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Guillermo Cabrera Infante, Enrique Anderson-Imbert, etc. A partir de los<br />
setenta aparecen los seguidores de éstos. Ya la escritura de minicuentos no<br />
es coincidencial, sino de otro tipo, más bien imitativa. Como dice<br />
Tomachevski, “Es suficiente que una novela tenga éxito (...) para hacer<br />
brotar también las imitaciones; nace así toda una literatura de imitaciones, se<br />
crea un género de novela con alguna característica principal” (1982, 212).<br />
En nuestro país el proceso se siguió justamente de esta manera. El<br />
iniciador en Venezuela fue Alfredo Armas Alfonzo, que causó gran revuelo<br />
con su libro El osario de Dios. Al año siguiente dictó algunos talleres literarios<br />
en Caracas de los que egresaron varios escritores de minicuentos: Armando<br />
José Sequera sería el más importante de esta hornada. Simultáneamente en<br />
Mérida, Ednodio Quintero y Gabriel Jiménez Emán, influidos por los textos<br />
breves de la revista El Cuento de México, empezaron a producir textos<br />
equivalentes. 4 En el año 70 se publicaron también Rajatabla de Luis Britto<br />
García e Imágenes y conductos de Humberto Mata, en los que encontramos<br />
también textos muy breves. Creo que posiblemente este es el proceso que<br />
siguió el cultivo del minicuento en toda América Latina a partir de los<br />
setenta, aunque no se puede desdeñar que esta época fue también la del<br />
poema corto.<br />
Miranda (1992b) incluye varias razones para el desarrollo del minicuento<br />
que van desde: “falta de tiempo para leer, ritmo urgente de la vida urbana,<br />
4 Ednodio Quintero, además, fue ganador de uno de los concursos de minicuento de la revista El cuento.<br />
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