que no sólo ti<strong>en</strong><strong>en</strong> algoque dar, sino que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la obligación de darlo. Y con el tiempo, compr<strong>en</strong>deránque la preg<strong>un</strong>ta a plantearse no es, <strong>en</strong> las palabras de Viktor Frankl: “¿Cuáles el s<strong>en</strong>tido de mi vida?”, sino: “¿Qué exige la vida de mí?” Frankl añade:También puede expresarse de otra manera… La vida nos plantea dilemas,y a nosotros nos corresponde asumir la responsabilidad de contestar estaspreg<strong>un</strong>tas. Podemos responder a la vida únicam<strong>en</strong>te si nos hacemos responsablesde nuestra propia vida.Criar <strong>hijo</strong>s a conci<strong>en</strong>cia, pero dejarlos ir; protegerlos, pero al<strong>en</strong>tar su espíritude sacrificio; guiarlos, pero prepararlos para nadar contra la corri<strong>en</strong>te —todasestas apar<strong>en</strong>tes paradojas <strong>en</strong> la educación del niño se ilustran <strong>en</strong> la sigui<strong>en</strong>tehistoria.<strong>En</strong> 1943, Uwe Holmer era <strong>un</strong> adolesc<strong>en</strong>te vivaz de catorce años, miembroactivo de la Juv<strong>en</strong>tud Hitleriana de su localidad. Un día su madre <strong>en</strong>contró <strong>en</strong>su cuarto <strong>un</strong> número de la revista Der schwarze Korps de la SS (la policía militardel partido nazi). Cuando Uwe llegó a casa, su madre le habló muy seriam<strong>en</strong>tey le pidió que n<strong>un</strong>ca se incorporara a la SS. “Pero mamá, son los soldadosmás fuertes. Pelean hasta la muerte”, repuso Uwe. “Sí”, le contestó la madre,<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarse“y son los que fusilan a prisioneros y a judíos. ¿Quieres vivir y morir por <strong>un</strong>aorganización de esa índole?” Uwe n<strong>un</strong>ca olvidó la preg<strong>un</strong>ta de su madre, ni laexpresión de sus ojos.Un año después, cuando Alemania trataba desesperadam<strong>en</strong>te de postergarla derrota, el ejército aceptó a muchachos de quince años de edad. Los demásjóv<strong>en</strong>es de su grupo de la Juv<strong>en</strong>tud Hitleriana se pres<strong>en</strong>taron como vol<strong>un</strong>tarios<strong>en</strong> la SS; Uwe se negó. El líder del grupo lo llamó y le ord<strong>en</strong>ó alistarse;le ll<strong>en</strong>aron la solicitud y se la pres<strong>en</strong>taron para que la firmara. Uwe siguió negándose.A continuación lo humillaron fr<strong>en</strong>te al grupo <strong>en</strong>tero y le revocarontodos sus privilegios, pero él se mantuvo firme. Mucho más tarde dijo: “Se loagradezco a mi madre… Su val<strong>en</strong>tía al <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarme fortaleció mi convicciónde querer dedicar mi vida a lo bu<strong>en</strong>o”.Después de la guerra, Uwe residió <strong>en</strong> Alemania del Este. Se casó, se hizopastor y f<strong>un</strong>dó <strong>un</strong>a com<strong>un</strong>idad cristiana para adultos epilépticos y discapacitados.A lo largo de los años, la familia Holmer fue import<strong>un</strong>ada por sus actividadespastorales, sobre todo bajo el gobierno autoritario de Erich Honecker.Pero después de la caída del Muro de Berlín <strong>en</strong> 1989, cuando Honecker, <strong>en</strong>fermoy odiado <strong>en</strong> toda Europa, tuvo que dejar su puesto, fueron Uwe y suesposa qui<strong>en</strong>es lo acogieron a pesar de las am<strong>en</strong>azas de muerte y las continuasprotestas a viva voz fr<strong>en</strong>te a su hogar.Lo que más me admira de la historia de Uwe es su pragmatismo. <strong>En</strong> <strong>un</strong>tiempo y <strong>un</strong> lugar <strong>en</strong> los cuales la desobedi<strong>en</strong>cia a m<strong>en</strong>udo se pagaba con lavida, tuvo las agallas para desafiar a la autoridad. Años después, incompr<strong>en</strong>didoy ridiculizado, hizo fr<strong>en</strong>te a la opinión pública para def<strong>en</strong>der a <strong>un</strong> fugitivoquebrantado que no t<strong>en</strong>ía adónde ir. Las acciones de Uwe dan testimonio, nosólo de su heroísmo, sino también de la influ<strong>en</strong>cia de su educación.La niñez se puede definir de muchas maneras, pero <strong>en</strong> todas hay <strong>un</strong>aconstante: el hogar, el c<strong>en</strong>tro de los primeros, indelebles recuerdos, el marcoinalterable de las experi<strong>en</strong>cias que nos acompañan a lo largo de nuestravida. <strong>En</strong> última instancia, pues, la tarea de criar a nuestros <strong>hijo</strong>s no es<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Despegarsecuestión de efici<strong>en</strong>cia, ni mucho m<strong>en</strong>os de pericia ni teorías o ideales pedagógicos.Más bi<strong>en</strong> se trata del amor que les brindamos y de los recuerdosque ese amor <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dra, <strong>un</strong> amor que ti<strong>en</strong>e el poder de volver adespertarse intacto, incluso años más tarde. Nos recuerda Dostoievski hacia elfinal de Los hermanos Karamázov:Sepan, pues, que nada hay más alto ni más fuerte ni más sano ni más útil <strong>en</strong>nuestra vida que <strong>un</strong> bu<strong>en</strong> recuerdo, sobre todo si lo t<strong>en</strong>emos de la infancia,del hogar paterno. A ustedes se les habla mucho de su educación; pues bi<strong>en</strong>,<strong>un</strong> recuerdo de esta naturaleza, magnífico, sacrosanto, conservado desde lainfancia, quizá sea la mejor educación. El que ha acumulado recuerdos deesta naturaleza, es hombre salvado para toda la vida. E incluso si no quedaramás que <strong>un</strong> solo recuerdo bu<strong>en</strong>o <strong>en</strong> nuestro corazón, puede que <strong>un</strong> día eserecuerdo nos salve. 1010Los hermanos Karamázov, pág. 1110.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


EpílogoN<strong>un</strong>ca queda tiempo para decir\nuestra última palabra —nuestra últimapalabra de amor o de remordimi<strong>en</strong>to.j o s e p hc o n r a dLeer (o escribir) sobre la crianza del niño es <strong>un</strong>a cosa; es otra muy difer<strong>en</strong>tellevarlo a la práctica. Las palabras acud<strong>en</strong> con facilidad a la m<strong>en</strong>te; ylo mismo sucede con las anécdotas y las suger<strong>en</strong>cias. Pero, sin hechos, la mejorteoría pedagógica y el más confiable instinto materno resultan inútiles. Hayque poner a <strong>un</strong> lado los libros y salir al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de los niños que necesitande nuestro amor.<strong>En</strong> los Estados Unidos hay miles, tal vez millones, que n<strong>un</strong>ca han conocido<strong>un</strong> gesto de ternura de padre o madre. Se acuestan solitos, con hambre, con frío.Y los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> padres que los albergan y alim<strong>en</strong>tan, recib<strong>en</strong> muy poco amorde sus prog<strong>en</strong>itores. Añádanse los incontables niños que n<strong>un</strong>ca conocerán eseamor porque sus madres y padres, atrapados <strong>en</strong> el ciclo cruel de pobreza y delincu<strong>en</strong>cia,acaban <strong>en</strong> las cárceles.A<strong>un</strong> así, no debemos desesperar. Si sólo <strong>un</strong>os pocos de qui<strong>en</strong>es disponemosde los recursos necesarios dedicáramos tiempo y <strong>en</strong>ergía a socorrer a <strong>un</strong> solo


Epílogo 101niño <strong>en</strong> peligro—que podría ser nuestro propio <strong>hijo</strong>—quizás muchos se salvarían.Y a<strong>un</strong>que nuestros esfuerzos parezcan insignificantes, <strong>un</strong> acto de amorjamás es <strong>en</strong> balde. A<strong>un</strong>que sea invisible, siempre ti<strong>en</strong>e significado; j<strong>un</strong>to conotros, es <strong>un</strong>a fuerza capaz de cambiar al m<strong>un</strong>do.Si esas promesas parec<strong>en</strong> presumidas, no es porque sean vanas. Más bi<strong>en</strong>es por habernos olvidado de que el vínculo que <strong>un</strong>e cada g<strong>en</strong>eración a la sigui<strong>en</strong>tetrasci<strong>en</strong>de el par<strong>en</strong>tesco de sangre. El amor <strong>en</strong>tre padre o madre y su<strong>hijo</strong>—el nexo más antiguo y pot<strong>en</strong>te de la humanidad—es <strong>un</strong> regalo para elfuturo, <strong>un</strong>a her<strong>en</strong>cia para la posteridad.Desgraciadam<strong>en</strong>te, lo que se <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de hoy día por vida <strong>en</strong> familia a m<strong>en</strong>udono son más que sus ruinas, lo cual <strong>en</strong> muchas personas crea <strong>un</strong>a actitudfatalista acerca del estado actual de nuestra sociedad. Pero no permitamos quelos pesimistas t<strong>en</strong>gan la última palabra. Dorothy Day escribió:La s<strong>en</strong>sación de futilidad es <strong>un</strong>o de los mayores males de nuestra época…La g<strong>en</strong>te se preg<strong>un</strong>ta: “¿Qué puede lograr <strong>un</strong> solo individuo? ¿Qué s<strong>en</strong>tidoti<strong>en</strong><strong>en</strong> nuestros pequeños esfuerzos?” No se dan cu<strong>en</strong>ta de que sólo se puedecolocar <strong>un</strong> ladrillo a la vez, dar <strong>un</strong> paso a la vez. Sólo podemos responsabilizarnosde la acción que realizamos <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to.La importancia de vivir <strong>en</strong> el pres<strong>en</strong>te es otra lección importante que apr<strong>en</strong>deríamosde los niños, si dejáramos a <strong>un</strong> lado nuestras “soluciones” adultas yat<strong>en</strong>diéramos a las suyas.Se dice con frecu<strong>en</strong>cia que los niños “son nuestro futuro”, o que debemoseducarlos “para el futuro”. Esta manera de p<strong>en</strong>sar, que es natural, tambiénti<strong>en</strong>e algo de restrictivo. No hay deleite tan grande como el de estar a la expectativa—la de ver crecer a nuestros <strong>hijo</strong>s, observar el desarrollo de sus personalidades,preg<strong>un</strong>tarnos cómo serán <strong>en</strong> el futuro. Pero es <strong>en</strong> el pres<strong>en</strong>te quedebemos satisfacer las exig<strong>en</strong>cias de los niños que han sido confiados a nuestrocuidado.Siempre hay <strong>un</strong> mañana, pero, ¿cómo sabemos si mañana viviremos? Siem-<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Epílogo10pre hay nuevas oport<strong>un</strong>idades, pero, ¿cuántas se convertirán <strong>en</strong> ocasiones perdidas?¿Podemos dejarlo todo por el bi<strong>en</strong> de <strong>un</strong> niño —no a regañadi<strong>en</strong>tes,sino con gozo?Si no sabemos contestar estas preg<strong>un</strong>tas, quizás es hora que apr<strong>en</strong>damos lalección más importante: lo que necesita <strong>un</strong> niño—ori<strong>en</strong>tación, seguridad y,sobre todo, amor—lo necesita ahora. A los niños no les podemos decir “mañana”.Ellos viv<strong>en</strong> hoy.<strong>En</strong> <strong>Peligro</strong>


Agradecimi<strong>en</strong>tosAl mismo tiempo de dar las gracias a todas las personas que han colaborado<strong>en</strong> este libro, <strong>en</strong>tre ellas <strong>en</strong> primer lugar a mi esposa Ver<strong>en</strong>a,deseo expresar mi reconocimi<strong>en</strong>to a los sigui<strong>en</strong>tes escritores y editores:Mitch Albom, por el pasaje tomado de su libro <strong>Tu</strong>esdays with Morrie: An Old Man,A Yo<strong>un</strong>g Man, and Life’s Greatest Lesson. Derechos reservados ©1997 Mitch Albom.Con autorización de Doubleday / David Black Ag<strong>en</strong>cy.Martha Beck, por el pasaje tomado de su libro Expecting Adam: A True Story of Birth,Rebirth, and Everyday Magic. Derechos reservados ©1999 Martha Beck. Con autorizaciónde Times Books, <strong>un</strong>a división de Random House, Inc.Clyde Haberman, por el pasaje tomado de su artículo “Rat Race Intrudes atAge Five”, The New York Times, 10 de marzo de 2000. Derechos reservados © 2000New York Times Co. Con autorización.Barbara Kingsolver, por el pasaje tomado de su artículo “Either life is preciousor it’s not”, The Los Angeles Times, 2 de mayo de 1999. Derechos reservados©1999 Barbara Kingsolver. Con autorización de la autora.Ari Goldman, por el pasaje tomado de su libro The Search for God at Harvard. Derechosreservados ©1991 Ballantine Books, <strong>un</strong>a división de Random House, Inc. Conautorización.Los herederos de Paulette Goddard Remarque, por el pasaje tomado del libro deErich Maria Remarque The Road Back. Derechos reservados ©1930, 1931, 1958 ErichMaria Remarque. Con autorización.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!