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RockBottomMagazine.Numero.17.Julio.2020

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lo largo del metraje la película no peca de

sentimentalismo fácil al colocar al personaje

ante el espejo de su pasado que para él sigue

presente, sino que muestra lo humano de su

recelo, lo anacrónico pero racional de su miedo

a volver a ver una luz del día que finalmente le

resulta fatigosa y cegadora.

Precisamente durante la Guerra Civil y sus

postrimerías sitúa Alejandro Amenábar

(Santiago de Chile, 1972) su última apuesta

cinematográfica. “Mientras dure la guerra” ha

sido una de las películas más diseccionadas de

la temporada. Lejos de su encomiable factura,

el mar de fondo en este caso arrastraba

ciertas reticencias acerca de la equidistancia

o asepsia ideológica con la que Amenábar

trata el conflicto y sus personajes. Valiéndose

aquí de nuevo de dos inmensos actores (un

preciso, contenido Karra Elejalde dando vida

a Miguel de Unamuno y el contrapunto fuerte,

duro, de Eduard Fernández en la piel de

ínclito Millán Astray), asistimos a un autentico

duelo político, social entre intelectualidad y

militarismo. En el seno de una institución tan

atemporal como la Universidad de Salamanca,

Elejalde/Unamuno asiste atónito a su propia

perplejidad ante los acontecimientos que con

mayor o menor rigor histórico se nos cuentan.

En cualquier caso, asistimos una producción

soberbia, en la que la bella Salamanca envejece

ochenta años, con su ajardinada Plaza Mayor

y lustrosa Universidad, territorio unamuniano

inconfundible. Guion potente y bien

estructurado, con una precisa presentación de

personajes que van encajando como piezas

de un puzle cuyo resultado se conoce pero

que deposita su fuerza en las ideas y venidas

ideológicas de Don Miguel, atrapado entre la

razón y el sentimiento, entre las ideas opuestas

que le provocan complicadas cavilaciones,

mas aun cuando las consecuencias del nuevo

régimen comienzan a afectar a lo que es su

cuadrilla personal. Un guion que no necesitaba

de todos modos desbordarse en lo ficticio,

que partiendo de una historia bien conocida,

ahonda en sus fundamentos y consecuencias;

resulta por tanto un magnifico tratado sobre la

duda y la conveniencia, sobre la honestidad y

la brutalidad, contrapuestas en ese duelo que

propicia el personaje de Millán-Astray, un tipo

que merecería para él no ya una película sino

toda una saga.

Y llegamos al final del repaso, atisbando en

el último rellano del escalafón de directores

al que menos presentación necesita, Pedro

Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949,

¿alguien precisa aun ese dato?), director al

que personalmente siempre le guardo una

especie de rencor afectuoso, por ser capaz de

ofrecer, bajo mi punto de vista, un cine siempre

personal pero a veces un tanto irritante. Nunca

dejo de acercarme a cada nueva película del

manchego, sabiendo que puedo terminar

bostezando o aplaudiendo, pero nunca seguro

de si se va a dar lo uno o lo otro, tenga o no

referencias críticas que rara vez coinciden con

mi posterior apreciación. Tal vez precisamente

al saberme soldado que lucha contra ese

escepticismo con el que me acerco a cada

nueva obra suya, con todas las reservas con

las que encaro el visionado de sus películas

(o precisamente debido a ellas), en esta

ocasión, y sin esperar mucho de “Dolor y

gloria”, el resultado me ha sabido a producto si

no redondo, si cercano a los mejores tiempos

de Almodóvar. Partiendo de que ya sabía que

en esta ocasión Pedro redundaría de manera

más directa en su propia historia (algo que

anteriormente iba cincelando con referencias

aisladas), la cinta me supuso una excelente

demostración de pulso, tanto en lo puramente

cinematográfico como en el desarrollo

de una historia que si bien no responde

completamente a lo que Almodóvar es hoy

sí arroja ciertas sensaciones que el director

alambica y pone de manifiesto a través de su

alter ego en la panta, un esta vez comedido

Antonio Banderas que borda un papel que,

desarrollado justamente delante de en quien

está basado, y que a la vez te está dirigiendo,

debió suponer un autentico reto para el

malagueño. Relato, como sabemos, de claros

rasgos autobiográficos en los que conocemos

dos escenarios vitales entrelazados, un pasado

luminoso y rural, de señoras de pueblo que

lavan y cantan arrodilladas en un riachuelo,

y un presente crudo, doloroso y confuso, el

de un protagonista que es de nuevo puesto

ante su propio reflejo, al que la gloria pasada

parece molestar, queriendo vivir un presente

menos reconocible, y que, sin embargo, no

puede oponerse al reconocimiento de sí mismo

como acreedor de un pasado que vuelve

para intentar hacer tambalear los cimientos

del presente. Excelente trabajo de un Pedro

Almodóvar que con este giro demuestra

tener aun unos cuantos ases escondidos en

la manga y cuya potencia visual es en este

trabajo más evidente que nunca, fusionado

con claroscuros, alimentado de agua y noche;

de exterior, la vida e interior, el personaje, en el

que atisbamos a un ya veterano director que

esta vez, sí, acierta de pleno conjugando un

cine magistralmente honesto, merecedor esta

vez de reconocimiento y aplauso.

Jesús Sánchez

Rock Bottom Magazine 49

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