¿Qué quedó del discurso revolucionario del PRI ... - Revista EL BUHO
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hacerle la chamba a los demás, con todo respeto?<br />
Sólo atiendo órdenes de Cervantes, de Hemingway,<br />
de Rulfo y de Pagés Llergo.<br />
Mañana chilanga<br />
Como ese libro le demanda concentración total,<br />
Feldespato lee una, dos veces equis párrafo. No<br />
importa, siete sexenios atrás no entendió nada, o<br />
recordaba sólo detalles. Se propuso ya la relectura<br />
porque iban a hacer una nueva traducción y corre-<br />
girían numerosas erratas, y su déficit de atención<br />
podría llegar al ciento por ciento. Las medicinas<br />
que se lo exacerbaban terminaron en la basura.<br />
Tomó asiento de cara a la entrada <strong>del</strong> vagón y<br />
detrás de él subió un vendedor de música estridente<br />
con bocinas a la espalda. Respiró profundo y apretó<br />
los puños, la receta para combatir el estrés y la neu-<br />
rosis, según leyó. Lo mejor para él fueron siempre<br />
dos, tres mentadas. Avanzaba en la lectura cuando<br />
irrumpieron tres cargas de búfalos en estampida<br />
en la estación <strong>del</strong> Centro Médico. Una pareja tomó<br />
asiento a su izquierda. Él, un sesentón de gafas para<br />
miope y de cabello como de estopa. Ella empezó a<br />
hacer aspavientos entre su nariz, la de Feldespato<br />
96 El Búho<br />
Angèlica Carrasco<br />
y el libro. Eran como jabs feme-<br />
ninos, como uno-dos femeni-<br />
nos, como lancetas mortíferas.<br />
Feldes vio a su derecha y<br />
al fondo. La gente despierta no<br />
respondía al ataque. Entonces<br />
giró el cuello hacia la izquierda<br />
y vio a una cuarentona sor-<br />
domuda, lanzando los jabs<br />
perfectos. El tipo <strong>del</strong> cabello<br />
como de estopa apenas logra-<br />
ba meter su cuchara, es decir,<br />
las manos. Esas sí en alto. No iban más allá de las<br />
rodillas de él. Feldes cerró el libro. Formidable, se<br />
dijo. Una sordomuda ¡parlanchina! y ¡vehemente!<br />
¿Podrá decirse así? Meneaba dedos, manos y bra-<br />
zos, y hacía muecas, estiraba los labios de mane-<br />
ra tan flexible que podría alcanzarse una oreja.<br />
Feldes esperó el cese de las parrafadas violen-<br />
tas. El hombre cabello de estopa vio a Feldespato a<br />
los ojos, resignado. Como diciéndole ¿te imaginas<br />
cuánto soporto yo? La parrafada menguó. Entonces<br />
él, distraído, se dijo que había sido buena deci-<br />
sión buscar las dos versiones <strong>del</strong> Ulises, de James<br />
Joyce, para ver cuál releería. La traducida por un<br />
argentino o la traducida por un español. Escogió<br />
el ejemplar mejor conservado. Pensó en leer una<br />
versión y luego la otra. Pero tenía tanto qué releer…<br />
De repente la mujer dejó de manotear entre<br />
su narizota, la de Feldes, y el libro. Feliz, él<br />
abrió de nuevo el libro pero entonces el vagón<br />
<strong>quedó</strong> a oscuras y el convoy se detuvo entre<br />
Niños Héroes y Balderas. Pinche realidad, murmuró<br />
Feldes, resignado.<br />
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