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Isis sin velo III - masoneria activa biblioteca

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pasivo, que se deja gobernar por su guía <strong>sin</strong> atender a ninguna otra regla ni autoridad. Todo médium cae en<br />

trance al antojo de la entidad posesora, y por lo tanto no era posible confiar a un médium los secretos de la<br />

epopteia, cuya revelación estaba penada de muerte. El viejo filósofo dejóse arrebatar en un momento de<br />

descuido por la inspiración de su familiar, y reveló inaprendidos conceptos que sus compatriotas creyeron<br />

ateísticos y, en consecuencia, le condenaron a muerte.<br />

Ante el ejemplo de Sócrates no cabe afirmar con verdad que los videntes y taumaturgos iniciados en los<br />

Misterios del recinto interior fuesen médiums por el estilo de los espiritistas. No lo fueron Pitágoras ni Platón ni<br />

Jámblico ni Longino ni Proclo ni Apolonio de Tyana, porque, de serlo, no se les hubiera admitido a la iniciación<br />

en los Misterios (173). Las facultades espirituales de los iniciados eran propias de su ministerio sacerdotal, y la<br />

inquebrantable creencia de toda la antigüedad en estas facultades, muchísimo antes de aparecer la escuela<br />

neoplatónica, demuestra que, en contraposición de las mediumnímicas, puede educir el hombre facultades muy<br />

superiores con auxilio de una misteriosa ciencia que muchos discuten y pocos conocen.<br />

El uso de estas facultades aviva en el hombre el anhelo de morar en su verdadera patria y de alcanzar la vida<br />

futura, con la vehemente aspiración de identificarse con el Yo superior. El abuso de las mismas facultades<br />

extravía al hombre por los yermos de la hechicería, brujería o magia negra.<br />

Equidistante del adepto y el hechicero está el médium, cuyos inconsistentes vehículos dan materia a<br />

propósito para que de ellos se valgan como de instrumentos fenoménicos, ya los adeptos, ya los hechiceros,<br />

según el ambiente de atracción que hay formado por las circunstancias de su vida o por las condiciones de su<br />

herencia física y mental. En el primer caso será su destino una bendición, pero en el segundo será un precito<br />

hasta que se purifique de la terrena escoria.<br />

El sigilo en que siempre se mantuvieron los Misterios (174) obedecía a dos razones principales: la pena de<br />

muerte infligida a quien los quebrantara y las dificilísimas pruebas que tenía que sufrir el candidato antes de la<br />

iniciación final, con riesgo de perder el juicio. Pero a ninguno se exponía, quien, por haber espiritualizado su<br />

mente, estaba prevenido contra todo linaje de visiones terroríficas. Nada ha de temer quien esté plenamente<br />

convencido del poder de su inmortal espíritu y ni por un momento dude de su omnímoda protección; pero ¡ay<br />

del candidato que por el más leve temor, hijo enfermizo de la materia, pierda la fe en la invulnerabilidad de su<br />

espíritu! Sentenciado está quien carezca de la suficiente preparación moral para recibir la carga de tan terribles<br />

secretos.<br />

LOS TANAÍMES DEL TALMUD<br />

El Talmud relata la leyenda de los cuatro tanaímes que entraron en el jardín de delicias (175). Dice así:<br />

Según nos enseñan nuestros santos maestros, los cuatro que entraron en el jardín de delicias fueron: Ben<br />

Asai, Ben Zoma, Acher y el rabino Akiba.<br />

Ben Asai miró y cegó.<br />

Ben Zoma miró enloqueció.<br />

Acher estropeó las plantaciones (176).<br />

Pero Akiba que había entrado en paz, salió también en paz, porque el Santo, cuyo nombre sea bendito, dijo:<br />

"Este anciano es digno de servirme con gloria”.<br />

Según apunta Franck en su Kábala, los rabinos de la <strong>sin</strong>agoga, eruditos comentadores del Talmud,<br />

interpretan el jardín de delicias como la misteriosa ciencia de tan abstrusa profundidad que debilita la mente<br />

con riesgo de llevar a la locura.<br />

Nada ha de temer el puro corazón que emprende el estudio de esta ciencia con propósito de perfeccionarse y<br />

alcanzar más rápidamente la prometida inmortalidad. Quien ha de temblar es el que toma dicho estudio con el<br />

deseo puesto en logros mundanos. Este último nunca podrá resistir las cabalísticas invocaciones de la<br />

suprema iniciación.<br />

De la propia manera que los comentadores tendenciosos vituperan las ceremonias de los Misterios antiguos,<br />

podrían vituperar las licenciosas ceremonias de las mil y una sectas del primitivo cristianismo. Pero no merecen<br />

los Misterios antiguos tal vituperio de los teólogos cristianos, si se tiene en cuenta que en España y Mediodía<br />

de Francia estuvieron siglos atrás muy en boga las representaciones teatrales de los misterios religiosos (177),<br />

entre ellos el de la Encarnación, cuyos personajes eran María, José y el arcángel Gabriel (178).<br />

LOS SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO<br />

Por mucho que disientan de nuestra opinión, aplaudimos calurosamente a comentadores como Higgins,<br />

Inman, Knight, King, Dunlap y Newton por haber acopiado nuevas y numerosas pruebas de la filiación pagana<br />

de los símbolos cristianos. Sin embargo, la tarea de estos investigadores resulta infructuosa por lo incompleta,<br />

pues faltos de la verdadera clave de interpretación, sólo ven el aspecto material de los símbolos y es para ellos<br />

libro sellado el espiritualismo de la filosofía antigua, por desconocer la contraseña que pudiera abrirles las<br />

puertas del misterio. Aunque a su juicio respecto de las antiguas enseñanzas sea diametralmente opuesto al de<br />

los clericales (179), no satisface las ansias de quienes buscan la verdad. Al contrario, sus trabajos de<br />

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