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Isis sin velo III - masoneria activa biblioteca

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Por lo tanto, tenemos que los pitris son espíritus de linaje correspondiente a la jerarquía mitológica, o mejor<br />

dicho, a la nomenclatura cabalística, y deben quedar comprendidos entre los genios benéficos (143) o dioses<br />

menores. Cuando el fakir atribuye al poder de los pitris los fenómenos que opera, da a entender con ello lo<br />

mismo que los antiguos teurgos al atribuir sus prodigios a la intervención de las entidades elementales o<br />

espíritus de la Naturaleza subordinados a la voluntad del que sabe (144).<br />

Tanto los brahmanes como los fakires tendrían por blasfemia que alguien les supusiera en comunicación con<br />

los difuntos, pues esta suprema dicha está reservada a los sannyâsis, gurús y yoguis, según vemos en el<br />

siguiente pasaje:<br />

Mucho antes de que finalmente desechen sus mortales vestiduras, las almas de quienes practicaron<br />

austeramente el bien, como las de los sannyâsis y vanaprasthas, adquieren la facultad de conversar con las<br />

almas que las precedieeron en el Swarga (145).<br />

En este solo caso se entiende por pitris los egos residentes en el plano mental que únicamente podrán<br />

comunicarse con los mortales cuya aura sea tan pura como la suya, y respondan por ello a piadosas<br />

invocaciones (kalassa) <strong>sin</strong> riesgo de mancillar su pureza. Cuando el adepto logra el estado de sayadyam (146)<br />

y subyuga por completo la materia, puede comunicar libremente a todas horas con los espíritus desencarnados<br />

que progresivamente se encaminan hacia el Paramâtma.<br />

No es extraño que los Padres de la Iglesia se enojen al oír hablar de los ritos paganos, por cuanto se arrogan<br />

para sí y para los suyos el título de amigos de Dios, equivalente al de santos, que tomaron de la terminología<br />

de los templos. Su ignorancia no les permitió describir sus visiones beatíficas con la galana belleza de los<br />

clásicos del paganismo, como, por ejemplo, Proclo y Apuleyo al relatar lo poco que pudieron de la iniciación<br />

final con tan brillantes imágenes que ofuscan las narraciones relativas a los ascetas cristianos, cuyo plagio es<br />

notorio, no obstante sus pretensiones de originalidad (147).<br />

Prescindiendo de que la Iglesia cristiana y más particularmente los católicos irlandeses, han conservado<br />

muchos ritos y costumbres antiguos de aparente obscenidad, examinemos las obras de Taylor, el denodado<br />

campeón de las religiones antecristianas (148), que empleó su vida en la rebusca de antiguos manuscritos<br />

originales de iniciados, para corroborar en ellos su concepto personal de los Misterios.<br />

Por la confianza que los autores del paganismo clásico nos merecen, podemos asegurar que no debió de<br />

parecer a los cristianos tan ridículamente licencioso el culto pagano como les parece a los críticos modernos,<br />

pues durante la Edad Media y algún tiempo después, adoptaron los ritos y ceremonias de las antiguas<br />

religiones <strong>sin</strong> comprender su interno significado, y satisfaciéndose con las incongruentes o más bien fantásticas<br />

interpretaciones del clero, que admitía la forma exotérica y adulteraba el sentido esotérico de las ceremonias<br />

culturales. Justo es reconocer que, desde hace muchos siglos, el bajo clero cristiano, a quien no le está<br />

permitido escudriñar los misterios del reino de Dios ni interpretar las enseñanzas de la Iglesia, no tiene ni la<br />

más remota idea del simbolismo religioso; pero no sucede lo mismo respecto del Sumo Pontífice y de los<br />

magnates eclesiásticos, pues si bien estamos de acuerdo con Inman en que difícilmente cabe creer que los<br />

clérigos con cuya licencia se publicaron ciertas obras (149), fuesen tan ignorantes como los modernos<br />

ritualistas, en cambio, no convenimos con el mismo autor en que si los clérigos hubiesen conocido el verdadero<br />

significado de los símbolos, no los hubiesen adoptado, pues al eliminar del culto católico todo lo referente al<br />

sexo y al culto de la Naturaleza, suprimiríamos el de las imágenes y nos aceercaríamos a la reforma<br />

protestante.<br />

EL DOGMA DE LA INMACULADA<br />

Este secreto motivo tuvo la declaración del dogma de la Inmaculada. La simbología comparada progresaba<br />

rápidamente por entonces, y era preciso que la fe en la infalibilidad del Papa y en la pureza original de la Virgen<br />

y de sus antepasados en línea femenina hasta cierto grado de parentesco, resguardasen a la Iglesia de las<br />

indiscretas revelaciones de la ciencia. La definición de este dogma fue un hábil ardid del Vicario de Cristo, que<br />

al “conferir tal honor” a la Virgen, como ingenuamente dice Pascale de Franciscis, la ha convertido en olímpica<br />

diosa que, incapaz de pecar por naturaleza, carece del mérito de la virtud personal; y precisamente por esta<br />

carencia de merecimiento fue escogida entre todas las mujeres, según nos enseñaron a creer en la infancia.<br />

Pero si el Papa desposeyó a María de todo merecimiento personal por su pureza, en cambio, presume haberla<br />

dotado con un atributo físico del que no participan las demás diosas vírgenes. Con todo, este nuevo dogma, al<br />

que posteriormente se añadió el de la infalibilidad pontificia y que ha revolucionado el mundo cristiano, tampoco<br />

es privativo de la Iglesia de Roma, <strong>sin</strong>o que es un retroceso a la ya casi olvidada herejía de los coliridianos, que<br />

en los primeros tiempos del cristianismo ofrecían a María sacrificios de tortas por creer que había nacido <strong>sin</strong><br />

mancha de pecado (150). Por lo tanto, la nueva jaculatoria: “¡Oh María!, <strong>sin</strong> pecado concebida”, es póstuma<br />

aceptación de la blasfema herejía condenada en un principio por la ortodoxia de los Padres.<br />

Fuera inferir agravio a la erudición y maquiavelismo de los papas y sus dignatarios suponerles ignorantes del<br />

significado de los símbolos religiosos. Fuera olvidar que los agentes de Roma salvaron por medios de jesuítico<br />

artificio cuantos obstáculos les embarazaban el camino. Los misioneros de Ceilán sobresalieron en la política<br />

de adaptación al medio ambiente; pues, según afirma el erudito e idóneo abate Dubois (151), sacaban<br />

procesionalmente las imágenes de Jesús y la Virgen en la misma carroza del Juggernauth (152), en la que los<br />

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