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RockBottomMagazine.Numero.17.Julio.2020

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Raymond Chandler

In the movies

En un mundo tan antojadizo y veleidoso como el literario, el género negro clásico solo alcanzó cotas de reconocimiento muy a posteriori;

los grandes nombres de los años 40 (Chandler, Hammett, Cain) obtuvieron éxito en vida en forma de ventas e ingresos, pero nunca fueron

reconocidos por lo que ansiaban: ser considerados escritores “serios” por la crítica y sus compañeros. Raymond Chandler fue, sin duda,

un maestro del género policiaco, y también de los grandes novelistas americanos. Por desgracia para él, y para su maltrecha vanidad, las

medallas que se le otorgan actualmente no se colgaron de su pecho durante su vida.

Leyendo hoy a Chander se asombra de su

habilidad descriptiva y su ingenio a la hora

de colar apostillas irónicas, un cliché en la

novela negra del que le podemos culpar como

pionero. Raymond tomó el estilo del maestro

primigenio, Hammett, y lo depuró al máximo,

lo estilizó dándole una precisión quirúrgica

a la hora de dar contexto al escenario y los

actores: sus descripciones de Los Ángeles

son tan nítidas que no hay que esforzarse en

absoluto para situarse en la acción. Su estilo,

ese realismo sucio, es básicamente pictórico

(diría que es impresionista), agiliza los detalles

y le da un toque de velocidad, de vértigo al

conjunto. Era un maestro de la metáfora vivaz,

sorprendente, así como de otra figura retórica

muy efectiva, la prosopopeya invertida, es

decir, definir personas con cualidades propias

de los objetos (los hombres son guiñapos; las

mujeres, muñecas). No todos son aplausos:

el ansia por dosificar información le llevaba a

argumentos a ratos enrevesados y acciones

inconclusas, como veremos.

Algunos detalles de su biografía son

fundamentales para entender su obra, y

especialmente a su pretendido avatar: Philip

Marlowe. El detective más famoso de la

época gloriosa del Noir (con permiso de Sam

Spade) es el molde en el que se han basado

millones de personajes ficticios que investigan

crímenes en gabardina, beben scotch desde

el desayuno, siempre tienen una frase procaz

antes de llevarse una somanta de palos y se

obsesionan con mujeres perversas. Marlowe

es un romántico obstinado en la idea de

justicia (más que en la Ley), un observador

tirando a derrotista de una sociedad que le da

de lado, porque él se basa en algo tan olvidado

como los valores. ¿Se basó Chandler en sí

mismo para perfilar su personaje? Bueno… no

exactamente.

Raymond Chandler nació en 1888 en

Chicago, hijo de un maltratador alcohólico

que le abandonó a muy corta edad. Su

madre le envió a Inglaterra donde se educó

en escuelas privadas, hecho que le marcó

para siempre: era bastante snob y sufrió una

represión sexual de la que no se recuperó (o

no quiso recuperarse). Luchó en la I Guerra

Mundial en el ejército canadiense (donde

se las vio en situaciones extremas: fue el

único superviviente de su unidad tras un

ataque de morteros alemanes). De vuelta

a California, trabajó en varias compañías

en puestos directivos, pero su alcoholismo,

promiscuidad y amenazas de suicidio le

hicieron perder toda posibilidad de medrar.

Se dedicó entonces (ya cumplidos los

cuarenta) a la literatura. Tampoco es que le

quedasen muchas más opciones. Su mujer,

Cissy (dieciocho años mayor que él) era muy

aficionada a la literatura Pulp, y Ray se dijo:

”Esto lo hago yo con la gorra”. Y lo hizo. En

parte porque quería darle a Cissy la vida que

merecía, después de chupar del bote de los

ahorros de ella durante años. La adoraba,

pero a la vez perdía la cabeza con chicas

más jóvenes, y luego la culpa le devoraba.

A mediados de los años 30 comienza a

publicar relatos en la mítica revista Black

Mask, y en febrero de 1939 se publicó su

primera novela, “The Big Sleep” (“El sueño

eterno”), que tuvo un éxito inmediato. A ésta

siguieron “Adiós, Muñeca” (1940), “La Ventana

Siniestra” (1942), “La Dama Del Lago” (1943),

“La Hermana Pequeña” (1949), “El Largo

Adiós” (1953) Y “Playback” (1958). El gran

éxito de sus obras no disfrazaba la sensación

de fracaso de Chandler, que siempre aspiró

a ser un escritor “serio”. Era un narrador

excepcional, pero seguramente no encontró

nunca su medio ideal. De naturaleza sensible,

las continuas frustraciones le convirtieron en

un tipejo mezquino y huraño, y su timidez se

tornó en profunda introspección. El hecho de

mezclarse con las gentes del cine no hizo sino

exacerbar esa percepción.

Chandler en el cine.

Raymond Chandler pasó buena parte de su

etapa hollywoodiense inmerso en polémicas

con productores y directores. Por supuesto se

consideraba culturalmente muy por encima de

la chusma de Hollywood, pero pagaban bien y

Ray necesitaba la pasta.

Si añadimos su proverbial susceptibilidad a esa

timidez casi patológica de la que hablábamos,

no parece que estuviese preparado para

bañarse en esas aguas infestadas de tiburones.

Tanto a la hora de guionizar como prestar sus

obras para que otros las rodasen siempre

Rock Bottom Magazine 41

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