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Isis sin velo III - masoneria activa biblioteca

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TAUMATURGIA PAGANA<br />

Todo esto denota la verdadera causa del odio que los cristianos primitivos y medioevales <strong>sin</strong>tieron hacia sus<br />

hermanos y peligrosos émulos gentiles. Únicamente se odia lo que se teme. Los taumaturgos cristianos, una<br />

vez rota toda relación con los Misterios de los templos y las renombradas escuelas de magia a que San<br />

Hilarión alude ( 111), podían tener muy pocas esperanzas de rivalizar con los taumaturgos paganos. Ningún<br />

apóstol igualó en poder teúrgico a Apolonio de Tyana, excepto en las curaciones hipnóticas (112). A este<br />

propósito, pregunta San Justino Mártir con evidente zozobra:<br />

¿Cómo es que los talismanes (...) de Apolonio tienen poder sobre los elementos, pues, según vemos,<br />

aplacan la furia de las olas y la violencia del viento y repelen las acometidas de las fieras? Mientras que los<br />

milagros de Nuestro Señor Jesucristo se conocen tan sólo por tradición, los de Apolonio son muy numerosos y<br />

tan evidentes que extravían a cuantos los presencian (113).<br />

A pesar de su perplejidad, acierta este autor al atribuir la virtud taumatúrgica de Apolonio a su profundo<br />

conocimiento de la ley reguladora de las simpatías y antipatías de la Naturaleza.<br />

Incapaces los Padres de la Iglesia de negar la evidente superioridad taumatúrgica de sus émulos, recurrieron<br />

al viejo pero siempre eficaz procedimiento de la calumnia, y echaron en cara a los teurgos la misma imputación<br />

de los fariseos a Jesús cuando le decían: Demonio tienes. Los Padres repitieron Demonio tienes, frente a los<br />

teurgos paganos, logrando que como artículo de fe prevaleciese acusación tan calumniosa. Los actuales<br />

herederos de aquellos sofisticadores eclesiásticos achacan también a obra del demonio la magia, el espiritismo<br />

y aun el hipnotismo, <strong>sin</strong> tomarse el trabajo de leer a los autores antiguos. Ningún mojigato contemporáneo<br />

aventaja a los iniciados de la antigüedad en abominar de los abusos a la magia. No hubo ley medioeval ni la<br />

hay moderna más rigurosa en este punto que la de los hierofantes, cuya justicia se mantenía inflexible contra<br />

los hechiceros que conscientemente empleaban sus facultades en daño de la humanidad, al paso que si bien<br />

expulsaban del sagrado recinto al hechicero inconsciente, al poseído y al obseso, le cuidaban en los hospitales<br />

anexos al templo hasta que recobraba la salud. Con arreglo a la ley, quedaban excluídos de los Misterios el<br />

criminal convicto y el mago negro (114).<br />

No necesita comentarios esta ley, que mencionan cuantos autores trataron de la antigua iniciación. Es<br />

absurdo suponer, como supuso San Agustín, que los neoplatónicos inventaran la explicación de su doctrina,<br />

porque el mismo Platón, más o menos encubiertamente, expone casi todas las ceremonias en su verdadero y<br />

sucesivo orden. Los Misterios son tan antiguos como el mundo, y quienquiera que esté versado en simbología<br />

puede seguir sus huellas hasta llegar a la época prevédica de la India. En este país se le exige al candidato<br />

(vatu) la virtud y pureza más excelentes antes de ser admitido a la iniciación, ya como mero fakir, ya como<br />

purohita (sacerdote secular) o como sannyâsi (115). Después de triunfar de las tremendas pruebas que<br />

preceden a la admisión en el círculo interno de las criptas, el sannyâsi pasa su vida en el templo entregado a la<br />

observancia de las ochenta y cuatro reglas y diez virtudes prescritas a los yoguis. Dicen los libros indos de<br />

iniciación que “<strong>sin</strong> practicar durante toda la vida las diez virtudes ordenadas por el divino Manú, nadie puede<br />

ser iniciado en los misterios del consejo"” estas virtudes son resignación (116), templanza, probidad, castidad,<br />

continencia (117), veracidad, paciencia, conocimiento (118), sabiduría (119) y caridad. Estas virtudes han de<br />

resplandecer en el verdadero yogui, y ningún adepto indigno (120) debe deshonrar las filas de los iniciados ni<br />

un día siquiera. Verdaderamente es preciso reconocer que el ejercicio de estas virtudes es de todo punto<br />

incompatible con las obscenidades del culto diabólico y con cualquier finalidad lasciva.<br />

Uno de los principales objetos de la presente obra es demostrar que en todas las religiones populares<br />

subyace la antiquísima doctrina de sabiduría, una e idéntica, profesada prácticamente por los iniciados de<br />

todos los países, únicos que comprendían su importancia. Por ahora cae fuera de la posibilidad humana<br />

averiguar el origen de esta doctrina de sabiduría, ni tampoco colegir la época de su plenitud. Sin embargo,<br />

basta el simple examen para convencerse que fueron necesarios largos siglos para que alcanzara la<br />

maravillosa perfección que revelan los remanentes de los distintos sistemas esotéricos. Tan profunda filosofía,<br />

tan sublime código de moral y tan concluyentes resultados prácticos no han podido derivarse de una sola<br />

generación ni de una sola época.<br />

EL SECRETO DE LA INICIACIÓN<br />

Fue preciso que multitud de preclaros entendimientos observaran fenómeno tras fenómeno en sucesivas<br />

inducciones para eslabonar las verdades conocidas y sistematizar esta antigua doctrina, cuya identidad en<br />

todas las religiones del pasado demuestra el común ritual de iniciación, las castas sacerdotales bajo cuya<br />

custodia estuvieron las místicas palabras de poder y las manifestaciones fenoménicas que, por su dominio<br />

sobre las fuerzas naturales, denotaban la intervención de seres superiores al hombre. Todo lo referente a los<br />

Misterios se celaba con riguroso sigilo en todas las naciones, y todas castigaban con pena de muerte al<br />

iniciado de cualquier categoría que divulgase los secretos recibidos. Así ocurría en los Misterios báquicos,<br />

eleu<strong>sin</strong>os, caldeos, egipcios y aun en los indos, de donde derivaron los demás (121). También regía la misma<br />

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