Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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Jesús Redentor.- Pre-Pasión<br />
El tema de “Jesús Redentor”, Pre-Pasión, comprende:<br />
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna:<br />
“El Evangelio como me ha sido revelado”<br />
(“El Hombre-Dios”)<br />
2-106-159 (2-67-620).- Reflexiones sobre 4 contemplaciones: la figura de Iscariote; la<br />
hostilidad de los enemigos; la mutabilidad del pueblo; la fragilidad de los apóstoles.<br />
* “Fue necesario un traidor... ¡cuánto dolor sufrió mi Madre por culpa de enemigos y del<br />
pueblo mutable!”.- ■ Dice Jesús: “Pequeño Juan, mucho trabajo hoy. Pero es que llevamos un<br />
día de retraso y no se puede ir despacio. Te he dado la fuerza para esto, hoy. Te he concedido<br />
cuatro contemplaciones para poderte hablar de los dolores de Maria y míos, preparatorios de la<br />
Pasión. Debería haberte hablado de ellos ayer, sábado, día dedicado a mi Madre, pero he sentido<br />
piedad. Hoy se recupera el tiempo perdido. Después de los dolores que te he dado a conocer,<br />
<strong>María</strong> ha tenido también éstos; y Yo con Ella. ■ Mi mirada había leído en el corazón de Judas<br />
Iscariote. Nadie debe pensar que la Sabiduría divina, no haya sido capaz de comprender aquel<br />
corazón. Pero como dije a mi Madre, él me era necesario. ¡Ay de él, que fue traidor! Pero era<br />
necesario un traidor. Doble, astuto, avariento, lujurioso, ladrón. Era inteligente y más culto que<br />
el resto de la masa, había sabido imponerse a todos. Audaz, me allanaba el camino, aun cuando<br />
fuese difícil. Le gustaba, sobre todo, sobresalir y hacer resaltar su puesto de confianza que tenía<br />
conmigo. No era servicial por instinto de caridad, sino que era uno como aquellos que llamaríais<br />
«de conveniencia». Esto también le permitía tener la bolsa y acercarse a las mujeres. Dos cosas<br />
que, juntas con la tercera: los cargos humanos, amaba desenfrenadamente. La Pura, la Humilde,<br />
la Separada de las riquezas terrenales, no podía menos que sentir asco por aquella sierpe.<br />
También Yo lo tenía. Yo solo, y el Padre y el Espíritu, sabemos qué esfuerzos tuve que hacer<br />
para tenerle junto a Mí, te lo explicaré en otra ocasión. ■ Igualmente no ignoraba la hostilidad<br />
de los sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos. Eran zorras astutas que trataban de empujarme a<br />
su trampa para atraparme. Tenían hambre de mi sangre, y buscaban poner engaños a fin de<br />
sorprenderme, para tener armas con que acusarme, y quitarme de en medio. La asechanza duró<br />
tres largos años y no se aplacó sino cuando me vieron muerto. Esa noche durmieron felices. La<br />
voz del acusador se había extinguido para siempre. Eso creían. ¡No! No estaba todavía<br />
extinguida. No lo será jamás y truena y truena y maldice a los semejantes a ellos. ¡Cuánto dolor<br />
tuvo mi Madre por culpa de ellos! Y no olvido ese dolor. ■ Que el pueblo sea mudable no es<br />
cosa nueva. Es la fiera que lame la mano del domador, si está armada con el azote o si ofrece un<br />
pedazo de carne para saciar su hambre. Pero basta que caiga el domador o que no pueda seguir<br />
usando el azote, o que no tenga nada para saciar su hambre, para que ella se le arroje y lo<br />
despedace. Basta decir la verdad y ser buenos, para que la multitud le odie a uno después del<br />
primer momento de entusiasmo. La verdad es reproche y aviso. La bondad despoja de la vara y<br />
logra hacer que los buenos no tengan miedo. Por lo cual: «¡Crucifícale!»... después de haber<br />
dicho: «¡Hosanna!». Mi vida de Maestro está llena de estos dos gritos. El último fue:<br />
«¡Crucifícale!». El hosanna es como el aliento que toma el cantor para dar un agudo. <strong>María</strong> en<br />
la tarde del Viernes Santo volvió a oír dentro de sí todos los hosannas mentirosos, que fueron<br />
aullidos de muerte para su Hijo, y quedó deshecha. Esto tampoco lo olvido. ■ ¡Cuánta fue la<br />
debilidad de los apóstoles! Los llevaba sobre mis brazos, para levantarlos hacia Cielo, cual<br />
verdaderos bloques de piedras pesadas que tendían hacia el suelo. También los que no se creían<br />
ministros de un rey temporal --como se creía Judas Iscariote--, los que no pensaban como Judas<br />
Iscariote en subir al trono --cuando llegare la oportunidad--, estaban siempre ansiosos de gloria.<br />
Llegó el día en que mi Juan y su hermano ambicionaron esta gloria que os fascina cual<br />
1
espejismo aun en las cosas celestiales. No. Lo que deseo que tengáis es el anhelo santo del<br />
Paraíso. Pero no solo esto, sino que, a la manera de un usurero, queréis un intercambio odioso:<br />
por un poco de amor que habéis dado a quien Yo os dije que debíais entregaros completamente,<br />
pretendéis un puesto a su derecha en el Cielo. No, hijos, no. Primero es necesario saber beber<br />
todo el cáliz que bebí Yo. Todo. Con su caridad prodigada en recompensa del odio, con su<br />
castidad contra las voces de los sentidos, con su heroicidad en las pruebas, con su holocausto<br />
por amor de Dios y de los demás hermanos. ■ Luego, cuando todo el deber se haya cumplido,<br />
hay que decir: «Somos siervos inútiles» y esperar que mi Padre y vuestro os conceda, por su<br />
bondad, un lugar en su Reino. Es menester despojarse, como me he visto despojado en el<br />
Pretorio, de todo lo que es humano, conservando solo lo que es indispensable como el don de<br />
Dios que es la vida y darla por los hermanos a los que podemos ser más útiles desde el Cielo<br />
que en la Tierra, y dejar que Dios os revista con la estola inmortal emblanquecida con la Sangre<br />
del Cordero. ■ Te he mostrado los dolores preparatorios de la Pasión. Otros te mostraré. Aun no<br />
dejando de ser dolores, el contemplarlos ha supuesto un descanso para tu alma. Ya basta. Queda<br />
en paz” (No hay fecha).<br />
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Advertencia : Las citas Bíblicas y notas Teológicas, --que acompañan a la dos primeras ediciones, de<br />
la Obra magna de <strong>María</strong> <strong>Valtorta</strong>, publicadas con el título de «Il Poema dell‟Uomo-Dio» y en su versión<br />
al español con el título de «El Hombre-Dios»--, se deben al profesor y teólogo Padre Conrado M. Berti<br />
de la O.S.M; es el autor de las mismas. Todo nuestro trabajo recoge también parte de estas citas Bíblicas<br />
y notas Teológicas. ■ El Padre Berti, de la Orden de los Siervos de <strong>María</strong>, fue profesor de dogmática y<br />
teología sacramental del Instituto Pontificio “Marianum” de Roma, consultor del Concilio Vaticano II.<br />
Tuvo una parte muy importante en el cuidado de los escritos de <strong>María</strong> <strong>Valtorta</strong>. Falleció el año 1980.<br />
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2-111-188 (2-78-681).- Jesús se revela a Salomón (1) «el barquero», hombre justo, seguidor del<br />
Bautista.- Jesús es reconocido por Zelote como Aquel de quien se dijo: “tus vestidos están<br />
teñidos de rojo...”. Los 3 cálices.<br />
* “Salomón, no viviré hasta el final del mundo, mas habrá una tiniebla más atroz que la de<br />
los astros apagados: cuando los hombres sofoquen la Luz que soy Yo”.- ■ Juan dice al<br />
Maestro: “¡Qué extraño que el Bautista no esté <strong>aquí</strong>!”. Están todos en la margen oriental del<br />
Jordán, a la altura del famoso vado donde un tiempo bautizaba el Bautista. Santiago observa: “Y<br />
tampoco está en la otra ribera”. Pedro comenta: “Le habrán arrestado otra vez esperando una<br />
nueva bolsa. ¡Son gentuza esos tipos de Herodes!”. Jesús dice: “Vamos a pasar allí y<br />
preguntamos”. Así lo hacen, y preguntan a un barquero de la otra ribera: “¿Ya no bautiza <strong>aquí</strong> el<br />
Bautista?”. Barquero: “No. Está en los confines de Samaria. ¡Tan bajo hemos caído! Un santo tiene<br />
que pasar a campo samaritano para salvarse de los ciudadanos de Israel. ■ ¿Y por qué os asombráis<br />
si Dios nos abandona? Yo sólo me asombro de una cosa: ¡que no haga de toda Palestina una Sodoma<br />
y Gomorra!...”. Jesús responde: “No lo hace por los justos que hay en ella, por los que, sin ser todavía<br />
del todo justos, sienten sed de justicia y siguen las enseñanzas de quienes predican santidad”.<br />
Barquero: “Dos, entonces: el Bautista y el Mesías. Al primero le conozco porque yo también le he<br />
servido <strong>aquí</strong> en el Jordán, pasándole en la barca a algún fiel sin pedir nada, porque él dice que debemos<br />
contentarnos con lo justo. Me parecía justo conformarme con la ganancia por otros servicios, y me<br />
parecía que era injusto el pedir paga por llevar a un alma hacia la purificación. Me han tomado por loco<br />
los amigos, pero en fin... Si yo estoy contento de lo poco que tengo, ¿quién puede quejarse? Por<br />
lo demás, veo que aún no me he muerto de hambre, y espero que cuando muera me sonría<br />
Abraham”. Jesús pregunta: “Así es, hombre. ¿Quién eres?”. Barquero: “¡Oh!, tengo un nombre<br />
muy grande y me río de ello, porque sólo tengo sabiduría para el remo. Me llamo Salomón”.<br />
Jesús: “Tienes la sabiduría de juzgar que quien coopera con una purificación no debe<br />
corromperla con el dinero. Yo te digo: no sólo Abraham, sino el Dios de Abraham te sonreirá<br />
cuando mueras, como a hijo fiel”. ■ Salomón: “¡Oh, Dios! ¿Lo dices de verdad? ¿Quién eres?”.<br />
Jesús: “Soy un justo”. Salomón: “Te he dicho que hay dos justos en Israel: uno es el Bautista;<br />
el otro, el Mesías. ¿Eres Tú el Mesías?”. Jesús: “Soy Yo”. Salomón: “¡Oh, eterna misericordia!<br />
Pero... un día oí a unos fariseos que decían... Bueno, dejémoslo... No quiero ensuciarme la boca.<br />
Tú no eres eso que decían de Ti. ¡Lenguas más venenosas que las de las víboras!..”. Jesús: “Soy<br />
2
Yo y te digo: no estás muy lejos de la Luz. Adiós, Salomón. La paz sea contigo”. Salomón: “¿A<br />
dónde vas, Señor?” --el hombre está asombrado por la revelación y ha asumido un tono<br />
completamente distinto. Antes era un bonachón que hablaba, ahora es un fiel que adora. Jesús:<br />
“A Jerusalén, por Jericó. Voy a los Tabernáculos”. Salomón:“¿A Jerusalén? Pero... ¿también<br />
Tú?”. Jesús: “Soy hijo de la Ley Yo también. No anulo la Ley. Os doy luz y fuerza para seguirla<br />
con perfección”. Salomón: “¡Pero Jerusalén ya te odia! Quiero decir, los grandes, los fariseos<br />
de Jerusalén. Te he dicho que he oído...”. Jesús: “Déjalos. Ellos hacen su deber, lo que creen<br />
que es su deber; yo hago el mío. En verdad te digo que hasta que no sea la hora no podrán<br />
nada”. Discípulos y Salomón preguntan: “¿Qué hora, Señor?”. Jesús: “La del triunfo de las<br />
Tinieblas”. Salomón: “¿Vas a vivir hasta el fin del mundo?”. Jesús: “No. Habrá una tiniebla<br />
más atroz que la de los astros apagados y que la de nuestro planeta, muerto con todos<br />
sus hombres. Será cuando los hombres sofoquen la Luz que Yo soy. En muchos el delito ya se<br />
ha producido. Adiós, Salomón”. Salomón: “Te sigo, Maestro”. Jesús: “No. Ven dentro de tres<br />
días al Bel Nidrás. La paz a ti”.<br />
* Diversa disposición de los corazones para recibir la Palabra... Pero cuando llegue la<br />
hora ni los ángeles le podrán defender porque la justicia ha de cumplirse.- Los 3 cálices.<br />
■ Jesús se pone en camino entre sus discípulos, que van pensativos. “¿Qué pensáis? No temáis<br />
ni por Mí ni por vosotros. Hemos pasado por la Decápolis y la Perea, y por todas partes hemos<br />
visto agricultores trabajando en los campos. En unos lugares, la tierra estaba todavía<br />
cubierta por rastrojos y malas hierbas; árida, dura, ocupada por plantas parásitas que los<br />
vientos de verano habían llevado y sembrado arrebatando sus semillas a las desolaciones desérticas:<br />
eran las tierras de los perezosos y vividores. En otros lugares la tierra había sido<br />
ya abierta por la reja del arado, y limpiada, con el fuego y la mano, de piedras, espinos y<br />
malas hierbas. Lo que antes era un mal, o sea, las plantas inútiles, he <strong>aquí</strong> que con la purificación<br />
del fuego y con cortarlas, se habían transformado en bien: en abono, en sales<br />
útiles para la fecundación. La tierra habrá llorado bajo el dolor de la reja que la abría y<br />
hurgaba, y bajo el ardor del fuego que la martirizaba en sus heridas. Mas reirá más hermosa en<br />
primavera diciendo: «El hombre me torturó para proporcionarme esta opulenta mies que<br />
me hace bella». Y éstas eran las tierras de los que tienen buena voluntad. En otros<br />
lugares, la tierra estaba ya esponjosa, limpia incluso de cenizas, un verdadero lecho nupcial<br />
para el desposorio de la gleba con la semilla que en su fecundidad produce magníficas<br />
espigas: éstos eran los campos de los generosos cuya generosidad llegaba hasta la perfección de<br />
su actividad. ■ Pues bien, igual sucede con los corazones. Yo soy la Reja de Arado y mi<br />
palabra es Fuego, para preparar al triunfo eterno. Hay quien, perezoso o vividor, aún no me<br />
busca, no me requiere, se satisface con su vicio, con las pasiones malvadas, que parecen<br />
vestidos de verdor y de flores y en realidad son zarzas y espinas que rasgan a muerte el<br />
espíritu, lo atan y hacen de él haz para los fuegos de la Gehena. Por ahora la Decápolis y<br />
Perea son así... y no sólo ellas. No se me piden milagros porque no se quiere el tajo de la<br />
palabra ni la quemazón del fuego. Pero llegará la hora para ellos. En otros lugares, hay quien<br />
acepta este tajo y esta quemazón, y piensa: «Es penoso, pero me purifica y me hará<br />
fecundo para el Bien». Éstos son los que, si bien no tienen el heroísmo de hacer, dejan que<br />
Yo haga. Es el primer paso en mi camino. Hay, en fin, quienes ayudan con su diligente,<br />
diario trabajo a mi trabajo; éstos no es que caminen, sino que vuelan por el camino de Dios;<br />
éstos son los discípulos fieles: vosotros y los otros que están diseminados por Israel”. ■<br />
Discípulos: “Pero somos pocos... contra muchos; somos humildes... contra los poderosos.<br />
¿Cómo defenderte si quisieran hacerte algún daño?”. Jesús: “Amigos. Recordad el sueño de<br />
Jacob. Él vio una multitud incalculable de ángeles que subían y bajaban por la escalera que<br />
le unía con el Cielo. Una multitud; y no era más que una parte de las legiones angélicas...<br />
Pues bien, aunque todas las legiones, que cantan «aleluya» a Dios en el Cielo, bajaran y se<br />
pusieran en torno a Mí para defenderme, cuando llegue la hora, nada podrán. La justicia ha de<br />
cumplirse...”. Pedro: “¡Querrás decir la injusticia! Porque Tú eres santo y si te hacen<br />
algún daño, si te odian, son unos injustos”. Jesús: “Por eso digo que en algunos el delito se<br />
ha cumplido ya. Quien da vida en su corazón a pensamientos de homicidio es ya un<br />
homicida; si de hurto, es ya un ladrón; si de adulterio, es ya un adúltero; si de traición, es<br />
ya un traidor. El Padre sabe las cosas, y Yo también, pero Él me deja ir, y Yo voy; para esto<br />
3
he venido. Mas el grano madurará y será sembrado dos veces antes de que el Pan y el Vino<br />
sean dados en alimento a los hombres”. Discípulos: “¡Se hará un banquete de júbilo y de paz,<br />
entonces!”. Jesús: “¿De paz? Sí. ¿De júbilo? También. Pero... ¡Oh..., Pedro, oh..., amigos,<br />
cuántas lágrimas habrá entre el primero y el segundo cáliz! Sólo después de beber la última<br />
gota del tercer cáliz, el júbilo será grande entre los justos, y segura la paz para los hombres de<br />
recta voluntad”. Pedro:“Tú estarás presente... ¿no es verdad?”. Jesús: “¿Yo?... ¿Acaso falta<br />
alguna vez al rito el cabeza de familia? ¿Y no soy Yo la Cabeza de la gran familia del Cristo?”.<br />
* “Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el hombre y Dios Él los llenará, por Sí<br />
mismo, de su Vino, pisándose a Sí mismo en el sufrimiento por amor”.-■ Simón<br />
Zelote, que ha estado siempre callado, dice, como hablando consigo mismo: “«¿Quién es<br />
Este que viene con las vestiduras teñidas de rojo? Está hermoso con su vestido y camina<br />
con ostentación de su fuerza». «Soy Yo quien habla con justicia y protege de modo que<br />
puedan salvarse». «¿Por qué, entonces, tus vestidos están teñidos de rojo y tus vestiduras están<br />
como las de quien prensa la uva?». «Yo solo por Mí mismo, he pisado la uva. Ha llegado el año<br />
de mi redención»”. Jesús observa: “Tú has comprendido, Simón”. Zelote: “He comprendido, mi<br />
Señor”. Los dos se miran; los demás los miran asombrados y entre sí se preguntan: “¿Pero<br />
habla de las vestiduras rojas que lleva Jesús ahora, o de la púrpura de rey con que se vestirá<br />
cuando llegue la hora?”.Jesús se abstrae. Parece como si no oyese nada más. ■ Pedro toma<br />
aparte a Simón y le pide: “Tú que eres sabio y humilde, explica a mi ignorancia tus palabras”.<br />
Zelote: “Sí, hermano. Su nombre es Redentor. Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el<br />
hombre y Dios, y Tierra y Cielo, Él los llenará, por Sí mismo, de su Vino, pisándose a<br />
Sí mismo en el sufrimiento por amor de todos nosotros. Por eso estará presente, a pesar<br />
de que las potestades de las Tinieblas, entonces, hayan sofocado aparentemente la Luz, que<br />
es Él. ■ ¡Oh, hay que amarle mucho a este Cristo nuestro porque mucho será desamado!<br />
Hagamos que en la hora del abandono no nos pueda llegar y echarnos en cara el lamento<br />
de David: «Una jauría de perros (y entre ellos también nosotros) se ha puesto alrededor de<br />
mí»”. Pedro dice: “¿Tú crees?... Pero nosotros le defenderemos aun a costa de morir con<br />
Él”. Zelote: “Nosotros le defenderemos... Pero somos hombres, Pedro, y nuestro valor<br />
desaparecerá aun antes de que a Él le descoyunten los huesos... Sí, nosotros seremos como<br />
el agua helada del cielo que un rayo la derrite en lluvia y el viento la esparce por el suelo,<br />
para después convertirla de nuevo en hielo. ¡Así nosotros, así nosotros! Nuestro actual valor de<br />
ser discípulos suyos --porque su amor y su cercanía nos da entusiasmo viril e intrepidez--<br />
se derretirá bajo la acción del rayo agresor de Satanás y de los satanases. Y de nosotros ¿qué<br />
quedará entonces? Pero luego, tras la infame y necesaria prueba, la fe y el amor nos harán<br />
de nuevo unir y seremos entonces compactos como un cristal que no teme incisión alguna. Eso<br />
sí, sabremos y podremos esto si le amamos mucho mientras le tenemos con nosotros.<br />
Entonces... sí, creo que entonces no seremos, por su palabra, ni enemigos ni traidores”. ■ Pedro:<br />
“Tú eres sabio, Simón. Yo... soy un hombre sin letras. Y hasta me avergüenzo de peguntarle, y<br />
me duele cuando siento que son cosas de lágrimas. Mira su rostro: parece como si lo estuviera<br />
lavando un llanto secreto. Observa sus ojos: no miran ni al cielo ni al suelo; están abiertos a<br />
un mundo para nosotros desconocido. Y ¡qué cansado y encorvado es su caminar! Su<br />
actitud pensativa le hace parecer más viejo. ¡Oh, no puedo verle así! ¡Maestro, Maestro,<br />
sonríe; no puedo verte tan lleno de amargura! ¡Te quiero como a un hijo! ¡Te daría mi pecho<br />
como almohada, para que durmieras y soñaras otros mundos. ¡Oh, perdona si te he dicho<br />
«hijo»! Es que te quiero, Jesús”. Jesús: “Soy el Hijo... ese nombre es mi Nombre. Pero ya no<br />
estoy triste. ¿Lo ves? Sonrío porque vosotros sois amigos míos. ■ Ved allí, al fondo, Jericó,<br />
toda roja con el ocaso. Que dos de vosotros vayan a buscar alojamiento. Yo y los demás<br />
iremos a esperaros al lado de la sinagoga. Id”. Y todo termina mientras Juan y Judas Tadeo<br />
se ponen en camino en busca de una casa hospitalaria. (Escrito el 18 de Febrero de 1945).<br />
·······································<br />
1 Nota : Para Salomón, el barquero, y para todos los personajes de la Obra: Cfr. Personajes de la Obra.<br />
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4
4-258-191 (4-121-752).- Jesús revela a Santiago de Alfeo la muerte en cruz.<br />
* “¿El decir de los profetas no es alegórico? ¿Puede el Verbo ser maltratado por los<br />
hombres?”.- ■ Santiago: “¿Pero Tú, Verbo de Dios, eterno Verbo ¿por qué no te quedas?”.<br />
Jesús: “Porque soy Verbo y carne. Con el Verbo debo instruir, con la carne redimir”. Santiago:<br />
“Oh, Señor, ¿cómo redimirás? ¿De qué cosas vas al encuentro?”. Jesús: “Santiago, recuerda a<br />
los profetas”. Santiago: “¿Pero no es una cosa alegórica su decir? ¿Puedes Tú Verbo de Dios,<br />
ser maltratado por los hombres? ¿No quieren decir, quizás, los profetas que se dará martirio a tu<br />
divinidad, a tu perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre está preocupada por mí<br />
y por Judas, pero yo por Ti y por <strong>María</strong>, y también por nosotros, que somos muy débiles. Jesús,<br />
Jesús, si el hombre te superase, ¿no crees que muchos de nosotros te considerarían reo y que se<br />
alejarían de Ti desilusionados?”. Jesús: “Estoy seguro de ello. Habrá un desquiciamiento en<br />
todas las capas de mis discípulos, pero después regresará la paz; es más, vendrá una cohesión<br />
de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y de mi triunfo, vendrá el Espíritu<br />
Fortificador y Sabio: el Espíritu Divino”. Santiago: “Jesús, para que yo no me desvíe ni me<br />
escandalice en la hora tremenda, dime: ¿Qué te harán?”. Jesús: “Es una gran cosa la que me<br />
pides”. Santiago: “Dímela, Señor”. Jesús: “Saberlo exactamente te significará tormento”.<br />
Santiago: “No importa. Por el amor que nos ha unido...”. Jesús: “No debe ser conocida”.<br />
Santiago: “Dímela y luego bórramela de la memoria hasta la hora en que deba cumplirse;<br />
entonces, ponla de nuevo en la memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y<br />
no pasaré a ser enemigo tuyo en el fondo de mi corazón”. Jesús: “No servirá de nada, porque<br />
también tú cederás en la tempestad”. Santiago: “¡Dímela, Señor!”. Jesús: “Seré acusado,<br />
traicionado, preso, torturado, y crucificado”. Santiago grita: “¡Nooo!”, y se retuerce como si<br />
hubiese sido él el condenado a muerte. Repite: “¡No! Si a Ti te hacen esto, ¿qué cosa nos harán<br />
a nosotros? ¿Cómo podremos continuar tu <strong>obra</strong>? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me<br />
destinas... ¡No puedo!... ¡No puedo! Tú muerto, también yo seré un muerto, sin más fuerzas.<br />
¡Jesús! ¡Escúchame, no me dejes sin Ti. Prométeme, prométeme esto al menos!”. Jesús: “Te<br />
prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la gloriosa Resurrección me haya<br />
libertado de las restricciones de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre<br />
mis brazos”. De hecho, Santiago se ha recargado llorando sobre el pecho de Jesús. ■ Jesús: “No<br />
llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y llena de dolor, como quien que sale de<br />
las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el momento-muerte, minuto de espanto<br />
helador, que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así para ayudarte a olvidar el peso de<br />
mi suerte de Hombre. Encontrarás el recuerdo en su debido momento, como pediste. Mira, te<br />
beso en la boca, que deberá repetir mis palabras a la gente de Israel; en tu corazón que deberá<br />
amar como Yo dije; en las sienes donde cesará la vida junto a la última palabra de fe amorosa<br />
en Mí. ¡Cómo vendré a estar cerca de ti, hermano amado, en las asambleas de los fieles, en las<br />
horas de meditación, en las horas de peligro y en la hora de la muerte! Nadie, ni siquiera tu<br />
ángel recibirá tu espíritu; seré Yo, con un beso, así...”. Ambos primos, Jesús y Santiago quedan<br />
por un instante abrazados. Santiago parece como si perdiera el sentido al percibir el beso de<br />
Dios que le quita todo el recuerdo de su sufrimiento. Cuando levanta la cabeza, es de nuevo el<br />
Santiago de Alfeo, tranquilo y bueno, tan semejante a José, esposo de <strong>María</strong>. Sonríe a Jesús con<br />
una sonrisa más madura, un poco triste, pero siempre dulce. “Vamos a comer, Santiago, y luego<br />
dormiremos bajo las estrellas. Con las primeras luces bajaremos al valle... Iremos entre los<br />
hombres...”. Y Jesús da un suspiro... Pero concluye con una sonrisa: “y a donde está <strong>María</strong>”.<br />
(Escrito el 20 de Agosto de 1944).<br />
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5
5-342-271 (6-30-183).- En Quedes. Los fariseos piden una señal: la resurrección de un cadáver<br />
corrupto.- La señal de las llagas y la señal de Jonás (1).<br />
* “Lo que ha sucedido es tal, que nadie podrá aceptarlo si no está convencido de la<br />
infinita bondad del verdadero Dios: el Verbo-Dios se separa de Dios para redimir”.-<br />
■ Los fariseos murmuran turbulentos. Pero un anciano de majestuoso porte hace ya un rato que<br />
se ha acercado al lugar donde está Jesús, y ahora, durante un momento de pausa del<br />
discurso, dice: “Entra en la sinagoga, te lo ruego; enseña en ella. Nadie tiene más<br />
derecho que Tú a hacerlo. Soy Matías, el jefe de la sinagoga. Ven, que la Palabra de<br />
Dios habite mi casa como mora en tu boca”. Jesús: “Gracias, justo de Israel. La paz sea siempre<br />
contigo”.Y Jesús, a través de la muchedumbre, que se abre como una ola para dejarle pasar, y<br />
luego se cierra formando estela y le sigue, cruza de nuevo la plaza y entra en la sinagoga,<br />
pasando otra vez por delante de los fariseos enfurecidos, que entran también en la<br />
sinagoga, tratando de abrirse paso violentamente. Pero la gente los mira con cara de pocos<br />
amigos y les dice: “¿De dónde venís? Id a vuestras sinagogas y esperad allí al Rabí. Ésta es<br />
nuestra casa y entramos nosotros”. Y rabíes, saduceos y fariseos, tienen que soportar<br />
quedarse humildemente a la puerta para no ser expulsados por los habitantes de Quedes.■ Jesús<br />
está en su sitio. Tiene cerca al sinagogo y a otros de la sinagoga, no sé si hijos o colaboradores.<br />
Reanuda su discurso: “Habacuc dice --¡y con qué amor os invita a observar!--:«Extended vuestra<br />
mirada sobre las naciones, y observad, maravillaos, asombraos, porque en vuestros<br />
días ha sucedido una cosa que nadie creerá cuando se la cuenten» (Hab.1,5). También ahora<br />
tenemos enemigos materiales contra Israel. Pero dejad pasar este pequeño detalle de la profecía<br />
y miremos solamente al gran vaticinio enteramente espiritual que contiene. Porque las<br />
profecías, aunque parecen tener una referencia material, su contenido es siempre<br />
espiritual. La cosa, pues, que ha sucedido --y es tal, que nadie podrá aceptarla si no está<br />
convencido de la infinita bondad del verdadero Dios-- es que Él ha mandado a su Verbo<br />
para salvar y redimir al mundo. Dios que se separa de Dios (2) para salvar a la criatura<br />
culpable. Pues bien, Yo he sido mandado a esto. Y ninguna fuerza del mundo podrá<br />
detener mi ímpetu de Vencedor sobre reyes y tiranos, sobre pecados e ignorancias. Venceré<br />
porque soy el Triunfador”.<br />
* Jesús alzando su diestra herida: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has indicado otra<br />
señal. Te alegrarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! La verás<br />
también en el Cielo, con mi cuerpo glorificado, porque Yo te he de juzgar”.- ■<br />
Una carcajada burlona y un grito se dejan oír desde el fondo de la sinagoga. La gente<br />
protesta. El jefe de la sinagoga, que está tan concentrado en escuchar a Jesús que tiene<br />
incluso los ojos cerrados, se pone de pie e impone silencio, amenazando con la expulsión a los<br />
perturbadores. Jesús, en voz alta, dice: “Déjalos; es más, invítalos a que expongan sus<br />
divergencias”. Los enemigos de Jesús gritan irónicos: “¡Bien! ¡Esto esta bien! Déjanos<br />
acercarnos a Ti, que queremos hacerte unas preguntas”. Jesús: “Venid. Dejadlos pasar,<br />
vosotros de Quedes”. Y la gente, con miradas hostiles y caras disgustadas --y no falta algún<br />
que otro epíteto-- los deja ir adelante. Jesús, en tono severo, pregunta: “¿Qué queréis saber?”.<br />
Fariseo: “¿Tú, entonces, dices que eres el Mesías? ¿Estás verdaderamente seguro de ello?”.<br />
Jesús, cruzados los brazos, mira con tal autoridad al que ha hablado, que a éste se le cae de<br />
golpe la ironía y enmudece. Pero otro sigue el hilo de la pregunta y dice: “No puedes<br />
pretender que se te crea por tu palabra. Cualquiera puede mentir, incluso con buena<br />
intención. Para creer se necesitan pruebas. Danos, pues, pruebas de que eres eso que<br />
afirmas ser”. Jesús dice secamente: “Israel está lleno de mis pruebas”. Un fariseo dice: “¡Ah!<br />
¡Ésas!... Pequeñas cosas que cualquier santo puede hacer. ¡Han sido hechas y serán<br />
hechas en el futuro por los justos de Israel!”. Otro añade: “¡Y no se da por sentado que<br />
Tú las hagas por ser santo y te ayude Dios! Se dice, y verdaderamente es muy verosímil, que<br />
cuentas con la ayuda de Satanás. Queremos otras pruebas. Superiores, cuales Satanás no pueda<br />
dar”. Otro dice: “¡Sí, la muerte vencida!...”. Jesús: “Ya la habéis tenido”. Fariseo: “Eran<br />
apariencias de muerte. Muéstranos a un cadáver corrupto, que vuelva a la vida, que se rehaga,<br />
digamos. Esto para tener la seguridad de que Dios está contigo. Dios es el único que puede<br />
devolver el aliento al fango que ya se va a convertir en polvo”. Jesús: “Nunca fue pedido esto a<br />
los Profetas para creer en ellos”. Un saduceo grita: “Tú eres más que un profeta. ¡Tú, al<br />
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menos Tú lo dices, eres el Hijo de Dios!... ¡Ja! ¡ja! ¿Por qué, entonces, no actúas como Dios?<br />
¡Ánimo, pues! ¡Danos una señal! ¡Una señal!”. Un fariseo grita: “¡Sí, eso! Una señal del Cielo<br />
que diga que eres Hijo de Dios. Entonces te adoraremos”. Uno, que tiene por nombre Uriel y<br />
que estuvo en Giscala, dice: “¡Sí! ¡Eso es, Simón! No queremos caer de nuevo en el pecado de<br />
Aarón (Éx. 32,1-6). No adoramos al ídolo, al becerro de oro, ¡pero podríamos adorar al Cordero<br />
de Dios! ¿No eres Tú? Si es que el Cielo nos indica que lo eres”, y ríe sarcásticamente.<br />
Interviene otro, a voces: “Déjame hablar a mí, Sadoc, el escriba de oro. ¡Óyeme, oh Mesías!<br />
Demasiados Mesías te han precedido, que no lo fueron. Basta ya de engaños. Una señal de<br />
que eres lo que afirmas. Dios, si está contigo, no te lo puede negar. Y nosotros creeremos en<br />
Ti y te ayudaremos. Si no, ya sabes lo que te espera, según el Mandamiento de Dios”. ■ Jesús<br />
alza la diestra herida y la muestra bien a su interlocutor: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has<br />
indicado otra señal. Te alegrarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! ¿La<br />
ves? La verás también en el Cielo, cuando te presentes a rendir cuentas de tu modo de<br />
vivir. Porque Yo te he de juzgar, y estaré allí arriba con mi Cuerpo glorificado, con<br />
las señales de mi ministerio y del vuestro, de mi amor y de vuestro odio. Y tú también la<br />
verás, Uriel, y tú, Simón, y la verán Caifás y Anás, y otros muchos, en el último Día, día de ira,<br />
día tremendo, y por ello preferiréis estar en el abismo, porque mi señal abierta en la mano herida<br />
os asaeteará más que los fuegos del Infierno”. Fariseos, saduceos y doctores gritan en coro:<br />
“¡Eso son palabras y blasfemias! ¡¿Tú en el Cielo con el cuerpo?! ¡Blasfemo! ¡¿Tú juez en lugar<br />
de Dios?! ¡Anatema seas! ¡Insultas al Pontífice! Merecerías la lapidación”. ■ E1 jefe de la<br />
sinagoga se pone de nuevo en pie, patriarcal, con su espléndida canicie como un Moisés, y grita:<br />
“Quedes es ciudad de refugio y levítica. Tened respeto...”. Ellos: “¡Esos son cuentos de viejas!”.<br />
Matías: “¡Oh, lenguas blasfemas! Vosotros sois los pecadores, no Él, y yo le defiendo. No<br />
dice nada malo. Explica los Profetas. Nos trae la Promesa Buena. Y vosotros le interrumpís, le<br />
tentáis, le ofendéis. No lo permito. Él está bajo la protección del viejo Matías, de la estirpe<br />
de Leví por parte de padre y de Aarón por parte de madre. Salid y dejad que ilumine con su<br />
doctrina mi vejez y la madurez de mis hijos”. Y, mientras, tiene su vieja, rugosa mano puesta en<br />
el antebrazo de Jesús, como defendiendo.<br />
* “Al atardecer examináis el cielo y decís... Pues bien, a esta generación malvada y<br />
adúltera, que pide una señal, no le será dada sino la de Jonás”.. ■ Gritan los enemigos:<br />
“Que nos dé una señal verdadera y nos iremos convencidos”. Jesús, calmando al sinagogo, dice:<br />
“No te inquietes, Matías. Hablo Yo”. Y, dirigiéndose a los fariseos, saduceos y doctores, dice:<br />
“Al atardecer examináis el cielo, y si, en llegando el ocaso, está rojizo, sentenciáis en<br />
virtud de un viejo proverbio: «Mañana hará buen tiempo, porque el ocaso pone rojo el<br />
cielo». Lo mismo, cuando amanece, si el aire es pesado por la niebla y vapores, y el sol no<br />
se pone vestido de oro áureo, sino que parece como que echara sangre por el firmamento,<br />
decís: «Tendremos un día de tempestad». Sabéis, pues, leer el futuro del día a partir de los<br />
señales cambiantes del cielo, señales aún más volubles que el viento. ¿Y no alcanzáis a<br />
distinguir las señales de los tiempos? Esto no honra ni vuestra mente ni vuestra ciencia, y<br />
completamente deshonra vuestro espíritu y vuestra supuesta sabiduría. Pertenecéis a una<br />
generación malvada y adúltera, nacida en Israel de la unión de quien fornicó con el Mal.<br />
Vosotros sois sus herederos, y aumentáis vuestra perversidad y vuestro adulterio repitiendo el<br />
pecado de vuestros antecesores. ■ Pues bien, tenlo en cuenta, tú, Matías, sabedlo vosotros,<br />
habitantes de Quedes, y todos los presentes, fieles o enemigos: Ésta es la profecía que os voy a<br />
dar, profecía mía, en vez de la que quería explicar de Habacuc: a esta generación malvada y<br />
adúltera, que pide una señal, no le será dada sino la de Jonás... Vamos. La paz sea con los<br />
buenos de voluntad”. Y, por una puerta lateral, que da a una calle silenciosa situada entre<br />
huertos y casas, se aleja con sus apóstoles. (Escrito el 26 de Noviembre de 1945).<br />
·······································<br />
1 Nota : Cfr. Mt. 16,1-4. La señal de Jonás es el episodio recogido en Jonás 2-3 del A.T. y explicado como señal en<br />
el siguiente episodio 5-344-286.<br />
2 Nota : MV explica en una copia mecanografiada la expresión Dios que se separa de Dios con la siguiente nota: “Aun<br />
siendo todavía «una cosa» con el Padre, el Verbo ya no estaba en el Padre como antes de la encarnación”. La nota puede<br />
valer también para otras afirmaciones análogas, como las que encontraremos en 8-517-120 en este tema. “Busco en<br />
vosotros una parte de la unión que he dejado para unir a los hombres: la unión con el Padre mío en el Cielo”.<br />
. --------------------000--------------------<br />
7
().<br />
5-344-286 (6-32-197).- Explicación de la señal de Jonás (1).<br />
* “Como Jonás fue una señal, para los Ninivitas, del poder y misericordia del Señor, así el Hijo<br />
del hombre lo será para esta generación; con la diferencia de que Nínive se convirtió,<br />
mientras que Jerusalén no se convertirá”.- ■ Mientras un anciano siervo trae más asientos,<br />
Isaac (expastor) explica: “¡Benjamín y Ana no sólo nos reciben en su casa a nosotros, sino<br />
también a todos los que vienen en busca de Ti! Lo hacen en tu Nombre”. Jesús: “Que el Cielo los<br />
bendiga cada vez que lo hacen”. La anciana Ana dice con sencillez: “Disponemos de medios y no<br />
tenemos herederos. Al fin de nuestra vida, adoptamos como hijos a los pobres del Señor”. Y Jesús le<br />
pone la mano en su encanecida cabeza diciendo: “Y esto te hace madre más que si hubieras<br />
concebido muchísimas veces. ■ Mas ahora permitidme que explique a éstos lo que deseaban saber,<br />
para poder despedir luego a los de la ciudad y sentarnos a la mesa”. La terraza está invadida de<br />
gente, que sigue entrando y al no caber busca el último rincón. Jesús está sentado en medio de un<br />
grupo de niños, que le miran extáticos con sus ojazos inocentes. Vuelve las espaldas a la mesa y<br />
sonríe a estos niños, aunque esté hablando de un tema grave. Parece como si leyera en sus caritas<br />
inocentes las palabras de la verdad que le han pedido que explicara. “Escuchad La señal de<br />
Jonás, que prometí a los perversos, y que prometo también a vosotros, no porque seáis malos,<br />
sino, al contrario, para que podáis creer con perfección cuando la veáis cumplida, es ésta. Como<br />
Jonás permaneció tres días en el vientre del monstruo marino y luego fue restituido a la tierra para<br />
convertir y salvar a Nínive, así sucederá para el Hijo del hombre. Para calmar las violentas olas de<br />
una grande, satánica tempestad, los principales de Israel creerán útil sacrificar al Inocente. Lo único<br />
que conseguirán será aumentar sus peligros, porque, además de Satanás, que pone confusión en<br />
todo, tendrán a Dios como vengador de su crimen. Podrían vencer la tempestad de Satanás creyendo<br />
en Mí, pero no lo hacen porque ven en Mí la razón de su turbación, de sus miedos, peligros y un<br />
mentís contra su insincera santidad. Mas, cuando llegue la hora, ese monstruo insaciable que es el<br />
vientre de la tierra, que se traga a todo hombre que muere, se abrirá de nuevo para restituir la Luz al<br />
mundo que renegó de ella. ■ He <strong>aquí</strong>, pues, que, como Jonás fue una señal para los ninivitas del<br />
poder y misericordia del Señor, así el Hijo del hombre lo será para esta generación; con la diferencia<br />
de que Nínive se convirtió, mientras que Jerusalén no se convertirá, porque está llena de esta generación<br />
malvada de que he hablado. Por ello, la Reina del Mediodía se alzará el Día del Juicio contra<br />
los hombres de esta generación y los condenará. Porque ella vino, en su tiempo, desde los confines<br />
de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, mientras que esta generación, que me tiene presente, y<br />
siendo Yo mucho más que Salomón, no quiere oírme, y me persigue y me arroja como a un leproso y a<br />
un pecador. También los ninivitas, que se convirtieron con la predicación de un hombre, se alzarán en<br />
el día del Juicio contra la generación malvada que no se convierte al Señor su Dios. Yo soy más que<br />
un hombre, aunque se tratara de Jonás o cualquier otro Profeta. ■ Por esto, daré la señal de Jonás<br />
a quien pide una señal sin posibles equívocos. Una y única señal daré a quien no dobla la frente<br />
proterva ante las pruebas ya dadas de vidas que renacen por voluntad mía. Daré todas las señales:<br />
tanto la de un cuerpo en descomposición que regresa a la vida vivo e íntegro, como la de un Cuerpo<br />
que por Sí solo se resucita, porque a su Espíritu le es dada la plenitud del poder. Mas éstas no serán<br />
gracias. No significarán aligeramiento de la situación. Ni <strong>aquí</strong> ni en los libros eternos. Lo escrito,<br />
escrito está. Y, como piedras para una próxima lapidación, las pruebas se amontonarán: contra Mí,<br />
para perjudicarme sin lograrlo; contra ellos, para arrastrarlos eternamente con la condena que Dios<br />
reservó a los incrédulos malvados. ■ A esta señal de Jonás me refería. ¿Tenéis más cosas que<br />
preguntar?”. Los de Quedes: “No, Maestro. Se lo comunicaremos a nuestro jefe de la sinagoga,<br />
Matías, que ha juzgado la señal prometida con juicio muy cercano a la verdad”. Jesús: “Matías es<br />
un justo. La verdad se revela a los justos como se revela a estos inocentes, que mejor que<br />
nadie saben quién soy Yo”. (Escrito el 28 de Noviembre de 1945).<br />
············································<br />
8
1 Nota : Lc. 11,29-32; Mt. 12,38-42.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
5-346-295 (6-34-207).- Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Pedro (1).- “Yo soy el<br />
Camino, la Verdad y la Vida”.<br />
* “En la hora tremenda del tormento aparecerá el significado del nombre «<strong>María</strong>»”.-“Dos<br />
serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la Humanidad; la Humanidad, con<br />
sus continuos pecados”.- ■ Mateo añade: “Creo que todos estamos enamorados de Ella. ¡Un<br />
amor tan alto, tan celestial!... como solo Ella puede inspirarlo. Y el alma ama completamente su<br />
alma, la mente ama y admira su inteligencia, el ojo mira y se regocija en su belleza pura que<br />
satisface sin ansias, así como cuando se contempla una flor... ¡<strong>María</strong>, la Belleza de la tierra y,<br />
creo, la Belleza del Cielo...!”. Felipe dice: “¡Tienes razón! Todos vemos en <strong>María</strong> cuanto de<br />
más dulce hay en la mujer. ¡Qué pura es! ¡Qué madre tan querida! No se sabe si se le ama por<br />
una u otra cualidad...”. Y Pedro concluye: “Se le ama porque es «<strong>María</strong>». ¡Esta es la razón!”.<br />
Jesús que los ha escuchado hablar dice: “Todos habéis hablado bien. Muy bien ha dicho Simón<br />
Pedro. A <strong>María</strong> se le ama porque es «<strong>María</strong>». Os dije, cuando íbamos a Cesarea que solo los que<br />
unan una fe perfecta a un amor perfecto llegarán a saber el verdadero significado de las<br />
palabras: «Jesús, el Mesías, el Verbo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre». Pero ahora os digo<br />
que hay otro nombre denso en significados. Y es el de mi Madre. Solo aquellos que unan una fe<br />
perfecta a un amor perfecto llegarán a conocer el verdadero significado del nombre «<strong>María</strong>», de<br />
la Madre del Hijo de Dios. Y el verdadero significado empezará a aparecer claro para los<br />
verdaderos creyentes y para los verdaderos amantes en la hora tremenda de tormento, cuando<br />
la Madre sea sometida a suplicio con su Hijo, cuando la Redentora redima con el Redentor, a los<br />
ojos de todo el mundo y por todos los siglos de los siglos”. Bartolomé, mientras se han detenido<br />
en las márgenes de un río en el que beben muchos discípulos, pregunta: “¿Cuándo?”. Jesús le<br />
responde evasivo: “Detengámonos a compartir del pan. El sol está en el zenit. Por la tarde<br />
habremos llegado al lago de Merón y podremos acortar el camino con unas barcas”. ■ Se<br />
sientan todos sobre la hierba tierna y tibia, de las orillas del arroyo. Juan dice: “Es una pena<br />
aplastar estas delicadas florecillas. Parecen pedacitos de cielo caído <strong>aquí</strong> sobre los prados”. Hay<br />
centenares y centenares de miosotis. Santiago su hermano le consuela: “Mañana renacerán más<br />
bellos. Están para servir de sala de banquete a su Señor”. Jesús ofrece y bendice los alimentos.<br />
Todos alegremente comen. Los discípulos, como si fuesen girasoles, miran en dirección de<br />
Jesús, que está sentado en el centro de la fila de sus apóstoles. ■ Pronto terminan de comer. Los<br />
condimentos fueron la tranquilidad y el agua pura. Pero como Jesús se queda sentado, nadie se<br />
mueve, y los discípulos dejando su lugar se acercan más para oír lo que dice Jesús, a quien los<br />
apóstoles le hacen preguntas, sobre todo acerca de lo que dijo en torno a su Madre. “Sí. Porque<br />
el ser Madre de mi carne, ya sería digno de alabanza. Fijaos que se recuerda a Ana de Elcana<br />
como madre de Samuel, y él era solo un profeta; pues bien, su madre es recordada por haberle<br />
engendrado. Por lo tanto, ya <strong>María</strong> sería recordada, y con altísimas alabanzas, por haber dado al<br />
mundo a Jesús, el Salvador. Pero ello sería poco, respecto a cuanto Dios exige de Ella para<br />
completar la medida exigida para la redención del mundo. Jamás <strong>María</strong> defraudará el deseo<br />
de Dios. Desde las exigencias de amor total hasta las de sacrificio total. Ella se ha entregado y<br />
se entregará. Y, cuando Ella haya consumado el más grande de los sacrificios, conmigo, por Mí,<br />
a favor del mundo, entonces los verdaderos fieles y los verdaderos amantes comprenderán el<br />
verdadero significado de su Nombre. A todo creyente verdadero y amante en el transcurso de<br />
los siglos, se le concederá saber el nombre de la gran Madre, de la Santa Engendradora que<br />
alimentará en los siglos a los hijos del Mesías con su llanto, para que crezcan para la vida<br />
celestial”. Iscariote pregunta: “¿Llanto, Señor? ¿Deberá llorar tu Madre?”. Jesús: “Toda madre<br />
llora, y la mía más que todas”. Iscariote: “¿Por qué? Yo hice llorar algunas veces a la mía,<br />
porque no siempre he sido un buen hijo, ¡pero Tú! Tú jamás has causado ninguna pena a tu<br />
Madre”. Jesús: “Así es. Efectivamente, como Hijo suyo, nunca le causo aflicción alguna, pero<br />
9
se la daré como Redentor. Dos serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la<br />
Humanidad; la Humanidad, con sus continuos pecados. Todo hombre que haya vivido, que vive,<br />
o que vivirá, cuesta lágrimas a mi Madre”. Santiago de Zebedeo, sorprendido, pregunta: “Pero<br />
¿por qué?”. Jesús: “Porque cada hombre para redimirle me cuesta torturas”.<br />
* “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, porque es Hijo de Dios,<br />
sí, pero también Redentor del hombre... moriré en un patíbulo y 3 días después<br />
resucitaré”.- ■ Bartolomé pregunta: “¿Mas cómo puedes decir esto de los que ya han muerto o<br />
no han nacido todavía? Te harán sufrir los que viven, los escribas, fariseos, saduceos con sus<br />
acusaciones, celos, mala voluntad, pero más no”. Jesús: “También mataron a Juan Bautista... y<br />
no es el único profeta a quien Israel haya matado, ni es el único sacerdote de la Voluntad eterna<br />
matado por causa del odio de los que no obedecen a Dios”. Judas Tadeo dice: “Pero Tú eres más<br />
que un profeta y que el mismo Juan Bautista, tu precursor. Tú eres el Verbo de Dios, la mano de<br />
Israel no se levantará contra Ti”. Jesús: “¿Lo crees hermano? ¡Estás equivocado!”. Judas Tadeo,<br />
excitado, se pone de pie: “¡No, no puede ser! ¡No puede suceder! ¡Dios no lo permitirá! ¡Sería<br />
degradar para siempre a su Mesías!”. También Jesús le imita. Le mira en la cara que ha<br />
palidecido, en los ojos sinceros. Poco a poco dice: “¡Y sin embargo así será!” y baja el brazo<br />
derecho, que le tenía alzado, como jurando. ■ Todos se ponen de pie, se estrechan contra Él, una<br />
corona de caras adoloridas, pero todavía incrédulas. Murmullos van y vienen entre el grupo:<br />
“Cierto... si fuera así... Tadeo tendría razón”. “Lo que le sucedió al Bautista fue una cosa mala,<br />
pero le exaltó al hombre, héroe hasta el final; ¡si le sucediese eso al Mesías, sería disminuirle!”.<br />
“¡El Mesías puede ser perseguido, pero no humillado!”. “¡La unción de Dios permanece sobre<br />
Él!”. “¿Quién podría creer en Ti, si te viesen a merced de los hombres?”. “Nosotros no lo<br />
permitiremos”. El único que no habla es Santiago de Alfeo. Su hermano le ataca, diciendo:<br />
“¿No hablas tú? ¿No te mueves? ¿No oyes? ¡Defiende al Mesías contra Sí mismo!”. Santiago,<br />
por toda respuesta, se lleva las manos a la cara, y se hace a un lado llorando. Su hermano Tadeo<br />
exclama: “¡Es un necio!”. Hermasteo le replica: “Tal vez menos de lo que te imaginas”. Y<br />
continúa: “Ayer al explicar el Maestro la profecía, habló de un cuerpo corrupto que se reintegra,<br />
y de otro que se resucita. Pienso que nadie puede resucitar si no ha muerto”. Tadeo, a quien<br />
muchos dan la razón, objeta: “Pero se puede morir de muerte natural, por vejez. ¡Y eso ya sería<br />
mucho para el Mesías!”. Zelote observa: “Está bien, pero entonces no sería una señal dada a esta<br />
generación, que es mucho más vieja que Él”. Tadeo, obstinado en su amor y su respeto, replica:<br />
“¡Ya! Pero no está claro que hable de Sí mismo”. Isaac interviene con tono seguro: “Ninguno<br />
que no sea el Hijo de Dios puede resucitarse a Sí mismo, como tampoco ninguno que no sea el<br />
Hijo de Dios puede nacer como Él nació. ¡Os lo digo, yo que vi su gloria cuando nació!”. Jesús,<br />
con los brazos cruzados, los ha escuchado mirándolos a medida que hablaban. Ahora hace la<br />
señal de que quiere hablar: “El Hijo del hombre será entregado en mano de los hombres,<br />
porque es Hijo de Dios, sí, pero también el Redentor del hombre; y no hay redención sin<br />
sufrimiento. Mi sufrimiento será corporal, en la carne y en la sangre, para reparar los pecados<br />
de la carne y de la sangre. Será moral para reparar los pecados de la inteligencia y las pasiones.<br />
Será espiritual para reparar las culpas del corazón. Será completa. Por lo tanto, a la hora<br />
establecida, me prenderán en Jerusalén, y después de haber sufrido mucho a manos de los<br />
ancianos y sumos sacerdotes, escribas y fariseos, seré condenado a una muerte infame. Y Dios<br />
lo permitirá porque así debe ser, pues soy Yo el Cordero de expiación por los pecados del<br />
mundo. En medio de un mar de angustia, compartida por mi Madre y por otros pocos, moriré en<br />
un patíbulo, y tres días después, por mi voluntad divina, resucitaré a una vida eterna y gloriosa<br />
como Hombre y volveré a ser: Dios en el Cielo con el Padre y el Espíritu. Pero antes deberé<br />
padecer toda clase de afrentas y que mi corazón se vea atravesado por la Mentira y el Odio”.<br />
* Reprensión a Pedro.- ■ Un coro de gritos escandalizados se levanta por el aire tibio y<br />
perfumado de primavera. Pedro, con una cara desencajada y escandalizada también, toma a<br />
Jesús del brazo, le separa un poco y le dice en voz baja al oído: “¡Pero, Señor...! No digas esto.<br />
No está bien. ¿Lo ves? Se escandalizan. Decaes del concepto en que te tienen. ¡Por ninguna<br />
cosa del mundo debes permitir esto! Es verdad que una cosa semejante no te sucederá nunca<br />
¿por qué pensarla como si fuera verdadera? Debes subir cada vez más en el concepto de los<br />
hombres, si quieres demostrar lo que eres; y debes acabar, y sería lo mejor, con un último<br />
milagro, como el de reducir a cenizas a tus enemigos. ¡Pero jamás humillarte hasta ser igual a<br />
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un malhechor común!”. Pedro parece un maestro o un padre afligido que regañe amorosamente<br />
a su hijo que ha cometido algún error. ■ Jesús, que estaba un poco agachado para escuchar las<br />
palabras de Pedro, se yergue severo, con ira en los ojos, y grita en voz alta, para que todos oigan<br />
la dura lección que va a dar: “¡Lárgate de <strong>aquí</strong>, tú que en estos momentos eres un Satanás que<br />
me aconseja a no obedecer a mi Padre! ¡Para esto he venido! ¡No para los honores! Al<br />
aconsejarme a ser soberbio, a desobedecer y a no tener caridad, tratas de seducirme al mal.<br />
¡Largo! ¡Eres para mí motivo de escándalo! No comprendes que la grandeza no está en los<br />
honores, sino en el sacrificio, y que nada importa aparecer como un gusano a los ojos de los<br />
hombres si Dios nos tiene como a ángeles. ¡Tú, hombre ignorante, no comprendes lo que es la<br />
grandeza de Dios y sus motivos! Ves, juzgas, opinas, hablas según lo que es mundo”.<br />
* “Quien recibe mucho, mucho debe dar”.- ■ El pobre Pedro queda aniquilado bajo el<br />
regaño severo. Se separa, apenado, y rompe a llorar. No es el llanto gozoso de pocos días antes,<br />
sino el sollozo desolado de quien comprende haber ofendido a quien se ama. Jesús le deja que<br />
llore. Se separa, se levanta un poco el vestido y pasa a pie el río. Los demás le siguen en<br />
silencio. Nadie se atreve a decir una palabra. En la cola viene el pobre Pedro. En vano tratan de<br />
consolarle Isaac y Zelote. Andrés se vuelve una y otra vez a verle, y luego dice algo a Juan que<br />
también está afligido; pero Juan mueve su cabeza en señal de negación. Entonces Andrés se<br />
decide. Corre adelante. Alcanza a Jesús. Le llama suavemente, con voz temblorosa: “¡Maestro!<br />
¡Maestro!”. Jesús le deja que le llame así varias veces. Finalmente se vuelve severo y pregunta:<br />
“¿Qué quieres?”. Andrés: “Maestro, mi hermano está afligido... viene llorando...”. Jesús: “Se lo<br />
ha merecido”. Andrés: “Es verdad, Señor. Pero él no deja de ser humano... No puede hablar<br />
siempre bien”. Jesús responde: “¡Efectivamente, hoy ha hablado mal!”. Pero a Jesús se le ve<br />
menos severo, y una pincelada de sonrisa brilla en sus ojos divinos. Andrés toma confianza, y<br />
empieza a perorar a favor de su hermano. “Tú eres justo y sabes que el amor por Ti hizo que se<br />
equivocara...”. Jesús: “El amor deber ser luz, no oscuridad. Lo convirtió en oscuridad, y en<br />
ella se envolvió su espíritu”. Andrés: “¡Tienes razón! Pero las vendas pueden quitarse cuando<br />
se quiera. No es lo mismo que tener el espíritu oscuro. Las vendas son lo externo; el espíritu es<br />
lo interno, el núcleo vivo... El interior de mi hermano es bueno”. Jesús: “Que se quite las vendas<br />
en que se ha envuelto”. Andrés: “Ciertamente que lo hará, Señor. Ya lo está haciendo. Vuélvete<br />
y mira lo desfigurado que está por el llanto que no consuelas Tú. ¿Por qué eres duro con él?”.<br />
Jesús: “Porque él tiene el deber de ser «el primero» así como le he dado el honor de serlo.<br />
Quien mucho recibe, mucho debe dar...”. Andrés: “¡Oh, Señor, es verdad! ¿Pero no te acuerdas<br />
de <strong>María</strong>, la hermana de Lázaro? ¿De Juan de Endor? ¿De Aglae? ¿De la Bella de Corazaín?<br />
¿De Leví? A estos les diste todo... y ellos todavía te habían dado solo la intención de<br />
redimirse... ¡Señor!... Atendiste mi súplica por la Bella de Corazaín y por Aglae... ¿No vas a<br />
escucharme por tu Simón, mi hermano, que pecó por el amor que te tiene?”. Jesús baja sus ojos<br />
sobre Andrés que cada vez más aboga por su hermano, como lo hizo en privado por Aglae y la<br />
Bella de Corazaín. Resplandece su rostro de alegría: “Ve a llamar a tu hermano” dice “y<br />
tráemelo <strong>aquí</strong>”. Andrés: “¡Oh, gracias, Señor mío! Voy...” y corre cual un ciervo. ■ Andrés le<br />
dice a Pedro: “¡Ven, Simón! El Maestro no está ya irritado contigo. Ven, que te lo quiere decir”.<br />
Pedro: “¡No, no! Tengo vergüenza... Hace demasiado poco que me ha reprendido... Tal vez<br />
quiera reprenderme otra vez...”. Andrés: “¡Qué mal le conoces! ¡Venga, ven! ¿Crees que te<br />
llevaría para eso? Si no estuviera cierto que te espera allí una alegría, no insistiría. ¡Ven!”.<br />
Pedro: “¡Pero qué voy a decirle!”. Y lo dice mientras se pone en marcha un poco contra su<br />
voluntad, frenado por su debilidad humana, empujado por su corazón que no puede estar sin la<br />
bondad de Jesús y sin su amor. “¿Qué voy a decirle?”, sigue preguntando. Su hermano, para<br />
darle ánimos, le dice: “¡Nada! ¡Muéstrale tu cara, y será suficiente!”. Todos los discípulos, a<br />
medida que los dos hermanos los van adelantando, los miran y sonríen, comprendiendo lo que<br />
sucede. Llegan donde Jesús. Pero Pedro, al último momento, se detiene. Andrés no anda con<br />
chiquitas. Le empuja fuertemente, como hace con su barca para empujarla al lago. Jesús se<br />
detiene. Pedro levanta su cara. Jesús le ve. Se miran... Dos lágrimas gruesas ruedan por las<br />
mejillas enrojecidas. Jesús le dice: “¡Acércate, muchacho tonto, para que como un padre te<br />
seque esas lágrimas!”. Y Jesús levanta su mano donde todavía puede verse la cicatriz de la<br />
pedrada de Giscala, y con sus dedos seca esas dos lágrimas. Pedro le dice: “¡Oh, Señor! ¿Me<br />
perdonas?”. Y le pregunta temblando, apretando la mano de Jesús entre la suyas y mirándole<br />
11
con esos ojos de fidelidad, que piden perdón, que anhelan por el perdido amor. Jesús: “No he<br />
dicho que estabas condenado...”. Pedro: “Pero antes...”. Jesús: “Te he amado. Es amor no<br />
permitir que en ti arraiguen desviaciones de sentimiento y de pensamiento. ¡Debes ser el<br />
primero en todo, Simón Pedro!”. Pedro: “Entonces... entonces ¿todavía me quieres? ¿De veras?<br />
No es que apetezca el primer puesto, ¿sabes? Me basta con el último, con tal de estar contigo, a<br />
tu servicio... y morir por tu causa ¡Señor, Dios mío!”. Jesús le pasa el brazo por encima de los<br />
hombros y le estrecha contra su costado. Entonces Simón que no ha soltado la mano de Jesús, se<br />
la cubre de besos... feliz, y en voz suave dice: “¡Cuánto he sufrido! ¡Gracias... Jesús!”. Jesús:<br />
“Da gracias a tu hermano. Y para el futuro aprende a llevar tu peso con justicia y heroísmo.<br />
Esperemos a los otros. ¿Dónde están?”.<br />
* “He venido para ser Camino, Verdad y Vida. Quien responde a mi llamada para redimir<br />
al mundo debe estar dispuesto a morir para dar vida a otros, a negarse a sí mismo, a<br />
destruir su viejo yo”.- ■ Los demás están parados en el lugar en que se encontraban cuando<br />
Pedro alcanzó a Jesús, para dejar libertad al Maestro de hablar a su apenado discípulo. Ahora les<br />
hace señas de que se acerquen. Con ellos hay un grupito de campesinos que habían dejado su<br />
trabajo para venir a hacer preguntas a los discípulos. Jesús, siempre con su mano sobre el<br />
hombro de Pedro, dice: “Por lo que ha sucedido podéis comprender que es cosa dura estar a mi<br />
servicio. Le he reprendido a él. Pero la corrección era para todos. Porque los mismos<br />
pensamientos había en casi todos los corazones. De este modo los he cortado, y quien todavía<br />
los cultiva, da muestras de no comprender mi doctrina, mi misión, mi Persona. ■ He venido para<br />
ser Camino, Verdad, Vida. Os doy la Verdad con lo que enseño. Os allano el Camino con mi<br />
sacrificio, os lo trazo, os lo señalo. Pero mi Vida os la doy con mi muerte. Recordad que quien<br />
responde a mi llamamiento y se pone en mis filas para cooperar a la redención del mundo debe<br />
estar dispuesto para morir, para dar a otros la vida. Por esto quien quiera venir detrás mío debe<br />
estar dispuesto a negarse a sí mismo, a destruir el viejo ser suyo con sus pasiones, tendencias,<br />
costumbres, tradiciones, pensamientos, y seguirme con su nuevo ser. Tome cada uno su cruz<br />
como Yo la tomaré. Tómela aunque le parezca demasiado infamante. Deje que el peso de su<br />
cruz aplaste su ser humano para dejar libre su ser espiritual, al cual la cruz no produce horror;<br />
antes al contrario, le es apoyo y objeto de veneración, porque el espíritu sabe y recuerda. Y que<br />
me siga con su cruz. ¿Que al final del camino le espera una muerte ignominiosa como me espera<br />
a Mí? ¡No importa! No se aflija; antes al contrario, llénese de júbilo por ello, porque la<br />
ignominia de la tierra se transformará en grande gloria en el Cielo, mientras que será un<br />
deshonor el haber sido cobardes frente a los heroísmos espirituales”.<br />
* “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si luego pierde su alma?”.- Lo que será<br />
«vivir» (seguirle por un camino áspero, pero santo y glorioso) o «morir» (seguir los<br />
caminos del mundo y de la carne como también avergonzarse de sus palabras y acciones).-<br />
■ Jesús. “Siempre andáis diciendo que me seréis fieles hasta la muerte. Seguidme entonces, os<br />
conduciré al Reino por un camino áspero, pero santo y glorioso, al final del cual conquistaréis la<br />
Vida eternamente inmutable ¡Esto será «vivir»! Por el contrario, seguir los caminos del mundo<br />
y de la carne es «morir». De modo que quien quiera salvar su vida en esta tierra la perderá, mas<br />
aquel que pierda su vida en esta tierra por causa mía y por amor a mi Evangelio la salvará.<br />
Pensad en esto ¿de qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma? ■ Y<br />
otra cosa: guardaos bien, ahora y en el futuro, de avergonzaros de mis palabras y acciones.<br />
Esto también será «morir». Porque quien se avergüence de Mí y de mis palabras ante esta<br />
generación necia, adúltera y pecadora, de la que he hablado, y, esperando recibir su protección y<br />
provecho, la adule renegando de Mí y de mi Doctrina, arrojando mis palabras a las bocas<br />
inmundas de los cerdos y perros, para recibir a cambio excrementos en lugar de dinero, será<br />
juzgado por el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre, con sus ángeles y santos,<br />
a juzgar al mundo. Él entonces se avergonzará de estos adúlteros y fornicadores, de estos<br />
cobardes y usureros y los arrojará fuera de su Reino, porque no hay lugar en la Jerusalén celeste<br />
para adúlteros, cobardes, fornicadores, blasfemos y ladrones. Y en verdad os digo que algunos<br />
de mis discípulos y discípulas <strong>aquí</strong> presentes no morirán antes de haber visto la fundación del<br />
Reino de Dios, y ungido y coronado a su Rey”. ■ Mientras el sol desciende lentamente en el<br />
cielo, ellos reprenden la marcha, hablando animadamente entre sí. (Escrito el 30 de Noviembre<br />
de 1945).<br />
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·········································<br />
1 Nota : Mt. 16,21-28; Mc. 8,31-9,1; Lc. 9,22-27.<br />
. --------------------000--------------------<br />
5-349-319 (6-37-228 ).- La Transfiguración en el monte Tabor (1).<br />
* Preliminar.- Escrito el 3 de Diciembre de 1945. “Voy a unirme con mi Padre”.- ■ Van<br />
Jesús, los apóstoles y los discípulos --está con ellos también Simón de Alfeo-- en dirección<br />
sureste, superando las colinas que hacen de corona a Nazaret, atravesando un arroyo y una<br />
llanura estrecha situada entre las colinas nazarenas y un grupo de montes hacia el Este. Estos<br />
montes están precedidos por el cono semitruncado del Tabor, cuya cima, curiosamente, me<br />
recuerda, vista de perfil, la punta del gorro de nuestra policía nacional. Llegan al monte. Jesús<br />
se para y dice: “Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo subirán conmigo al monte. Vosotros<br />
diseminaos por la base, separándoos hacia los caminos que la bordean, y predicad al<br />
Señor. Al atardecer quiero estar de nuevo en Nazaret, así que no os alejéis mucho. La paz<br />
sea con vosotros”. Y, volviéndose a los tres que había nombrado, dice: “Vamos”. Y empieza a<br />
subir sin volverse ya, y con un paso tan rápido, que pone a Pedro en dificultad para seguirle. En<br />
un alto que hacen, Pedro, rojo y sudado, le pregunta con respiración afanosa: “¿Pero a dónde<br />
vamos? No hay casas en el monte. En la cima, aquella vieja fortaleza. ¿Quieres ir a<br />
predicar allí?”.Jesús: “Habría subido por la otra vertiente. Como puedes ver, le vuelvo<br />
las espaldas. No vamos a ir a la fortaleza, y quien esté en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme<br />
con mi Padre. He querido teneros conmigo porque os amo. ¡Venga, ligeros!”. Pedro: “¡Oh, mi<br />
Señor! ¿Y no podríamos ir un poco más despacio, y hablar de lo que oímos y vimos ayer, que<br />
nos ha tenido despiertos toda la noche para comentarlo?”. Jesús: “A las citas con Dios hay<br />
que ir siempre sin demora. ¡Ánimo, Simón Pedro! Que arriba os permitiré que<br />
descanséis”. Y reanuda la subida....<br />
Dice Jesús: “Introducid <strong>aquí</strong> la Transfiguración del 5 de agosto de 1944, pero sin el<br />
dictado que la acompañaba. Una vez terminada la transcripción de la Transfiguración del<br />
año pasado, el P Migliorini copiará esto que ahora te muestro”.<br />
* “Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”.- ■ Estoy con mi Jesús en un alto monte.<br />
Con Jesús están Pedro, Santiago y Juan. Suben más alto todavía y la mirada se expande por<br />
dilatados horizontes que un hermoso día sereno hace detalladamente nítidos hasta en las<br />
zonas más lejanas. El monte no forma parte de un sistema montañoso como el de Judea; se<br />
yergue aislado, teniendo, respecto al lugar en que nos encontramos, el Oriente de frente, el<br />
Norte a la izquierda, el Sur a la derecha, y, detrás, al Oeste, la cima, que se alza aún a<br />
unos centenares de pasos. Es muy alto, y la mirada puede ver libremente en un vasto radio.<br />
El lago de Genesaret parece un trozo de cielo engastado en el verde de la tierra, una<br />
turquesa oval encerrada entre esmeraldas de distintas tonalidades; un espejo que tiembla,<br />
que se riza con el viento leve y por el que se deslizan, con agilidad de gaviotas, las<br />
barcas con sus velas desplegadas, ligeramente inclinadas hacia la superficie azulina, con<br />
la misma gracia del vuelo cándido de una gaviota cuando sigue el curso de la onda en<br />
busca de presa. Luego, de la vasta turquesa sale una vena, de un azul más pálido en los<br />
lugares donde el arenal es más ancho, y más oscuro donde las orillas se estrechan y el agua<br />
es más profunda y opaca por la sombra que proyectan los árboles que crecen vigorosos junto<br />
al río, nutridos con su linfa. El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. A<br />
uno y otro lado del río, diseminados por la llanura, hay unos pueblecillos. Algunos de ellos<br />
son realmente un puñado de casas, otros son más grandes, ya con aire de pequeñas ciudades.<br />
Las vías de comunicación no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Pero <strong>aquí</strong>, en la<br />
parte del monte, la llanura está mucho más cultivada y es mucho más fértil, muy bonita. Se<br />
ve a los distintos cultivos, con sus distintos colores, sonreír al bonito sol que desciende del cielo<br />
sereno. Debe ser primavera, quizás marzo, si calculo la latitud de Palestina porque veo ya el<br />
trigo ya crecido, aunque todavía verde, ondear como un mar glauco, y veo a los penachos de los<br />
más precoces de entre los árboles frutales con sus frutos en sus extremidades como<br />
nubecillas blancas y róseas sobre este pequeño mar vegetal, y luego prados enteramente<br />
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florecidos, por los altos henos, sobre los cuales las ovejas van comiendo su cotidiano<br />
alimento. Al pie del monte, en las colinas que constituyen su base --bajas y breves colinas-<br />
-, hay dos pequeñas ciudades, una hacia el Sur, la otra hacia el Norte. La llanura<br />
ubérrima se extiende especial y más ampliamente hacia el Sur. ■ Jesús, después de una<br />
breve pausa al fresco de un puñado de árboles (pausa que, sin duda, ha sido concedida<br />
por piedad hacia Pedro, que en las subidas se cansa visiblemente), reanuda la ascensión. Sube<br />
casi hasta la cima, hasta un rellano herboso con un semicírculo de árboles hacia la parte de la<br />
ladera. Jesús: “Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”. Y señala con la mano una<br />
voluminosa roca que sobresale del monte y que se encuentra, por tanto, no hacia la ladera<br />
sino hacia dentro, hacia la cima.<br />
* Transfiguración. ■ Jesús se arrodilla en la tierra cubierta de hierba y apoya las manos<br />
y la cabeza en la roca, en la postura que tomará también en la oración del Getsemaní. El sol no<br />
incide en Él, porque la cima le resguarda. Pero el resto de la explanada de hierba está bañada<br />
toda de alegre sol, hasta el límite de la sombra que proyectan los árboles a cuya sombra se han<br />
sentado los apóstoles. Pedro se quita las sandalias y las sacude para quitar el polvo y las<br />
piedrecitas, y se queda así, descalzo, con sus pies cansados entre la hierba fresca, casi<br />
echado, apoyada la cabeza, como almohada, en un montón de hierba. Santiago hace lo<br />
mismo, pero, para estar cómodo, busca un tronco de árbol; en él apoya su manto, y en el<br />
manto la espalda. Juan permanece sentado, observando al Maestro. Pero la calma del lugar, el<br />
vientecillo fresco, el silencio y el cansancio le vencen a él también, y se le caen: sobre el pecho,<br />
la cabeza; sobre los ojos, los párpados. Ninguno de los tres duerme profundamente; están en ese<br />
estado de somnolencia veraniega que atonta. ■ Los despabila una luminosidad tan viva, que<br />
anula la del sol y se esparce y penetra hasta debajo del follaje de los matorrales y árboles<br />
bajo los cuales se han puesto. Abren, estupefactos, los ojos, y ven a Jesús transfigurado.<br />
Es ahora como le veo en las visiones del Paraíso, tal cual. Naturalmente, sin las Llagas y sin la<br />
señal de la Cruz. Pero la majestad del Rostro y del Cuerpo es igual; igual por su<br />
luminosidad, igual por el vestido que, de un rojo oscuro, se ha transformado en un tejido<br />
de diamantes, de perlas, en un tejido inmaterial, cual lo tiene en el Cielo. Su Rostro es un<br />
sol esplendidísimo, en el cual centellean sus ojos de zafiro. Parece más alto aún, como si su<br />
glorificación hubiera aumentado su estatura. No sabría decir si la luminosidad, que pone incluso<br />
fosforescente el rellano, proviene enteramente de Él, o si sobre la suya propia se une toda la<br />
luz que hay en el universo y en los cielos. Solo sé que es algo indescriptible. Jesús está ahora<br />
de pie; bueno, diría incluso que está levantado del suelo, porque entre Él y la hierba del<br />
prado hay como un río de luz, un espacio constituido únicamente por una luz, sobre la cual<br />
parece erguirse Él. Pero es tan viva, que puedo decir que el verdor de la hierba desaparece<br />
bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente. Jesús tiene el Rostro alzado<br />
hacia el cielo y sonríe como respuesta a la visión que tiene ante Sí. Los apóstoles sienten casi<br />
miedo y le llaman, porque ya no les parece que sea su Maestro, de tanto como está<br />
transfigurado. “Maestro, Maestro” dicen bajo, pero con ansia. Él no oye. Pedro dice<br />
temblando: “Está en éxtasis. ¿Qué estará viendo?”. Los tres se han puesto en pie. Querrían<br />
acercarse a Jesús, pero no se atreven. ■ La luz aumenta todavía más, debido a dos llamas que<br />
bajan del cielo y se colocan a ambos lados de Jesús. Una vez asentadas en el rellano, se abre su<br />
velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno, más anciano, de mirada<br />
penetrante, severa y con barba larga partida en dos. De su frente salen cuernos de luz que me<br />
dicen que es Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, aproximadamente como<br />
el Bautista, al cual yo diría que se asemeja por estatura, delgadez, formación corporal y<br />
severidad. Mientras que la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, especialmente en los rayos<br />
de la frente, la que emana de Elías es solar, de llama viva. Los dos Profetas toman una postura<br />
reverente ante su Dios Encarnado, y, aunque Él les hable con familiaridad, ellos no abandonan<br />
esa su postura reverente. No comprendo ni siquiera una de las palabras que dicen. Los tres<br />
apóstoles caen de rodillas temblando, cubriéndose el rostro con las manos. Querrían ver, pero<br />
tienen miedo. ■ Por fin Pedro habla: “Maestro, Maestro, óyeme”. Jesús vuelve la mirada<br />
sonriente hacia su Pedro, el cual rec<strong>obra</strong> vigor y dice: “Es hermoso estar <strong>aquí</strong> contigo, con<br />
Moisés y con Elías. Si quieres hacemos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, y<br />
nosotros os servimos...”. Jesús vuelve a mirarle y sonríe más vivamente. Mira también a Juan y<br />
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a Santiago: una mirada que los abraza con amor. También Moisés y Elías miran a los tres<br />
fijamente. Sus ojos centellean. Deben de ser como rayos que atraviesan los corazones. Los<br />
apóstoles no se atreven a decir nada más. Atemorizados, callan. Dan la impresión de<br />
personas un poco ebrias, como personas aturdidas. Pero, cuando un velo, que no es niebla,<br />
que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los Tres gloriosos detrás de un resplandor<br />
aún más vivo, escondiéndoles a la mirada de los tres, y una Voz potente y armónica vibra y<br />
llena de sí el espacio, los tres caen con el rostro contra la hierba. “Éste es mi Hijo amado, en<br />
quien encuentro mis complacencias. Escuchadle”. Pedro, al arrojarse rostro en tierra, exclama:<br />
“¡Misericordia de mí que soy un pecador! ¡Es la Gloria de Dios que está descendiendo!”.<br />
Santiago no dice nada. Juan susurra, con un suspiro, como si estuviera próximo a<br />
desmayarse: “¡El Señor habla!”. ■ Ninguno se atreve a levantar la cabeza, ni siquiera<br />
cuando el silencio se hace de nuevo absoluto. No ven, por esto, que la luz solar ha vuelto a<br />
su estado, que Jesús está solo, de nuevo el Jesús de siempre, con su vestido rojo oscuro. Se<br />
dirige a ellos, sonriendo; los mueve y toca y llama por su nombre. Jesús dice: “Alzaos. Soy<br />
Yo. No temáis”, porque los tres no se atreven a levantar la cara e invocan misericordia para sus<br />
pecados, temiendo que sea el Ángel de Dios queriendo mostrarles al Altísimo. Jesús repite con<br />
tono imperioso: “Alzaos. Os lo ordeno”. Alzan el rostro y ven a Jesús sonriente. Pedro exclama:<br />
“¡Oh, Maestro, Dios mío! ¿Cómo vamos a vivir a tu lado, ahora que hemos visto tu gloria?<br />
¿Cómo vamos a vivir en medio de los hombres, y nosotros, hombres pecadores, ahora que<br />
hemos oído la voz de Dios?”. Jesús: “Deberéis vivir conmigo y ver mi gloria hasta el final.<br />
Sed dignos de ello, porque el tiempo está próximo. Obedeced al Padre mío y vuestro.<br />
Volvemos ahora con los hombres, porque he venido para estar con ellos y para llevarlos a<br />
Dios. Vamos. Sed santos en recuerdo de esta hora, fuertes, fieles. Participaréis en mi más<br />
completa gloria. Pero no habléis ahora de esto que habéis visto a nadie, ni siquiera a vuestros<br />
compañeros. Cuando el Hijo del hombre resucite de entre los muertos y vuelva a la gloria<br />
del Padre, entonces hablaréis. Porque entonces será necesario creer para tener parte en mi<br />
Reino”.<br />
* “¿No tiene que venir Elías?”.- ■ Pedro pregunta: “¿Pero no tiene que venir Elías para<br />
preparar tu Reino? Los rabíes dicen eso”. Jesús: “Elías ha venido ya y ha preparado los<br />
caminos al Señor. Todo sucede como ha sido revelado. Pero los que enseñan la Revelación<br />
no la conocen ni la comprenden, y no ven ni reconocen los signos de los tiempos ni a los<br />
enviados de Dios. Elías ha vuelto una vez. Vendrá la segunda cuando esté cercano el último<br />
tiempo, para preparar a los últimos para Dios. Ahora ha venido para preparar a los<br />
primeros para Cristo, y los hombres no le han querido reconocer, le han hecho sufrir y le han<br />
matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, porque los hombres no quieren reconocer lo<br />
que es su bien”. Los tres agachan la cabeza pensativos y tristes, y bajan con Jesús por el mismo<br />
camino por el que han subido.<br />
. (Continúa la narración comenzada el 3 de Diciembre de 1945)<br />
* “<strong>María</strong>, la Sin Mancha, no podía tener miedo de Dios”.- “Me he mostrado porque<br />
os he querido fortalecer para aquella hora y para siempre, con un conocimiento<br />
anterior de lo que seré después de la Muerte y Muerte de suplicio”.- ■ ... Y es otra vez<br />
Pedro el que, en un alto a mitad del camino, dice: “¡Ah, Señor! Yo también digo como tu<br />
Madre ayer: «¿Por qué nos has hecho esto?», y también digo: «¿Por qué nos has dicho esto?».<br />
¡Tus últimas palabras han borrado de nuestro corazón la alegría de la gloriosa visión!<br />
¡Ha sido un día de grandes miedos! Primero, el miedo de la gran luz que nos ha despertado,<br />
más fuerte que si el monte ardiera, o que si la luna hubiera bajado a resplandecer al rellano ante<br />
nuestros ojos; luego tu aspecto, y el hecho de separarte del suelo como si estuvieras para echar a<br />
volar y marcharte. He tenido miedo de que Tú, disgustado por las iniquidades de Israel,<br />
volvieras a los Cielos, quizás por orden del Altísimo. Luego he tenido miedo de ver aparecer a<br />
Moisés, al que los suyos de su tiempo no podían ver ya sin velo, de tanto como resplandecía<br />
en su rostro el reflejo de Dios, y todavía era hombre, mientras que ahora es espíritu<br />
bienaventurado y encendido de Dios; y a Elías... ¡Misericordia divina! He pensado que<br />
había llegado a mi último momento, y todos los pecados de mi vida, desde cuando robaba<br />
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de pequeño la fruta de la despensa hasta el último de haberte aconsejado mal hace unos<br />
días, me han venido a la mente. ¡Con qué temblor me he arrepentido! Luego me dio la impresión<br />
de que me amaban esos dos justos... y he tenido la intrepidez de hablar. Pero incluso su<br />
amor me producía miedo, porque no merezco el amor de semejantes espíritus. ¡Y después...<br />
después!... ¡El miedo de los miedos! ¡La voz de Dios!... ¡Yeohveh ha hablado! ¡A nosotros! Nos<br />
ha dicho: «¡Escuchadle!». Tú. Y te ha proclamado «su Hijo amado en el cual Él se complace».<br />
¡Qué miedo! ¡Yeohveh!... ¡A nosotros!... ¡Verdaderamente sólo tu fuerza nos ha mantenido en<br />
vida!... Cuando nos has tocado y tus dedos ardían como puntas de fuego, he sentido el último<br />
momento de terror. He creído que era la hora de ser juzgado y que el Ángel me tocaba para<br />
tomar mi alma y llevársela al Altísimo... ■ ¡Pero, ¿cómo pudo tu Madre ver... oír... vivir en<br />
definitiva, ese momento del que hablaste ayer, sin morir, Ella que estaba sola, siendo<br />
jovencita aún, sin Ti?!”. Jesús dice dulcemente: “<strong>María</strong>, la Sin Mancha, no podía tener miedo<br />
de Dios. Eva no tuvo miedo de Dios mientras fue inocente. Y Yo estaba en ese lugar. Yo, el<br />
Padre y el Espíritu, Nosotros, que estamos en el Cielo y en la tierra y en todas partes, y<br />
que teníamos nuestro Tabernáculo en el corazón de <strong>María</strong>”. Pedro: “¡Qué cosa! ¡Qué<br />
cosa!... Pero después hablaste de muerte... Y toda alegría se borró... Pero, ¿por qué a<br />
nosotros tres todo esto?, ¿por qué a nosotros? ¿No convenía dar a todos esta visión de tu<br />
gloria?”. Jesús: “Precisamente porque desfallecéis al oír hablar de muerte, y Muerte de<br />
suplicio, del Hijo del hombre, el Hombre-Dios os ha querido fortalecer para aquella hora y<br />
para siempre, con un conocimiento anterior de lo que seré después de la Muerte: recordad<br />
todo esto, para decirlo a su tiempo... ¿Habéis entendido?”. Pedro: “¡Oh, sí, Señor. No es<br />
posible olvidar. Y sería inútil decirlo. Dirían que estaríamos ebrios”. (Escrito el 3 de Diciembre<br />
de 1945 y el 5 de Agosto de 1944).<br />
·········································<br />
1 Nota : 17,1-13; Mc. 9, 2-13; Lc. 9,28-36.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
5-355-368 (6-45-274).-El nuevo discípulo Nicolás de Antioquia. 2º anuncio de la Pasión (1).<br />
* “Señor, ¡repite el gesto de Nehemías!”. -■ El sinagogo Jairo, que está leyendo en voz alta un<br />
rollo, suspende su lectura y dice, inclinándose profundamente: “Maestro, te ruego que hables a<br />
los rectos de corazón. Prepáranos para la Pascua con tu santa palabra”. Jesús: “Estás leyendo<br />
algo de los Reyes ¿no es verdad?”. Jairo: “Sí, Maestro. Trataba de hacer reflexionar que quien<br />
se separa del Dios verdadero cae en la idolatría de becerros de oro”. Jesús: “Has dicho bien.<br />
¿Ninguno de vosotros tiene nada que decir?”. Se oye un murmullo entre la gente. Algunos<br />
quieren que hable, otros gritan: “Tenemos prisa. Recítense las oraciones y se acabe la reunión.<br />
Vamos a Jerusalén y allá escucharemos a los rabinos”. Los que gritan así son los muchos<br />
desertores de ayer, retenidos en Cafarnaúm por el sábado. Jesús los mira con profunda tristeza y<br />
dice: “¡Tenéis prisa! ¡Es verdad! También Dios tiene prisa de juzgaros. ¡Idos!”. Luego<br />
volviéndose hacia los que les reprenden: “No los reprendáis. Cada árbol da su fruto”. ■ Jairo, a<br />
quien se unen los apóstoles, los discípulos fieles y los de Cafarnaúm, grita iracundo: “¡Señor!<br />
Haz lo mismo que hizo Nehemías (Esdr.5). ¡Repréndelos, Tú, Sumo Sacerdote!”. Jesús abre los<br />
brazos en forma de cruz, y palidísimo, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita:<br />
“¡Acuérdate, propicio, de Mí, Dios mío! ¡Acuérdate también propiciamente de ellos! ¡Yo los<br />
perdono!”.<br />
* Nicolás ve al Mesías prometido en la bondad y en las palabras de Jesús.- ■ Se vacía la<br />
sinagoga. Se quedan los fieles a Jesús... Hay un extranjero en un rincón. Es un hombre robusto,<br />
no observado por ninguno; él tampoco habla con nadie. Solo mira fijamente a Jesús, tanto que<br />
Él vuelve sus ojos hacia el rincón, le ve y pregunta a Jairo que quién es. Jairo: “No lo sé. Sin<br />
duda alguno que está de paso”. Jesús le pregunta en voz alta: “¿Quién eres?”. El hombre<br />
contesta: “Nicolás, prosélito de Antioquía, y voy a Jerusalén para la Pascua”. Jesús: “¿A quién<br />
buscas?”. Nicolás: “A Ti, Señor. Deseo hablar contigo”. Jesús: “Ven”. Sale con él al huerto<br />
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que está detrás de la sinagoga. Nicolás le dice: “Hablé en Antioquía con un discípulo tuyo de<br />
nombre Felix (Juan de Endor). He deseado muchísimo conocerte. Me dijo que sueles<br />
encontrarte en Cafarnaúm, y que tienes a tu Madre en Nazaret. También me dijo que sueles ir a<br />
Getsemaní, o a Betania. El Eterno ha querido que te encontrara <strong>aquí</strong>. Ayer estuve <strong>aquí</strong>. Estuve<br />
ceca de Ti cuando llorabas en medio de tus oraciones cerca de la fuente... Te amo, Señor,<br />
porque eres santo y bueno. Creo en Ti. Tus acciones, tus palabras ya me habían conquistado,<br />
pero tu misericordia que mostraste hace poco, ha terminado para que me decidiera. ¡Señor,<br />
recíbeme en el lugar de quien te abandona! Vengo por Ti con todo lo que tengo: mi vida, mis<br />
bienes, todo, en una palabra”. Se arrodilla al decir estas últimas palabras. Jesús le mira<br />
fijamente... luego dice: “Ven. De hoy en adelante serás del Maestro. Vamos a donde tus<br />
compañeros”. ■ Vuelven a la sinagoga donde hay una intensa conversación de los discípulos y<br />
apóstoles con Jairo. Jesús: “He <strong>aquí</strong> a un nuevo discípulo. El Padre me consuela. Amadle como<br />
a un hermano. Vamos a compartir con él el pan y la sal. Luego en la noche partiréis para<br />
Jerusalén y nosotros con las barcas iremos a Ippo... No digáis a nadie mi camino, para que no<br />
me entretengan”.<br />
* 2º anuncio de la Pasión.- ■ Entre tanto el sábado ha terminado, y los que quieren evitar a<br />
Jesús están ya en la playa, para contratar las barcas para Tiberíades. Y discuten con Zebedeo,<br />
que no quiere ceder su barca que está ya preparada, y cercana a la de Pedro, para partir en la<br />
noche con Jesús y los doce. Pedro, que está de mal humor, dice: “¡Voy a ayudarle!”. Jesús para<br />
evitar choques, le retiene y le dice: “Vamos todos, no tú solo”. Y así lo hacen... Y saborean la<br />
amargura de ver que los enemigos se van sin dar siquiera un saludo, terminando la discusión al<br />
punto con tal de alejarse de Jesús... Se oye una que otra palabra ofensiva contra el Maestro y<br />
consejos subversivos a los discípulos fieles... ■ Jesús se dirige a casa, después de que sus<br />
contrarios han partido. Dice al nuevo discípulo: “¿Lo estás viendo? Esto es lo que te aguarda si<br />
eres de los míos”. Nicolás: “Lo sé. Y por esto me quedo. Un día te vi en medio de la turba que<br />
delirante te aclamaba por su rey. Levanté mis hombros y me dije: «¡He ahí a otro iluso! ¡Otra<br />
plaga para Israel!», y no te seguí porque parecías un rey. No volví a pensar en Ti. Ahora te sigo<br />
porque veo al Mesías prometido en tus palabras, en tu bondad”. Jesús: “En verdad que estás<br />
más adelantado en el camino de la justicia que otros muchos. Pero una vez más repito. Quien<br />
espera en Mí un rey terreno que se retire; quien crea que se avergonzará de Mí ante el mundo<br />
acusador, que se retire; quien se vaya a escandalizarse de verme tratado como malhechor, que se<br />
retire. Os lo digo mientras podéis hacerlo sin veros comprometidos ante los ojos del mundo.<br />
Imitad a los que huyen en aquella barca, si no os sentís con fuerzas de compartir conmigo mi<br />
suerte en el oprobio, para poder compartirla después en mi gloria. Porque esto es lo que va a<br />
suceder. El Hijo del Hombre, va a ser acusado y entregado en las manos de los hombres,<br />
los cuales le matarán como a un malhechor y pensarán que le habrán vencido ¡Pero en vano<br />
cometerán ese crimen, porque resucitaré después de tres días y triunfaré! ¡Bienaventurados los<br />
que sepan estar conmigo hasta el fin!”. (Escrito el 9 de Diciembre de 1945).<br />
·······································<br />
1 Nota : Mt. 17,22-23; Mc. 9,30-32; Lc. 9,44-45.<br />
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6-398-230 (7-87-553).- Jesús se despide de Hebrón.<br />
* La casa del Bautista, lugar de milagros.- ■ He ahí a Hebrón en medio de sus montes ricos<br />
en bosques y prados. Los primeros que ven a Jesús se llenan de alborozo y corren a esparcir la<br />
noticia por el pueblo. Acude el sinagogo, acuden los que fueron curados el año anterior, acuden<br />
los notables de la ciudad. Todos quieren alojar al Señor en su casa, pero Jesús a todos agradece<br />
diciendo: “No me detendré <strong>aquí</strong>, sino el tiempo necesario para hablaros. Vamos a la casa pobre<br />
y santa del Bautista. Quiero despedirme de ella... Es un lugar de milagro. Vosotros lo sabéis”.<br />
Varios dicen: “Lo sabemos, Maestro. Los curados están <strong>aquí</strong> entre nosotros...”. Jesús: “Mucho<br />
antes de hace un año fue un lugar de milagro. Lo fue, por primera vez, hace treinta y tres años,<br />
cuando la gracia del Salvador hizo que fueran fértiles las entrañas de la que engendró mi<br />
Precursor. Lo fue hace treinta y dos años cuando por <strong>obra</strong> misteriosa le presantifiqué Yo, siendo<br />
él y Yo dos frutos que maduraban en el seno materno. Y luego cuando hice que dejara de ser<br />
mudo al padre de Juan. Pero, a las secretas operaciones del Encarnado que todavía no había<br />
17
nacido, se añade un gran milagro acaecido hace dos años y que todos vosotros ignoráis. ■ ¿Os<br />
acordáis de la mujer que vivía en esa casa?...”. Varios preguntan:“¿Te refieres a Aglae?”. Jesús:<br />
“Exactamente. Su alma reverdeció; su alma pagana salió del pecado, y se ha hecho fecunda en<br />
la justicia con su buena voluntad. Os la propongo como modelo. No os escandalicéis. En verdad<br />
os digo que ella puede ser citada como ejemplo digno de imitación, porque pocos en Israel han<br />
avanzado tanto en el camino hacia las fuentes de Dios como ella, pagana y pecadora”. El<br />
sinagogo explica: “Creíamos que había escapado con otros amantes... Había quien decía que<br />
había cambiado de vida, que era buena... Pero contestábamos: «¡Será un capricho!». No faltó<br />
quien dijera que había ido a buscarte para pecar...”. Jesús: “Vino a Mí, en efecto: para que la<br />
redimiese”. Sinagogo: “Hemos cometido pecado de juicio...”. Jesús: “Por esto os he dicho que<br />
no juzguéis”. Sinagogo: “¿Y dónde está ahora?”. Jesús: “Solo Dios lo sabe, pero sin duda<br />
alguna está haciendo una dura penitencia. Rogad para que continúe... ■ ¡Te saludo, casa santa<br />
de mi Pariente y Precursor! ¡La paz sea contigo! Aunque estés abandonada, siempre sea contigo<br />
la paz, tú que fuiste mansión de paz y de fe”. Jesús entra en ella bendiciéndola. Sigue por el<br />
jardín sin cultivar, entre hierbas. Camina por donde en otro tiempo hubo emparrados de laureles<br />
y de bojes, y ahora son una maraña donde abunda hiedras y convólvulos, que los cubren. Llega<br />
al fondo, donde quedan los restos de lo que era el sepulcro y se detiene allí.<br />
* El salmo de Asaf para la despedida de Hebrón.- ■ La gente se acerca a Él, en orden y en<br />
silencio. Jesús: “¡Hijos de Dios, pueblo de Hebrón, escuchad! Para que no os sintáis turbados,<br />
ni os dejéis arrastrar al engaño con respecto a vuestro Salvador, como os engañasteis con<br />
respecto a la pecadora, he venido a confirmaros y fortificaros en la fe. He venido a daros la<br />
fuerza de mi palabra para que permanezca luminosa entre vosotros en la hora de las tinieblas y<br />
para que Satanás no os haga perder el camino que lleva al Cielo. Pronto vendrán horas en que<br />
vuestros corazones recodarán las palabras del Salmo de Asaf, el profeta cantor (1) y diréis:<br />
«¿Por qué, Señor, nos has rechazado para siempre? ¿Por qué tu furor se enciende contra las<br />
ovejas que pastoreas?» y verdaderamente, podréis en ese momento, levantar, cual derecho de<br />
protección, la Redención cumplida, y gritar: «¡Este es tu pueblo que lo redimiste!» para invocar<br />
protección contra los enemigos que habrán llevado a cabo toda suerte de males en el verdadero<br />
Santuario donde Dios está como en el Cielo, en el Mesías del Señor, y, habiendo abatido<br />
primero al Santo, tratarán de abatir después los muros de aquél, sus fieles. Verdaderos<br />
profanadores y perseguidores de Dios, más que Nabucodonosor (Dan.1,4) y Antíoco (1 Mac.6,1-16; 2),<br />
más que los que están por venir, levantan ya sus manos para abatirme, llevados de una soberbia<br />
sin límites, que no quiere ser convertida, que no quiere tener fe, ni caridad, ni justicia, y que,<br />
como levadura en un montón de harina, crece y rebosa ya del Santuario, transformado en<br />
ciudadela de los enemigos de Dios. ■ ¡Escuchad, hijos! Cuando os persigan porque me amáis,<br />
fortaleced vuestro corazón y pensad que antes que vosotros yo fui el Perseguido. Acordaos que<br />
tienen ya en sus gargantas el grito de triunfo, y ya preparan sus banderas para que ondeen al<br />
viento anunciando una hora de victoria; y en cada una de esas banderas habrá una mentira<br />
contra Mí, que pareceré ser el Vencido, el Malhechor, el Maldito. ■ ¿Meneáis la cabeza? ¿No<br />
me creéis? Vuestro amor es un obstáculo para creer ¡Mucho vale el amor! Es una gran fuerza...<br />
y un gran peligro. Sí, peligro. El choque de la realidad en la hora de las tinieblas será de una<br />
violencia sobrehumana en aquellos corazones a los que el amor, todavía no perfecto, hace<br />
ciegos. No podéis creer que Yo, el Rey, el Poderoso, pueda convertirme en una nada. No lo<br />
podréis creer sobre todo entonces, y surgirá la duda: «¿Era en realidad Él? ¿Y si era así, cómo<br />
ha podido ser vencido?».¡Fortaleced el corazón para esa hora! Tened en cuenta que si «en un<br />
momento» los enemigos del Santo han despedazado las puertas, han derruido todo, y han<br />
incendiado con fuego de odio el Santo de Dios, si han abatido y derruido el Tabernáculo del<br />
Nombre Santísimo, diciendo en sus corazones: «Hagamos cesar sobre la faz de la tierra todas<br />
las fiestas de Dios» (porque es fiesta tener a Dios entre vosotros), diciendo: «No vuelvan a verse<br />
más sus enseñas, no vuelva a haber ningún profeta que nos conozca por lo que somos»», pronto<br />
más pronto todavía, Aquel que ha dado fuerza a los mares y ha aplastado en las aguas las<br />
cabezas inmundas de los cocodrilos sagrados y de sus adoradores, Aquel que ha hecho brotar<br />
fuentes y ríos y secar ríos perennes, Aquel que es dueño del día y de la noche, del verano y de<br />
la primavera, de la vida y la muerte, de todo, hará resucitar, como escrito está, a su Mesías, y<br />
será Rey. Rey para toda la eternidad. Los que hubieran permanecido firmes en la fe, reinarán<br />
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con Él en el Cielo. Recordad esto. Y, cuando me veáis elevado en alto e injuriado no vacile<br />
vuestra fe; y, cuando seáis elevados e injuriados vosotros, no vaciléis tampoco. ■ ¡Padre!<br />
¡Padre mío! ¡Te ruego, en nombre de estos a quienes amas y a quienes también Yo amo,<br />
escucha a tu Verbo, escucha al Propiciador! No abandones en manos de las bestias a las almas<br />
de los que te alaban y me aman, no olvides para siempre las almas de tus pequeñuelos. Dirige,<br />
oh buen Dios, una mirada a tu pacto porque los lugares oscuros de la tierra son cuevas de<br />
iniquidad, de donde sale el terror que espanta a tus pequeñuelos. ¡Padre! ¡Padre mío! Que el<br />
humilde que en Ti confía, no se vea confundido. Que el pobre y el necesitado alaben tu nombre,<br />
por el auxilio que les darás ¡Manifiéstate, oh Dios! Te ruego por esa hora, por esas horas.<br />
¡Manifiéstate, oh Dios! ¡Por el sacrificio de Juan y la santidad de tus patriarcas y profetas!¡Por<br />
mi sacrificio, Padre, defiende a este rebaño tuyo y mío!¡Dale luz en las tinieblas, fe y fortaleza<br />
contra los seductores! ¡Date a ellos, oh Padre! ¡Danos a Nosotros mismos a ellos, ahora, mañana<br />
y siempre, hasta que entren en tu Reino! Nosotros en su corazón hasta el momento en que donde<br />
Nosotros estemos estén ellos también por los siglos de los siglos. Y así será”. ■ Como no hay<br />
ningún enfermo a quien se deba curar, Jesús pasa en medio de la gente, casi extática, y bendice,<br />
a uno por uno, a los que le escuchaban.<br />
*Comparación entre los frutos agrios de aquella tierra y el momento en que será elevado.-<br />
■ Y emprende su camino bajo un sol ya alto, pero soportable bajo los frondosos árboles y el aire<br />
de los montes. Detrás, en grupo, los apóstoles hablan. Conversan animadamente. Bartolomé<br />
dice: “¡Qué discursos! ¡Hacen a uno temblar!”. Andrés suspira: “Están llenos de tristeza. ¡Le<br />
hacen a uno llorar!”. Iscariote exclama: “Es su despedida. Tengo razón yo. Va derecho a su<br />
trono”. Pedro advierte: “¿Trono? ¡Uhm! Me parece que sus discursos hablan más bien de<br />
persecuciones que de honras”. Iscariote grita: “No, hombre. Ya se acabó el tiempo de las<br />
persecuciones. ¡Ah, soy feliz!”. Juan dice: “¡Mejor para ti! Más me gustan los días en que<br />
éramos unos desconocidos, hace dos años... o cuando estábamos en «Aguas Claras»... Tengo<br />
miedo por los días que se nos vienen encima...”. Iscariote: “Porque tienes un corazón de<br />
cervatillo. Pero yo veo ya en el futuro... Cortejos... Cantores... pueblo postrado... Honores que<br />
tributarán otros pueblos... ¡Oh, es la hora! Y vendrán los camellos de Madián (Is. 60) y las turbas<br />
de todas partes... y no serán los tres pobres Magos... sino una multitud... Israel grande como<br />
Roma... Más que Roma... Las glorias de los Macabeos, Salomón han quedado atrás... todas las<br />
glorias... Él, el Rey de los reyes... y nosotros sus amigos... ¡Oh, Altísimo Dios! ¿Quién me dará<br />
fuerza para aquella hora?... ¡Si viviese todavía mi padre!...”. Judas está exaltado. Irradia,<br />
evocando el futuro que sueña vivir... ■ Jesús va muy delante. Se detiene ahora el futuro rey,<br />
según Judas, y sediento, toma agua de un riachuelo con sus manos y bebe como lo hace el<br />
pajarito del bosque o el corderillo que pace. Luego se vuelve y dice: “Aquí hay frutos silvestres.<br />
Recojámoslos para calmar el hambre...”. Zelote pregunta: “¿Tienes hambre Maestro?”.<br />
Humildemente Jesús confiesa: “Sí”. Pedro dice: “¡Apuesto a que ayer noche le diste todo a<br />
aquel pordiosero!”. Felipe pregunta: “¿Por qué no quisiste detenerte en Hebrón?”. Jesús:<br />
“Porque Dios me llama a otra parte. Vosotros no sabéis”. Los apóstoles se encogen de hombros<br />
y empiezan a recoger frutillas todavía agrias de árboles silvestres que hay por los montes.<br />
Parecen pequeñas manzanas. Y el Rey de los reyes se alimenta de ellas, junto con sus<br />
compañeros, que ponen cara de disgusto al comérselas. Jesús absorto, come y sonríe. ■ Pedro<br />
exclama: “¡Me das casi rabia!”. Jesús: “¿Por qué?”. Pedro: “Porque podías estar bien y hacer<br />
felices a los de Hebrón, y, sin embargo, te estropeas el estómago y los dientes con este veneno<br />
más amargo y ácido que la parietaria.” Jesús: “¡Os tengo a vosotros que me amáis! Cuando sea<br />
Yo levantado, tendré sed y pensaré con ansias esta hora, en este alimento, en vosotros que ahora<br />
estáis conmigo y que entonces...”. Iscariote exclama: “Pero, entonces no tendrás ni sed, ni<br />
hambre. Un rey tiene de todo. ¡Y nosotros estaremos muy cerca de Ti!”. Jesús: “Lo dices Tú”.<br />
Bartolomé pregunta: “¿Y tú piensas, Maestro, que no será así?”. Jesús: “No, Bartolomé.<br />
Cuando te vi bajo la higuera, sus frutos eran tan agrios que si alguien hubiese tratado de<br />
comérselos, le hubiera ardido la lengua y le hubieran raspado la garganta... Pero más dulces que<br />
un panal de miel son los frutos de la higuera o de estos árboles en comparación a lo que me<br />
sabrá el momento cuando sea levantado...Vámonos...”. Y se pone en camino. Va delante de<br />
todos, pensativo. Los doce le siguen haciendo comentarios en voz baja... (Escrito el 7 de Marzo<br />
de 1946).<br />
19
··············································<br />
1 Nota : Salmo de Asaf: 74: “¿Por qué Señor, nos rechazas por siempre y humea tu cólera sobre el rebaño de tu<br />
pastizal?”. Numerosos versículos aparecen como perífrasis, como adaptaciones y constituyen la columna vertebral<br />
del discurso.<br />
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6-399-235 (7-88-558).- Jesús se despide Betsur.<br />
* Palabras de Isaías para la despedida de Betsur.- ■ Acaba de hacerse de día cuando los<br />
infatigables viajeros llegan a la vista de Betsur. Vienen cansados, con sus vestidos arrugados del<br />
lugar, sin duda incómodo, donde durmieron. Con alegría miran la pequeña ciudad que está ya<br />
cercana y donde seguramente encontrarán hospitalidad. Los campesinos, que se dirigen a sus<br />
labores, son los primeros que ven a Jesús, y creen que vale la pena dejar sus tareas y volver a la<br />
ciudad para escuchar al Maestro. Igual piensan los pastores, después de haber preguntado si se<br />
detiene o no. Jesús responde: “Al atardecer me iré de Betsur”. Pastores: “¿Vas a hablar,<br />
Maestro?”. Jesús: “Ciertamente”. Pastores: “¿Cuándo?”. Jesús: “Ahora mismo”. Pastores:<br />
“Nosotros tenemos los rebaños... ¿No podías hablar <strong>aquí</strong>, en el campo? Las ovejas comerían<br />
hierba y nosotros no nos perderíamos tu palabra”. Jesús: “Seguidme. Hablaré en los pastos que<br />
dan al norte. Primero voy a ver a Elisa”. Los pastores con sus cayados hacen volver a las ovejas,<br />
y detrás de los hombres se ponen ellos y sus ovejas. Atraviesan el pueblo. ■ Pero la noticia ya<br />
ha llegado a la casa de Elisa. En la plaza, que está enfrente a su hogar, están ella y Anastásica.<br />
Presentan sus respetos al Maestro como discípulas. Jesús las bendice. Elisa dice: “Entra en mi<br />
casa, Señor. La libraste del dolor, y ella quiere ser, en cada uno de los que viven en ella y en<br />
cada mueble de su ajuar, confortante para Ti”. Jesús, para consolar a Elisa que esperaba una<br />
permanencia más larga, le dice: “Lo sé, pero mira cuánta gente me sigue. Hablaré a todos, y<br />
después de la hora tercia vendré a tu casa y estaré en ella hasta el atardecer, en que me iré. Y<br />
hablaremos entre nosotros...”. Elisa pone cara de desilusión al oír lo que Jesús tiene pensado,<br />
pero ella es una buena discípula y no replica más. Pide permiso para dar órdenes a sus sirvientes<br />
antes de ir con los demás, a donde Jesús se dirige. Lo hace con rapidez: bien distinta de la mujer<br />
abúlica del año pasado... Jesús se encuentra ya parado en un vasto prado sobre el que el sol<br />
juguetea filtrándose entre las leves frondas de los altos árboles, que --si no me equivoco-- son<br />
fresnos. Acaba de curar a un niño y a un anciano. El niño estaba enfermo de alguna enfermedad<br />
que tenía dentro de su cuerpecito; el anciano estaba enfermo de los ojos. No se presentan a Jesús<br />
otros enfermos. Bendice a los niños que presentan sus madres y espera pacientemente a que<br />
Elisa llegue con Anastásica. Ya están ahí. ■ Jesús da principio a su discurso. “Escucha, pueblo<br />
de Betsur. El año pasado os dije qué cosa había que hacer para ganar el Reino de Dios. Hoy os<br />
lo confirmo, para que no perdáis lo que ganasteis. Es la última vez que el Maestro os habla de<br />
este modo, en una asamblea en que no falta nadie. Después podré encontraros, por azar,<br />
separadamente o en grupos pequeños, por los caminos de nuestra patria terrena. Después,<br />
pasado más tiempo, os podré ver en mi Reino. Pero, como ahora, no volverá a ser. Llegará un<br />
momento en que os digan muchas cosas de Mí y contra Mí, de vosotros y contra vosotros. Os<br />
querrán infundir miedo. Con Isaías os digo (1): No tengáis miedo porque Yo os he redimido y os<br />
he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme, tendrán razón de temer,<br />
pero no los que, permaneciendo fieles, son míos. No temáis. Sois míos y Yo soy vuestro. Ni las<br />
aguas de los ríos, ni las llamas de las hogueras, ni las piedras, ni las espadas podrán separaros de<br />
Mí, si en Mí perseveráis; es más, llamas, aguas, espadas, piedras os reforzarán vuestra unión<br />
conmigo, y seréis otros Yo, y recibiréis mi premio. Yo estaré con vosotros en las horas de los<br />
tormentos, con vosotros en las pruebas, con vosotros hasta la muerte; y luego nada nos podrá<br />
separar. ■ Oh, pueblo mío, pueblo a quien llamé y reuní; al que volveré a llamar y reunir mucho<br />
mejor cuando sea Yo elevado, atrayendo hacia Mí todo. Oh, pueblo elegido, pueblo santo, no<br />
tengas miedo. Porque estoy, estaré contigo y tú me anunciarás, pueblo mío, por lo cual, vosotros<br />
que lo componéis, seréis llamados mis ministros, y a vosotros os daré, os doy desde ahora, la<br />
orden de decir al norte, al oriente, al occidente y al sur, que devuelvan a los hijos e hijas del<br />
Dios Creador, incluso a los que se encuentren en los confines del mundo, para que todos me<br />
conozcan como Rey suyo y me invoquen por mi verdadero Nombre, y consigan aquella gloria<br />
para la que fueron creados y sean la gloria de quien los ha hecho y formado. ■ Isaías dice que<br />
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las tribus y naciones, para creer, invocarán testigos de mi gloria. ¿Y dónde podré encontrar<br />
testigos, si el Templo y el Palacio, si las castas que mandan me odian y mienten antes que<br />
querer decir que Yo soy Quien soy? ¿Dónde los encontraré? ¡He <strong>aquí</strong>, oh Dios, mis testigos!<br />
Son éstos a quienes instruí en la Ley, éstos a quienes curé en el cuerpo y en el alma, éstos que<br />
estaban ciegos y que ahora ven; sordos y que ahora oyen; mudos y que ahora saben pronunciar<br />
tu Nombre; éstos que eran los oprimidos y ahora son libres; todos, todos éstos para quienes tu<br />
Verbo ha sido Luz, Verdad, Camino, Vida. Vosotros sois mis testigos, los siervos que elegí para<br />
que conozcan y crean, y comprendan que ■ Soy Yo, Yo y no otro, el Salvador. Creedlo. Para<br />
bien vuestro. Fuera de Mí no hay otro que sea el Salvador. Sabed creer esto contra toda<br />
insinuación humana o satánica. Olvidad todo lo que os haya sido dicho por otra boca que no sea<br />
la mía, y que no sea conforme a mis palabras. Rechazad todo lo que en el futuro os puedan<br />
decir. Decid a quienquiera que os quiera hacer abjurar del Mesías: «Sus <strong>obra</strong>s hablan a nuestro<br />
corazón», y perseverad en la fe. Me he esforzado para daros una fe intrépida. Curé a vuestros<br />
enfermos; curé vuestros dolores, os instruí como un Maestro bueno, os escuché como un Amigo<br />
en quien se tiene confianza, partí el pan con vosotros y compartí la bebida con vosotros. Mas<br />
son éstas todavía <strong>obra</strong>s de santo y profeta; haré otras, tales que harán desaparecer toda duda que<br />
las tinieblas puedan suscitar, a la manera que el torbellino pone nubes de tormenta en la claridad<br />
de un cielo de verano. Defendeos de la tempestad, permaneciendo firmes en la caridad por amor<br />
a vuestro Jesús, por Mí que dejé al Padre para venir a salvaros y que entregaré mi vida para<br />
daros la salvación. ■ Vosotros, vosotros, a quienes he amado y amo más que a Mí mismo,<br />
porque no hay amor más grande que el de inmolarse por el bien de aquellos a quienes se ama,<br />
no tratéis de ser inferiores a los que Isaías llama bestias salvajes, dragones y avestruces, esto<br />
es, gentiles, idólatras, paganos, inmundos, los cuales --cuando yo haya testificado la potencia de<br />
mi amor y de mi Naturaleza al vencer Yo solo la muerte, cosa que podrá comprobarse, y que<br />
nadie, que no sea embustero, podrá negar-- dirán: «¡Él era el Hijo de Dios!», y, venciendo los<br />
obstáculos, al parecer infranqueables, de siglos y siglos de paganismo inmundo, de tinieblas, de<br />
vicio, vendrán a la Luz, a la Fuente, a la Vida. ■ No seáis como muchos de Israel que no me<br />
ofrecen holocausto, que no me honran con sus víctimas, sino que, al contrario, me producen<br />
dolor con sus iniquidades y me hacen víctima de su duro corazón; y a mi amor que perdona<br />
responden con un odio oculto que me pone zancadilla para hacerme caer, y así poder decir:<br />
«¿Lo estáis viendo? Ha caído porque Dios le ha fulminado». Habitantes de Betsur, sed fuertes.<br />
Amad mi Palabra porque es verdadera, y mi Señal porque es santa. El Señor esté siempre con<br />
vosotros y vosotros con los siervos del Señor. Todos unidos. Para que cada uno de vosotros esté<br />
donde Yo voy y haya una mansión eterna en el Cielo para todos los que, superada la tribulación<br />
y vencido en la batalla, mueran en el Señor y en Él resuciten para siempre”. Varios de Betsur<br />
preguntan: “Pero ¿qué has querido decir, Señor? Gritos de triunfo y gritos de dolor ha sido tu<br />
discurso”. Otros dicen: “Parece como si estuvieses rodeado de enemigos”. Y otros: “Y como<br />
que si también nosotros lo estuviésemos”. Algunos preguntan: “¿Qué hay en tu mañana,<br />
Señor?”. Iscariote grita: “¡La gloria!”. Elisa, con lágrimas en los ojos, suspira: “¡La muerte!”.<br />
Jesús: “La Redención. El término de mi misión. No tengáis miedo. No lloréis. Amadme. Soy<br />
feliz de ser el Redentor. Ven, Elisa. Vamos a tu casa...”. Y es el primero en abrirse paso entre la<br />
gente que está turbada por emociones opuestas.<br />
* “Señor, ¿por qué te despides siempre con trozos del Libro?”.- ■ Iscariote, con aire de<br />
reprensión, protesta: “¿Señor, por qué siempre estos discursos?”. Y añade: “No son propios de<br />
un rey”. Jesús no le responde. Se dirige más bien a su primo Santiago que le pregunta con los<br />
ojos llenos de lágrimas: “¿Por qué, hermano, citas siempre trozos del Libro cuando te<br />
despides?”. Jesús: “Para que quien me acuse no diga ni que deliro ni que blasfemo, y para que<br />
quien no quiere darse cuenta de la realidad de las cosas comprenda que desde siempre la<br />
Revelación me ha presentado Rey de un Reino que no es humano, que se configura, se<br />
construye y se cimienta con la inmolación de la Víctima, de la Única Víctima que puede volver<br />
a crear el Reino de los Cielos, que Satanás y los primeros padres destruyeron. La soberbia, el<br />
odio, la mentira, la lujuria, la desobediencia, lo hicieron. La humildad, la obediencia, el amor, la<br />
pureza, el sacrificio lo reconstruirán... No llores, mujer. A los que amas y esperan, suspiran por<br />
la hora de mi inmolación...”. (Escrito el 9 de Marzo de 1946).<br />
·····································<br />
21
1 Nota : Cfr. Is.43,1-25. Este trozo del profeta debe tenerse en cuenta para comprender todo este discurso: “No<br />
tengáis miedo porque Yo os he redimido y os he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme,<br />
tendrán razón de temer... Para creer, las naciones y las tribus invocarán los testimonios de mi gloria”.<br />
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().<br />
6-414-331(7-103-645).- Convite en casa del fariseo-Anciano Elquías (1).- Interpretación<br />
farisaica del Deuteronomio sobre ídolos.- Invectiva contra fariseos y doctores.- Conjura para<br />
matar a Jesús utilizando a J. Iscariote.<br />
* Los vestidos de Judas.-Interpretación farisaica del Deuteronomio sobre los ídolos.- ■ El<br />
Anciano Elquías ha invitado a Jesús a su casa, que está un poco retirada del Templo, pero cerca<br />
del barrio que está a los pies del Tofet. Una casa de grandes proporciones, un poco severa. Todo<br />
en ella es observancia y una observancia exagerada de la Ley. Pienso que hasta el número de los<br />
clavos y su posición es conforme a alguno de los seiscientos trece preceptos. Ni una figura en<br />
los vestidos, ni un friso en las paredes, ni una nada... ninguna imitación de la naturaleza, cosas<br />
que se ven aun en las casas de José y Nicodemo y de los mismos fariseos de Cafarnaúm. Esta<br />
casa... transpira por todas partes el espíritu de su dueño. Fría. Fría. Ningún adorno. La dureza de<br />
sus muebles de color oscuro y pesados en forma cuadrada como sarcófagos. Es una casa que<br />
repele, que no acoge, sino que se clausura, como casa enemiga, a quien en ella entra. ■ Y<br />
Elquías lo hace notar orgullosamente. “¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo<br />
indica. Mira: cortinas sin diseños, muebles sin adorno, ninguna jarra tiene grabados, ni las<br />
lámparas tienen forma de flores. Hay de todo, pero todo según el mandamiento: «No te harás<br />
ninguna escultura, ninguna representación de lo que está arriba, en el Cielo; o acá abajo, en<br />
la tierra, o en las aguas, bajo la tierra». Y así como en el edificio, de igual modo en mis<br />
vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo estas<br />
labores en su vestido y en su manto. Me dirás: «Muchos las llevan»; y añadirás: «No es más que<br />
una greca». De acuerdo. Pero con esos ángulos, con esas curvas, se traen al recuerdo las señales<br />
de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de nigromancia! ¡Siglas de Belzebú! No te<br />
honra, Judas de Simón, el que las lleves; como tampoco a tu Maestro que te permite”. Judas<br />
responde con una sonrisita sarcástica. ■ Jesús contesta humildemente: “Más que señales en los<br />
vestidos, vigilo que no haya señales de horror en los corazones. Pero pediré a mi discípulo, más<br />
bien desde ahora le ruego, que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie”.<br />
Judas reacciona de buen modo: “A decir la verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que<br />
preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo... he hecho lo que me gusta, porque me gusta<br />
vestirme así”. Elquías muestra todo su escándalo, y sus amigos le apoyan: “Mal, muy mal. Que<br />
un galileo enseñe a un judío está muy mal, y sobre todo a ti, que eras del Templo... ¡Oh!”.<br />
Judas, cansado de ser bueno, replica: “¡Oh, entonces habría que arrancar muchas pomposidades<br />
a vosotros del Sanedrín! Si os quitarais todos esos dibujos con que cubrís las caras de vuestras<br />
almas, apareceríais bien feos”. Elquías: “¡Mira cómo hablas!”. Iscariote: “Como uno que<br />
conoce.”. Elquías: “¿Maestro, le estás oyendo?”. Jesús: “Oigo y digo que es necesaria la<br />
humildad por ambas partes, y, en ambas, verdad. Y recíproca indulgencia. Solo Dios es<br />
perfecto”. ■ Uno de los amigos... escuálida y solitaria voz en el grupo farisaico y doctoral, dice:<br />
“¡Bien dicho, Rabbí!”. Elquías le rebate: “No. Está mal dicho. El Deuteronomio es claro en sus<br />
maldiciones. dice: «Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa<br />
abominable. Es <strong>obra</strong> de mano de artífice y...»”. Iscariote le replica: “Pero <strong>aquí</strong> se trata de<br />
vestiduras, no de imágenes”. Elquías ordena: “Silencio, tú. Habla tu Maestro”. Jesús: “Elquías,<br />
sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos copiando lo bello<br />
que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar...”. Elquías: “Yo no recojo<br />
flores, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de las mujeres de mi casa, si cometen este<br />
pecado, aunque sea en las habitaciones propias! Solo debe ser admirado Dios”. Jesús: “Muy<br />
bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor, al reconocer que Él<br />
es el Artífice de ella”. Elquías grita: “¡No, no! ¡Paganismo, paganismo!”. ■ Jesús: “Judit se<br />
adornó y se adornó Ester por un motivo santo...”. Elquías: “Mujeres. La mujer ha sido siempre<br />
22
un objeto digno de desprecio. Pero... Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete,<br />
mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos”. Jesús asiente sin replicar.<br />
Pedro dice: “Maestro... ¡Apenas puedo respirar!...”. Algunos preguntan: “Por qué? ¿Te sientes<br />
mal?”. Pedro: “No. Pero sí, molesto... como uno que hubiera caído en una trampa”. Jesús<br />
aconseja: “No te pongas nervioso. Y sed todos muy prudentes”. Permanecen en grupo, de pie,<br />
hasta que vuelven los fariseos, seguidos por los criados.<br />
* “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices?”. Jesús: “No es que sea Yo<br />
el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi venida a vosotros”.- ■ Elquías<br />
ordena: “A las mesas sin demora. Tenemos una reunión y no podemos retrasarnos”. Y<br />
distribuye los puestos, mientras ya los criados trinchan las carnes. Jesús está al lado de<br />
Elquías y junto a Él Pedro. Elquías ofrece los alimentos y la comida empieza en medio de<br />
un silencio helador... Pero luego empiezan las primeras palabras, naturalmente dirigidas a<br />
Jesús, porque a los otros doce no se los considera; es como si no estuvieran. El primero que<br />
pregunta es un doctor de la Ley. “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que<br />
dices?”. Jesús: “No es que sea Yo el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi<br />
venida a vosotros”. Doctor: “¡Los profetas!... Tú que niegas que nosotros somos santos,<br />
puedes también recibir como buenas mis palabras, si digo que nuestros profetas pueden ser unos<br />
exaltados”. Jesús: “Los profetas son santos”. Doctor: “Y nosotros no, ¿no es verdad? Ten en<br />
cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de<br />
Israel: «Sus profetas son unos exaltados, hombres sin fe, y sus sacerdotes profanan las<br />
cosas santas y violan la Ley» (Sof. 3). Tú nos echas en cara esto continuamente. Pero, si<br />
aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarle también en la<br />
primera, y reconocer que no hay base de apoyo en las palabras que vienen de unos<br />
exaltados”. Jesús: “Rabí de Israel, respóndeme. Cuando pocos renglones después Sofonías<br />
dice: «Canta y alégrate, hija de Sión... El Señor ha retirado el decreto que había contra ti...<br />
El Rey de Israel está en medio de ti» (Sof. 3,14-15), ¿tu corazón acepta estas palabras?”. Doctor:<br />
“Mi gloria consiste en repetírmelas a mí mismo soñando aquel día”. Jesús: “Pero son<br />
palabras de un profeta, por tanto de un exaltado...”. El doctor de la Ley se queda<br />
desorientado un momento. ■ Le ayuda un amigo: “Ninguno puede poner en duda que<br />
Israel reinará. No sólo uno, sino todos los profetas y los pre-profetas, o sea, los patriarcas,<br />
han manifestado esta promesa de Dios”. Jesús: “Y ninguno de los pre-profetas ni de los<br />
profetas ha dejado de señalarme como lo que soy”. Doctor:“¡Sí! ¡Bueno! ¡Pero no tenemos<br />
pruebas! Puedes ser Tú también un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de que eres el Mesías,<br />
el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda juzgar”. Jesús: “No te digo mi<br />
muerte, descrita por David e Isaías, sino que te digo mi resurrección”. Doctor: “¿Tú? ¿Tú?<br />
¿Resucitar Tú? ¿Y quién te va a hacer resucitar?”. Jesús: “Vosotros no, está claro; ni el<br />
Pontífice ni el monarca ni las castas ni el pueblo. Resucitaré por Mí mismo”. Doctor: “¡No<br />
blasfemes, Galileo, ni mientas!”. Jesús: “Sólo doy honor a Dios y digo la verdad. Y con<br />
Sofonías te digo: «Espérame en mi resurrección». Hasta ese momento podrás tener<br />
dudas, podréis tenerlas todos, podréis trabajar en inculcarlas entre el pueblo. Mas<br />
después no podréis ya cuando el Eterno Viviente, por Sí mismo, después de haber redimido,<br />
resucite para no volver a morir, Juez intocable, Rey perfecto que con su cetro y su justicia<br />
gobernará y juzgará hasta el final de los siglos y seguirá reinando en los Cielos para siempre”.<br />
* Daniel, pariente de Elquías, reconoce a Jesús como el Mesías precedido por su<br />
Precursor Juan “que nos lo ha señalado. Y Juan –nadie puede negarlo--, estaba<br />
penetrado del Espíritu de Dios”.- ■ Elquías dice:“¿Pero no sabes que estás hablando a<br />
doctores y Ancianos?”. Jesús: “¡Y qué, importa! Me preguntáis, Yo respondo. Mostráis<br />
deseos de saber, Yo os ilumino la verdad. No querrás hacerme venir a mi mente, tú que<br />
por un motivo ornamental en un vestido has recordado, la maldición del Deuteronomio,<br />
la otra maldición del mismo: «Maldito el que hiere a traición a su prójimo»”(Deut. 27,24).<br />
Elquías: “No te hiero, te doy comida”. Jesús: “No. Pero tus preguntas llenas de falacia son<br />
golpes que me das por la espalda. Ten cuidado, Elquías, porque las maldiciones de Dios se<br />
siguen, y la que he citado va seguida por esta otra: «Maldito quien acepta regalos para<br />
condenar a muerte a un inocente»” (Deut. 27,25). Elquías: “En este caso el que aceptas regalos<br />
eres Tú, que eres mi invitado”. Jesús: “Yo no condeno ni siquiera a los culpables si están<br />
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arrepentidos”. Elquías: “No eres justo, entonces”. ■ El mismo que ya había manifestado su<br />
aprobación en el atrio de la casa a las palabras de Jesús, dice: “No, es justo, porque Él considera<br />
que el arrepentimiento merece perdón, y por eso no condena”. Elquías: “¡Cállate, Daniel!<br />
¿Pretendes saber de estas cosas más que nosotros? ¿O es que estás seducido por uno sobre el<br />
cual mucho hay que decidir todavía y que no hace nada por ayudarnos a que decidamos a su<br />
favor?”. Daniel: “Sé que vosotros sois los que sabéis, y yo un simple judío, que ni siquiera<br />
sé por qué a menudo queréis que esté con vosotros...”. Elquías: “¡Pues porque eres de la<br />
familia! ¡Es fácil de entender! ¡Quiero que los que entran en mi parentela sean santos y<br />
sabios! No puedo consentir ignorancias en la Escritura, ni en la Ley, ni en los Halasciot,<br />
Midrasciot y en la Haggada. Y no puedo soportarlo. Hay que conocer todo. Hay que observar<br />
todo...”. Daniel: “Y te agradezco tanta preocupación. Pero yo, simple labriego de tierras, que<br />
indignamente he pasado a ser pariente tuyo, me he preocupado solamente de conocer la<br />
Escritura y los Profetas para consuelo de mi vida. Y, con la sencillez de un iletrado, te<br />
confieso que reconozco en el Rabí el Mesías, precedido por su Precursor, que nos lo ha<br />
señalado... Y Juan --no puedes negarlo-- estaba penetrado del Espíritu de Dios”. Un momento<br />
de silencio. No quieren negar que Juan el Bautista hubiera dicho la verdad; pero tampoco<br />
quieren afirmarlo. ■ Entonces otro dice: “Bien... digamos que el Precursor es precursor del<br />
ángel que Dios envía para preparar el camino del Cristo. Y... admitamos que en el Galileo hay<br />
santidad suficiente para juzgar que Él es ese ángel. Después de Él vendrá el tiempo del<br />
Mesías. ¿No os parece a todos conciliador este pensamiento? ¿Lo aceptas, Elquías? ¿Y<br />
vosotros, amigos? ¿Y Tú, Nazareno?”. “No”, “No”, “No”. Los tres noes son seguros. Les<br />
pregunta: “¿Cómo? ¿Por qué no lo aprobáis?”. Elquías calla. Callan sus amigos. Solamente<br />
Jesús, sincero, responde: “Porque no puedo aprobar un error. Yo soy más que un ángel. El<br />
ángel fue el Bautista, Precursor del Cristo, y el Cristo soy Yo”. Un silencio glacial, largo.<br />
Elquías, apoyado el codo sobre el triclinio y la cara en la mano, piensa, adusto, cerrado como<br />
toda su casa.<br />
* Jesús acusado por Elquías de no haber cumplido el precepto de lavarse las manos antes<br />
de comer.- ■ Jesús se vuelve y mira a Elquías. Luego dice: “¡Elquías, Elquías, no confundas la<br />
Ley y los Profetas con las minucias!”.Elquías: “Veo que has leído mi pensamiento. Pero no<br />
puedes negar que has pecado incumpliendo el precepto”. Jesús: “Como tú has incumplido el<br />
deber hacia el invitado; además con astucia, por tanto con más culpa. Lo has hecho con<br />
voluntad de hacerlo. Me has distraído y luego me has mandado <strong>aquí</strong>, mientras tú con tus<br />
amigos te purificabas, y cuando has entrado nos has pedido que no nos demorásemos,<br />
porque tenías una reunión. Todo para poder decirme: «Has pecado»”. Elquías: “Podías<br />
haberme recordado mi deber de darte con qué purificarte”. Jesús: “Te podría recordar<br />
muchas cosas, pero no serviría para nada más que para hacerte más intransigente y<br />
enemigo”. Elquías: “No. Dilas. Dilas. Queremos escucharte y...”. Jesús: “Y acusarme ante los<br />
Príncipes de los Sacerdotes. ■ Por este motivo te he recordado la última y la penúltima<br />
maldición. Lo sé. Os conozco. Estoy <strong>aquí</strong>, inerme, entre vosotros. Estoy <strong>aquí</strong>, aislado<br />
del pueblo que me ama, ante el cual no os atrevéis a agredirme. Pero no tengo miedo. Y no<br />
acepto arreglos ni me comporto cobardemente. Y os manifiesto vuestro pecado, de toda<br />
vuestra casta y vuestro, oh fariseos, falsos puros de la Ley, oh doctores, falsos sabios, que<br />
confundís y mezcláis a sabiendas lo verdadero y lo falso; que a los demás y de los demás<br />
exigís la perfección incluso en las cosas exteriores y a vosotros no os exigís nada. Me<br />
echáis en cara vosotros, unidos al que nos ha invitado <strong>aquí</strong> a Mí y a vosotros, el que no me<br />
haya lavado antes de la comida. Sabéis que vengo del Templo, donde no se entra sino tras<br />
haberse purificado de las suciedades del polvo y del camino. ¿Es que queréis confesar que<br />
el Sagrado Lugar es contaminación?”. Elquías: “Nosotros nos hemos purificado antes de la<br />
comida”. Jesús: “Y a nosotros se nos dijo: «Id allí, esperad». Y después: «A las mesas sin<br />
demora». Luego entonces, entre tus paredes desnudas de motivos ornamentales había un<br />
motivo intencional: engañarme. ¿Qué mano ha escrito en las paredes el motivo para<br />
poderme acusar? ¿Tu espíritu u otro poder al que escuchas y que dicta a tu espíritu sus<br />
reglas? Pues bien, oíd todos”. ■ Jesús se pone en pie. Tiene las manos apoyadas en el borde<br />
de la mesa. Empieza su invectiva:<br />
24
. ● “Vosotros, fariseos, laváis la copa y el plato por fuera, y os laváis las manos y os<br />
laváis los pies, casi como si plato y copa, manos y pies, tuviesen que entrar en ese espíritu<br />
vuestro y os enorgullecéis de ello proclamándolo puro y perfecto. Pero no sois vosotros, sino<br />
Dios, quien tiene que proclamarlo. Pues bien, sabed lo que Dios piensa de vuestro<br />
espíritu. Piensa que está lleno de mentira, suciedad y codicia; lleno de iniquidad está, y<br />
nada que venga desde fuera puede corromper lo que ya está corrompido”. ■ Quita la mano<br />
derecha de la mesa y empieza involuntariamente a hacer gestos con ella mientras prosigue:<br />
“¿Y no puede, acaso, quien ha hecho vuestro espíritu, como ha hecho vuestro cuerpo,<br />
exigir, al menos en igual medida, para lo interno el respeto que tenéis para lo externo?<br />
Necios que cambiáis los dos valores e invertís su poder ¿no querrá el Altísimo un cuidado<br />
aún mayor para el espíritu --hecho a semejanza suya y que por la corrupción pierde la Vida<br />
eterna--, que no para la mano o el pie, cuya suciedad puede ser eliminada con facilidad, y<br />
que, aunque permanecieran sucios, no influirían en la limpieza interior? ¿Puede Dios<br />
preocuparse de la limpieza de una copa o de una jarra, cuando no son sino cosas sin alma y<br />
que no pueden influir en vuestra alma? ■ Leo tu pensamiento, Simón Boetos. No. No es<br />
consistente. Vosotros no tenéis estos cuidados, ni practicáis estas purificaciones, por una<br />
preocupación por la salud, ni por una tutela de vuestro cuerpo o de 1a vida. El pecado<br />
carnal, más claramente, los pecados carnales de gula, de intemperancia, de lujuria, son<br />
ciertamente más dañinos para el cuerpo que no un poco de polvo en las manos o en el plato.<br />
Y, a pesar de ello, los practicáis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la<br />
incolumidad de vuestros familiares. Y cometéis mayores pecados, porque, además de<br />
manchar vuestro espíritu y vuestro cuerpo, además del derroche de bienes, de la falta de<br />
respeto a los familiares, ofendéis al Señor por 1a profanación de vuestro cuerpo, templo de<br />
vuestro espíritu, en que debería estar el trono para el Espíritu Santo; y cometéis otro<br />
pecado más por el juicio que hacéis de que os debéis defender por vosotros mismos de las<br />
enfermedades que vienen de un poco de polvo, como si Dios no pudiera intervenir para<br />
protegeros de las enfermedades físicas si recurrís a Él con espíritu puro. ¿Es que Aquel que<br />
ha creado lo interno no ha creado acaso también lo externo y viceversa? ¿Y no es lo interno<br />
lo más noble y lo más marcado por la divina semejanza? Haced entonces <strong>obra</strong>s que sean<br />
dignas de Dios, y no mezquindades que no se elevan por encima del polvo para el cual y del<br />
cual están hechas, del pobre polvo que es el hombre considerado como criatura animal, barro<br />
compuesto en una forma y que a ser polvo vuelve, polvo dispersado por el viento de los siglos.<br />
■ Haced <strong>obra</strong>s que permanezcan, <strong>obra</strong>s regias y santas, <strong>obra</strong>s sobre las que está la<br />
bendición divina cual corona. Haced caridad, haced limosna, sed honestos, sed puros en<br />
las <strong>obra</strong>s y en las intenciones, y sin recurrir al agua de las abluciones todo será puro en<br />
vosotros.<br />
. ● ¿Pero qué os creéis? ¿Que estáis en lo justo porque pagáis los diezmos de las<br />
especias? No. ¡Ay de vosotros, fariseos que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda,<br />
de la mostaza y del comino, del hinojo y de todas los demás vegetales, y luego descuidáis la<br />
justicia y amor a Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que cumplirlo. Pero hay otros<br />
deberes más altos, que también hay que cumplir. ¡Ay de quien cumple las cosas exteriores y<br />
descuida las interiores que se basan en el amor a Dios y al prójimo!<br />
. ● ¡Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los primeros puestos en las sinagogas y en las<br />
asambleas y deseáis que os hagan reverencias en las plazas, y no pensáis en hacer <strong>obra</strong>s que<br />
os den un puesto en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles. Sois semejantes a<br />
sepulcros escondidos, inadvertidos para el que pasa junto a ellos sin repulsa (sentiría<br />
repulsa si pudiera ver lo que encierran); pero Dios ve las más recónditas cosas y no se<br />
equivoca cuando os juzga”. ■ Le interrumpe, poniéndose también de pie, en oposición, un<br />
doctor de la Ley: “Maestro, al hablar así nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros<br />
debemos juzgarte”. Jesús: “No. No vosotros. Vosotros no podéis juzgarme. Vosotros sois los<br />
juzgados, no los jueces. Quien juzga es Dios. Podéis hablar, mover vuestros labios, pero ni<br />
siquiera la voz más potente es capaz de llegar al Cielo, ni de recorrer la tierra. Después de un<br />
poco de espacio, se pierde en el silencio... Después de un poco de tiempo, se pierde en el olvido.<br />
Pero el juicio de Dios es voz que permanece y no sujeto a olvidos. Siglos y siglos han pasado<br />
desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. Y la voz de ese juicio no se apaga, las<br />
25
consecuencias de ese juicio permanecen. Y si ahora he venido para traer de nuevo la Gracia a<br />
los hombres, mediante el Sacrificio perfecto, el juicio sobre la acción de Adán permanece igual,<br />
y será llamado siempre «pecado original». Los hombres serán redimidos, lavados con una<br />
purificación que supera todas las demás, pero nacerán con esa marca, porque Dios ha juzgado<br />
que esa marca debe estar en todos los nacidos de mujer, menos en Aquel que, no por <strong>obra</strong> de<br />
hombre, sino por <strong>obra</strong> del Espíritu Santo, fue hecho, y en la Preservada y en el Presantificado,<br />
vírgenes para siempre: la Primera para poder ser la Virgen Deípara; el segundo para poder ser el<br />
precursor del Inocente, naciendo ya limpio por un disfrute anticipado de los méritos infinitos del<br />
Salvador Redentor ■ Y Yo os digo que Dios os juzga.<br />
. ● Y os juzga diciendo: «¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque cargáis a la gente<br />
con pesos insoportables, transformando en castigo el paterno decálogo del Altísimo para<br />
su pueblo». Lo había dado con amor y por amor, para que una justa guía sostuviera al<br />
hombre, al hombre, a ese eterno e imprudente e ignorante niño. Y vosotros, habéis<br />
cambiado los amorosos lazos con que Dios había abrazado a sus criaturas para que pudieran<br />
andar por el camino suyo y llegar a su corazón; la habéis cambiado por montañas de<br />
puntiagudas piedras, pesadas, angustiosas: un laberinto de prescripciones, una pesadilla de<br />
escrúpulos, a causa de lo cual el hombre se abate, se pierde, se detiene, teme a Dios como a<br />
un enemigo. Obstaculizáis la marcha de los corazones hacia Dios. Separáis al Padre de los<br />
hijos. Negáis con vuestras imposiciones esta dulce, bendita, verdadera Paternidad. Pero<br />
vosotros no tocáis ni siquiera con un dedo esos pesos que cargáis a los demás. ■ Os creéis<br />
justificados sólo por haberlos dado. Necios, ¿no sabéis que seréis juzgados precisamente por<br />
lo que habéis considerado necesario para salvarse? ¿No sabéis que Dios os va a decir:<br />
«Juzgabais como sagrada, justa, vuestra palabra. Pues bien, también Yo la juzgo así. Y os<br />
juzgo con vuestra palabra, porque se la habéis impuesto a todos y habéis juzgado a los<br />
hermanos conforme a cómo la acogieron y practicaron. Quedad condenados porque no habéis<br />
hecho lo que habéis dicho que había que hacer»?<br />
. ● ¡Ay de vosotros, que erigís sepulcros a los profetas asesinados por vuestros padres! ¿Es<br />
que creéis disminuir con ello la dimensión de la culpa de vuestros padres?, ¿que la anularéis<br />
ante los ojos de las futuras generaciones? No. Al contrario. Dais testimonio de estas <strong>obra</strong>s de<br />
vuestros padres. No sólo eso, sino que las aprobáis, dispuestos a imitarlos, elevando luego<br />
un sepulcro al profeta perseguido para deciros a vosotros mismos: «Le hemos honrado».<br />
¡Hipócritas! Por esto la Sabiduría de Dio dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles. A unos los<br />
matarán, a otro los perseguirán, para que se pueda pedir a esta generación la sangre de<br />
todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo en adelante, desde<br />
la sangre de Abel hasta la de Zacarías asesinado entre el altar y el santuario» (1 Par. 24,17-22).<br />
Sí, en verdad, en verdad o digo que de toda esta sangre de santos se pedirá cuentas a esta<br />
generación que no sabe distinguir a Dios en donde está, y persigue al justo y le aflige porque<br />
el justo es el reproche vivo a su injusticia.<br />
. ● ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que habéis arrebatado la llave de la ciencia y habéis<br />
cerrado su templo para no entrar, y así no ser juzgados por ella, y tampoco habéis permitido<br />
que otros entraran. Porque sabéis que, si el pueblo fuera instruido por la verdadera Ciencia, o<br />
sea, la Sabiduría santa, podría juzgaros. De forma que preferís que sea ignorante para que<br />
no os juzgue. Y me odiáis porque soy la Palabra de la Sabiduría, y quisierais encerrarme<br />
antes de tiempo en una cárcel, en un sepulcro para que ya no hablase más. Pero seguiré<br />
hablando hasta que plazca a mi Padre que lo haga. Y después hablarán mis <strong>obra</strong>s, más aún<br />
que mis palabras; y hablarán mis méritos, más aún que mis <strong>obra</strong>s; y el mundo será instruido<br />
y sabrá y juzgará. ■ Éste es el primer juicio contra vosotros. Luego vendrá el segundo, el<br />
juicio particular para cada uno de vosotros después de su muerte. Y finalmente, el Juicio<br />
Universal. Y recordaréis este día y estos días, y vosotros, sólo vosotros, conoceréis a ese Dios<br />
terrible que os habéis esforzado en presentar, como una visión de pesadilla, ante los espíritus<br />
de los sencillos, mientras que vosotros, dentro de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él, y no<br />
habéis obedecido ni respetado los Mandamientos, desde el primero y principal (el del<br />
amor) hasta el último que fue dado en el Sinaí. Es inútil, Elquías, que no tengas figuras en<br />
tu casa. Es inútil, todos vosotros, que no tengáis objetos esculpidos en vuestras casas.<br />
Dentro de vuestro corazón tenéis el ídolo, muchos ídolos: el de creeros dioses, así como los<br />
26
ídolos de vuestras concupiscencias. Venid, vosotros. Vamos”. Y, haciéndose preceder por los<br />
doce, sale el último.<br />
* Conjura contra Jesús para matarle utilizando a J. Iscariote “al que hay que trabajar con<br />
promesas y... dinero” y después matarle porque si “matamos al Nazareno que es justo<br />
¿por qué no a J. Iscariote, un pecador?”.- ■ Late un silencio profundo... Luego, los que se<br />
han quedado en la casa, rompen en un clamor diciendo todos juntos: “¡Hay que perseguirle,<br />
cogerle en falso, encontrar motivos con que se le acuse! ¡Hay que matarle!”. Otro silencio. Y<br />
luego, mientras dos de ellos se marchan con la náusea del odio o de los propósitos<br />
farisáicos --son el pariente de Elquías y el otro que dos veces ha defendido al Maestro--, los<br />
que se quedan se preguntan: “¿Y cómo?”. Otro silencio. Luego, con una risita de viejo<br />
chocho, Elquías dice: “Hay que trabajar a Judas de Simón...”. “¡Sí, claro! ¡Buena idea! ¡Pero<br />
le has ofendido!...”. “De eso me encargo yo – dice aquel al que Jesús llamó Simón Boetos--<br />
Yo y Eleazar de Anás... Le engatusaremos...”. “Unas pocas promesas...”. “Un poco de miedo...”.<br />
“Mucho dinero...”. “No. Mucho no... Promesas, promesas de mucho dinero...”. “¿Y luego?”.<br />
“¿Cómo «y luego»?”. “Sí. Luego. Terminada la cosa. ¿Qué le vamos a dar?” Lenta y cruelmente<br />
dice Elquías: “¡Pues nada! La muerte. Así... no hablará más”. “¡Oh, la muerte!...”. “¿Te<br />
horroriza? ¡Venga hombre! Si matamos al Nazareno, que... es un justo... podremos matar<br />
también al Iscariote, que es un pecador...”. Hay vacilaciones... Pero Elquías, poniéndose<br />
de pie, dice: “Se lo diremos también a Anás... Y veréis cómo... juzgará buena la idea. Y<br />
vendréis también vosotros... ¡Claro que vendréis!...”.Salen todos detrás del amo de la casa, que<br />
se marcha diciendo: “Vendréis... ¡Claro que vendréis!”. (Escrito el 10 de Abril de 1946).<br />
·······································<br />
1 Nota : Lc. 11,37-52.<br />
. --------------------000--------------------<br />
7-444-66 (8-136-68 ).- “Valor infinito de mi Sacrificio”. “¿Cómo pueden ser salvados los que<br />
nunca tuvieron noticias de Ti?”.<br />
* “Yo, en mi condición de Hombre-Dios, adquiero esos méritos que son infinitos por la<br />
naturaleza divina unida a la humana, y que, siendo solo Dios, no hubiera podido<br />
conseguir”.- ■ Bartolomé pregunta: “Señor, perdona que te interrumpa. Lo que estás diciendo,<br />
es muy difícil de entender, al menos para mí... Siempre dices que eres el Salvador y que<br />
redimirás a los que creen en Ti. Entonces los que no creen, bien porque no te conocieron, pues<br />
vivieron antes que Tú, o bien porque --¡es tan extenso el mundo!-- no tuvieron ninguna noticia<br />
de Ti ¿cómo pueden ser salvados?”. Jesús: “Te lo dije: por su vida de justos, por sus buenas<br />
<strong>obra</strong>s, por esa fe suya que creen ser verdadera”. Bartolomé: “Pero no han recurrido al<br />
Salvador...”. Jesús: “Mas el Salvador sufrirá también por ellos, sí por ellos. ¿No piensas,<br />
Bartolomé, en la inmensidad de valor que tendrán mis méritos de Dios-Hombre?”. Bartolomé:<br />
“Señor mío, en todo caso inferiores a los de Dios, a los que, por consiguiente, posees desde<br />
siempre”. Jesús: “Respuesta correcta y no correcta. Los méritos de Dios son infinitos, lo<br />
acabas de decir. En Dios todo es infinito, pero Dios no tiene méritos en el sentido de que no ha<br />
merecido. Tiene atributos, virtudes propias suyas. Él es El que es: la Perfección, el Infinito, el<br />
Omnipotente. ■ Pero para merecer hay que llevar a cabo, con esfuerzo, algo que sea<br />
superior a nuestra naturaleza. Por ejemplo, el comer no es un mérito. Pero puede ser un<br />
mérito el saber comer parcamente, haciendo verdaderos sacrificios para dar a los pobres lo que<br />
ahorramos. No es mérito el estar callados, pero lo es cuando lo estamos sin responder a la<br />
ofensa recibida. Y así sucesivamente. Ahora bien, como tú puedes comprender, Dios, que es<br />
perfecto, infinito, no tiene necesidad de someterse a este esfuerzo. Pero el Hombre-Dios puede<br />
someterse a esfuerzo, humillando su infinita Naturaleza divina a la limitación humana,<br />
venciendo a la naturaleza humana, que no está ausente de Él ni en Él es metafórica, sino que es<br />
real, con todos sus sentidos y sentimientos, con sus posibilidades de sufrimientos y muerte, con<br />
su libre voluntad. A nadie le gusta la muerte, sobre todo si es dolorosa, prematura e inmerecida.<br />
A nadie le gusta. Y, sin embargo, todo hombre debe morir. Por lo tanto, el hombre debería mirar<br />
a la muerte con la misma calma con que ve que termina todo lo que tiene vida. Pues bien, Yo<br />
fuerzo a mi Humanidad a amar la muerte. No sólo eso. Yo elegí la vida para poder tener la<br />
muerte. Por causa del Linaje humano. ■ Por eso, Yo, en mi condición de Hombre-Dios adquiero<br />
27
esos méritos que en mi condición de Dios no podía conseguir. Y, con estos méritos, que son<br />
infinitos por la forma con que los adquiero, por la Naturaleza divina unida a la humana,<br />
por las virtudes de caridad y obediencia, con las cuales me he puesto en condición de<br />
merecerlos, por la fortaleza, la justicia, la templanza, la prudencia, por todas las virtudes que he<br />
puesto en mi corazón para hacerlo acepto a Dios, mi Padre, Yo tendré un poder infinito no sólo<br />
como Dios, sino como Hombre que se inmola por todos, o sea, que alcanza el límite máximo de<br />
la Caridad”.<br />
* “Es el sacrificio lo que da méritos. Quien sabe amar hasta el sacrificio, orando y<br />
sufriendo por los hermanos, sabe <strong>obra</strong>r como Dios y redimirá”.- ■ Jesús: “Es el sacrificio<br />
lo que da el mérito. Cuanto mayor es el sacrificio, mayor es el mérito (1). Si es completo el<br />
sacrificio, completo es el mérito; si perfecto el sacrificio, perfecto el mérito, y utilizable según<br />
la santa voluntad de la víctima, a la que el Padre dice: «Sea como quieres», porque la víctima le<br />
ha amado sin medida y ha amado al prójimo también sin medida. Os lo digo: el más pobre de<br />
los hombres puede ser el más rico y puede hacer el bien a un número incontable de hermanos, si<br />
sabe amar hasta el sacrificio. Os digo que: aunque no tuvierais ni una migaja de pan ni un vaso<br />
de agua ni un vestido roto, podríais hacer un bien siempre. ¿De qué modo? Orando y sufriendo<br />
por los hermanos. ¿A quién se hace el bien? A todos ¿De qué forma? De mil maneras, todas<br />
santas, porque si supierais amar, sabríais <strong>obra</strong>r como Dios, y enseñar, perdonar, servir, y, como<br />
el Dios-Hombre, redimir”. ■ Juan suspira: “¡Oh, Señor, danos esta caridad!”. Jesús: “Dios os<br />
la da porque se da a vosotros. Pero debéis aceptarla y practicarla cada vez más perfectamente.<br />
Ningún momento de la vida debe ser separado de la caridad. Desde los hechos terrenales hasta<br />
los espirituales. Todo se haga por la Caridad y con caridad. Santificad vuestros actos, vuestro<br />
día; poned la sal en vuestras oraciones, la luz en vuestros actos. La luz, el sabor, la santificación,<br />
es la caridad. Sin ella, nulos son los ritos y vanas las plegarias, falsas las ofrendas. En verdad os<br />
digo que la sonrisa con que un pobre os saluda como a hermanos tiene más valor que la bolsa<br />
llena de dinero que uno puede arrojaros a los pies solo para que lo vean todos. Sabed amar y<br />
Dios estará siempre con vosotros”. Juan: “Enséñanos así a amar, Señor”. Jesús: “Hace dos años<br />
que os lo estoy enseñando. Haced lo que Yo haga, y estaréis en la Caridad y la Caridad estará en<br />
vosotros, y sobre vosotros estará el sello, el crisma, la corona que harán que seáis reconocidos<br />
como servidores de Dios-Caridad”. (Escrito el 30 de Mayo de 1946).<br />
········································<br />
1 Nota : “Esfuerzo-Mérito”.- Sin duda alguna es necesaria una acción sobrenatural para ser dignos de conseguir,<br />
esto es, de merecer un premio sobrenatural. Es claro, pues, que la naturaleza humana, debilitada ya con el pecado que<br />
la empuja al mal, no obstante la ayuda de la gracia de Dios, debe realizar, caiga en la cuenta de ello o no, un esfuerzo<br />
para ejecutar una acción merecedora de un gran premio como el Paraíso. Por esto Jesús dijo que la puerta es angosta<br />
y que el camino que conduce al Cielo es estrecho, y exhortó a todos a esforzarnos para entrar en el camino y<br />
recorrerlo, y dijo que el Reino de Dios debe conquistarse como por asalto, con fuerza. Cfr. Mt.7,13-14; 11,12;<br />
Lc.13,22-24; 16,16. Y una sugerencia general según la cual el acto humano, para conseguir el Paraíso, debe<br />
esforzarse se encuentra en 1Cor. 10,31-11,1; Col. 3,17.<br />
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7-463-208 (8-155-204) En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino<br />
mesiánico, invita a Jesús a su casa.<br />
* “El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha dado un significado<br />
nacional, personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del<br />
Mesías”.-■ Jesús, seguido por una cola de gente que viene con Él desde Emmaús y que ha<br />
aumentado con los que ya le esperaban en Tariquea --entre éstos está Juana, que ha venido en<br />
su barca--, se dirige precisamente hacia el puerto cubierto de árboles, y se para en el<br />
centro de éste, de forma que tiene el lago a la derecha y la playa a la izquierda.<br />
Los que pueden se ponen en el camino arbolado; los que no pueden encontrar sitio en<br />
el camino se ponen abajo, en la playa, aún humedecida de la alta marea nocturna --o<br />
por alguna otra razón-- y en la que hay un poco de sombra que proyectan los<br />
árboles del muelle; otros acercan sus barcas y toman asiento a la sombra de sus<br />
velas. ■ Jesús hace ademán de querer hablar. Se hace silencio general. “ Está<br />
escrito: «Te moviste a salvar a tu pueblo, para salvarle con tu Ungido». Está escrito: «Y<br />
yo me alegraré en el Señor y me llenaré de regocijo en Dios, que es mi Salvador» (Hab. 3,13 y 18).<br />
28
El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha dado un significado nacional,<br />
personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del Mesías. Les ha dado un<br />
significado limitado, que envilece la grandeza de la idea mesiánica y la pone al nivel de<br />
una manifestación cualquiera de poder humano, y de una victoria sobre sus dominadores,<br />
victoria que según ellos, debe acarrear el Mesías. Mas la verdad es otra. Es grande,<br />
ilimitada. Viene del Dios verdadero, del Creador y Señor del Cielo y de la Tierra, del<br />
Creador de la Humanidad, de Aquel que --de la misma manera que multiplicó los astros<br />
en el firmamento y cubrió de plantas de todas las especies la Tierra y la pobló de animales<br />
y puso peces en las aguas y aves en el aire ---ha multiplicado los hijos del Hombre que creó<br />
Él para que fuera rey de la Creación y criatura predilecta suya. Ahora bien, ¿cómo podría el<br />
Señor, Padre de todo el género humano, ser injusto con los hijos, de los hijos, de los hijos de<br />
los que nacieron del Hombre y de la Mujer, formados por Él con la materia, la tierra, y con el alma,<br />
su aliento divino? ¿Cómo tratar a éstos diversamente que a aquéllos, como si no provinieran de<br />
una Única raíz, como si otro ser sobrenatural y antagonista, y no Él, hubiera creado otras<br />
ramas, de manera que fueran extranjeros, bastardos, dignos de desprecio? El verdadero Dios<br />
no es un pobre dios de éste o aquel pueblo, un ídolo, una figura imaginaria. Es la sublime<br />
Realidad, es la Realidad universal, es el Ser único, Supremo, Creador de todas las cosas y<br />
de todos los hombres. Es, por tanto, el Dios de todos los hombres. Y Él los conoce aunque<br />
ellos no le conozcan. Él los ama aunque ellos, no conociéndole, no le amen; o aunque le<br />
conozcan mal y, por tanto, le amen mal o aunque, aun conociéndole, no sepan amarle. La<br />
paternidad no cesa cuando un hijo es ignorante, torpe o malo. El padre busca el modo de<br />
instruir a su hijo, porque instruirle es signo de amor; se afana en hacer menos torpe al<br />
hijo retrasado: con lágrimas, con indulgencias, con castigos benignos, con perdones<br />
misericordiosos trata de corregir al hijo malo y hacerle bueno, Este es el padre-hombre.<br />
¿Será, acaso, menos el Padre-Dios que un padre-hombre? Veis, pues, que el Padre-Dios ama<br />
a todos los hombres y quiere su salvación. Él, Rey de un Reino infinito, Rey eterno, mira a<br />
su pueblo, compuesto por todos los pueblos que pueblan la Tierra, y dice: “Este es el pueblo<br />
de mis criaturas, el pueblo que debe ser salvado con mi Mesías; éste es el pueblo para el que ha<br />
sido creado el Reino de los Cielos. Y ésta es la hora de salvarle con el Salvador”.<br />
* “Cuando el Salvador salve, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda<br />
raza, para simbolizar que Él reina sobre toda la Tierra. Pero el Rey estará desnudo, sin<br />
más riqueza que su Sacrificio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del espíritu...<br />
para responder que Él es Rey espiritual, sólo esto, enviado para enseñar a los<br />
espíritus a conquistar el Reino, el único Reino que Yo he venido a fundar”.- ■ Prosigue<br />
Jesús: “¿Quién es el Cristo? ¿Quién, el Salvador? ¿Quién, el Mesías? Muchos son los griegos <strong>aquí</strong><br />
presentes, y muchos, aunque no sean griegos, saben lo que quiere decir la palabra Cristo.<br />
Cristo es, pues, el consagrado, el ungido con óleo regio para cumplir su misión. ¿Consagrado para<br />
qué? ¿Será para la pequeña gloria de un trono? ¿Será para la gloria, más grande, de un<br />
sacerdocio? No. Consagrado para reunir bajo un único cetro, en un único pueblo, bajo una única<br />
doctrina, a todos los hombres, para que entre sí sean hermanos, e hijos de un único Padre,<br />
hijos que conocen al Padre y que siguen su Ley para tomar parte en su Reino. ■ Rey, en<br />
nombre del Padre que le ha enviado, el Cristo reina como conviene a su Naturaleza, o<br />
sea, divinamente, al ser de Dios. Dios ha puesto todo como escabel de los pies del Cristo suyo,<br />
pero, ciertamente, no para que oprima, sino para que salve. Efectivamente, su nombre es Jesús.<br />
Que en lengua hebrea quiere decir Salvador. Cuando el Salvador salve de la insidia y herida más<br />
violentas, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda raza, para simbolizar<br />
que Él reina sobre toda la Tierra y se yergue por encima de todos los pueblos. Pero el Rey estará<br />
desnudo, sin más riqueza que su Sacrificio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del<br />
espíritu, y que las cosas del espíritu se conquistan con los valores del espíritu y se redimen con la<br />
heroicidad del sacrificio; no con la violencia y el oro. Estará desnudo para responder --tanto a<br />
los que le temen como a aquellos que, por un falso amor, contemporáneamente, le exaltan y le<br />
rebajan queriendo que sea rey según el mundo, como a aquellos que le odian sin más razón<br />
que el temor a ser despojados de lo que ellos más aman--, para responder que Él es Rey<br />
espiritual, sólo esto, enviado para enseñar a los espíritus a conquistar el Reino, el único<br />
Reino que Yo he venido a fundar. ■ No os doy leyes nuevas. A los israelitas les confirmo la Ley del<br />
29
Sinaí; a los gentiles les digo: la ley para poseer el Reino no es otra sino la ley de virtud que toda<br />
criatura de moral elevada por sí misma se impone, y que, por la fe en el Dios verdadero, se<br />
transforma, de ley de moral o de virtud humana, en ley de moral sobrehumana”.<br />
* Llamada a gentiles: “La fe es un estado permanente del hombre, es necesaria para el hombre<br />
una fe, una religión. Pobláis con dioses irreales el Olimpo que os habéis creado para creer en<br />
algo... Habéis envidiado a los que han sido colocados en el grupo de los dioses... Ahora, en<br />
verdad, Yo os doy la manera de que seáis dioses... el verdadero Olimpo... Yo soy la Vida,<br />
el Camino... Mi Reino no es de este mundo... Al que cree en Mí le nace un reino en el<br />
corazón: el Reino de Dios en vosotros”.- ■ Jesús dice: “¡Oh, gentiles! Acostumbráis a<br />
proclamar dioses a los hombres grandes de vuestras naciones, y los metéis en las filas de los<br />
numerosos e irreales dioses con que pobláis el Olimpo que os habéis creado para tener algo en<br />
que creer, porque la religión, una religión, es necesaria para el hombre, así como, siendo la fe<br />
el estado permanente del hombre y la incredulidad la anormalidad accidental, es<br />
necesaria una fe. Y no siempre estos hombres elevados a deidades valen siquiera como<br />
hombres, pues unas veces son grandes por la fuerza bruta, otras por una gran astucia,<br />
otras por un poder de una u otra forma adquirido. De esta manera llevan consigo, como<br />
dotes de superhombres, una serie de miserias que el hombre sabio ve como lo que son:<br />
podredumbre de pasiones desencadenadas. Y que estoy afirmando la verdad lo demuestra el<br />
hecho de que en vuestro Olimpo imaginario no habéis sabido introducir siquiera uno de<br />
esos grandes espíritus que han sabido intuir al Ente supremo y han sido agentes<br />
intermedios entre el hombre animal y la Divinidad, instintivamente sentida por ellos con su<br />
espíritu de reflexión y con su corazón virtuoso. De la inteligencia del filósofo que razona, del<br />
verdadero filósofo, al corazón del verdadero creyente que adora al verdadero Dios, el paso<br />
es corto; mientras que del corazón del creyente al corazón del astuto, del hombre<br />
avasallador, o del que es héroe materialmente, hay un abismo. Y, aún siendo así, no habéis<br />
puesto en vuestro Olimpo a aquellos que, por una vida virtuosa, mucho se elevaron por encima de<br />
la masa humana, hasta acercarse a los reinos del espíritu; no, a éstos los habéis temido como<br />
a crueles amos, o los habéis adulado por un servilismo de esclavos, o los habéis admirado<br />
como ejemplo viviente de no haber seguido los instintos animalescos que a vuestros apetitos<br />
desordenados se presentan como fin y meta en la vida. Habéis envidiado a los que han sido<br />
colocados entre el grupo de los dioses, y habéis dejado de lado a los que más se acercaron a la<br />
divinidad con la práctica y la doctrina de una vida virtuosa. ■ Ahora, en verdad, Yo os doy la<br />
manera de que seáis dioses. El que haga lo que digo y crea en lo que enseño, ése, subirá al<br />
verdadero Olimpo, y será dios, dios hijo de Dios en un Cielo donde no hay ningún tipo de<br />
corrupción y donde el Amor es la única ley. En un Cielo donde unos a otros se aman<br />
espiritualmente, sin ofuscación ni asechanzas de los sentidos que enemisten a unos contra<br />
otros a sus habitantes, como sucede en vuestras religiones. No vengo a pedir actos heroicos<br />
que todos aclamen. Vengo a deciros: vivid como la criatura dotada de alma y razón, y no como<br />
los animales. Vivid de forma que merezcáis vivir, realmente vivir, con la parte inmortal vuestra<br />
en el Reino de Aquel que os ha creado. ■ Yo soy la Vida. Vengo a enseñaros el Camino para ir<br />
a la Vida. Vengo a daros la Vida a todos vosotros, y a dárosla para daros la resurrección de<br />
vuestra muerte, de vuestro sepulcro de pecado e idolatría. Yo soy la Misericordia. Vengo a<br />
llamaros, a reuniros a todos. Yo soy el Cristo Salvador. Mi Reino no es de este mundo; y, no<br />
obstante, a quien cree en Mí y en mi palabra le nace un reino en el corazón ya desde los días de<br />
este mundo, y es el Reino de Dios, el Reino de Dios en vosotros. De Mí está escrito que soy<br />
Aquel que llevará la justicia a las naciones. Es verdad. Porque si los miembros de todas las<br />
naciones llevaran a cabo lo que Yo enseño, terminarían los odios, las guerras, los abusos. Está<br />
escrito de Mí que no levantaré la voz para maldecir a los pecadores, ni la mano para<br />
destruir a aquellos que, por su indecorosa manera de vivir, parecen cañas débiles y pabilos<br />
humeantes. Es verdad. Yo soy el Salvador y vengo a fortalecer a los lesionados, a dar vigor a<br />
los que no lo tienen. Está escrito de Mí que soy Aquel que abre los ojos a los ciegos y saca<br />
de la cárcel a los prisioneros y lleva a la luz a los que estaban en las tinieblas de la mazmorra.<br />
Es verdad. Los ciegos más ciegos son los que ni siquiera con la vista del alma ven la Luz, o sea,<br />
al verdadero Dios. Yo vengo, Luz del mundo, para que vean. Los prisioneros más prisioneros<br />
son los que tienen por cadenas sus pasiones malas. Cualquier otra cadena queda anulada<br />
30
con la muerte del prisionero, pero las cadenas de los vicios duran y encadenan incluso más allá<br />
de la muerte de la carne. Yo vengo a romperlas. Vengo a sacar de las tinieblas de la mazmorra<br />
subterránea de la ignorancia de Dios a todos aquellos a quienes el paganismo sofoca con el<br />
cúmulo de sus idolatrías. ■ Venid a la Luz y a la Salvación. Venid a Mí, porque mi Reino es<br />
el verdadero y mi Ley es buena: os pide solamente que améis al único Dios y a vuestro<br />
prójimo, y, por tanto, que rechacéis a los ídolos y a las pasiones, cosas éstas que os hacen<br />
duros de corazón, áridos, sensuales, ladrones, homicidas. El mundo dice: “Oprimamos al pobre,<br />
al débil, al solo. Sea la fuerza nuestro derecho, la dureza nuestro modo, nuestras<br />
armas la intransigencia, el odio, la crueldad. El justo, puesto que no reacciona, sea<br />
pisoteado; y oprimidos sean la viuda y el huérfano, que tienen débil voz”. Yo digo: sed<br />
dulces y mansos; perdonad a los enemigos; socorred a los débiles: sed justos en las ventas<br />
y en las compras; aun teniendo el derecho de vuestra parte, sed magnánimos; no os<br />
aprovechéis de vuestro poder para oprimir a los caídos. No os venguéis. Dejad a Dios el<br />
cuidado de velar por vosotros. Sed morigerados en todas las tendencias, porque la<br />
templanza es prueba de fuerza moral, mientras que la concupiscencia lo es de debilidad.<br />
Sed hombres y no brutos, y no tengáis miedo de haber caído muy abajo y de que no podáis<br />
levantaros de nuevo. ■ En verdad os digo que de la misma manera que el agua turbia de un<br />
charco puede volver a ser agua pura --evaporándose al sol, purificándose dejándose<br />
consumir y elevándose al cielo para después volver a caer en forma de lluvia o de rocío no<br />
inficionado y beneficioso--, con tal de que sepa soportar el sol, así los espíritus que se<br />
acerquen a la gran Luz que es Dios y le eleven a Él su grito: “He pecado, soy fango, pero<br />
aspiro a ti, Luz", se transformarán en espíritus que ascenderán purificados a su Creador.<br />
Quitad a la muerte su horror, haciendo de vuestra vida una moneda para adquirir la Vida.<br />
Despojaos del pasado, cual de un vestido sucio, y revestíos de virtud. Yo soy la Palabra de<br />
Dios y, en su Nombre, os digo que quien tenga fe en Él y buena voluntad, quien se<br />
arrepienta del pasado y tenga propósito recto para el porvenir, sea hebreo o gentil, vendrá a<br />
ser hijo de Dios y posesor del Reino de los Cielos. ■ Os he dicho al principio: «¿Quién es<br />
el Mesías?». Ahora os digo: Soy Yo, el que os habla, y mi Reino está en vuestros corazones, si<br />
lo acogéis, y luego estará en el Cielo que os abriré, si sabéis perseverar en mi Doctrina.<br />
Esto es el Mesías y nada más: Rey de un reino espiritual, cuyas puertas abrirá con su<br />
sacrificio a todos los hombres de buena voluntad”.<br />
* Conversión de una pecadora pública.- Invitación de Cusa.- Jesús, acusado de<br />
falso Mesías y protector de meretrices, dice: “Dajadlos. ¡Por la salvación de un<br />
alma sufriría más! ¡Yo perdono!”.- ■ Jesús ha terminado de hablar y ahora hace<br />
ademán de encaminarse hacia una pequeña escalera que va desde el muelle a la orilla.<br />
Quizás quiere ir a la barca de Pedro, que se balancea junto a un rudimentario<br />
embarcadero. Pero se vuelve de golpe y escruta a la multitud y grita: “¿Quién fue el que<br />
me pidió para su alma y su cuerpo?”. Nadie responde. Él repite la pregunta y va<br />
repasando con sus espléndidos ojos a la multitud, que se agolpa detrás de Él, no sólo en el<br />
camino sino también abajo, en la arena. Todavía silencio. Mateo hace esta observación:<br />
“Maestro, quién sabe cuántos, en este momento, habrán elevado su corazón a Ti con la<br />
emoción de tus palabras... Jesús le dice: “No. Un alma ha gritado: «Piedad» y la he oído. Y<br />
para deciros que es verdad respondo: «Hágase en ti según lo que pides, porque el<br />
movimiento de tu corazón es justo».Y, enhiesto, lleno de majestad, extien de<br />
imperiosamente la mano hacia la playa. ■ Trata de encaminarse de nuevo hacia la pequeña<br />
escalera, pero se pone enfrente de Él Cusa, que ha bajado --está claro-- de alguna barca, y<br />
le saluda con reverencia. “Te estoy buscando desde hace muchos días. He dado la vuelta al lago<br />
tras de Ti, Maestro. Es urgente que te hable. Acepta mi invitación a mi casa. Tengo a muchos<br />
amigos conmigo”. Jesús le dice: “Ayer estuve en Tiberíades”. Cusa: “Me lo han dicho. Pero no<br />
estoy solo. ¿Ves aquellas barcas que se dirigen a la otra orilla? Allí hay muchos que quieren<br />
verte. Ente ellos, también discípulos tuyos. Ven a mi casa, al otro lado del Jordán; te lo ruego”.<br />
Jesús: “Es inútil, Cusa. Sé lo que quieres decirme”. Cusa: “Ven, Señor”. Jesús: “Enfermos y<br />
pecadores me esperan; déjame...”. Cusa: “También nosotros te esperamos, enfermos de<br />
inquietud por tu bien. Y hay también enfermos de la carne, también...”.Jesús: “¿Has oído mis<br />
palabras? Y entonces para qué insistes?”. Cusa: “Señor, no nos rechaces, nosotros...”. ■ Una<br />
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mujer se ha abierto paso entre la multitud. Conozco ya lo suficiente los vestidos hebreos como para<br />
comprender que no es hebrea, y los vestidos... honestos como para comprender que ésta es una<br />
deshonesta. Pero para ocultar sus hechizos y sus gracias, quizás demasiado procaces, se ha<br />
envuelto toda en un velo, de color azul como su amplio vestido, que es de todos modos<br />
provocativo por la forma, que le deja destapados los bellísimos brazos. Se arroja al suelo y se<br />
arrastra por él hasta que llega a tocar la túnica de Jesús, y la toma entre sus dedos y besa su<br />
extremo, y llora, convulsa toda por los sollozos. ■ Jesús, que iba a responder a Cusa diciendo:<br />
“Erráis y...” baja la mirada y dice: “¿Eras tú la que me invocaba?”. Mujer: “Sí... y no soy digna<br />
de la gracia que me has concedido. No habría debido siquiera llamarte ni con mi espíritu. Pero<br />
tu palabra... Señor... yo soy pecadora. Si me destapara la cara, muchos te dirían mi<br />
nombre. Soy... una prostituta... y una infanticida... y el vicio me había enfermado... Estaba en<br />
Emaús, te di una joya... me la devolviste... y una mirada tuya... me entró en el corazón... Te he<br />
seguido... Has hablado. He dicho dentro de mí tus palabras: «Soy fango, pero aspiro a Ti,<br />
Luz». He dicho: «Cúrame el alma, y luego, si quieres, la carne». Señor, mi carne está curada...<br />
¿Y mi alma?”. Jesús le dice: “Tu alma ha quedado curada por el arrepentimiento. Ve y no<br />
vuelvas a pecar nunca. Te son perdonados tus pecados”. La mujer besa de nuevo el extremo de<br />
la túnica y se alza. Al hacerlo se le desliza el velo. Gritan muchos: “¡La Galacia! ¡La Galacia!”<br />
y lanzan pestes; juntan piedras de la playa y se las arrojan a la mujer, que se agacha,<br />
quedándose atemorizada. Jesús, severo, alza la mano. Impone silencio. “¿Por qué la insultáis?<br />
No lo hacíais cuando era pecadora. ¿Por qué ahora que se redime?”. Gritan muchos,<br />
profiriendo burlas: “Lo hace porque está vieja y enferma”.Verdaderamente, la mujer,<br />
aunque va no sea muy joven, todavía está muy lejos de ser vieja y fea como dicen. Pero la<br />
masa es así. Jesús ordena: “Pasa delante de Mí y baja a aquella barca. Te acompañaré a casa por<br />
otro camino”, y dice a los suyos: “Ponedla en medio de vosotros y acompañadla”. ■ La ira de la<br />
gente, azuzada por algún intransigente israelita, se vuelca enteramente contra Jesús. Y entre<br />
gritos de: “¡Anatema! ¡Falso Mesías! ¡Protector de prostitutas! Quien las protege las aprueba.<br />
¡Más aún! Las aprueba porque las goza” y frases similares gritadas, mejor: ladradas y<br />
rabiosamente ladradas, sobre todo por un grupito de energúmenos hebreos de no sé qué<br />
casta... entre esos gritos, unos puñados bien lanzados de arena húmeda alcanzan el rostro de<br />
Jesús y lo ensucian. Él levanta el brazo y se limpia el carrillo sin protestar. No sólo eso, sino<br />
que detiene con un gesto a Cusa y a algún otro que querría reaccionar en defensa de Él, y<br />
dice: “Dejadlos. ¡Por la salvación de un alma sufriría mucho más! ¡Yo perdono!”.<br />
* Simón Pedro, ante las conjuras y odios que se ciernen sobre su Maestro, se opone tenazmente<br />
a dejarle solo en compañía de Cusa y sus amigos.- ■ Cusa insiste de nuevo mientras van hacia<br />
el embarcadero, mientras en el muelle se enciende una gresca entre romanos y griegos por<br />
una parte e israelitas por la otra. “¡Ven! Unas horas sólo. Es necesario. Luego te acompañaré<br />
yo mismo. ¿Eres benigno con las meretrices y quieres ser intransigente con nosotros”. Jesús:<br />
“Bien. Voy. Efectivamente, es necesario...”. Y dice a los apóstoles que ya están en las barcas:<br />
“Id adelante. Os alcanzaré...”. “¿Vas solo?” pregunta Pedro poco contento. Jesús: “Estoy con<br />
Cusa...”. Pedro: “¡Mmm! ¿Y nosotros no podemos ir? ¿Para qué te quiere con sus amigos? ¿Por qué<br />
no ha venido a Cafarnaúm?”. Cusa: “Hemos ido. No estabais”. Pedro: “¡Nos hubierais esperado<br />
y nada más!”.Cusa: “Pues hemos venido siguiendo vuestra pista”. Pedro: “Venid ahora a<br />
Cafarnaúm. ¿Tiene que ser el Maestro el que vaya donde vosotros?”. Los otros apóstoles dicen:<br />
“Simón tiene razón”. Cusa: “¿Pero por qué no queréis que venga conmigo? ¿Es, acaso, la primera<br />
vez que viene a mi casa? ¿Acaso no me conocéis?”. Pedro: “Sí que te conocemos. Pero... no<br />
conocemos a los otros”. Cusa: “¿Y a qué tenéis miedo? ¿A que yo sea amigo de los enemigos del<br />
Maestro?”. Pedro: “¡Yo no sé nada! ¡De lo que sí me acuerdo es de cómo acabó Juan el profeta!”.<br />
Cusa: “¡Simón! Me ofendes. Yo soy un hombre de honor. Te juro que antes de que le tocaran un pelo<br />
al Maestro me dejaría atravesar con las lanzas. ¡Créeme! Mi espada está a su servicio...”.<br />
Pedro: “¡¿Y de qué serviría que te atravesaran a ti?! Después... Sí, lo creo, te creo... Pero, una<br />
vez muerto tú, le tocaría a Él. Prefiero mi remo a tu espada, mi pobre barca y, sobre todo,<br />
nuestros sencillos corazones puestos a su servicio”. Cusa: Pero conmigo está Mannaén. ¿Crees<br />
en Mannaén? Y está también el fariseo Eleazar, ese que conoces tú, y el arquisinagogo Timoneo,<br />
y Natanael ben Fada. A éste no le conoces. Pero es un jefe importante y quiere hablar con el<br />
Maestro. Y está Juan, conocido por el Antipas de Antipátrida, favorito de Herodes el Grande,<br />
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ahora viejo y poderoso, amo de todo el valle del Gahas, y...”. Pedro: “¡Basta, basta! Estás<br />
diciendo nombres grandes, pero a mí no me dicen nada, excepto dos... Voy también yo...”.<br />
Cusa: “No. Quieren hablar con el Maestro...”. Pedro: “¡Quieren! ¿Y quiénes son ellos?<br />
¡¿Quieren?! Y yo no quiero. Sube <strong>aquí</strong>, Maestro, y vamos. No quiero saber nada de<br />
ninguno, me fío sólo de mí. Arriba, Maestro. Y tú ve en paz a decir a ésos que no somos<br />
unos vagabundos. Saben dónde encontrarnos” y empuja a Jesús sin muchos miramientos,<br />
mientras Cusa protesta alzando la voz. ■ Jesús interviene definitivamente: “No temas,<br />
Simón. No me va a pasar nada malo. Lo sé. Y conviene que vaya. Me conviene. Entiéndeme...”<br />
y le mira fijamente con sus ojos espléndidos, como para decirle: “No insistas.<br />
Compréndeme. Hay razones que aconsejan que vaya”. Simón cede; a regañadientes, pero cede,<br />
como dominado... De todas formas, masculla disgustado unas palabras entre dientes. Cusa<br />
promete: “Ve tranquilo, Simón. Yo mismo te traeré a tu Señor, y mío”. “¿Cuándo?”. “Mañana”.<br />
Pedro: “¡¿Mañana?! ¿Tanto tiempo hace falta para decir dos palabras? Estamos entre la tercera<br />
y la sexta... Antes del anochecer, si no está nosotros, vamos a tu casa. Recuerda esto, y no<br />
nosotros solos...” y lo dice con un tono que no deja dudas acerca de la intención. Jesús pone la<br />
mano en el hombro de Pedro: “Te digo, Simón, que no me harán daño. Muestra que crees<br />
en mi verdadera naturaleza. Te lo digo Yo. Yo sé las cosas. No me van a hacer nada. Quieren<br />
solamente explicarme algo... Ve... Lleva a Tiberíades a la mujer, estáte si quieres donde Juana,<br />
podrás ver que no me raptan con barcas y soldados”. Pedro: “Ya, pero conozco su casa (y<br />
señala a Cusa). Sé que detrás hay tierra, no es una isla, detrás están Guilgal y Gamala,<br />
Aera, Arbela, Gerasa, Bosrá, y Pel.la y Ramot, y muchas más!...”. Jesús: “¡Te digo que no<br />
temas! Obedece. Dame un beso, Simón. ¡Ve! También a vosotros”. Los besa y los<br />
bendice. Cuando ve que la barca se separa del embarcadero, les dice gritando: “No es mi<br />
hora, y, mientras no lo sea, ni nada ni nadie podrá levantar su mano contra Adiós,<br />
amigos”. ■ Se vuelve hacia Juana, que está visiblemente turbada y pensativa, y le dice: “No<br />
temas. Está bien que suceda esto. Ve en paz”. Y a Cusa: “Vamos. Para que veas que no<br />
tengo miedo. Y para curarte...”. Cusa: “No estoy enfermo, Señor...”. Jesús: “Lo estás. Yo te lo<br />
digo. Y muchos como tú. Vamos”. Sube a la ligera y bien enjaezada barca y se sienta. Los<br />
remadores empiezan la boga en las aguas quietas, dibujando un arco para evitar la<br />
corriente, perceptible hacia donde termina el lago, donde vuelve a salir el río.(Escrito el 27<br />
de Julio de 1946).<br />
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7-464-217 (8-156-213).- Intento de elegir rey a Jesús en la casa de campo de Cusa.<br />
* “Cusa, más que la guerra abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos<br />
amigos o el imprudente entusiasmo de amigos verdaderos”.- ■ En la otra orilla, junto al<br />
paso constituido por el puente, espera un carro cubierto. Cusa: “Sube, Maestro. No te cansarás,<br />
a pesar de que el trayecto sea largo, y no tanto por razón de la distancia como por el hecho de<br />
que he ordenado que tengan siempre <strong>aquí</strong> un par de bueyes... para no causar molestias a los<br />
invitados más apegados a Ley... Debemos ser compasivos con ellos...”. Jesús: “¿Dónde están?”.<br />
Cusa: “Van adelante de nosotros en otros carros. ¡Tobíolo!”. El carretero, que está unciendo los<br />
bueyes, dice: “¿Sí, patrón?”. Cusa: “¿Dónde están los otros invitados?”. Carretero: “¡Muy<br />
adelante! Estarán ya para llegar a la casa”. Cusa: “¿Lo oyes, Maestro?”. Jesús: “¿Y si Yo no<br />
hubiese venido?”. Cusa: “Estábamos seguros de que vendrías. ¿Y por que no deberías venir?”.<br />
Jesús: “¿Que por qué? Cusa, he venido para mostrarte que no soy un cobarde. Cobardes solo<br />
son los malvados, los que tienen cuentas con la justicia... la justicia de los hombres, por<br />
desgracia, mientras que deberían tener miedo por la única, por la de Dios. Pero Yo no tengo<br />
ninguna culpa y no tengo miedo a los hombres”. Cusa: “¡Pero, Señor, todos los que están<br />
conmigo te veneran! Como yo. No debemos causarte ningún miedo. Te queremos tributar<br />
honores, no insultos”. Cusa está afligido y casi hasta indignado. ■ Jesús, sentado enfrente de él,<br />
mientras el carro crujiendo avanza por los verdes campos, le responde: “Más que la guerra<br />
abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos amigos o el imprudente entusiasmo<br />
de amigos verdaderos, pero que todavía no me han comprendido. Y tú eres uno de ellos. ¿No<br />
recuerdas lo que te dije en Béter?”. Cusa, con voz no muy segura, pero sin responder<br />
directamente a la pregunta, contesta: “Comprendo, Señor”. Jesús: “Sí. Me comprendes. Bajo la<br />
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áfaga del dolor y de la alegría tu corazón era limpio, como después de una tempestad y del arco<br />
iris, es límpido el horizonte. Veías las cosas con rectitud. Luego... Vuélvete, Cusa, y mira<br />
nuestro Mar de Galilea. ¡Al amanecer se veía límpido! Por la noche el rocío había limpiado la<br />
atmósfera y con el fresco de la noche, ya no hubo más evaporación. Cielo y lago eran dos<br />
espejos de zafiro claro que reflejaban mutuamente sus bellezas, y las colinas de alrededor<br />
respiraban frescura y limpieza como si las hubiese creado Dios en la noche. Ahora mira. El<br />
polvo de los caminos de la costa, recorridos por personas y animales, el ardor del sol, que hace<br />
vaporear a bosques y jardines, como calderas al fuego, e incendia el lago y evapora sus aguas,<br />
mira cómo han ensuciado el horizonte. Primero las orillas, nítidas por la limpidez del aire,<br />
parecían cercanas; ahora, mira... parecen empañadas, sin contornos claros, semejantes a cosas<br />
vistas a través del agua sucia. Esto mismo ha pasado en ti. Polvo: ideas humanas. Sol: orgullo.<br />
Cusa, no pierdas el control de ti mismo...”. Cusa agacha la cabeza. Y juguetea mecánicamente<br />
con los adornos de su túnica y con la hebilla del rico cinturón que sujeta la espada. Jesús calla.<br />
Cierra los ojos como si tuviese sueño. Cusa no le perturba.<br />
* Jesús, en la casa de campo de Cusa, entre amigos, falsos amigos e imprudentes amigos.-<br />
■ El carro avanza lentamente en dirección sudeste, hacia las leves ondulaciones, que son, por lo<br />
que me imagino, la primera parte de la meseta que limita el valle del Jordán por este lado, el<br />
oriental. Debido a la abundancia de aguas subterráneas o de algún río, lo cierto es que los<br />
campos son fértiles y hermosos. Viñedos y árboles frutales se ven por todas partes. El carro<br />
cambia de dirección, deja el camino principal y toma uno particular. Se interna por un sendero<br />
tupido de ramajes, lleno de sombra y de frescor, teniendo en cuenta el horno que es el soleado<br />
camino principal. En el fondo del sendero hay una casa blanca, baja, de aspecto señorial. Y, acá<br />
y allá, por los campos y viñedos, están diseminadas casas pequeñas. El carro pasa un<br />
puentecillo y un mojón, a partir del cual el huerto se transforma en un jardín con un paseo<br />
recubierto de guijo. Al sonar de forma distinta las ruedas sobre la grava, Jesús abre los ojos.<br />
Cusa dice: “Hemos llegado, Maestro. Mira a los invitados que nos han oído y vienen a nuestro<br />
encuentro”. ■ De hecho, muchos hombres de rica posición social, se apiñan en el sendero y<br />
saludan con inclinaciones pomposas al Maestro que llega. Veo y reconozco a Mannaén, a<br />
Timoneo, a Eleazar, y a otros que antes he visto, pero cuyos nombres no conozco. Y luego<br />
muchos, muchos jamás vistos, o por lo menos, que nunca he advertido concretamente. Hay<br />
muchos que llevan espada; otros, en vez de las espadas, ostentan abundantes perifollos<br />
farisáicos y sacerdotales o rabínicos. Se detiene el carro. Jesús desciende y se inclina saludando<br />
a todos. Los discípulos Mannaén y Timoneo se acercan y le saludan de una manera particular.<br />
Se acerca Eleazar (el fariseo bueno del convite dado en la casa de Ismael), y, con él, otros dos<br />
escribas que tratan de hacerse conocer. Uno es aquel cuyo hijo fue curado en Tariquea el día de<br />
la primera multiplicación de los panes, y el otro el que en las faldas del monte de las<br />
bienaventuranzas dio alimentos para todos. Se acerca también el fariseo que en la casa de José<br />
de Arimatea, en el tiempo de la siega, fue instruido por Jesús acerca del verdadero móvil de sus<br />
insensatos celos. ■ Cusa les presenta uno por uno, cosa que omito, porque se hace uno un lío<br />
con los nombres de Simón, Juan, Leví, Eleazar, Natanael, José, Felipe, etc, etc.; saduceos,<br />
escribas, sacerdotes, herodianos en su mayoría; y debería añadir que los últimos son los más<br />
numerosos; algún que otro prosélito y fariseo, dos sanedristas, cuatro sinagogos, y, perdido no<br />
sé cómo <strong>aquí</strong> dentro, un esenio. Jesús se inclina al oír el nombre de cada uno, mirando<br />
penetrantemente a cada uno de los rostros, algunas veces sonriendo levemente, como cuando<br />
alguien, para darse mejor a conocer, saca a relucir algún hecho que le puso en contacto con<br />
Jesús. Esto sucede, por ejemplo, con un tal Jo<strong>aquí</strong>n de Bozra que dice: “Tú curaste a mi mujer<br />
<strong>María</strong> de la lepra. Tú bendito”. Y el esenio: “Te oí cuando hablaste cerca de Jericó, y uno de los<br />
nuestros dejó las riberas del Mar Salado para seguirte. Tuve después noticias de Ti por el<br />
milagro que <strong>obra</strong>ste en Eliseo de Engaddi. En estas tierras vivimos, nosotros puros,<br />
esperando...”. Qué cosa esperan, no lo sé. Pero lo que sí puedo decir es que los esenios miran a<br />
los demás con un aire de superioridad, que ciertamente no muestran apariencia de místicos, sino<br />
que, en su mayor parte, muestran a las claras que no desaprovechan la oportunidad de gozar de<br />
los bienes que su posición les concede. ■ Cusa libera a su Invitado de las ceremonias de los<br />
saludos y le conduce a una habitación bien arreglada con baño, donde le deja para que se<br />
refresque un poco sobre todo con ese calor. Vuelve a sus invitados con los que habla<br />
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animadamente. Y llegan casi a una disputa porque los presentes tienen dispares opiniones: unos<br />
quieren poner inmediatamente las cartas sobre la mesa. ¿Cuáles?; otros, por el contrario,<br />
proponen no asaltar enseguida al Maestro sino convencerle primero de que le guardan un<br />
profundo respeto. Triunfa este último grupo, por ser el más numeroso; así que Cusa, como<br />
anfitrión, llama a los siervos para que preparen la comida, y así dar tiempo a Jesús, «que está<br />
cansado --y se le nota-- para que descanse», lo que todos aceptan, tanto que, cuando Jesús<br />
aparece de nuevo, los invitados se alejan con grandes reverencias y le dejan con Cusa, ■ que le<br />
lleva a una habitación fresca donde hay un lecho con ricas alfombras. Jesús, que se queda solo<br />
después de haber entregado a un siervo sus sandalias y su vestido, para que les quiten el polvo y<br />
señales del viaje, no se acuesta. Se sienta al borde del lecho, con sus pies descalzos sobre la<br />
estera del suelo, y con su túnica corta que le cubre el cuerpo y le llega hasta los codos y rodillas.<br />
Está sumamente pensativo. Estar así vestido le hace parecer más joven y más hermoso por su<br />
complexión armónica y viril, pero, por otra parte, la concentración en lo que piensa, que<br />
ciertamente no debe ser alegre, le ahonda las arrugas y le carga el rostro con una expresión<br />
dolorosa de cansancio que le envejece. Ningún ruido en la casa, ninguno en el campo, donde las<br />
uvas maduran bajo el fuerte sol. Las cortinas oscuras que hay en puertas y ventanas no se<br />
mueven en absoluto. Y así pasan las horas... Las sombras aumentan con el descenso del sol.<br />
Pero el calor sigue. Y Jesús continúa en sus profundas reflexiones. ■ Finalmente la casa da<br />
señales de haberse despertado. Se oyen voces, pisadas, órdenes. Cusa mueve cuidadosamente la<br />
cortina para ver sin molestar. Jesús dice: “¡Entra! No estoy durmiendo”. Cusa entra: está vestido<br />
ya para el banquete. Mira y observa que en el lecho no se ve señal alguna de que Jesús se haya<br />
acostado. Cusa: “¿No dormiste? ¿Por qué? Estás cansado...”. Jesús: “He descansado en el<br />
silencio y en la sombra. Me basta”. Cusa: “Voy a decir que te traigan unos vestidos”. Jesús:<br />
“No. Mis vestidos han de estar ya secos. Prefiero los míos. Quiero partir tan pronto como<br />
termine el banquete. Te ruego que ordenes que estén preparados el carro y la barca”. Cusa:<br />
“Como ordenes, Señor... Hubiera preferido que te quedases hasta mañana al amanecer...”. Jesús:<br />
“No puedo. Debo irme...”. Cusa sale después de haber hecho una inclinación Se oye un gran<br />
vocerío... Pasa algún tiempo. Vuelve el siervo con el vestido de lino, limpio, oloroso a sol y con<br />
las sandalias limpias del polvo, relucientes con la grasa. Otro siervo viene con el lavamanos,<br />
una jarra y la toalla. Todo lo pone sobre una mesa baja. Salen...<br />
* Amigos y enemigos proclaman que “ahora se cumplen las promesas y esperanzas de un<br />
Mesías restaurador, Vengador, Libertador y creador de la verdadera independencia de<br />
Israel, la patria más grande del mundo”.- ■ ...Jesús se reúne con los invitados en el atrio, que<br />
divide la casa de norte a sur, creando un lugar ventilado y agradable en que están diseminados<br />
unos asientos, adornado con cortinas ligeras, de coloridas franjas, que modifican la luz sin poner<br />
obstáculo al aire; ahora, recogidas, permiten ver los verdes alrededores que rodean la casa. Jesús<br />
está majestuoso. Pese a que no ha dormido, parece estar lleno de fuerza, y su caminar es de<br />
reyes. El lino de su vestido está blanquísimo y sus cabellos, limpios con el baño de la mañana,<br />
resplandecen levemente adornando su rostro con su color dorado. Cusa dice: “Ven, Maestro. Te<br />
esperábamos solo a Ti”, y le lleva directamente a la sala donde están las mesas. Después de la<br />
plegaria y de una nueva ablución de manos se sienta. La comida empieza, rica como de<br />
costumbre, y envuelta en el silencio. Poco a poco el hielo se deshace. Jesús está al lado de Cusa.<br />
Mannaén está a su otro lado y tiene por compañero a Timoneo. Cusa, un hombre habituado a la<br />
corte, señala a los demás sus lugares en la mesa en forma de “U”. El esenio ha sido el único que<br />
no ha querido tomar parte en el banquete y sentarse a la mesa con los demás. Solo cuando por<br />
órdenes de Cusa un siervo le ofrece un cesto precioso lleno de frutas, acepta sentarse detrás de<br />
una mesa baja, después de haber hecho no sé cuántas abluciones tras remangarse las largas<br />
mangas de su blanca vestidura, por temor de mancharlas, o por rito o por algún otro motivo que<br />
ignoro. ■ Es un banquete extraño donde prevalecen más las miradas que las palabras. Solamente<br />
algunas frases breves de cortesía y un recíproco examinarse, o sea: Jesús escruta a los presentes<br />
y éstos a Jesús. Los siervos después de haber puesto sobre las mesas grandes fuentes de frutas<br />
por orden de Cusa se retiran. Las frutas están frescas y debieron de estar guardadas en lugar<br />
friísimo. Parece como si estuvieran heladas por lo hermosas que se ven. Los siervos salen<br />
después de haber encendido las lámparas, todavía no necesarias, porque todavía el día está<br />
luminoso con su largo ocaso estival. ■ Cusa empieza diciendo: “Maestro, debes de haberte<br />
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preguntado el porqué de este encuentro y de nuestro silencio. Lo que tenemos que decirte es de<br />
mucha importancia, no lo pueden oír oídos imprudentes. Ahora estamos solos y podemos<br />
hablar. Lo ves. Todos los presentes guardan hacia Ti el máximo respeto. Encuentras quienes te<br />
veneran como a Hombre y como al Mesías. Tu justicia, tu sabiduría, los dones con los que Dios<br />
te ha adornado, es algo que conocemos y admiramos todos los <strong>aquí</strong> presentes. Tú eres para<br />
nosotros el Mesías de Israel. Mesías según la idea espiritual y política. Eres el Esperado para<br />
acabar con el dolor, con la humillación de todo un pueblo. Y no solo de este pueblo encerrado<br />
en los confines de Israel --mejor: de Palestina-- sino del pueblo de todo Israel, de las millares y<br />
millares de colonias de la Diáspora, esparcidas por toda la tierra, que hacen resonar el nombre<br />
de Yeové en todos los lugares y hacen conocer las promesas y esperanzas, que ahora se<br />
cumplen, de un Mesías restaurador, de un Vengador, de un Libertador, y creador de la<br />
verdadera independencia y de la Patria de Israel, o sea, de la Patria más grande que hay en el<br />
mundo, la Patria: reina y dominadora, que borra todos los recuerdos pasados y toda huella de<br />
esclavitud, el Hebraísmo triunfante sobre todo y sobre todos, y para siempre, porque así se dijo<br />
y así se cumple. ■ ¡Señor!, tienes ante Ti a todo Israel en los representantes de las diversas<br />
clases de este pueblo eterno, que el Altísimo ha castigado, pero que no deja de amar y que lo<br />
llama «su pueblo». Tienes el corazón vivo y sano de Israel con los miembros del Sanedrín y de<br />
los sacerdotes. Tienes la fuerza y la santidad con los fariseos y saduceos. Tienes la sabiduría con<br />
los escribas y rabinos. Tienes la política y el valor con los herodianos. Tienes el patrimonio: los<br />
ricos; el pueblo con los mercaderes y hacendados. Tienes la Diáspora con los Prosélitos. Tienes<br />
incluso a los separados que ahora sienten estar unidos porque ven en Ti al Esperado: los esenios,<br />
a los que nunca se puede uno acercar. Mira, Señor, este primer prodigio, esta grande señal de tu<br />
misión, de tu verdad. Tú, sin violencia, sin medios, sin ministros, sin ejércitos, sin espadas,<br />
reúnes a todo tu pueblo como un depósito reúne las aguas de miles de manantiales. Tú, casi sin<br />
palabra alguna, sin habernos dicho en modo alguno que nos reuniéramos, a nosotros que nos<br />
hemos visto divididos por tantas desgracias, odios, ideas políticas y religiosas, nos juntas de una<br />
manera pacífica. ¡Oh, Príncipe de la Paz! alégrate por haber redimido y reinaugurado todo antes<br />
de haber tomado entre tus manos el cetro y puesto sobre tu cabeza la corona. Tu Reino, el Reino<br />
que ha esperado Israel, ha nacido. Nuestras riquezas, nuestras fuerzas, nuestras espadas están a<br />
tus pies. ¡Habla! ¡Ordena! Ha llegado la hora”. ■ Todos aplauden el discurso de Cusa. Jesús,<br />
con los brazos cruzados sobre su pecho, guarda silencio. Cusa: “¿No hablas? ¿No respondes,<br />
Señor? Tal vez todo esto te ha tomado de sorpresa... Tal vez es que no te sientes preparado y,<br />
sobre todo, dudas que Israel no esté preparado... Pero no es así. Escucha nuestras palabras. Yo<br />
hablo, y conmigo Mannaén, por el Palacio, que ya no merece existir, que es una vergonzosa<br />
llaga para Israel, la tiranía sin nombre que oprime al pueblo y se inclina, servil, a adular al<br />
usurpador. Ha llegado su hora. Levántate, Estrella de Jacob (Núm. 24,17), y pon en fuga las<br />
tinieblas de ese coro de crímenes y vergüenzas. Aquí están los que, conocidos como herodianos,<br />
son los enemigos de los que profanan el nombre, para ellos sagrado, de la dinastía de los<br />
Herodes. Hablad, vosotros”. Un herodiano dice: “Maestro, yo soy viejo, pero recuerdo lo que<br />
fue la gloria de otros tiempos. Como nombre de héroe puesto a una hedionda carroña, así es el<br />
nombre de Herodes sobre los degenerados descendientes que envilecen nuestro pueblo. Es la<br />
hora en que se repita la hazaña que tantas veces ha realizado Israel cuando indignos monarcas se<br />
sentaban sobre los dolores del pueblo. Tú eres el único digno de realizarla”. Jesús no dice nada.<br />
■ Un escriba: “Maestro, ¿crees que podamos dudar de ello? Hemos escudriñado las Escrituras.<br />
Tú eres ése. Tú debes reinar”. Un sacerdote dice: “Debes ser rey sacerdote. El nuevo Nehemías,<br />
mayor que él, debe venir a purificar. El altar está profanado. Que el celo del Altísimo te<br />
espolee”. Y uno detrás de otro van diciendo: “Muchos de los nuestros, de los que temen tu<br />
sabio reinado, te han atacado. Pero el pueblo está contigo, y los mejores de los nuestros con él.<br />
Tenemos necesidad de un sabio”. “Necesitamos de un hombre puro”. “De un verdadero rey”.<br />
“De un santo”. “De un redentor. Cada vez más somos esclavos de todo y de todos.<br />
¡Defiéndenos, Señor!”. “Se nos pisotea en el mundo, porque no obstante nuestro número y<br />
riquezas, somos como ovejas sin pastor. Lanza el viejo grito de: «¡Israel, a tus tiendas!» (Deut.<br />
5,30) y de todas las partes de la Diáspora, como un reclutamiento, se levantarán tus súbditos, y<br />
derribarán los vacilantes tronos de los poderosos a los que Dios no ama”. ■ Jesús sigue callado.<br />
Es el único que conserva serenidad, como si no se tratase de Él, en medio de unos cuarenta<br />
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energúmenos, cuyos argumentos apenas si puedo entender una décima parte, porque todos<br />
hablan al mismo tiempo produciendo una algarabía de plaza. Jesús conserva su actitud tranquila<br />
y su silencio. Todos gritan: “¡Di algo! ¡Responde!”. Jesús se pone de pie lentamente,<br />
apoyándose en las manos sobre el borde de la mesa. Un profundo silencio reina. Siente que<br />
todos los ojos están en Él. Abre la boca (los otros también, como para aspirar su respuesta). Y la<br />
respuesta es breve, pero clara: “No”. Una gritería, un tumulto se alza: “¿Pero cómo es eso?<br />
¡Nos traicionas! ¿Traicionas a tu pueblo? ¡Reniega de su misión! ¡Rechaza las órdenes de<br />
Dios!...”. Caras que se tiñen de carmesí, ojos que se encienden, puños que casi amenazan... Más<br />
que fieles, parecen enemigos. Pero así es: cuando una idea política se apodera de los corazones,<br />
hasta los mansos parecen fieras contra quien se opone a esa idea suya.<br />
* Jesús proclama: “Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que lo establezca en<br />
vosotros”.-■ Al alboroto le sigue un silencio extraño. Parece que agotadas las fuerzas, todos se<br />
sientan exhaustos, derrotados. Se miran con ojos interrogadores, tristes... y hasta intranquilos...<br />
Jesús mira en torno a Sí y dice: “Sabía que para esto me queríais traer <strong>aquí</strong>. Sabía la inutilidad<br />
de vuestro plan. Cusa puede decíroslo, que se lo dije en Tariquea. Vine para deciros que no<br />
temo insidia alguna porque no ha llegado la hora. Y tampoco tendré miedo cuando llegue la<br />
hora de insidia, porque para esto he venido. Y he venido para convenceros. Muchos de entre<br />
vosotros actuáis de buena fe. Pero debo corregir el error en que, de buena fe, habéis<br />
caído.¿Veis? No os reprendo. No reprendo a ninguno, ni siquiera a los que por ser mis fieles<br />
discípulos deberían saber controlar con justicia sus pasiones. ■ No te reprendo a ti, justo<br />
Timoneo; pero te digo que en el fondo de tu amor que quiere verme honrado, existe todavía el<br />
«yo» que bulle y sueña tiempos mejores en que puedas ver el daño en los que te dañaron. No te<br />
reprocho a ti, Mannaén, aun cuando has dado muestras de haber olvidado la sabiduría y los<br />
ejemplos espirituales que recibiste de Mí, y de Juan Bautista antes de Mí; pero debo decirte que<br />
también en ti hay una raíz de egoísmo humano que se levanta tras la hoguera de amor que por<br />
Mí sientes. No te reprocho nada, Eleazar, hombre justo, aunque solo fuera por la pobre anciana<br />
que te confiaron, siempre justo, pero ahora no justo; y no te reprocho nada, Cusa, aunque<br />
debería hacerlo, porque en ti más que en todos los que queréis con buena fe verme como rey,<br />
existe tu yo. Quieres que sea Yo rey. No hay trampa alguna en tus palabras, ni lo haces para<br />
denunciarme ante el Sanedrín, ante el rey y ante Roma. Pero más que por el amor --crees que es<br />
todo amor y no es-- más que por amor lo haces para vengarte de ofensas que el palacio te ha<br />
infligido. Soy tu invitado. Debería guardar silencio acerca de tus sentimientos. Pero Yo soy la<br />
Verdad en todas las cosas. Y hablo. Por tu bien. Y lo mismo te sucede a ti, Jo<strong>aquí</strong>n de Bozra; y<br />
a ti, Juan escriba; y también a ti, a ti y a ti”. Señala a éste, a aquel sin rencor, pero con tristeza...<br />
y continúa: “No os reprendo. Porque sé que no sois vosotros los que queréis esto,<br />
espontáneamente. Es el Adversario quien trabaja y vosotros... vosotros sin saberlo sois juguetes<br />
en sus manos. También se aprovecha del amor, de vuestro amor, Timoneo, Mannaén, Jo<strong>aquí</strong>n;<br />
del vuestro, vosotros que realmente me amáis; de vuestro respeto que sentís por Mí, vosotros<br />
que en Mí veis al Rabí perfecto; aun de esto el Maldito se aprovecha para dañar y dañarme. Pero<br />
Yo digo a vosotros, como a quien os incita a los planes peores hasta convertirse en traición y<br />
crimen: «No. Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que establezca mi Reino en<br />
vosotros, y no otra cosa». Ahora dejadme ir”. ■ Uno de los sacerdotes dice: “No, Señor.<br />
Estamos completamente resueltos. Hemos puesto ya en juego riquezas, preparado planes,<br />
decididos a salir de esta incertidumbre que tiene inquieta a Israel, y de lo que se aprovechan<br />
otros para causar daño a Israel. Se te sigue por todas partes con mala intención. Es verdad.<br />
Tienes enemigos aun dentro del mismo Templo. Yo que soy de los Ancianos, no lo niego. Para<br />
poner fin a todo esto, he <strong>aquí</strong> lo que hay que hacer: ungirte. Y nosotros estamos preparados para<br />
hacerlo. No es la primera vez que en Israel se proclama así a alguien como a un rey para acabar<br />
con desgracias nacionales y discordias. Aquí está alguien que puede hacerlo en nombre de Dios.<br />
Permítenos hacerlo”. Jesús: “No. No es lícito. No tenéis autoridad para hacerlo”. Sacerdote: “El<br />
Sumo Sacerdote es el primero que quiere esto, aunque no esté presente. No puede permitir más<br />
la situación actual del dominio romano y de los escándalos de la corte”. Jesús: “No mientas,<br />
sacerdote. En tus labios la blasfemia es doblemente impura. Tal vez no lo sabes y eres<br />
engañado, pero en el Templo eso no se desea”. Sacerdote: “¿Crees, pues, que es un engaño<br />
nuestra afirmación?”. Jesús: “Sí. Si no de todos vosotros, sí de la mayoría. No mintáis. Yo soy<br />
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la Luz e ilumino los corazones...”. Gritan los herodianos: “Puedes fiarte de nosotros. Nosotros<br />
no amamos ni a Herodes, ni a ningún otro”. Jesús: “No. Os amáis a vosotros solos. Es verdad. Y<br />
no podéis amarme. Os serviría de palanca para derrocar el trono, y dejar expedito el camino a un<br />
poder más fuerte, y para imponer sobre el pueblo una opresión mayor. Caería Yo en engaño, lo<br />
mismo que el pueblo y vosotros mismos. Roma aplastaría a todos, después de que vosotros lo<br />
hubierais sido”. ■ Los prosélitos dicen: “Señor, entre las colonias de la Diáspora hay muchos<br />
hombres dispuestos a levantarse... y nuestros bienes son para ello”. El de Bozra y otros gritan:<br />
“Y los míos, y todo el apoyo del Auranítide y Traconítide. Sé lo que digo. Nuestros montes<br />
pueden preparar un ejército, fuera de todo peligro, para lanzarlo después como cohorte de<br />
águilas, a tu servicio”. “También la Perea”. “También la Gaulanítide”. “¡El valle de Gahas está<br />
contigo!”. Y el esenio: “Y contigo las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen<br />
dioses, si consientes unirte a nosotros”, y continúa con una monserga de exaltado que se pierde<br />
en la gritería. Otros también insisten: “Los montañeses de la Judea son de la raza de fuertes<br />
reyes”. “Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora. También las mujeres,<br />
también los niños son héroes”. “¿Crees que seamos pocos? Somos ejércitos y ejércitos. Todo<br />
el pueblo está contigo. ¡Tú eres rey de la estirpe de David, el Mesías! Éste es el grito que se oye<br />
en los labios de los sabios y de los ignorantes, porque es el grito de los corazones... Tus<br />
milagros... tus palabras... las señales...”. ■ Una confusión que no logro seguir. Jesús, cual roca<br />
firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible. Y la vorágine de súplicas,<br />
insistencias, razones, continúa: “¡Nos destruyes! ¿Por qué quieres nuestra destrucción? ¿Quieres<br />
actuar solo? No puedes, Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los Asideos y Judas libertó a<br />
Israel con su ayuda... ¡Acepta!”. De cuando en cuando todos dicen esta única palabra. Jesús no<br />
cede.<br />
* “La mayor desgracia de un creyente es caer en la falsa interpretación de las señales”.- ■<br />
Uno de los Ancianos --anciano, y mucho, también de edad-- cuchichea con un sacerdote y un<br />
escriba, más viejos que él. Se abren paso. Imponen silencio. Habla el escriba anciano, que<br />
también ha llamado a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan: “Señor, ¿por qué no quieres<br />
ceñir la corona de Israel?”. Jesús: “Porque no es mía. No soy hijo de príncipe hebreo”. Escriba:<br />
“Señor, tal vez no lo sabes. Un día, éste y éste otro fuimos convocados, porque tres Sabios<br />
llegaron preguntando dónde estaba el que había nacido como rey de los hebreos. ¿Comprendes?<br />
«Nacido Rey». Herodes para poder responder nos convocó a nosotros, a los príncipes de los<br />
sacerdotes y a los escribas del pueblo. Con nosotros estaba Hilel el Justo. Nuestra respuesta fue:<br />
«En Belén de Judá». Nos consta que naciste allí y que grandes señales acompañaron tu<br />
nacimiento. Algunos de tus discípulos son testigos de esto, ¿puedes negar que los tres Sabios te<br />
adoraron como a Rey?”. Jesús: “No lo niego”. Escriba: “¿Puedes negar que el milagro te<br />
precede y que te acompaña y que te sigue como señal del Cielo?”. Jesús: “No lo niego”.<br />
Escriba: “¿Puedes negar que no eres el Mesías prometido?”. Jesús: “No”. Escriba: “Entonces,<br />
en nombre de Dios vivo ¿por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?”. Jesús: “Yo<br />
he venido a cumplir las esperanzas de Dios”. Escriba: “¿Cuáles?”. Jesús: “Las de la redención<br />
del mundo, del establecimiento del Reino de Dios. Mi Reino no es de este mundo. Dejad en su<br />
lugar vuestras riquezas, dejad las armas. Abrid los ojos y el corazón para leer las Escrituras y los<br />
Profetas, y para acoger mi Verdad, y tendréis el Reino de Dios en vosotros”. Escriba: “No. Las<br />
Escrituras hablan de un Rey libertador”. ■ Jesús: “De la esclavitud satánica, del pecado, del<br />
error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría. ¿Qué os hizo Satanás, hebreos, pueblo<br />
sabio, para haceros caer hasta tal punto en error acerca de las verdades proféticas? ¿Qué os hace,<br />
hebreos, hermanos míos, para haceros de tal manera ciegos? ¿Qué os hace, discípulos míos, para<br />
que ni siquiera vosotros comprendáis nada? La mayor desgracia de un pueblo y de un<br />
creyente es la de caer en una falsa interpretación de las señales. Y <strong>aquí</strong> es donde se cumple<br />
esta desgracia. Intereses personales, prejuicios, arrebatos, amor patrio mal entendido, todo esto<br />
sirve para que se abra el abismo... el abismo del error en que un pueblo perecerá desconociendo<br />
a su Rey, tomándole como lo que no es”. Escriba: “Tú eres el que te desconoces”. Jesús:<br />
“Vosotros sois los que os desconocéis, y también me desconocéis a Mí. Yo no soy el rey<br />
humano. Vosotros... vosotros, tres cuartas partes de los que estáis <strong>aquí</strong> reunidos, lo sabéis, y<br />
queréis mi mal, no mi bien. Lo hacéis por odio, no por amor. Os perdono. Digo a los rectos de<br />
corazón: «Volved en vosotros mismos, no seáis siervos involuntarios del mal». Dejadme que me<br />
38
vaya. No tengo nada que añadir”. Un silencio lleno de estupefacción... ■ Eleazar dice: “No soy<br />
enemigo tuyo. Creía que buscaba tu bien. No soy el único... Otros amigos piensan como yo”.<br />
Jesús: “Lo sé. Pero dime, y sé sincero: ¿qué dice Gamaliel?”. Eleazar: “¿El Rabí?... dice... Sí,<br />
dice: «El Altísimo hará la señal si éste es su Mesías»”. Jesús: “Dice bien. ¿Y qué José el<br />
Anciano?”. Eleazar: “Que Tú eres el Hijo de Dios y reinarás como Dios”. Jesús: “José es un<br />
hombre recto. ¿Y Lázaro de Betania?”. Eleazar: “Sufre... Habla poco... Pero dice... que reinarás<br />
solo cuando nuestros espíritus te acojan”. Jesús: “Lázaro es sabio. Cuando vuestros espíritus me<br />
acojan. Por ahora vosotros --incluso aquellos a quienes juzgaba espíritus abiertos-- no aceptáis<br />
ni al Rey ni su Reino; y esto me llena de dolor”.<br />
* Jesús deja la sala. Los rectos reconocen su error; los malintencionados (mayoría) tratan<br />
de retenerle.- ■ Gritan muchos: “En una palabra: No aceptas”. Jesús: “Lo habéis dicho”. Otros<br />
gritan: “Nos has hecho comprometernos, nos dañas, nos...”. Son herodianos, escribas, fariseos,<br />
saduceos, sacerdotes. Jesús deja la mesa, y se dirige a este grupo mirándolo fijamente. ¡Qué<br />
ojos! Ellos involuntariamente enmudecen, se pegan contra la pared... Jesús se dirige a ellos cara<br />
a cara, y lentamente pero con una claridad sin ambages, como un sablazo: “Está dicho: «Maldito<br />
quien golpea a su prójimo a escondidas y acepta dones para condenar a muerte a un inocente»<br />
(Deut. 27,24 ). Yo os digo: os perdono. Pero vuestro pecado conoce el Hijo del hombre. Si no os<br />
perdonase Yo... Por mucho menos, Yeové redujo a cenizas a muchos de Israel”. Y se muestra<br />
tan severo al decir esto, que nadie se atreve a moverse. ■ Jesús levanta la doble y pesada<br />
cortina y sale al patio sin que nadie se atreva a hacer algo. Solo cuando la cortina deja de<br />
moverse, esto es, después de algunos minutos, vuelven a pensar. Los más enfurecidos dicen:<br />
“Hay que alcanzarle... Hay que retenerle...”. Los mejores dicen: “Hay que decirle que nos<br />
perdone”. Son Mannaén, Timoneo, los prosélitos, el de Bozra, en una palabra, los rectos de<br />
corazón. Se arremolinan fuera de la sala. Buscan, preguntan a los siervos. “¿El Maestro?<br />
¿Dónde está?”. ¿El Maestro? Nadie le ha visto, ni siquiera los que están en las dos puertas del<br />
patio. No está... Con antorchas y linternas le buscan en la oscuridad del jardín, en la habitación<br />
donde descansó. No está, ni tampoco está su manto que había dejado sobre el lecho, ni la bolsa<br />
dejada en el patio... Exclaman: “¡Se nos ha escapado! ¡Es un Satanás! No. No. Es Dios. Hace lo<br />
que quiere. ¡Nos traicionará! No. Nos conocerá en nuestra verdadera realidad”. Un griterío de<br />
pareceres y de insultos recíprocos. Los de buen corazón gritan: “Nos engañasteis. ¡Traidores!<br />
¡Debíamos haberlo imaginado!”. Los malintencionados, o sea, la mayoría, amenazan, y la riña,<br />
perdido el chivo expiatorio, se vuelve contra sí mismos...<br />
* El amoroso Juan, que ha seguido las pasos de su Maestro en la huida, se encuentra con<br />
Él, un Jesús triste y abatido.- El testimonio que dará el predilecto.- ■ ¿Y Jesús, dónde está?<br />
Le veo, por voluntad suya, muy lejos, en dirección al puente que da sobre la desembocadura del<br />
Jordán. Camina veloz, como si el viento se lo llevase. Sus cabellos le revolotean por su rostro<br />
pálido, su vestido se agita cual una vela en su ligero andar. Luego, cuando está seguro que se ha<br />
alejado, se interna entre los juncos de la orilla y toma la margen oriental. Y apenas encuentra las<br />
primeras rocas del alto acantilado, se sube, sin preocuparse de la poca luz ni del peligro que<br />
supone el subir por la costa abrupta. Sube, continúa subiendo hasta un peñasco que se asoma<br />
hacia el lago, velado por una vieja encina; y allí se sienta, pone un codo en la rodilla, apoya el<br />
mentón en la palma de la mano, y, con la mirada fija en el espacio anchuroso que va<br />
envolviéndose en la noche, apenas visible aún por la blancura del vestido y la palidez del rostro,<br />
así permanece... ■ Pero alguien le ha seguido. Es Juan, semidesnudo, esto es, con la túnica corta<br />
de los pescadores, con los cabellos empapados en agua, jadeante y sin embargo pálido. Se<br />
acerca poco a poco a Jesús. Parece una sombra que se deslizara sobre el escabroso acantilado.<br />
Se detiene distante. Mira a Jesús atentamente... No se mueve, parece cual roca. Su túnica oscura<br />
le favorece. Solo la cara, las pantorrillas y los brazos desnudos son visibles en la oscuridad de la<br />
noche. Pero cuando oye que Jesús llora, entonces no resiste más, y se acerca hasta hacerse oír:<br />
“¡Maestro!”. Jesús oye. Levanta la cabeza. Con ademán de huir se recoge el manto. Juan grita:<br />
“¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me reconozcas?”. Jesús reconoce a su predilecto. Le<br />
tiende los brazos y Juan se lanza a ellos. Los dos lloran por dos diversos dolores y por un solo<br />
amor. El llanto cesa y Jesús es el primero en volver a la visión completa de las cosas. Siente y<br />
ve a Juan semidesnudo, con la túnica empapada en agua, con su cuerpo que tiembla de frío,<br />
descalzo. “¿Cómo estás <strong>aquí</strong> y en estas trazas?”. Juan: “¡No me reprendas, Maestro! No pude<br />
39
aguantarme... No podía dejarte ir... Me quité los vestidos, menos la túnica, y me eché a nadar;<br />
he regresado a Tariquea nadando; y de allí, por la orilla, corriendo hasta el puente; y luego paso<br />
tras paso, detrás de Ti; y me he quedado escondido en el foso que hay junto a la casa, preparado<br />
para ir en tu ayuda, atento, al menos, para saber si te raptaban, si te hacían algún mal. Y he oído<br />
muchas cosas que disputaban y luego te he visto a Ti pasando veloz delante de mí. Parecías un<br />
ángel. Por seguirte sin perderte de vista, he caído en hoyos y pantanos y por esto estoy lleno de<br />
barro. Te habré manchado el vestido... Te estaba mirándote desde que has llegado <strong>aquí</strong>...<br />
¿Llorabas? ■ ¿Qué te han hecho, Señor mío? ¿Te insultaron? ¿Te golpearon?”. Jesús: “No. Me<br />
querían hacer rey. ¡Un pobre rey, Juan! Varios lo hacían de buena fe, llevados de un amor<br />
verdadero, por un fin bueno... Pero los más... para denunciarme y matarme...”. Juan: “¿Quiénes<br />
son éstos?”. Jesús: “No preguntes”. Juan: “¿Y los otros?”. Jesús: “No preguntes ni siquiera el<br />
nombre de éstos. No debes odiar, ni debes criticar... Los perdono...”. Juan: “Maestro... ¿había<br />
discípulos?... Dime solo esto”. Jesús: “Sí”. Juan: “¿Y apóstoles?”. Jesús: “No, Juan. Ningún<br />
apóstol”. Juan: “¿De veras, Señor?”. Jesús: “De veras, Juan”. Juan: “Dios sea alabado... ■<br />
Pero, ¿por qué sigues llorando, Señor? Yo estoy contigo. Te amo por todos. También Pedro y<br />
Andrés y los demás... Cuando vieron que me echaba al lago, me dijeron que estaba loco, y<br />
Pedro se enfureció y mi hermano dijo que quería yo morir en los remolinos. Pero luego<br />
comprendieron y gritaron: “Dios te acompañe. Ve, ve”. Nosotros te amamos, pero nadie como<br />
yo, que soy un muchacho”. Jesús: “Sí. Nadie como tú. ¡Tienes frío! Ven <strong>aquí</strong> bajo mi manto...”.<br />
Juan: “No, a tus pies. ¡Así... Maestro mío! ¿Por qué no todos te aman como este pobre<br />
muchacho cual soy yo?”. Jesús le estrecha contra su corazón, sentándose a su lado: “Porque no<br />
tienen tu corazón de niño...”. ■ Juan: “¿Querían hacerte rey? ¿Pero no han comprendido que tu<br />
Reino no es de esta tierra?”. Jesús: “¡No lo comprenden!”. Juan: “Sin decir nombre alguno,<br />
cuéntame, Señor, cómo estuvo...”. Jesús: “Pero tú no dirás lo que te digo”. Juan: “Si así lo<br />
quieres, señor, no lo diré...”. Jesús: “No lo dirás sino cuando los hombres quieran presentarme<br />
como un común líder del pueblo. Llegará ese día. Tú estarás y dirás: «Él no fue Rey de la tierra,<br />
porque no quiso, porque su Reino no es de este mundo. Él es el Hijo de Dios. El Verbo<br />
Encarnado y no podía aceptar lo que es terreno. Quiso venir al mundo, revestirse de carne para<br />
redimir al hombre, a las almas, al mundo. Pero no se sometió a las pompas del mundo, ni a los<br />
incentivos del pecado. En Él no hubo nada de carnal ni de mundano. La Luz no se recubrió de<br />
Tinieblas. El Infinito no aceptó cosas finitas; sino que de las criaturas limitadas por la carne y el<br />
pecado hizo criaturas que fuesen más iguales a Él. Llevó a los que creyeron en Él a la verdadera<br />
realeza e instauró su Reino en los corazones, antes de instaurarlo en los Cielos, donde será<br />
completo y eterno con todos los salvados». Dirás esto, Juan, a quien pretenda verme solo<br />
hombre, a quien pretenda verme solo espíritu, a quien pretenda negar que Yo haya sufrido<br />
tentación... y el dolor... Dirás a los hombres que el Redentor lloró... y que ellos, los hombres...<br />
fueron redimidos aun con mi llanto...”. Juan: “Sí, Señor. ¡Cómo sufres!”. Jesús: “¡Y así redimo!<br />
Pero tú me consuelas en el sufrimiento. Cuando amanezca nos iremos de <strong>aquí</strong>. Encontraremos<br />
una barca. ¿Crees, si digo que podremos ir sin remos?”.Juan: “Yo creería aunque dijeras que<br />
iremos sin barca...”. Se quedan así juntos, envueltos en el único manto. Juan, sintiendo calor,<br />
termina por dormirse, cansado, como un niño en los brazos de su madre.(Escrito el 30 de Julio<br />
de 1946).<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
40
7-464-234 (8-157-230).- Comentario de Jesús sobre el texto: “Sabiendo que querían raptarle<br />
para hacerle rey, nuevamente huyó al monte”.<br />
* Malicia satánica y humana contra el Cristo.-. ■ Dice Jesús: “En el sexto capítulo del<br />
Evangelio se dice: «Sabiendo que querían raptarle para hacerle rey, huyó de nuevo solo al<br />
monte». Y esta hora del Mesías se da a conocer a los creyentes para que sepan que fueron<br />
múltiples y complejas las tentaciones y luchas intentadas contra Él en sus diversas<br />
características de Hombre, Maestro, Redentor, Rey, y que los hombres y Satanás --el eterno<br />
azuzador de los hombres--, no desaprovecharon ninguna oportunidad para destruirle, para<br />
abatirle. Contra el Hombre, contra el Eterno Sacerdote, contra el Maestro, contra el Señor<br />
arremetieron las milicias satánicas y humanas, enmascaradas bajo los pretextos más aceptables<br />
como buenos; y todas las pasiones del ciudadano, del patriota, del hijo, del hombre, fueron<br />
hurgadas o tentadas para ver si podían descubrir el menor resquicio de debilidad que sirviera de<br />
punto de apoyo para arremeter. ¡Oh, hijos míos que no reflexionáis sino en la tentación inicial y<br />
en la última, y que de mis fatigas de Redentor os parecen «fatigas» solo las últimas, y dolorosas<br />
solo las últimas horas, y amargas y desengañadoras solo las últimas experiencias, poneos solo<br />
una hora en mi lugar, pensad que es a vosotros a quienes se os propone la paz con vuestros<br />
compatriotas, su ayuda, la posibilidad de llevar a cabo las purificaciones necesarias para hacer<br />
santo el País amado, las posibilidades de restaurar, reunir a los miembros esparcidos de Israel,<br />
de acabar con el dolor, con la esclavitud, con el sacrilegio! Y no digo: poneos en mi lugar<br />
pensando en vosotros como destinatarios de una corona que se os ofrece. Digo solo que tengáis<br />
mi corazón de Hombre durante una hora y decidme: ¿cómo habríais salido de esta seductora<br />
propuesta? ¿Cómo triunfadores fieles a la divina Idea, o más bien como vencidos? ¿Habríais<br />
salido de la prueba más santos y espirituales que nunca, u os habríais destruido a vosotros<br />
mismos adhiriéndoos a la tentación, o cediendo a las amenazas? ¿Y con qué corazón habríais<br />
salido de ella, tras haber comprobado hasta qué punto Satanás arrojaba sus armas para herirme<br />
en mi misión y en los sentimientos, llevándome a los discípulos buenos por un camino<br />
equivocado y poniéndome en estado de lucha abierta con los enemigos, en ese momento ya<br />
desenmascarados, agresivos ahora por haber sido descubiertos sus complots?”.<br />
* “No superpongáis la frase del Evangelio de Juan y el episodio dado por el pequeño Juan<br />
para ver si los contornos coinciden. Ni Juan ni el pequeño Juan, que ha dicho lo que vio,<br />
se han equivocado”.- ■ Jesús: “No toméis ahora el compás y la regla, el microscopio y la<br />
ciencia humana; no andéis ahí midiendo, comparando, refutando con argumentos ridículos de<br />
escriba, sobre si Juan habló con exactitud y hasta qué punto es verdad esto o aquello. No<br />
superpongáis la frase de Juan y el episodio dado ayer por el pequeño Juan, para ver si los<br />
contornos coinciden. Juan no se equivocó por debilidad de anciano, y no se equivocó el pequeño<br />
Juan por debilidad de enferma. Ésta ha dicho lo que vio. El gran Juan, después de varios<br />
lustros de lo sucedido, narró lo que sabía, y con indicaciones de lugares y hechos reveló el<br />
secreto que sólo él conocía de cuando intentaron, no sin malicia, coronar al Mesías. ■ En<br />
Tariquea, después de la primera multiplicación de los panes, surge en el pueblo la idea de hacer<br />
rey de Israel al Rabí nazareno. Están presentes Mannaén, el escriba y otros muchos que,<br />
imperfectos en su corazón, tenían con todo buena intención. Aceptan la idea y la apoyan para<br />
dar honor al Maestro, para poder así terminar con la injusta lucha contra Él, por error en la<br />
interpretación de las Escrituras, un error extendido por todo Israel que estaba ciego con sueños<br />
de realeza humana, y porque esperaban santificar la Patria contaminada por muchas cosas. Y<br />
muchos, como era natural, se adhieren simplemente a la idea. Muchos fingen mentirosamente<br />
estar conmigo para poderme hacer daño. Unidos éstos últimos por el odio contra Mí, olvidan sus<br />
odios de casta, que los habían mantenido siempre separados y se alían para tentarme, para poder<br />
dar después una apariencia legal al crimen que ya sus corazones habían decidido. Ponen su<br />
esperanza en alguna debilidad mía, en algún acto de orgullo. El orgullo y la debilidad, con<br />
consiguiente aceptación de la corona que me ofrecían, darían una justificación a las acusaciones<br />
que habían pensado lanzar contra de Mí. Y después... después ello serviría para dar la paz a su<br />
corazón mentiroso, lleno de remordimientos, y se dirían a sí mismos, esperando poder creerlo:<br />
«Roma, no nosotros, ha acabado con el agitador Nazareno». La eliminación legal de su<br />
Enemigo (enemigo era para ellos su Salvador)...”.<br />
41
* “Aquí tenéis las razones de la proclamación que intentaron, la clave de odios más fuertes<br />
que después manifestaron; y la lección de Cristo: todo debe ser aceptado o rechazado<br />
mirando el santo fin del hombre: el Cielo, la voluntad del Padre... Las horas de Satanás<br />
que experimentó el Mesías las experimentarán también sus seguidores”.- ■ Jesús: “Aquí<br />
están las razones de la proclamación que intentaron. Aquí está la clave de los odios, más fuertes,<br />
que manifestaron después. Aquí tenéis, en fin, la lección profunda del Cristo. ¿La comprendéis?<br />
Es lección de humildad, de justicia, de obediencia, de fortaleza, de prudencia, de fidelidad, de<br />
perdón, de paciencia, de vigilancia, de saber soportar, respecto a Dios, respecto a la propia<br />
misión, respecto a los amigos, respecto a los ingenuos, respecto a los enemigos, respecto a<br />
Satanás, respecto a los hombres, que de éste son instrumentos de tentación, respecto a las cosas,<br />
respecto a las ideas. Todo debe ser contemplado, aceptado, rechazado, amado o no, mirando el<br />
santo fin del hombre: el Cielo, la voluntad de Dios. ■ Pequeño Juan. Esta fue una de las horas<br />
de Satanás contra Mí. Y como las experimentó el Mesías, así también las experimentan sus<br />
seguidores. Es menester soportarlas y vencerlas sin soberbia, sin desesperanzas. No carecen de<br />
finalidad, de finalidad buena. Por lo tanto no tengas miedo. Durante estas horas, Dios no<br />
abandona, sino que sostiene a quien fue fiel. Luego desciende el Amor para hacer reyes a los<br />
fieles. Y, posteriormente, acabada la hora de la Tierra, subirán los fieles al Reino, a una paz<br />
eterna, a una victoria sin fin... Mi paz, pequeño Juan, coronado de espinas. Mi paz...”. (Escrito<br />
el 31 de Julio de 1946).<br />
. --------------------000--------------------<br />
7-477-323 ( ) .- Los sufrimientos morales de Jesús y de <strong>María</strong>.<br />
* “No pensáis en la agonía de <strong>María</strong> durante treinta y tres años que culminó al pie de la<br />
Cruz (por eso no le niego nada) ni en la sensibilidad a los afectos del corazón del Hijo de<br />
<strong>María</strong>... Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio (de un Dios)<br />
demasiados pocos se salvarían. A todos ellos los tuve presentes”.- Dice Jesús: “No he<br />
olvidado tampoco este dolor de <strong>María</strong>, mi Madre. Haber tenido que lacerarla con la expectativa<br />
de mi sufrimiento, haber debido verla llorar. Por eso no le niego nada. Ella me dio todo. Yo le doy<br />
todo. Sufrió todo el dolor, le doy toda la alegría. Quisiera que, cuando pensáis en <strong>María</strong>,<br />
meditarais en esta agonía suya que duró treinta y tres años y culminó al pie de la Cruz. La<br />
sufrió por vosotros: por vosotros, las burlas de la gente, que la juzgaba madre de un loco; por<br />
vosotros, las críticas de los parientes y de las personas de importancia; por vosotros, mi<br />
aparente desaprobación: «Mi Madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de<br />
Dios». ¿,Y quién más que Ella la hacía? Y una Voluntad tremenda que le imponía la tortura de<br />
ver martirizar al Hijo. Por vosotros, la fatiga de ir acá o allá, a donde Yo estaba; por vosotros, los<br />
sacrificios: desde el de dejar su casita y mezclarse con las muchedumbres, al de dejar su<br />
pequeña patria por el tumulto de Jerusalén; por vosotros, el deber estar en contacto con aquel que<br />
guardaba dentro de su corazón la traición; por vosotros, el dolor de oír que me acusaban de<br />
posesión diabólica, de herejía. Todo, todo por vosotros. ■ No sabéis cuánto he amado a mi<br />
Madre. No reflexionáis en cuán sensible a los afectos era el corazón del Hijo de <strong>María</strong>. Y creéis<br />
que mi tortura fue puramente física, al máximo añadís la tortura espiritual del abandono final del<br />
Padre. No, hijos. También experimenté los afectos del hombre: sufrí por ver sufrir a mi Madre,<br />
por tener que llevarla como mansa cordera al suplicio, por tener que lacerarla con una cadena de<br />
despedidas... hasta aquélla, atroz, en el Calvario. ■ Sufrí por verme escarnecido, odiado,<br />
calumniado, rodeado de malsanas curiosidades que no evolucionaban hacia el bien sino hacia el<br />
mal. Sufrí por todas las falsedades que tuve que oír o ver activas a mi lado: las de los fariseos<br />
hipócritas, que me llamaban Maestro me hacían preguntas no por fe en mi inteligencia sino<br />
para tenderme trampas; las de aquellos a quienes había favorecido y se volvieron acusadores<br />
míos en el Sanedrín y en el Pretorio; aquélla, premeditada, larga, sutil de Judas, que me había<br />
vendido y continuaba fingiéndose discípulo; que me señaló a los verdugos con el signo del<br />
amor. Sufrí por la falsedad de Pedro, atrapado por el miedo humano. ■ ¡Cuánta falsedad, y<br />
cuán repelente para Mí que soy Verdad! ¡Cuánta, también ahora, respecto a Mí! Decís que<br />
me amáis, pero no me amáis. Tenéis mi Nombre en los labios, y en el corazón adoráis a Satanás<br />
y seguís una ley contraria a la mía. Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi<br />
Sacrificio --el Sacrificio de un Dios-- demasiados pocos se salvarían. A todos --digo: a todos--<br />
42
los que a lo largo de los siglos de la Tierra preferirían la muerte a la vida eterna, haciendo vano mi<br />
Sacrificio, los tuve presentes . Y con esta cognición fui a afrontar la muerte. ■ Ya ves, pequeño<br />
Juan, que tu Jesús y la Madre suya sufrieron agudamente en su yo moral. Y largamente.<br />
Paciencia, pues, si es que debes sufrir. «Ningún discípulo es más que el Maestro», lo dije”.<br />
(Escrito el 14 de Febrero de 1944).<br />
. --------------------000--------------------<br />
7-478-325 (8-173-311).-Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo (1) primos-hermanos de<br />
Jesús, (van a la fiesta de los Tabernáculos) que esperan reino espiritual pero en este mundo (2).<br />
*José y Simón, que han oído explicar a la Virgen los profetas, y que les han repetido las<br />
palabras de Jesús en la casa de Cusa, creen en Jesús como el Mesías pero no ven en Él la<br />
realeza atribuida al Mesías... Jesús necesita de los grandes Israel... incluso convocar a las<br />
armas a Israel”.- ■ Apenas despunta el sol sobre los campos bañados por una reciente llovizna.<br />
Sin duda es así, porque el camino está mojado, pero sin formarse todavía los lodazales. Por esto<br />
digo que hace poco lloviznó y por poco tiempo. Son las primeras lluvias otoñales. Son los<br />
primeros síntomas de las lluvias de Noviembre que transformarán los caminos de Palestina en<br />
lodo y barro. Esta breve llovizna ayuda a los viajeros porque impide que se levante el polvo del<br />
camino --uno de los azotes reservados a los meses de estío, así como el fango a los invernales--<br />
lava la cara del cielo, las hojas y las hierbas, que ahora limpias brillan a los primeros rayos del<br />
sol. Una suave brisa corre por entre los olivares que cubren las colinas nazaretanas. Pareciera<br />
como si un aleteo de ángeles sacudiera a las tranquilas plantas, pues sus ramas chocan con un<br />
sonido como de plumas que se mueven; y brillan con su color plateado, doblándose a un lado,<br />
como si detrás del aleteo angélico quedase una sombra de luz paradisíaca. ■ Ya la ciudad ha<br />
quedado unos cuantos estadios atrás, cuando Jesús, que ha caminado por atajos entre colinas,<br />
entra en el camino de primer orden que de Nazaret va a la llanura de Esdrelón, el camino de las<br />
caravanas que cada vez se ven más animadas de peregrinos hacia Jerusalén. Jesús continúa un<br />
poco más. Llega a un cruce donde el camino se bifurca cerca de una piedra miliar en que está<br />
escrito a ambos lados: «Jafa Simonia-Belén-Carmelo» al occidente, y «Jalot-Naím Scitópolis-<br />
Enganním» al oriente, y ve que en el borde del camino están sus primos José y Simón con Juan<br />
de Zebedeo que le saludan inmediatamente. Jesús: “La paz sea con vosotros. ¿Ya estáis <strong>aquí</strong>?<br />
Pensaba que sería el primero y que debía pararme <strong>aquí</strong> a esperaros”, y los besa contento de<br />
verlos. José: “No podías haber llegado primero antes que nosotros. Porque, nosotros, por temor<br />
a que pasaras antes de que llegásemos, nos hemos puesto en camino a la luz de las estrellas, que<br />
las nubes pronto las ocultaron”. Jesús: “Os había dicho que me veríais. Entonces, tú, Juan, no<br />
has dormido”. Juan: “Poco, Maestro, pero siempre más que Tú, sin duda alguna. Pero no<br />
importa”. Juan sonríe con esa cara tranquila, espejo de su agradable carácter que siempre está<br />
contento de todo. ■ Jesús dice a José: “Bueno, hermano. ¿Querías hablar conmigo?”. José: “Sí...<br />
Ven un poco adentro de ese viñedo. Ahí estaremos sin que nos molesten”. José de Alfeo es el<br />
primero que se mete entre dos hileras de vides, que ya no tienen uvas. Solo algún que otro<br />
racimo dejado para calmar el hambre del pobre, del peregrino, según las prescripciones<br />
mosáicas, queda en los sarmientos, entre las hojas que, próximas a caer, ya amarillean. Jesús le<br />
sigue con Simón. Juan se queda en el camino, pero Jesús le llama diciendo: “Puedes venir, Juan.<br />
Tú eres mi testigo”. Juan: “Pero...”, y mira cohibido a los dos hijos de Alfeo. José: “No, no.<br />
Ven también tú. Queremos que oigas lo que vamos decir”, y de este modo Juan baja también al<br />
viñedo por donde todos entran, siguiendo la curva de las hileras, para que nadie les vea desde el<br />
camino. ■ José: “Jesús, me siento alegre de ver que me quieres”. Jesús: “¿Y podías dudarlo?<br />
¿No te he amado siempre?”. José: “También yo siempre te he amado. Pero... pese a nuestro<br />
amor, tiempo hace que no nos comprendemos. Por mi parte no podía aprobar lo que hacías. Me<br />
parecía tu ruina, como la de tu Madre y nuestra. Bien sabes... todos los viejos galileos todavía<br />
nos acordamos de cómo fue derrotado Judas el galileo y cómo fueron dispersos sus familiares y<br />
seguidores, y cómo fueron confiscados sus bienes. Esto no lo quería para nosotros. Porque... Sí,<br />
no daba crédito a que precisamente de nosotros, de la estirpe de David, sí, pero tan... Bueno, no<br />
nos falta el pan, y alabado sea el Altísimo por ello. ¿Pero, dónde está la grandeza real que<br />
todas las profecías atribuyen al que será el Mesías? ¿Eres Tú la vara que golpea para<br />
dominar? No fuiste luz al nacer. ¡Ni siquiera naciste en tu casa!... ¡Yo conozco bien las<br />
43
profecías! Nosotros, somos ya un tronco seco. Y nada hacía entender que el Señor lo hubiese<br />
hecho reverdecer. ¿Y Tú qué eres, sino un justo? Por estos pensamientos te hacía frente,<br />
llorando por nuestra ruina. Y en medio de esta angustia mía vinieron los tentadores, para avivar<br />
aún más el fuego de mis ideas de grandeza. Jesús, tu hermano fue un necio. Les creí y te causé<br />
pesar. Es duro confesarlo, pero debo decírtelo. Y piensa que todo Israel estaba en mí: necio<br />
como yo; como yo, seguro de que la figura del Mesías no era la que Tú representabas... Es duro<br />
decir: «Me he equivocado. Nos hemos equivocado y seguimos equivocándonos. ¡Y desde hace<br />
siglos!». ■ Pero tu Madre me ha explicado las palabras de los profetas.¡Oh, sí! Santiago tiene<br />
razón. Y tiene razón Judas. De labios de <strong>María</strong> --como ellos oyeron, de niños, esas palabras--, se<br />
ve que eres el Mesías. Mira, mis cabellos ya encanecen. Ya no soy niño ni lo era cuando <strong>María</strong><br />
volvió del Templo, prometida a José. Y recuerdo aquellos días. Y la desaprobación de mi padre,<br />
una desaprobación cargada de asombro, cuando vio que su hermano no se casaba con ella lo<br />
más pronto posible. Asombro suyo, asombro de Nazaret. Y también murmuraciones. Porque no<br />
es usual dejar pasar tantos meses antes de las nupcias, poniéndose en peligro de pecar y de...<br />
Jesús, yo siento aprecio por <strong>María</strong> y honro la memoria de mi pariente. Pero el mundo... Para<br />
éste no se trató de algo bien hecho... Tú... Ahora lo sé. Tu Madre me explicó las profecías.<br />
Entonces se comprende por qué Dios quiso que se retardasen las nupcias. Para que tu<br />
nacimiento coincidiese con el gran Edicto y nacieses en Belén de Judá. Y... <strong>María</strong> me ha<br />
explicado todo. Ha sido como una luz para poder comprender lo que por humildad calló. ■<br />
Afirmo que eres el Mesías. Esto he dicho, y esto sostendré. Pero decirlo, no significa cambiar de<br />
mente... porque mi mente piensa que el Mesías debe ser Rey. Las profecías lo dicen... Es difícil<br />
poder comprender otro carácter en el Mesías sino el de rey... ¿Me comprendes? ¿Estás<br />
cansado?”. Jesús: “No lo estoy. Te escucho”. José: “Pues bien... Los que engañaban a mi<br />
corazón volvieron y querían que te coaccionara... Y, al no querer hacerlo, cayó de su rostro el<br />
velo y aparecieron como en realidad son: falsos amigos. Los verdaderos enemigos... Y vinieron<br />
otros, plañendo como pecadores. Escuché lo que me dijeron. Repitieron tus palabras en casa de<br />
Cusa... Ahora sé que Tú reinarás sobre los espíritus, o sea, serás Aquel en quien toda la<br />
sabiduría de Israel se centrará para dar leyes nuevas y universales. En Ti está la sabiduría de los<br />
patriarcas, la de los jueces, la de los profetas, la de nuestros abuelos, David y Salomón; en Ti la<br />
sabiduría que guió a los reyes, a Nehemías y Esdras; en Ti la que sostuvo a los Macabeos. Toda<br />
la sabiduría de un pueblo, de nuestro pueblo, del pueblo de Dios. Comprendo que darás al<br />
mundo, enteramente sujeto a Ti, tus leyes sapientísimas. Y verdaderamente pueblo de santos<br />
será tu pueblo. ■ Pero, hermano mío, no puedes hacer esto Tú solo. Moisés, en cosas de menor<br />
importancia, buscó quien le ayudase. Y era solo un pueblo. ¡Tú...todo el mundo! ¡Todo a tus<br />
pies!... ¡Ah, pero para hacer esto, debes hacerte conocer!... ¿Por qué sonríes con los labios<br />
teniendo cerrados los ojos?”. Jesús: “Porque estoy escuchando y me pregunto: «¿Mi hermano se<br />
ha olvidado de que me echó en cara el hecho de darme a conocer, diciendo que iba a perjudicar<br />
a toda la familia?». Por esto me sonrío. Pienso que hace dos años y medio no hago otra cosa<br />
sino que me conozcan”. José: “Es verdad. Pero, ¿quién te conoce? Una serie de pobres, de<br />
campesinos, de pescadores, de pecadores, y ¡de mujeres! Bastan los dedos de la mano para<br />
contar, entre los que te conocen, a los de valor. Digo que debes hacer que te conozcan los<br />
grandes de Israel: los sacerdotes, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos, los escribas, los<br />
grandes Rabinos de Israel. Todos ellos, que aunque pocos, valen por una multitud. Esos son los<br />
que deben conocerte. Ellos, los que no te aman tienen entre sus acusaciones --y comprendo<br />
ahora que son falsas-- una verdadera, justa: la de que los marginas. ¿Por qué no vas a donde<br />
están, y los conquistas con tu sabiduría? Sube al Templo, apodérate del Pórtico de Salomón -eres<br />
de la estirpe de David y profeta; ese lugar te pertenece por derecho y no a otros-- y habla”.<br />
Jesús: “He hablado y por ello me han odiado”. José: “Insiste. Habla como rey. ¿No recuerdas el<br />
poder, la majestad de las acciones de Salomón? Sí (¡maravilloso este sí!).Tú eres el<br />
verdaderamente profetizado, como lo dicen las profecías vistas con los ojos del espíritu. Tú eres<br />
más que un Hombre. Él, Salomón, no era más que hombre. Muéstrate por lo que eres, y ellos te<br />
adorarán”. ■ Jesús: “¿Que me adorarán los judíos, los principales, los jefes de familias y las<br />
tribus de Israel? Ciertamente no todos, pero alguno que otro me adorará en espíritu y en verdad.<br />
Pero no por ahora. Primero debo ceñir mi corona y tomar el cetro y vestirme de púrpura”. José:<br />
“¡Ah, entonces eres rey, y pronto lo serás! Lo has dicho. ¡Es como yo pensaba, y como otros<br />
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muchos!”. Jesús: “En verdad que no sabes cómo reinaré. Solo Yo y el Altísimo, y pocas almas a<br />
las que el Espíritu del Señor ha querido revelarlo, ahora y en tiempos pasados, sabemos cómo<br />
reinará el Rey de Israel, el Ungido de Dios”.■ Simón de Alfeo interviene: “Escúchame también<br />
a mí, hermano. José tiene razón. ¿Cómo quieres que te amen o que te teman si evitas siempre<br />
mostrarles tu poder? ¿No quieres convocar a Israel a las armas? ¿No quieres lanzar el antiguo<br />
grito de guerra y de victoria? Al menos --y no es la primera vez que así alguien haya subido al<br />
trono de Israel--, al menos por aclamación popular, al menos por haber sabido arrancar esta<br />
aclamación con tu poder de Rabí y Maestro, hazte rey”. Jesús: “Ya lo soy y siempre lo he<br />
sido”. Simón: “Es verdad. Nos lo dijo un jefe del Templo. Has nacido rey de los judíos. Pero Tú<br />
no amas a Judea. Eres un rey desertor porque no vas a ella. Eres un rey no santo, si no amas el<br />
Templo, donde la voluntad de un pueblo te ungirá rey. Sin la voluntad de un pueblo, a no ser<br />
que quieras imponerte a él por la fuerza, no puedes reinar”. ■ Jesús: “Quieres decir, Simón, sin<br />
la voluntad de Dios”.<br />
* “Toda Israel estará en mi proclamación. En Jerusalén seré proclamado Rey de los<br />
Judíos...No ha llegado mi hora”.- ■ Y Jesús prosigue: “¿Qué cosa es el querer del pueblo?<br />
¿Para quién es pueblo? ¿Quién lo gobierna? Dios. No lo olvides, Simón. Y Yo seré lo que Dios<br />
quiera. Por su querer seré lo que debo ser. Y nadie impedirá que Yo lo sea. No tendré necesidad<br />
de lanzar el grito para reunir la gente. Todo Israel estará presente a mi proclamación. No tendré<br />
necesidad de subir al Templo para ser aclamado. Me llevarán. Todo un pueblo me llevará para<br />
que suba a mi trono. Me acusáis de que no ame la Judea... En su corazón, en Jerusalén, me<br />
convertiré en el «Rey de los judíos». Saúl no fue proclamado rey en Jerusalén, ni David, ni<br />
tampoco Salomón. Pero Yo seré ungido Rey en Jerusalén. Por ahora no iré públicamente al<br />
Templo, y no me apoderaré de él porque no ha llegado mi hora”.■ José vuelve a tomar la<br />
palabra. “Te digo que estás dejando pasar tu hora. Te lo aseguro. El pueblo está cansado de sus<br />
opresores extranjeros y de nuestros jefes. Esta es la hora. Te lo aseguro. Toda Palestina, menos<br />
Judea, y no toda, te sigue como Rabí y mucho más. Eres cual bandera izada sobre una cima.<br />
Todos te miran. Eres como un águila y todos siguen tu vuelo. Eres como un vengador y todos<br />
esperan que arrojes la flecha. Ve. Deja la Galilea, la Decápolis, la Perea, las otras regiones, y ve<br />
al corazón de Israel, a la ciudadela donde está encerrado todo el mal, y de donde debe salir todo<br />
el bien, y conquístala. También allí tienes discípulos, aunque tibios, porque te conocen poco;<br />
pocos, porque no te quedas allí; vacilantes, porque no has hecho allí las <strong>obra</strong>s que en otras<br />
partes has hecho. Vete a Judea para que también esos vean lo que eres a través de tus <strong>obra</strong>s.<br />
Echas en cara a los judíos de que no te aman. Pero ¿cómo quieres que lo hagan, si te escondes<br />
de ellos? Nadie, que trata y quiere ser aclamado en público, hace a escondidas sus <strong>obra</strong>s, sino<br />
que las hace en público para ser visto. Si quieres <strong>obra</strong>r prodigios en los corazones, en los<br />
cuerpos, en los elementos, ve allá y haz que te conozca el mundo”. ■ Jesús: “Ya os lo dije. No<br />
ha llegado mi hora. No ha llegado mi tiempo. A vosotros os parece que sea la hora justa, pero<br />
no. Debo tomar mi tiempo. Ni antes ni después. Antes, sería inútil. Provocaría mi desaparición<br />
del mundo y de los corazones antes de haber cumplido mi <strong>obra</strong>. Y el trabajo ya hecho no daría<br />
su fruto, porque ni quedaría completo ni gozaría de la ayuda de Dios, que quiere que Yo lo<br />
cumpla sin omitir palabra o acción alguna. Debo obedecer a mi Padre. Jamás haré lo que<br />
esperáis, porque sería ir en contra de los designios de mi Padre. Os comprendo y os<br />
compadezco. No os guardo rencor. Ni siquiera estoy cansado, ni molesto de vuestra ceguedad...<br />
No sabéis, pero Yo sé. No sabéis. Veis lo exterior de la cara del mundo. Yo veo su profundidad.<br />
El mundo os muestra una cara todavía buena. No os odia, no porque os ame, sino porque no<br />
merecéis su odio. No sois dignos de ello. A Mí me odia porque soy un peligro para él. Un<br />
peligro para su falsedad, su avaricia, para la violencia que en él existen”.<br />
* “¿No comprendéis que si acepto ese reino, como vosotros lo imagináis, demostraría ser<br />
un Mesías falso, pues renegaría de Mí mismo y del Padre?... Al principio de mis días<br />
mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea<br />
Yo acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas”.- ■ Jesús: “Yo<br />
soy la Luz y la luz ilumina. El mundo no ama la luz porque descubre sus acciones. El mundo no<br />
me ama. No puede amarme porque sabe que vine a vencerlo en el corazón de los hombres, en el<br />
rey de las tinieblas que lo domina y lo hace errar. El mundo no se quiere convencer de que sea<br />
Yo su Médico y su Medicina, y, como un demente, querría derribarme para no ser curado. El<br />
45
mundo todavía no quiere convencerse de que soy el Maestro, porque lo que Yo digo es contrario<br />
a lo que él dice. Y entones trata de ahogar la Voz que habla al mundo para adoctrinarle en<br />
orden a Dios, para mostrarle la verdadera naturaleza de sus malas acciones. Entre el mundo y<br />
Yo hay un abismo. Y no por mi culpa. He venido para dar al mundo la Luz, el Camino, la<br />
Verdad, la Vida. Pero el mundo no quiere acogerme y por esto mi luz para él se hace tinieblas,<br />
porque será la causa de la condena de aquellos que no me recibieron. ■ En el Mesías está toda la<br />
Luz para aquellos de entre los hombres que quieren recibirle; mas en el Mesías también están<br />
todas las tinieblas para aquellos que me odian y me rechazan. Por ello, al principio de mis días<br />
mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea Yo<br />
acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas. En verdad, en verdad, os<br />
digo que los que me acojan vendrán a ser hijos de la Luz, o sea, de Dios; nacidos a Dios por<br />
haber acogido a Dios. ■ Por esto, si he venido a hacer de los hombres hijos de Dios, ¿cómo<br />
puedo hacer de Mí un rey, como, por amor o por odio, por ingenuidad o malicia, muchos en<br />
Israel queréis hacer? ¿No comprendéis que me destruiría a Mí mismo, lo que soy, o sea al<br />
Mesías, no al Jesús de <strong>María</strong> y José de Nazaret? ¿No comprendéis que destruiría al Rey de<br />
reyes, al Redentor, al Nacido de una Virgen y llamado Emmanuel, llamado el Admirable, el<br />
Consejero, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz, Dios, Aquel cuyo imperio y<br />
cuya paz no tendrán confines, sentado en el trono de David por su descendencia humana, pero<br />
que teniendo al mundo como escabel de sus pies, como escabel de sus pies a todos sus enemigos<br />
y al Padre a su lado, como está dicho en el Libro de los Salmos (Sal. 109,1), por derecho<br />
sobrehumano de origen divino? ¿No comprendéis que Dios no puede ser Hombre sino por<br />
perfección de bondad, para salvar al hombre, pero que no puede, no debe, rebajarse a Sí mismo<br />
con pobres cosas humanas? ¿No comprendéis que si aceptase la corona, este reino como<br />
vosotros lo imagináis, demostraría que soy un Mesías falso, mentiría, renegaría de Mí mismo y<br />
del Padre; y sería peor que Lucifer, porque privaría a Dios de la alegría de poseeros; sería peor<br />
que Caín para vosotros, porque os condenaría a un destierro perpetuo de Dios en un Limbo sin<br />
esperanza de Paraíso? ¿No comprendéis todo esto? ¿No comprendéis la trampa que los hombres<br />
os ponen para haceros caer? ¿La artimaña de Satanás para dar un golpe al Eterno en su Amado y<br />
en sus criaturas, los hombres? ¿No comprendéis que esta es la señal de que Yo soy más que<br />
hombre, que soy el Hombre-Dios? ¿No comprendéis que la señal de que...”. Simón exclama:<br />
“¡Las palabras de Gamaliel!”. Jesús: “... de que sea un rey, sino el Rey, es el odio de todo el<br />
infierno y de todo el mundo contra Mí? Debo enseñar, sufrir, salvaros. Esto es lo que tengo que<br />
hacer. Y esto no lo quiere Satanás, ni sus secuaces”.<br />
* “Entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso<br />
Gamaliel?... Iré a Judea. Daré pruebas para convencer. Será inútil... seré más odiado”- ■<br />
Jesús prosigue: “Uno de vosotros acaba de citar: «Las palabras de Gamaliel». Exacto. No es mi<br />
discípulo, y no lo será mientras esté Yo en este mundo. Pero es un hombre recto. Pues bien:<br />
entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso<br />
Gamaliel?”. Simón dice: “¡No! Esteban ha dicho que el rabí, cuando supo lo sucedido en casa<br />
de Cusa, exclamó: «Mi corazón da un vuelco preguntándose si será verdaderamente lo que dice.<br />
Pero cualquier pregunta quedaría muerta antes de formarse en la mente, y para siempre, si Él<br />
hubiera consentido a esto. El Niño al que escuché dijo que tanto la esclavitud como la realeza no<br />
serán como, comprendiendo mal a los profetas, las creíamos, o sea materiales, sino del espíritu,<br />
por <strong>obra</strong> del Mesías, Redentor de la Culpa y fundador del Reino de Dios en los espíritus.<br />
Recuerdo estas palabras. Y mido al Rabí según ellas. Si, midiéndole, Él fuese inferior a esa<br />
altura, yo le rechazaría como a pecador y embustero. Y temblé de miedo al ver que podría<br />
esfumarse la esperanza que aquel Niño puso en mí»”. ■ José replica: “Es verdad, pero... él no lo<br />
reconoce como al Mesías”. Simón contesta: “Espera una señal, dice”. José: “Entonces, dásela.<br />
Y que sea una gran señal”. Jesús: “Le daré. La que le prometí. Pero no ahora. Id vosotros entre<br />
tanto a la fiesta. No iré públicamente, como rabí, como profeta, para imponerme, porque todavía<br />
no ha llegado mi tiempo”. José: “¡Pero irás al menos a Judea! ¡Darás a los judíos pruebas que<br />
los convenza! Para que no puedan alegar...”. Jesús: “Así será. ¿Pero tú crees que contribuirán a<br />
mi paz? Hermano, cuanto más haga, más odiado seré. Pero voy a darte gusto. Les daré pruebas<br />
como no podrá haberlas mayores... y les diré palabras capaces de poder cambiar los lobos en<br />
corderos, las piedras duras en cera blanda. De nada a va a servir...”. Jesús está triste. ■ José:<br />
46
“¿Te causé dolor alguno? Lo dije por tu bien”. Jesús: “No me causas ningún dolor... Pero<br />
quisiera que me comprendieses, que, tú, hermano mío, me tomes por lo que soy... quisiera irme<br />
con la alegría de que eres mi amigo. El amigo comprende y defiende los intereses de su<br />
amigo...”. José: “Te aseguro que lo haré. Sé que te odian. Lo sé ya. Por esto vine. Tú lo sabes.<br />
Vigilaré por Ti. Soy el mayor. Aplastaré las calumnias. Tendré cuidado de tu Madre”. Jesús:<br />
“Gracias, José. Grande es mi peso. Tú lo aligeras. El dolor, cual un mar, avanza con sus olas<br />
para sumergirme y con él el odio... Pero si tengo vuestro amor, nada podrá. El Hijo del hombre<br />
tiene corazón... y este corazón tiene necesidad de amor...”. José: “Y yo te doy amor. Sí. Por<br />
Dios que me está viendo, te aseguro que te lo doy. Ve en paz, Jesús, a tu trabajo. Te ayudaré.<br />
Nos queríamos mucho. Luego... Pero ahora volvemos a lo que éramos en el pasado. Uno para el<br />
otro. Tú: el Santo; yo, el hombre; pero unidos para la gloria de Dios. Hasta la vista, hermano”.<br />
Jesús: “Hasta la vista, José”. Se besan. Ahora es Simón el que dice: “Bendícenos para que se<br />
abran nuestros corazones a la luz completa”. Jesús les bendice y antes de dejarles añade: “Os<br />
confío a mi Madre...”. José: “Vete en paz. Tendrá dos hijos en nosotros”. Se separan.<br />
* “Bienaventurados los niños para quienes es tan fácil creer”.-■ Jesús vuelve al camino y<br />
con Juan al lado emprende rápido la marcha. Después de algún tiempo Juan interrumpe el<br />
silencio para preguntar: “¿José de Alfeo está o no está todavía convencido?”. Jesús: “Todavía<br />
no”. Juan: “Entonces, ¿qué eres para él? ¿El Mesías? ¿El Hombre? ¿El Rey? ¿Dios? No<br />
comprendí bien. Me parece que él...”. Jesús: “José está como en uno de esos sueños de la<br />
mañana en que la mente ya está cerca de la realidad, sacudiéndose del pesado sueño, que<br />
producía irreales sueños, a veces pesadillas. Los fantasmas de la noche retroceden, pero la<br />
mente todavía fluctúa en un sueño que, por ser hermoso, no se querría que tuviera fin... Así es<br />
él. Se está acercando al despertar. Pero, por ahora, acaricia este sueño. Se divierte con él, porque<br />
para él es hermoso... Mas hay que saber tomar lo que el hombre puede dar. Y alabar al Altísimo<br />
por la transformación que se ha producido hasta ahora.■ ¡Bienaventurados los niños a quienes<br />
es tan fácil creer!”, y Jesús pasa un brazo por la cintura de Juan, que sabe ser niño y sabe creer,<br />
para hacerle sentir su amor. (Escrito el 22 de Agosto de 1946).<br />
·············································<br />
1 Nota : José y Simón de Alfeo.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Familia Alfeo.<br />
2 Nota : Ju.7,1-9.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
7-479-333 (8-174-319).- Juan (apóstoles) no puede creer en el MODO con que redimirá Jesús.<br />
* “Ni diez mil ni diez veces diez mil ¿qué sois contra la Voluntad de mi Padre?”.- ■ Jesús<br />
dice a Juan: “Estás muy cansado, Juan, pero tenemos que llegar mañana al atardecer a<br />
Enganním”. Juan: “Llegaremos, Señor”, y sonríe, a pesar de estar --él que ha andado más que<br />
todos-- hasta pálido por el cansancio. Trata de caminar más ligero para convencer al Maestro<br />
que no está muy cansado. Pero pocos pasos después vuelve a aflojar. Su cabeza le cae hacia<br />
delante, como oprimida por el peso de un yugo, sus pies se arrastran por el suelo y tropiezan con<br />
frecuencia. Jesús: “Dame, al menos, las alforjas. La mía es pesada”. Juan: “No, Maestro. Tú no<br />
estás menos cansado que yo”. Jesús: “Tú lo estás más porque fuiste desde Nazaret al bosque de<br />
Matatías y luego volviste a Nazaret”. Juan: “Y dormí en una cama. Tú no. Pasaste la noche sin<br />
dormir en el bosque y temprano te pusiste en camino de nuevo”. Jesús: “También tú. José lo<br />
dijo. Salisteis con las estrellas”. Juan sonríe: “¡Oh, pero las estrellas duran hasta el<br />
amanecer!...”. ■ Luego añade, poniendo cara seria: “Y no es el poco sueño lo que da dolor...”.<br />
Jesús: “¿Qué otra cosa Juan? ¿Qué cosa te ha causado dolor? Tal vez que mis hermanos...”.<br />
Juan: “No, Señor. También ellos... pero lo que más me duele... lo que me pesa... lo que me<br />
llega al alma es que vi llorar a tu Madre... No me dijo el por qué, ni tampoco se lo pregunté<br />
aunque tenía ganas. Pero la miraba tanto que me dijo: «Te lo diré en la casa ahora no, porque<br />
lloraría más fuerte». Y en casa me habló de una manera tan dulce y tan triste que también me<br />
puse a llorar”. Jesús: “¿Qué te dijo?”. Juan: “Me dijo que te quisiera mucho, que no te causara<br />
nunca ni siquiera el más pequeño dolor porque después tendría mucho remordimiento. Me dijo:<br />
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«Hagamos todo nuestro deber en los meses que nos quedan, y más que el deber». Porque para<br />
Ti, que eres Dios, solo el deber es poco. También me dijo --y esto me hizo sufrir mucho y, si no<br />
lo hubiera dicho Ella, no podría creerlo--, me dijo: «Y es incluso poco hacer solo el deber hacia<br />
quien se marcha y a quien no podremos más servir... Para poder estar resignados después,<br />
cuando ya no esté entre nosotros, es necesario haber hecho más que el deber. Será necesario<br />
haberle entregado todo, todo el amor, los cuidados, la obediencia, todo, todo. Entonces, en<br />
medio del desgarro de la separación se puede decir: „Puedo decir que, mientras Dios ha querido<br />
que le tuviera, no he dejado pasar un solo momento sin amarle y servirle‟». Yo le pregunté:<br />
«¿Pero de veras se va el Maestro? ¡Todavía tiene mucho que hacer! Habrá tiempo...». Y Ella<br />
meneó su cabeza, mientras dos gruesas lágrimas le bajaban de sus ojos, dijo: «El verdadero<br />
Maná, el vivo Pan, volverá al Padre cuando el hombre se esté felicitando de saborear el nuevo<br />
trigo... Y nosotros estaremos solos, entonces, Juan». Yo, para consolarla, le dije: «Es un gran<br />
dolor. Pero si Él vuelve al Padre, debemos alegrarnos. Nadie le podrá hacer ya daño alguno».<br />
Ella con gemidos dijo: «¡Oh, pero antes!», y yo creí entender. ■ ¿Pero así tiene que suceder,<br />
Señor? ¿De veras, así? Mira, no es que no creamos en tus palabras. Lo que pasa es que te<br />
amamos y... no te diré como Simón te dijo un día: esto no te puede suceder. Yo creo, todos<br />
creemos... Pero te amamos y...¡Oh, Señor mío! ¿Los pecados del amor son realmente pecados?”.<br />
Jesús: “El amor no peca nunca, Juan”. Juan: “Pues entonces nosotros, que te amamos, estamos<br />
dispuestos a combatir y a matar para defenderte. Los galileos no son estimados por los otros.<br />
Precisamente porque nos llaman pendencieros. ¡Que así sea! Defendiéndote, justificaremos la<br />
fama que tenemos. Estamos en los lugares donde, en tiempos de Débora, Barac destruyó el<br />
ejército de Sísara, con sus diez mil (Jue. 4,5). Y esos diez mil eran de Neftalí y Zabulón. Y<br />
nosotros descendemos de ellos. El nombre será distinto, pero el corazón es igual”. Jesús: “Diez<br />
mil... Pero aunque fueseis diez veces más diez mil, ¿qué podríais hacer?”. Juan: “¿Cómo?<br />
¿Temes a las cohortes? No son tantas y además... Ellos no te odian. No molestas. Porque Tú no<br />
piensas en un reino, en un reino que arrebate una presa a las garras del águila romana. No se<br />
meterán entre nosotros y tus enemigos, y éstos serán pronto vencidos”. Jesús: “Mil, diez mil,<br />
cien mil que fueseis, ¿qué sois contra la Voluntad del Padre? Debo cumplirla...”. Juan,<br />
desanimado, no dice más. ■ Es extraña esta terquedad, esta incapacidad mental de comprender<br />
la misión de Jesús, aun a sus mejores seguidores. Le aceptan como a Maestro, como a Mesías.<br />
Creen en su poder de salvar y redimir. Pero cuando se encuentran frente al modo con que<br />
redimirá, entonces su inteligencia se cierra. Parece como si perdiesen para ellos valor las<br />
profecías. ¿Y es mucho decir esto de israelitas de los que se puede afirmar que respiran,<br />
caminan, se nutren y viven por medio de las profecías? Todo lo que dicen los Libros Santos es<br />
verdadero, menos esto: que el Mesías debe padecer y morir, que los hombres deben derrotarle.<br />
Esto no lo pueden aceptar. Jesús se afana en mostrar cuadros de su Pasión, para que puedan leer<br />
lo que ésta será, y ellos me parecen ciegos y sordos. Cierran los ojos. No ven y, por tanto, no<br />
comprenden. (Escrito el 24 de Agosto de 1946).<br />
. --------------------000-------------------<br />
(
ha aprendido, si no ha estudiado nunca con ningún maestro?”, y, dirigiéndose a Jesús: “Di, pues,<br />
¿dónde has encontrado esta doctrina tuya?”. ■ Jesús alza un rostro inspirado y dice: “En verdad,<br />
en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino que es de Aquel que me ha enviado a<br />
vosotros. En verdad, en verdad os digo que ningún maestro me la ha enseñado, ni la he<br />
encontrado en ningún libro viviente, o en ningún rollo o monumento de piedra. En verdad, en<br />
verdad os digo que me he preparado para esta hora oyendo al Viviente hablarle a mi<br />
espíritu. Ahora la hora ha llegado para que Yo dé al pueblo de Dios la Palabra venida de<br />
los Cielos. Y lo hago, y lo haré hasta mi último suspiro, y, tras haberlo exhalado, las<br />
piedras que me oyeron y no ablandecieron, conocerán un temor a Dios más fuerte que el que<br />
experimentó Moisés en el Sinaí; y en medio de ese temor, con voces que bendigan o<br />
maldigan, las palabras de mi doctrina rechazada se grabarán en las piedras. Y esas palabras<br />
ya no se borrarán nunca. El signo permanecerá. Luz para quien lo acoja, al menos entonces,<br />
con amor; absolutas tinieblas para quien ni siquiera entonces comprenda que ha sido la<br />
voluntad de Dios la que me ha enviado para fundar su Reino. ■ Al principio de la creación<br />
fue dicho: «Hágase la luz». Y la luz apareció en el caos. Al principio de mi vida fue dicho:<br />
«Paz a los hombres de buena voluntad». La buena voluntad es aquella que hace la voluntad<br />
de Dios y no combate contra ella. Ahora bien, aquel que hace la voluntad de Dios y no<br />
combate contra ella siente que no puede combatir contra Mí, porque siente que mi doctrina<br />
viene de Dios y no de Mí mismo. ¿Acaso busco Yo mi gloria? ¿Digo, acaso, que soy el Autor<br />
de la Ley de gracia y de la era de perdón? No. Yo no tomo la gloria que no es mía, sino que<br />
doy gloria a la gloria de Dios, Autor de todo lo que es bueno. Ahora bien, mi gloria es hacer<br />
lo que el Padre quiere que haga, porque esto le da gloria a Él. El que habla en favor propio<br />
para recibir alabanza busca su propia gloria. Mas aquel que pudiendo --incluso sin buscarla--<br />
recibir gloria de los hombres por lo que hace o dice y la rechaza diciendo: «No es mía,<br />
creada por mí, sino que procede de la del Padre, de la misma manera que Yo de Él procedo»<br />
está en la verdad y en él no hay injusticia, pues da a cada uno lo suyo sin quedarse con nada<br />
de lo que no le pertenece. Yo soy porque Él ha querido que fuera”. Jesús se detiene un<br />
momento. Recorre con sus ojos la aglomeración de gente. Escudriña las conciencias. Las lee.<br />
Las sopesa.<br />
* “Los 10 mandamiento son de Dios... Una nueva, tremenda epifanía veréis pronto entre<br />
estos muros y comenzará el Reino de la Luz y el Santo de los Santos, oculto ahora tras<br />
triple cortina, será elevado... Si decís observar la Ley ¿por qué tratáis de matarme?...”.- ■<br />
Abre de nuevo sus labios: “Vosotros calláis: la mitad admirados, la otra mitad pensativos,<br />
pensando en cómo podéis hacerme callar. ¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde<br />
vienen? ¿Quién os los ha dado?”. La gente grita: “¡Moisés!”. Jesús: “No. El Altísimo. Moisés,<br />
su siervo, os los trajo. Pero son de Dios. Vosotros los que tenéis las fórmulas pero no tenéis<br />
la fe, en vuestro corazón decís: «Nosotros a Dios no le hemos visto. Y tampoco le vieron los<br />
hebreos que estaban al pie del Sinaí». ¡Oh!, no os son suficientes para creer que Dios estaba<br />
presente ni siquiera los rayos, que incendiaban el monte mientras Dios resplandecía<br />
tronando delante de Moisés. No os valen ni siquiera los rayos y los terremotos para creer<br />
que Dios está sobre vosotros para escribir el Pacto eterno de salvación y de condena. Una<br />
epifanía nueva, tremenda veréis, y pronto, entre estos muros. Y las penumbras sagradas<br />
ya no estarán en tinieblas, porque habrá comenzado el Reino de la Luz, y el Santo de los<br />
Santos, no oculto ya tras la triple cortina, será elevado ante la presencia de todos. Y todavía no<br />
creeréis. Entonces, ¿qué se necesitará para haceros creer? ¿Que los rayos de la Justicia<br />
incidan en vuestras carnes? Mas entonces la Justicia estará apaciguada, y descenderán<br />
los rayos del Amor. Y, a pesar de todo, ni siquiera éstos escribirán en vuestros corazones, en<br />
todos vuestros corazones, la Verdad y suscitarán el arrepentimiento y luego el amor...”. ■ Los<br />
ojos de Gamaliel, en un rostro tenso, están ahora fijos en el rostro de Jesús... que continúa:<br />
“Pero, Moisés sabéis que era hombre entre los hombres; de él os han dejado descripción los<br />
cronistas de su tiempo. Y, a pesar de todo, sabiendo incluso quién era, de Quién y cómo<br />
recibió la Ley, ¿observáis, acaso, esta Ley? No. Ninguno de vosotros la observa”. Un grito de<br />
protesta entre la gente. Jesús impone silencio: “¿Decís que no es verdad? ¿Que la observáis? ¿Y<br />
entonces por qué tratáis de matarme? ¿No prohíbe el quinto mandamiento matar al hombre?<br />
¿Vosotros no admitís en Mí al Cristo? Pero no podéis negar que Yo sea hombre. Entonces<br />
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¿por qué tratáis de matarme?”. Precisamente aquellos que quieren matarle, gritan: “Pero Tú<br />
estás loco! ¡Eres un endemoniado! ¡Un demonio habla en Ti y te hace delirar y decir<br />
embustes! ¡Ninguno de nosotros piensa en matarte! ¿Quién quiere matarte?”. ■ Jesús: “¿Que<br />
quién? Vosotros. Y buscáis las disculpas para hacerlo. Y me echáis en cara culpas no<br />
verdaderas. Me echáis en cara --y no es la primera vez-- el que haya curado a un hombre<br />
en sábado. ¿Y no dice Moisés que tengamos piedad incluso del asno y del buey caídos, porque<br />
representan un bien para el hermano? ¿Y Yo no debería tener compasión del cuerpo enfermo de<br />
un hermano, para el cual la salud recuperada es un bien material y un medio espiritual para<br />
bendecir a Dios y amarle por su bondad? ¿Y la circuncisión que Moisés os dio por haberla<br />
recibido de los patriarcas, acaso no la practicáis también en día de sábado? Si<br />
circuncidando a un hombre en día de sábado no se viola la Ley mosaica del sábado, porque la<br />
circuncisión sirve para hacer de un varón un hijo de la Ley, ¿por qué os enojáis contra Mí si<br />
en día de sábado he curado a un hombre enteramente, en el cuerpo y en el espíritu, y he<br />
hecho de él un hijo de Dios? No juzguéis según la apariencia y la letra, sino juzgad con<br />
recto juicio y con el espíritu, porque la letra, las fórmulas, las apariencias, son cosas muertas,<br />
escenarios pintados, pero no verdadera vida, mientras que el espíritu de las palabras y<br />
apariencias es vida real y fuente de eternidad. Pero vosotros no entendéis estas cosas porque<br />
no las queréis entender. Vamos” . Y vuelve las espaldas a todos.<br />
* La manifestación final del Hijo del hombre será: como la del relámpago (Lc.17,22-25). ■<br />
Se dirige hacia la salida, seguido y Él circundado por sus apóstoles y discípulos, que le miran:<br />
con pena por Él, con enojo contra los enemigos. Él, pálido, les sonríe y les dice: “No<br />
estéis tristes. Vosotros sois amigos míos. Y hacéis bien siéndolo, porque mi tiempo se<br />
acerca a su fin. Pronto llegará el tiempo en que desearéis ver uno de estos días del Hijo<br />
del hombre, mas no podréis ya verlo. Entonces hallaréis confortación en deciros: «Nosotros le<br />
amamos y le fuimos fieles mientras Él estuvo entre nosotros». Y para burlarse de vosotros y<br />
haceros aparecer como locos os dirán: «Cristo ha vuelto. ¡Está <strong>aquí</strong>! ¡Está allá!». No creáis en<br />
esas voces. No vayáis, no os pongáis a seguir a estos falaces burladores. El Hijo del hombre,<br />
una vez que se haya marchado, no volverá sino cuando llegue su Día. Y entonces su<br />
manifestación será semejante al relámpago, que resplandeciendo surca el cielo de una<br />
parte a otra, tan rápidamente, que el ojo apenas puede seguirle. Vosotros, y no sólo<br />
vosotros, sino ningún hombre, podría seguirme en mi aparición final para recoger a todos<br />
aquellos que fueron, son y serán. ■ Pero antes de que esto suceda es necesario que el Hijo<br />
del hombre sufra mucho. Sufra todo. Todo el dolor de la Humanidad, y, además, sea repudiado<br />
por esta generación”. El pastor Matías observa: “Pero entonces, mi Señor, sufrirás todo el mal<br />
que será capaz de descargar sobre Ti esta generación”. Jesús: “No. He dicho: «Todo el dolor<br />
de la Humanidad». Ella existía antes de esta generación, y existirá, por generaciones y<br />
generaciones, después de ésta. Y siempre pecará. Y el Hijo del hombre gustará toda la<br />
amargura de los pecados pasados, presentes y futuros, hasta el último pecado, en su espíritu,<br />
antes de ser el Redentor. Y, ya en su gloria, todavía sufrirá, en su espíritu de amor, al ver<br />
que la Humanidad pisotea su amor. Vosotros no podéis entender por ahora... Vamos ahora a<br />
esta casa que me es amiga”.Y llama a una puerta, que se abre y le deja entrar, sin que el<br />
custodio muestre estupor por el número de personas que entran detrás de Jesús. (Escrito el<br />
3 de Septiembre de 1946).<br />
············································<br />
1 Nota : Ju. 7,11-24; Lc. 17,20-25.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
7-487-380 (8-182-364).- Discurso sobre la naturaleza del Mesías (1) en el Templo, en el día de<br />
los Tabernáculos.<br />
* “Tenemos pruebas. Sabemos de dónde es Éste. Pero cuando venga el Mesías nadie<br />
sabrá de dónde es. ¡¡Pero de éste!! Es hijo de un carpintero de Nazaret”.- ■ Jesús se<br />
acerca lentamente. Pasa por delante de Gamaliel --que ni siquiera alza la cabeza--, y va al sitio<br />
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de ayer. La gente, mezcla, ahora, de israelitas, prosélitos y gentiles, comprende que va a<br />
empezar a hablar y susurra: “Fijaos que habla públicamente y no le dicen nada”. “Quizás los<br />
príncipes y los jefes han reconocido en Él al Mesías. Ayer Gamaliel, cuando se marchó el<br />
Galileo, habló mucho con unos Ancianos”.“¿Pero es posible? ¿Cómo han hecho para<br />
reconocerle de repente, si sólo un poco antes le consideraban hombre merecedor de la<br />
muerte?”. “Quizás Gamaliel tenía pruebas...”. Arremete uno: “¿Y qué pruebas? ¿Qué pruebas<br />
queréis que tenga en favor de ese hombre?”. Le abuchean: “Cállate, ventajista. No eres más que<br />
el último de los escribanos. ¿Quién te ha preguntado?”. El otro se marcha. ■ Pero, en su lugar,<br />
aparecen otros, que no pertenecen al Templo, sino --ciertamente-- a los incrédulos judíos:<br />
“Nosotros tenemos las pruebas. Nosotros sabemos de dónde es éste. Pero, cuando venga el<br />
Mesías, nadie sabrá de dónde es. No sabremos su origen. ¡¡¡Pero de éste!!! Es hijo de un<br />
carpintero de Nazaret, y todo su pueblo puede traer <strong>aquí</strong> su testimonio contra nosotros si<br />
mentimos...”. ■ Entretanto, se oye la voz de un gentil, que dice: “Maestro, háblanos un<br />
poco a nosotros hoy. Nos ha sido dicho que afirmas que todos los hombres provienen de un<br />
solo Dios, el tuyo. Tanto que los llamas hijos del Padre. Algunos poetas nuestros estoicos<br />
tuvieron también una idea semejante a ésta. Dijeron: «Somos estirpe de Dios». Tus<br />
connacionales dicen que somos más impuros que animales. ¿Cómo concilias las dos<br />
tendencias?”. ■ Se plantea la cuestión según las costumbres de las disputas filosóficas, al<br />
menos eso creo. Y, cuando Jesús está para responder, aumenta de tono la disputa entre los<br />
judíos incrédulos y los creyentes, y una voz estridente repite: “Es un simple hombre. El<br />
Mesías no será eso. Todo en Él tendrá carácter excepcional: forma, naturaleza, origen...”.<br />
. ● “En verdad os digo que Yo no he venido por Mí mismo ni tampoco de donde vosotros<br />
creéis... Yo conozco a Aquel que me ha enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un<br />
Todo con Él”. Gamaliel calma el tumulto.-■ Jesús se vuelve en esa dirección y dice fuerte:<br />
“¿Entonces me conocéis y sabéis de dónde vengo? ¿Estáis bien seguros de ello? ¿Y lo poco<br />
que sabéis no os dice nada? ¿No os resulta confirmación de las profecías? Pero no, vosotros no<br />
sabéis todo de Mí. En verdad, en verdad os digo que Yo no he venido por Mí mismo, ni<br />
tampoco de donde vosotros creéis que he venido. Es la misma Verdad la que me ha enviado,<br />
y vosotros no la conocéis”. Prorrumpen los enemigos en un grito de enfado. Jesús<br />
continúa: “La misma Verdad. Vosotros no conocéis sus <strong>obra</strong>s. No conocéis sus caminos, los<br />
caminos por los que Yo he venido. El odio no puede conocer ni los caminos ni las <strong>obra</strong>s del<br />
Amor. Las tinieblas no pueden aguantar la vista de la Luz. Mas Yo conozco a Aquel que me ha<br />
enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un Todo con Él. Y Él me ha enviado para que<br />
cumpla lo que su Pensamiento quiere”. Nace un tumulto. Los enemigos se lanzan contra Él<br />
para ponerle las manos encima, para capturarle y pegarle. Apóstoles, discípulos, pueblo,<br />
gentiles, prosélitos reaccionan para defenderle. ■ Acuden otros a ayudar a los primeros, y<br />
quizás hubieran logrado su objetivo, pero Gamaliel, que hasta ese momento parecía ajeno a<br />
todo, deja su alfombra y va hacia Jesús --apartado hacia el pórtico por quienes le quieren<br />
defender-- y grita: “Dejadle. Quiero oír lo que dice”. Más que el pelotón de legionarios que, de<br />
la Antonia, acude para calmar el tumulto, hace la voz de Gamaliel. El tumulto cesa cual<br />
torbellino que se deshace, y el clamor se calma transformándose en rumor. Los legionarios,<br />
por prudencia, se quedan cerca del muro externo, pero ya sin función alguna. Gamaliel<br />
ordena a Jesús: “Habla. Responde a los que te acusan”. El tono es imperioso, pero no burlón.<br />
Jesús da unos pasos hacia delante, hacia el patio. Tranquilo, reanuda el discurso.<br />
Gamaliel permanece donde está, y sus discípulos se apresuran a llevarle alfombra y<br />
escabel para que esté cómodo. Pero él se queda de pie: los brazos cruzados, la cabeza baja, los<br />
ojos cerrados; concentrado en escuchar.<br />
. ● “Decís que el Mesías debe ser al menos un ángel ¿Dónde dice el Libro a un ángel<br />
«Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado»? El ángel no puede ser engendrado sino<br />
creado. ¿Y de qué naturaleza será ese Hijo si dice de Él: «Y adórenle todos los ángeles<br />
de Dios»? No podrá ser sino Dios como el Padre”.- ■ Jesús dice: “Me habéis acusado sin<br />
motivo, como si hubiera blasfemado en lugar de decir la verdad. Yo, no para defenderme,<br />
sino para daros la luz con el fin de que podáis conocer la Verdad, hablo. Y no hablo por Mí<br />
mismo, sino que hablo recordando las palabras en que creéis y por las que juráis. Ellas me<br />
dan testimonio. Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino a un hombre semejante a vosotros, inferior a<br />
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vosotros. Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías. Como mínimo pensáis<br />
que tendría que ser un ángel este Mesías, el cual debe tener un origen tan misterioso como<br />
para poder ser rey por la simple autoridad que el misterio de su origen suscita. Pero, ¿acaso<br />
alguna vez se ha visto en la historia de nuestro pueblo, en los libros que forman esta<br />
historia --y que serán libros tan eternos cuanto el mundo, porque a ellos los doctores de<br />
todas las naciones y de todos los tiempos irán a beber, para confirmar su ciencia y sus<br />
investigaciones sobre el pasado con las luces de la verdad--, dónde está escrito en estos libros<br />
que Dios haya hablado a un ángel suyo para decirle: «Tú serás para Mí, de ahora en adelante,<br />
Hijo, porque Yo te he engendrado»?” (Sal. 2,7). Veo que Gamaliel pide una tablilla y<br />
pergaminos, se sienta y escribe... ■ Jesús: “Los ángeles, criaturas espirituales siervas del<br />
Altísimo y mensajeras suyas, han sido creados por Él como el hombre, como los animales,<br />
como todo lo que fue creado. Pero no han sido engendrados por Él. Porque Dios<br />
engendra únicamente a otro Sí mismo, pues no puede el Perfecto engendrar sino a un<br />
Perfecto, a otro Ser parejo a Sí mismo, para no destruir su perfección engendrando a una<br />
criatura inferior a Él (2). Ahora bien, si Dios no puede engendrar a los ángeles, y ni siquiera<br />
elevarlos a la dignidad de hijos suyos (3), ¿cómo será el Hijo al que dice: «Tú eres mi Hijo.<br />
Hoy te he engendrado»? ¿Y de qué naturaleza será si, engendrándolo, y señalándoselo a sus<br />
ángeles, dice: «Y le adoren todos los ángeles de Dios»? (Deut. 32,43: Sal. 96,7). ¿Y cómo será este<br />
Hijo, para merecer oír que el Padre --Aquel a cuya gracia se debe el que los hombres le<br />
puedan nombrar con el corazón anonadado en adoración-- le diga: «Siéntate a mi<br />
derecha hasta que haga de tus enemigos escabel para tus pies»? (Sal. 109,1). Ese Hijo no<br />
podrá ser sino Dios como el Padre, con quien comparte atributos y poderes y con quien goza<br />
de la Caridad que los alegra en los inefables e incognoscibles amores de la Perfección que existe<br />
por sí misma”.<br />
. ● “Decís que soy solo un hombre. ¿Habría podido Dios decir de un hombre lo que dijo<br />
en el vado de Betabara (Jordán) y que muchos de vosotros lo oísteis y temblasteis? La voz<br />
de Dios es inconfundible y sin gracia especial aterra. ¿Habría podido Dios poner a su<br />
Espíritu en un cuerpo privado de Gracia o satisfacerse con el sacrificio de un hombre? ...<br />
¿Qué es entonces el Hombre que ahora os habla?¿Qué debe ser el Mesías? Más que un<br />
ángel o un hombre, ¡¡Dios!!...”.- ■ Jesús: “Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al<br />
grado de Hijo a un ángel, ¿habría podido decir de un hombre lo que, al final de éste hará tres<br />
años, dijo de quien <strong>aquí</strong> os habla en el vado de Betabara? (y muchos de vosotros que os<br />
oponéis a Mí estabais presentes cuando lo dijo). Vosotros lo oísteis y temblasteis. Porque la<br />
voz de Dios es inconfundible, y sin una especial gracia suya aterra a quien la oye, y estremece<br />
su corazón. ¿Qué es, entonces, el Hombre que os habla? ¿Es, acaso, uno que ha nacido de la<br />
voluntad y de la sangre de hombre, como todos vosotros? ¿Habría podido poner el<br />
Altísimo a su Espíritu para que habitase en un cuerpo privado de gracia, como es el de<br />
los hombres nacidos por voluntad carnal? ¿Y podría el Altísimo, como satisfacción de la<br />
gran Culpa, aplacarse con el sacrificio de un hombre? Pensad. Él no eligió a un ángel para<br />
ser Mesías y Redentor, ¿podrá, entonces, elegir a un hombre para serlo? ¿Y podía el<br />
Redentor ser sólo Hijo del Padre, sin asumir naturaleza humana, pero con medios y poderes<br />
que superaran los humanos cálculos? ¿Y el Primogénito de Dios podía, acaso, tener padres (4),<br />
si es el Primogénito eterno? ¿No se os trastoca el soberbio pensamiento ante estos<br />
interrogantes, que suben hacia los reinos de la Verdad, acercándose cada vez más a ella y<br />
que hallan respuesta sólo en un corazón humilde y lleno de fe? ¿Quién debe ser el Mesías? ¿Un<br />
ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios. Pero con<br />
una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable. ■<br />
Todas las cosas deben ser redimidas a través de la materia con que pecaron. Dios, por<br />
tanto, habría debido enviar a un ángel para expiar las culpas de los ángeles caídos, y que expiara<br />
por Lucifer y sus seguidores angélicos. Porque ya sabéis que Lucifer también pecó. Pero Dios<br />
no envía a un espíritu angélico a redimir a los ángeles tenebrosos. Ellos no han adorado al Hijo<br />
de Dios, y Dios no perdona el pecado contra su Verbo engendrado por su Amor. Sin embargo,<br />
Dios ama al hombre y envía al Hombre, al Único perfecto, a redimir al hombre y a obtener paz<br />
con Dios. Y es justo que sólo un Hombre-Dios pueda cumplir la redención del hombre y<br />
aplacar a Dios. ■ E1 Padre y el Hijo se han amado y se han comprendido. Y el Padre<br />
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dijo: «Quiero». Y el Hijo respondió: «Quiero». Y luego el Hijo dijo: «Dame». Y el Padre<br />
contestó: «Toma», y el Verbo tuvo una carne, cuya formación es misteriosa, y esta carne se<br />
llamó Jesucristo, Mesías, Aquel que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al<br />
demonio, quebrar las esclavitudes. ■ ¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede, realizar<br />
lo que el Hijo del hombre puede. Y esta es la razón por la cual Dios no llama a los ángeles<br />
para realizar la gran <strong>obra</strong> sino al Hombre. Aquí tenéis al Hombre de cuyo origen estáis<br />
inciertos, o le negáis u os pone pensativos. Aquí tenéis al Hombre. Al Hombre aceptable<br />
para Dios. Al Hombre representante de todos sus hermanos. Al Hombre que es como vosotros<br />
en la semejanza; al Hombre superior y distinto de vosotros por la proveniencia”.<br />
. ● “El Hombre engendrado y consagrado para su ministerio está ante el excelso altar:<br />
para ser Sacerdote y Víctima por los pecados “según el orden de Melquisedec”. Sacerdocio<br />
como el de Melquisedec de quien nadie pudo jamás señalar sus orígenes porque se trata de<br />
un sacerdocio más perfecto que viene directamente de Dios”.- ■ Jesús: “El Hombre --que no<br />
por un hombre sino por Dios ha sido engendrado y consagrado para su ministerio-- está ante<br />
el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo, eterno y supremo<br />
Pontífice, Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Sal 109,4). ¡No temáis! No tiendo mis<br />
manos hacia la tiara pontifical (Éx. 28,36-39). Otra corona me espera. ¡No temáis! No os voy<br />
a quitar el racional (Ex.28). Otro está ya preparado para Mí. Temed sólo, más bien, el que<br />
para vosotros no sirva el Sacrificio del Hombre y la Misericordia del Mesías. Os he amado<br />
tanto, tanto os amo, que he obtenido del Padre el aniquilarme a Mí mismo (anonadamiento). Os<br />
he amado tanto, tanto os amo, que he pedido apurar todo el dolor del mundo para daros la<br />
salvación eterna. ¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía? ■ ¿No está escrito<br />
del Mesías: «Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec»? ¿Y cuándo<br />
comenzó el sacerdocio? ¿Quizás en tiempos de Abraham? No. Y vosotros lo sabéis. El rey de<br />
justicia y de paz que vino a anunciarme, con figura profética, en la aurora de nuestro<br />
pueblo, ¿no os dice acaso que se trata de la existencia de un sacerdocio más perfecto, que<br />
viene directamente de Dios?; como Melquisedec, de quien nadie pudo jamás señalar sus<br />
orígenes y que es llamado «el sacerdote» y sacerdote será para siempre. ¿No creéis ya en las<br />
palabras inspiradas? Y, si creéis, ¿cómo es que vosotros, doctores, no sabéis dar una explicación<br />
aceptable a las palabras que dicen --y de Mí hablan--: «Tú eres Sacerdote para siempre según el<br />
orden de Melquisedec»? Hay, pues, otro sacerdocio, más allá, antes del de Aarón. Y de éste está<br />
escrito «eres»; no, «fuiste»; no, «serás». Eres sacerdote para siempre. He <strong>aquí</strong>, pues, que esta<br />
frase anuncia que el eterno Sacerdote no será de la estirpe, conocida, de Aarón, no será de<br />
ninguna estirpe sacerdotal. No; será de proveniencia nueva, misteriosa, como Melquisedec. Es<br />
de esta proveniencia. Y si la Potencia de Dios le manda, señal es de que quiere renovar<br />
el Sacerdocio y el rito para que sea provechoso para la Humanidad. ■ ¿Conocéis vosotros mi<br />
origen? No. ¿Conocéis mis <strong>obra</strong>s? No. ¿Intuís sus frutos? No. Nada sabéis de Mí. Podéis<br />
ver, pues, que también en esto soy el «Mesías», cuyo origen y naturaleza y misión deben<br />
permanecer desconocidos hasta que a Dios le plazca revelarlos a los hombres.<br />
Bienaventurados los que sepan, los que saben creer antes de que la revelación tremenda de<br />
Dios los aplaste contra el suelo con su peso y ahí los clave y triture bajo la fulgurante,<br />
poderosa verdad que los cielos gritarán, que la tierra repetirá: «Éste era el Mesías de Dios»<br />
Vosotros decís: «Es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es <strong>María</strong>». No. Yo no tengo<br />
padre que me haya engendrado hombre; no tengo madre que me haya engendrado Dios. Y,<br />
no obstante, tengo una carne, y la tengo por misteriosa <strong>obra</strong> del Espíritu, y he venido a<br />
vosotros pasando por un tabernáculo santo (4). Y os salvaré después de haberme formado a Mí<br />
mismo por querer de Dios; os salvaré haciendo que Yo mismo salga (5) del tabernáculo de mi<br />
Cuerpo para consumar el gran Sacrificio de un Dios que se inmola por la salvación del<br />
hombre. ■ ¡Padre! ¡Padre mío! Te lo dije al principio de los días: «Aquí estoy, para hacer tu<br />
voluntad». Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne, y así<br />
padecer: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Te lo digo una vez más para santificar a aquellos<br />
por quienes he venido: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Y volveré a decírtelo, siempre te lo<br />
diré, hasta que tu voluntad sea cumplida...”. Jesús baja los brazos --los tenía levantados hacia el<br />
cielo, orando--, los recoge en su pecho y agacha la cabeza, cierra los ojos y se sume en una<br />
oración secreta. La gente cuchichea. No todos han comprendido; es más, la mayoría (y yo con<br />
53
ellos) no ha comprendido. Somos demasiado ignorantes. Pero intuimos que ha enunciado cosas<br />
grandes. Y, admirados, guardamos silencio. Los maliciosos, que no han comprendido o no han<br />
querido comprender, sonriendo malévolamente dicen: “¡Éste delira!”. Pero no se atreven a decir<br />
más y se apartan o se encaminan hacia las puertas meneando la cabeza. Tanta prudencia creo<br />
que es el fruto de las lanzas y dagas romanas que brillan al sol contra la muralla externa.<br />
* “Las piedras que deben estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?”.- ■<br />
Gamaliel se abre paso entre los que quedan. Llega hasta Jesús, que sigue en oración, absorto,<br />
lejanos la gente y el lugar, y le llama: “¡Rabí Jesús!”. Jesús, todavía absortos sus ojos en una<br />
interna visión, alzando la cabeza, pregunta: “¿Qué quieres, rabí Gamaliel?”. Gamaliel: “Que<br />
me des una explicación”. Jesús. “Habla”. Gamaliel ordena: “¡Apartaos todos!”, y lo hace con un<br />
tono tal, que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos, y los propios discípulos de Gamaliel se<br />
apartan rápidamente. Se quedan solos, uno frente al otro. Y se miran. Jesús siempre manso y<br />
dulce; el otro, autoritario sin querer e involuntariamente soberbio de aspecto (expresión que<br />
ciertamente le ha venido de los años de deferencia exagerada). Gamaliel: “Maestro... Me han<br />
sido referidas unas palabras tuyas dichas en un banquete... banquete que yo desaprobé porque<br />
no era sincero. Yo combato o no combato, pero siempre abiertamente... He meditado en esas<br />
palabras. Las he cotejado con las que tengo en mi recuerdo... Y te he esperado, <strong>aquí</strong>, para<br />
preguntarte acerca de ellas...Y primero he querido oírte hablar... Ellos no han comprendido.<br />
Yo espero poder comprender. He escrito tus palabras mientras las pronunciabas. Para<br />
meditarlas. Y no para perjudicarte. ¿Me crees?”. Jesús: “Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas<br />
resplandecer ante tu espíritu”. ■ Gamaliel: “Que así sea. Escúchame. Las piedras que deben<br />
estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?”. Jesús: “No, rabí. Éstas (y señala a las<br />
murallas del Templo con gesto circular). ¿Por qué lo preguntas?”. Gamaliel: “Porque mi corazón<br />
se estremeció cuando me fueron referidas tus palabras del banquete, y tus respuestas a los<br />
tentadores. Creía que ese estremecimiento era la señal...”.Jesús: “No, rabí. Es demasiado poco el<br />
estremecimiento de tu corazón y el de pocos otros para ser la señal que no deja dudas... Aun<br />
cuando tú, con un gesto de humilde reconocimiento de ti mismo, defines tu corazón corno<br />
piedra. ¡Oh, rabí Gamaliel, ¿te es imposible hacer de tu corazón petrificado un luminoso altar<br />
que acoja a Dios?! No por interés mío, rabí, sino para que tu justicia sea perfecta...”.Y Jesús<br />
mira dulcemente al anciano maestro, que se coge la barba, se pasa los dedos por la frente<br />
murmurando con la cabeza inclinada: “No puedo... No puedo todavía... De todas formas,<br />
espero... ¿Sigue en pie esa señal que vas a dar?”. Jesús: “La daré”. Gamaliel: “Adiós, Rabí<br />
Jesús”. Jesús: “El Señor venga a ti, rabí Gamaliel”. Se separan. Jesús hace una señal a los suyos<br />
y con ellos se encamina hacia fuera del Templo.<br />
* Escribas, sacerdotes... quieren conocer la opinión de Gamaliel sobre Jesús.- ■ Escribas,<br />
fariseos, sacerdotes, discípulos de rabíes, como buitres, circundan velozmente a Gamaliel, que<br />
está metiéndose en el ancho cinturón los folios que ha escrito. “¿Entonces? ¿Qué te parece? ¿Un<br />
loco? Has hecho bien en escribir esos delirios. Nos serán útiles. ¿Has decidido? ¿Estás<br />
convencido? Ayer... hoy... Más que suficiente para convencerte”. Hablan todos al mismo<br />
tiempo, y Gamaliel calla, y, mientras, se coloca el cinturón, cierra el tintero que lleva colgado a<br />
éste, devuelve a su discípulo la tablilla en que se ha apoyado para escribir en los pergaminos.<br />
Un colega suyo insiste: “¿No respondes? Desde ayer no hablas...”. Gamaliel: “Escucho. No a<br />
vosotros. A Él. Y trato de reconocer en las palabras de ahora la palabra que me habló un día.<br />
Aquí”. Muchos riéndose: “¿Y... la encuentras?”. Gamaliel: “Como un trueno, que tiene voz<br />
distinta según esté más cercano o más lejano. Pero siempre es ruido de trueno”. Uno, burlón,<br />
dice: “Sonido sin significado, entonces”. Gamaliel: “No te rías, Leví. En el trueno puede estar<br />
también la voz de Dios; y nosotros ser tan necios que la tomemos por rumor de nubes que se<br />
rompen... No te rías tú tampoco, Elquías, ni tú, Simón; no sea que el trueno se transforme<br />
en rayo y os reduzca a cenizas...”. ■ Inquieren con mordacidad: “Entonces... tú... casi<br />
estás diciendo que el Galileo es aquel niño que con Hilel creíste profeta; y que aquel niño y ese<br />
hombre son el Mesías...”. Aunque son mordaces, es una mordacidad velada, porque Gamaliel se<br />
hace respetar. Gamaliel: “No digo nada. Digo que el ruido del trueno es siempre ruido de<br />
trueno”. Insisten: “¿Más cercano o más lejano?”. Gamaliel: “¡Ay! Las palabras son más fuertes,<br />
producto de la edad. Pero los veinte años pasados han hecho veinte veces más cerrado mi<br />
inteligencia ante el tesoro que posee. Y el sonido penetra cada vez más débil...”. y Gamaliel deja<br />
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caer la cabeza sobre el pecho, pensativo. Todos se ríen: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Te haces viejo y te<br />
haces necio, Gamaliel! Tornas por realidad los fantasmas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!”. Gamaliel se encoge<br />
de hombros con desdén. Luego recoge su manto, que le pendía de los hombros; se envuelve con<br />
más de una vuelta --es muy amplio-- y da las espaldas a todos sin replicar nada, despreciativo en<br />
su silencio. (Escrito el 4 de Septiembre de 1946).<br />
··········································<br />
1 Nota : Ju.7,25-30.<br />
2 Nota : “Engendrar” y “crear”. Nótese cómo la escritora los distingue. Dios no “engendra” sino a su Hijo<br />
consustancial y eterno; pero “creó” a los ángeles, hombres, animales, plantas y todos los seres inanimados.<br />
3 Nota : “Dios no puede engendrar ángeles, ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos”. Expresión que debe<br />
entenderse por lo que sigue abajo: “Si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel...”, donde se<br />
aduce un motivo de conveniencia, no de imposibilidad divina (N.T.).<br />
4 Nota : “¿Podía el Primogénito de Dios tener padres?”.- De hecho José solo fue su padre putativo; <strong>María</strong>, su<br />
verdadera Madre, en virtud de la concepción y parto milagrosos; y ninguno de los dos fue engendrador “de la<br />
divinidad” del Hijo de Dios.<br />
5 Nota : Vine a vosotros pasando por un tabernáculo santo”.- Alusión a la Virgen, de la que el Verbo tomó<br />
carne humana “por <strong>obra</strong> misteriosa del E.S.” y vino a la luz sin violar, antes bien, consagrando la integridad<br />
virginal de la Madre santísima.<br />
6 Nota : “Os salvaré haciendo que yo mismo salga del tabernáculo de mi Cuerpo”; esto es: su divinidad y su<br />
espíritu inmaculado, hecho a imagen de Dios (Cfr. Gén. 1,26-27; 1 cor. 11,7; Ef. 2,15; 4,24; Col. 3,10), del<br />
tabernáculo de su Cuerpo, en el momento de su cruenta muerte (Ju.2, 18-22).<br />
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8-503-13 (9-109-447).- Jesús desea con ansias el cumplimiento de su Sacrificio.<br />
* “Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará y hará a los<br />
hombres capaces de ganarse el Cielo. Quiero con esto poner vuestras manos en las manos<br />
del Padre y decir: «Amaos finalmente, porque el Uno y los otros ansiáis ello, y sufríais<br />
intensamente porque no os podíais amar»”.- ■ Y todavía Jesús que sigue andando<br />
incansablemente por los caminos de Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el<br />
mismo sentido de la bella corriente azul, que resplandece en los lugares donde el sol la besa; verdeturquí<br />
en las orillas, donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros. Jesús está en<br />
medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: “¿Entonces vamos realmente hacia<br />
Jericó? ¿No temes alguna asechanza?”. Jesús: “No temo. Llegué a Jerusalén para la Pascua por otro<br />
camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde prenderme sin toparse con el pueblo. Créeme,<br />
Bartolomé: para Mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que en caminos solitarios. El pueblo<br />
es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran cuando estoy en medio<br />
de él evangelizando y curando. Las serpientes trabajan en la soledad y en la sombra. Y además... me<br />
queda tiempo para trabajar... Luego... vendrá la hora del Demonio...y vosotros me perderéis. Para<br />
hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos parezcan desmentirme más<br />
que nunca”. Los apóstoles suspiran, afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un gemido:<br />
“¡No!”, y Pedro le rodea con sus cortos y robustos brazos, como para defenderle, y dice: “¡Oh, mi Señor<br />
y Maestro!”. No dice nada más. Pero hay mucho en esas pocas palabras. ■ Jesús: “Así es, amigos. Para<br />
esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno que va hacia el sol, y<br />
sonríe a este sol que le besa en la frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la<br />
Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi<br />
martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner<br />
vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir: «Mira, conduzco de<br />
nuevo a Ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios. Pueden volver a Ti». Veros junto a su<br />
corazón y decir: «Amaos finalmente, porque el Uno y los otros tenéis ansias de ello, y<br />
sufríais intensamente porque no os podíais amar». Ved que ésta es mi alegría. Y cada día<br />
que me acerca al cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión,<br />
aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su Reino”. ■ Jesús está<br />
solemne y como extasiado mientras dice esto. Camina derecho, con su túnica azul y su<br />
manto más oscuro, la cabeza descubierta, en esta hora aún fresca de la mañana. Parece<br />
sonreír a una visión --¡quién sabe cuál!-- que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo<br />
sereno. El sol, que le besa en la mejilla izquierda, hace mucho más brillante su mirada y<br />
coloca centelleos dorados en sus cabellos que mueven levemente el viento y su paso, y<br />
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acentúa el rojo de los labios abiertos prontos para la sonrisa, y parece como si encendiese<br />
todo su rostro de una alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón,<br />
encendido por la caridad hacia nosotros. (Escrito el 3 de Octubre de 1944).<br />
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().<br />
8-506-36 (9-203-470).- En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús es la Luz<br />
del mundo: “Yo soy la Luz del mundo...”. (1).<br />
* Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de<br />
Sabiduría, Luz de Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es e l Padre<br />
de las Luces.<br />
. ● “Yo, siendo el Hijo del Padre, que es el Padre de la Luz, soy la Luz del mundo. Un<br />
hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su misma naturaleza”.- ■ Jesús<br />
está todavía en Jerusalén. No dentro de los patios del Templo. Está en una vasta estancia<br />
bien adornada, una de las tantas que hay, diseminadas, dentro del recinto amurallado, que<br />
es tan grande como un pueblo. Ha entrado en ella hace poco. Todavía va andando al lado del<br />
que le ha invitado a entrar, quizás para protegerle del viento frío que sopla en el Moria;<br />
detrás de Él van los apóstoles y algunos discípulos. Digo «algunos» porque, además de Isaac y<br />
Marziam, está Jonatás y --mezclados entre la gente que también entra detrás del Maestro-- aquel<br />
levita, Zacarías, que pocos días antes le había dicho que quería ser su discípulo, y también otros<br />
dos que ya he visto con los discípulos, y cuyo nombre ignoro. ■ Pero entre éstos, benévolos, no<br />
faltan los consabidos, los inevitables e inmutables fariseos. Se paran casi en la puerta, como si<br />
se hubieran encontrado allí por azar para discutir de negocios (¡entre tanto están ahí para oír!).<br />
Vivamente esperan los presentes la palabra del Señor. Él mira a este grupo de distintas<br />
nacionalidades (es cosa visible; y no todas palestinas, aunque sí de religión hebraica). Mira a<br />
este grupo de personas, muchas de las cuales, quizás, mañana se esparcirán por las regiones de<br />
que provienen y llevarán a ellas su palabra diciendo: “Hemos oído al Hombre del que dicen que<br />
es nuestro Mesías”. Y no les habla --a ellos que ya están instruidos en la Ley-- de la Ley, como<br />
hace muchas veces cuando comprende que tiene ante sí ignorancias o fes debilitadas; sino que<br />
habla de Sí mismo, para que le conozcan. ■ Dice: “Yo soy la Luz del mundo y quien me sigue<br />
no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”. Y calla, tras haber enunciado el<br />
tema del discurso que va a desarrollar, como hace habitualmente cuando está para pronunciar<br />
un gran discurso. Calla para dar tiempo a la gente de decidir si el argumento les interesa<br />
o no; y dar también tiempo de irse, a aquellos a quienes el tema propuesto no les<br />
interesa. De los presentes no se marcha nadie; es más, los fariseos que estaban en la<br />
puerta, ocupados en una conversación forzada y estudiada, y que han callado y se han vuelto<br />
hacia dentro de la sinagoga a la primera palabra de Jesús, entran abriéndose paso con su<br />
indefectible prepotencia. Cuando todo rumor ha cesado, Jesús repite la frase dicha antes,<br />
con voz aún más fuerte e incisiva, y prosigue: “Yo, siendo el Hijo del Padre que es el Padre de<br />
la Luz, soy la Luz del mundo. Un hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su<br />
misma naturaleza. Igualmente Yo asemejo a Aquel que me ha engendrado, y tengo su<br />
naturaleza”.<br />
. ● Lo más bello de lo creado, lo que constituye la perfección de los elementos, una de las<br />
primeras manifestaciones del Creador, el signo más visible de su Creador: la luz.- ■ Jesús:<br />
“Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de Sabiduría, Luz de<br />
Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es el Padre de las Luces y, quien vive de Él y<br />
en Él, al estar en la Luz, ve. Y es deseo de Dios que las criaturas vean. Él ha dado al hombre<br />
el intelecto y el sentimiento para que pudieran ver la Luz --o sea, verle a Él-- y comprenderla<br />
y amarla. Ha dado al hombre los ojos para que pudiera ver lo más bello de entre lo creado,<br />
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lo que constituye la perfección de los elementos, aquello por lo cual es visible la Creación<br />
y que es una de las primeras acciones de Dios Creador y lleva el signo más visible de su<br />
Creador: la luz, incorpórea, luminosa, beatífica, consoladora, necesaria, como necesario es el<br />
Padre de todos, Dios eterno y altísimo”.<br />
. ● “El Espíritu de Dios, --que aleteaba sobre las aguas (ya creado el firmamento y la<br />
tierra: masa de la atmósfera y masa del polvo) y que era todo uno con el Creador que<br />
creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear, no solo para amarse a Sí mismo en el<br />
Padre y en el Hijo sino también amar a un número infinito de criaturas... y amar al<br />
hombre...-- grita, y es la 1ª manifestación de la Palabra: «Hágase la luz»”.- ■ Jesús: “Por<br />
una orden de su Pensamiento, Él creó el firmamento y la tierra, o sea, la masa de la<br />
atmósfera y la masa del polvo, lo incorpóreo y lo corpóreo, lo ligerísimo y lo pesado. Pero<br />
ambas cosas todavía pobres y vacías. Informes todavía por estar envueltas en las tinieblas.<br />
Vacías todavía de astros y de vida. Mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera<br />
fisonomía, para hacer de ellos dos cosas hermosas, útiles, adecuadas para la prosecución de la<br />
<strong>obra</strong> creadora, el Espíritu de Dios --que aleteaba por encima de las aguas y era todo uno<br />
con el Creador que creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear, para poder no sólo<br />
amarse a Sí mismo en el Padre y en el Hijo sino también amar a un número infinito de<br />
criaturas, llamados astros, planetas, aguas, mares, florestas, árboles, flores, animales que<br />
volasen, que zigzagueasen, que se arrastrasen, que corrieran, que saltaran, que treparan,<br />
y, en fin, amar al hombre, la más perfecta de las criaturas, más perfecto que el sol por<br />
tener el alma además de la materia, la inteligencia además del instinto, la libertad además del<br />
orden; al hombre semejante a Dios por el espíritu, semejante al animal por la carne; al<br />
semidiós que viene a ser dios por participación y por gracia de Dios y voluntad propia; al ser<br />
humano que queriendo puede transformarse en ángel; al ser más amado de la creación<br />
sensible, para el cual, aun sabiéndolo pecador, desde antes de que el tiempo existiera<br />
preparó el Salvador, la Víctima, en el Ser amado sin medida, en el Hijo, en el Verbo, por el<br />
que todo ha sido hecho--, mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía,<br />
decía, he <strong>aquí</strong> que el Espíritu de Dios, aleteando en el cosmos, grita, y es la primera<br />
manifestación de la Palabra: «Hágase la luz», y la luz es, buena, salutífera, potente durante el<br />
día, tenue durante la noche, pero imperecedera mientras dure el tiempo. ■ Del océano<br />
de maravillas que es el trono de Dios, el seno de Dios, Dios saca la piedra preciosa más bella,<br />
la luz, que precede al joyel más precioso, que es la creación del hombre, en el cual no<br />
está una piedra preciosa de Dios, sino que está Dios mismo, con su soplo espirado en el<br />
barro para hacer de éste una carne y una vida y un heredero suyo en el Paraíso celeste,<br />
donde Él espera a los justos, a los hijos, para gozarse en ellos y ellos en Él”.<br />
. ● “Si al principio el Padre quiso la luz, si se sirvió de la Palabra para hacer la luz<br />
¿podrá no haber dado al Hijo de su amor aquello que Él mismo es...y que llena el<br />
paraíso y hace bienaventurados a los que lo habitan?”.-■ Jesús: “Si al principio de la<br />
creación Dios quiso la luz sobre sus <strong>obra</strong>s, si para hacer la luz se sirvió de su Palabra, si<br />
Dios a los más amados dona su semejanza más perfecta, la luz --luz material jubilosa e incorpórea,<br />
luz espiritual sabia y santificadora--, ¿podrá no haber dado al Hijo de su amor<br />
aquello que Él mismo es? En verdad, a Aquel en quien ab aeterno Él se complace, el<br />
Altísimo le ha dado todo, y ha querido que de ese todo la Luz fuera primera y potentísima, para<br />
que sin esperar a subir al Cielo los hombres conocieran la maravilla de la Trinidad, aquello<br />
que hace cantar a los bienaventurados coros de los Cielos, cantar por la armonía del<br />
maravillado júbilo que les viene a los ángeles del hecho de mirar a la Luz, o sea a Dios, a la<br />
Luz que llena el Paraíso y hace bienaventurados a todos los que lo habitan. ■ Yo soy la Luz del<br />
mundo. ¡Quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida! De<br />
la misma manera que la luz en la tierra informe trajo la vida a las plantas y a los ani -<br />
males, mi Luz concede a los espíritus la Vida eterna. Yo, la Luz que Yo soy, creo en<br />
vosotros la Vida y la mantengo, la aumento, os creo de nuevo en ella, os transformo, os llevo<br />
a la Morada de Dios por caminos de sabiduría, de amor, de santificación. Quien tiene en sí<br />
la Luz tiene en sí a Dios, porque la Luz es una con la Caridad y quien tiene la Caridad<br />
tiene a Dios. Quien tiene en sí la Luz tiene en sí la Vida, porque Dios está donde su dilecto<br />
Hijo es recibido”. ■ Fariseos dicen: “Dices palabras sin razón. ¿Quién ha visto lo que es Dios?<br />
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Ni siquiera Moisés vio a Dios, porque en el Horeb, en cuanto supo quién hablaba detrás de la<br />
zarza que ardía, se cubrió el rostro; y tampoco las otras veces pudo verle entre los rayos<br />
cegadores. ¿Y Tú dices que has visto a Dios? A Moisés, que sólo le oyó hablar, le quedó<br />
un esplendor en el rostro (Éx. 3,1-6; 34,29-35). Pero Tú, ¿qué luz tienes en tu cara? Eres un pobre<br />
galileo de cara pálida como la mayoría de vosotros. Eres un enfermo, cansado y enjuto.<br />
Verdaderamente, si hubieras visto a Dios y te amara, no estarías como uno que está próximo a<br />
la muerte. ¿Pretendes dar la vida Tú que ni para Ti mismo la tienes?”, y menean la cabeza<br />
compadeciéndole con ironía. ■ Jesús: “Dios es Luz y Yo sé cuál es su Luz, porque los hijos<br />
conocen a su padre y porque cada uno se conoce a sí mismo. Yo conozco al Padre mío y sé<br />
quién soy. Yo soy la Luz del mundo. Soy la Luz porque mi Padre es la Luz y me ha<br />
engendrado dándome su Naturaleza. La Palabra no es distinta del Pensamiento, porque la<br />
palabra expresa lo que el intelecto piensa. Y, además, ¿ya no conocéis a los profetas? No<br />
os acordáis de Ezequiel y, sobre todo, de Daniel? Describiendo a Dios, visto en la visión, en el<br />
carro de los cuatro animales, dice el primero: «En el trono estaba uno que por el aspecto<br />
parecía un hombre y dentro de él y en torno a él vi una especie de electro, como la apariencia<br />
del fuego, y hacia arriba y hacia abajo de sus caderas vi como una especie de fuego<br />
que resplandecía en torno; como el aspecto del arco iris cuando se forma en la nube en<br />
día de lluvia: tal era el aspecto del resplandor de en torno» (Ez. 1,26-28). Y dice Daniel:<br />
«Yo estaba observando hasta que fueron alzados unos tronos y el Anciano de los días se<br />
sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve, sus cabellos como la cándida lana; vivas<br />
llamas era su trono, las ruedas de su trono fuego a llamaradas. Un río de fuego fluía<br />
rápido delante de él» (Dan.7,9-10). Así es Dios, y así seré Yo cuando venga a juzgaros”.<br />
. ● “Doy testimonio de mi Naturaleza y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo<br />
mismo... Para esto he venido para que tengáis Luz y, por tanto, Vida... Además, mi Padre<br />
habló de Mí en el Jordán...”.- ■ Fariseos: “Tu testimonio no es válido. Te das testimonio<br />
a Ti mismo. Por tanto, ¿qué valor tiene tu testimonio? Para nosotros no es verdadero”. Jesús:<br />
“Aunque dé testimonio de Mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he<br />
venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis ni de dónde vengo ni a dónde voy. Vuestra<br />
sabiduría es lo que veis. Yo, sin embargo, conozco todo lo que al hombre le es<br />
desconocido, y he venido para que también vosotros lo conozcáis. Por esto he dicho que<br />
soy la Luz, porque la luz hace conocer lo que ocultaban las sombras. En el Cielo hay<br />
luz, en la Tierra reinan mucho las tinieblas y ocultan las verdades a los espíritus, porque<br />
las tinieblas odian a los espíritus de los hombres y no quieren que conozcan la Verdad y las<br />
verdades, para que no se santifiquen. Y para esto he venido, para que tengáis Luz y, por tanto,<br />
Vida. Pero vosotros no me queréis acoger. Queréis juzgar lo que no conocéis, y no podéis<br />
juzgarlo porque está muy por encima de vosotros y es incomprensible para todo aquel<br />
que no lo contemple con los ojos del espíritu, y un espíritu humilde y nutrido de fe. Pero<br />
vosotros juzgáis según la carne. Por eso no podéis estar en el juicio verdadero. Yo, por el<br />
contrario, no juzgo a nadie; basta que pueda abstenerme de juzgar. Os miro con misericordia, y<br />
oro por vosotros, para que os abráis a la Luz. Pero, cuando tengo realmente que juzgar, mi juicio<br />
es verdadero, porque no estoy solo, sino que estoy con el Padre que me ha enviado, y Él ve<br />
desde su gloria el interior de los corazones. Y como ve el vuestro ve el mío. Y si viera en mi<br />
corazón un juicio injusto, por amor a Mí y por el honor de su Justicia, me lo advertiría. Mas Yo y<br />
el Padre juzgamos de una única manera; por tanto, somos dos y no Yo solo los que juzgamos y<br />
testificamos. ■ En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos testigos que afirman lo<br />
mismo debe ser aceptado como verdadero y válido (Deut. 19,15). Yo, pues, doy testimonio de mi<br />
Naturaleza, y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo mismo. Por tanto, lo que digo es<br />
verdad”. Fariseos: “Nosotros no oímos la voz del Altísimo. Tú lo dices, que es tu Padre...”.<br />
Jesús: “Él habló de Mí en el Jordán...”. Fariseos: “Bien, pero no estabas solo Tú en el<br />
Jordán. También estaba Juan. Pudo hablarle a él. Era un gran profeta”. Jesús: “Con vuestros<br />
propios labios os condenáis. Decidme: ¿quién habla por los labios de los profetas?”. Fariseos:<br />
“El Espíritu de Dios”. Jesús: “¿Y para vosotros Juan era profeta?”. Fariseos: “Uno de los<br />
mayores, si no el mayor”. Jesús: “¿Y entonces por qué no habéis creído en sus palabras y no<br />
creéis? Él me señalaba como el Cordero de Dios venido a cancelar los pecados del mundo. A<br />
quien le preguntaba si era el Mesías, decía: «No soy el Cristo, sino el que le precede, porque<br />
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existía antes de mí y yo no le conocía, pero el que me tomó desde el vientre de mi madre y me<br />
ha investido en el desierto y me ha mandado a bautizar me ha dicho: „Aquel sobre el que verás<br />
descender el Espíritu es el que bautizará con el Espíritu Santo y en fuego’». ¿No os acordáis?<br />
Pues muchos de vosotros estabais presentes... ¿Por qué, pues, no creéis en el profeta que me<br />
señaló habiendo oído las palabras del Cielo? ¿Debo decir al Padre mío que su Pueblo ya no cree<br />
en los profetas?”. Fariseos: “¿Pero dónde está el padre tuyo? José, el carpintero, duerme desde<br />
hace años en el sepulcro. Tú ya no tienes padre”. Jesús: “Vosotros no me conocéis a Mí ni<br />
conocéis a mi Padre. Pero, si quisierais conocerme, conoceríais también a mi verdadero Padre”.<br />
Fariseos: “Eres un endemoniado y un embustero. Eres un blasfemo, pues que quieres sostener<br />
que el Altísimo es tu Padre. Y merecerías el castigo según la Ley” (Lev. 24,10-23). ■ Los fariseos<br />
y otros del Templo gritan amenazadores, mientras la gente los mira con torva mirada, en<br />
defensa de Jesús. Jesús los mira sin añadir palabra alguna, y sale de la estancia por una<br />
puertecita lateral que da a un pórtico. (Escrito el 28 de Septiembre de 1946).<br />
········································<br />
1 Nota : Ju.8,12-20<br />
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8-507-41 (9-204-475).- El gran debate con los judíos (1). Huyen del Templo con la ayuda del<br />
levita Zacarías.<br />
* “Debo de hablar en el Templo, lugar donde los rabíes se reúnen para hablar y adoctrinar...<br />
Cualquiera que fuese la violencia y el odio que vierais contra Mí, no os asustéis. No ha llegado<br />
mi hora. Os diré cuando llegue”.- ■ Jesús entra otra vez en el Templo con apóstoles y<br />
discípulos. Y algunos apóstoles, y no sólo apóstoles, le hacen la observación de que es<br />
imprudente entrar. Pero Él responde: “¿Con qué derecho podrían negármelo? ¿Estoy condenado<br />
acaso? No, por ahora todavía no lo estoy. Subo, pues, al altar de Dios como todo israelita que<br />
teme al Señor”. Apóstoles: “Pero tienes intención de hablar...”. Jesús: “¿Y no es<br />
éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Estar fuera de <strong>aquí</strong> para<br />
hablar y adoctrinar es la excepción, y puede representar un descanso que se ha tomado un rabí, o<br />
una necesidad personal. Pero el lugar en que todos apetecen enseñar a los discípulos es éste.<br />
¿No veis en torno a los rabíes gente de todas las nacionalidades, que se acercan a oír al menos<br />
una vez a los célebres rabíes? Al menos para poder decir al regresar a su tierra natal:<br />
«Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de Israel». Maestro para los que<br />
ya son o quieren ser hebreos; filósofo para los que son gentiles en el verdadero sentido de la<br />
palabra. Y los rabíes no toman a mal de ser escuchados por éstos últimos, porque esperan hacer<br />
de ellos prosélitos. Sin esta esperanza, que si fuera humilde sería santa, no estarían en el Patio<br />
de los Paganos, sino que exigirían hablar en el de los Hebreos, y, si fuera posible, en el Santo<br />
mismo, porque, según su modo de juzgarse sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es<br />
superior a ellos... Y Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros. ■ Pero ¡no temáis! No ha<br />
llegado todavía su hora. Cuando llegue, os lo diré para que fortalezcáis vuestro corazón”.<br />
Iscariote dice: “No lo dirás”. Jesús: “¿Por qué?”. Iscariote: “Porque no lo podrás<br />
saber. Ninguna señal te lo indicará. No hay señal. Hace casi tres años que<br />
estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido. Es más, antes estabas solo,<br />
mientras que ahora tienes detrás de Ti al pueblo que te ama y que es temido por los fariseos. Así<br />
que eres más fuerte. ¿Por qué cosa esperas comprender que ha llegado la hora?”. Jesús: “Por lo que<br />
veo en el corazón de los hombres”. Judas se queda un momento desorientado, luego dice: “Y<br />
tampoco lo dirás porque... al desconfiar de nuestro valor, Tú no querrás pedir nuestra ayuda”.<br />
Santiago de Zebedeo dice: “Calla por no afligirnos”. Iscariote: “Puede serlo. Pero no hay duda<br />
de que no lo dirás”. Jesús: “Os lo diré. Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la violencia y<br />
el odio que vierais contra Mí, no os asustéis. Son cosas sin consecuencias. ■ Ahora, seguid<br />
adelante. Yo me quedo <strong>aquí</strong> a esperar a Mannaén y a Marziam”. De mala gana, los doce y quien<br />
viene con ellos se adelantan.<br />
*Legionarios advierten a Jesús del peligro que corre (“una que te admira ha ordenado<br />
vigilar”) y el levita Zacarías le dice: “Maestro, si hay tumulto y ves que me marcho, trata de<br />
seguirme siempre. ¡Te odian mucho!”.- ■ Jesús vuelve hacia la puerta para esperar a los dos; es<br />
más, sale a la calle y tuerce hacia la Antonia. Unos legionarios, parados al pie de la fortaleza, le<br />
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señalan --unos a otros se lo señalan-- y hablan entre sí. Parece que hay un poco de discusión, luego<br />
uno dice más fuerte: “Yo se lo pregunto”, y se separa yendo hacia Jesús. “¡Salve, Maestro! ¿Vas a<br />
hablar también hoy ahí dentro?”. Jesús: “Que la Luz te ilumine. Sí. Hablaré”. Legionario:<br />
“Entonces... ten cuidado. Uno que sabe nos ha advertido. Y una que te admira ha ordenado vigilar.<br />
Estaremos cerca del subterráneo de oriente. ¿Sabes dónde está la entrada?”. Jesús: “No lo ignoro.<br />
Pero está cerrada por las dos partes”. Legionario: “¿Tú crees?”, y se ríe con una breve sonrisa,<br />
y en la sombra de su yelmo los ojos y dientes brillan haciéndole más joven. Luego, cuadrándose,<br />
saluda: “¡Salve, Maestro! Acuérdate de Quinto Félix”. Jesús: “Me acordaré. Que la Luz te<br />
ilumine”. Jesús se echa a andar de nuevo y el legionario regresa al sitio de antes y habla con sus<br />
camaradas. ■ Aparecen Mannaén y Marziam que dicen al mismo tiempo: “¿Maestro, hemos<br />
tardado? ¡Eran muchos los leprosos!”. Mannaén va vestido sencillamente de marrón oscuro.<br />
Jesús: “No. Habéis tardado poco. De todas formas, vamos; los otros nos esperan. ¿Mannaén, has<br />
sido tú el que ha avisado a los romanos?”. Mannaén: “¿De qué, Señor? No he hablado con nadie. Y<br />
no sabría... Las romanas no están en Jerusalén”. ■ De nuevo están junto a la puerta de la muralla y,<br />
como si estuviera por azar, está allí cerca el levita Zacarías, que dice: “La paz a Ti, Maestro.<br />
Quiero decirte... trataré de estar siempre donde estés, <strong>aquí</strong> dentro. Y no me pierdas de vista. Y, si<br />
hay tumulto y ves que me marcho, trata de seguirme siempre. ¡Te odian mucho! No puedo hacer<br />
más... Compréndeme...”. Jesús: “Que Dios te lo pague y te bendiga por la piedad que tienes por<br />
su Verbo. Haré lo que dices. Y no temas, que ninguno sabrá de tu amor por Mí”. Se separan.<br />
Mannaén susurra: “Quizás ha sido él el que se lo ha dicho a los romanos. Estando ahí dentro,<br />
habrá sabido...”. Van a orar, pasando entre la gente, que los mira con diferentes sentimientos, y<br />
que se reúne luego detrás de Jesús cuando, terminada la oración, Él vuelve del patio de los<br />
Hebreos.<br />
* “Sí, me voy, como queréis, pero pasada esta hora de la misericordia todo será inútil y<br />
moriréis en vuestro pecado, porque ya no me tendréis; voy donde no podéis venir”.- ■<br />
Fuera ya de la segunda muralla, Jesús hace ademán de pararse pero un grupo mixto de escribas,<br />
fariseos y sacerdotes, le rodea. Uno de los magistrados del Templo habla por todos: “¿Estás todavía<br />
<strong>aquí</strong>? ¿No comprendes que no te aceptamos? ¿No temes siquiera el peligro que te amenaza? Vete. Ya<br />
es mucho si te dejamos orar. No te permitimos ya más que enseñes tus doctrinas”. Y sus camaradas:<br />
“Sí. Vete. ¡Vete, blasfemo!”. Jesús: “Sí, me voy, como queréis. Y no sólo fuera de estos muros. Me<br />
voy a marchar, estoy ya marchándome más lejos, a donde ya no podréis ir. Y llegarán horas en que<br />
me buscaréis también vosotros, y ya no sólo para perseguirme, sino también por un supersticioso<br />
terror de una acción contra vosotros por haberme echado; por una ansia supersticiosa de ser<br />
perdonados de vuestro pecado para obtener misericordia. Pero os digo que ésta es la hora de la<br />
misericordia, la hora de hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya<br />
no me tendréis, y moriréis en vuestro pecado. Aunque recorrierais toda la Tierra y lograrais<br />
alcanzar astros y planetas, no me encontraríais, porque a donde Yo voy vosotros no podéis ir. ■ Ya<br />
os lo he dicho. Dios viene y pasa. Quien es sabio le acoge con sus dones que le da al pasar. El necio le<br />
deja marcharse y ya no vuelve a encontrarle. Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba. Vosotros sois<br />
de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso, una vez que Yo haya regresado a la morada de<br />
mi Padre, fuera de este mundo vuestro, ya no me encontraréis y moriréis en vuestros pecados,<br />
porque ni siquiera sabréis alcanzarme espiritualmente con la fe”. Algunos dicen: “¿Te quieres<br />
matar, insensato? Claro que, entonces, en el Infierno donde bajan los violentos nosotros no<br />
podremos alcanzarte, porque el Infierno es de los condenados, de los malditos, y nosotros somos los<br />
benditos hijos del Altísimo”. Y otros lo aprueban, diciendo: “Seguro que se quiere matar,<br />
porque dice que a donde Él va nosotros no podemos ir. Comprende que ha sido descubierto<br />
y que ha fallado el intento, y se quita la vida sin esperar a que se la quiten, como al otro<br />
galileo, falso Mesías”. Y otros, con mejor ánimo: “¿Y si fuera realmente el Mesías y realmente<br />
volviera a Aquel que le ha enviado?”. Fariseos: “¿A dónde? ¿Al Cielo? No está allí Abraham<br />
y ¿piensas que va ir Él? Antes tiene que venir el Mesías”. Otros: “Pero Elías fue raptado al<br />
Cielo en un carro de fuego” (2 Rey.2,11). Fariseos: “En un carro, sí. Pero al Cielo... ¿quién lo<br />
asegura?”. Y la discusión continúa mientras fariseos, escribas, magistrados, sacerdotes, judíos al<br />
servicio de sacerdotes, escribas y fariseos, van siguiendo a Cristo por los amplios pórticos como<br />
una jauría de perros persiguen la presa que han olfateado. ■ Pero algunos, los buenos de la masa<br />
hostil, aquellos a quienes verdaderamente mueve un deseo honesto, se abren paso hasta<br />
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llegar a Jesús y le hacen esa ansiosa pregunta que tantas veces se ha oído hacer, o con<br />
amor o con odio: “¿Quién eres Tú? Dínoslo, para que sepamos <strong>obra</strong>r en consecuencia. ¡Di la<br />
verdad en nombre del Altísimo!”. Jesús: “Yo soy la Verdad misma y no uso nunca la mentira.<br />
Yo soy el que siempre os he dicho que soy, desde el primer día que he hablado a las<br />
muchedumbres, en todo lugar de Palestina; soy el que <strong>aquí</strong> he dicho ser, varias veces, cerca<br />
del Santo de los Santos, cuyos rayos no temo porque digo la verdad. Todavía me quedan de<br />
decir muchas cosas, y de juzgar respecto a este pueblo, y, aunque parezca para Mí<br />
cercano ya el atardecer, sé que las diré y que juzgaré a todos, porque así me lo ha prometido<br />
el que me ha enviado, que es veraz. Él ha hablado conmigo en un eterno abrazo de amor,<br />
diciéndome todo su Pensamiento, para que Yo lo pudiera expresar con mi Palabra al<br />
mundo, y no podré callar, ni nadie podrá hacerme callar hasta que haya anunciado al<br />
mundo todo aquello que he oído al Padre mío”. Fariseos: “¿Y todavía sigues blasfemando?<br />
¿Continúas llamándote Hijo de Dios? ¿Y quién piensas que te va a creer? ¿Quién crees<br />
que va a ver en Ti al Hijo de Dios?”, y lo dicen gesticulando casi con los puños delante de la<br />
cara, pareciendo, a causa del odio, personas trastornadas. Apóstoles, discípulos y la gente<br />
bienintencionada los rechazan, formando como una barrera de protección para el Maestro. ■ El<br />
levita Zacarías, lentamente, con movimientos atentos para no llamar la atención de los<br />
energúmenos, se acerca a Jesús, a Mannaén y a los dos hijos de Alfeo.<br />
* “Me elevaréis a un trono... y la sombra de mi trono se irá extendiendo hasta cubrir toda<br />
la Tierra hasta que cubra por entero, solo entonces volveré y me veréis y comprenderéis<br />
quién soy...”.- ■ Ya están al final del pórtico de los Paganos, porque la marcha es lenta entre las<br />
corrientes contrarias, y Jesús se detiene en su sitio habitual, en la última columna del lado<br />
oriental. Se para. Desde el lugar donde están ni aun los paganos pueden expulsar a un<br />
verdadero israelita, so pena de soliviantar a la muchedumbre, cosa que los enemigos evitan<br />
hacer. Y desde allí empieza a hablar otra vez, respondiendo a sus ofensores y con ellos a<br />
todos: “Cuando elevéis al Hijo del hombre...”. Gritan los fariseos y escribas: “¿Quién crees<br />
que te va a elevar? Mísero es el país que tiene por rey a un charlatán desquiciado y a un<br />
blasfemo aborrecido por Dios. Ninguno de nosotros te alzará, puedes estar seguro. El poco de<br />
luz que te queda te lo hizo comprender a tiempo, cuando fuiste tentado (2). ¡Sabes que nunca<br />
podremos hacerte nuestro rey”. Jesús: “Lo sé. No me elevaréis a un trono, pero me<br />
elevaréis. Y, alzándome, creeréis que me estáis bajando. Pero precisamente cuando creáis<br />
que me habéis bajado, seré alzado. No sólo en Palestina, no sólo en todo el Israel esparcido<br />
por el mundo, sino en todo el mundo, incluso en las naciones paganas, incluso en los<br />
lugares todavía ignorados por los doctos del mundo. Y seré elevado no durante una<br />
vida de hombre, sino durante toda la vida de la Tierra y la sombra del pabellón de mi trono<br />
se irá extendiendo cada vez más sobre la Tierra hasta cubrirla por entero. Sólo entonces<br />
volveré y me veréis. ¡Me veréis!”. Fariseo: “¿Pero estáis oyendo las palabras de este loco?<br />
¡Le elevaremos bajándole y le bajaremos alzándole! ¡Un loco! ¡Un loco! ¡Y la sombra de<br />
su trono sobre toda la Tierra! ¡Más grande que Ciro! ¡Más que Alejandro! ¡Más que César!<br />
¿Dónde pones a César? ¿Crees que te va a dejar tomar el imperio de Roma? ¡Y<br />
permanecerá en el trono durante todo el tiempo del mundo! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!”. Sus palabras<br />
suenan a bofetadas, más: latigazos, peor que con un flagelo. ■ Pero Jesús deja que hablen.<br />
Alza la voz para ser oído en medio del clamor que levantan los que le zahieren y los<br />
que le defienden, y que llena el lugar con rumor de mar agitado: “Cuando levantéis al<br />
Hijo del hombre, comprenderéis quién soy y que no hago por Mí mismo nada, sino que digo<br />
aquello que mi Padre me ha enseñado y hago lo que Él quiere. Y el que me ha enviado,<br />
ciertamente, no me deja solo, sino que está conmigo. De la misma manera que la sombra<br />
sigue al cuerpo, lo mismo está el Padre detrás de Mí, vigilante y, aunque invisible, presente.<br />
Está detrás de Mí y me conforta y ayuda y no se aleja, porque hago siempre lo que a Él le<br />
agrada”.<br />
* “En verdad os digo que por vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia<br />
Dios se aleja de vosotros y dejará vacío de Sí este lugar y vuestros corazones, como<br />
profetizó Jeremías con llanto”.- ■ Jesús: “Dios, por el contrario, se aleja cuando sus<br />
hijos no obedecen sus leyes e inspiraciones. Entonces se marcha y los deja solos. Por eso<br />
muchos en Israel pecan. Porque el hombre, abandonado a sí mismo, difícilmente se conserva<br />
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justo y fácilmente cae en los lazos de la Serpiente. Y en verdad, en verdad os digo que por<br />
vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros y dejará vacío<br />
de Sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo Jeremías en sus profecías y<br />
lamentaciones (Jer.,Lam.1-5) se cumplirá exactamente. Meditad esas palabras proféticas, y temblad.<br />
Temblad y entrad otra vez en vosotros mismos con espíritu bueno. Oíd no las amenazas, sino<br />
aún la bondad del Padre que advierte a sus hijos mientras todavía les es concedido reparar y<br />
salvarse. Oíd a Dios en las palabras y en los hechos y, si no queréis creer en mis palabras, porque<br />
el viejo Israel os ahoga, creed al menos en el viejo Israel. En él gritan los profetas los<br />
peligros y las calamidades de la Ciudad Santa y de toda nuestra Patria, si no se convierte al<br />
Señor su Dios y no sigue al Salvador. ■ Ya se dejó sentir sobre este pueblo la mano de Dios en<br />
los siglos pasados. Pero el pasado y el presente no serán nada respecto al tremendo futuro que<br />
le espera por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado. Ni en rigor ni en<br />
duración es comparable lo que espera al Israel que repudia al Cristo. Yo os lo digo, adelantando<br />
la mirada a través de los siglos: como árbol arrancado y arrojado a un turbulento río, así será<br />
la raza hebraica alcanzada por el anatema divino. Obstinadamente, tratará de asirse en las orillas<br />
en uno u otro punto; y vigoroso como es, brotarán de él vástagos y raíces. Pero, cuando ya crea<br />
que ha arraigado, volverá contra él la violencia de la riada y ésta volverá a arrancarlo, romperá<br />
sus raíces y vástagos y el árbol irá más allá, a sufrir, para arraigar y ser de nuevo arrancado y<br />
vagar de nuevo. ■ Y nada podrá darle paz, porque la riada que hostigará será la ira de Dios y el<br />
desprecio de los pueblos. Sólo arrojándose a un mar de Sangre viva y santificante podría hallar<br />
paz. Mas evitará esa Sangre, porque, a pesar de las palabras de invitación que ésta le dirigirá, le<br />
parecerá oír la voz de la sangre de Abel contra sí: Caín que oirá la voz del Abel celestial”. Otro<br />
amplio rumor que se propaga por el vasto recinto como rumor de olas. Pero en este rumor faltan<br />
las voces ásperas de los fariseos y escribas, y de los judíos a ellos subyugados. Jesús aprovecha<br />
para tratar de marcharse.<br />
* “Maestro, dices que la Verdad nos hará libres de nuestro pasado; pero este vínculo no es<br />
esclavitud. Somos descendencia de Abrahám, y no de Agar...”.-“Solo el pecado hace<br />
esclavo... La esclavitud encadena al hombre. La servidumbre, la ley antigua, hace<br />
temeroso de Dios. La filiación, el ir junto a Dios con el Primogénito, hace al hombre<br />
libre...”-. ■ Pero algunos que estaban lejos se acercan a Él y le dicen: “Maestro, escúchanos.<br />
No todos somos como ellos (y señalan a los enemigos), pero nos es costoso seguirte, incluso<br />
porque tu voz está sola contra una gran abundancia de voces que dicen lo contrario de lo que<br />
Tú. Y las cosas que dicen ellos son las que hemos oído de labios de nuestros padres desde que<br />
éramos niños. Pero tus palabras nos inducen a creer. ¿Cómo lograremos, pues, creer<br />
completamente y tener vida? Estamos como atados por el pensamiento del pasado...”. Jesús: “Si<br />
os establecéis en mi Palabra como si nacierais ahora de nuevo, creeréis completamente y seréis<br />
mis discípulos. Pero es necesario que os despojéis del pasado y aceptéis mi doctrina, que no<br />
borra todo el pasado, sino que mantiene y vigoriza lo santo y sobrenatural del pasado y quita lo<br />
superfluo humano, y coloca la perfección de mi doctrina donde ahora están las doctrinas<br />
humanas, que siempre son imperfectas. Si venís a Mí, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará<br />
libres”. ■ Insisten: “Maestro, es verdad que te hemos dicho que estamos como atados por el<br />
pasado. Pero este vínculo no es prisión ni esclavitud. Nosotros somos descendencia de<br />
Abraham. En las cosas del espíritu. Porque con «descendencia de Abraham», si no nos<br />
equivocamos, queremos significar descendencia espiritual contrapuesta a la de Agar (Gén. 16 y 17;<br />
21,8-20), que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que seremos libres?”.<br />
Jesús: “Os hago la observación de que también era descendencia de Abraham Ismael y los hijos<br />
de él. Porque Abraham fue padre de Isaac y de Ismael”. Rebaten: “Pero impura, porque fue hijo<br />
de una mujer esclava y egipcia”. ■ Jesús: “En verdad, en verdad os digo que no hay más que<br />
una esclavitud, la del pecado. Sólo el que comete pecado es un esclavo, y esta esclavitud con<br />
ningún dinero puede redimirse. Y se hace esclavo de un amo implacable y cruel. Una<br />
esclavitud que incluye la pérdida de todos los derechos a la libre soberanía en el Reino de<br />
los Cielos. El esclavo, el hombre hecho esclavo por una guerra o por desgracias, puede caer<br />
en manos de un buen amo. Pero siempre es precaria su buena posición, porque el amo<br />
puede venderle a otro amo, cruel. El esclavo es una mercancía y nada más. A veces sirve<br />
como moneda para pagar una deuda. Y ni siquiera tiene el derecho a llorar. El criado, sin<br />
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embargo, vive en la casa de su señor, si bien sólo mientras éste no le despide. Pero el hijo se<br />
queda siempre en la casa de su padre y el padre no piensa en e charle. Sólo por su libre<br />
voluntad puede salir. Y en esto está la diferencia entre esclavitud y servidumbre y entre<br />
servidumbre y filiación. La esclavitud encadena al hombre, la servidumbre le pone a<br />
servicio de un señor, la filiación le coloca para siempre, y con igualdad de vida, en la casa<br />
del padre. La esclavitud aniquila al hombre, la servidumbre lo somete, la filiación le hace<br />
libre y feliz. El pecado hace al hombre esclavo del amo más cruel y sin término: Satanás. La<br />
servidumbre, en este caso la antigua Ley, hace al hombre temeroso de Dios, como de un<br />
Ser intransigente. La filiación, o sea, el ir a Dios junto con su Primogénito, conmigo, hace<br />
del hombre un ser libre y feliz, que conoce la caridad de su Padre y en ella confía. Aceptar mi<br />
doctrina es ir a Dios junto conmigo, Primogénito de muchos hijos preferidos. Yo romperé<br />
vuestras cadenas --basta con que vengáis a Mí para que las rompa--, y seréis verdaderamente<br />
libres y coherederos conmigo del Reino de los Cielos”.<br />
* “Si sois hijos de Abrahám, ¿por qué no hacéis las <strong>obra</strong>s de Abrahám? Tratáis de<br />
matarme. Abraham no trataba de matar la voz que venía del Cielo, sino que la obedecía...<br />
hacéis las que os indica vuestro padre”.- ■ Jesús:“Sé que sois descendencia de Abraham.<br />
Pero aquel de vosotros que trate de hacerme morir ya no honra a Abraham sino a<br />
Satanás, y sirve a éste como fiel esclavo. ¿Por qué? Porque rechaza mi palabra; de<br />
forma que mi palabra no puede penetrar en muchos de vosotros. Dios no fuerza al<br />
hombre a creer, no le fuerza a aceptarme; pero me envía para que os indique cuál es su<br />
voluntad. Y Yo os refiero lo que he visto y oído al lado de mi Padre. Y hago lo que Él<br />
quiere. Pero aquellos de vosotros que me persiguen hacen lo que han aprendido de su padre<br />
y lo que él sugiere”. ■ Como paroxismo que resurge después de una pausa del mal, la ira<br />
de los judíos, fariseos y escribas, que parecía muy calmada, se despierta violenta. Se van<br />
introduciendo como una cuña en el círculo compacto que aprieta a Jesús, y tratan de llegarse<br />
a Él. La masa de gente se mueve con vaivén de fuertes y contrarias ondas, como contrarios<br />
son los sentimientos de los corazones. Gritan los judíos, lívidos de ira y de odio: “El padre<br />
nuestro es Abraham. No tenemos ningún otro padre”. Jesús: “El Padre de los hombres es Dios.<br />
El mismo Abraham es hijo del Padre universal. Pero muchos repudian al Padre verdadero a<br />
cambio de uno que no es padre, pero que lo eligen como tal porque parece más poderoso y<br />
dispuesto a contentarlos en sus deseos desordenados. Los hijos hacen las <strong>obra</strong>s que ven<br />
hacer a su padre. ■ Si sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las <strong>obra</strong>s de Abraham?<br />
¿No las conocéis? ¿Queréis que os las numere tanto en la realidad como en su símbolo?<br />
Abraham obedeció (Gén.12) yendo al país que le fue indicado por Dios, y es figura del<br />
hombre que debe estar preparado para dejar todo e ir a donde Dios le envíe. Abraham fue<br />
condescendiente (Gén. 13) con el hijo de su hermano y le dejó elegir la región preferida, y es<br />
figura del respeto a la libertad de acción y de la caridad que debemos tener para con<br />
nuestro prójimo. Abraham fue humilde después de que Dios le eligió de entre todos y le honró<br />
en Mambré, sintiéndose siempre nada respecto al Altísimo, que le había hablado; es figura<br />
de la postura de amor reverencial que el hombre debe tener siempre hacia su Dios.<br />
Abraham creyó en Dios y le obedeció, incluso en las cosas más difíciles de creer y<br />
penosas de realizarse, y por el hecho de sentirse seguro no se hizo egoísta, sino que oró por<br />
los de Sodoma. Abraham no se puso a hacer cuentas con el Señor (Gén.22) pidiendo una<br />
recompensa por sus muchas obediencias, sino que, al contrario, para honrarle hasta el fin, hasta<br />
donde no podía más, le sacrificó su amadísimo hijo...”. Judíos: “No lo sacrificó”. Jesús: “Le<br />
sacrificó su amadísimo hijo, porque verdaderamente su corazón ya había sacrificado durante el<br />
trayecto, con su voluntad de obedecer, que fue detenida por el ángel cuando ya el corazón del<br />
padre se partía estando para partir el corazón de su hijo. ■ Mataba al hijo por honrar a Dios.<br />
Vosotros le matáis a Dios el Hijo por honrar a Satanás. ¿Hacéis, pues, vosotros las <strong>obra</strong>s de<br />
aquel a quien llamáis padre? No, no las hacéis. Tratáis de matarme a Mí porque os digo la<br />
verdad tal y como la he oído de Dios. Abraham no hacía eso. No trataba de matar la voz que<br />
venía del Cielo, sino que la obedecía. No, vosotros no hacéis las <strong>obra</strong>s de Abraham, sino las que<br />
os indica vuestro padre”.<br />
*“Si reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, reconocerías mi lenguaje...<br />
Solo el que es de Dios escucha las palabras de Dios. Habéis ido a otra morada donde se<br />
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habla otro idioma: el de Satán... y me llamáis pecador”.- ■ Judíos: “No hemos nacido de<br />
una prostituta. No somos bastardos. Has dicho, Tú mismo lo has dicho, que el Padre de los<br />
hombres es Dios, y nosotros además somos del Pueblo elegido, y pertenecemos a las castas<br />
distinguidas de este Pueblo. Por tanto, tenemos a Dios como único Padre”. Jesús: “Si<br />
reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, me amaríais, porque Yo procedo y<br />
vengo de Dios; ciertamente no vengo de Mí mismo, sino que es Él el que me ha enviado. Por<br />
eso, si verdaderamente conocierais al Padre, me conoceríais también a Mí como Hijo suyo y<br />
hermano y Salvador vuestro. ¿Pueden los hermanos no reconocerse? ¿Pueden los hijos de<br />
Uno solo no conocer el lenguaje que se habla en la Casa del único Padre? ¿Por qué, entonces,<br />
no comprendéis mi lenguaje y no admitís mis palabras? Porque Yo vengo de Dios y vosotros<br />
no. Vosotros habéis abandonado el hogar paterno y habéis olvidado el rostro y el lenguaje<br />
de Aquel que allí habita. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas,<br />
donde reina otro, que no es Dios, y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina impone que,<br />
para entrar, uno se haga hijo suyo y le obedezca. Y vosotros lo habéis hecho y seguís<br />
haciéndolo. Vosotros abjuráis, renegáis del Padre Dios para elegiros otro padre. ■ Y éste es<br />
Satanás. Vosotros tenéis como padre al demonio y queréis llevar a cabo lo que él os sugiere. Y<br />
los deseos del demonio son de pecado y violencia, y vosotros los aceptáis. Desde el principio<br />
fue homicida, y no perseveró en la verdad porque él, que se rebeló contra la Verdad, no<br />
puede tener en sí amor a la verdad. Cuando habla, habla como lo que es, o sea, como<br />
mentiroso y tenebroso, porque verdaderamente es mentiroso y ha engendrado y ha dado<br />
nacimiento a la mentira tras haberse fecundado con la soberbia y nutrido con la rebelión.<br />
Toda la concupiscencia está en su seno, y la escupe e inocula para envenenar a las<br />
criaturas. Es el tenebroso, el menospreciador, la rastrera serpiente maldita, es el Oprobio<br />
y el Horror. Desde hace muchos siglos sus <strong>obra</strong>s atormentan al hombre, y las señales y<br />
frutos de ellas están ante las mentes de los hombres. Y, no obstante, a él, que miente y<br />
destruye, le prestáis oídos, mientras que si hablo Yo y digo lo que es verdad y es bueno no<br />
me creéis y ■ me llamáis pecador. ¿Pero quién de entre los muchos que me han conocido,<br />
con odio o amor, puede decir que me ha visto pecar? ¿Quién puede decirlo con verdad?<br />
¿Dónde están las pruebas para convencernos a Mí y a los que creen en Mí de que soy pecador?<br />
¿Contra cuál de los diez mandamientos he faltado? ¿Quién, ante el altar de Dios, puede jurar<br />
que me ha visto violar la Ley y las costumbres, los preceptos, las tradiciones, las oraciones?<br />
¿Quién de entre todos los hombres podrá hacerme enrojecer por haberme convencido, con<br />
pruebas seguras, de pecado? Ninguno puede hacerlo. Ningún hombre y ningún ángel.<br />
Dios grita en el corazón de los hombres: «Es el Inocente». De esto estáis todos<br />
convencidos, y, vosotros que me acusáis, más todavía que estos otros, que vacilan acerca<br />
de quién entre Yo y vosotros tiene razón. Mas sólo el que es de Dios escucha las palabras de<br />
Dios. Vosotros no las aceptáis a pesar de que resuenen en vuestras almas día y noche, y<br />
no las escucháis porque no sois de Dios”. Judíos: “¿Nosotros, nosotros que vivimos para<br />
la Ley y la observamos en sus más insignificantes pormenores para honrar al Altísimo,<br />
no somos de Dios? ¿Y Tú osas decir esto? ¡¡¡Ah!!!”.<br />
* “Ahora vemos que te posee el demonio. Abraham y profetas murieron. ¿Y dices que el<br />
que guarda tu palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos?”.- ■ Los judíos<br />
parecen ahogarse del horror, como si fuera un dogal. “¿Y no hemos de decir que eres un endemoniado<br />
y un samaritano?”. Jesús: “No soy ni lo uno ni lo otro, sino que honro a mi Padre,<br />
aunque vosotros lo neguéis para ofenderme. Pero vuestra ofensa no me causa dolor. No<br />
busco mi gloria. Hay quien se preocupa de ella y juzga. Esto os digo a vosotros que me<br />
queréis denigrar. ■ Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi palabra,<br />
o ya la haya acogido, y la sepa guardar, no verá la muerte por los siglos de los siglos”. Judíos:<br />
“¡Ah! ¡Ahora vemos claro que por tus labios habla el demonio que te posee! Tú mismo lo has<br />
dicho: «Habla como mentiroso». Lo que acabas de decir es palabra mentirosa, por tanto es<br />
palabra demoníaca. Abraham murió y murieron los profetas. Y dices que el que guarda tu<br />
palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos. ¿Entonces Tú no vas a morir?”. Jesús:<br />
“Moriré sólo como Hombre, para resucitar en el tiempo de Gracia pero como Verbo no<br />
moriré. La Palabra es Vida y no muere. Y quien acoge en sí la Palabra tiene en sí la<br />
Vida y no muere para siempre, sino que resucita en Dios porque Yo le resucitaré”. Judíos:<br />
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“¡Blasfemo! ¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham que murió, y que los<br />
profetas? ¿Quién te crees ser?”. Jesús: “El Principio que os habla”. ■ Se produce una<br />
confusión inaudita. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a Jesús<br />
insensiblemente hacia un ángulo del pórtico, ayudado en ello por los hijos de Alfeo y por<br />
otros que quizás colaboran, sin quizás saber siquiera bien lo que hacen.<br />
* “Si me glorifico, no tiene valor mi gloria, mas el que me glorifica es mi Padre, al<br />
que no le queréis conocer a través de Mí, pero yo sí le conozco, como Dios y como<br />
Hombre. Abraham deseó ver este día... Antes de que Abraham naciera Yo soy”.- El<br />
levita Zacarías rescata a Jesús del tumulto.- ■ Cuando Jesús está bien arrimado al<br />
muro y tiene delante de sí la protección de los más fieles, y un poco se calma el tumulto también<br />
en el patio, dice con su voz incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos<br />
más agitados: “Si me glorifico a Mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden<br />
decir de sí lo que quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es<br />
vuestro Dios, si bien es tan poco vuestro que no le conocéis y no le habéis conocido<br />
nunca ni le queréis conocer a través de Mí, que os hablo de Él porque le conozco. Y si<br />
dijera que no le conozco para calmar vuestro odio hacia Mí, sería un embustero como lo<br />
sois vosotros diciendo que le conocéis. Yo sé que no debo mentir por ningún motivo. El<br />
Hijo del hombre no debe mentir, si bien el decir la verdad será causa de su muerte.<br />
Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no sería verdaderamente Hijo de la Verdad y<br />
la Verdad le alejaría de Sí. ■ Yo conozco a Dios, como Dios y como Hombre. Y como<br />
Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel, reflexiona! Aquí se<br />
cumple la Promesa. En Mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro padre<br />
Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de Dios, y exultó.<br />
Y vosotros en verdad lo estáis viviendo...”. Judíos: “¡Cállate! ¿No tienes todavía cincuenta<br />
años y pretendes decir que Abraham te ha visto y que Tú le has visto?”, y su carcajada<br />
de burla se propaga como una ola de veneno o de ácido corrosivo. Jesús: “En verdad, en<br />
verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy”. ■ Hay uno que le grita: “¿«Yo<br />
soy»? Solo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No Tú! ¡Blasfemo! ¡«Yo soy»!<br />
¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?”. Debe ser un alto personaje porque acaba de llegar<br />
y ya está cerca de Jesús, dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido. Jesús<br />
responde con voz de trueno: “Tú lo has dicho”. Todo se hace arma en las manos de los que odian.<br />
Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y<br />
se quita violentamente el capucho que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la barba y se desata<br />
las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del horror, puñados de tierra,<br />
y piedras (usadas por los vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los<br />
cercados, y por los cambistas para... prudente custodia de sus pequeñas arcas de las que se muestran<br />
más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y naturalmente caen sobre la propia<br />
gente, porque Jesús está demasiado dentro, bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca<br />
y se queja... ■ Zacarías, el levita, da --único medio para hacerle llegar hasta una puertecita baja,<br />
escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse-- un fuerte empujón a Jesús; le empuja<br />
hacia la puerta a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Mannaén y Tomás. Los otros se quedan<br />
afuera, en el tumulto... Y el rumor de éste llega debilitado a la galería que está entre unos poderosos<br />
muros de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con técnica de ensamblaje,<br />
diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las<br />
anchas, y viceversa. No sé si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamente, apenas visibles en<br />
la penumbra producida por estrechas aberturas puestas arriba a distancias uniformes, para ventilar y<br />
para que no sea completamente tenebroso este lugar, que es una angosta galería que no sé para lo que<br />
sirve, pero que me da la impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como<br />
protección, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los muros de los pórticos, que<br />
forman como cinturones de protección para el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En<br />
fin, no sé. Digo lo que veo. Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no,<br />
como en ciertas bodegas. ■ Tomás pregunta: “¿Y qué hacemos <strong>aquí</strong>?”. Judas Tadeo responde:<br />
“¡Calla! Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y quietos”. Tomás: “¿Pero...<br />
podemos fiarnos?”. Judas Tadeo: “Eso espero”. Jesús consuela: “No temáis. Ese hombre es<br />
bueno”. Afuera, el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor sordo de pasos y una pequeña luz<br />
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trémula que se acerca desde profundidades obscuras. Una voz que quiere ser oída pero teme que la<br />
oigan, dice: “¿Estás ahí, Maestro?”. Jesús: “Sí, Zacarías”. Zacarías: “¡Alabado sea Yeové! ¿He<br />
tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas. Ven, Maestro... Tus<br />
apóstoles... He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por <strong>aquí</strong> se baja...<br />
Poca luz. Pero camino seguro. Se baja a las cisternas y se sale hacia el Cedrón. Camino antiguo. No<br />
siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí... y esto lo santifica...”. Bajan continuamente en medio<br />
de sombras quebradas sólo por la llamita tambaleante de la lámpara, hasta que un claror distinto se<br />
vislumbra en el fondo... y detrás el claror del verde, que parece lejano... Una verja --tan maciza y<br />
apretada que es casi puerta-- termina la galería. ■ Zacarías: “Maestro, te he salvado. Puedes<br />
marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo. No podría servirte siempre sin ser notado<br />
y... olvida, olvidad todos este camino, y a mí que os he guiado <strong>aquí</strong>”, y lo dice moviendo unos<br />
artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las<br />
personas. Y repite: “Olvidad, por piedad hacia mí”. Jesús: “No temas. Ninguno de nosotros hablará.<br />
Dios esté contigo por tu caridad”. Jesús alza la mano y la pone encima de la cabeza agachada del<br />
joven. Sale, seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pequeño espacio llano --casi no<br />
caben todos--, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un senderito de cabras baja entre las<br />
zarzas hacia el torrente. Jesús: “Vamos. Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo<br />
con mis hermanos iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís”. (Escrito el<br />
30 de Septiembre de 1946).<br />
···········································<br />
1 Nota : Ju. 8,21-59.<br />
2 Nota : Se refiere al intento, promovido por los judíos, de elegir rey a Jesús, en la casa de campo de Cusa narrado<br />
en el episodio 7-464-217.<br />
. --------------------000--------------------<br />
8-510-67 (9-207-500).- En la curación de un ciego de nacimiento (1), en sábado, complicidad<br />
intencionada de J. Iscariote.- Inconcebible ceguera de escribas, sacerdotes y fariseos.<br />
* “Maestro, si es ciego de nacimiento sin duda pecó, ¿pero cómo pudo pecar antes de<br />
nacer, o será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.- ■ Jesús<br />
sale junto con sus apóstoles y José de Séforis en dirección a la sinagoga... Pero Jesús no va hacia<br />
la puerta de Herodes. Es más, vuelve las espaldas a esta puerta para dirigirse al interior de la<br />
ciudad. Pero, habiendo recorrido sólo unos pocos pasos por la calle más ancha --en la cual desemboca la<br />
callecita donde se encuentra la casa de José de Séforis--, Judas de Keriot le señala la presencia de un<br />
joven que viene en dirección contraria, tentando la pared con un bastón, hacia arriba la cabeza<br />
carente de ojos, con el típico modo de andar de los ciegos. Sus vestidos son pobres, pero limpios, y<br />
debe ser una persona conocida por muchos de los habitantes de Jerusalén, porque más de uno le señala,<br />
y algunas personas se acercan a él y le dicen: “Hombre, hoy has confundido el camino. Todos los<br />
caminos del Moria están ya atrás. Ya estás en Bezeta”. El ciego con una sonrisa responde: “Hoy no<br />
pido limosna de dinero”, y sigue andando, sonriente todavía, hacia el norte de la ciudad. ■ Iscariote<br />
dice: “Maestro, obsérvale. Tiene los párpados soldados. Es más, yo diría que no tiene párpados.<br />
La frente se une a las mejillas sin hueco alguno, y parece como si debajo no estuvieran los<br />
globos de los ojos. El pobre ha nacido así. Y así morirá, sin haber visto una sola vez la<br />
luz del sol ni el rostro de los hombres. Ahora, dime, Maestro: para recibir este castigo tan<br />
grande, sin duda pecó; pero, si es ciego de nacimiento, como lo es, ¿cómo pudo pecar<br />
antes de nacer? ¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.<br />
También los otros apóstoles e Isaac y Marziam se arriman a Jesús para escuchar la<br />
respuesta. ■ Y, acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que domina al resto<br />
de la gente, acuden dos jerosolimitanos de aspecto educado y que estaban un poco detrás<br />
del ciego. Con ellos está José de Arimatea, que no se acerca, sino que, adosándose a un portal<br />
elevado sobre dos escalones, mira a todas las caras observando todo. Jesús responde. En el<br />
silencio que se ha formado, se oyen nítidamente las palabras: “No han pecado ni él ni<br />
sus padres más de lo que pecan todos los hombres, y quizás menos; porque<br />
frecuentemente la pobreza es un freno para el pecado. No. Ha nacido así para que en él se<br />
manifiesten --una vez más-- el poder y las <strong>obra</strong>s de Dios. Yo soy la Luz que ha venido al<br />
mundo, para que aquellos del mundo que han olvidado a Dios, o han perdido su imagen<br />
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espiritual, vean y recuerden, y para que aquellos que buscan a Dios o son ya de Él se vean<br />
confirmados en la fe y en el amor. El Padre me ha enviado para que, en el tiempo que<br />
todavía se le concede a Israel, complete el conocimiento de Dios en Israel y en el mundo...Ve,<br />
pues, llégate donde el ciego de nacimiento y tráemele <strong>aquí</strong>”.<br />
* El ciego curado explica que un discípulo del Maestro le indicó cómo encontrarle y ser<br />
curado, a pesar de ser sábado, “para que resplandezca su poder ahora que le han<br />
ultrajado”.- ■ Iscariote responde: “Ve tú, Andrés. Yo quiero quedarme <strong>aquí</strong> y ver lo que hace<br />
el Maestro”, y señala a Jesús, que se ha agachado hacia el camino polvoriento, ha<br />
escupido en un montoncito de tierrilla y con el dedo está mezclando la tierra con la saliva<br />
y formando una pelotita de barro, y que, mientras Andrés, siempre condescendiente, va por<br />
el ciego, que en este momento está para torcer hacia la callecita donde está la casa de José<br />
de Séforis, se la extiende en los dos índices y se queda con las manos como las tienen los<br />
sacerdotes en la Santa Misa, durante el Evangelio o la Epístola. Pero Judas se retira de su<br />
sitio diciendo a Mateo y a Pedro: “Venid <strong>aquí</strong>, vosotros que tenéis poca estatura, y veréis<br />
mejor”. Y se pone detrás de todos, casi tapado por los hijos de Alfeo y por Bartolomé, que<br />
son altos. Andrés vuelve, trayendo de la mano al ciego, que se esfuerza en decir: “No<br />
quiero dinero. Dejadme que siga mi camino. Sé dónde está ese que se llama Jesús. Y voy<br />
para pedir...”. Andrés, deteniéndose delante del Maestro, dice: “Éste es Jesús, éste que está<br />
enfrente de ti”. ■ Jesús, contrariamente a lo habitual, no pregunta nada al hombre. En<br />
seguida le extiende ese poco de barro que tiene en los índices, sobre los párpados<br />
cerrados, y le ordena: “Y ahora vete, lo más deprisa que puedas, a la cisterna de Siloé, sin<br />
detenerte a hablar con nadie”. El ciego, embardurnada la cara de barro, se queda un<br />
momento perplejo y abre los labios para hablar. Luego los cierra y obedece. Los primeros<br />
pasos son lentos, como de uno que esté pensativo o se sienta defraudado. Luego acelera el<br />
paso, rozando con el bastón la pared, cada vez más deprisa (para lo que puede un ciego,<br />
aunque quizás más, como si se sintiera guiado...). Los dos jerosolimitanos ríen<br />
sarcásticamente, meneando la cabeza, y se marchan. José de Arimatea --y me sorprende el<br />
hecho-- los sigue, sin siquiera saludar al Maestro, volviendo sobre sus pasos, o sea, hacia<br />
el Templo, siendo así que por esa misma dirección venía. Así, tanto el ciego como los dos<br />
y, como José de Arimatea, van hacia el sur de la ciudad, mientras que Jesús tuerce hacia<br />
occidente y le pierdo de vista, porque la voluntad del Señor me hace seguir al ciego y a los<br />
que le siguen. ■ Superada Beceta, entran todos en el valle que hay entre el Moria y Sión -me<br />
parece que he oído otras veces llamarle Tiropeo-- y le recorren todo hasta Ofel; orillan<br />
Ofel; salen al camino que va a la fuente de Siloé, siempre en este orden: primero, el<br />
ciego, que debe ser conocido en esta zona popular; luego los dos; último, distanciado un<br />
poco, José de Arimatea. José se para cerca de una casita miserable, semiescondido por un<br />
seto de boj. Pero los otros dos van hasta la misma fuente y observan al ciego, que se acerca<br />
cautamente al vasto estanque y, palpando el murete húmedo, introduce en la cisterna una<br />
mano y la saca rebosando de agua, y se lava los ojos, una, dos, tres veces. A la tercera<br />
aprieta también contra la cara la otra mano, deja caer el bastón y lanza un grito como de<br />
dolor. Luego separa lentamente las manos y su primer grito de pena se transforma en un grito<br />
de alegría: «¡Oh! ¡Altísimo! ¡Yo veo!», y se arroja al suelo como vencido por la emoción,<br />
las manos puestas para proteger los ojos, apretadas contra las sienes, por ansia de ver, por el<br />
sufrimiento de la luz, y repite: “¡Veo! ¡Veo!”. Alzando los brazos al cielo, grita: “¡Bendito<br />
seas, Altísimo, por la luz, por la madre, y por Jesús!”, y se echa a correr, dejando en el<br />
suelo su bastón, ya inútil... Los dos no han esperado a ver todo esto. En cuanto han visto<br />
que el hombre veía, han ido raudos hacia la ciudad. ■ José, sin embargo, se queda hasta el<br />
final, y, cuando el ciego que ya no es ciego pasa por delante de él como una flecha para<br />
entrar en el dédalo de callejuelas del popular barrio de Ofel, deja a su vez su lugar y<br />
vuelve sobre sus pasos, hacia la ciudad, muy pensativo... y llega a la casa del curado, cuando<br />
por otra callecita que desemboca en ésta, vienen los dos de antes con otros tres: un escriba, un<br />
sacerdote y otro que no identifico por el vestido. Se abren paso con arrogancia y tratan de entrar<br />
en la casa del curado abarrotada de gente. ■ E1 ciego curado habla arrimado a la mesa,<br />
respondiendo a los que le preguntan, que son todos gente pobre como él, población<br />
modesta de Jerusalén, de este barrio que es quizás el más pobre de todos. Su madre, en<br />
67
pie al lado de él, le mira y llora secándose los ojos en su velo. El padre, un hombre ajado<br />
por el trabajo, se manosea la barba con su mano trémula. Entrar en la casa es imposible<br />
hasta para la prepotencia judía y doctoral, y los cinco tienen que escuchar desde fuera las<br />
palabras del curado: “¿Que cómo se me han abierto? Ese hombre que se llama Jesús me<br />
ha ensuciado los ojos con tierra mojada y me ha dicho: «Ve a lavarte en la fuente de<br />
Siloé». He ido, me he lavado y se han abierto los ojos y he visto”. Preguntan: “¿Pero cómo<br />
es que has encontrado al Rabí?”. Ciego: “¡Hombre! Ayer al anochecer vino un discípulo suyo<br />
y me dio dos monedas: Me dijo: «¿Por qué no tratas de ver?». Le dije: «He buscado, pero no<br />
encuentro nunca a ese Jesús que hace los milagros. Le busco desde que curó a Analía, de mi<br />
mismo barrio, pero si voy acá Él está allá...», y él me dijo: «Yo soy un apóstol suyo y lo que<br />
yo quiero lo hace. Ven mañana a Bezeta y busca la casa de José el galileo, el de pescado<br />
seco, José de Séforis, cerca de la puerta de Herodes y del aro de la plaza, por la parte<br />
oriental, y verás que antes o después Él pasa por allí o entra en la casa, y yo le señalaré<br />
tu presencia». Dije: «Pero mañana es sábado». Quería decir que Él no haría nada en<br />
sábado. Me dijo: «Si quieres curarte, es el día, porque después dejamos la ciudad, y no<br />
sabes si podrás volver a encontrarle». Yo insistí: «Sé que le persiguen. Lo he oído en las<br />
puertas de la muralla del Templo, donde voy a pedir limosna. Por eso digo que ahora que le<br />
persiguen así menos todavía querrá ser perseguido y no curará en sábado». Y él: «Haz lo<br />
que te digo y en sábado verás el sol». Y he ido. ¿Quién no habría ido? ¡Si lo dice un apóstol<br />
suyo! También me dijo: «A mí es al que más escucha, y vengo expresamente porque me<br />
inspiras compasión y porque quiero que resplandezca su poder ahora que le han ultrajado. Tú,<br />
ciego de nacimiento, harás que resplandezca. Sé lo que digo. Ven y verás». Y he ido...”.<br />
* El ciego, acusado de curación en sábado, es obligado a ir donde los magistrados del<br />
Templo. El apoyo de la gente al ciego hace intervenir a J de Arimatea pues “un hecho<br />
prodigioso debe ser escrito en las crónicas de Israel”.- ■ Los cinco gritan: “¡Que salga<br />
ese hombre! ¡Queremos hacerle una serie de preguntas!”. El joven se abre paso y sale a la<br />
puerta. Escriba: “¿Dónde está el que te ha curado?”. El joven, al que un amigo le había<br />
susurrado que eran escribas y sacerdotes, dice: “No sé”. Escriba: “¿Cómo que no lo sabes?<br />
Decías ahora que lo sabías. ¡No mientas a los doctores de la Ley y al sacerdote! ¡Ay de aquel<br />
que trate de engañar a los magistrados del pueblo!”. Joven: “Yo no engaño a nadie. Ese<br />
discípulo me dijo: «Está en esa casa» y era verdad, porque yo estaba cerca cuando me han<br />
tomado de la mano y conducido donde Él. Pero, dónde está ahora, no lo sé. El discípulo me<br />
dijo que se marchaban. Podría haber salido ya por las puertas”. Escriba “¿Pero a dónde iba?”.<br />
Joven: “¡¿Y yo qué sé?! Irá a Galilea... ¡Teniendo en cuenta cómo le tratan <strong>aquí</strong>!...”. Escriba:<br />
“¡Necio e irrespetuoso! ¡Ten cuidado de cómo hablas, hez del pueblo! Te he dicho que digas por<br />
qué camino iba”. Joven: “¿Y cómo queréis que lo sepa si estaba ciego? ¿Puede un ciego decir<br />
por dónde va otro?”. ■ Escriba: “Está bien. Síguenos”. Joven: “¿A dónde queréis llevarme?”.<br />
Escriba: “A los jefes de los fariseos”. Joven: “¿Por qué? ¿Qué tienen que ver conmigo? ¿Acaso<br />
me han curado ellos para que tenga que agradecérselo? Cuando estaba ciego y pedía limosna,<br />
mis manos no sentían nunca sus monedas; mi oído, nunca su palabra compasiva; mi<br />
corazón, nunca su amor. ¿Qué tengo que decirles? Sólo a uno debo decir «gracias», después<br />
de a mi padre y a mi madre, que durante tantos años me han amado siendo un desdichado.<br />
Y es a este Jesús que me ha curado amándome con su corazón, como mis padres<br />
con el suyo. No voy donde los fariseos. Me quedo <strong>aquí</strong> con mi madre y mi padre, a gozar de<br />
ver su rostro y ellos mis ojos que han nacido ahora, después de tantas primaveras desde aquella<br />
en que nací pero no vi la luz”. Escriba: “No tantas palabras. Ven y síguenos”. Joven: “¡Que no!<br />
¡Que no voy! ¿Habéis, acaso, enjugado alguna vez una lágrima de mi madre, abatida por mi<br />
desventura, o una gota de sudor de mi padre, agotado por el trabajo? ¿Ahora puedo hacerlo<br />
yo con mi vista. ¿Debería, acaso, dejarlos y seguiros?”. Escriba: “Te lo ordenamos. No eres tú<br />
el que ordena, sino el Templo y los jefes del pueblo. Si la soberbia de estar curado te ofusca<br />
la mente para recordar que mandamos nosotros, nosotros te lo recordamos. ¡Vamos! ¡Camina!”.<br />
Joven: “¿Pero por qué tengo que ir? ¿Qué queréis de mí?”. ■ Escriba: “Que des testimonio de lo<br />
que pasó. Es sábado. Se ha hecho algo en sábado. Se le considera como pecado. Pecado tuyo y<br />
de ese diablo”. Joven: “¡Diablos, vosotros! ¡Pecado, vosotros! ¿Y voy a ir a declarar contra el<br />
que me ha hecho un bien? ¡Vosotros estáis borrachos! Al Templo iré. Para bendecir al Señor. Y<br />
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nada más que eso. Durante muchos años he estado en la sombra de la ceguera. Pero los<br />
párpados cerrados han creado tiniebla sólo para los ojos. La inteligencia ha estado<br />
siempre en la luz, en gracia de Dios, y me dice que no debo dañar al único Santo que<br />
hay en Israel”. Escriba: “¡Basta! ¿No sabes que hay castigos para quien se opone a los<br />
magistrados?”. Joven: “Yo no sé nada. Aquí estoy y <strong>aquí</strong> me quedo. Y no os conviene hacerme<br />
ningún daño. Ya veis que todo Ofel está de mi parte”. ■ La gente grita: “¡Sí! ¡Sí! ¡Dejadle!<br />
¡Ventajistas! Dios le protege. ¡No le toquéis! ¡Dios está con los pobres! ¡Dios está con<br />
nosotros! ¡Explotadores, hipócritas!”, y amenaza, con una de esas espontáneas manifestaciones<br />
populares, que son las explosiones de indignación de los humildes contra quien los<br />
oprime, o de amor hacia quien los protege. Y gritan: “¡Ay de vosotros si agredís a nuestro<br />
Salvador! ¡Al Amigo de los pobres! Al Mesías tres veces Santo. ¡Ay de vosotros! No hemos<br />
temido la ira de Herodes ni la de los gobernadores, cuando ha hecho falta. ¡No tememos<br />
las vuestras, viejas hienas de mandíbulas desdentadas! ¡Chacales de uñas desmochadas!<br />
¡Inútiles prepotentes! Roma no quiere tumultos y no importuna al Rabí porque Él es paz.<br />
Pero a vosotros os conoce. ¡Marchaos! ¡Fuera de los barrios de los oprimidos por vosotros<br />
con diezmos superiores a sus fuerzas, para tener dinero para saciar vuestros apetitos y<br />
realizar torpes comercios. ¡Descendientes de Jasón! ¡De Simón! ¡Torturadores de los<br />
verdaderos Eleazares, de los santos Onías. ¡Vosotros que pisoteáis a los profetas! ¡Fuera!<br />
¡Fuera!”. ■ La gritería comienza a subir de punto. José de Arimatea, aplastado contra un murete,<br />
espectador de los hechos, hasta ahora atento pero inactivo, con una agilidad insospechable en un<br />
viejo --y menos todavía estando tan arrebujado en túnicas y mantos--, salta al murete y, en pie,<br />
grita: “¡Silencio, ciudadanos! ¡Escuchad a José el Anciano!”. Una, dos, diez cabezas se<br />
vuelven en la dirección del grito. Ven a José. Gritan su nombre. Debe ser muy conocido el<br />
de Arimatea y debe gozar del favor del pueblo, porque los gritos de indignación se<br />
transforman en gritos de alegría: “¡Está José el Anciano! ¡Viva él! ¡Paz y larga vida al<br />
justo! ¡Paz y bendición al benefactor de los indigentes! ¡Silencio, que habla José! ¡Silencio!”.<br />
().<br />
* J. de Arimatea: “Solo hay un culpable: el hombre de Keriot”. J. de Arimatea y los<br />
fariseos Eleazar, Juan y Jo<strong>aquí</strong>n y el mismo Bartolmai responden: curar en sábado<br />
no es <strong>obra</strong> del Demonio.- ■ Y José, ricamente vestido de espléndida lana, pone una mano<br />
en un hombro del joven y se pone en camino. La túnica cenizosa y gastada del joven, su<br />
pequeño manto, van rozando contra la amplia túnica rojo obscura y el pomposo manto<br />
aún más oscuro del anciano miembro del Sanedrín. Detrás, los cinco; después de éstos,<br />
muchos, muchos de Ofel...Ya están en el Templo, tras haber atravesado las calles centrales<br />
llamando la atención de muchos. Y la gente recíprocamente se señala al que antes era<br />
ciego, diciendo: “¡Pero si es el que pedía limosna ciego! ¡Y ahora tiene ojos! Bueno, quizás<br />
es uno que se le parece. No. Es él, sin duda, y le llevan al Templo. Vamos a oír”, y la fila<br />
aumenta cada vez más, hasta que los muros del Templo se tragan a todos. José guía al joven a<br />
una sala --no es el Sanedrín-- donde hay muchos fariseos y escribas. Entra. Y con él<br />
entran Bartolmái y los cinco. A los lugareños de Ofel los echan para atrás reteniéndolos en<br />
el patio. ■ José de Arimatea dice: “Aquí está el hombre. Yo mismo os le he<br />
traído, pues, sin ser visto, he asistido a su encuentro con el Rabí y a su curación. Y os<br />
puedo decir que fue totalmente casual por parte del Rabí. El hombre, le oiréis también<br />
vosotros, fue conducido --o mejor: invitado a ir-- donde estaba el Rabí, por Judas de Keriot, a<br />
quien conocéis. Y yo he oído, y también estos dos que están conmigo han oído porque<br />
estaban presentes, cómo fue Judas el que tentó a Jesús de Nazaret en orden al milagro.<br />
Ahora <strong>aquí</strong> declaro que si hay que castigar a uno no es ni al ciego ni al Rabí, sino al hombre<br />
de Keriot, que --Dios ve si miento al decir lo que mi inteligencia piensa-- es el único autor<br />
del hecho, en el sentido de que lo ha provocado con intencionada mani<strong>obra</strong>. He dicho”. ■<br />
Fariseo: “Lo que dices no anula la culpa del Rabí. Si un discípulo peca, no debe pecar el<br />
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Maestro. Y Él ha pecado curando en sábado. Ha realizado <strong>obra</strong> servil”. José: “Escupir en el<br />
suelo no es hacer <strong>obra</strong> servil. Y tocar los ojos de otro no es hacer <strong>obra</strong> servil. Yo también le<br />
toco al hombre y no creo pecar”. Fariseo: “Él ha realizado un milagro en sábado. En esto está<br />
el pecado”. José: “Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y su bondad. Es su día.<br />
¿No puede, acaso, el Omnipotente celebrarlo con un milagro que haga resplandecer su<br />
poder?”. Fariseo: “No estamos <strong>aquí</strong> para escucharte a ti. Tú no eres el encausado. Al que<br />
queremos interrogar es a ese hombre. ■ Responde tú. ¿Cómo has obtenido la vista?”.<br />
Bartolmai: “Ya lo he dicho. Y éstos me han oído. El discípulo de ese Jesús ayer me dijo:<br />
«Ven y haré que te cures». Y fui. Y he sentido ponerme barro <strong>aquí</strong> y una voz que me decía<br />
que fuera a Siloé a lavarme. Lo he hecho y veo”. Fariseo: “¿Pero tú sabes quién te ha<br />
curado?”. Bartolmai: “¡Claro que lo sé! Jesús. Ya os lo he dicho”. Fariseo: “¿Pero sabes<br />
exactamente quién es Jesús?”. Bartolmai: “Yo no sé nada. Soy un pobre y un ignorante. Y<br />
hasta hace poco estaba ciego. Esto es lo que sé. Y sé que Él me ha curado. Y, si lo ha podido<br />
hacer, sin duda, Dios está con Él”. Algunos gritan: “¡No blasfemes! Dios no puede estar con<br />
quien no observa el sábado”. Pero José y los fariseos Eleazar, Juan y Jo<strong>aquí</strong>n observan:<br />
“Tampoco puede un pecador hacer esos prodigios”. Fariseo:“¿Acaso estáis seducidos también<br />
vosotros por ese poseído?”. Eleazar dice con calma: “No. Somos justos. Y decimos que, si<br />
Dios no puede estar con quien realiza <strong>obra</strong>s en sábado, tampoco puede el hombre sin Dios<br />
hacer que un ciego de nacimiento vea”. Y los otros asienten. Los malévolos gruñen: “¿Y al<br />
demonio dónde lo dejáis?”. El fariseo Juan dice: “No puedo creer, y tampoco vosotros lo<br />
creéis, que el demonio pueda realizar <strong>obra</strong>s con las que se alaba al Señor”. Fariseo:<br />
“¿Pero quién le alaba?”. José rebate: “El joven, sus padres, todo Ofel, y yo con ellos, y<br />
conmigo todos los que son justos y temen santamente a Dios”. ■ Los malévolos, cortados, no<br />
sabiendo qué objetar, arremeten contra Sidonio, llamado Bartolmái: “¿Tú qué dices del que<br />
te ha abierto los ojos?”.Bartolmai: “Para . mí es un profeta. Y más grande que Elías que resucitó<br />
al hijo de la viuda de Sarepta. Porque Elías hizo que el alma volviera al niño. Pero este<br />
Jesús me ha dado lo que nunca había perdido, porque no lo había tenido nunca: la<br />
vista. Y si me ha hecho los ojos, así, en un instante y con nada, excepto un poco de<br />
barro, mientras que en nueve meses mi madre con carne y sangre no había logrado<br />
hacérmelos, debe ser tan grande como Dios, que con barro hizo al hombre”. Le gritan: “¡Fuera!<br />
¡Fuera! ¡Blasfemo! ¡Embustero! ¡Vendido!”, y echan afuera al hombre como si fuera un réprobo<br />
y dicen: “Ese hombre miente. No puede ser verdad. Todos pueden decir que uno que ha<br />
nacido ciego no se puede curar. Será uno que asemeja a Bartolmái, y preparado por el<br />
Nazareno... o... Bartolmái no ha estado nunca ciego”. ■ Ante esta sorprendente<br />
afirmación, José de Arimatea reacciona sin vacilar: “Que el odio ciegue a uno, es cosa que<br />
se sabe desde Caín; pero que haga necia a la gente no se sabía aún. ¿Os parece lógico que<br />
uno llegue a la flor de la juventud fingiéndose ciego por... esperar un posible suceso que<br />
meta mucho ruido y suceso muy futuro? ¿O que los padres de Bartolmái no conozcan a su<br />
hijo o se presten a esta mentira?”. Fariseos: “El dinero lo puede todo. Y son pobres”. José: “El<br />
Nazareno es más pobre que ellos”. Fariseos: “¡Mientes! Sumas de sátrapa pasan por sus<br />
manos”. José: “Pero no se paran en ellas ni un instante. Son para los pobres esas sumas;<br />
usadas para el bien, no para el engaño”. Fariseos: “¡Cómo le defiendes! ¡Y eres uno de los<br />
Ancianos!”. Eleazar dice: “José tiene razón. La verdad hay que decirla independientemente<br />
del cargo que un hombre ocupe”.<br />
* “Nunca nadie ha podido abrir los ojos a un ciego de nacimiento; Jesús lo ha hecho. Si<br />
no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”.- ■ Elquías grita: “Corred a llamar al ciego.<br />
Y traedle otra vez <strong>aquí</strong>. Y que otros vayan donde los padres y los traigan <strong>aquí</strong>”, y ha<br />
abierto de par en par la puerta y ha dado la orden a algunos que estaban afuera esperando. Y su<br />
boca está casi recubierta de baba, de tanto como le ahoga la ira. Unos corren en una<br />
dirección, otros en otra. El primero que vuelve es Sidonio, llamado Bartolmái, sorprendido<br />
y molesto. Le ordenan que se quede en un rincón y le miran al igual modo que una jauría<br />
de perros mira a su presa... Luego, después de un buen rato, llegan los padres, rodeados de<br />
gente. Ordenan: “Entrad vosotros. ¡Los demás, afuera!”. Los dos entran asustados, ven a su<br />
hijo allí, en el fondo, sano pero como si estuviera arrestado. La madre, gimiendo, dice:<br />
“¡Hijo mío! ¡Y debía ser día de fiesta para nosotros!”. ■ Un fariseo rudamente pregunta:<br />
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“Escuchadnos.¿Es vuestro hijo este hombre?”. Padre: “¡Sí que es nuestro hijo! ¿Quién<br />
creéis que puede ser, sino él?”. Fariseo: “¿Estáis seguros de ello?”. El padre y la madre están<br />
tan asombrados de la pregunta, que antes de responder se miran. El fariseo insiste:<br />
“¡Responded!”. El padre dice humildemente: “Noble fariseo, ¿cómo piensas que un padre y una<br />
madre puedan engañarse respecto a su hijo?”. Fariseo:“¿Pero... podéis jurar... sí, que por<br />
ninguna suma os ha sido pedido decir que éste es vuestro hijo, mientras que es uno que le<br />
asemeja?”. Padre: “¿Pedido decir? ¿Y quién habría sido? ¿Jurar? ¡Mil veces, y por el altar y el<br />
Nombre de Dios, si quieres!”. Es una afirmación tan segura que desalentaría hasta al más<br />
obstinado. ¡Pero los fariseos no se desalientan!: “¿Pero vuestro hijo no había nacido<br />
ciego?”. Padre: “Sí. Así había nacido. Con los párpados cerrados y, debajo, el vacío, la<br />
nada...”. Otro fariseo, dice: “¿Y cómo es que ahora ve, tiene los ojos y, sobre ellos, abiertos los<br />
párpados? ¡No querréis decir que los ojos pueden nacer así, como flores en primavera, y<br />
que un párpado se abre exactamente como el cáliz de una flor!...”, y se ríe sarcásticamente.<br />
Padre: “Sabemos que este hombre es verdaderamente nuestro hijo desde hace casi treinta<br />
años, y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco quién le ha<br />
abierto los ojos. Y... ¿por qué no le preguntáis a él? No es un idiota ni un niño. Tiene ya<br />
sus buenos años. Preguntadle y os responderá”. ■ Uno de los que habían seguido siempre al<br />
ciego, grita: “Vosotros mentís. Él, en vuestra casa, ha contado cómo ha sido curado y por<br />
quién. ¿Por qué decís que no sabéis?”. El padre y la madre se justifican: “Estábamos tan<br />
atolondrados por la sorpresa, que no caímos bien en la cuenta”. Los fariseos se vuelven hacia<br />
Sidonio, llamado Bartolmái: “Acércate. ¡Y da gloria a Dios, si es que puedes! ¿No sabes que<br />
quien te ha tocado los ojos es un pecador? ¿No lo sabes? Bueno, pues ya lo sabes. Te lo<br />
decimos nosotros, que lo sabemos”. Bartolmai: “¡Bueno...! Será como decís vosotros. Yo si es<br />
pecador no lo sé. Sé sólo que antes estaba ciego y ahora veo, y muy claro”. Fariseo: “Pero ¿qué<br />
te ha hecho? ¿Cómo te ha abierto los ojos?”. Bartolmai: “Ya os lo he dicho y no me habéis<br />
escuchado. ¿Queréis oírlo otra vez? ¿Por qué? ¿Es que queréis haceros discípulos de Él?”.<br />
Fariseo: “¡Necio! Sé tú discípulo de ese hombre. Nosotros somos discípulos de Moisés. Y de<br />
Moisés sabemos todo, y que Dios le habló. Pero de este hombre no sabemos nada, ni de<br />
dónde viene ni quién es, y ningún prodigio del Cielo le señala como profeta”. ■<br />
Bartolmai:“¡Aquí precisamente está lo increíble! Que no sabéis de dónde es y decís que ningún<br />
prodigio le señala como justo. Pero Él me ha abierto los ojos y ninguno de nosotros de<br />
Israel había podido hacerlo jamás, ni siquiera el amor de una madre y los sacrificios de mi<br />
padre. Pero hay una cosa que sabemos todos, tanto yo como vosotros, y es que Dios no<br />
escucha al pecador, sino a aquel que tiene temor de Dios y hace su voluntad. No se ha<br />
oído nunca que ninguno, en todo el mundo, haya podido abrir los ojos a un ciego de<br />
nacimiento; pero este Jesús lo ha hecho. Si no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”.<br />
Fariseo: “Has nacido sumido en el pecado, eres deforme en el espíritu igual y más de lo que<br />
lo fuiste en el cuerpo, ¿y te las das de poder enseñarnos a nosotros? ¡Fuera, maldito aborto, y<br />
hazte diablo con tu seductor! ¡Fuera! ¡Fuera todos, plebe necia y pecadora!”, y echan<br />
afuera a hijo, padre y madre, como si fueran tres leprosos. ■ Los tres se marchan raudos,<br />
seguidos por los amigos. Pero, llegado afuera de la muralla, Bartolmai se vuelve y dice:<br />
“¡Decid lo que se os ocurra! Decid lo que queráis. La verdad es que yo veo, y alabo a Dios<br />
por ello. Y diablos seréis vosotros, no el Bueno que me ha curado”. La madre gime:“¡Calla,<br />
hijo! ¡Calla! ¡Basta que no nos perjudique!...”. Bartolmai: “¡Oh, madre! ¿El aire de<br />
aquella sala te ha envenenado el alma, a ti que en mi dolor me enseñabas a alabar a Dios<br />
y ahora en la alegría no le sabes dar gracias y temes a los hombres? Si Dios me ha<br />
amado tanto, y te ha amado tanto, que nos ha dado el milagro, ¿no sabrá defendernos de<br />
un puñado de hombres?”. El padre dice: “Nuestro hijo tiene razón, mujer. Vamos a nuestra<br />
sinagoga a alabar al Señor, porque de este Templo nos han arrojado. Y vamos aprisa antes de<br />
que termine el sábado...”. (Escrito el 10 de Octubre de 1946).<br />
········································<br />
1 Nota : Ju. 8,21-59<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
71
8-515-109 (9-212-539).-Las razones del dolor salvífico de Jesús. ¿Por qué Él debe sufrir tanto?<br />
Elogio a la obediencia.<br />
* En el principio del dolor hay una desobediencia.- Para restablecer el orden debe haber<br />
una obediencia perfecta.- ■ Jesús no dispone de mucho tiempo para estar con sus<br />
pensamientos. Juan y su primo Santiago, después Pedro y Simón Zelote, le alcanzan y atraen su<br />
atención hacia el panorama que se ve desde lo alto del monte. Y, quizás con intención de<br />
distraerle, porque está visiblemente triste, evocan hechos acontecidos en esos lugares que se<br />
muestran a sus ojos. El viaje a Ascalón... la casa de los campesinos de la llanura de Sarón,<br />
donde Jesús devolvió la vista al viejo padre de Gamala y Jacob... el retiro al Carmelo de Jesús y<br />
Santiago... Cesarea marítima y la niña Aura Gala... el encuentro con Síntica... los gentiles de<br />
Joppe... los ladrones de cerca de Modín... el milagro de la mies en casa de José de Arimatea... la<br />
ancianita espigadora. Sí, son cosas, todas ellas, que tienen intención de alegrar... pero que<br />
contienen, para todos o para Él solo, un hilo de tristeza y un recuerdo de dolor. ■ Caen en la<br />
cuenta los mismos apóstoles y murmuran: “Verdaderamente que en todas las cosas de la tierra<br />
se encuentra el dolor. Es un lugar de expiación...”. Pero, justamente, Andrés, que se ha unido al<br />
grupo con Santiago de Zebedeo, observa: “Es ley justa para nosotros los pecadores, pero para Él<br />
¿por qué tanto dolor?”. Surge una discusión amigable, y sigue así también cuando, atraídos por<br />
las palabras de los primeros, que hablan en tono alto, se unen al grupo todos los otros. ■ Menos<br />
Judas Iscariote que está ocupadísimo con algunas personas modestas --a las cuales está<br />
enseñando--, imitando al Maestro en la voz, en el gesto, en las ideas. Pero es una imitación<br />
teatral, pomposa, falta del calor del convencimiento. Y los que le escuchan se lo dicen, incluso<br />
sin rodeos, lo que pone nervioso a Judas, que les echa en cara el ser obtusos y el que no<br />
comprendan nada por eso. Y Judas declara que los deja porque «no es justo arrojar perlas de la<br />
sabiduría a los cerdos». Pero se detiene, porque esta gente sencilla, mortificada, le ruega que sea<br />
indulgente, confesándose «inferiores a él, como un animal es inferior a un hombre». ■ Jesús está<br />
distraído de lo que dicen en torno a Él los once, para escuchar lo que dice Judas; y, ciertamente,<br />
no le agrada lo que oye... Suspira y se queda callado hasta que Bartolomé directamente le llama<br />
la atención señalándole los diversos puntos de vista de por qué Él, que es inocente de todo<br />
pecado, debe sufrir. Dice: “Yo sostengo que esto sucede porque el hombre odia a quien es<br />
bueno. Hablo del hombre culpable, o sea, de la mayoría. Y esta mayoría comprende que,<br />
comparada con quien está libre de pecado, resaltan aún más su culpabilidad y sus vicios, y por<br />
rabia se venga haciendo sufrir al bueno”. Judas Tadeo dice: “Yo, sin embargo, sostengo que<br />
sufres por el contraste entre tu perfección y nuestra miseria. Aunque ninguno te despreciase en<br />
ningún modo, igualmente sufrirías, porque tu perfección debe sentir una dolorosa repulsa de los<br />
pecados de los hombres”. Mateo dice: “Yo, por el contrario, sostengo que Tú, no careciendo de<br />
humanidad, sufres por el esfuerzo de deber dominar con tu parte sobrenatural los impulsos de tu<br />
humanidad contra tus enemigos”. Andrés dice: “Yo, que sin duda me equivoco por ser un<br />
ignorante, afirmo que sufres porque tu amor es rechazado. No sufres porque no puedas castigar<br />
como tu lado humano puede desear, sino que sufres por no poder hacer el bien como querrías”.<br />
Zelote dice: “Bueno. Yo aseguro que sufres porque debes padecer todo el dolor para redimir<br />
todo el dolor. No predominando en Ti una u otra naturaleza, sino estando igualmente estas dos<br />
naturalezas tuyas en Ti, fundidas, con un perfecto equilibrio, para formar la Víctima perfecta<br />
(tan sobrenatural, que puede ser válida para aplacar la ofensa hecha a la Divinidad; tan humana,<br />
que puede representar a la Humanidad y llevarla de nuevo al estado inmaculado del primer<br />
Adán, para anular el pasado y engendrar una nueva Humanidad; volver a crear una humanidad<br />
nueva, conforme al pensamiento de Dios, o sea, una humanidad en que esté realmente la imagen<br />
y semejanza de Dios y el destino del hombre: la posesión, el poder aspirar a la posesión de Dios,<br />
en su Reino), debes sufrir sobrenaturalmente, y sufres, por todo lo que ves hacer y por lo que te<br />
rodea --podría decir-- con perpetua ofensa a Dios, y debes sufrir humanamente, y sufres, para<br />
arrancar las inclinaciones perversas de nuestra carne que envenenó Satanás. Con el sufrimiento<br />
completo de tus dos naturalezas perfectas borrarás completamente la Ofensa hecha a Dios, la<br />
culpa del hombre”. ■ Los otros callan. Jesús pregunta: “¿Y vosotros no decís nada? ¿Cuál es<br />
según vosotros la mejor opinión?”. Unos dicen que ésta, otros aquélla. Santiago de Alfeo y Juan<br />
no dicen nada. Jesús, para hacerlos hablar, les dice: “¿Y vosotros dos? ¿No os gustó ninguna?”.<br />
72
Santiago de Alfeo dice: “Sí. En cada una de ellos encontramos algo de verdad. Mejor dicho,<br />
mucho de verdad. Pero nos parece que todavía falta que se diga la verdad completa”. Jesús: “¿Y<br />
no podéis encontrarla?”. Santiago de Alfeo: “Tal vez Juan y yo la hemos encontrado. Pero nos<br />
parece casi una blasfemia el decirla, porque... Somos buenos israelitas y tememos tanto a Dios<br />
que no nos atrevemos a pronunciar su Nombre. Y el pensar que, si el hombre del pueblo<br />
elegido, el hombre hijo de Dios, no se atreve a pronunciar casi el Nombre bendito y crea<br />
nombres sustitutivos para nombrar a su Dios, el que pueda Satanás atreverse a hacer daño a<br />
Dios, nos parece un pensamiento blasfemo. Y, con todo, vemos que el dolor siempre es activo<br />
en Ti porque Tú eres Dios y Satanás te odia. Te odia como ningún otro. Te topas con el odio,<br />
hermano mío, porque eres Dios”. Juan dice: “Sí, te topas con el odio porque eres el Amor. No<br />
son los fariseos, ni los rabinos, ni esto o aquello, los que te causan dolor. Sino que es el Odio el<br />
que se apodera de los hombres y los lanza contra Ti, ciegos de odio, porque con tu amor le<br />
arrancas muchas presas al Odio”.■ Jesús, insistiendo, dice: “A las muchas definiciones les falta<br />
todavía una cosa. Buscad la razón verdadera por la que soy...”. Pero nadie encuentra algo más<br />
que añadir. Piensan y piensan. Se rinden diciendo: “No encontramos nada más...”. Jesús: “Es<br />
muy sencillo. Está ante los ojos. Resuena en las palabras de nuestros Libros, en las figuras de<br />
nuestras narraciones... ¡Ea, buscad! En todo lo que habéis dicho hay algo de verdad, pero falta<br />
la razón principal. Buscadla no en el momento actual, sino en el pasado, más allá de los<br />
profetas, más allá de los patriarcas, más allá de la creación del Universo...”. Los apóstoles<br />
piensan, pero... no encuentran. Jesús sonríe. Luego dice: “Si os acordareis de mis palabras,<br />
encontraríais la razón. Pero no podéis hacerlo por ahora. Eso sí, un día la recordaréis. Escuchad.<br />
Atravesemos la corriente de los siglos, hasta más allá de los límites del tiempo. Vosotros sabéis<br />
quién fue el que echó a perder el corazón del hombre. Fue Satanás, la Serpiente, el Adversario,<br />
el Enemigo, el Odio. Llamadlo como queráis. Pero, ¿por qué le echó a perder? Por ser muy<br />
envidioso (Sab. 2,23-24); no pudo soportar que el hombre fuese destinado al Cielo del que había<br />
sido él expulsado. ¿Por qué fue expulsado? Por haberse rebelado contra Dios. Esto lo sabéis.<br />
¿En qué se rebeló? No obedeciendo. ■ En el principio del dolor hay una desobediencia. ¿No<br />
es pues lógico que, lo que restablezca el orden, que es siempre alegría, sea una obediencia<br />
perfecta? Obedecer es difícil, sobre todo si se trata de una materia grave. Lo difícil causa dolor a<br />
aquel que lo lleva a cabo. Pensad, pues, si Yo, a quien el Amor solicitó si quería devolver la<br />
alegría a los hijos de Dios, no tendré que sufrir infinitamente para cumplir la obediencia al<br />
Pensamiento de Dios. Yo, debo, pues, sufrir, para vencer, para borrar no uno o mil pecados, sino<br />
el propio Pecado por excelencia que, en el espíritu angélico de Lucifer o en el que animaba a<br />
Adán, fue y será siempre, hasta el último hombre, pecado de desobediencia a Dios. ■ Vosotros<br />
debéis obedecer limitadamente a eso poco --os parece mucho, pero es muy poco-- requerido por<br />
Dios, que, en su justicia, os pide solamente aquello que podéis dar. Vosotros, de lo que Dios<br />
quiere, conocéis solamente lo que podéis cumplir. Pero Yo conozco todo su Pensamiento,<br />
respecto de los grandes y pequeños acontecimientos. Yo no tengo puestos límites en el<br />
conocimiento ni en la ejecución. El Sacrificador amoroso, el Abraham divino (Gén.22), no<br />
perdona a su Víctima e Hijo suyo. Es el Amor no satisfecho y ofendido el que exige<br />
reparación y ofrecimiento. Y, aunque viviese millares de años, nada sería, si no consumara el<br />
Hombre hasta la última fibra; de la misma forma que nada habría sido, si ab eterno no hubiese<br />
dicho Yo «sí» a mi Padre, disponiéndome a obedecer como Dios Hijo y como Hombre, en el<br />
momento que mi Padre considerara oportuno”.<br />
* Elogio a la obediencia.- ■ Jesús: “La obediencia es dolor y es gloria. La obediencia, como el<br />
espíritu, jamás muere. En verdad os digo que los verdaderos obedientes serán dioses, pero<br />
después de una lucha continua contra sí mismo, contra el mundo, contra Satanás. La obediencia<br />
es luz: cuanto más se es obediente, más luminoso se es y más se ve. La obediencia es paciencia:<br />
y, cuanto más se es obediente, más se soportan las cosas y a las personas. La obediencia es<br />
humildad: y, cuanto más obediente se es, más humilde se es para con nuestro prójimo. La<br />
obediencia es caridad, porque es un acto de amor: y, cuanto más obediente se es, más<br />
numerosos y perfectos son los actos. La obediencia es heroísmo. Y el héroe del espíritu es el<br />
santo, el ciudadano de los Cielos, el hombre divinizado. ■ Si la caridad es la virtud en que uno<br />
encuentra al Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que soy hallado Yo, vuestro<br />
73
Maestro. Haced que el mundo os reconozca como mis discípulos por una obediencia absoluta a<br />
todo lo santo...”. (Escrito el 18 de Octubre de 1946).<br />
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8-517-120 (9-214-550).- El corazón de Jesús --cansado de odios, rechazos, conjuras, traiciones<br />
de quien se finge amigo y es espía-- tiene necesidad de reposo: lo encuentra en el amor.<br />
* Judas, tenaz en su idea, aconseja a Jesús la forma de implantar el Reino.- ■ El viento<br />
húmedo y frío peina los árboles de la colina y juguetea en el cielo con nubes semiamarillentas.<br />
Jesús, los doce y Esteban envueltos en sus mantos, descienden de Gabaón por el camino que<br />
lleva a la planicie. Conversan entre sí, mientras Jesús, absorto en uno de sus silencios, está lejos<br />
de lo que le rodea. Y sigue así hasta que llegados a un cruce a la mitad de la ladera, mejor dicho,<br />
casi a los pies, dice: “Tomemos por acá y vayamos a Nobe”. Iscariote pregunta: “¿Cómo? ¿No<br />
volvemos a Jerusalén?”. Jesús: “Nobe y Jerusalén es casi una sola cosa para quien está<br />
acostumbrado a caminar mucho. Prefiero estar en Nobe. ¿Te desagrada?”. Iscariote: “¡No,<br />
Maestro! Me da lo mismo... Más bien lo que me desagrada es que Tú, en un lugar tan propicio<br />
para Ti, hayas figurado tan poco. Hablaste más en Beterón que ciertamente no se mostraba<br />
amiga tuya. Deberías, según mi parecer, hacer al contrario. Tratar de atraer cada vez más a Ti<br />
las ciudades que sientes propicias, hacer de ellas... contraarmas para las ciudades dominadas por<br />
enemigos tuyos. ¿Comprendes qué valor, tener de tu parte las ciudades cercanas a Jerusalén? Al<br />
fin y al cabo, Jerusalén no es todo. También pueden contar los otros lugares y hacer pesar su<br />
voluntad sobre el sentir de Jerusalén. Generalmente los reyes son proclamados en las ciudades<br />
que les son más fieles, y una vez proclamados, la otras no tienen más que resignarse...”. Felipe<br />
dice: “Cuando no se rebelan, y entonces vienen las luchas fratricidas. No creo que el Mesías<br />
quiera iniciar su Reino con una guerra interna”. ■ Jesús: “Yo querría una cosa, y es que ese<br />
Reino empezase en vuestros corazones con un juicio recto de las cosas. Pero todavía no sois<br />
capaces de verlas en su justo punto... ¿Cuándo comprenderéis?”.<br />
* “Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con<br />
mi Padre en el Cielo”.- ■ Presintiendo que lo que está por llegar sea un reproche, Iscariote<br />
vuelve a preguntar: “¿Por qué, pues, acá, en Gabaón hablaste tan poco?”. Jesús: “Preferí<br />
escuchar y descansar. ¿No comprendéis que también Yo tengo necesidad de descanso?”.<br />
Bartolomé, afligido, dice: “Hubiéramos podido quedarnos y darles esta satisfacción. ¿Si estabas<br />
tan cansado para qué te has puesto otra vez en camino?”. Jesús: “No estoy cansado en el cuerpo.<br />
No necesito descansar para darle alivio. Es mi corazón, que está cansado, el que tiene necesidad<br />
de reposo, y éste lo encuentro donde hay amor. ¿Creéis que sea insensible a tanto odio? ¿que los<br />
rechazos no me causen dolor? ¿que las conjuras que se traman contra Mí, me dejen insensible?<br />
¿que las traiciones de quien se finge amigo, y es un espía de mis enemigos, puesto a mi lado<br />
para...”. ■ Iscariote, con una apasionada irritación, mayor que la de los demás, protesta: “¡Jamás<br />
sucederá eso, Señor! Y no debes ni siquiera sospecharlo. ¡Hablando así nos ofendes!”. Los<br />
demás protestan también diciendo: “Maestro, nos apenas con estas palabras. ¡Dudas de<br />
nosotros!”. Y Santiago de Zebedeo, impulsivo, exclama: “Me despido de Ti, Maestro, y vuelvo<br />
a Cafarnaúm. Con el corazón roto. Pero me voy. Y si no basta Cafarnaúm, me iré con los<br />
pescadores de Tiro y Sidón, iré a Cintium, iré a no sé dónde. Pero tan lejos, que sea imposible<br />
que puedas pensar que yo te traiciono. ¡Bendíceme por última vez!”. Jesús le abraza diciendo:<br />
“¡Cálmate, apóstol mío! Son muchos los que se dicen mis amigos, no sois solo vosotros. Te<br />
afligen, os afligen mis palabras. ¿Pero en qué corazones deberé derramar mis aflicciones y<br />
buscar consuelo sino en los de mis amados apóstoles y discípulos fieles? ■ Busco en vosotros<br />
una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo;<br />
y una gota del amor que dejé por amor de los hombres: el amor de mi Madre. Las busco para<br />
que me ayuden. ¡Oh, la ola amarga, el peso inhumano rebasan mi corazón, oprimen el corazón<br />
del Hijo del hombre!... Mi pasión, mi Hora cada vez más se acerca... Ayudadme a soportarla, a<br />
realizarla... ¡porque es muy dolorosa!”. Los apóstoles se miran conmovidos ante el dolor<br />
profundo que respiran las palabras del Maestro y no saben hacer otra cosa más que estrecharse a<br />
Él, acariciarle, besarle... y son simultáneos los besos de Judas a la derecha y de Juan a la<br />
74
izquierda en el rostro de Jesús, que baja los párpados velando sus ojos mientras Iscariote y Juan<br />
le besan...■ Reanudan la marcha, y Jesús puede terminar ahora su pensamiento interrumpido:<br />
“En medio de tantas angustias mi corazón busca lugares donde encontrar amor y descanso;<br />
donde, en lugar de hablar a piedras secas, a engañosas serpientes o mariposas caprichudas,<br />
puede escuchar las palabras de otros corazones y consolarse porque las siente sinceras,<br />
amorosas, justas. Gabaón es uno de estos lugares. Nunca había venido. Pero me encontré con un<br />
campo arado en el que sembraron óptimos operarios de Dios. ■ ¡El sinagogo! Vino a la Luz,<br />
pero era ya un espíritu iluminado. ¡Lo que puede hacer un buen siervo de Dios! Gabaón no está,<br />
ciertamente, exenta de los manejos de quienes me odian. También allí se tratará de seducir, de<br />
corromper. Pero en ella hay un buen sinagogo y el veneno del mal no tiene su fuerza en ella.<br />
¿Creéis acaso que me guste estar siempre corrigiendo, censurando, reprendiendo? Mucho más<br />
dulce es decir: «Has comprendido la Sabiduría. Sigue tu camino y sé santo», como dije al<br />
Sinagogo de Gabaón”. Apóstoles “¿Volveremos entonces?”. Jesús: “Cuando el Padre me<br />
permite que encuentre un lugar de paz, me alegro y bendigo a mi Padre. Pero no he venido para<br />
esto. Vine para convertir al Señor los lugares culpables y alejados de Él”. (Escrito el 24 de<br />
Octubre de 1946).<br />
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8-518-125 (9-215-555).- En Jerusalén, encuentro con el ciego curado Bartolmai y palabras que<br />
revelan a Jesús como el Buen Pastor (1).<br />
* Jesús, para premiar y confirmar en su fe a Bartolmai, descubre por un instante su belleza<br />
futura por medio de una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto brillante.- ■<br />
Jesús, que ha entrado en la ciudad por la puerta de Herodes, está cruzándola en dirección hacia el<br />
Tiropeo y el barrio de Ofel. Van al Templo. Están ya en las murallas. Entran. Van al atrio de los<br />
Israelitas. Oran mientras un sonido de trompetas --diría que sonido de plata por su timbre-- anuncia<br />
algo que es, sin duda importante, y se esparce por la colina; y, mientras un perfume de incienso se<br />
esparce suavemente, sobrepujando todos los otros olores menos agradables que puedan percibirse<br />
en la cima del Moria, o sea: el perpetuo --diría: natural-- olor a carne de anímales degollados y<br />
consumidos por el fuego; el olor a harina quemada; el olor a aceite ardiendo: olores éstos que se<br />
detienen siempre ahí arriba, más o menos fuertes, pero que siempre están presentes, por los<br />
continuos holocaustos. ■ Se marchan siguiendo otra dirección, y empiezan a ser notados por los<br />
primeros que vienen al Templo, por gente que pertenece al Templo, por los cambistas y<br />
vendedores, que están montando sus mesas o recintos. Pero son demasiado pocos; y la sorpresa es<br />
tal, que no saben reaccionar. Entre sí intercambian palabras de estupor: “¡Ha vuelto!”, “No ha<br />
ido a Galilea, como decían”, “¿Pero dónde estaba escondido, si no se le ha encontrado en ninguna<br />
parte?”, “Quiere realmente desafiarlos”, “¡Qué necio!”, “¡Qué santo!”, etcétera, según la<br />
disposición de cada uno. ■ Jesús está ya fuera del Templo y baja hacia la calle que lleva a Ofel.<br />
En esto, se topa con el ciego de nacimiento, curado hace poco, el cual, cargado de cestas llenas de<br />
manzanas olorosas, camina alegre, bromeando con otros jóvenes igualmente cargados, que van en<br />
sentido opuesto al suyo. Quizás al joven le pasaría inadvertido el encuentro, dado que desconoce<br />
el rostro de Jesús y el de los apóstoles. Pero Jesús no desconoce la cara del que fue curado<br />
milagrosamente. Y le llama. Sidonio, llamado Bartolmái, se vuelve y mira interrogativamente al<br />
hombre alto y majestuoso --a pesar de ir vestido humildemente-- que le llama por el nombre<br />
dirigiéndose hacia un callejón. Ordena Jesús: “Ven <strong>aquí</strong>”. El joven se acerca sin dejar su<br />
carga. Mira a Jesús. Cree que desea comprar manzanas. Dice: “Mi jefe las ha vendido ya.<br />
Pero tiene más todavía, si quieres. Son bonitas y buenas. Traídas ayer de las huertas de Sarón.<br />
Y, si compras muchas, tienes un importante descuento, porque...”. Jesús sonríe mientras<br />
alza la derecha para poner freno a la locuacidad del joven. Y dice: “No te he llamado para<br />
comprar las manzanas, sino para alegrarme contigo y bendecir contigo al Altísimo, que te<br />
ha concedido su favor”. El joven, poniendo las cestas en el suelo, dice: “¡Oh, sí! Yo lo hago<br />
continuamente, por la luz que veo y por el trabajo que puedo realizar, ayudando a mi<br />
padre y a mi madre, por fin. He encontrado un buen jefe. No es hebreo, pero es bueno.<br />
Los hebreos no me querían por... porque saben que he sido expulsado de la sinagoga”. ■<br />
Jesús: “¿Te han expulsado? ¿Por qué? ¿Qués has hecho?”. Bartolmai: “Yo nada. Te lo<br />
aseguro. El Señor es el que lo ha hecho. En sábado, el Señor hizo que me encontrara con<br />
75
ese hombre que se dice que es el Mesías, y Él me curó, como ves. Por eso me han expulsado”.<br />
Jesús, para probarle, dice: “Entonces el que te curó no te ha hecho en todo un buen favor”.<br />
Bartolmai: “¡No digas eso, hombre! ¡Esto que dices es una blasfemia! Ante todo, me ha<br />
mostrado que Dios me ama, luego me ha dado la vista... Tú no sabes lo que es «ver»,<br />
porque has visto siempre. ¡Pero uno que no había visto nunca! ¡Oh!... Es... Con la vista se<br />
tienen juntamente todas las cosas. Yo te digo que cuando vi, allá en Siloé, reí y lloré, pero de<br />
alegría ¿eh? Lloré como no había llorado en el tiempo de la desventura. Porque entendí<br />
entonces cuán grande era ella y cuán bueno era el Altísimo. Y, además, puedo ganarme la<br />
vida, y con trabajo decoroso. Y, además... --esto es lo que, más que todo, espero que me<br />
conceda el milagro recibido--, además, espero poder encontrar al hombre al que llaman Mesías<br />
y a su discípulo que me...”. Jesús: “¿Y qué harías entonces?”. Bartolmai: “Quisiera bendecirle.<br />
A Él y a su discípulo. Y quisiera decirle al Maestro, que ha venido de Dios, y le rogaría que<br />
me tome por su siervo”. Jesús: “¿Cómo? Por causa suya estás anatematizado, con fatiga<br />
encuentras trabajo, puedes ser incluso más castigado, ¿y quieres estar a su servicio? ¿No sabes<br />
que están perseguidos todos aquellos que siguen al que te curó?”. Bartolmai: “¡Ya lo sé!<br />
Pero Él es el Hijo de Dios. Eso se dice entre nosotros. A pesar de que aquellos de arriba (y<br />
señala al Templo) no quieran que se diga. Y ¿no merece la pena dejarlo todo para servirle a<br />
Él?”. ■ Jesús: “¿Crees, entonces, en el Hijo de Dios y en su presencia en Palestina?”. Bartolmai:<br />
“Lo creo. Pero quisiera conocerle, para creer en Él no sólo en la mente, sino con todo mi ser. Si<br />
sabes quién es y dónde se encuentra, dímelo, para ir donde Él, verle, creer completamente en Él<br />
y servirle”. Jesús: “Ya le has visto, y no tienes necesidad de ir donde Él. El que ves y te<br />
habla en este momento es el Hijo de Dios”. ■ Y --no podría afirmarlo con plena seguridad-- me<br />
ha parecido que al decir estas palabras Jesús ha tenido casi una brevísima transfiguración,<br />
adquiriendo un aspecto bellísimo y, diría, resplandeciente. Yo diría que, para premiar y<br />
confirmar en su fe a este humilde creyente que cree en Él, ha descubierto, por un instante,<br />
durante el tiempo que dura un destello, su belleza futura (quiero decir la que asumirá después de<br />
la Resurrección y conservará en el Cielo, su belleza de criatura humana glorificada, de cuerpo<br />
glorificado y hecho uno con la inefable belleza de su Perfección). Un instante, digo. Un destello.<br />
Pero el rincón semiobscuro donde se han refugiado para hablar, bajo el arco del callejón, se<br />
ilumina extrañamente con una luminosidad que emana de Jesús, el cual, lo repito, adquiere una<br />
grandísima hermosura. Luego todo vuelve a ser como antes, excepto el joven, que ahora está en<br />
el suelo, rostro en tierra, y que adora y dice: “¡Yo creo, Señor mi Dios!”.<br />
. ● “He venido para traer la luz, probar y juzgar a los hombres. Es tiempo de opción,<br />
elección y selección. Para que los que eran ciegos (por culpa de los hombres y sean<br />
puros, humildes, amantes de la justicia... ) vean, y los que se creen con vista se queden<br />
ciegos”.- ■ Dice Jesús: “Levántate. He venido al mundo para traer la luz y el conocimiento de<br />
Dios y para probar a los hombres y juzgarlos. Este tiempo mío es tiempo de opción, de elección<br />
y de selección. He venido para que los puros de corazón e intención, los humildes, los<br />
mansos, los amantes de la justicia, de la misericordia, de la paz, los que lloran y los que saben<br />
dar a las distintas riquezas su valor real y preferir las espirituales a las materiales<br />
encuentren aquello que su espíritu anhela; y para que los que eran ciegos --porque los<br />
hombres habían alzado gruesos muros para impedir el paso de la luz, o sea, impedir el<br />
conocimiento de Dios-- vean, y los que se creen con vista se queden ciegos...”. ■ Algunos<br />
fariseos, que habían llegado al improviso por la calle principal y, sin hacer ruido, se<br />
habían acercado con otros a espaldas del grupo apostólico, interrumpen: “Entonces Tú odias a<br />
una parte grande de los hombres y no eres bueno como afirmas ser. Si lo fueras, buscarías<br />
que todos vieran, y que quien ya ve no se quede ciego”. Jesús se vuelve y los<br />
mira.¡Ciertamente ya no tiene esa belleza de transfigurado! Es un Jesús bien severo el que<br />
fija en sus perseguidores sus ojos de zafiro. Su voz ya no tiene la hermosa nota de la alegría, sino que<br />
es seca, y, cual sonido de bronce, es cortante y severa en la respuesta: “No soy Yo el que quiere que no<br />
vean la verdad los que actualmente combaten contra ella. Son ellos mismos los que levantan delante de<br />
sus ojos obstáculos para no ver. Y se hacen ciegos por su libre voluntad. Y el Padre me ha enviado para<br />
que esta división tenga lugar, y se sepa quiénes son verdaderamente los hijos de la Luz y quiénes los de<br />
las Tinieblas, los que quieren ver y los que quieren hacerse ciegos”. ■ Fariseos: “¿Acaso estamos<br />
nosotros también entre estos ciegos?”. Jesús: “Si lo fuerais y trataseis de ver, no seríais culpables.<br />
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Pero es porque decís: «Vemos», y luego no queréis ver, por lo que pecáis. Vuestro pecado permanece<br />
porque no tratáis de ver pese a que seáis ciegos”. Fariseos: “¿Y qué tenemos que ver?”. Jesús: “El<br />
Camino, la Verdad, la Vida. Un ciego de nacimiento, como era éste, con su bastoncito puede en todo caso<br />
encontrar la puerta de su casa e ir por ella, porque conoce su casa. Pero si le llevaran a otros lugares, no<br />
podría entrar por la puerta de la nueva casa, porque no sabría dónde estaría y se chocaría contra las<br />
paredes”<br />
. ● “Ha llegado el tiempo de la nueva Ley: todo se renueva. Un mundo nuevo, nuevo<br />
pueblo, nuevo reino, surgen. Yo he venido a guiar e introducirlos en la casa del Padre. Soy<br />
la Puerta por la que se pasa a la casa. También soy Aquel que ha venido a reunir el rebaño<br />
y conducirle al único redil: el del Padre. Yo solo soy la Puerta del Redil. Soy al mismo tiempo<br />
Puerta y Pastor... Ovejas buenas oyen mi voz”.- ■ Jesús: “El tiempo de la nueva Ley ha llegado.<br />
Todo se renueva y un mundo nuevo, un nuevo pueblo, un nuevo reino surgen. Ahora los del tiempo<br />
pasado no conocen todo esto. Conocen su tiempo. Son como ciegos llevados a una ciudad nueva,<br />
donde está la casa regia del Padre, pero cuya ubicación no conocen. Yo he venido para guiarlos e<br />
introducirlos en ella y para que vean. Pero soy Yo mismo la Puerta por la cual se pasa a la casa<br />
paterna, al Reino de Dios, a la Luz, al Camino, a la Verdad, a la Vida. Y soy también Aquel que ha<br />
venido a reunir el rebaño que había quedado sin guía, y a conducirle a un único redil: el del Padre.<br />
Yo soy la puerta del Redil, porque soy al mismo tiempo Puerta y Pastor. Y entro y salgo como y cuando<br />
quiero. Y entro libremente, y por la puerta, porque soy el verdadero Pastor. Cuando alguien viene a dar a<br />
las ovejas de Dios otras indicaciones, o trata de descaminarlas llevándolas a otras moradas y a otros<br />
caminos, no es el buen Pastor; es un pastor ídolo. Y el que no entra por la puerta del redil, sino que trata<br />
de entrar por otra parte saltando la valla, no es el pastor, sino un ladrón y un asesino que entra con intención<br />
de robar y matar, para que los corderos robados no emitan voces de lamento y no atraigan la<br />
atención de los guardianes y del pastor. También entre las ovejas del rebaño de Israel tratan de<br />
introducirse falsos pastores para desviarlas de los pastos y alejarlas del Pastor verdadero. Y entran<br />
dispuestos incluso a arrancarlas del rebaño con violencia, y, si fuera necesario, están dispuestos a<br />
matarlas y a dañarlas de muchas maneras, para que no hablen y no le denuncien al Pastor las<br />
astucias de los falsos pastores, ni griten invocando la protección de Dios contra sus adversarios y los<br />
adversarios del Pastor. ■ Yo soy el Buen Pastor y mis ovejas me conocen, y me conocen los perpetuos<br />
porteros del verdadero Redil. Ellos me han conocido y han conocido mi Nombre, que han manifestado<br />
para que Israel lo conociera; me han descrito y han preparado mis caminos, y, cuando mi voz se ha<br />
oído, el último de ellos me ha abierto la puerta diciendo al rebaño que esperaba al verdadero Pastor,<br />
al rebaño que estaba bajo su cayado: «¡Vedle! Este es Aquel de quien os he dicho que viene después de<br />
mí. Es Uno que me precede porque existía antes de mí y yo no le conocía. Pero para esto, para que estéis<br />
preparados a recibirle, he venido a bautizar con agua, a fin de que sea conocido en Israel». Y las ovejas<br />
buenas han oído mi voz y, cuando las he llamado por el nombre, han venido solícitas y las he llevado<br />
conmigo, como hace un verdadero pastor al que conocen las ovejas, que le reconocen por la voz y le<br />
siguen a dondequiera que vaya. Y, cuando ha sacado a todas, camina delante de ellas, y ellas le siguen<br />
porque aman la voz del pastor. Por el contrario, no siguen a un extranjero; antes bien, huyen lejos de él<br />
porque no le conocen y le temen. Yo también camino delante de mis ovejas para señalarles el camino<br />
y hacer frente, Yo el primero, a los peligros y señalárselos al rebaño, al cual quiero guiar a mi Reino y<br />
ponerlo a salvo”.<br />
. ●“Israel no es el Reino de Dios sino el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse<br />
hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino de Dios... La fundación del Reino de Dios ha<br />
tenido su principio en Israel... pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los reyes, su<br />
Reino no tendrá límites...”.- ■ Fariseos: “ ¿Acaso Israel ya no es el reino de Dios?”. Jesús: “Israel es<br />
el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino<br />
de Dios”. Fariseos: “¿Y el Mesías prometido, entonces? Ese Mesías que afirmas que eres, ¿no<br />
debe, pues, hacer a Israel triunfante, glorioso, dueño del mundo, sometiendo a su cetro todos los<br />
pueblos, y vengándose, sí, vengándose ferozmente de todos los que lo han sometido desde que es<br />
pueblo? ¿Entonces nada de esto es verdad? ¿Niegas a los profetas? ¿Llamas necios a nuestros rabíes?<br />
Tú...”. Jesús: “El Reino del Mesías no es de este mundo. Es el Reino de Dios, fundado sobre el amor.<br />
No es otra cosa. Y el Mesías no es rey de pueblos y ejércitos, sino rey de espíritus. El Mesías saldrá del<br />
pueblo elegido, de la estirpe real, y, sobre todo, de Dios, que le ha engendrado y enviado. La fundación<br />
del Reino de Dios ha tenido principio en Israel, así como la promulgación de la Ley de amor, el anuncio<br />
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de la Buena Nueva de que habla el Profeta (Is. 61,1-3). Pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los<br />
reyes, y su Reino no tendrá límites en el tiempo ni fronteras en el espacio. Abrid los ojos y<br />
aceptad la verdad”. Fariseos: “No hemos entendido nada de tu desvarío. Dices palabras sin<br />
sentido. ■ Habla y responde sin parábolas: ¿Eres o no eres el Mesías?”. Jesús: “¿Y no habéis<br />
entendido todavía? Os he dicho que soy Puerta y Pastor por esto. Hasta ahora ninguno<br />
ha podido entrar en el Reino de Dios, porque estaba amurallado y no tenía salidas. Pero<br />
ahora he venido Yo y está hecha la puerta para entrar en él”. Fariseos: “¡Oh! Otros han dicho<br />
que eran el Mesías, y luego han sido descubiertos como bandidos y rebeldes, y la justicia<br />
humana ha castigado su rebeldía (2). ¿Quién nos asegura que no eres como ellos? ¡Estamos<br />
cansados de sufrir y hacer sufrir al pueblo el rigor de Roma, gracias a esos mentirosos que se<br />
dicen reyes y hacen que el pueblo se levante en rebelión!”. Jesús: “No. No es exacta vuestra<br />
frase. Vosotros no queréis sufrir, eso es verdad. Pero que el pueblo sufra no os duele. Tanto<br />
es así, que al rigor de quien domina unís vuestro rigor, oprimiendo con diezmos insoportables<br />
y otras muchas cosas al pueblo modesto. ¿Que quién os asegura que no soy un malandrín? Mis<br />
acciones. No soy Yo el que hace pesada la mano de Roma; al contrario, la aligero,<br />
aconsejando a los dominadores humanidad, a los dominados paciencia. Al menos estas<br />
cosas”. ■ Mucha gente --ya mucha gente se ha congregado, y crece cada vez más, tanto<br />
que obstaculizan el paso por la calle grande y, por tanto, todos van a confluir en el<br />
callejón, bajo cuyas bóvedas las voces retumban-- aprueba diciendo: “¡Bien dicho lo de<br />
los décimos! ¡Es verdad! Él a nosotros nos aconseja sumisión y a los romanos piedad”.<br />
. ● “Soy el único y verdadero Mesías. Yo solo soy la Puerta del redil de los Cielos. Quien<br />
no pasa por Mi, no puede entrar. Los falsos pastores... Yo no soy un mercenario sino el<br />
Buen Pastor... Un amo sabe cuánto cuesta una oveja. Yo soy más que un amo. Soy<br />
Salvador de mi rebaño y sé cuánto me cuesta salvar una sola alma... Tengo otras ovejas<br />
que no son de este redil...”.- ■ Los fariseos, como siempre, se envenenan por las<br />
aprobaciones de la muchedumbre, y se muestran aún más mordaces en el tono con que se<br />
dirigen a Jesús: “Responde sin tantas palabras y demuestra que eres el Mesías”. Jesús: “En<br />
verdad, en verdad os digo que lo soy. Yo, sólo Yo, soy la Puerta del redil de los Cielos.<br />
Quien no pasa por Mí no puede entrar. Es verdad. Ha habido otros falsos Mesías, y más<br />
que habrá. Pero el único y verdadero Mesías soy Yo. Todos los que hasta ahora han venido,<br />
presentándose como tales, no lo eran; eran sólo ladrones y salteadores. Y no sólo aquellos<br />
que se hacían llamar, de parte de unos pocos de su misma calaña, «Mesías», sino también<br />
otros que, sin darse ese nombre, exigen una adoración que ni siquiera al verdadero Mesías<br />
se le da. Quien tenga oídos para oír que oiga. De todas formas, observad: ni a los falsos Mesías<br />
ni a los falsos pastores y maestros las ovejas los han escuchado, porque su espíritu sentía la<br />
falsedad de su voz, que quería aparecer dulce y, sin embargo, era cruel. Sólo los cabros los<br />
han seguido para ser sus compañeros en sus fechorías. Cabros salvajes, indómitos, que<br />
no quieren entrar en el Redil de Dios, bajo el cetro del verdadero Rey y Pastor. Porque esto,<br />
ahora, se da en Israel: que Aquel que es el Rey de los reyes viene a ser el Pastor del rebaño,<br />
mientras que, en el pasado, aquel que era pastor de rebaños vino a ser rey, y el Uno y el<br />
otro vienen de la misma raíz, de la raíz de Isaí, como está escrito en las promesas y<br />
profecías” (3). ■ Los falsos pastores no han pronunciado palabras sinceras ni han tratado de<br />
consolar. No han hecho más que dispersar y torturar al rebaño, o lo han abandonado a los<br />
lobos, o lo han matado para sacar provecho vendiéndolo y así asegurarse la vida, o le han<br />
echado fuera de los pastos para hacer de ellos moradas de placer y bosquecillos para los<br />
ídolos. ¿Sabéis cuáles son los lobos? Son las malas pasiones, los vicios que los mismos<br />
falsos pastores han enseñado al rebaño, practicándolos ellos los primeros. ¿Y sabéis cuáles<br />
son los bosquecillos de los ídolos? Son los propios egoísmos, ante los cuales demasiados<br />
queman inciensos. Las otras dos cosas no necesitan ser explicadas, porque son hasta<br />
demasiado claras estas palabras mías. Pero que los falsos pastores actúen así es lógico. No<br />
son sino ladrones que vienen para robar, matar y destruir, para llevar fuera del redil a<br />
pastos peligrosos, o conducir a falsos apriscos, que en realidad son mataderos. Pero los que<br />
pasan por Mí están en seguro y podrán salir para ir a mis pastos, o volver para venir a<br />
mis descansos, y hacerse robustos y fuertes con substancias santas y sanas. Porque he<br />
venido para esto. Para que mi pueblo, mis ovejas, hasta ahora flacas y afligidas, tengan<br />
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la vida, y vida abundante, y de paz y alegría. Y tanto quiero esto, que he venido a dar mi<br />
vida porque mis ovejas tengan la Vida plena y abundante de los hijos de Dios. ■ Yo soy el<br />
Buen Pastor. Y un pastor, cuando es bueno, da la vida por defender a su rebaño de los lobos<br />
y de los ladrones; por el contrario, el mercenario, que no ama a las ovejas sino al dinero<br />
que gana por llevarlas a pastar, se preocupa sólo de salvarse a sí mismo y de salvar la<br />
pequeña suma que lleva en el pecho, y, cuando ve venir al lobo o al ladrón, huye, aunque<br />
luego vuelva para tomar alguna oveja que el lobo haya dejado medio muerta, o que haya sido<br />
espantada por el ladrón, y matar a la primera para comérsela, o vender la segunda como<br />
suya, aumentando así su suma, para decir luego al amo, con falsas lágrimas, que ni<br />
siquiera una de las ovejas se ha salvado. ¿Qué le importa al mercenario si el lobo dé<br />
dentelladas y disperse a las ovejas, a la que el ladrón hace pillar para llevarlas al carnicero?<br />
¿Acaso se fatigó por ellas mientras crecían, acaso trabajó esforzadamente para ponerlas<br />
robustas? Pero el que es amo y sabe cuánto cuesta una oveja, cuántas horas de trabajo,<br />
cuántas horas de vigilia, cuántos sacrificios, las quiere y tiene cuidado de ellas porque<br />
son su propiedad. ■ Pero Yo soy más que un amo. Yo soy el Salvador de mi rebaño y sé<br />
cuánto me cuesta la salvación de una sola alma; por tanto, estoy dispuesto a todo con tal<br />
de salvar a un alma. Esa alma me ha sido confiada por el Padre mío. Todas las almas me han<br />
sido confiadas, con el mandato de que salve un grandísimo número de ellas. Cuantas<br />
más logre arrancar a la muerte del espíritu, más gloria recibirá mi Padre. Por<br />
tanto, lucho para liberarlas de todos sus enemigos, o sea, de su propio egoísmo, del<br />
mundo, de la carne, del demonio, y de mis adversarios, que me las disputan para producirme<br />
dolor. Yo hago esto porque conozco el pensamiento del Padre mío. Y el Padre mío me ha<br />
enviado a hacer esto porque conoce mi amor por Él y por las almas. También las ovejas<br />
de mi rebaño me conocen a Mí y conocen mi amor, y sienten que estoy dispuesto a dar mi<br />
vida para darles la alegría. ■ Tengo otras ovejas. Pero no son de este Redil. Por tanto, no me<br />
conocen en lo que Yo soy, y muchas ignoran mi existencia e ignoran quién soy Yo.<br />
Ovejas que a muchos de nosotros parecen peor que cabras salvajes y son consideradas<br />
indignas de conocer la Verdad y de poseer la Vida y el Reino. Y, sin embargo, no es así. El<br />
Padre desea también éstas; por tanto, tengo que acercarme también a éstas, darme a<br />
conocer, hacer conocer la buena Nueva, guiarlas a mis pastos, reunirlas. Y éstas también<br />
escucharán mi voz porque acabarán amándola. De manera que habrá un solo Redil y un<br />
solo Pastor, y el Reino de Dios quedará reunido en la Tierra, ya preparado para ser<br />
transportado y acogido en los Cielos, bajo mi cetro, mi signo y mi verdadero Nombre”.<br />
. ● Al decir, “Mi verdadero Nombre solo Yo conozco y en la gran Cena de las Bodas será<br />
conocido por mis elegidos” una lágrima de éxtasis y una sonrisa asoman a los ojos de<br />
Jesús... “Por esto me ama el Padre y doy la vida. Así formaré un único pueblo: el mío”.-<br />
■ Jesús: “¡Mi verdadero Nombre! ¡Sólo Yo lo conozco! Mas cuando el número de los elegidos<br />
esté completo y, entre himnos de alborozo, se sienten a la gran cena de bodas del Esposo<br />
con la Esposa (Ap.19,5-10; 21,9-14), entonces mi Nombre será conocido por mis elegidos que<br />
por fidelidad a Él se hayan santificado, aunque haya sido sin conocer toda la extensión y<br />
profundidad de lo que era estar signado por mi Nombre y ser premiados por su amor a<br />
Él, y sin imaginarse cuál era el premio... Esto es lo que quiero dar a mis ovejas fieles. Lo<br />
que constituye mi propia alegría...”. En los ojos de Jesús hay una lágrima de éxtasis que<br />
sus oyentes le ven, y una sonrisa le tiembla en los labios, una sonrisa tan espiritualizada<br />
en su rostro espiritualizado, que se siente estremecer la muchedumbre, que intuye el rapto de<br />
Jesús a una visión beatífica, y su deseo de amor de verla cumplida. Vuelve a su estado<br />
normal. Cierra un instante los ojos, ocultando así el misterio que ve su mente y que los<br />
ojos podrían dejar transparentar demasiado y prosigue: ■ “Esta es la razón por la que me<br />
ama el Padre, ¡oh pueblo mío, o rebaño mío! Porque por ti, por tu bien eterno, doy la vida.<br />
Luego la tomaré de nuevo. Pero antes la daré para que tengas la vida y tu Salvador sea<br />
vida para ti. Y la daré de forma que tú te alimentes de ella, transformándome de Pastor<br />
en pasto y fuente que darán alimento y bebida (Eucaristía), no durante cuarenta años<br />
como se dio a los hebreos en el desierto, sino durante todo el tiempo que dure el exilio<br />
en los desiertos de la Tierra. ■ Nadie, en realidad, me quita la vida. Ni los que amándome<br />
con todo su ser merecen que la inmole por ellos, ni los que me la quitan por un odio<br />
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desorbitado y un miedo estúpido. Nadie podría quitármela si por Mí mismo no consintiera<br />
en darla y si mi Padre no lo permitiera, pues ambos estamos invadidos por un delirio de<br />
amor hacia la Humanidad culpable. Por Mí mismo la doy porque quiero. Y tengo el poder<br />
de tomarla de nuevo cuando quiera, pues no es conveniente que la Muerte prevalezca<br />
contra la Vida. Por esto el Padre me ha dado este poder; es más, el Padre me ha<br />
mandado hacer esto. Y por mi vida, ofrecida e inmolada, los pueblos serán un único Pueblo:<br />
el mío, el Pueblo celeste de los hijos de Dios, separándose en los pueblos las ovejas de los<br />
cabros y siguiendo las ovejas a su Pastor al Reino de la Vida eterna”.<br />
* Sidonia o Bartolmai, el nuevo discípulo.- ■ Y Jesús, que hasta ahora ha hablado fuerte, se<br />
vuelve, en voz baja, a Sidonio, llamado Bartolmái, que ha estado durante todo este tiempo<br />
delante de Él con su canasta de manzanas olorosas a los pies, y le dice: “Has olvidado<br />
todo por Mí. Ahora, ciertamente, te castigarán y perderás el trabajo. ¿Lo ves? Yo te traigo<br />
siempre dolor. Por Mí has perdido la sinagoga y ahora vas a perder al patrón...”. Bartolmai:<br />
“¿Y qué me importa todo eso si te tengo a Ti? Sólo Tú tienes valor para mí. Dejo todo por<br />
seguirte. Basta que me lo concedas. Deja sólo que lleve esta fruta a quien la ha comprado y<br />
luego estoy contigo”. Jesús: “Vamos juntos. Después iremos a casa de tu padre. Porque<br />
tienes un padre y debes honrarle pidiéndole su bendición”. Bartolmai: “Sí, Señor. Todo lo que<br />
quieras. Pero enséñame mucho porque no sé nada, nada de nada, ni siquiera leer y escribir,<br />
porque era ciego”. Jesús: “No te preocupes de eso. La buena voluntad te enseñará”. ■ Y se<br />
encamina para volver a la calle principal, mientras la masa de gente hace comentarios,<br />
confronta pareceres, discute incluso, insegura entre las distintas opiniones, que son<br />
siempre las mismas: ¿es Jesús de Nazaret un poseído o un santo? La gente, en desacuerdo,<br />
discute mientras Jesús se aleja. (Escrito el 25 de Octubre de 1946).<br />
····································<br />
1 Nota : Jn. 9,35-41; 10,1-21.- El tema del buen pastor por sí mismo y en oposición a los malos pastores, siempre<br />
en sentido sobrenatural, aparece mucho en la Biblia. Cfr. Sal. 22; Is. 40,9-11; 49,9-11; 56,9-12; Jer. 23,1-4; Ez. 34.<br />
2 Nota : Tal vez se refiera a Judas Galileo y a Teodá de los que se hace mención en Hech. 5,34-39.<br />
3 Nota : Alusión a David. Cfr. 1 Sam. 16,14-17, 31; 2 Sam.2,1-4.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
8-537-282 (9-234-706).- En la fiesta de la Dedicación, en el Templo (1). Expulsión del<br />
Demonio en una niña.- Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle: “Yo el Padre<br />
somos la misma cosa”.- La mala voluntad de los Judíos.<br />
* Demonio: “¿No sabes que todo el infierno está en uno? (en Iscariote)...Malditos Tú y el<br />
Padre que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros”.- ■ No es posible estar<br />
parados en esta mañana fría y ventosa. En la cima del Moria el viento, que viene del noroeste,<br />
sopla haciendo ondear los vestidos y poniendo rojos las caras y los ojos. No obstante, hay gente<br />
que ha subido al Templo para las oraciones. Pero faltan completamente los rabinos con sus<br />
respectivos grupos de alumnos. Así que el pórtico parece más amplio y sobre todo más<br />
majestuoso, sin esas voces gritonas y sin esa pompa que hay en él. Y debe ser cosa muy extraña<br />
verlo vacío así, pues todos se asombran como de una nueva cosa. Y Pedro se escama. Tomás,<br />
que, envuelto como está en su largo y pesado manto, parece aún más robusto, dice: “Se habrán<br />
encerrado en alguna habitación, por temor a perder su voz. ¿Los extrañas?” y se ríe. Pedro:<br />
“¡Yo, no! ¡Ojalá nunca los volviera a ver! Pero mi miedo es que...” y mira a Iscariote, y éste,<br />
que no habla pero que comprende la mirada de Pedro, dice: “De veras que han prometido no<br />
molestar más, excepto en el caso de que el Maestro los... escandalizara. Está claro que vigilan,<br />
pero no están <strong>aquí</strong> porque <strong>aquí</strong> ni se peca ni se ofende”. Pedro: “Mejor así. Y que Dios te<br />
bendiga, muchacho, si has logrado que entren en razón”. ■ Todavía es temprano. Hay poca<br />
gente en el Templo. Digo “poca”, y es lo que parece, dadas las dimensiones del Templo. Ni<br />
siquiera doscientas o trescientas personas se ven dentro: en los patios, pórticos y corredores...<br />
Jesús, único Maestro en el amplio atrio de los gentiles, va y viene hablando con los suyos y con<br />
los discípulos que ha encontrado en el recinto del Templo. Responde a objeciones o preguntas,<br />
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esclarece puntos que no han podido comprender y que no pudieron explicar otros. Se acercan<br />
dos gentiles, le miran, se van sin pronunciar palabra alguna. Pasan personas que trabajan en el<br />
Templo, le miran: tampoco dicen una palabra. Lo mismo sucede con algún fiel. Bartolomé<br />
pregunta: “¿Vamos a seguir <strong>aquí</strong>?”. Santiago de Alfeo dice sonriente: “Hace frío y no hay nadie.<br />
Pero es agradable estar <strong>aquí</strong> con tanta paz. Maestro, hoy estás justamente en la Casa de tu Padre.<br />
Y como Dueño. Así habrá sido el Templo cuando vivían Nehemías y los reyes sabios y los<br />
hombres piadosos”. Pedro dice: “De mi parte sería mejor que nos fuéramos. De allá nos están<br />
espiando...”. Santiago de Alfeo: “¿Quiénes? ¿Los fariseos?”. Pedro: “No. Los que pasaron<br />
antes, y otros más. Vámonos, Maestro...”. Jesús: “Espero a los enfermos. Me vieron cuando<br />
entraba en la ciudad; y la voz se esparció, sin duda. Cuando haga más sol, vendrán.<br />
Quedémonos, al menos, hasta un tercio antes de la sexta”. Y reanuda su marcha adelante y para<br />
atrás para no sentir el aire frío. De hecho, después de poco tiempo cuando el sol ha mitigado ya<br />
el frío, llega una mujer con una niña enferma y pide que se la cure. Jesús la complace. La mujer<br />
pone su óbolo a sus pies diciendo: “Esto es para otros niños que sufren”. Iscariote recoge la<br />
moneda. Poco después, en una camilla traen a un hombre de edad, enfermo de las piernas. Jesús<br />
le da la salud. ■ Los terceros en venir son un grupo de personas, que pide a Jesús que salga<br />
fuera de los muros del Templo para expulsar a un demonio de una jovencita, cuyos gritos<br />
desgarradores se oyen hasta allí dentro. Y Jesús va con ellos y sale a la calle que lleva a la<br />
ciudad. Una serie de personas, entre las que hay paganos, están apiñados alrededor de los que<br />
sujetan a la jovencita, que babea y se retuerce, sacando horriblemente los ojos. De los labios de<br />
la jovencilla se escuchan palabras de mal gusto y tanto más aumentan, cuanto más Jesús se<br />
acerca. Cuatro robustos jóvenes apenas pueden sujetarla. Junto con las injurias salen gritos que<br />
reconocen a Jesús, súplicas que dicen que no se les arroje, y también prorrumpe en verdades que<br />
repite monótonamente: “¡Largo! ¡No me hagáis ver a este maldito! Causa de nuestra<br />
ruina. Sé quién eres. Eres... Eres... el Mesías. Eres... Solo te ha ungido el óleo de<br />
arriba. La fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te odio maldito! No me arrojes.<br />
¿Por qué nos arrojas y no nos quieres mientras sí tienes cerca de ti a una legión de<br />
demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí que lo<br />
sabes... Déjame <strong>aquí</strong>, al menos hasta la hora de...”. Las palabras se cortan a veces, como<br />
ahogadas; otras veces cambian; o primero se paran y luego se prolongan en medio de gritos<br />
inhumanos, como cuando grita: “¡Déjame por lo menos entrar en él! No me mandes al<br />
Abismo. ¿Por qué nos odias, Jesús, Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que eres? ¿Por<br />
qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No te queremos! ¿Por qué has venido a<br />
perseguirnos si hemos renegado de Ti? ¡Tus ojos! Cuando estén apagados nos<br />
reiremos... No... Ni siquiera entonces... ¡Tú nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre<br />
que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros... ¡Aaaaaah!”. ■ El<br />
grito final es completamente espantoso, como el de una persona a quien degollasen, y ha sido<br />
originado por el hecho de que Jesús, después de haber truncado muchas veces por imperativo<br />
mental las palabras de la poseída, pone fin a ellas tocando con su dedo la frente de la jovencita.<br />
Y el grito termina con una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte carcajada<br />
y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja, gritando: “No me voy lejos... ¡Ja,<br />
ja!”, seguido de un estallido semejante al trueno de un rayo, a pesar de que el cielo está<br />
limpísimo”. ■ Muchos huyen aterrorizados, otros se apiñan aún más para ver a la jovencita que<br />
de golpe se ha calmado... Luego abre los ojos y sonríe, siente que no tiene el velo en la cara ni<br />
en la cabeza, trata de ocultarla con su brazo levantado. Quienes están con ella quieren que dé<br />
gracias al Maestro pero Él dice: “Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma me ha dado ya las gracias.<br />
Llevadla a casa, con su madre. Es su lugar como jovencita que es...” y vuelve las espaldas a la<br />
gente para entrar en el Templo, al lugar de antes. ■ Pedro dice: “¿Viste, Señor, que muchos<br />
judíos habían venido a espaldas nuestras? Reconocí a alguno de ellos... ¡Ahí están! Son los que<br />
nos espiaban antes. Mira cómo discuten entre sí...”. Tomás dice: “Estarán echándose suertes<br />
para saber en quién de ellos entró el diablo. También está Nahaún, el hombre de confianza de<br />
Anás. Es un tipo que se lo merece...”. Andrés, a quien casi le castañean los dientes: “Tienes<br />
razón. No viste, porque estabas mirando a otra parte, pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza”.<br />
Tomás: “Yo estaba cerca de él y tuve miedo...”. Mateo explica: “Realmente todos ellos estaban<br />
juntos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y pensé que íbamos a morir... Es<br />
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más, he temido por el Maestro. Parecía justamente suspendido sobre su cabeza”. Leví, el<br />
discípulo pastor, objeta: “No. Yo lo vi salir de la jovencita y estallar sobre los muros del<br />
Templo”. Jesús dice: “No discutáis entre vosotros. El fuego no señaló ni a éste, ni a aquél. Fue<br />
sólo la señal de que el demonio había huido”. Andrés objeta: “Pero dijo que no se iría lejos...”.<br />
Jesús: “Palabras de demonio... Quién las hace caso. Alabemos más bien al Altísimo por estos<br />
tres hijos de Abrahám curados en su cuerpo y en su alma”.<br />
* “No es que os cueste comprender. Es que no queréis. Padecer idiotez no es culpa. Dios<br />
podría alumbrar aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo<br />
que os falta”.- ■ Entre tanto, muchos judíos, surgidos de una u otra parte --no había entre ellos<br />
fariseos o escribas o sacerdotes, ni siquiera uno-- se acercan y rodean a Jesús. Uno de ellos<br />
claramente confiesa: “Has <strong>obra</strong>do cosas grandes esta mañana. Obras verdaderamente dignas de<br />
un profeta grande. Los espíritus de los abismos han dicho de Ti cosas grandes. Pero no pueden<br />
aceptarse sus palabras, si no las confirma tu palabra. Esas palabras nos estremecen, pero<br />
también tenemos miedo de engaño, porque se sabe que Belzebú es un espíritu mentiroso. Dinos,<br />
pues, quién eres. Dínoslo con tu propia boca que respira verdad y justicia”. Jesús: “¿No os lo he<br />
dicho tantas veces? Hace ya casi tres años que os lo vengo diciendo, y antes de Mí, os lo dijo<br />
Juan en el Jordán y la Voz de Dios que se oyó de los Cielos”. Judío: “Tienes razón. Pero<br />
nosotros no estuvimos esas veces. Nosotros... Tú debes comprender nuestras ansias. Queremos<br />
creer en Ti como el Mesías. Pero ha sucedido muchas veces que el pueblo de Dios ha sido<br />
engañado por falsos mesías. Consuela nuestro corazón que espera oír una palabra de seguridad y<br />
te adoraremos”. Jesús los mira severamente. Luego dice: “Realmente los hombres saben decir<br />
mentiras mejor que Satanás. No. Vosotros no me adoraréis. Jamás. Sea lo que dijere. Y si lo<br />
llegaseis a hacer, ¿a quién adoraríais?”. Judío: “¿A quién? ¡Pues a nuestro Mesías!”. Jesús:<br />
“¿Llegaríais a hacerlo? ¿Quién es para vosotros el Mesías? Responded, para que sepa cuánto<br />
valéis”. Judío: “¿El Mesías? Pues el Mesías es aquel que por órdenes de Dios juntará al Israel<br />
disperso y lo hará un pueblo victorioso, bajo cuyo cetro estará el mundo. ¿No sabes lo que es el<br />
Mesías?”. Jesús: “Lo sé como vosotros no lo sabéis. Para vosotros, pues, es un hombre que<br />
superando a David y Salomón y a Judas Macabeo, hará de Israel la nación reina del mundo”.<br />
Judío: “Así es. Dios lo ha prometido. El Mesías nos vengará, nos hará gloriosos, nos devolverá<br />
nuestros derechos. El Mesías prometido”. Jesús: “Escrito está: «¡No adorarás a otro que no sea<br />
el Señor Dios tuyo!». ¿Cómo podréis adorarme, si en Mí solo veis al Hombre-Mesías?”. Judío:<br />
“¿Y qué otra cosa podemos ver en Ti?”. Jesús: “¿Qué? ¿Y con esos sentimientos habéis venido<br />
a preguntarme? ¡Raza de víboras engañosas y venenosas! Sois hasta sacrílegos. Si en Mí no<br />
podéis ver otra cosa que al Mesías humano y me adoráis, sois unos idólatras. Solo a Dios se<br />
debe la adoración. ■ En verdad os digo que el que os está hablando es más que el Mesías que<br />
vosotros os inventáis, con la misión, las tareas, palacios y poderes, que solo vosotros -desprovistos<br />
de espíritu y de sabiduría-- os imagináis. El Mesías no ha venido a dar a su pueblo<br />
un reino, como creéis. No ha venido a ejercer venganzas sobre otros poderosos. Su Reino no es<br />
de este mundo. Su poder supera a todos los poderes limitados del mundo”. Judío: “Nos<br />
humillas, Maestro. Si eres Maestro y nosotros somos ignorantes, ¿por qué no quieres<br />
instruirnos?”. Jesús: “Hace ya tres años que lo estoy haciendo, y siempre estáis en las tinieblas,<br />
rechazando la Luz”. Judío: “Es verdad. Quizás sea verdad. Pero lo que fue en el pasado, puede<br />
dejar de serlo en el futuro. ¿Es que Tú que tienes piedad de los publicanos y de las prostitutas y<br />
que absuelves a los pecadores, quieres no tener piedad de nosotros, solo porque somos de dura<br />
cerviz y nos cuesta comprender quién eres?”. Jesús: “No es que os cueste. Es que no queréis<br />
comprender. Padecer idiotez no sería una culpa. Dios tiene tantas luces que podrían alumbrar<br />
aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo que os falta. Más<br />
bien, tenéis una, sí, que es opuesta. Por esto no comprendéis quién soy”. ■ Judío: “Será como<br />
Tú dices. Estás viendo cuán humildes somos. Te pedimos en el nombre de Dios, responde a<br />
nuestras preguntas, no nos tengas más tiempo a la expectativa. ¿Hasta cuándo nuestro corazón<br />
debe estar en la incertidumbre? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”. Jesús: “Os lo he dicho.<br />
En las casas, plazas, caminos, pueblos, montes, ríos, en las playas del mar, en las fronteras de<br />
los desiertos, en el Templo, en las sinagogas, en los mercados os lo he dicho, y vosotros no<br />
creéis. No hay lugar de Israel que no haya oído mi voz. Hasta los lugares que abusivamente<br />
llevan el nombre de Israel desde hace siglos, pero que están separados del Templo; hasta los<br />
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lugares que han dado nombre a esta tierra nuestra, pero que de dominadores se convirtieron en<br />
subyugados, y que nunca se libraron de sus errores para venir a la Verdad; hasta la Sirio-<br />
Fenicia, que los rabinos esquivan como tierra de pecado, han oído mi voz y conocido lo que<br />
soy. Os le he dicho, no creéis en mis palabras. He realizado cosas a las que no habéis prestado<br />
un corazón generoso. Si lo hubierais hecho con espíritu sincero, habríais llegado a creer en Mí.<br />
Aquellos que tienen buena voluntad, que me siguen, porque me reconocen como a su Pastor,<br />
han creído a mis palabras y al testimonio que dan mis <strong>obra</strong>s”.<br />
* “Dices: «Si Dios hizo todo por fin bueno, ¿hizo incluso al Demonio por fin bueno?». Te<br />
digo: No. Satanás no es <strong>obra</strong> de Dios sino de la libre voluntad del ángel rebelde... Ni Dios<br />
es insuficiente sino perfecto... Os dio el libre arbitrio... Dios, del Mal, saca un fin bueno”.-<br />
■ Jesús: “¿Qué? ¿Creéis acaso que lo que Yo hago no tiene un fin útil para vosotros, útil para<br />
todas las criaturas? Desengañaos. No penséis que lo útil está en la salud que una persona<br />
recupera por mi poder, o en la liberación de uno u otro de la posesión o del pecado. Esta es una<br />
utilidad circunscrita al individuo. Demasiado poco para ser la única utilidad respecto a la<br />
potencia y fuente de donde procede, que es sobrenatural, y más que sobrenatural: divina. Hay<br />
una utilidad colectiva de las <strong>obra</strong>s que realizo. La utilidad de quitar toda duda a los que dudan,<br />
de convencer a los contrarios, además de robustecer cada vez más la fe de los que creen. Para<br />
esta utilidad colectiva, en favor de todos los hombres, presentes y futuros (porque mis <strong>obra</strong>s<br />
darán testimonio de Mí ante los que vendrán, y los convencerán en lo que se refiere a Mí), mi<br />
Padre me da poder de hacer lo que hago. En las <strong>obra</strong>s de Dios nada se hace sin un fin bueno.<br />
Recordadlo siempre. Meditad sobre esta verdad”. ■ Jesús deja de hablar por un instante. Fija su<br />
mirada en un judío que está cabizbajo y luego añade: “Tú estás pensando así, tú, el del vestido<br />
de color de oliva madura, te estás preguntando si Satanás tiene también un fin bueno. No seas<br />
necio poniéndote en contra de Mí y buscando el error en mis palabras. Te respondo que Satanás<br />
no es <strong>obra</strong> de Dios, sino de la libre voluntad del ángel rebelde. Dios le había hecho un<br />
ministro suyo glorioso, y, por lo tanto, le había creado con un fin bueno. Mira ahora, tú que,<br />
hablando contigo mismo, dices: «Entonces Dios es un necio, porque había donado la gloria a<br />
un futuro rebelde y confiado sus deseos a un desobediente». Te respondo: Dios no es insipiente,<br />
sino perfecto en sus acciones y pensamientos. Él es el Perfectísimo. Las criaturas, incluso las<br />
más perfectas, son imperfectas. Siempre en ellas hay un punto de inferioridad respecto a Dios.<br />
Pero Dios, que ama a las criaturas, les ha concedido la libertad de arbitrio, para que a través<br />
de ella la criatura se perfeccione en la virtud y se haga, por tanto, más semejantes a su Dios y<br />
Padre. Y te digo más, a ti, que te burlas y astutamente buscas error en mis palabras: que del<br />
Mal, que voluntariamente se formó, Dios todavía saca un fin bueno: el de servir para hacer<br />
a los hombres poseedores de una gloria merecida. Las victorias sobre el Mal son la corona de<br />
los elegidos. Si el mal no pudiese suscitar una consecuencia buena para aquellos que quieren<br />
con buena voluntad, Dios lo habría destruido. Porque nada de cuanto hay en la Creación debe<br />
estar totalmente privado de incentivo y de consecuencias buenos. ¿No respondes? ¿Te cuesta<br />
trabajo declarar que he leído tu corazón y que tus raciocinios injustos han sido destruidos? No te<br />
obligaré a hacerlo. En presencia de todos te dejaré en tu soberbia. No te exijo que me declares<br />
victorioso, pero cuando estés con estos, semejantes a ti, y con quienes te enviaron, confiesa<br />
entonces que Jesús de Nazaret leyó tus pensamientos y que destrozó tus objeciones con la única<br />
arma de su palabra de verdad. Pero vamos a dejar esta interpretación personal y a volver a los<br />
muchos que me estáis escuchando. Si siquiera, de tantos, uno, por mis palabras, convirtiera su<br />
espíritu a la Luz, resultaría recompensada mi fatiga por hablar a piedras, es más, a sepulcros<br />
llenos de víboras”.<br />
* “Vosotros no comprendéis lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre<br />
su Origen y distinguirla entre mil otras voces de falsos profetas”.- ■ Jesús: “Estaba diciendo<br />
que los que me aman, me han reconocido por su Pastor por mis palabras y <strong>obra</strong>s. Pero vosotros<br />
no creéis, no podéis creer, porque no sois de mis ovejas. ¿Qué sois vosotros? Os lo pregunto.<br />
Preguntáoslo en lo íntimo de vuestro corazón. No sois unos tontos. Podéis conoceros conforme<br />
a lo que sois. Basta que escuchéis la voz de vuestra alma, que no se siente tranquila de seguir<br />
ofendiendo al Hijo de Aquel que la ha creado. Pero vosotros, pese a que sepáis lo que sois, no lo<br />
confesaréis. No sois humildes ni sinceros. Yo os diré lo que sois. Sois en parte lobos, en parte<br />
machos cabríos salvajes. Pero ninguno de vosotros, a pesar de la piel de cordero que lleváis para<br />
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aparentar que lo sois, es verdadero cordero. Bajo la lana blanda y blanca tenéis toda clase de<br />
colores chillones, cuernos puntiagudos, colmillos de cabro o garras de fiera, y queréis seguir<br />
siendo eso porque os gusta serlo, y soñáis con la ferocidad y la rebelión. Por eso no me podéis<br />
amar ni seguirme ni comprenderme. Si entráis en el rebaño, es para producir daño, causar dolor<br />
o introducir el desorden. ■ Mis ovejas os temen. Si fuesen como vosotros, os deberían odiar.<br />
Pero ellos no saben odiar porque son los corderos del Príncipe de la Paz, del Maestro del amor,<br />
del Pastor misericordioso. Jamás os odiarán, como tampoco Yo os odiaré jamás. Os dejo a<br />
vosotros el odio, que es el fruto malvado de la triple concupiscencia con el yo desenfrenado<br />
en el animal hombre, que vive olvidado de que es también espíritu, además de carne. Yo me<br />
quedo con lo que es mío: el amor. Y es esto lo que comunico a mis corderos y os ofrezco<br />
también a vosotros para haceros buenos. Si llegaseis a ser buenos, me comprenderíais y<br />
entraríais a formar parte de mi rebaño, siendo semejantes a los que están en él. Nos amaríamos.<br />
Yo y mis ovejas nos amamos. Ellas me escuchan y reconocen mi voz. Vosotros no comprendéis<br />
lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre su Origen y distinguirla entre<br />
mil otras voces de falsos profetas, como voz verdadera y venida del Cielo. Ahora y siempre,<br />
incluso entre los que se creen, y en parte lo son, seguidores de la Sabiduría, habrá muchos que<br />
no sabrán distinguir mi voz de otras voces que os hablarán de Dios, con mayor o menor justicia,<br />
pero que serán, todas, voces inferiores a la mía...”.<br />
* “Hablaré siempre para que el mundo no se haga todo él idólatra y hablaré a los míos<br />
para que repitan mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que ni<br />
los sabios logran entender”. Pastores ídolos.- ■ Objeta un judío con desprecio, como si<br />
hablase a un deficiente mental: “Dices siempre que pronto te vas a ir, ¿y ahora pretendes decir<br />
que siempre hablarás? Si te marchas, ya no hablarás”. Si la voz de Jesús ha sido un poco severa,<br />
fue al principio cuando se dirigió a los judíos y luego cuando respondió a las objeciones<br />
interiores del judío aquel. Pero su voz continúa siendo dulce y llena de dolor: “Hablaré siempre,<br />
para que el mundo no se haga todo él idólatra. Y hablaré a los míos, elegidos para que os repitan<br />
mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que aun los sabios no logran<br />
ni lograrán entender. Porque los estudiosos estudiarán la palabra, la frase, el modo, el lugar, el<br />
cómo, el instrumento a través de los cuales la Palabra habla, mientras que mis elegidos no se<br />
perderán en esos estudios inútiles; antes bien, me escucharán perdidos en el Amor y<br />
comprenderán, porque será el Amor el que hable. Serán capaces de distinguir las páginas<br />
adornadas de los doctos o las engañosas de los falsos profetas, de los rabinos hipócritas, que<br />
enseñan doctrinas no correctas, o enseñan lo que ellos no practican, de las palabras sencillas,<br />
verdaderas, profundas que procederán de Mí. Pero el mundo los odiará por esto, porque el<br />
mundo me odia a Mí-Luz y odia a los hijos de la Luz, el tenebroso mundo que desea las<br />
tinieblas que le favorecen para pecar. ■ Mis ovejas me conocen y me conocerán y me seguirán<br />
siempre, incluso por los caminos de sangre y dolor que Yo seré el primero en recorrer y ellas,<br />
detrás de Mí, también recorrerán. Los caminos que conducen las almas a la Sabiduría. Los<br />
caminos hechos luminosos por la sangre y el llanto de los perseguidos por enseñar la justicia,<br />
caminos hechos luminosos para que resplandezcan en la oscuridad del humo del mundo y de<br />
Satanás, y sean como estelas de estrellas para guiar a quienes buscan el Camino, la Verdad, la<br />
Vida, y no hallan a nadie que hacia ellos los guíe. Porque de esto tienen necesidad las almas: de<br />
alguien que las conduzca a la Vida, a la Verdad, al Camino bueno. ■ Dios es misericordioso<br />
para con las almas que buscan y no encuentran, no por su culpa, sino por desidia de<br />
pastores ídolos. Dios es piadoso para con aquellas almas que, abandonadas a sus propias<br />
fuerzas, se extravían y son acogidas por los ministros de Lucifer, dispuestos a acogerlas para<br />
hacerlas prosélitas de sus doctrinas. Dios es misericordioso para con aquellos que caen en el<br />
engaño por el simple hecho de que los rabíes de Dios, los llamados rabíes de Dios, se han<br />
desinteresado de ellos. Dios se muestra compasivo con todos estos que caminan hacia el<br />
desaliento, la oscuridad, la muerte por culpa de los falsos maestros, que de maestros no tienen<br />
más que las vestiduras y el orgullo de que así los llamen. ■ Y para estas pobres almas, de la<br />
misma forma que envió a los profetas para su pueblo, de la misma forma que me ha enviado a<br />
Mí para el mundo entero, así, después de Mí, también enviará a los servidores de la Palabra, de<br />
la Verdad y del Amor, para repetir mis palabras. Porque son mis palabras las que dan la Vida.<br />
De manera que mis ovejas de ahora y del futuro tendrán la Vida que les doy a través de mi<br />
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Palabra, que es Vida eterna para quien la acoge, y no perecerán jamás y ninguno los podrá<br />
arrancarlas de mis manos”.<br />
* “El Padre y Yo somos Uno, una sola cosa”.- Una reflexión sobre el abandono del Viernes<br />
Santo.- ■ Un airado judío, a quien sus compañeros hacen eco, replica: “Nosotros nunca hemos<br />
rechazado las palabras de los verdaderos profetas. Siempre hemos respetado a Juan, que ha sido<br />
el último profeta”. Jesús: “Murió hace tiempo para no despertar vuestro odio y ser perseguido<br />
también por vosotros. Si viviese todavía entre los vivos, el «no es lícito», que dijo por un<br />
incesto carnal, os lo diría también a vosotros, que cometéis adulterio espiritual fornicando con<br />
Satanás contra Dios. Y le mataríais, de la misma manera que queréis matarme a Mí”. Los judíos<br />
se agitan furiosos como las abejas, prontos a picar, cansados de tener de fingirse mansos. Pero<br />
Jesús no se preocupa. Levanta la voz para dominar el avispero y grita: “¿Y me habéis<br />
preguntado que quién soy? ¡Hipócritas! ¿Decíais que queríais saber para estar seguros? ¿Y<br />
ahora decís que Juan fue el último profeta? Dos veces os condenáis por pecado de mentira: una,<br />
porque decís que no habéis jamás rechazado las palabras de los verdaderos profetas; la otra,<br />
porque, diciendo que Juan es el último de los profetas y que creéis en los verdaderos profetas,<br />
excluís que Yo sea también profeta, al menos profeta, y profeta verdadero. ¡Bocas mentirosas!<br />
¡Corazones de engaño! ■ Sí, en verdad, en verdad Yo <strong>aquí</strong> en la casa de mi Padre proclamo que<br />
soy más que un Profeta. Yo tengo lo que mi Padre me ha dado. Lo que mi Padre me ha dado es<br />
más precioso que todo y que todos, porque es algo en que ni la voluntad ni el poder de los<br />
hombres pueden meter sus manos rapaces. Yo tengo lo que Dios me ha dado y que, aun estando<br />
en Mí, siempre está en Dios, y nadie puede arrebatarlo de las manos de mi Padre, ni a Mí,<br />
porque es la naturaleza divina igual. Yo y el Padre somos Uno, una sola cosa”. El griterío de<br />
los judíos retumba en el Templo: “¡Ah! ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡Anatema!”, y una vez más las<br />
piedras usadas por los cambistas y vendedores de animales para mantener estables sus recintos<br />
son el abastecimiento de los proyectiles, listos para lanzar. Pero Jesús se yergue con los brazos<br />
cruzados sobre el pecho. Se sube sobre un banco de piedra para ser más visible y desde allí los<br />
domina con los rayos de sus ojos de zafiro. Domina y flecha. Se muestra tan majestuoso que los<br />
paraliza. En vez de lanzar las piedras, las echan a un lado o las conservan en las manos, pero ya<br />
sin atreverse a lanzarlas contra Él. Los gritos también se calman envueltos en un temor extraño.<br />
Es verdaderamente Dios quien mira en Jesús. Y, cuando Dios mira así, el hombre, aún el más<br />
protervo, empequeñece, se espanta. ■ Y me pongo a pensar en qué misterio se esconde en que<br />
los judíos hayan podido manifestarse tan crueles el día del Viernes Santo; qué misterio, en la<br />
ausencia de este poder de dominación en Jesús en aquél día. Verdaderamente era la hora de las<br />
Tinieblas, la hora de Satanás, y sólo ellos reinaban... La Divinidad, la Paternidad de Dios había<br />
abandonado (2) a su Mesías, y Él no era más que la Víctima.<br />
* “No te lapidamos por tus buenas <strong>obra</strong>s sino por tu blasfemia; siendo hombre, te haces<br />
Dios”.- Dioses e Hijos del Altísimo.- ■ Jesús sigue en esta posición por unos segundos. Luego<br />
continúa hablando a esta turba vendida y vil, que ha perdido toda su prepotencia ante una<br />
mirada divina: “¿Y entonces? ¿Qué queréis hacer? Me preguntasteis que quién era. Os lo he<br />
dicho. Os habéis puesto furiosos. Os he recordado las cosas que he hecho, os he puesto ante<br />
vuestros ojos y vuestra memoria muchas <strong>obra</strong>s buenas provenientes de mi Padre y cumplidas<br />
con el poder que me viene de mi Padre. ¿Por cuál de estas <strong>obra</strong>s me queréis apedrear? ¿Por<br />
haber enseñado la justicia? ¿Por haber traído a los hombres la Buena Nueva? ¿Por haber venido<br />
a invitaros al Reino de Dios? ¿Por haber curado a vuestros enfermos, dado la vista a vuestros<br />
ciegos, dado movimiento a los paralíticos, palabra a los mudos; por haber liberado a los<br />
poseídos, resucitado a los muertos, favores a los pobres, perdonado a los pecadores; por haber<br />
amado a todos, incluso a los que me odian, a vosotros y a los que os envían? ¿Por cuál, pues, de<br />
estas <strong>obra</strong>s me queréis apedrear?”. Judíos: “No te lapidamos por las buenas <strong>obra</strong>s que has<br />
hecho, sino por tu blasfemia; porque Tú, siendo hombre, te haces Dios”. ■ Jesús: “¿No está<br />
escrito en vuestra Ley: «Yo dije: vosotros sois dioses e hijos del Altísimo»? (Sal 81,6). Ahora bien,<br />
si Dios a aquellos a quienes habló llamó «dioses» dando un mandato: el de vivir de modo que la<br />
semejanza y la imagen respecto a Dios, que están en el hombre, aparezcan en modo manifiesto y<br />
que el hombre no sea ni demonio ni bruto; si la Escritura llama «dioses» a los hombres, la<br />
Escritura, palabra enteramente inspirada por Dios (y, por tanto, no puede ser modificada ni<br />
anulada según el gusto e interés del hombre); entonces ¿por qué me decís que blasfemo, Yo,<br />
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consagrado y enviado al mundo por el Padre, porque digo: «Soy Hijo de Dios»? Si no hiciera<br />
las <strong>obra</strong>s de mi Padre, razón tendrías en no creer en Mí. Pero las hago. Y vosotros no queréis<br />
creer en Mí. Creed, entonces, por lo menos en estas <strong>obra</strong>s, para que sepáis y reconozcáis que el<br />
Padre está en Mí y que Yo estoy en el Padre”.<br />
* Jesús rescatado de la ira de los judíos por los legionarios romanos.- ■ El huracán de gritos<br />
y de violencia ruge con mayor fuerza. De una de las terrazas del Templo, en que se habían<br />
escondido sacerdotes, escribas y fariseos, graznan muchas voces: “Apoderaos de ese blasfemo.<br />
Su culpa es ya pública. Todos hemos oído. ¡Muerte al blasfemo que se proclama Dios! Dadle el<br />
mismo castigo que al hijo de Salumit de Dabri. ¡Llévasele fuera de la ciudad y lapídesele!<br />
Tenemos todo el derecho. Escrito está: «El blasfemo es reo de muerte» (Lev. 24,10-16.). Los gritos<br />
de los jefes agudizan la ira de los judíos, que tratan de apoderarse de Jesús y de entregarle<br />
maniatado a los magistrados del Templo, que acuden, seguidos por los guardias del Templo. ■<br />
Pero más rápidos que ellos son una vez más los legionarios, que, vigilando desde la torre<br />
Antonia, han seguido atentos el tumulto y salen del cuartel y vienen hacia el lugar donde se<br />
grita. Y no respetan a nadie. Las astas de sus lanzas rebotan sobre cabezas y espaldas. Y se<br />
incitan unos a otros a aplicarse contra los judíos, diciendo agudezas e insultos: “¡A vuestras<br />
cuevas, perros! ¡Fuera de <strong>aquí</strong>! Licinio, dale duro a ese tiñoso. ¡Fuera! ¡El miedo os hace<br />
apestar más que nunca! ¿Pero qué coméis, cuervos, para apestar así? Tienes razón, Basso. Se<br />
purifican pero apestan. ¡Mira allá a aquel narigudo! ¡A la pared, a la pared, que tomamos los<br />
nombres! ¡Y vosotros búhos, bajad de allá arriba! Os conocemos. El centurión dará una buena<br />
relación al Procónsul. ¡No, a ése déjalo! Es un apóstol del Rabí. ¿No ves que tiene cara de<br />
hombre y no de chacal? ¡Mira, mira, cómo huyen por aquella parte! ¡Déjales ir! ¡Para tenerlos<br />
convencidos habría que clavarlos a todos en las astas! ¡Solo así los tendríamos domados! ¡Ojalá<br />
fuera mañana! ¡Ah, pero tú estás atrapado y no te escapas! Te vi. ¿Eh? Fuiste quien arrojó la<br />
primera piedra. Responderás por haber dado a un soldado de Roma... También éste. Nos<br />
maldijo, imprecando contra las banderas. ¿Ah, sí? ¿De veras? Ven, que vamos a enamorarte de<br />
ellas en nuestras mazmorras...”. Y de este modo, cargando e insultando, apresando a unos y<br />
poniendo en fuga a otros, los legionarios limpian el amplio patio. Cuando los judíos ven que dos<br />
de los suyos han sido arrestados, muestran su vileza: o huyen cacareando como una parvada de<br />
gallinas al ver el gavilán o se arrojan a los pies de los soldados para suplicar piedad con un<br />
servilismo y adulación repugnantes... ■ He perdido de vista a Jesús. No puedo decir a dónde se<br />
habrá ido, ni por qué puerta, salido. Durante la confusión vi tan solo las caras de los hijos de<br />
Alfeo y de Tomás, que luchaban por abrirse paso, y las de algunos discípulos pastores. Después<br />
también las de ellos se me perdieron de vista y no ha quedado más que ese montón de pérfidos<br />
judíos que corren acá y allá para evitar que los capturen y que los legionarios los reconozcan,<br />
pues tengo la impresión que para los legionarios es un motivo de júbilo dar duro sobre ellos y<br />
resarcirse de todo el odio con que saben que son... pagados. (Escrito el 9 de Diciembre de 1946).<br />
····································<br />
1 Nota : Ju.10,22-39.<br />
2 Nota : “Dios abandonó a su Mesías”.- Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado<br />
de Jesús, destruyendo así la unión hipostática de la Naturaleza divina y Naturaleza humana, sino en el sentido que usa<br />
el mismo S. Mateo en 27, 47 y S. Marcos en 15,34. Por lo tanto, de una separación sólo aparente, aunque muy<br />
dolorosa. Poco antes de morir dijo sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del salmo 21: “Dios mío, Dios mío,<br />
¿por qué me has abandonado?”.<br />
. --------------------000--------------------<br />
8-540-309 (9-237-732).- La Madre, confiada a Juan.<br />
* “Juan, moriré con una gota de dulzura en mi océano de dolor si te veo «hijo» para<br />
con mi Madre”.- ■ Jesús y Juan van conversando. Deben haber encontrado en los días<br />
anteriores algunos pastores en cuya compañía han debido hacer un alto, porque hablan de ellos.<br />
Hablan también de un niño curado. Dulcemente, queriéndose. Aun cuando callan, se hablan con<br />
sus corazones, mirándose con la mirada de quien se siente feliz de estar con un amigo íntimo.<br />
Se sientan para descansar y comer algo, reanudan la marcha, siempre con ese aspecto de paz<br />
que da paz a mi corazón sólo con verlo... Jesús: “Juan, escúchame. Dentro de no mucho...”. Juan,<br />
inmediatamente, interrumpiéndole, pregunta: “¿Qué, Señor?”, y le agarra un brazo y le<br />
detiene para mirarle a la cara, con ojos de preocupación escrutadora, con cara pálida. Jesús:<br />
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“Dentro de poco tiempo, se cumplen tres años que empecé a evangelizar. Todo lo que había que<br />
decir a las gentes lo he dicho. Quienes quieren amarme y seguirme tienen ya los elementos para<br />
hacerlo, con seguridad. Los demás... Alguno se convencerá con los hechos. La mayor parte<br />
permanecerán sordos también a los hechos. Pero a éstos he de decirles unas pocas cosas. Y las<br />
diré. Porque también hay que observar la justicia, además de la misericordia. Hasta ahora la<br />
misericordia ha callado muchas veces y en muchas cosas. Pero, antes de callar para siempre,<br />
hablará el Maestro incluso con severidad de juez. ■ Pero no quería hablarte de esto. Quería<br />
decirte que dentro de poco, habiendo dicho al rebaño todo aquello que había que decir para<br />
hacerle mío, me recogeré mucho en la oración y me prepararé. Y, cuando no esté orando, me<br />
dedicaré a vosotros. Como hice al principio, haré al final. Vendrán las discípulas. Vendrá mi Madre.<br />
Nos prepararemos todos para la Pascua. Juan, desde ahora te pido que te dediques mucho a las<br />
discípulas. A mi Madre en especial...”. Juan: “¡Mi Señor! ¿Pero qué le puedo dar yo a tu Madre<br />
que Ella no posea sobreabundantemente; con tanta sobreabundancia, que tiene para darnos a todos<br />
nosotros?”. Jesús: “Tu amor. Ponte en el caso de que eres como un segundo hijo para Ella. Ella te<br />
ama y tú la amas. Tenéis un único amor que os une: el amor por Mí. Yo, su Hijo de carne y<br />
corazón, cada vez estaré más... ausente, absorto en mis... ocupaciones. Y Ella sufrirá, porque<br />
sabe... sabe lo que pronto va a venir. Tú debes consolarla incluso por Mí, hacerte tan amigo de Ella,<br />
que pueda llorar en tu corazón y sentirse consolada. Ya estás familiarizado con mi Madre, has<br />
vivido ya con Ella; pero, una cosa es hacerlo como un discípulo que ama reverencialmente a la<br />
Madre de su Maestro, y otra cosa es hacerlo como hijo. Quiero que lo hagas como hijo, para que<br />
Ella sufra un poco menos cuando ya no me tenga”. ■ Juan: “Señor, ¿vas a morir? ¡Hablas como<br />
uno que esté para morir! Me causas aflicción...”. Jesús: “Os he dicho varias veces que debo<br />
morir. Es como si hablara a niños distraídos o a personas con pocas luces. Sí. Voy a morir. Se lo<br />
diré también a los otros. Pero más tarde. A ti te lo digo ahora. Recuérdalo, Juan”. Juan: “Yo me<br />
esfuerzo en recordar tus palabras, siempre... Pero éstas son tan dolorosas...”. Jesús: “Que haces<br />
de todo para olvidarlas. ¿Quieres decir eso? ¡Pobre muchacho! No eres tú el que olvida, ni eres<br />
tú el que recuerda. Tú y tu voluntad. Es tu misma humanidad la que no puede recordar esta<br />
cosa que supera con mucho su capacidad de resistencia, esa cosa inmensamente grande --y no<br />
sabes siquiera cabalmente cuán grande, monstruosa será--; esa cosa tan grande, que te atonta<br />
como un peso caído de lo alto encima de tu cabeza. Y, a pesar de todo, es así. Ya pronto<br />
iré a la muerte. Y mi Madre se quedará sola. Moriré con una gota de dulzura en mi<br />
océano de dolor si te veo «hijo» para con mi Madre...”. Juan: “¡Oh, mi Señor! Si voy a ser<br />
capaz... si no me sucede como en Belén, sí, lo haré (1). Velaré con corazón de hijo. ¿Pero qué<br />
podré darle que la consuele si te pierde a Ti? ¿Qué le voy a poder dar, si yo también estaré<br />
como uno que ha perdido todo, entontecido por el dolor? ¿Cómo lograré hacer esto, yo que no he<br />
sabido velar y padecer ahora, en la calma, durante una noche y por un poco de hambre? ¿Cómo<br />
voy a lograr hacer esto?”. Jesús: “No te intranquilices. Ora mucho en este tiempo. Te tendré<br />
mucho conmigo y con mi Madre. Juan, tú eres nuestra paz. Y lo seguirás siendo cuando llegue<br />
el momento. No temas, Juan. Tu amor hará todo”. Juan: “¡Oh, sí, Señor! Tenme mucho contigo.<br />
A mí, ya lo sabes, no me gusta el hacerme patente, el hacer milagros; yo sólo quiero y sólo sé<br />
amar...”. Jesús le besa una vez más en la frente, hacia la sien, como en la gruta... (Escrito el 16<br />
de Diciembre de 1946).<br />
··········································<br />
1 Nota : Se refiere a la gruta de Belén, donde Jesús, buscando soledad, había llegado después de la Fiesta de la<br />
Dedicación del Templo, una vez de dar precisas instrucciones a sus apóstoles. Juan, con la venia de Pedro –que había<br />
juzgado imprudente dejar solo a Jesús en estos momentos de peligro--, siguiendo ocultamente a Jesús había llegado<br />
también a la gruta, quedándose a cierta distancia, cauto para no ser visto ni oído. Sin embargo, Juan, después de dos<br />
días de espera, acuciado por el frío y el hambre, no tuvo más alternativa que acercarse a Jesús en demanda de ayuda.<br />
. --------------------000--------------------<br />
(
Nicodemo acompañados de Mannaén para advertirle que el Sanedrín conoce su paradero. En la<br />
conversación con estos últimos se suscita el viejo tema de los samaritanos>).<br />
9-560-28 (10-21-139).- “Hubierais deseado una manifestación violenta mía pero Yo soy el<br />
Hombre abatido, como le vieron los profetas. Por ello, pocos le reconocerán por el verdadero<br />
Mesías”.<br />
* “Se acerca la hora de mi manifestación completa”.- ■ Les dice Jesús: “Los samaritanos,<br />
José, no tienen en su corazón esa maligna serpiente que tenéis vosotros. Ellos no temen ser<br />
despojados de ninguna prerrogativa. No tienen que defender intereses sectarios ni de casta. No<br />
tienen nada, aparte de una instintiva necesidad de sentirse perdonados y amados por Aquel al<br />
que sus antepasados ofendieron y al que ellos siguen ofendiendo al permanecer fuera de la<br />
Religión perfecta. Y permanecen fuera porque, siendo orgullosos ellos y siéndolo vosotros, no<br />
se sabe, por ambas partes, deponer el rencor que divide y tender la mano en el nombre del único<br />
Padre. Claro que, aunque ellos tuvieran tanta voluntad como para eso, vosotros la demoleríais,<br />
porque no sabéis perdonar, no queréis arrojar a los pies los prejuicios confesando: «El pasado ha<br />
muerto, porque ha nacido el Príncipe del siglo futuro (Is.9,6-7; 11,10-16) que a todos recoge bajo su<br />
Señal». Yo, en efecto, he venido y recojo. Pero vosotros, ¡oh, vosotros consideráis siempre<br />
anatema incluso aquello que Yo he juzgado digno de ser recogido”. ■ José de Arimatea: “Eres<br />
severo con nosotros, Maestro”. Jesús: “Soy justo.¿Podéis, acaso, decir que en vuestro corazón<br />
no me criticáis por ciertas acciones mías? ¿Podéis afirmar que aprobáis mi misericordia, igual<br />
con judíos, galileos, samaritanos, gentiles y hasta mayor con éstos y con los grandes pecadores,<br />
porque de ella tienen más necesidad? ¿Podéis asegurarme que no hubierais preferido en Mí<br />
gestos de violenta majestad para manifestar mi origen sobrenatural, y, sobre todo, fijaos bien, y,<br />
sobre todo, mi misión de Mesías según vuestro concepto del Mesías? Decid sinceramente la<br />
verdad: aparte de la alegría de vuestro corazón por la resurrección de nuestro amigo Lázaro, ¿no<br />
habrías preferido, antes que esta resurrección, que Yo hubiera llegado a Betania majestuoso y<br />
cruel, como nuestros antiguos respecto a los amorreos y los de Basán (Núm. 21,21-35), y como<br />
Josué respecto a los de Ai y Jericó, o, mejor aún, haciendo caer con mi voz las piedras y muros<br />
sobre los enemigos, como las trompetas de Josué hicieron respecto a las murallas de Jericó, o<br />
haciendo caer del cielo sobre los enemigos piedras gruesas, como sucedió en el descenso de<br />
Beterón también en los tiempos de Josué (Jos. 6-8;10), o, como en tiempos más recientes (2 Mac.5,1-<br />
4), llamando a celestes jinetes que corrieran por los aires, vestidos de oro, armados de lanzas,<br />
formados en cohortes, y que hubiera movimientos de escuadrones de caballería, y asaltos por<br />
una y otra parte, y estrépito de escudos, y ejércitos con yelmos y espadas desenvainadas, y<br />
lanzamiento de dardos para aterrorizar a enemigos? ■ Sí, habríais preferido esto porque, a pesar<br />
de que me améis mucho, vuestro amor es todavía imperfecto, y la seducción --en cuanto a<br />
desear lo no santo-- se la proporciona vuestro pensamiento de israelitas, vuestro viejo<br />
pensamiento. El que tiene Gamaliel igual que el último de Israel, el que tiene el sumo<br />
Sacerdote, el tetrarca, el campesino, el pastor, el nómada, el que vive en la Diáspora. El<br />
pensamiento fijo de un Mesías conquistador. La pesadilla de quien teme ser aniquilado por Él.<br />
La esperanza de quien ama a la patria con la violencia de un amor humano. El suspiro de quien<br />
está oprimido por otras potencias en otras tierras. No es vuestra culpa. El pensamiento puro<br />
como había sido dado por Dios acerca de lo que Yo soy, se ha ido cubriendo, a lo largo de los<br />
siglos, de escorias inútiles. Y pocos son los que, con dolor suyo, saben restituir a la idea<br />
mesiánica su pureza inicial. ■ Ahora, además --estando ya cercano el tiempo en que será dada<br />
la señal que Gamaliel espera, y con él todo Israel, y llegando ya el tiempo de mi manifestación<br />
completa-- Satanás trabaja para hacer más imperfecto vuestro amor y más torcido vuestro<br />
pensamiento. Es su hora. Yo os lo digo. Y, en esa hora de tinieblas, incluso los que actualmente<br />
ven, o están un poco privados de vista, resultarán ciegos del todo. Pocos, muy pocos, en el<br />
Hombre abatido reconocerán al Mesías. Pocos le reconocerán por verdadero Mesías,<br />
precisamente porque será abatido, como le vieron los profetas. Yo quisiera, por el bien de mis<br />
amigos, que supieran verme y conocerme mientras es de día para poder también reconocerme<br />
desfigurado y verme en las tinieblas de la hora del mundo... Decidme ahora lo que teníais<br />
pensado...”. (Escrito el 23 de Enero de 1947).<br />
. --------------------000--------------------<br />
88
().<br />
9-577-179 (10-38-260).- Tercer anuncio de la Pasión (1).<br />
* Los apóstoles increpan a Iscariote que con sus reproches y quejas critica a Jesús.- ■ Apenas<br />
el alba aclara el cielo, aunque no hace fácil todavía el camino, cuando Jesús sale de Doco que<br />
duerme. Nadie oye las pisadas porque caminan con cautela y las casas están cerradas. Nadie<br />
habla sino hasta que salen fuera de la ciudad, al campo, que se despierta lentamente bajo la<br />
parca luz, lavada con el rocío matinal. Iscariote dice: “Camino inútil y descanso perdido.<br />
Hubiera sido mejor no haber venido hasta <strong>aquí</strong>”. Santiago de Alfeo le contesta: “No nos trataron<br />
mal los pocos que encontramos. Pasaron la noche sin dormir por escucharnos y para ir a traer a los<br />
enfermos de los alrededores. Estuvo muy bien haber venido. Porque los que, por enfermedad o<br />
por otra razón, no tenían ya esperanzas de ver al Señor en Jerusalén, le vieron <strong>aquí</strong> y han<br />
recibido el consuelo en su cuerpo y en su alma. Los otros ya sabemos que han partido ya a la<br />
ciudad... Es costumbre de todos nosotros, si se puede, ir unos días antes de la fiesta”, y lo dice<br />
con dulzura, porque así es el carácter de Santiago; todo lo contrario de Judas de Keriot que,<br />
incluso en los momentos buenos, es violento e imperioso. Iscariote: “Precisamente porque<br />
también vamos a Jerusalén era inútil haber venido <strong>aquí</strong>. Nos habrían oído y visto allí...”.<br />
Bartolomé, en ayuda de Santiago, le replica: “Pero no las mujeres y los enfermos”. Iscariote<br />
hace como que no oye y añade: “Espero al menos que vayamos a Jerusalén, porque ahora lo<br />
dudo después de lo que dijo Jesús a aquel pastor...”. Pedro pregunta: “¿Y a dónde piensas que<br />
vayamos sino a allí?”. Iscariote: “¡Yo qué sé! Todo lo que hacemos desde hace algunos meses<br />
es tan irreal, todo lo contrario a lo previsible, al buen sentido, incluso a la justicia, que...”.<br />
Santiago de Zebedeo, con ojos amenazadores, dice: “¡Oye, aunque te he visto beber leche en<br />
Doco, estás hablando como un borracho! ¿Dónde encuentras las cosas contrarias a la<br />
justicia?”. Y añade gritándole: “¡Basta ya de reproches al Justo! ¿Entiendes que ya basta? No<br />
tienes ningún derecho de reprocharle nada. Nadie lo tiene porque es perfecto, y nosotros... ninguno<br />
de nosotros lo es, y tú menos que nadie”. Tomás que ha perdido la paciencia, dice: “¡Eso es!<br />
Si estás enfermo cúrate, pero deja de fastidiarnos con tus quejas. Si eres lunático, allí está el<br />
Maestro: dile que te cure y corta ya, ¿eh?”. ■ De hecho Jesús viene detrás con Judas de Alfeo y<br />
Juan ayudando a las mujeres a caminar por el sendero que no es bueno, y todavía está oscuro por<br />
encontrarse en medio de un bosque de olivos. Jesús viene hablando animadamente con las<br />
mujeres sin poner atención a lo que delante de Él se dice. Aunque las palabras no se entienden<br />
bien, pero sí el tono, deja a entender que se ha trabado alguna disputa. Los dos apóstoles, Tadeo<br />
y Juan se miran... pero no hablan. Miran a Jesús y a <strong>María</strong>. Ésta viene tan envuelta en su manto<br />
que apenas si se ve su rostro y Jesús parece no haber oído. Terminado lo que venían diciendo -hablaban<br />
de Benjamín, y de su futuro, de Sara la viuda de Afeq, que ha ido a establecerse en<br />
Cafarnaúm y es una madre amorosa no sólo con el niño de Giscala, sino con los pequeñuelos de la<br />
mujer de Cafarnaúm, que, casada otra vez, no quería ya a los hijos del primero y que murió luego “tan<br />
mal, que no cabe duda que la mano de Dios se dejó sentir en su muerte” dice Salomé --, Jesús se<br />
adelanta con Judas Tadeo y llega donde los apóstoles, diciendo antes a Juan: “Quédate <strong>aquí</strong>,<br />
Juan, si quieres. Voy a responder a Judas, que está inquieto y a poner paz”. ■ Pero Juan, después<br />
de haber dado unos cuantos pasos con las mujeres, y visto que el sendero ya no está tan oscuro,<br />
se echa a correr y alcanza a Jesús justo cuando está diciendo: “Tranquilízate, pues, Judas. Nada<br />
irreal haremos, como nunca lo hemos hecho. Tampoco ahora estamos haciendo nada contrario<br />
a lo previsible. Todos saben que todo verdadero israelita, que no está enfermo o impedido por<br />
causas muy graves, sube al Templo. Y al Templo estamos subiendo”. Iscariote: “No todos.<br />
Marziam, según he sabido, no vendrá. ¿Está acaso enfermo? ¿por qué motivo no viene? ¿Tú crees<br />
que puedes sustituirle por el samaritano?”. El tono de Judas es insoportable. Pedro dice entre dientes<br />
“¡Oh, prudencia, amárrame la lengua que soy hombre!”, y aprieta fuertemente sus labios para no<br />
agregar más. Sus ojos, un poco saltones, tienen una mirada conmovedora, por el esfuerzo que<br />
hace por refrenar su indignación y la aflicción de oír hablar a Judas de ese modo.<br />
* “Algunos/as no estarán presentes en la prueba... ni vosotros sois fuertes para soportarla,<br />
pero estaréis pues debéis ser mis continuadores y saber cuán débiles sois para ser<br />
89
misericordiosos con los débiles”.- ■ La presencia de Jesús hace que nadie hable, pero Él sí lo<br />
hace con una calma verdaderamente divina: “Venid adelante un poco, para que no oigan las<br />
mujeres. Desde hace días quería deciros algo. Os lo prometí en los campos de Tersa. Quería<br />
que todos estuvieseis presentes. Vosotros. No las mujeres. Dejémoslas tranquilas... En lo que os<br />
voy a decir está la razón por la cual Marziam no estará con nosotros, ni tu madre, Judas de<br />
Keriot, ni tus hijas, Felipe, ni las discípulas de Galilea con la jovencita. Hay cosas que no todos<br />
pueden soportar. Yo como Maestro sé qué cosa es buena para mis discípulos, y sé cuánto<br />
pueden ellos, o no pueden, soportar. Ni siquiera vosotros sois fuertes para soportar la prueba. Y<br />
quedar excluidos de ella sería una gracia para vosotros. Pero vosotros debéis continuarme, y<br />
debéis saber cuán débiles sois, para ser después misericordiosos con los débiles. Por eso<br />
vosotros no podéis ser excluidos de esta terrible prueba que os dará la medida de lo que sois, de<br />
lo que habéis hecho durante estos tres años en que habéis estado conmigo. ■ Sois doce. Vinisteis<br />
á Mí casi al mismo tiempo. No habían pasado muchos días que nos habíamos encontrado<br />
Santiago, Juan y Andrés, hasta el día en que tú, Judas de Keriot, fuiste recibido entre nosotros,<br />
ni hasta el día en que tú, Santiago, hermano mío, y tú, Mateo vinisteis conmigo, para que pueda<br />
justificarse tanta diferencia de formación entre vosotros. Todos vosotros, incluido tú, docto<br />
Bartolomé, no teníais ninguna formación en mi doctrina. Es más, vuestra formación, mejor que<br />
la de muchos del viejo Israel, era un obstáculo para aceptar la mía. El camino que se os mostró<br />
era suficiente para llevaros todos a un mismo punto. Sin embargo, uno ha llegado a él, otros<br />
están cerca, otros no tanto, otros muy atrás, otros... sí, debo decir también esto: en lugar de<br />
adelantar han retrocedido. ¡No os miréis! No busquéis quién sea el primero o el último entre<br />
vosotros. Aquel que tal vez se cree el primero, y es considerado el primero por los demás, tiene<br />
todavía que tomarse el pulso a sí mismo. Aquel que se cree el último está para brillar en su<br />
formación como una estrella del cielo. Por esto, una vez más, os digo: no juzguéis. Los hechos<br />
hablarán muy claro. Por ahora no podéis comprender, pero pronto, muy pronto os acordaréis de<br />
mis palabras y las comprenderéis”. Andrés se lamenta: “¿Cuándo? Nos has prometido que nos<br />
dirías, que nos darías una explicación de por qué la purificación pascual será distinta este año,<br />
pero no nos lo dices nunca”.<br />
* “El Cordero de Dios será levantado como la serpiente de metal de Moisés, como señal...<br />
Esta es la prueba que os espera: El Hijo del hombre pronto será entregado... condenado a<br />
muerte en una cruz... resucitará al 3º día”,-■ Jesús: “De esto os quiero hablar. Porque aquéllas<br />
palabras y éstas constituyen una única cosa, pues tienen una única raíz. Mirad, estamos subiendo<br />
a Jerusalén para la Pascua. Allí se cumplirán todas las cosas dichas por los profetas respecto al<br />
Hijo del hombre. En verdad, como vieron los profetas, como ya estaba predicho en la orden<br />
dada a los hebreos al salir de Egipto, como fue ordenado a Moisés en el desierto, el Cordero de Dios<br />
muy pronto va a ser inmolado y su sangre muy pronto va a bañar las jambas de los corazones, y<br />
el ángel de Dios pasará sin hacer daño a los que tengan sobre sí, y con amor, la Sangre del<br />
Cordero inmolado, que muy pronto va a ser levantado, como la serpiente de metal en el palo<br />
transversal, para que sea señal para los que han sido heridos por la serpiente infernal, para<br />
que sea salvación de los que lo miren con amor. ■ El Hijo del hombre, vuestro Maestro Jesús,<br />
muy pronto va a ser entregado en mano de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y de<br />
los Ancianos, los cuales le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles para que sea<br />
escarnecido. Será abofeteado, herido, escupido, arrastrado por las calles como un harapo<br />
inmundo y luego los gentiles, después de haberle flagelado y coronado de espinas, le<br />
condenarán a morir en una cruz, en la que mueren los malhechores. El pueblo hebreo, reunido en<br />
Jerusalén, pedirá su muerte en lugar de la de un ladrón, y así matarán al Hijo del hombre. Pero<br />
así como está escrito en las profecías, después de tres días resucitará. ■ Ésta es la prueba que<br />
os espera, la que demostrará vuestra formación. En verdad os digo, a todos vosotros los que os<br />
creéis perfectos que despreciáis a los que no son de Israel, y aun a muchos de nuestro pueblo, en<br />
verdad os digo que vosotros, el grupo selecto de mi rebaño, cuando apresen al Pastor, seréis<br />
presa del miedo y huiréis a la desbandada, como si los lobos, que por todas partes os atacarán,<br />
os fuesen a desgarrar. Pero os lo digo de antemano: no temáis, que no os quitarán ni un solo<br />
cabello. Yo seré suficiente para saciar a los lobos feroces...”. ■ Conforme Jesús va hablando, los<br />
apóstoles parecen estar bajo una lluvia de piedras. Incluso se van encorvando van cada vez más,<br />
mientras Jesús va hablando. Al terminar dice: “Y todo esto que os acabo de decir está ya muy<br />
90
cerca; no es como las otras veces, que todavía faltaba tiempo. Ya ha llegado la hora. Voy para ser<br />
entregado a mis enemigos e inmolado para la salvación de todos. Y esta flor todavía no habrá<br />
perdido sus pétalos, después de haber florecido, y Yo ya estaré muerto”. ■ Cuando termina así<br />
quién se lleva las manos a la cara, quién llora como si le estuvieran hiriendo. Iscariote está lívido,<br />
literalmente lívido... El primero que se sobrepone es Tomás que proclama: “Esto no te sucederá,<br />
porque te defenderemos o moriremos juntos contigo, y así demostraremos que te habíamos<br />
alcanzado en tu perfección y que éramos perfectos en el amor hacia Ti”. Jesús le mira sin<br />
responder. Bartolomé, después de un silencio meditativo, dice: “Has dicho que serás entregado...<br />
Pero ¿quién, quién puede entregarte en manos de tus enemigos? Eso no está escrito en las<br />
profecías. No. No está dicho. Sería demasiado horrible que un amigo tuyo, un discípulo tuyo, un<br />
seguidor tuyo, aunque fuese el último de todos, te entregase en manos de los que te odian. ¡No!<br />
Quien te ha oído con amor, aunque hubiera sido una sola vez, no puede cometer semejante<br />
crimen. Son hombres, no bestias feroces ni Satanás. ¡No, Señor mío! Ni siquiera los que te<br />
odian lo podrán... Tienen miedo del pueblo y ¡el pueblo estará, por entero, a tu alrededor!”.<br />
Jesús mira también a Natanael y no habla. Pedro y Zelote hablan animadamente entre sí.<br />
Santiago de Zebedeo regaña a su hermano porque le ve tranquilo, Y Juan responde: “Es<br />
porque hace tres meses lo sé” y dos lágrimas caen por su rostro. Los hijos de Alfeo hablan con<br />
Mateo que, desconsolado, menea la cabeza. ■ Andrés se vuelve a Iscariote: “Tú que tienes<br />
tantos amigos en el Templo...”. Iscariote rebate: “Juan mismo conoce a Anás”, y añade: “¿Qué<br />
quieres que se haga? ¿Qué puede valer la palabra del hombre, si así está predestinado?”. Tomás<br />
y Andrés le preguntan simultáneamente: “¿Crees de verdad en esto?”. Iscariote responde: “No.<br />
Yo no creo nada. Son alarmas inútiles. Ha dicho bien Bartolomé. Todo el pueblo estará con Jesús.<br />
Se ve ya por la gente que vamos viendo por el camino. Y será un triunfo. Veréis que será así”.<br />
Andrés, señalando a Jesús que se ha quedado a esperar a las mujeres, dice: “¿Pero entonces,<br />
¿por qué Él?...”. Iscariote: “¿Que por qué lo dice? Porque está impresionado... y porque nos<br />
quiere probar. Pero no sucederá nada. Y yo iré por mi parte...”. Andrés suplica: “¡Sí, sí! Ve a<br />
ver...”. Dejan de hablar porque Jesús los sigue en medio de su Madre y <strong>María</strong> de Alfeo. (Escrito<br />
el 8 de Marzo de 1947).<br />
·······································<br />
1 Nota : Mt. 20,17-19; Mc. 10, 32-34; Lc. 18,31-34.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania (1):<br />
Magdalena unge cabeza y pies de Jesús.<br />
* “Magdalena ha ungido mi cuerpo de antemano para la sepultura”.- ■ Magdalena vuelve a<br />
entrar a la sala. Trae en las manos una jarra de cuello estrecho y terminado en un piquito. El<br />
alabastro es de un precioso color amarillo-rosado, como la piel de ciertas personas rubias. Los<br />
apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. Pero <strong>María</strong> no va al<br />
centro, a donde está su hermana, al interior de la «U» que forman las mesas. No. Pasa por detrás<br />
de los triclinios y va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos. Destapa la<br />
jarra de alabastro y pone la mano debajo del pico, y recoge algunas gotas de un líquido que sale<br />
lentamente. Un penetrante olor de tuberosas y de otras esencias, un perfume intenso y riquísimo,<br />
se esparce por la sala. Pero <strong>María</strong> no se siente satisfecha con eso poco que sale. Se agacha y<br />
rompe con un golpe seguro el cuello de la jarra contra el ángulo del triclinio de Jesús. El<br />
estrecho cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles del suelo gotas perfumadas. Ahora<br />
la jarra tiene una boca amplia y sale el ungüento exuberante. <strong>María</strong> se pone a la espalda de Jesús<br />
y echa sobre la cabeza de Él el bálsamo denso, y luego lo extiende con las peinetas que se ha<br />
quitado, y repeina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubia y rojiza brilla como si fuera de oro<br />
bruñido. La luz de la lámpara que los siervos han encendido se refleja en la cabeza rubia de<br />
Jesús como en un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador. Penetra por las narices,<br />
91
sube a la cabeza; tan penetrante es, esparcido de esa manera, sin medida, que casi irrita como los<br />
polvos de estornudar. ■ Lázaro, que tiene la cabeza vuelta hacia su hermana, sonríe al ver con<br />
qué cuidado unge y compone los cabellos de Jesús, mientras que no se preocupa de que sus<br />
propios cabellos, no sujetos ya por el ancho peine que ayudaba a las horquillas en su función,<br />
estén descendiendo cada vez más por el cuello y ya estén próximos a soltarse del todo y caer<br />
sobre los hombros. También Marta mira y sonríe. Los demás hablan en voz baja y con diversas<br />
expresiones en sus caras. ■ Pero <strong>María</strong> no está satisfecha todavía. Queda todavía mucho<br />
ungüento en la jarra, y los cabellos de Jesús, a pesar de ser tupidos, están ya empapados.<br />
Entonces <strong>María</strong> repite el gesto de amor de un lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del<br />
triclinio, desata las correas de las sandalias de Jesús y le descalza los pies; luego, metiendo sus<br />
largos dedos en la jarra, saca toda la cantidad de ungüento que puede, y lo extiende, lo esparce<br />
sobre los pies desnudos, dedo por dedo; luego la planta y el calcañar; y, más arriba, en el tobillo,<br />
que ha descubierto haciendo a un lado el vestido de lino; por último, sobre el empeine de los<br />
pies, y se detiene allí, en los metatarsos, en el lugar por donde entrarán los clavos tremendos, e<br />
insiste hasta que ya no encuentra bálsamo en la jarra. Entonces rompe la jarra contra el suelo, y,<br />
libres ya las manos, se saca las gruesas horquillas, se deshace rápidamente las pesadas trenzas, y<br />
el resto del bálsamo lo echa sobre los pies de Jesús. ■ Judas alza su voz. Hasta ese momento<br />
había estado en silencio, contemplando con mirada de lujuria y de envidia a la hermosísima<br />
mujer y al Maestro cuya cabeza y pies estaban siendo ungidos por ella. Es la única voz clara de<br />
reproche; los otros, no todos, pero sí algunos, habían mostrado un cierto descontento, pero sin<br />
mayor consecuencia. Pero Judas, que incluso se había puesto en pie para ver mejor la unción de<br />
los pies, dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Qué necesidad había de hacerlo?<br />
¡Y luego no queremos que los jefes del Sanedrín nos critiquen de que hay pecado! Estos son<br />
gestos propios de una cortesana lasciva y no dicen bien, mujer, de la nueva vida que llevas.<br />
¡Demasiado recuerdan tu pasado!”. El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos, de<br />
modo que unos se sientan sobre sus triclinios, otros se ponen de pie, todos miran a Judas, como<br />
a uno que, de pronto, se hubiera vuelto loco. Marta se pone colorada. Lázaro de un brinco se<br />
pone en pie dando un fuerte golpe sobre la mesa. Grita: “En mi casa...” pero luego mira a Jesús<br />
y se refrena. ■ Iscariote: “Sí. ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Pero<br />
ahora, por haberme hecho eco vuestro y haber dicho claramente lo que pensabais, sin titubear os<br />
oponéis a mí. Repito lo que he dicho. No quiero, ciertamente, afirmar que <strong>María</strong> sea la amante<br />
del Maestro. Pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni con Él ni con ella. Es una<br />
acción imprudente, y hasta injusta. Sí. ¿Por qué este derroche? Si ella quería destruir los<br />
recuerdos de su pasado, hubiera podido darme a mí esa jarra y ese ungüento. ¡Por lo menos era<br />
una libra de nardo puro! Y de gran valor. Yo lo habría vendido al menos por trescientos<br />
denarios, que es lo que vale un nardo de tal calidad. Habría dado el dinero a los pobres que nos<br />
asedian. Nunca son suficientes. Y mañana muchísimos serán los que en Jerusalén pedirán una<br />
limosna”. Los demás asienten: “¡Es verdad! Podías haber empleado una parte para el Maestro y<br />
la otra...”. ■ <strong>María</strong> Magdalena está como si estuviese sorda. Continúa secando los pies de Jesús<br />
con sus cabellos sueltos, que también ahora están espesos en la parte de abajo por el ungüento,<br />
y están más oscuros que en la parte superior de la cabeza. Los pies de Jesús de color marfil viejo<br />
están lisos y blandos, como si se hubieren cubierto de una nueva piel. <strong>María</strong> pone nuevamente<br />
las sandalias a Jesús. Besa los pies, sorda a todo, menos a lo que no sea su amor por Jesús. ■ Y<br />
Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, que tiene agachada para el último beso, la defiende<br />
diciendo: “Dejadla en paz. ¿Por qué la afligís y molestáis? No sabéis lo que ha hecho. <strong>María</strong> ha<br />
realizado en Mí una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Estoy ya<br />
para irme. Siempre los tendréis, pero no más a Mí. A ellos podréis darles un óbolo. A Mí, al<br />
Hijo del Hombre entre los hombres, no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo<br />
quieren y porque le ha llegado su hora. El amor, a ella, le es luz; ella siente que estoy para morir<br />
y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura. En verdad os digo que en<br />
cualquier parte que sea predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto suyo de amor<br />
profético. Sí, en todo el mundo. Durante todos los siglos. ¡Quiera Dios hacer de cada una de las<br />
criaturas otra <strong>María</strong>, que no calcula precios, que no abriga apegos, que no guarda el más mínimo<br />
recuerdo del pasado, sino que destruye y pisotea todo lo carnal y mundano, y se rompe y se<br />
esparce como ha hecho con el nardo y el ungüento, sobre su Señor y por amor. No llores, <strong>María</strong>.<br />
92
Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana: «Todo te ha<br />
sido perdonado porque has sabido amar totalmente». «Tú has elegido la mejor parte y no se te<br />
quitará». Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que<br />
los pastos del amor sean en la eternidad tu alimento. Levántate, besa también mis manos, que te<br />
absolvieron y han bendecido... ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin<br />
embargo, Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para<br />
torturarlas...”.■ Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.<br />
<strong>María</strong>, con los cabellos sueltos por detrás y por delante, besa la mano derecha, que Jesús le ha<br />
ofrecido, y no sabe apartar de esa mano sus labios... Marta, conmovida, se acerca a su hermana,<br />
le recoge los cabellos sueltos, los trenza luego acariciándola, y extendiéndole el llanto sobre las<br />
mejillas tratando de secárselo... Nadie tiene ganas de seguir comiendo... Las palabras de Jesús<br />
hacen a todos pensar. El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso para retirarse.<br />
Santiago, su hermano, hace lo mismo, y lo mismo hacen Andrés y Juan. Se quedan los otros,<br />
pero ya en pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan.<br />
<strong>María</strong> y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro. (Escrito el 28 de Marzo de 1947).<br />
···········································<br />
1 Nota : Ju. 12,1-11; Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9.<br />
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9-587-267(10-6-347) El adiós a Lázaro.-Revelación de la Pasión y una encomienda al «amigo».<br />
* Jesús anuncia su muerte de cruz a Lázaro y confirma a Judas como el traidor, Satanás<br />
encarnado (no solo poseído).- ■ Jesús está en Betania. Ya es tarde. Un plácido atardecer de<br />
abril. Desde las grandes ventanas de la sala del banquete se puede ver el jardín de Lázaro que<br />
está en flor; más allá el huerto que parece toda una nube de ligeros pétalos. Perfume del nuevo<br />
verdor, perfume agridulce de flores de árboles frutales, de rosas y de otras flores, se mezcla, y<br />
entra a las habitaciones con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas<br />
extendidas en los vanos de las puertas y temblar las llamas de las lámparas. Allí se funden los<br />
perfumes de nardos, convalarias, y jazmines; y forman una esencia singular, recuerdo del<br />
bálsamo con que <strong>María</strong> Magdalena ungió a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a<br />
causa de la unción. ■ En la sala están aún Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los demás tal vez<br />
han ido a otras ocupaciones. Jesús se levanta de la mesa y mira un rollo de pergamino que<br />
Lázaro le ha presentado. <strong>María</strong> de Mágdala va de acá para allá por la sala... parece una mariposa<br />
atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de<br />
los criados que recogen la preciosa vajilla, que hay sobre la mesa. Jesús, colocando el folio en<br />
un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en la brillante madera negra, dice: “Lázaro,<br />
Ven. Tengo que decirte algo”. Lázaro, levantándose de su asiento que está cerca de la ventana,<br />
dice: “Voy, Señor”, y sigue a Jesús hacia el jardín en que los últimos rayos del día se mezclan<br />
con el primer claror de la luna. ■ Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde<br />
está el sepulcro en que fue enterrado Lázaro, y sobre el que ahora hay un rosal, todas florecidas<br />
en la boca vacía. Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: “¡Lázaro, sal<br />
fuera!”. Jesús se detiene allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no se ve. Se siente un<br />
silencio completo. Se siente una soledad absoluta. “Lázaro, amigo mío” pregunta Jesús, de pie<br />
ante su amigo, mirándole fijamente con un atisbo de sonrisa en su rostro enflaquecido y más<br />
pálido de lo habitual. “Lázaro, amigo mío, ¿sabes quién soy?”. Lázaro: “Eres Jesús de Nazaret,<br />
mi amado Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús”. Jesús: “Eso para ti. Pero para los demás<br />
¿quién soy?”. Lázaro: “Eres el Mesías de Israel”. Jesús: “¿Y qué mas?”. Lázaro: “El Prometido,<br />
el Esperado... ¿por qué me lo preguntas? ¿Dudas de mi fe?”. Jesús: “No, Lázaro. Pero quiero<br />
confiarte una verdad. Nadie fuera de mi Madre y de uno de mis discípulos, lo sabe. Mi Madre<br />
porque no ignora nada. El discípulo mío porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la he<br />
dicho muchas veces en estos tres años. Pero su amor ha hecho de nepente y escudo ante la<br />
verdad anunciada. No han podido comprender todo...■ Y es mejor que no lo hayan comprendido<br />
para evitar un crimen. Por otra parte inútil, porque lo que debe suceder, debe serlo. Pero Yo<br />
quiero decírtelo ahora esto”. Lázaro: “¿Dudas que te ame menos que ellos? ¿A qué crimen te<br />
refieres? ¿Qué crimen va a cometerse? En nombre de Dios ¡habla!”. Lázaro está excitado. Jesús:<br />
“Voy a decírtelo, claro. No dudo que me ames. Tanto es así que te voy a depositar en ti mi<br />
93
última voluntad...”. Lázaro: “¡Oh, Jesús! Esto lo hace quien está próximo a la muerte. Yo lo<br />
hice cuando comprendí que no vendrías, y que yo tenía que morir”. Jesús: “Y Yo debo morir”.<br />
Lázaro: “¡Noooh!”, y lanza un profundo gemido. ■ Jesús: “No grites. Que nadie nos oiga.<br />
Quiero hablarte a solas. Lázaro, amigo mío, ¿tienes idea de lo que sucede en estos momentos en<br />
que estamos juntos, en esta intimidad de amigos, que nunca ha sido turbada? Un cierto tipo, con<br />
otros iguales a él, está contratando el precio con que comprarán o venderán al Cordero. ¿Sabes<br />
cómo se llama el Cordero? Se llama Jesús de Nazaret”. Lázaro: “¡Noooh! Es verdad que tienes<br />
enemigos, pero nadie puede venderte. ¿Quién?... ¿Quién es?”. Jesús: “Uno de los míos. Uno que<br />
ha pensado que le he desencantado, y que, cansado de esperar, quiere librarse de Aquel que ya<br />
no es más que un peligro personal para él. Piensa que puede rec<strong>obra</strong>r una antigua estimación<br />
ante los grandes del mundo. Sin embargo, el mundo de los buenos como el de los malos le<br />
despreciará. Ha llegado a este cansancio de Mí, de la espera de aquello que, con todos los<br />
medios, ha tratado de alcanzar: la grandeza humana. La persiguió primero en el Templo, creyó<br />
alcanzarla con el Rey de Israel, y ahora la busca nuevamente, en el Templo y con los romanos...<br />
Lo espera... Pero Roma, si sabe premiar a sus fieles servidores... sabe también aplastar bajo sus<br />
pies a los denunciantes cobardes. El traidor está cansado de Mí, de la espera, de la carga que<br />
significa el ser bueno. ■ Para quien es malo, ser, tener que fingir ser bueno es un peso<br />
intolerable. Se puede soportar por algún tiempo... pero luego, no se puede más... y la persona se<br />
libra de ella para volver a ser libre. ¿Libre? Eso piensan los malvados... También él lo cree. Pero<br />
no es libertad. El ser de Dios es libertad. Estar contra Dios es prisión de cepos y cadenas, de<br />
argolla, y latigazos, como ningún galeote condenado al remo, como ningún esclavo a trabajos<br />
forzados la soporta bajo el azote del carcelero”. Lázaro: “¿Quién es? Dímelo ¿Quién es?”.<br />
Jesús: “No es necesario”. Lázaro: “Sí que es necesario... ¡ah!... Solo puede ser él: el hombre que<br />
siempre ha sido una mancha de tu grupo, el que hace poco ofendió a mi hermana. ¡Es Judas de<br />
Keriot!”. Jesús: “No. Es Satanás. Dios ha tomado carne en Mí: Jesús. Satanás ha tomado carne<br />
en él: Judas de Keriot. ■ Un día... hace mucho tiempo... en este jardín tuyo, consolé unas<br />
lágrimas y disculpé a un alma que había caído en el fango. Dije que la posesión es el contagio<br />
de Satanás que inocula su veneno en el ser y lo desnaturaliza. Dije que es connubio de un<br />
espíritu con Satanás y con el instinto animal. Pero la posesión es todavía poca cosa respecto a la<br />
encarnación. Yo seré poseído por mis santos y ellos lo serán por Mí. Pero solo en Jesucristo<br />
está Dios como está en el Cielo, porque Yo soy el Dios hecho carne. Única es la encarnación<br />
divina. De igual modo en uno solo estará Satanás, Lucifer, tal y como está en su reino, porque<br />
solo en el asesino del Hijo de Dios Satanás está encarnado. En estos momentos, en que te estoy<br />
hablando, él está ante el Sanedrín, tratando y empeñándose para que me maten. Pero no es él: es<br />
Satanás”.<br />
* “Yo me sentiré morir. Lázaro, ¿qué es el morir, ¿qué recuerdas?“.- “La agonía es el<br />
prepurgatorio de los moribundos”.- ■ Jesús: “Ahora escucha, Lázaro, fiel amigo. Te voy a<br />
pedir algunos favores. Nunca me has negado ninguno. Tu amor ha sido tan grande que, sin faltar<br />
jamás al respeto, ha sido siempre activo a mi lado, con mil ayudas, con muchas prudentes y<br />
oportunas ayudas y con sabios consejos, que Yo siempre acepté porque vi en tu corazón un<br />
verdadero deseo de mi bien”. Lázaro: ¡Oh, Señor mío, mi alegría era pensar en Ti! ¿Qué otra<br />
cosa puedo hacer sino preocuparme por mi Maestro y Señor? ¡Muy poco, muy poco me has<br />
permitido que hiciera yo por Ti! Mi deuda hacia Ti, que has devuelto a <strong>María</strong> a mi amor y a mi<br />
honor, y a mí a la vida, es tal, que... Oh, ¿por qué me has mandado llamar de la muerte para<br />
hacerme vivir esta hora? Todo el horror de la muerte y toda la angustia de mi alma, tentado por<br />
Satanás al miedo, en el momento en que iba a presentarme ante el Juez eterno, ya los había<br />
superado, ¡y había oscuridad!... ¿Qué te pasa, Jesús? ¿Por qué te estremeces y te pones más<br />
pálido aún de lo que ya de por sí estás? Tu rostro está más pálido que esta blanca rosa que se<br />
marchita bajo los rayos de la luna. ¡Oh, Maestro! Parece como si la sangre y la vida se te fueran<br />
acabando...”. Jesús: “En realidad me siento como uno que está muriendo con las venas abiertas.<br />
Toda Jerusalén --y quiero decir con ello «todos mis enemigos de entre los poderosos de Israel»--<br />
está pegada a Mí con sus ávidas bocas y me extrae la vida y la sangre. Quieren silenciar la Voz<br />
que durante tres años los ha atormentado, aunque sin dejarlos de amar... porque cada una de mis<br />
palabras, aunque era una palabra de amor, era una sacudida que invitaba a su alma a despertar, y<br />
ellos no querían oír a esta alma suya, porque la han amarrado con su triple sensualidad. ¡Y no<br />
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solo los grandes!... sino toda, toda Jerusalén, muy pronto, va a ensañarse con el Inocente y pedir<br />
su muerte... y con Jerusalén Judea... y con Judea Perea, Idumea, la Decápolis, Galilea, Sirofenicia...todo,<br />
todo Israel reunido en Sión para el «Paso» del Mesías de esta vida a la muerte... ■<br />
Lázaro, tú que estuviste muerto y fuiste resucitado, dime ¿qué cosa es el morir? ¿Qué<br />
experimentaste? ¿De qué te acuerdas?”. Lázaro: “¿El morir?... No recuerdo exactamente lo que<br />
fue. Después de los grandes sufrimientos, me sobrevino un fuerte desfallecimiento... Me parecía<br />
que no sufría más, y que tenía un profundo sueño... La luz, los ruidos se hacían cada vez<br />
débiles, más lejanos... Dicen mis hermanas y Maximino que daba muestras de que sufría<br />
mucho... Pero yo no me acuerdo...”. Jesús: “Entiendo. La piedad del Padre amortigua en los<br />
agonizantes su capacidad intelectual, de modo que sufren únicamente en el cuerpo, que es<br />
el que debe ser purificado por este prepurgatorio que es la agonía. Pero Yo... ¿Y de la<br />
muerte qué recuerdas?”. Lázaro: “Nada, Maestro. Tengo un espacio oscuro en el espíritu. Una<br />
zona vacía. Tengo una interrupción, que no sé cómo llenar, en el curso de mi vida. No tengo<br />
recuerdos. Si mirase en el fondo de ese agujero negro que me tuvo durante cuatro días, a pesar<br />
de ser ya de noche y de estar en la sombra, sentiría --no vería, pero sí sentiría--, el frío húmedo<br />
salir desde sus entrañas y sacudir mi cara. Lo cual es ya una sensación. Pero yo, si pienso en<br />
esos cuatro días, no tengo nada. Nada. Esa es la palabra”. Jesús: “Claro. Los que regresan no<br />
pueden contar... El misterio se revela poco a poco a quien entra en él. Pero Yo, Lázaro, sé lo<br />
que voy a sufrir. Sé que sufriré con pleno conocimiento. No habrá bebidas ni desfallecimiento<br />
que suavicen mi agonía para que sea menos atroz. Yo me sentiré morir. Ya lo estoy sintiendo...<br />
Ya estoy muriendo, Lázaro. Como un enfermo que no tiene remedio, he estado muriendo en<br />
estos treinta y tres años. Y, a medida que el tiempo me ha ido acercando a esta hora, tanto<br />
más se ha acercado la muerte. Antes era solo el morir del saber que había nacido para ser<br />
Redentor, luego fue el morir de quien se ve atacado, acusado, escarnecido, perseguido,<br />
obstaculizado... ¡Qué cansancio!... el morir por tener a mi lado, siempre más cerca, hasta tenerlo<br />
asido a Mí, como un pulpo ase a un náufrago, a aquél que es mi traidor. ¡Qué náusea! Ahora<br />
voy a morir con la angustia de tener que decir «adiós» a los amigos más queridos, y a mi<br />
Madre...”.<br />
* “¿Sabes, Lázaro, quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a<br />
ser mi posesión?”.-■ Lázaro: “¡Oh, Maestro!, ¿estás llorando? Sé que lloraste aun delante de<br />
mi sepulcro porque me amabas. Pero ahora... Lloras de nuevo. Estás helado completamente.<br />
Tienes las manos frías como un cadáver. Sufres. Sufres demasiado...”. Jesús: “Soy el Hombre,<br />
Lázaro. No soy solo Dios. Del hombre poseo su sensibilidad y sus afectos. Mi alma se angustia<br />
al pensar en mi Madre... Y con todo te lo aseguro, que esta tortura mía se ha hecho monstruosa<br />
al tener que soportar la cercanía del traidor, el odio satánico de todo un mundo, la sordera de<br />
aquellos que no odian pero tampoco saben amar valientemente, porque para hacerlo así es<br />
necesario llegar a ser como el Amado quiere y enseña... ■ Muchos me aman, es verdad pero<br />
siguen siendo «ellos». No han cambiado su modo de ser por mi amor. ¿Sabes quién de entre<br />
mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión, como Yo anhelo? Solo<br />
tu hermana, <strong>María</strong>. Partió de una animalidad completa y pervertida para llegar a una<br />
espiritualidad angelical. Y esto por la única fuerza: que es el amor”. Lázaro: “Tú la redimiste”.<br />
Jesús: “A todos he redimido con mi palabra. Pero solo ella se ha transformado totalmente, a<br />
causa de su gran amor. Pero estaba diciendo antes, que tan monstruoso es mi sufrimiento por<br />
todas esas circunstancias, que no anhelo sino que todo se realice. Mis fuerzas se van doblando...<br />
Será menos pesada la cruz que esta tortura de mi espíritu y de mi corazón”. Lázaro: “¿La cruz?<br />
¡Noooh! ¡Oh, no! ¡Es demasiado atroz! ¡Demasiado infamante! ¡No!”. Lázaro, que ha tenido, en<br />
pie frente a su Maestro, desde hace un rato, entre sus manos las manos heladas de Jesús, las<br />
suelta, y cae sobre el asiento de piedra, se cubre la cara con las manos y llora<br />
desconsoladamente.<br />
* “El mundo tiene necesidad de 2 víctimas, porque el hombre pecó con la mujer. Y la<br />
Mujer debe redimir como el hombre redime.... Dios quiere que esté en mi calvario para<br />
mezclar el agua de su llanto con el vino de mi Sangre en la 1ª misa.- ¿Qué es la Misa?”.- ■<br />
Jesús, que se acerca a él y le pone una mano sobre la espalda, convulsa a causa de los sollozos,<br />
le dice: “¿Entonces? ¿Debo ser Yo, que tengo que morir, el que te consuele a ti que seguirás<br />
viviendo? Amigo, tengo necesidad de fuerzas y de ayuda. Te lo pido. Nadie fuera de ti me<br />
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puede hacer ese favor. Conviene que los otros no lo sepan, porque si lo supiesen... correría<br />
sangre, y no quiero que los corderos se conviertan en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. ■<br />
Mi Madre... ¡oh, qué angustia hablar de Ella!... Está muy angustiada ya. También es una<br />
agonizante casi sin fuerzas... Hace treinta y tres años que también está muriendo; y ahora es<br />
toda una llaga como si hubiera sido víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre<br />
la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era justo alejarla, enviarla a su<br />
casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de<br />
fuego, y vibra con el éxtasis de aquel recuerdo y, con los ojos de su alma, siempre ve soplar<br />
levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de mi<br />
muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no,<br />
no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo (Is. 52,13-53,12), tiene<br />
necesidad de un consuelo. Y mi Madre me lo dará. El mundo, aún el más pobre del mundo,<br />
tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe<br />
redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, a mi Madre le doy<br />
sonrisas... Ella tiembla... lo sé. Siente que se acerca la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella<br />
por natural horror y por santo amor, así como Yo siento rechazo de la muerte, porque soy un ser<br />
«vivo» que debe morir. ¡Pero qué terrible sería, si supiese que será dentro de cinco días!... No<br />
llegaría viva a esa hora, y Yo quiero que esté viva para sacar de sus labios fuerzas, como de su<br />
seno saqué la vida. ■ Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto<br />
virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la<br />
Misa? No. No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada para siempre al género<br />
humano viviente o purgante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado desde que se<br />
convirtió en Madre. Ahora no llora más. Se ha crucificado la sonrisa en su rostro... ¿Has visto<br />
qué rostro presenta en esos últimos días? Se ha crucificado la sonrisa para consolarme. ■ Te<br />
ruego que imites a mi Madre. No podía guardar yo solo el secreto. Volví mis ojos a mi<br />
alrededor en busca de un amigo sincero y seguro, y encontré tu mirada leal. Me dije: «A Lázaro<br />
se lo descubriré». Yo, cuando tenías una pena en tu corazón, respeté tu secreto, y me abstuve de<br />
preguntártelo. Te pido igual respeto para el mío, después... después de mi muerte, lo dirás. Dirás<br />
esta conversación. Para que se sepa que Jesús marchó conscientemente a la muerte, y a las<br />
torturas que conocía unió ésta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas, ni sobre el<br />
propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor<br />
infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos”.<br />
* “Lázaro, congregarás a mis discípulos dispersos”.- ■ Lázaro: “¡Oh, sálvate, Maestro,<br />
sálvate! Te puedo ayudar a que huyas. Esta misma noche. ¡Una vez huiste a Egipto! Huye de<br />
nuevo ahora. Partamos. Tomamos a tu Madre y a mis hermanas. Sabes que nada de mis riquezas<br />
me atrae. Mi riqueza, como la de Marta y <strong>María</strong>, eres Tú. Partamos”. Jesús: “Lázaro, en aquella<br />
ocasión huí porque no había llegado mi hora. Ahora está ya a la puerta. Y me quedo”. Lázaro:<br />
“Entonces voy contigo. No te abandonaré”. Jesús: “No. Tu te quedas <strong>aquí</strong>. Puesto que una<br />
licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero<br />
en su casa; así que tú, como de costumbre, consumirás <strong>aquí</strong> tu cordero. Sin embargo, deja que<br />
vengan conmigo tus hermanas... para que estén con mi Madre... ¡Oh, qué te celebran, oh Mártir,<br />
las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del<br />
Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y valerosas... y mi Madre<br />
será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía<br />
no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días.<br />
Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus horribles heridas. ¿Las dejas ir?”.<br />
Lázaro: “Todo, todo te lo he dado con alegría. ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan<br />
pocas cosas!”. Jesús: “Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. ■<br />
Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero<br />
Yo <strong>aquí</strong>, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus<br />
amarguras de hombre. En Nazaret era el Dios que se consolaba con la única Delicia de Dios.<br />
Aquí era Yo el hombre. Y antes de subir al patíbulo, te doy gracias, amigo fiel y cariñoso,<br />
amigo gentil y diligente, reservado y docto, discreto y generoso. Te agradezco todo. Mi Padre te<br />
lo pagará después...”. Lázaro: “Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de <strong>María</strong>”.<br />
Jesús: “¡Oh, no! ¡Todavía debes recibir mucho! Escúchame. No te desesperes de este modo.<br />
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Dame tu inteligencia para que Yo pueda decirte lo que todavía te pido. ■ Te quedarás <strong>aquí</strong> a<br />
esperar...”. Lázaro: “No, eso no. ¿Por qué <strong>María</strong> y Marta, yo no?”. Jesús: “Porque no quiero que<br />
te vayas a corromper como se van a corromper todos los varones. Jerusalén, en los próximos<br />
días, estará corrompida como lo está el aire que envuelve a una carroña podrida, que revienta de<br />
improviso al golpe que un viajero le dio con el talón. Corrompida y corruptora. Sus miasmas<br />
volverán locos incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos, que huirán. Y en<br />
medio de su terror, ¿a dónde irán? Vendrán a tu casa, Lázaro. ¡Cuántas veces, durante estos tres<br />
años han venido en busca de pan, de hospedaje, de defensa, de descanso y del Maestro!...<br />
Volverán. Cual ovejas desbandadas por el lobo que ha matado al pastor correrán al redil.<br />
Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos. Se sentirán<br />
angustiados por haber huido. Les dirás que no caigan en un pecado mayor, que es el de perder la<br />
esperanza de mi perdón”. Lázaro: “¿Huirán todos?”. Jesús: “Todos, menos Juan”. ■ Lázaro:<br />
“Maestro, no vas a pedirme que acoja a Judas, ¿verdad? Haz que me muera en medio de<br />
tormentos, pero no me pidas eso. Muchas veces se estremeció mi mano al sentir la espada,<br />
deseosa de acabar con el oprobio de la familia, y nunca lo hice porque no soy un hombre<br />
sanguinario. Tan solo sentí la tentación. Pero te juro que si vuelvo a ver a Judas, le degüello<br />
como a un cabro de delito”. Jesús: “No le lo volverás a ver. Te lo prometo”. Lázaro: “¿Huirá?<br />
No importa. He dicho: «Si le vuelvo a ver». Ahora te digo: «Le buscaré hasta los confines del<br />
mundo y le mataré»”. Jesús: “No debes desearlo”. Lázaro: “Lo haré”. Jesús: “No podrás,<br />
porque donde está él, no podrás ir”. Lázaro: “¿Dentro del Sanedrín? ¿Dentro del Santo? Allí le<br />
alcanzaré y le mataré”. Jesús: “No estará allá”. Lázaro: “¿En casa de Herodes? Me matarán,<br />
pero antes le mataré”. Jesús: “Estará con Satanás, y tú nunca estarás con Satanás. Pero aparta de<br />
ti inmediatamente este pensamiento homicida, si no, te abandono”. Lázaro: “¡Oh, oh!... Sí.<br />
Por Ti. ¡Oh, Maestro, Maestro!”. Jesús: “Sí. Tu Maestro... ■ Acogerás a mis discípulos. Los<br />
consolarás. Los encaminarás hacia la paz. Yo soy la Paz. Y también después... Después los<br />
ayudarás. Betania será siempre Betania, hasta que el Odio hurgue en este hogar de amor<br />
creyendo desparramar las llamas cuando en realidad lo que hará será esparcirlas por el mundo<br />
para encenderlo por entero. Te bendigo, Lázaro, por todo lo que hiciste y por lo que harás...”.<br />
Lázaro: “Nada he hecho, nada. Me sacaste de la muerte, y no me permites que te defienda.<br />
¿Qué es lo que he hecho, entonces?”. Jesús: “Pusiste a mi disposición tus casas. ¿Ves? Era el<br />
destino. El primer alojo en Sión en una tierra que es tuya. El último también en una de ellas.<br />
Estaba escrito que fuese tu huésped. Pero no me podrás defender de la muerte. ■ Al principio de<br />
esta conversación te pregunté: «¿Sabes quién soy?» Ahora respondo: «Soy el Redentor». El<br />
Redentor debe consumar el sacrificio hasta la última inmolación. Por lo demás, créemelo, que<br />
el que subirá a la cruz y será expuesto a las miradas y burla del mundo no será un ser vivo, sino<br />
un muerto. Yo soy ya un muerto, matado por el no amor, más y antes que por la tortura. ■<br />
Todavía algo más. Mañana temprano iré a Jerusalén. A tus oídos llegará que Sión ha aclamado<br />
como a vencedor a su Rey que entrará montado sobre un asno. No te vayas a hacer ilusiones por<br />
este triunfo y no vayas a juzgar que la Sabiduría, que te está hablando fue no sabia en este<br />
plácido anochecer. Más veloz que la luz de un bólido que aparece en el firmamento y<br />
desaparece por espacios desconocidos, se disipará el entusiasmo del pueblo y dentro de cinco<br />
noches, a esta hora empezará la tortura con un beso de engaño que abrirá las bocas que mañana<br />
gritarán hosannas, para formar un coro de atroces blasfemias y feroces gritos de condena. ■<br />
¡Finalmente, ciudad de Sión, pueblo de Israel, tendrás al Cordero pascual! Lo tendrás en esta<br />
fiesta. Es la Víctima preparada desde hace siglos. El Amor la engendró y se preparó por tálamo<br />
un seno en que no hubo mancha. Y el Amor la consuma. Aquí está. Es la Víctima consciente.<br />
No como el cordero que, mientras el carnicero afila el cuchillo para degollarlo, todavía come la<br />
hierbecilla del huerto, o, ignorante mama todavía la leche materna. Yo soy el Cordero que<br />
consciente dice adiós a la vida, a la Madre, a los amigos, y va al sacrificador y le dice: «¡Aquí<br />
me tienes!». ■ Yo soy el Alimento del hombre. Satanás ha suscitado un hambre que jamás se ha<br />
saciado, que no puede saciar. Solo un alimento puede saciar esa hambre porque la quita. Y ese<br />
Alimento está <strong>aquí</strong>. Aquí está, ¡hombre!, tu Pan. Aquí tu Vino. Celebra la Pascua, ¡oh linaje<br />
humano! Atraviesa tu mar, rojo por las llamas satánicas. Lo pasarás teñido con mi Sangre, ¡oh<br />
raza humana! preservada del fuego infernal. Puedes pasar. Los cielos, advertidos de mi deseo,<br />
ya entreabren las puertas eternas. ¡Mirad, almas de los muertos! ¡Mirad, hombres vivientes!<br />
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¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los siglos futuros! ¡Mirad, ángeles del paraíso! ¡Mirad,<br />
demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre! ¡Mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. No llora más.<br />
Todo está dicho. Adiós, amigo. No te veré más antes de mi muerte. Démonos el beso de<br />
despedida. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un loco! ¡Era un demonio! ¡Un mentiroso! ¡Murió y<br />
decía ser la Vida!». A ellos y sobre todo a ti respóndete: «Era y es la Verdad y la Vida». Él es<br />
el Vencedor de la muerte. Lo sé. No puede ser el eterno muerto. Yo le espero. Y, antes de que se<br />
consuma todo el aceite de la lámpara que el amigo, invitado a las bodas del Triunfador, tiene<br />
preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y esta vez la luz jamás será apagada”.<br />
Cree esto, Lázaro. obedece mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta después de que se calló<br />
al oír tu llanto? Haz tú también lo mismo. Que tu alma, después de que haya llorado por mi<br />
muerte, que cante el himno seguro de tu fe. Sé bendito por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu<br />
Santo”. (Escrito el 2 de Marzo de 1945).<br />
* ¡Cuánto he sufrido! ¡Durante toda la noche, desde las 23 del jueves, 1º Marzo, hasta las 5 de la<br />
mañana del viernes! He visto a Jesús en una angustia casi como la de Getsemaní, sobre todo<br />
cuando habla de su Madre, del traidor, y muestra el miedo que experimenta por la muerte. He<br />
obedecido lo que me ordenó Jesús, de escribir esto en un cuaderno separado para formar una<br />
Pasión más pormenorizada. Usted, Padre Migliorini, vio mi cara esta mañana... imagen pálida<br />
del sufrimiento padecido... y no añado más porque hay cosas que el pudor no permite.<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-590-293 (10-9-371).- Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús llora por Jerusalén (1).<br />
* Profecía sobre la ruina de Jerusalén.- ■ Desde un collado cercano a Jerusalén Jesús mira a<br />
la ciudad. No es un collado muy alto --como mucho, como puede serlo la plaza de S. Miniato<br />
del monte, en Florencia-- pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan<br />
por las pequeñas elevaciones de terreno que constituyen Jerusalén. Este collado, eso sí, respecto<br />
al Calvario, es mucho más alto, si se toma el nivel más bajo de la ciudad; y está más cerca de la<br />
muralla. Comienza verdaderamente a dos pasos de ésta. Por esta parte de las murallas, se eleva<br />
con pronunciado desnivel, mientras que, por la otra, desciende suavemente hacia una campiña<br />
toda verde que se extiende hacia el Este. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol.<br />
■ Jesús y los suyos están bajo un grupo de árboles, sentados a su sombra. Descansan del camino<br />
recorrido. Después Jesús se levanta, deja el espacio arbolado donde estaban sentados y se dirige<br />
a la parte alta de la colina. Su alto físico --así erguido y solo, parece todavía más alto-- destaca<br />
claro en el vacío que le rodea. Tiene las manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul, y<br />
mira serio, serio. Los apóstoles le observan; pero no le interrumpen, no moviéndose ni<br />
hablando. Deben pensar que se ha alejado para orar. Pero no es así. Después de haber<br />
contemplado durante un largo tiempo la ciudad, mirando a todos los barrios y a todas sus<br />
elevaciones y a todos sus detalles, a veces fijando su mirada largamente en éste o en aquel<br />
punto, se pone a llorar, sin convulsiones ni ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y<br />
caen... Lagrimones silenciosos y llenos de tristeza, como de una persona que sabe que debe<br />
llorar solo, sin esperar consuelo y comprensión de alguien, por un dolor que no puede ser<br />
anulado y que, sin remisión, debe ser sufrido. ■ El hermano de Juan, por su posición, es el<br />
primero en notar ese llanto, y se lo dice a los otros, los cuales, asombrados, se miran. Se dicen:<br />
“Nadie de nosotros ha hecho algo mal. Tampoco la gente le ha insultado, ni estaba ente ella<br />
ninguno de sus enemigos”. El más anciano de todos pregunta: “Entonces, ¿por qué llora?”.<br />
Pedro y Juan se levantan al mismo tiempo y se acercan al Maestro. Piensan que lo único que<br />
pueden hacer es acercársele para mostrarle que le aman y preguntar qué le pasa. Juan, apoyando<br />
su rubia cabeza en el hombro de Jesús, que le supera en altura todo el cuello y la cabeza,<br />
pregunta: “Maestro ¿por qué estás llorando?”. Y Pedro, poniéndole una mano en la cintura,<br />
como queriendo abrazarle, le pregunta: “¿Qué te hace sufrir, Jesús? Dínoslo a nosotros que te<br />
amamos”. Jesús apoya su mejilla en la cabeza de Juan y, abriendo los brazos, pasa a su vez el<br />
brazo por el hombro de Pedro. Permanecen en este abrazo los tres, en una postura de mucho<br />
amor. Pero el llanto sigue goteando. Juan, que siente que las lágrimas le descienden entre sus<br />
cabellos, vuelve a preguntarle: “¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?”.<br />
Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta. Dice Jesús:<br />
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“No. No me habéis dado ningún dolor. Sois mis amigos y la amistad, cuando es sincera, es<br />
bálsamo, es sonrisa, pero nunca lágrimas. ■ Quisiera que siempre fueseis mis amigos. Aun<br />
ahora que entraremos en la corrupción que fermenta y que corrompe a quien no tiene voluntad<br />
firme de permanecer bueno”. Varios al mismo tiempo hacen las preguntas: “¿A dónde vamos,<br />
Maestro? ¿Acaso a Jerusalén? La multitud te ha saludado con alegría. ¿Quieres defraudarla? ¿Es<br />
que vamos a Samaria para algún prodigio? ¿Ahora que la Pascua está cercana?”. Jesús levanta<br />
sus manos para imponer silencio, y con la derecha señala hacia la ciudad, algo así como cuando<br />
el campesino extiende su brazo para sembrar. Dice: “Ésa es la corrupción. Entramos en<br />
Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la<br />
santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no<br />
podré conseguir nada. Está corrompida y corrompida se queda. Y los ríos de santidad que salen<br />
del Templo vivo, y que más aún brotarán dentro de pocos días hasta dejarle henchido de vida,<br />
no serán suficientes para redimirla. La Samaria y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los<br />
templos falsos se levantarán templos del Dios verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán<br />
al Mesías. Pero este pueblo, esta ciudad le será siempre adversa y su odio la llevará a cometer el<br />
mayor pecado. ■ Ello debe suceder. ¡Pero, ay de aquellos que sean instrumentos de este delito!<br />
¡Ay de ellos!...”. Jesús mira fijamente a Judas, que casi está enfrente de Él. Iscariote miente<br />
desvergonzadamente: “Eso a nosotros no nos sucederá nunca. Somos tus apóstoles y creemos en<br />
Ti, y estamos dispuestos a morir por Ti”, y resiste la mirada de Jesús sin turbación. Los demás<br />
se unen a Judas. Jesús, sin responder directamente al apóstol traidor, dice: “Quiera el Cielo que<br />
así seáis. Pero hay todavía mucha debilidad en vosotros y la tentación os podría convertir en<br />
iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado de vosotros. Satanás sabe que está<br />
para ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea. A Mí para<br />
impedirme cumplir la voluntad del Padre y realizar mi misión. A vosotros para convertiros en<br />
sus esclavos. Estad atentos. Dentro de esas murallas Satanás se apoderará de quien no sepa ser<br />
fuerte. Aquel para quien el haber sido elegido será maldición, porque hizo de su elección una<br />
finalidad humana. Os elegí para el Reino de los Cielos y no para el del mundo. Recordadlo. ■ Y<br />
tú, ciudad, que quieres tu ruina y por quien lloro, ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu<br />
redención. ¡Ah, si al menos en esta hora que te queda supieras venir a quien es tu paz! ¡Si<br />
al menos comprendieras en esta hora el Amor que pasa por ti, y te despojases del odio que te<br />
ciega y te enloquece, que te hace cruel respecto a ti misma y a tu bien! ¡Pero llegará el día en<br />
que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y arrepentirte! Habrá pasado el<br />
Amor y habrá desaparecido de tus calles. Y solo quedará el Odio que has preferido. Y el Odio<br />
se volverá contra ti, contra tus hijos. Porque se tiene lo que se ha querido y el odio se paga con<br />
el odio. No será, entonces, un odio del fuerte contra el inerme, sino odio contra odio, y, por<br />
tanto, guerra y muerte. Rodeada por trincheras y ejércitos, te irás debilitando antes de ser<br />
destruida y verás caer a tus hijos por armas y hambre, y a los supervivientes ir como prisioneros,<br />
y los verás escarnecidos, y pedirás misericordia, mas no la hallarás porque no has querido<br />
conocer tu Salvación. ■ Lloro, amigos, porque soy humano, y las ruinas de mi patria me<br />
producen las lágrimas. Pero es justo que esto se cumpla, porque la corrupción supera entre estas<br />
murallas todo límite y atrae el castigo de Dios. ¡Ay de los ciudadanos que sean causa del mal de<br />
la patria! ¡Ay de los jefes, que son la causa principal de ello! ¡Ay de aquellos que deberían ser<br />
santos para conducir a los demás a la honestidad, y que, al contrario, profanan la casa de su<br />
ministerio y se profanan a sí mismos! Venid. De nada servirá mi acción. Pero ¡hagamos que la<br />
Luz resplandezca una vez más en la Tinieblas!”.Y Jesús desciende acompañado de los suyos.<br />
Camina ligero. Su rostro está serio, diría yo, hasta un poco enojado. No pronuncia ni una<br />
palabra. Entra en una casita que está a los pies del collado y así acaba a la visión. (Escrito el 30<br />
de Julio de 1944).<br />
··········································<br />
1 Nota : Lc. 19,41-44.<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-590-296 (10-9-373).- Comentario de Jesús a su anuncio de ruina sobre Jerusalén: “El castigo<br />
divino está siempre provocado por las profanaciones del culto divino y de la Ley de Dios. Y el<br />
castigo por vivir como animales: Dios se retira y el mal avanza”.<br />
99
100<br />
* “Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la<br />
protección del Cielo”.- ■ Dice Jesús: “La escena que refiere Lucas parece no tener conexión,<br />
es casi ilógica. ¿Compadezco las desdichas de una ciudad culpable y no sabré compadecer de<br />
sus costumbres? No. No sé, ni puedo compadecerme de ellas porque son propiamente estas<br />
costumbres las que producen desdichas; y verlas aumenta mi dolor. Mi ira contra los<br />
profanadores del Templo es la lógica consecuencia de lo que sabía sobre las ya cercanas<br />
desdichas de Jerusalén. Los castigos del Cielo están siempre provocados por las profanaciones<br />
del culto divino y de la Ley de Dios. Al convertir la casa de Dios en cueva de ladrones, aquellos<br />
sacerdotes indignos e indignos creyentes atraían sobre todo el pueblo la maldición y la muerte.<br />
Es inútil dar éste o aquel nombre a los males que sufre un pueblo. Su nombre propio buscadlo<br />
en esto: «Castigo por vivir cual animales». Dios se retira y el mal avanza. Este es el fruto de<br />
una vida nacional indigna del nombre de cristiana. ■ Como entonces, tampoco ahora, en esta<br />
última parte del siglo, he dejado de llamar con prodigios repetidas veces; pero, como entonces,<br />
lo único que he obtenido para Mí y para los instrumentos por Mí usados ha sido burla,<br />
indiferencia, odio. Recuerden, no obstante, las personas en particular y las naciones, que<br />
inútilmente lloran cuando antes no quisieron conocer la salvación. Inútilmente me invocan<br />
cuando en la hora en que me hallaba con ellos me expulsaron con una guerra sacrílega que,<br />
partiendo de las conciencias particulares, entregadas al Mal, se extendió por toda la nación. ■<br />
Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la<br />
protección del Cielo. Descansa, pequeño Juan. Y trata de ser siempre fiel a tu elección. Ve en<br />
paz”. (Escrito el 30 de Julio de 1944).<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-590-297 (10-9-373 ).- El Domingo de Ramos, entrada triunfal en Jerusalén (1).<br />
*Entrada triunfal en la Ciudad Santa sobre un asno.- Analía muere de éxtasis de amor.- ■<br />
Casi no ha tenido tiempo Jesús de entrar en la casa bendiciendo a los que en ella moran, y ya se<br />
oye el alegre sonido de cascabeles y gritos de alegría. Un instante después, la cara flaca y pálida<br />
de Isaac aparece en la puerta y el fiel pastor entra y se postra ante su Señor Jesús. En el marco<br />
de la puerta, abierta de par en par, se apiñan muchas caras... Gente que empuja para poder<br />
pasar... Algún grito de mujer, algún llanto de niño atrapado en medio del gentío, y gritos de<br />
saludo y exclamaciones festivas: “¡Feliz este día que te trae de nuevo a nosotros! ¡La paz sea<br />
contigo, Señor! ¡Bienvenido, Maestro, a premiar nuestra fidelidad!”. Jesús se pone de pie y hace<br />
la señal de que quiere hablar. Todos guardan silencio. Se oye clara la voz de Jesús: “¡La paz sea<br />
con vosotros! No os amontonéis. Ahora subiremos juntos al Templo. He venido para estar con<br />
vosotros. ¡Calma! ¡Calma! No os hagáis daño. ¡Dejadme pasar, amigos míos! Dejadme salir y<br />
seguidme pues juntos entraremos en la Ciudad santa”. ■ De buena gana o de mala gana la gente<br />
obedece. Abre paso. Lo suficiente para que Jesús pueda salir y montar en el asno (porque Jesús<br />
señala como cabalgadura para Él el asno que hasta ahora nunca había sido montado). Entonces,<br />
unos ricos peregrinos, mezclados entre la gente, extienden sobre el lomo del animal sus ricos<br />
mantos, y uno de ellos dobla su rodilla para que se apoye el Señor y se siente en el asno. El viaje<br />
empieza. Pedro camina a un lado del Maestro e Isaac al otro, llevando las riendas del animal,<br />
que aunque no esté domado camina tranquilo, como si estuviera acostumbrado a ese oficio, sin<br />
inquietarse o asustarse de las flores que la gente lanza a Jesús, y que muchas de ellas le golpean<br />
al animal en los ojos o en el blando morro; ni tampoco de las ramas de olivo y de las hojas de<br />
palma que la gente agita a su alrededor, arrojadas al suelo para que hagan de alfombra junto con<br />
las flores; ni de los gritos, cada vez más fuertes, de: “¡Hosanna, Hijo de David!” que, saliendo<br />
de una multitud cada vez más numerosa, suben al cielo sereno. ■ Pasar por Betfagé, por entre<br />
las callejuelas estrechas y torcidas no es fácil. Las madres toman en brazos a sus hijos, y los<br />
hombres procuran defender a sus mujeres de los golpes. Y algún padre monta a su hijito a<br />
caballo de sus hombros y le lleva así alto por entre la gente. Se oyen las voces de los niños, cual<br />
balidos de corderitos o piar de golondrinas, que arrojan flores y hojas de olivo, dadas por sus<br />
madres, al dulce Jesús. Salidos del estrecho suburbio, el cortejo se ordena y se estira. Muchos,<br />
diligentemente, se adelantan para ir abriendo la marcha despejando el camino. Otros los siguen,<br />
esparciendo ramos en el suelo. Y no falta quien sea el primero en arrojar su manto al suelo<br />
como alfombra, y otros, qué digo, cuatro, diez, cien, y muchos más, le imitan. La calle parece en
101<br />
su centro una cinta multicolor de indumentos extendidos en el suelo. Una vez que Jesús pasa, se<br />
recogen los indumentos y los llevan más adelante, y se les tira con otros y otros más, y más<br />
flores, ramos, hojas de palma, que la gente agita y arroja; y resuenan cada vez más los gritos de<br />
honor en torno del Rey de Israel, del Hijo de David, de su Reino. ■ Los soldados de guardia en<br />
la puerta salen a contemplar lo que pasa. Pero como no se trata de ninguna sedición, apoyados<br />
sobre sus lanzas, se hacen a un lado, y observan admirados o irónicos el extraño cortejo de este<br />
Rey que viene montado sobre un asno, hermoso Él como un dios, humilde como el más pobre<br />
de los hombres, manso, cariñoso... rodeado de mujeres y niños y hombres desarmados que<br />
gritan: “¡Paz! ¡Paz!”; de este Rey que antes de entrar en la ciudad se detiene un momento a la<br />
altura de los sepulcros de los leprosos de Innón y Siloán (creo no equivocarme en los nombres,<br />
porque en estos lugares he visto varios milagros de leprosos curados), y apoyándose en el único<br />
estribo en que apoya su pie --pues viene sentado en el asno, no a caballo de él--, se alza y abre<br />
sus brazos mientras eleva su voz en dirección a aquellas laderas horribles, donde caras y cuerpos<br />
llenos de terror se asoman buscando a Jesús con sus ojos y alzando el grito quejumbroso de los<br />
leprosos: “Somos impuros” para alejar a algunos imprudentes que, con tal de ver a Jesús,<br />
subirían incluso a esos infectados rellanos: “¡Quien tenga fe en Mí, que pronuncie mi Nombre y<br />
reciba por medio de él la salud!”, y bendice para reanudar luego la marcha. Jesús dice a Judas de<br />
Keriot: “Comprarás alimentos para los leprosos y, con Simón, se los llevarás antes de que<br />
anochezca”. ■ Cuando el cortejo pasa por debajo de la bóveda de la puerta de Siloán y luego,<br />
como un torrente, irrumpe dentro de la ciudad, al pasar por el barrio de Ofel --donde todas las<br />
terrazas se han transformado en una pequeña, aérea plaza de gente, que grita hosannas, que<br />
arroja flores y perfumes tratando de que caigan sobre el Maestro-- el grito de la multitud parece<br />
aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina, porque los numerosos arcos de que está<br />
llena Jerusalén lo amplifican con resonancias continuas. Oigo gritar, y me imagino que es lo que<br />
dicen los evangelistas: “¡Scialem, scialem melchi!” (o melchit: procuro transcribir el sonido de<br />
las palabras, pero es difícil porque su lenguaje posee aspiraciones que no tenemos). Es un grito<br />
continuo, como el bramido de un mar en tempestad que va y viene contra playas y arrecifes<br />
donde se rompe para venir al encuentro de otro golpe que lo recoge y lo alza de nuevo formando<br />
un nuevo fragor, sin tregua alguna. ■ ¡Estoy ensordecida...! Perfumes, olores, gritos, agitarse de<br />
ramos, vestidos, colores. Es algo que deja a uno atolondrado. Veo mezclarse continuamente a la<br />
muchedumbre, aparecer y desaparecer caras conocidas: caras de discípulos de todos los lugares<br />
de Palestina, todos los seguidores... Por un momento veo a Jairo, al jovenzuelo Yaia de Pela<br />
(según me parece) que era ciego como su madre y a quienes Jesús curó. Veo a Jo<strong>aquí</strong>n de<br />
Bozra, y al campesino de la llanura de Sarón con sus hermanos. Veo al viejo y solitario Matías,<br />
de aquel lugar del Jordán (ribera oriental), en cuya casa Jesús se refugió cuando todo estaba<br />
inundado. Veo a Zaqueo con sus amigos convertidos. Veo al viejo Juan de Nobe con casi todos<br />
los de la población. Veo al marido de Sara de Yutta... ¿pero quién puede acordarse de nombres<br />
y caras donde los conocidos se mezclan con los no conocidos?... Allí está la cara del pastorcillo<br />
de Enón, y junto a él la del discípulo de Corazaín que dejó de sepultar a su padre por seguir a<br />
Jesús; y cerca de él, por un instante, el padre y la madre de Benjamín, con su pequeño, que por<br />
poco cae bajo las pezuñas del asno por querer recibir una caricia de Jesús. ■ Y --por desgracia--<br />
caras llenas de ira de fariseos que orgullosos rompen el círculo de amor apiñado alrededor de<br />
Jesús y le gritan: “¡Haz que se callen esos locos! ¡Hazles entrar en razón! Solo a Dios se le<br />
lanzan hosannas. ¡Diles que se callen! A lo cual Jesús responde dulcemente: “¡Aunque les dijera<br />
que se callasen y me obedeciesen, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios!”. Y es<br />
que, en efecto, la gente además de gritar: “¡Hosanna, hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que<br />
viene en nombre del Señor! ¡Hosanna a Él y a su Reino! ¡Dios está con nosotros! Ha llegado el<br />
Emmanuel. ¡Ha llegado el Reino del Mesías del Señor! ¡Hosanna! ¡Lance la tierra hosannas<br />
hacia el cielo! ¡Paz, paz, Rey mío! ¡Paz y bendición vengan sobre Ti, Rey santo! ¡Paz y gloria<br />
en los cielos y en la tierra! ¡Gloria se dé a Dios por su Mesías! Paz a los hombres que le acogen.<br />
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y gloria en los cielos más altos porque ha<br />
llegado la hora del Señor” (y quien lanza este último grito es un grupo compacto de pastores que<br />
repiten el grito navideño); además de estas exclamaciones, la gente de Palestina narra a los<br />
peregrinos de la Diáspora los milagros que han visto, y, a quienes no saben lo que sucede --por<br />
ser extranjeros, de paso fortuitamente por la ciudad-- y que pregunta: “¿Quién es Él? ¿Qué
102<br />
sucede?”, le explican: “¡Es Jesús, Jesús el Maestro de Nazaret de Galilea! ¡El profeta! ¡El<br />
Mesías del Señor! ¡El Prometido! ¡El Santo!”. ■ De una casa, que apenas se acaba de<br />
sobrepasar, sale un grupo de robustos jóvenes trayendo copas de cobre con carbones encendidos<br />
e incienso, de las que suben hacia arriba espirales de humo. Y otros recogen este gesto y lo<br />
repiten, de forma que muchos corren adelante o vuelven hacia atrás, a sus casas, para proveerse<br />
de fuego y resinas olorosas para quemarlas en honor del Mesías. ■ Se divisa ya la casa de<br />
Analía; la terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid que flotan al contacto del<br />
acariciador viento de abril. Analía está en el centro de un grupo de jovencillas vestidas de<br />
blanco y con velos del mismo color. Tienen en sus manos pétalos de rosas y de convalarias que<br />
empiezan a arrojar al aire. “Las vírgenes de Israel te saludan, Señor” dice Juan que se ha abierto<br />
paso y ha llegado al lado de Jesús, llamando su atención para que las vea cómo le arrojan rojos<br />
pétalos de rosas blancas convalarias cual perlas. Por un momento detiene Jesús el asno. Levanta<br />
la mano para bendecir al grupo que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor<br />
terreno. Analía se asoma al pretil y grita: “He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida<br />
para tu glorificación universal”, y, mientras Jesús pasa por debajo de su casa y prosigue, le<br />
saluda con un grito altísimo: “¡Jesús!”. Y otro, un grito distinto, supera el clamor de la<br />
muchedumbre. Pero la gente, a pesar de oírlo, no se detiene. Es un río de entusiasmo, un río de<br />
un pueblo delirante que no puede detenerse. Y, mientras las últimas ondas de este río están<br />
todavía fuera de las puertas, las primeras están ya subiendo en dirección al Templo. ■ “Ahí está<br />
tu Madre” grita Pedro señalando una casa situada en la esquina de una calle que sube al Moria y<br />
por la que va el cortejo. Jesús levanta su rostro para enviar una sonrisa a su Madre que está con<br />
las mujeres fieles. El encuentro con una numerosa caravana hace que el cortejo se detenga pocos<br />
metros después de haber sobrepasado la casa. ■ Mientras Jesús y otros se detienen y Él acaricia<br />
a los niños que las madres le presentan, se oye el grito de un hombre que trata de abrirse paso:<br />
“¡Dejadme pasar! Una jovencilla ha muerto de repente. Su madre pide la presencia del Maestro.<br />
¡Dejadme pasar! ¡Él la había salvado antes!”. La gente le deja pasar, y el hombre corre a donde<br />
está Jesús: “Maestro, la hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego se dobló<br />
hacia atrás diciendo: «¡Soy feliz!» y ha expirado. Su corazón, con el gran júbilo de verte<br />
triunfador, se ha quebrado. Su madre me vio en la terraza que está al lado de su casa y me dijo<br />
que viniera a llamarte. ¡Ven Maestro!”. Los apóstoles se apiñan excitados: “¡Muerta! ¡Muerta<br />
Analía! ¡Pero si ayer mismo estaba lozana cual una flor!”. Los pastores les imitan. Todos la<br />
habían visto el día anterior en perfecta salud. ¡Si la acaban de ver con la sonrisa en los labios,<br />
con el carmín en sus mejillas...! No pueden comprender la desgracia... Preguntan, quieren saber<br />
los pormenores. El hombre explica: “No lo sé. Oísteis qué fuerza había en sus palabras. Luego<br />
vi ceder hacia atrás, más pálida que sus vestidos, y oí a su madre que gritaba... No sé más”.<br />
Jesús: “No os inquietéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han recogido<br />
para llevarla al seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso,<br />
olvidando para siempre el horror del mundo. ■ Hombre, di a Elisa que no llore por la suerte de<br />
su hija. Dile que es una especial gracia de Dios y que dentro de seis días lo comprenderá. No<br />
lloréis. Su triunfo es todavía mayor que el mío porque a ella le cortejan los ángeles para llevarla<br />
a la paz de los justos. Es un triunfo eterno que aumentará de grado y no conocerá nunca merma.<br />
En verdad os digo que tenéis razón de llorar por vosotros, pero no por Analía. Continuemos”. Y<br />
repite a los apóstoles y a quienes le rodean: “Ha caído una flor. Se ha ido en paz y los ángeles la<br />
han recogido. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y alma, porque pronto verá a Dios”.■<br />
Pedro, que no logra comprender, pregunta: “¿Pero cómo murió, Señor?“. Jesús: “De amor. De<br />
éxtasis. De gozo infinito. ¡Dichosa muerte!”. Los que están muy delante no caen en la cuenta de<br />
lo sucedido; los que están muy atrás tampoco. Y así, el cortejo continúa con sus gritos de<br />
hosannas, aunque <strong>aquí</strong>, junto a Jesús, se haya formado un doloroso silencio. Juan rompe el<br />
silencio diciendo: “¡Oh, quisiera seguir su misma suerte antes de las horas que van a venir!”.<br />
Isaac dice: “También yo. Quisiera ver la cara de la jovencilla muerta de amor por Ti...”. Jesús:<br />
“Os ruego que me sacrifiquéis vuestro deseo. Tengo necesidad de que estéis cerca de Mí”.<br />
Natanael dice: “No te abandonaremos, Señor, ¿pero no habrá para esa madre ningún consuelo?”.<br />
Jesús: “¡Ya lo pensaré...!”.<br />
* Expulsión de los mercaderes del Templo ■ Están ya ante las puertas de la muralla del<br />
Templo. Jesús baja del asno que uno de Betfagé toma bajo su cuidado. Hay que tener presente
103<br />
que Jesús no se ha parado en la primera puerta del Templo, sino que ha orillado la muralla, y no<br />
se ha detenido antes de llegar al lado norte de ésta, cerca de la Antonia. Ahí baja y entra en el<br />
Templo, como para mostrar que, siendo inocente de toda acusación, no temía a los romanos. ■<br />
El primer patio del Templo presenta el acostumbrado griterío de cambistas y vendedores de<br />
palomas, pájaros y corderos; solo que ahora, al ver a Jesús, todos corren a su encuentro<br />
quedándose solo mercaderes. Jesús con su vestido de color púrpura entra majestuoso. Pasa su<br />
mirada por ese mercado. Mira a un grupo de fariseos y escribas que, bajo un pórtico, observan.<br />
En su rostro aparece la indignación. En un instante va al centro del patio. Con una reacción<br />
improvisa que ha parecido un vuelo, el vuelo de una llama (de llama es su túnica de púrpura<br />
bajo el sol que inunda el patio), y con voz imponente grita: “¡Largo de la casa de Mi Padre! Este<br />
lugar no es lugar de usura ni de mercado. Está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración».<br />
¿Por qué habéis convertido en cueva de ladrones esta casa en que se invoca el nombre del<br />
Señor? ¡Largo de <strong>aquí</strong>! Limpiad mi casa: no os vaya a suceder que en vez de correas descargue<br />
sobre vosotros los rayos de la ira de lo alto. ¡Largo de <strong>aquí</strong>! ¡Fuera ladrones, estafadores,<br />
desvergonzados, homicidas, sacrílegos, los más grandes idólatras, porque sois unos soberbios,<br />
corruptores, falsos! ¡Largo de <strong>aquí</strong>! ¡Os aseguro que el Altísimo purificará este lugar y tomará<br />
venganza contra todo un pueblo!”. ■ No vuelve a hacer látigo de cuerdas, pero al ver que los<br />
mercaderes y cambistas no quieren obedecerle, se acerca a la mesa más cercana, derriba<br />
derramando balanzas y monedas por el suelo. Los vendedores y cambistas, visto el primer<br />
ejemplo, sin demora, ponen por <strong>obra</strong> la orden de Jesús, seguidos por el grito de Él: “¿Cuántas<br />
veces diré que este lugar no debe tratarse como un lugar de inmundicia sino de oración?”. Mira<br />
a los del Templo, que obedientes a las ordenes del pontífice, no chistan.<br />
* “Dejad a los niños que canten mis alabanzas”.- ■ Limpio ya el patio, Jesús va a los<br />
pórticos, donde se han reunido ciegos, paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos que le<br />
invocan a gritos. Jesús: “¿Qué queréis de Mí?”. Enfermos: “¡La vista, Señor! ¡Los miembros!<br />
¡Que mi hijo hable! ¡Que mi mujer se cure! ¡Creemos en Ti, Hijo de Dios!”. Jesús: “Dios os<br />
escuche. Levantaos y dad gracias al Señor”. No cura uno por uno a los enfermos, sino que<br />
extiende su mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, sanos, se levantan y<br />
prorrumpen en gritos de júbilo que se mezclan con los de los niños que se le acercan: “¡Gloria,<br />
gloria al Hijo de David! ¡Hosanna a Jesús Nazareno, Rey de los reyes, y Señor de los señores!”.<br />
■ Algunos fariseos, con fingida deferencia, y voz alta dicen: “Maestro, ¿estás oyendo? Estos<br />
niños dicen lo que no debe decirse. ¡Repréndelos! ¡Diles que se callen!”. Jesús: “¿Y por qué?<br />
¿Acaso el rey profeta de mi estirpe no ha dicho: «De la boca de los niños y de los que están<br />
mamando has hecho que brotase una alabanza completa para llenar de confusión a tus<br />
enemigos»? (Salm. 8,3). ¿No habéis leído esas expresiones del salmista? Dejad que los pequeñines<br />
canten mis alabanzas. Los ángeles que ven siempre a mi Padre se las han sugerido. Dejadme<br />
ahora, todos vosotros, para que vaya a adorar al Señor” y pasando por delante de la gente, se<br />
introduce en el patio de los israelitas para orar... Luego de haber terminado, pasando muy cerca<br />
de la piscina probática, sale de la ciudad y se dirige hacia las colinas del monte de los Olivos.<br />
* Iscariote interesado por saber el lugar donde dormirán esta noche.- ■ Los apóstoles no<br />
caben de gusto... El triunfo les ha dado confianza. Y han echado al olvido el miedo que les<br />
habían causado las palabras de Jesús... Hablan de todo... Ansían tener noticias de Analía. No sin<br />
dificultad, Jesús les retiene --quieren ir--, asegurando que va a poner los medios que Él conoce...<br />
Están sordos, sordos a toda voz divina de aviso... hombres, hombres, hombres a los que los<br />
gritos de hosanna hacen olvidar todo... Jesús habla con los siervos de <strong>María</strong> Magdalena que se<br />
habían unido a Él en el Templo, y luego se despide de ellos. Felipe pregunta: “¿A dónde vamos<br />
ahora?”. Juan añade: “¿A casa de Marcos de Jonás?”. Jesús responde: “No. Al campamento de<br />
los galileos. Probablemente habrán venido mis hermanos y quiero saludarles”. Mateo le sugiere:<br />
“Podrías hacerlo mañana”. Jesús: “Lo mejor es <strong>obra</strong>r pronto mientras se puede <strong>obra</strong>r. Vamos<br />
a donde están los galileos. Se pondrán contentos si nos ven. Os darán noticias de la familia. Yo<br />
veré a los niños...”. ■ Iscariote pregunta: “¿Y esta noche? ¿Dónde dormiremos? ¿En la ciudad?<br />
¿En qué lugar? ¿Donde está tu Madre? ¿O en la casa de Juana?”. Jesús: “No sé. Ciertamente<br />
que no en la ciudad. Tal vez en una tienda galilea...”. Iscariote: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque soy<br />
galileo y amo a mi región. Vamos”. Se ponen en camino. Suben a donde están los galileos,
acampados sobre el monte de los Olivos en dirección a Betania. Sus tiendas brillan bajo los<br />
rayos de un tibio sol de Abril. (Escrito el 30 de Marzo de 1947).<br />
············································<br />
1 Nota : Mt. 21, 1-17; Mc. 11,1-19; Lc. 19,28-46; Ju. 12, 12-15<br />
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105<br />
trampa para el hombre; y caerán porque estarán ebrios de soberbia, de lujuria, de avaricia, y se<br />
verán dentro de la red de sus pecados, atrapados y entregados a Satanás. Grabad estas palabras<br />
en vuestros corazones, conservadlas cuidadosamente para los futuros discípulos” (Is.8,16).<br />
* “Yo mismo edifico el verdadero Templo con la Piedra viva de mi Carne inmolada y la<br />
argamasa hecha de sudor y sangre”.- ■ Jesús: “Vamos. La Piedra se levanta (Zac. 3,8-9). Otro<br />
paso hacia delante, hacia la cima del monte. Debe brillar sobre la cima porque Él es Sol, Luz,<br />
Oriente. El sol brilla sobre las cimas. Debe estar sobre el monte porque el mundo entero debe<br />
ver el Templo verdadero. Y yo mismo lo edifico con la Piedra viva de mi Carne inmolada (Zac.<br />
6,12-13). Y uno sus distintas partes con la argamasa hecha de sudor y sangre. Estaré en mi trono<br />
cubierto con un manto de púrpura viva, coronado con una corona nueva, y los que están lejos<br />
vendrán a Mí, trabajarán en mi Templo, para mi Templo. Yo soy la base y la cúspide. Pero todo<br />
alrededor, cada vez mayor, se irá extendiendo la morada. Yo mismo labraré mis piedras y<br />
elegiré a mis albañiles. De la misma forma que Yo he sido labrado con cincel por el Padre, por<br />
el Amor, por el hombre y por el Odio, así los labraré (Zac. 3,8-9). Y cuando en un solo día haya<br />
sido arrancada la iniquidad sobre la Tierra (Is. 52,13-53,12; Dan 9), a la Piedra del Sacerdote eterno se<br />
acercarán los siete ojos para ver a Dios (Zac. 4,1-14; Apoc. 4-5) y de ella arrojarán agua las siete<br />
fuentes para vencer el fuego de Satanás. Satanás... Judas, vamos; y recuerda que el tiempo es ya<br />
poco y que para el anochecer del Jueves debe ser entregado el Cordero”. (Escrito el 4 de Marzo<br />
de1945).<br />
··········································<br />
1 Nota : «Bienaventurados los que creen sin ver». No se encuentra en el discurso llamado de la Bienaventuranzas<br />
(Cfr. Mt.5,1-12; Lc. 6,20-23), sino lo dijo a Tomás después de su resurrección. Cfr. Ju. 20,24-29.<br />
2 Nota : «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la observan». Está contenida en las palabras de<br />
alabanza que una mujer dijo en honor de la Virgen <strong>María</strong>. Cfr. Luc. 11,27-28.<br />
3 Nota : «Bienaventurados los que hacen la voluntad de Dios» Esta bienaventuranza a la letra no se encuentra en<br />
los evangelios o en otros libros escriturísticos, pero sí en cuanto a su sustancia. Cfr. por ej. Mt. 7,21; 12,50; Mc. 3,35;<br />
Lc. 8,21; 1 Ju. 2,17.<br />
4 Nota : “Y existen también otras bienaventuranzas, porque en la casa de mi Padre son numerosas las alegrías que<br />
esperan a los santos. Existe también ésta: «¡Bienaventurados los que creerán sin haber visto con sus ojos corporales!<br />
Serán en tal forma santos, que estando aun en la tierra, verán ya a Dios, al Dios escondido en el Misterio del<br />
amor»”.<br />
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9-592-320 (10-11-393) .- Lunes Santo.- Parábola de los viñadores pérfidos (1).- La autoridad de<br />
Jesús y el bautismo de Juan (2).<br />
* Parábola de los viñadores asesinos: “La viña será entregada a otros arrendatarios”.- ■<br />
Entran en la ciudad y suben al Templo. Adorado el Señor, Jesús vuelve al patio donde los rabíes<br />
exponen sus lecciones... Enseguida Jesús empieza a hablar: “Un hombre compró un terreno y<br />
lo plantó de vides. Construyó allí la casa para los arrendatarios, y una torre para los<br />
guardas; también bodegas y lugares para prensar las uvas. Dejó el cultivo del campo a<br />
aquellos arrendatarios en que confiaba. Luego se marchó lejos. Cuando les llegó a las vides -ya<br />
crecidas suficientemente como para ser fructíferas-- el tiempo de poder dar fruto, el<br />
amo de la viña mandó a sus servidores donde los arrendatarios para que le entregasen los<br />
intereses. Pero los arrendatarios rodearon a los servidores del amo y a una parte de ellos los<br />
apalearon, contra otros lanzaron gruesas piedras, de modo que los hirieron mucho, a otros los<br />
mataron del todo. Los que pudieron volver vivos donde el señor contaron lo que les había<br />
sucedido. El señor los curó y consoló, y mandó a otros servidores, aún más numerosos. Los<br />
arrendatarios trataron a éstos como habían tratado a los primeros. Entonces el amo de la<br />
viña dijo: «Les enviaré a mi hijo. Ciertamente respetarán a mi heredero». Pero los<br />
arrendatarios, al verle venir y sabiendo que era el heredero, se dijeron entre sí: «Juntémonos<br />
entre todos y echémosle por la fuerza afuera, a un lugar retirado, matémosle, y nos quedaremos<br />
con su herencia». Y, recibiéndole con hipócritas honores, le rodearon como festejándole,<br />
pero luego, tras haberle besado, le ataron, le dieron fuertes golpes y, en medio de mil burlas,<br />
le llevaron al lugar del suplicio y le mataron. ■ Ahora decidme vosotros. Ese padre y amo,<br />
que un día verá que su hijo y heredero de los bienes no vuelve, y que descubrirá que sus siervos-arrendatarios,<br />
aquellos a quienes había dado la tierra feraz para que la cultivaran en su<br />
nombre, gozando de ella lo justo y dando de ella a su señor lo justo, han sido asesinos de su
106<br />
hijo, ¿qué hará?”, y Jesús traspasa con sus ojos de zafiro, encendidos como un sol, a los<br />
presentes, y especialmente a los grupos de los más influyentes judíos, fariseos y escribas que<br />
están entremezclados con la gente. Ninguno dice nada. “¡Hablad, pues! Al menos vosotros,<br />
rabíes de Israel. Pronunciad palabras de justicia que convenzan al pueblo en orden a la<br />
justicia. Yo podría decir palabras no buenas, según vuestro pensamiento. Hablad vosotros<br />
entonces, para que el pueblo no sea inducido a error”. ■ Los escribas, obligados, responden<br />
así: “Castigará a esos criminales haciéndolos morir de manera atroz, y dará la viña a<br />
otros arrendatarios que, además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece”. Jesús:<br />
Bien habéis respondido. Así está en la Escritura: «La piedra desechada por los constructores<br />
ha venido a ser piedra angular. Es una <strong>obra</strong> realizada por el Señor y es admirable ante<br />
nuestros ojos». Así pues, está escrito y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente<br />
al decir que los criminales recibirán atroz castigo porque mataron al hijo heredero del amo de<br />
la viña, y al afirmar que ésta sea entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe.<br />
Por eso, os digo: «El Reino de Dios os será arrebatado para ser entregado a otros que lo<br />
cultiven con fruto. Y el que caiga contra esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre el que<br />
ella cayere quedará triturado”. ■ Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas, con un acto<br />
verdaderamente... heroico, no reaccionan. ¡Tanto puede la voluntad de alcanzar un<br />
objetivo! Por mucho menos, otras veces, han arremetido contra Él, y hoy, que abiertamente<br />
el Señor Jesús les dice que serán privados del poder, no empiezan a echar improperios, no<br />
ponen ningún acto de violencia, no amenazan: falsos corderos pacientes que bajo una<br />
hipócrita apariencia de mansedumbre ocultan un inmutable corazón de lobo.<br />
* “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”---“¿Con qué autoridad bautizaba Juan?” “No<br />
saben contestar por cálculo y para no confesar que Yo soy el Mesías y hago lo que hago<br />
porque soy el Cordero de Dios del que habló Juan”.- ■ Se limitan a acercarse a Él, que<br />
ahora pasea yendo y viniendo y escuchando a unos o a otros de los muchos peregrinos que están<br />
congregados en el vasto patio (y muchos de ellos piden consejo en orden a casos de alma o<br />
de circunstancias familiares o sociales). Se acercan a Él en espera de poderle decir algo<br />
después de escuchar el juicio que da a un hombre acerca de una intrincada cuestión de<br />
herencia... Entonces los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta: “Te<br />
hemos oído. Has hablado con ecuanimidad. Un consejo que ni Salomón lo hubiera dado más<br />
sabio. Pero ahora dinos, Tú que <strong>obra</strong>s prodigios y das sentencias como sólo el rey sabio podía<br />
dar, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene ese poder?”. Jesús los mira<br />
fijamente. No se muestra agresivo ni desdeñoso, sino majestuoso; mucho. Dice: “Yo<br />
también tengo una pregunta que haceros. Si me respondéis, os diré con qué autoridad Yo,<br />
hombre sin autoridad de cargos y pobre --porque esto es lo que queréis decir--, hago estas<br />
cosas. Decid: ¿el bautismo de Juan de dónde venía?, ¿del Cielo o del hombre que lo<br />
impartía? Respondedme. ¿Con qué autoridad Juan lo impartía como rito purificador para<br />
prepararos a la venida del Mesías, si Juan era todavía más pobre y menos instruido que Yo,<br />
y carecía de todo cargo, pues que había vivido en el desierto desde su juventud temprana?”. ■<br />
Los escribas y sacerdotes se consultan unos a otros. La gente se cierra en torno, bien abiertos<br />
sus ojos y oídos, preparada para la protesta si los escribas descalifican a Juan Bautista y<br />
ofenden al Maestro, y a la aclamación si aquéllos se ven vencidos por la pregunta del Rabí<br />
de Nazaret, divinamente sabio. Impresiona el silencio absoluto de esta multitud que<br />
espera la respuesta. Es tan profundo, que se oyen la respiración y los cuchicheos de los<br />
sacerdotes o escribas, que hablan entre sí casi sin usar la voz, mientras miran de reojo al<br />
pueblo, cuyos sentimientos, ya preparados para estallar, intuyen. Al fin se deciden a responder.<br />
Se vuelven hacia Jesús, que está apoyado en una columna, con los brazos recogidos sobre el<br />
pecho mirándolos fijamente. Dicen: “Maestro, no sabemos con qué autoridad Juan hacía<br />
esto ni de dónde venía su bautismo. Ninguno pensó en preguntárselo a Juan el Bautista<br />
mientras vivía, y él espontáneamente nunca lo dijo”. Jesús: “Y Yo tampoco os diré con qué<br />
autoridad hago estas cosas”. Les vuelve las espaldas, llama a los doce y, abriéndose paso entre<br />
la gente que aclama, sale del Templo. ■ Una vez afuera, pasada la Probática --han salido por esa<br />
parte-- Bartolomé le dice: “Ahora son muy prudentes tus adversarios. Quizás están<br />
convirtiéndose al Señor, que te ha enviado, y empezando a reconocerte como Mesías santo”.<br />
Mateo dice: “Es verdad. No han alegado nada ni contra tu pregunta ni contra tu respuesta...”.
107<br />
Bartolomé dice: “Pues que así sea. Es hermoso que Jerusalén se convierta al Señor Dios<br />
suyo”. Jesús: “¡No os hagáis ilusiones! Esa parte de Jerusalén no se convertirá jamás. No han<br />
respondido de otra manera porque han tenido miedo de la multitud. Yo leía sus<br />
pensamientos, aunque no oía sus palabras dichas en voz baja”. Pedro pregunta: “¿,Y qué<br />
decían?”. ■ Jesús: “Os lo diré para que los conozcáis a fondo y podáis dar a los venideros<br />
una exacta descripción de los corazones de los hombres de mi tiempo. No me han<br />
respondido, no porque se hubieran convertido al Señor, sino porque entre sí han dicho: «Si<br />
contestamos: „El bautismo de Juan venía del Cielo‟, el Rabí nos va a responder: „¿Y entonces<br />
por qué no habéis creído en lo que venía del Cielo e indicaba una preparación para el<br />
tiempo mesiánico?‟; y si decimos: „Del hombre‟, será la multitud la que se rebelará<br />
diciendo: „¿Y entonces por qué no creéis en lo que Juan, nuestro profeta, dijo de Jesús de<br />
Nazaret?‟. Así que es mejor decir: „No sabemos‟». Esto decían. No por conversión hacia Dios,<br />
sino por cálculo ruin y para no tener que confesar abiertamente que Yo soy el Mesías y<br />
hago lo que hago porque soy el Cordero de Dios del que habló el Precursor. ■ Y Yo tampoco<br />
he querido decir con qué autoridad hago lo que hago. Ya lo he dicho muchas veces dentro de<br />
esas murallas y en toda Palestina, y mis prodigios hablan aún más que mis palabras.<br />
Ahora ya no lo voy a decir con mis palabras. Dejaré que hablen los profetas y mi Padre,<br />
y las señales del Cielo. Porque ha llegado el tiempo en que todas las señales serán dadas.<br />
Las que expresaron los profetas y fueron signadas por los símbolos de nuestra historia, y<br />
las que Yo he expresado: la señal de Jonás; ¿os acordáis de aquel día de Quedes? Y la señal<br />
que espera Gamaliel. Tú, Esteban, y tú, Bernabé, que has dejado a tus compañeros, hoy, para<br />
seguirme, muchas veces, sin duda, habéis oído al rabí hablar de esa señal. Pues bien: pronto<br />
será dada esa señal”. ■ Se aleja, cuesta arriba, por los olivos del monte, seguido de los suyos<br />
y de muchos discípulos (de aquellos setenta y dos), además de otros, como José Bernabé,<br />
que le sigue para oírle hablar todavía. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).<br />
·······································<br />
1 Nota : Mt. 21, 33-46; Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19.<br />
2 Nota : Mt. 21,23-27; Mc. 11,27-33; Lc. 20,1-8.<br />
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9-593-325 (10-12-397).- Lunes Santo, noche, en Getsemaní con apóstoles: las palabras eternas.<br />
* “¿Reconocéis las palabras eternas de los profetas?”.- ■ Ya ha anochecido y Jesús<br />
permanece aún en el Huerto de los Olivos. Con Él los apóstoles; de nuevo les habla.“Y otro día<br />
ha pasado. Ahora la noche, y luego mañana, y luego otro mañana, y después la cena pascual”.<br />
Felipe pregunta: “¿Dónde la celebraremos, Señor mío? Este año están también las mujeres”.<br />
Bartolomé dice: “Todavía no tenemos previsto nada. La ciudad está a reventar de gente. Parece<br />
como si todo Israel, y hasta el más lejano prosélito, hubiera venido para la fiesta”. Jesús le mira.<br />
Y como si recitase un salmo, dice: «Juntaos, apresuraos, acercaos de todas partes a mi víctima<br />
que inmolo por vosotros. Llegaos a la Gran Víctima inmolada sobre los montes de Israel, para<br />
que comáis su Carne y bebáis su Sangre»(Ez. 39,17). ■ Bartolomé, recalcando sus palabras,<br />
replica: “¿Pero cuál es esa víctima? Pareces como uno que tuviera una idea fija. No hablas más<br />
que de muerte... y nos afliges”. Jesús le mira de nuevo, pero no a Simón, que se inclina hacia<br />
Santiago de Alfeo y Pedro y habla sigiloso con ellos, y dice: “¿Cómo? ¿Tú me lo preguntas? Tú<br />
no eres uno de estos pequeños que para ser doctos deben recibir la septiforme luz. Tú ya eras<br />
docto en la Escritura antes de que te hubiese llamado por medio de Felipe, en aquella mañana de<br />
primavera. De mi primavera. ¿Me preguntas cuál es la víctima inmolada sobre los montes, de la<br />
que todos vendrán a alimentarse? ¿Dices que tengo una idea fija, porque hablo solo de muerte?<br />
¡Oh, Bartolomé! Como el grito del vigía, Yo, en medio de vuestra tiniebla, que nunca se ha<br />
abierto a la luz, he lanzado una vez, dos, tres veces... el grito de alerta. Y jamás habéis querido<br />
oírle. En ese momento habéis sufrido por ello; luego... como niños, habéis olvidado pronto las<br />
palabras referentes a mi muerte y habéis vuelto alegres a vuestro trabajo, seguros, confiados que<br />
mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez más al mundo de que siguiesen y amasen a su<br />
Redentor. No. ■ Solo después que la Tierra (Ez.14,12-13) haya pecado contra Mí, y recordad que<br />
son palabras que el Señor dice a su profeta, solo entonces, el pueblo, y no solo éste pueblo<br />
concreto, sino el gran pueblo de Adán empezará a gemir (Os.6,1-6) diciendo: «Acerquémonos al
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Señor. Él, que nos ha herido, nos curará». El mundo de los redimidos dirá: «Después de dos<br />
días, o sea, dos tiempos de la eternidad, durante los cuales nos dejará a merced del Enemigo,<br />
que nos golpeará y matará con todo género de armas, como nosotros hemos golpeado al Santo y<br />
le hemos matado --y le seguimos golpeando y matando porque siempre existirá la raza de los<br />
Caínes que maten con la blasfemia y malas <strong>obra</strong>s al Hijo de Dios, al Redentor, arrojando flechas<br />
mortales no contra su Persona, eternamente glorificada, sino contra sus almas propias, las<br />
rescatadas por Él, de forma que las matarán, matándole, por tanto, a Él a través de sus propias<br />
almas--, solo después de estos dos tiempos, vendrá el tercer día, y resucitaremos en su<br />
presencia en el Reino del Mesías en la Tierra y viviremos en su presencia en el triunfo del<br />
espíritu. Lo conoceremos, aprenderemos a conocer al Señor para estar preparados a combatir,<br />
mediante este verdadero conocimiento de Dios, la extrema batalla que Lucifer trabará contra el<br />
hombre, antes del sonido del ángel de la séptima trompeta (Ap.11,15-17), que abrirá para siempre el<br />
coro bienaventurado de los santos de Dios --coro de un número eternamente perfecto, al que<br />
jamás podrá ser añadido ni el más pequeño infante ni el más anciano de los ancianos-- el coro<br />
que cantará: „Se ha acabado el pobre reino de la Tierra. El mundo ha pasado con todos sus<br />
habitantes ante la revista que ha hecho el Juez victorioso. Los elegidos están ahora en las<br />
manos de nuestro Señor y de su Mesías. Él es para siempre nuestro Rey. Sea alabado el Dios<br />
Omnipotente que es, que era, que será, porque ha asumido todo su poder y ha entrado en<br />
posesión de su Reino’».■ ¡Oh!, ¿quién de vosotros sabrá recordar las palabras de esta profecía,<br />
que resuenan veladamente en las expresiones de Daniel (Dan.7) y que ahora grita por boca del<br />
Sabio ante el mundo atónito, y ante vosotros, más sorprendidos que el mundo? «La venida del<br />
Rey --continuará gimiendo el mundo herido y cerrado en su sepulcro, el que ha vivido mal y ha<br />
muerto mal, cerrado por su septiforme vicio y sus innumerable herejías, el agonizante espíritu<br />
del mundo, cerrado, con sus extremos estertores, dentro del organismo, muerto leproso por<br />
todos sus errores--, la venida del Rey (Os. 6,3-4) está preparada como la de la aurora, y vendrá a<br />
nosotros como la lluvia de primavera y de otoño». A la aurora la precede y prepara la noche.<br />
Esta es la noche. Esta de ahora. ¿Y qué debo hacer contigo, Efraín? ¿Qué debo hacer contigo,<br />
Judá?... ■ Simón, Bartolomé, Judas, primos míos, vosotros que sois los más doctos en la<br />
Escritura ¿reconocéis estas palabras? Proceden no de uno que esté loco, sino de quien posee la<br />
sabiduría y la ciencia. Como un rey que abre sus cofres porque sabe que allí está la piedra<br />
preciosa que busca, pues él mismo la había puesto antes, cito a los profetas. Yo soy la Palabra.<br />
Durante los siglos he hablado a través de los labios humanos, y seguiré hablando (1). Pero<br />
todo lo que de sobrenatural se ha dicho es palabra mía. Ningún hombre, ni siquiera el más docto<br />
y santo, puede subir, como si fuese un águila, más allá de los límites del ciego mundo, para<br />
comprender y manifestar los misterios eternos. Solo en la Mente Divina el futuro es presente.<br />
La necedad existe en aquellos que, no elevados por nuestra Voluntad, pretenden hacer profecías<br />
y revelaciones. Y Dios pronto los desmiente y los castiga porque solo Uno puede decir: «Yo<br />
soy», y decir:«Yo veo», y decir: «Yo sé». Pero, cuando una Voluntad no sujeta a medida ni a<br />
juicio, una Voluntad que debe ser aceptada agachando la cabeza y diciendo sin discusión: «Aquí<br />
estoy», dice: «Ve, sube, oye, ve, repite»; entonces, sumergida en el presente eterno de su Dios,<br />
el alma, llamada por el Señor para ser «voz», ve y tiembla, ve y llora, ve y se regocija; entonces<br />
el alma llamada por el Señor para ser «palabra» oye y, llegando a éxtasis o a agónico sudor,<br />
pronuncia las palabras terribles del Dios eterno. Porque toda palabra de Dios es tremenda, pues<br />
viene de Aquél cuya sentencia es inmutable y cuya Justicia es inexorable, y porque está dirigida<br />
a los hombres, de entre los cuales demasiado pocos merecen amor y bendición, sino rayo y<br />
condena. ■ Ahora bien, esta palabra despreciada, ¿no es causa de tremenda culpa y tremendo<br />
castigo para los que, después que la oyeron, la rechazan? Lo es. ¿Qué debo hacer todavía con<br />
vosotros (Os. 6,4), Efraín, Judá, mundo?; ¿qué, que no haya hecho ya? Vine, oh Tierra mía, vine<br />
porque te amaba. Mis palabras se convirtieron en espada que te mata porque las aborreciste. ¡Oh<br />
mundo que matas a tu Salvador, creyendo <strong>obra</strong>r lo justo! Estás tan poseído de Satanás que no<br />
eres ni siquiera capaz de comprender cuál sea el sacrificio que Dios exige, sacrificio del propio<br />
pecado, no de un animal inmolado y comido con el alma sucia (Os. 6,6;8,11-13). ■ ¿Qué te he<br />
dicho en estos tres años? ¿Qué te he predicado? Te he dicho: «Conoced a Dios en sus leyes y en<br />
su naturaleza». Me he secado como un jarro de barro poroso expuesto al sol para derramar el<br />
conocimiento necesario de la Ley, y de Dios. Has seguido ofreciendo sacrificios, pero no el
109<br />
único necesario: ¡la inmolación de tu mala voluntad al Dios verdadero! Ahora, el Dios eterno<br />
te dice, ciudad pecadora, pueblo perjuro --y en la hora del Juicio se empleará contra ti el látigo<br />
que no será empleado contra Roma ni Atenas. Estas dos ciudades son necias: no conocen la<br />
palabra y el saber, pero cuando se vean libres de sus males, pasarán a los brazos santos de mi<br />
Iglesia, de mi única y sublime Esposa que me dará innumerables hijos dignos de Mí, crecerán y<br />
se harán adultas, me regalarán palacios y ejércitos, templos y santos con que pueble el Cielo<br />
como de estrellas-- ahora el Dios eterno te dice (Mal 1,10): «No me agradáis más y no aceptaré ya<br />
más de vuestra mano don alguno, porque para Mí es como si fuese estiércol (Mal 2,3), que<br />
arrojaré contra vuestras caras, y se os quedará pegado. Vuestras solemnidades son toda<br />
exterioridad. Me producen asco. Cancelo mi pacto que hice con la estirpe de Aarón y lo paso a<br />
los hijos de Leví (Mal. 2,4-6) porque: éste es mi Leví y con Él hice un pacto de vida y de paz. Él<br />
me ha sido fiel durante los siglos, hasta el sacrificio. Temió santamente al Padre y tembló ante<br />
la ira que pudiera suscitar solo el sonido de haber ofendido mi nombre. La ley de la verdad<br />
estuvo en su boca, y en sus labios no hubo iniquidad. Caminó conmigo en la paz y equidad, y a<br />
muchos arrebató del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todas partes, y no más sobre el<br />
único altar de Sión, pues se han hecho indignos (Mal 1,11), será sacrificada y ofrecida a mi<br />
nombre la Hostia pura, inmaculada, aceptable al Señor». ¿Reconocéis las palabras eternas?”.<br />
* “Es necesaria una triple cosa para purificar la tierra”. ■ Bartolomé contesta: “Las<br />
reconocemos, señor nuestro. Créenos que nos sentimos cual si hubiéramos sido apaleados. ¿No<br />
es posible desviar el destino?”. Jesús: “¿Lo llamas destino, Bartolomé?”. Bartolomé: “No<br />
conozco otra palabra...”. Jesús: “Reparación. Este es su nombre. Si se ofende al Señor, hay<br />
que reparar la ofensa. El primer hombre ofendió a Dios Creador(Gén3). Desde aquél entonces la<br />
culpa ha seguido aumentado. Las aguas del diluvio no sirvieron para nada (Gén. 6,5-9,17) como<br />
tampoco el fuego que llovió sobre Sodoma y Gomorra (Gén.18,1-19,29) para que el hombre fuera<br />
santo. Ni el agua, ni el fuego. La Tierra es una Sodoma ilimitada, por donde se pasea libremente<br />
Lucifer su rey. ■ Es necesaria una triple cosa para lavarla: el fuego del amor, el agua del dolor,<br />
la Sangre de la Víctima. Este es mi don, ¡oh Tierra! Para eso vine. Para dártelo. ¡No puedo huir!<br />
Es Pascua. No se puede huir”.<br />
* ¿Se trata de la última batalla de Iscariote con Satanás o solo de su astucia satánica para<br />
apresar también a Lázaro?.- ■ Zelote dice: “¿Por qué no vas a casa de Lázaro? No sería huir.<br />
Pero en su casa no te tocarían”. Iscariote echándose a los pies de Jesús, grita: “Simón dice bien.<br />
¡Te lo suplico, Señor, que lo hagas!”. A su acto responde un gran llanto de Juan. Los demás<br />
apóstoles lloran, pero en silencio. Jesús dice a Iscariote: “¿Crees que sea Yo el Señor?<br />
¡Mírame!”. Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, porque realmente está<br />
afligido, no finge. Tal vez sea la última batalla de su alma con Satanás y no sabe vencerla. Jesús<br />
le estudia; sigue esa lucha como un médico sigue la crisis del enfermo. Luego se levanta<br />
bruscamente, de modo que Judas que estaba apoyado sobre sus rodillas, es echado para atrás y<br />
cae al suelo sentado. Jesús retrocede incluso y, con rostro agitado, dice: “¿Y así prenden<br />
también a Lázaro? Doble presa, y, por tanto, doble alegría. No. Lázaro servirá al Mesías futuro,<br />
al Mesías triunfante. Solo uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Pero él<br />
no volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes también ésta. Mas<br />
aquellos que esperan conseguir doble ganancia capturando al águila y al aguilucho, en el nido y<br />
sin trabajo alguno, deben convencerse de que el águila tiene ojos para todos, y que por amor<br />
a su aguilucho, se alejará del nido, para que solo a ella la prendan, salvándole así a él. El<br />
odio me está matando y con todo sigo amando. ■ Idos. Me quedo a orar. Nunca, como en estos<br />
momentos, siento el anhelo de llevar mi alma al Cielo”. Juan suplica: “Permíteme que me<br />
quede, Señor”. Jesús: “No. Todos tenéis necesidad de descansar. Vete”. Pedro dice: “¿Te<br />
quedas solo? Y ¿si te hacen algún daño? Pareces incluso enfermo... Yo me quedo”. Jesús: “Tú<br />
ve con los otros. ¡Déjame olvidar por una hora a los hombres! ¡Déjame estar en contacto con<br />
los ángeles de mi Padre! Harán las veces de mi Madre que se deshace en llanto y oración, y a la<br />
que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos”. Su primo Judas pregunta: “¿No nos<br />
das la paz?”. Jesús: “Tienes razón. La paz del Señor venga sobre aquellos que no le son oprobio<br />
ante sus ojos. Hasta pronto”. Y Jesús se interna, subiendo por una ladera llena de olivos. ■<br />
Bartolomé dice en voz baja: “¡Es así!... ¡Es lo que dice la Escritura! ¡Y, oyéndole a Él, se<br />
comprende por qué y para quién fue dicho!” . Zelote dice: “Esto se lo había dicho yo a Pedro en
110<br />
el otoño del primer año...”. Pedro dice: “Es verdad... Pero... ¡no! Mientras yo viva no dejaré que<br />
le prendan. Mañana...”. Iscariote pregunta: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Pedro: “¿Que qué voy<br />
a hacer? Estoy hablando conmigo mismo. Estos tiempos son de conjura. Ni siquiera al aire<br />
confiaré mi plan. Y tú, que has dicho tantas veces que eres tan poderoso, ¿por qué no buscas<br />
protección para Jesús?”. Iscariote: “Lo haré, Pedro. Lo haré. No os vayáis a sorprender que<br />
algunas veces no esté con vosotros. Trabajo para el Maestro; pero no se lo digáis”. Pedro<br />
humilde y sinceramente dice: “Pierde cuidado, y que seas bendito. Algunas veces he<br />
desconfiado de ti, pero te pido perdón. Veo que eres mejor que nosotros cuando llega la<br />
oportunidad. Tú <strong>obra</strong>s... yo no sé más que hablar por hablar”. Judas se ríe como contento de la<br />
alabanza. Salen del Getsemaní hacia el camino que lleva a Jerusalén. (Escrito el 6 de Marzo de<br />
1946).<br />
············································<br />
1 Nota :<br />
-“Durante siglos he hablado a través de labios humanos y seguiré hablando”.- La doctrina, que Jesús expone, a este<br />
respecto, en el episodio 8-502-10 (ver 3 líneas más abajo), a la Escritora <strong>María</strong> <strong>Valtorta</strong>, muchas veces ella se<br />
aplicará a sí misma, con humildad, pero sin temor, para explicar el fenómeno de su Obra, esto es, de estos libros. Tal<br />
fue su persuasión, pero que a nadie impuso.<br />
- Jesús, en el episodio 8-502-10 (expuesto en el tema “Palabra de Dios”), se expresa así sobre la Inspiración divina:<br />
“Cuando Dios se apodera de una inteligencia y la emplea a su servicio, transfunde en ella, en las horas que está al<br />
servicio de Dios, una inteligencia sobrenatural que aumenta en mucho la inteligencia natural del sujeto. ¿Pensáis, por<br />
ejemplo, que Isaías, Ezequiel, Daniel y los demás profetas, si hubieran tenido que leer y explicar esas profecías como<br />
escritas por otros, no habrían encontrado las oscuridades indescifrables que en ellas encontraban sus<br />
contemporáneos? Y, sin embargo, Yo os digo que, mientras las recibían, ellos las comprendían perfectamente. Mira,<br />
Simón. Tomemos esta flor nacida cerca de tus pies. ¿Qué ves en la sombra que envuelve al cáliz? Nada. Ves un cáliz<br />
profundo y una pequeña boca y nada más. Mírala ahora que la tomo y la traigo para que le dé la luz del sol. ¿Qué<br />
cosa ves?”. Pedro: “Veo los pistilos, el polen, y, en torno a los pistilos, una coronita de pelitos que parecen pestañas,<br />
y una franjita que adorna el pétalo largo y los dos más pequeños... y veo una gotita de rocío en el fondeo del cáliz...<br />
y... ¡oh, mira! un mosquito ha bajado a beber dentro y se ha enviscado entre los pelillos, y no puede librarse... ¡Pero<br />
ahora! Déjame ver mejor. Oh, los pelillos parecen como si estuviesen untados con miel... se ha pegado...<br />
¡Comprendido! Dios lo ha hecho así o para que la flor se nutra con él, o para que se nutran los pajarillos que vienen<br />
en busca de mosquitos, o para que se limpie de mosquitos el aire... ¡Qué maravilla!”. Jesús: “Pero sin la fuerte luz del<br />
sol no habrías visto nada, ¿no es así?”. Pedro: “¡No, claro!”. Jesús: “Lo mismo sucede en la posesión divina. La<br />
criatura, que de su parte pone únicamente su buena voluntad de amar totalmente a su Dios, el abandono a los deseos<br />
de Dios, la práctica de las virtudes y el dominio de sus pasiones, es absorbida en Dios, y en la Luz que es Dios, en la<br />
Sabiduría que es Dios, todo lo ve y todo lo comprende. Después, terminada la intervención divina, se produce en la<br />
criatura un estado en el que lo recibido se transforma en norma de vida y de santificación; pero lo que antes parecía<br />
tan claro se vuelve oscuro o, mejor, crepuscular. ■ El demonio, perpetuo mono que remeda a Dios, produce un efecto<br />
semejante en la inteligencia de sus poseídos, aunque limitado porque sólo Dios es infinito; en sus poseídos, que<br />
voluntariamente se le han entregado para triunfar, el demonio les comunica su inteligencia superior pero únicamente<br />
dirigida hacia el mal, a hacer daño, a ofender a Dios y al hombre. Y la acción satánica, al encontrar en el alma<br />
consentimiento, es continua, siendo así que, por grados, conduce a la total ciencia del Mal. Éstas son las peores<br />
posesiones. No se ve nada al exterior, por lo cual no se huye de estos endemoniados. Pero existen estas posesiones.<br />
Como he dicho muchas veces, serán los poseídos de esta manera los que descarguen su mano sobre el Hijo del<br />
Hombre”.<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-594-332 (10-13-403).- Martes Santo.-El tributo al Cesar (1).<br />
* “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”.- ■ Entran en el<br />
Templo. Los soldados de la Antonia los observan mientras pasan. Van a adorar al Señor.<br />
Luego vuelven al patio en que los rabíes enseñan. En seguida, antes de que la gente venga<br />
y se arremoline en torno, con falsa deferencia, tras haberle saludado, le dicen: “Maestro,<br />
sabemos que eres sabio y veraz, y que enseñas el camino de Dios sin tener en cuenta<br />
nada ni a nadie, aparte de la verdad y la justicia; y que poco te preocupas del juicio que<br />
los demás tengan de Ti, sino que te preocupas sólo de llevar a los hombres al Bien. Dinos,<br />
entonces: ¿es lícito pagar el tributo a César, o no? ¿Qué opinas?”. Jesús los mira con una de<br />
esas miradas suyas de penetrante y suprema intuición, y responde: “¿Por qué me tentáis<br />
hipócritamente? ¡Y además alguno de vosotros ya sabe que a Mí no se me engaña con<br />
hipócritas honores! Pero, mostradme una moneda de las que usáis para el tributo”. Le<br />
muestran la moneda. La observa por ambas partes, y, sujetándola en la palma de la<br />
izquierda, golpea en ella con el índice de la derecha, mientras dice: “¿De quién es esta imagen y
111<br />
qué dice esta inscripción?”. Rabí: “La imagen es de César, y la inscripción lleva su nombre,<br />
el nombre de Cayo Tiberio César, que es ahora emperador de Roma”. Jesús: “Pues entonces<br />
dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, y les da la espalda, después de<br />
haber entregado el denario a quien se lo había dejado. Escucha a unos u otros de los muchos<br />
peregrinos que le hacen preguntas, consuela, absuelve, cura. (Escrito el 1 de Abril de<br />
1947).<br />
········································<br />
1 Nota : Mt. 22, 15-22; Mc. 12,13-17; Lc. 20,19-26.<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-595-337 (10-14-408).- Martes Santo.- En el Getsemaní Jesús con los apóstoles. Les habla:<br />
de haber alcanzado Él la edad perfecta y de los tormentos que le esperan: dos serán los<br />
principales verdugos en la hora de la expiación.<br />
* “He ido creciendo en Gracia y Sabiduría en 33 años alcanzando la edad perfecta y en<br />
estos 3 últimos años mi boca es como una espada cortante”.- ■ Dice Jesús: “Hoy habéis<br />
escuchado a judíos y gentiles lo que decían. No os debe extrañar si os digo: «De mi boca salió<br />
siempre la palabra recta. Y jamás será revocada» (Is.45,23-25). Siempre diré con Isaías, hablando<br />
de los gentiles que vendrán a Mí después de ser elevado de la tierra: «Delante de Mí se doblará<br />
toda rodilla. Todos los hombres jurarán por Mí y en mi Nombre». Y, habiendo visto cómo actúan<br />
los judíos, no dudaréis ni un momento en afirmar, sin temor a equivocaros, que serán conducidos a<br />
mi presencia, y avergonzados, todos los que fueron contrarios a Mí. Mi Padre no solo me ha<br />
hecho siervo suyo para que haga revivir a las tribus de Jacob y para convertir a lo que queda de<br />
Israel, «los restos» (1) sino que me ha dado como luz para las Naciones para que sea el «Salvador»<br />
de toda la Tierra (Is. 49,3-6). Por este motivo, en estos treinta y tres años de exilio del Cielo y del<br />
seno del Padre, he continuado creciendo en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres,<br />
alcanzando la edad perfecta, y en estos tres últimos años, después de haber puesto incandescentes<br />
mi alma y mi mente en el fuego del amor, y de haberlas templado con el hielo de la penitencia, he<br />
hecho que «mi boca sea como una espada cortante» (Is. 49,2).<br />
* “Hay otra tortura para el H. H. con 2 agentes principales: Dios mismo con su ausencia y tú,<br />
demonio, con tu presencia. Tortura, conocida sólo por pocos en su real atrocidad y aceptada como<br />
posible por menos todavía”.- ■ Jesús: “E1 Padre Santo, que es mío y vuestro, hasta este momento<br />
me ha custodiado bajo la sombra de su mano, porque todavía no había llegado la hora de la<br />
Expiación. Ahora me deja ir. Y la flecha suelta, la flecha de su divina aljaba, tras haber herido para<br />
sanar (herido a los hombres para abrir brecha en los corazones para la Palabra y Luz de Dios),<br />
ahora se dirige, rápida y segura, a herir a la Segunda Persona, al Expiador, al Obediente que<br />
obedece por el Adán desobediente... Y, como guerrero alcanzado y herido, caigo, diciendo a<br />
muchos (Is. 49,4): «En vano me he fatigado, en vano, para no obtener nada. Inútilmente he gastado<br />
mis fuerzas». ¡Pero no! Todo lo hice por el Señor eterno que no hace nunca nada sin motivo! ■<br />
¡Atrás, Satanás, que quieres que ceda al desánimo y tentarme a la desobediencia! Desde el principio<br />
de mi ministerio y hasta el fin de él, viniste y vienes. Pues bien, <strong>aquí</strong> estoy. Me pongo en posición<br />
de lucha (y realmente se levanta). Te desafío. Y, me lo juro a Mí mismo (2), que te venceré. No es<br />
orgullo decir esto: es la verdad. El Hijo del hombre será vencido en su carne por el hombre, el<br />
miserable gusano que muerde y envenena desde su corrompido fango. Pero, el Hijo de Dios, la Segunda<br />
Persona de la inefable Tríada, no será vencido por Satanás. Tú eres el Odio. Y eres<br />
poderoso en medio de él y en tu malicia de tentador. Pero conmigo habrá una fuerza que escapa a<br />
tu acción, porque no puedes ni alcanzarla ni mirarla. ¡El Amor está conmigo! ■ No ignoro el<br />
tormento que me espera. No el tormento del que os hablaré mañana, porque tened en cuenta que<br />
nada de lo que pasaba a mi alrededor lo he ignorado, así como tampoco nada de lo que se formaba en<br />
vuestro corazón. No. Hay otro tormento... que no le viene al Hijo del hombre ni de lanzas ni de palos,<br />
ni de burlas y golpes, sino de Dios mismo, tormento que será conocido sólo por pocos en su real<br />
atrocidad y aceptado como posible por menos todavía. Pero en esa tortura, en que dos serán los<br />
principales verdugos: Dios con su ausencia (3) y tú, demonio, con tu presencia, la Víctima tendrá<br />
consigo al Amor, el Amor que vive en la Víctima, que es la primera fuerza de mi resistencia a la<br />
prueba, y al Amor que encontraré en el consolador espiritual, que ya bate sus alas de oro por el<br />
ansia de bajar a secar mis sudores, y que ya recoge todas las lágrimas de los ángeles en el celestial
112<br />
cáliz y que diluye en él la miel de los nombres de mis redimidos, de los que me aman, para calmar<br />
con esa bebida la gran sed del Torturado y su amargura sin límites. ■ Y tú, demonio, serás<br />
vencido. Un día, saliendo de un poseído, me dijiste: «Espero a vencerte cuando seas una piltrafa de<br />
carne sangrante». Pero Yo te respondo: «No te apoderarás de Mí. Yo venzo. Mi fatiga fue santa,<br />
mi causa está en manos de mi Padre, que defiende las <strong>obra</strong>s de su Hijo y no permitirá que ceda el<br />
espíritu mío». Padre, ya desde ahora te digo para esa hora atroz: «En tus manos abandono mi<br />
espíritu» (Sal 30,6). Juan, no me dejes... Vosotros marchaos. La paz del Señor esté donde no es<br />
huésped Satanás. Adiós”. Todo termina. (Escrito el 7 de Marzo de 1945).<br />
················································<br />
1 Nota : Respecto «al resto» o «restos», esto es, la porción del pueblo israelita que volvió a ser fiel a Dios, o bien<br />
refiriéndose al Mesías, el «Germen» santo del pueblo de Israel, cfr. los siguientes contextos: Deut. 29, 29-30, 5; 4 Rey.<br />
19, 1-8; 1 Esd. 1, 1-4; 2 Esd. 1, 1-4; Is. 4, 2-3; 6, 9-13; 7, 3 (nombre profético del hijo mayor de Is.: «Un resto tornará a<br />
Dios»); 10, 20-23; 11, 1-16; 28, 1-6; 37, 1-4; 30-32; Jer. 3, 14-18; 5, 18-19; 23, 1-18; 31, 7-9; 50, 19-20; Bar. 2, 11-18; Ez.<br />
5, 1-6; 6, 1-10; 9; 12, 8-16; 20, 33-38; J1. 2, 28-32; Am. 3, 9-12; 5, 14-15; Ab. 16-18; Miq. 2, 12-13; 4, 6-7; 5, 1-6; Sof. 2, 4-11;<br />
3, 11-13; Ag. 1; Zac. 1, 1-6; 8, 1-17; 13, 7-9; 14, 1-3; Rom. 9, 25-29.<br />
2 Nota : Como Dios no tiene un superior por quien jurase (Heb. 6, 13) jura por Sí mismo. Cfr. Gén. 22, 16; Ex. 32,<br />
13; Is. 45, 23; Jer. 22, 5; 44, 26 (por su gran Nombre); 49, 13 51, 14; Am. 4, 2 (por su Santidad); 6, 8; Hebr. 6, 13-20.<br />
3 Nota : “Dios con su ausencia” o también otras expresiones como “la Divinidad abandonó a su Mesías”.<br />
Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado de Jesús, destruyendo así la unión<br />
hipostática de la Naturaleza divina y de la Naturaleza humana, sino en el sentido que usa el mismo S. Mat. en 27,46 y<br />
Marcos en 15,34, por lo tanto, de una separación solo aparente, aunque muy dolorosa. Poco antes de morir, dijo<br />
sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del Salm. 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.<br />
. --------------------000--------------------<br />
9-596-345 (10-15-415).- Miércoles Santo: discursos (y diatribas) sobre los escribas, fariseos,<br />
Jerusalén (1), sobre el fin del Templo (1).<br />
* Razón de ser de escribas (laicado culto surgido para ayudar a sacerdotes en la doctrina)<br />
y fariseos (secta para sostener con la más rígida moral la obediencia a la Ley de<br />
Moisés y el espíritu de independencia del pueblo, al surgir el partido helenista).- ■<br />
Apóstoles, discípulos y numerosa gente le siguen, en grupo compacto, mientras Él regresa al<br />
lugar del primer patio, que está casi resguardado por la muralla del Templo, al lugar que<br />
conserva un poco de frescor (y es que este día se siente un fuerte bochorno). Allí, estando la<br />
tierra revuelta por las pezuñas de los animales, y sembrada de piedras que han servido a<br />
los mercaderes y cambistas para sujetar sus tiendas y toldos, allí no vienen los rabíes de<br />
Israel, los cuales permitían que en el Templo se montara un mercado, pero sentían repulsa<br />
de pisar los lugares donde se ven todavía restos de lo que dejaron los animales, que apenas unos<br />
días antes habían estado allí. Jesús no siente esta repulsa, y allí se refugia, dentro de un<br />
círculo denso de oyentes. Pero, antes de hablar, llama a sus apóstoles y les dice: “Venid<br />
y escuchad bien. Ayer queríais saber muchas de las cosas que voy a decir ahora. A ellas<br />
aludí vagamente mientras descansábamos en el huerto de José. Así que estad bien<br />
atentos porque son grandes lecciones para todos, sobre todo, para vosotros, ministros y<br />
continuadores míos. ■ Escuchad. En la cátedra de Moisés, en el momento justo, se<br />
sentaron escribas y fariseos. Tiempos tristes, ésos, para la Patria. Terminado el destierro<br />
de Babilonia (2), reconstruida la nación por magnanimidad de Ciro, los dirigentes del<br />
pueblo sintieron la necesidad de reconstruir también el culto y el conocimiento de la<br />
Ley. Porque ¡ay de aquel pueblo que no los tenga como defensa, guía y apoyo, contra los más<br />
poderosos enemigos de una nación, que son la inmoralidad de los ciudadanos, la rebelión<br />
contra los jefes, la desunión entre las distintas clases y grupos, los pecados contra Dios y<br />
contra el prójimo, la irreligiosidad, elementos todos que son disgregadores por sí mismos y<br />
por los castigos celestes que provocan! ■ Surgieron, pues, los escribas, o doctores de la<br />
Ley, para poder adoctrinar al pueblo que, hablando el lenguaje caldeo, herencia del duro<br />
destierro, no comprendía ya las escrituras redactadas en hebreo puro. Surgieron como<br />
ayuda de los sacerdotes, que eran insuficientes en número para acometer la tarea de<br />
adoctrinar a las multitudes. Un laicado culto y dedicado a honrar al Señor llevando a los<br />
hombres el conocimiento de Él; tuvo, pues, su razón de ser e incluso hizo un bien. Porque,<br />
tened esto presente todos, incluso las cosas que por debilidad humana luego degeneran,<br />
como fue ésta que se corrompió en el transcurso de los siglos, tienen siempre algo de bueno
113<br />
y de una razón --al menos inicial-- de existir, y es por ello que el Altísimo permite que<br />
surjan y duren hasta que, colmada la medida de su degradación, Él las desbarata. ■ Vino<br />
después, de la transformación de la secta de los asideos, la otra secta, la de los fariseos. Ésta<br />
había surgido para sostener con la más rígida moral la más intransigente obediencia a la<br />
Ley de Moisés y el espíritu de independencia de nuestro pueblo, cuando el partido<br />
helenista --que se había formado por las presiones y seducciones que comenzaron en<br />
tiempos de Antíoco Epífanes, y que pronto se transformaron en persecuciones contra los que<br />
no cedían a las presiones de este hombre astuto que más que con sus armas contaba con la<br />
disgregación de la fe en los corazones--, buscando reinar en nuestra patria, trataba de<br />
esclavizarnos. Recordad también esto: temed más a las fáciles alianzas y halagos de un<br />
extranjero que a sus legiones. Porque, mientras seáis fieles a las leyes de Dios y de la Patria,<br />
venceréis, aun cuando estéis rodeados de ejércitos poderosos; pero cuando el sutil veneno<br />
dado como miel embriagadora por el extranjero que ha hecho planes sobre vosotros os haya<br />
corrompido, entonces Dios os abandonará por vuestros pecados, y quedaréis vencidos y<br />
sujetos, aunque el falso aliado no os ataque en cruenta batalla contra vuestro suelo. ■¡Ay<br />
de aquel que no esté alerta como vigía y no rechace la insidia sutil de un vecino astuto y<br />
falso, o de un aliado, o del dominador que empieza su conquista en los individuos, ablandando<br />
sus corazones, corrompiéndolos con usos y costumbres que no son nuestros, que no son<br />
santos, y que, por tanto, nos hacen no gratos al Señor! ¡Ay de él! Traed todos a la memoria las<br />
consecuencias que le ha acarreado a la Patria el que alguno de sus hijos haya adoptado<br />
usos y costumbres del extranjero para atraerse sus simpatías y gozar. ■ Buena cosa es la<br />
caridad con todos, incluso con los pueblos que no tienen nuestra fe, que no tienen<br />
nuestros usos, que a lo largo de los siglos nos han perjudicado. Pero el amor a estos<br />
pueblos, que siguen siendo nuestro prójimo, nunca debe hacernos renegar de la Ley de Dios<br />
y de la Patria por mezquinos intereses. No. Los extranjeros desprecian a aquellos que se<br />
manifiestan serviles hasta el punto de repudiar las cosas más santas de la Patria. El<br />
respeto y la libertad no se obtienen renegando del Padre y de la Madre: Dios y la Patria. Fue,<br />
pues, una cosa buena, el que, en su debido momento, surgieran también los fariseos para<br />
levantar un dique contra el fango de usos y costumbres extranjeros. ■ Lo repito: toda<br />
cosa que surge y dura tiene su razón de ser. Y hay que respetarla, si no por lo que hace, por<br />
lo que hizo. Y si ahora es culpable no es función de los hombres el insultarla, y, menos<br />
aún, hacerla desaparecer. Hay quien lo hará: Dios y su Enviado, Yo, que tengo el derecho<br />
y el deber de abrir mi boca, de abrir vuestros ojos para que vosotros y ellos conozcáis el<br />
pensamiento del Altísimo y obréis con justicia. Yo y ningún otro. Yo porque hablo por<br />
mandato divino. Yo porque puedo hablar, no teniendo en Mí ninguno de los pecados que os<br />
escandalizan cuando los veis cometidos por escribas y fariseos, pero que, si podéis, también<br />
vosotros los cometéis”. ■ Jesús, que había empezado en tono bajo su discurso, ha ido<br />
alzando la voz y en estas últimas palabras ésta es potente como un toque de trompeta. Tanto<br />
israelitas como gentiles, le escuchan con atención. Y si los primeros aplauden cuando Jesús<br />
recuerda a la Patria y llama abiertamente por sus nombres a los que, extranjeros, los han<br />
sometido y les han hecho sufrir, los otros admiran la forma oratoria del discurso y se<br />
felicitan por estar presentes en este discurso digno --según comentan entre ellos-- de un gran<br />
orador.<br />
* “Haced lo que dicen, mas no los imitéis. Enseñan leyes humanitarias del Pentateuco pero<br />
luego cargan con fardos insoportables... Pretenden que su doctrina sea superior a la de<br />
Dios, manipulando la verdadera Ley... Enseñan doctrinas heréticas...”.- ■ Jesús baja de<br />
nuevo la voz al reanudar su discurso: “Os he dicho esto para recordaros cuál fue la razón por la<br />
que nacieron escribas y fariseos, y cómo y por qué se han sentado en la cátedra de Moisés, y cómo<br />
y por qué hablan y no son vanas sus palabras. Haced, pues, lo que dicen, mas no los imitéis<br />
en sus acciones. Porque dicen que se debe actuar en un cierto modo, pero luego no hacen lo que<br />
dicen que debe ser hecho. Efectivamente, enseñan las leyes humanitarias del Pentateuco,<br />
pero luego cargan con fardos grandes, insoportables, inhumanos, a los demás, mientras que<br />
respecto a sí mismos no extienden un solo dedo, no sólo para llevar esos pesos, sino tampoco<br />
para tocarlos. Su regla de vida es ser vistos y notados y aplaudidos por sus <strong>obra</strong>s (las<br />
hacen de manera que puedan ser vistas para ser alabados por ellas). E infringen la ley del
114<br />
amor, porque les gusta llamarse “separados” y desprecian a los que no pertenecen a su secta<br />
y exigen el título de maestros y un culto por parte de sus discípulos, cosas que ellos no<br />
dan a Dios. Dioses se creen por sabiduría y poder, superiores al padre y a la madre quieren<br />
ser en el corazón de sus discípulos, y pretenden que su doctrina sea superior a la de Dios,<br />
y exigen que sea practicada al pie de la letra, aun siendo una manipulación de la<br />
verdadera Ley, inferior a ella más aún que este monte respecto a la altura del Gran<br />
Hermón, que supera a toda Palestina. Son herejes, creyendo algunos, como los paganos,<br />
en la transmigración de las almas y la fatalidad; negando los otros lo que los primeros<br />
admiten y --si no de palabra, sí de hecho-- lo que Dios mismo ha dado como fe, es decir,<br />
que Él es el único Dios, al que debe darse culto, y que el padre y la madre van después<br />
sólo de Dios, y que, como tales, tienen el derecho de ser obedecidos más que un maestro no<br />
divino”.<br />
* “Si ahora digo: «El que ama a su padre o madre más que Mí no es apto para el Reino de<br />
Dios», no es para inculcaros el desamor... sino el amor justo que sabe elegir entre la ley<br />
mía y los abusos o egoísmos familiares”.- ■ Jesús: “Porque, si Yo ahora os digo: «El que<br />
ama al padre y la madre más que a Mí no es apto para el Reino de Dios», ciertamente no es<br />
para inculcaros el desamor hacia los padres, a quienes debéis respeto y ayuda, y a<br />
quienes no es lícito quitarles socorro diciendo: «Es dinero del Templo», ni negarles<br />
hospedaje diciendo: «Mi cargo me lo prohíbe», ni la vida bajo el pretexto de: «Te mato<br />
porque amas al Maestro». Os lo digo para que améis como es debido a vuestros padres, o<br />
sea, con un amor paciente y fuerte dentro de su mansedumbre, un amor que --sin caer en el<br />
aborrecimiento del padre o la madre que no quieren, y esto os causa dolor, seguiros por<br />
el camino de la Vida: la mía-- sabe elegir entre la ley mía y el egoísmo y abuso familiares.<br />
Amad a los padres, obedecedlos en todo lo santo. Pero estad dispuestos a morir --no a dar<br />
muerte, sino a morir, digo-- si quieren induciros a traicionar la vocación que Dios ha<br />
puesto en vosotros de ser ciudadanos del Reino de Dios que Yo he venido a formar”.<br />
* “Que el distintivo del cristiano, ese será el nombre de mis discípulos, sea el amor y la<br />
unión, igualdad, comunidad de bienes, fraternidad... Un reino dividido... Es mejor dar que<br />
recibir”.- ■ Jesús: “No imitéis a escribas y fariseos, divididos entre sí aunque finjan estar<br />
unidos. Vosotros, discípulos de Cristo, estad verdaderamente unidos, los unos para los<br />
otros. Los jefes sean dulces con los subordinados; los subordinados, con los jefes. Una cosa<br />
sola en el amor y en el fin de vuestra unión: conquistar mi Reino y estar a mi derecha en el<br />
eterno Juicio. Recordad que un reino dividido deja de ser un reino y no puede subsistir.<br />
Estad, pues, unidos entre vosotros en el amor a Mí y a mi doctrina. Que el distintivo del<br />
cristiano --ese será el nombre de mis súbditos-- sea el amor y la unión, la igualdad entre<br />
vosotros en lo tocante al vestir, la comunidad de bienes, la fraternidad de los corazones.<br />
Todos para uno, uno para todos. Quien dé, que lo haga con humildad; quien no tiene, que<br />
acepte con humildad y humildemente exponga sus necesidades a sus hermanos, sabiendo<br />
que son eso: hermanos. Y que los hermanos escuchen amorosamente lo tocante a las<br />
necesidades de sus hermanos, sintiéndose verdaderamente hermanos de éstos. Recordad<br />
que vuestro Maestro a menudo pasó hambre, frío y otras mil necesidades e<br />
incomodidades y, humildemente, Él, siendo Verbo de Dios, las expuso a los hombres.<br />
Recordad que hay un premio reservado para quien es misericordioso hasta sólo en ofrecer un<br />
sorbo de agua. Recordad que dar es mejor que recibir (3).■ Que recordando estas tres<br />
cosas el pobre halle la fuerza de pedir sin sentirse humillado, pensando que Yo lo hice<br />
antes que él; de perdonar si le rechazan, pensando que muchas veces al Hijo del hombre le<br />
fueron negados el sitio y el alimento que se dan a los perros que cuidan el rebaño. Y que el<br />
rico halle la generosidad de dar sus riquezas, pensando que la vil moneda, el odioso<br />
dinero sugerido por Satanás, causa del noventa por ciento de las desgracias del<br />
mundo, si es dado por amor se transforma en joya inmortal del paraíso”.<br />
* “Que vuestras virtudes solo sean conocidas por Dios y no como los fariseos: que llevan<br />
filacterias...gustan llamarse «rabí»; solo uno es Maestro: Yo. Y lo seguiré siendo cuando<br />
ya no esté entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina... Uno vuestro<br />
Padre... El mayor sea el servidor”.- ■ Jesús: “Vestíos con vuestras virtudes. Han de ser éstas<br />
ricas, pero sólo conocidas por Dios. No hagáis como los fariseos, que llevan las filacterias más
115<br />
anchas y las franjas más largas, y buscan los primeros puestos en las sinagogas y las<br />
reverencias en las plazas y quieren que el pueblo los llame «rabí». Sólo uno es el Maestro:<br />
Yo. Vosotros, que en el futuro seréis los nuevos doctores --me refiero a vosotros, apóstoles míos<br />
y discípulos--, recordad que sólo Yo soy vuestro Maestro. Y lo seguiré siendo cuando ya no esté<br />
<strong>aquí</strong> entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina. Así pues, no dejéis que os<br />
llamen maestros, porque vosotros mismos sois discípulos. Y ni exijáis ni deis el nombre de<br />
padre a nadie en la Tierra, porque sólo uno es el Padre de todos: el Padre vuestro que está<br />
en los Cielos. Que esta verdad os haga sabios en el hecho de sentiros verdaderamente<br />
todos hermanos entre vosotros, bien sea los que dirigen, bien sea los dirigidos; y<br />
amaos, pues, como buenos hermanos. Y tampoco quiera ser llamado guía ninguno de los<br />
que dirijan, porque sólo uno es vuestro guía común: Yo. ■ El mayor de entre vosotros que<br />
se haga vuestro servidor. No es humillarse el ser siervo de los siervos de Dios (4), sino que<br />
es imitarme a Mí, que fui manso y humilde, y estuve siempre dispuesto a tener amor hacia<br />
mis hermanos en la carne de Adán y a ayudarlos con el poder que, como Dios, tengo en<br />
Mí. Y no he rebajado lo divino al servir a los hombres. Porque el verdadero rey es aquel que<br />
sabe dominar no tanto sobre los hombres cuanto sobre las pasiones del hombre, de las<br />
cuales la primera es la necia soberbia”.<br />
* Norma para dar a luz a Cristo y entrar en el Reino: humildad, profetizada por la<br />
Mujer... Quien se humilla será ensalzado...- ■ Jesús: “Recordad esto: quien se humilla<br />
será ensalzado y quien se ensalza será humillado. La Mujer de la que habló el Señor en el<br />
Génesis (Gén.3,15), la Virgen a quien alude Isaías, la Madre-Virgen del Emmanuel, profetizó<br />
esta verdad del tiempo nuevo cantando: «El Señor ha derribado a los poderosos de su trono<br />
y ha ensalzado a los humildes». La Sabiduría de Dios hablaba en los labios de Aquella que<br />
era Madre de la Gracia y Trono de la Sabiduría. Y Yo repito las inspiradas palabras que<br />
me exaltaron en unión al Padre y al Espíritu Santo, por nuestras <strong>obra</strong>s admirables, cuando,<br />
sin que la Virgen hubiera padecido detrimento alguno, Yo, el Hombre, me formaba en su seno<br />
sin dejar de ser Dios. ■ Que sean norma para aquellos que quieran dar a luz a Cristo en<br />
sus corazones y entrar en el Reino de Dios”.<br />
* Maldiciones contra fariseos y escribas.- ■ Jesús: “No tendrán a Jesús, el Salvador, ni a<br />
Cristo, el Señor, ni tendrán Reino de los Cielos, los soberbios, los fornicadores, los idólatras<br />
que se adoran a sí mismos y adoran su propia voluntad. Por eso, ● ¡ay de vosotros,<br />
escribas y fariseos hipócritas, que creéis que podéis cerrar con vuestras afirmaciones<br />
imposibles de practicar --realmente serían, si estuvieran puestas por Dios, una cerradura<br />
por la que la mayoría de los hombres no pasaría--, que creéis que podéis dejar plantados<br />
ante la puerta del Reino de los Cielos a los hombres que a él levantan su espíritu para<br />
encontrar fuerza en su penosa jornada terrena. ● ¡Ay de vosotros, que no entráis, no queréis<br />
entrar porque no aceptáis la Ley del celeste Reino, y no dejáis entrar a los otros que están ante<br />
esa puerta, a la que vosotros, intransigentes, reforzáis con cerrojos no puestos por Dios! ●<br />
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el<br />
pretexto de que recitaréis largas oraciones! ¡Por esto sufriréis un juicio severo! ● ¡Ay de<br />
vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais por mar y tierra, consumiendo haberes no<br />
vuestros, para conseguir un solo prosélito, y, una vez conseguido, le hacéis dos veces más<br />
digno del infierno que vosotros! ● ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Si uno jura por<br />
el Templo, su juramento no vale nada, pero si jura por el oro del Templo queda obligado a su<br />
juramento». ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más?, ¿el oro o el Templo, que santifica al oro? Y que<br />
decís: «Si uno jura por el altar, su juramento no tiene valor, pero, si jura por la ofrenda que<br />
está sobre el altar, entonces es válido su juramento y a él queda obligado». ¡Ciegos! ¿Qué<br />
es mayor, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Así pues, el que jura por el altar<br />
jura por el altar y por todo lo que el altar tiene encima, y el que jura por el Templo jura<br />
por el Templo y por Aquel que en él mora, y el que jura por el Cielo jura por el Trono de<br />
Dios y por Aquel que en él está sentado. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,<br />
que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, del anís y del comino, y luego descuidáis los<br />
preceptos más graves de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! ¡Éstas son las<br />
virtudes que hay que tener, sin descuidar las otras cosas menores! Guías ciegos, que filtráis<br />
las bebidas por miedo a contaminaros bebiendo una mosquita ahogada en ellas, y luego os
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tragáis un camello sin sentiros impuros por ello. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos<br />
hipócritas, que laváis por fuera la copa y el plato, pero por dentro estáis henchidos de<br />
rapiña e inmundicia! Fariseo ciego, lava primero lo de dentro de tu copa y de tu plato, de<br />
forma que también lo de fuera quede limpio. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,<br />
que voláis como murciélagos en la oscuridad, debido a vuestras <strong>obra</strong>s de pecado y pactáis<br />
por la noche con paganos, bandidos y traidores, y luego, por la mañana, borradas las<br />
huellas de vuestros ocultos pactos, subís al Templo elegantemente vestidos! ● ¡Ay de<br />
vosotros, que enseñáis las leyes de la caridad y de la justicia contenidas en el Levítico (Lev.11-<br />
27), y luego no sois más que unos ambiciosos, ladrones, falaces, calumniadores, opresores,<br />
injustos, vengativos, aborrecedores y que llegáis a derribar a quien os causa molestia,<br />
aunque sea de vuestra propia sangre, y que repudiáis a la mujer que, siendo virgen, se<br />
casó con vosotros y que repudiáis a los hijos obtenidos de ella porque padecen alguna<br />
desventura, y que acusáis de adulterio a vuestra mujer, que ya no os gusta, o la acusáis de<br />
enfermedad impura para quedaros libres de ella, vosotros, que sois impuros en vuestro<br />
corazón libidinoso, aunque no lo parezcáis ante los ojos de la gente que no conoce vuestros<br />
actos! Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos<br />
mientras que por dentro están llenos de huesos de muertos y podredumbre. Lo mismo sucede<br />
en vosotros. ¡Sí, lo mismo! Por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis henchidos de<br />
hipocresía e iniquidad. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís suntuosos<br />
sepulcros a los profetas y embellecéis las tumbas de los justos y decís: «Si hubiéramos<br />
vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido cómplices y partícipes de los que<br />
derramaron la sangre de los profetas»! Y de este modo admitís claramente que sois<br />
descendientes de aquellos que mataron a vuestros profetas. Y vosotros, además, colmáis la<br />
medida de vuestros padres... ¡Oh, serpientes, raza de víboras, ¿cómo os libraréis de la<br />
condenación de la Gehena?! ■ Por esto, Yo, Palabra de Dios, os digo: Yo, Dios, os<br />
enviaré nuevos profetas y sabios y escribas. Y, de éstos, a una parte los mataréis, a una<br />
parte los crucificaréis, a una parte los flagelaréis en vuestros tribunales, en vuestras sinagogas,<br />
fuera de vuestras murallas, a otra parte los perseguiréis de ciudad en ciudad, hasta que<br />
recaiga sobre todos vosotros la sangre justa, derramada sobre la Tierra, des de la<br />
sangre del justo Abel hasta la de Zacarías hijo de Bar<strong>aquí</strong>as (2 Para. 24,17-22), al que disteis<br />
muerte entre el atrio y el altar, porque, por amor a vosotros, os había recordado vuestro<br />
pecado para que os arrepintierais de él y volvierais al Señor. Así es. Odiáis a los que<br />
quieren vuestro bien y amorosamente os llaman a los senderos de Dios. En verdad os digo<br />
que todo esto está para cumplirse, tanto el crimen como sus consecuencias. En verdad os<br />
digo que todo esto se cumplirá con esta generación”.<br />
* Diatriba sobre Jerusalén. Condición para la conversión de la Casa de Israel: “Os<br />
dejarán desierta esta Casa vuestra. No volveréis a verme hasta que no digáis: «Bendito el<br />
que...»”.- Predicción sobre su Templo: “No quedará piedra sobre piedra”.(Mt.24,1).-<br />
Jesús: “¡Oh, Jerusalén! ¡Jerusalén! ¡Jerusalén que apedreas a los que te son enviados y<br />
matas a tus profetas! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a<br />
sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido! ¡Pues oye esto, Jerusalén! ¡Escuchad todos<br />
vosotros, los que me odiáis y odiáis todo lo que de Dios viene! ¡Escuchad los que me amáis y<br />
os veréis envueltos en el castigo reservado para los perseguidores de los Enviados de Dios! Y<br />
oíd también vosotros que no sois de este pueblo, pero que igualmente me estáis escuchando;<br />
escuchad para saber quién es el que os habla y que predice sin necesidad de estudiar el vuelo, el<br />
canto de los pájaros, ni los fenómenos celestes y las vísceras de los animales sacrificados, ni la<br />
llama y el humo de los holocaustos, porque todo el futuro es presente para Aquel que os habla.<br />
Escuchad: «Os dejarán desierta esta Casa vuestra. Yo os digo, dice el señor, que no<br />
volveréis a verme hasta que --también vosotros-- no digáis: „Bendito el que viene en el<br />
nombre del Señor‟»” (Sal.117,24.26). ■ Jesús está visiblemente cansado y sudoroso, por el<br />
esfuerzo del largo e impetuoso discurso y por el bochorno de este día sin viento. Oprimido<br />
contra el muro por una multitud, objeto de los dardos de numerosísimas pupilas, sintiendo<br />
todo el odio que le escucha desde los pórticos del Patio de los Paganos, y todo el amor --o, al<br />
menos, admiración-- que le rodea y que no se preocupa del sol que incide sobre las espaldas y<br />
en las caras enrojecidas y sudadas, se le ve verdaderamente sin fuerzas y necesitado de
117<br />
descanso. Y lo busca diciendo a sus apóstoles y a los setenta y dos que como cuñas se<br />
han ido abriendo lentamente paso entre el gentío y ahora están en primera línea (barrera<br />
de amor fiel en torno a Él): “Vamos a salir del Templo. Vamos a un lugar despejado, entre los<br />
árboles. Necesito sombra, silencio y frescor. En verdad, este lugar parece arder ya con el<br />
fuego de la ira celeste”. Le dejan paso no sin dificultad. Así pueden salir por la puerta<br />
más cercana, donde Jesús se esfuerza en despedir a muchos, pero sin conseguirlo: quieren<br />
seguirle a toda costa. ■ Entretanto, los discípulos observan la cúpula del Templo, centelleante<br />
bajo el Sol casi cenital, y Juan de Éfeso llama la atención del Maestro acerca de la<br />
robustez de la construcción: “¡Mira qué piedras y qué construcción!”. Jesús responde: “Pues<br />
de ello no quedará piedra sobre piedra”. Muchos preguntan: “¿No? ¿Cuándo? ¿Cómo?”. Pero<br />
Jesús no habla. Baja el Moría y sale a buen paso de la ciudad, cruzando Ofel y la Puerta<br />
de Efraín o del Estiércol, para refugiarse en la espesura de los Jardines del Rey lo antes<br />
que puede, o sea, cuando los que se han obstinado en seguirle --los que no son ni apóstoles ni<br />
discípulos-- se marchan lentamente cuando Mannaén, que ha mandado abrir las pesadas<br />
cancillas, pasa adelante, solemne, para decir a todos: “Marchaos. Aquí entran sólo los que yo<br />
quiero”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).<br />
·········································<br />
1 Nota : Escribas, fariseos, Jerusalén: Mt. 23,1-39; Fin del Templo: Mt. 24,1-3.<br />
2 Nota : El destierro de los israelitas en Babilonia, que predijeron Jeremías y Ezequiel, lo realizó Nabucodonosor<br />
rey de Babilonia. Ciro, rey de Persia, lo terminó. El destierro duró desde el año 598 hasta el 528. Hubo varias<br />
deportaciones, además del asedio y destrucción de Jerusalén y del Templo. Cfr. Jer.25,1-13; 34,1-7; 37,1-40, 6; 42,1-<br />
43,7 52; Ez. 1-24; 4 Rey. 23,31-25,30; 2 Paral 36; Esdr. 1 y 2; Is. 40-55.<br />
3 Nota : “Es mejor dar que recibir”.- Esta frase no se encuentra en ninguno de los cuatro evangelios. San Pablo en<br />
Hech.20,35, la recuerda como dicha por Jesús.<br />
4 Nota : A partir del Papa S. Gregorio Magno (siglo VI) los romanos Pontífices, sucesores de S. Pedro, han<br />
empleado este modo de llamarse “Siervo de los siervos de Dios”.<br />
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().<br />
9-596-361 (10-15-428).-Miércoles Santo. Jesús despeja la preocupación de Juan.<br />
* “Juan, cuando pasen muchos lustros, referirás lo que sufrí por las acciones de Judas”.-<br />
■ Jesús dice a Juan: “Ven conmigo”. Juan le sigue. Jesús, cuando están bajo la sombra del<br />
emparrado, le pregunta: “¿Qué te pasa?”. Juan: “Maestro, somos muy malos. Todos. No<br />
sabemos obedecer... no hay ganas de estar contigo. Pedro y Simón se han ido. No sé a dónde.<br />
Judas se ha aprovechado de esto para discutir”. Jesús: “¿Se ha marchado también Judas?”.<br />
Juan: “No, Señor. No se ha marchado. Dice que no tiene necesidad, que él no tiene cómplices<br />
en los manejos que hacemos para tratar de obtener protección para Ti. ¡Pero si yo fui a casa de<br />
Anás y si otros han ido a ver a los galileos que residen en la ciudad, no ha sido con mal fin!...<br />
No creo que Simón de Jonás y Simón Zelote sean hombres capaces de manejos rateros...”.<br />
Jesús: “No te preocupes. Efectivamente, Judas no necesita ausentarse mientras vosotros<br />
descansáis. Él sabe cuándo y a dónde ir para cumplir todo lo que debe hacer”. Juan: “Entonces,<br />
¿por qué habla así? ¡No está bien que lo haga delante de los discípulos!”. Jesús: “No está bien,<br />
pero es así. ■ Tranquilízate, cordero mío”. Juan: “¿Yo, cordero tuyo? ¡Tú eres el Cordero!”.<br />
Jesús: “Sí, tú. Yo, Cordero de Dios; tú, cordero del Cordero de Dios”. Juan exclama: “¡¡¡Oh,<br />
otra vez!!! Era en los primeros días en que te conocí. Tú me dijiste estas mismas palabras.<br />
Estábamos los dos solos, como ahora, entre el verdor de las plantas como ahora, y en<br />
primavera“. Juan está contento por este recuerdo que vuelve. Y susurra: “Sigo siendo, todavía lo<br />
soy, el cordero del Cordero de Dios...”. Jesús le acaricia, le ofrece parte de la paloma asada, que<br />
había quedado sobre la mesa en una hoja de pergamino en que estaba envuelta. Luego le abre<br />
unos higos jugosos y se los da, alegre de verle comer. Jesús está sentado, de lado, a la orilla de<br />
la mesa y mira tan amorosamente a Juan que éste le pregunta: “¿Por qué me miras así? ¿Porque<br />
como igual a un glotón?”. Jesús: “No, porque eres como un niño... ¡Predilecto mío! ¡Cuánto te<br />
quiero por tu corazón!”. Jesús se inclina y besa sus cabellos rubios, luego agrega: “Permanece<br />
así, siempre así, con ese corazón tuyo que no tiene orgullo ni rencores. Así, incluso en las horas<br />
de la ferocidad desatada. No imites, hijo, a los que pecan”. ■ Juan siente dentro de sí algo que<br />
le desagrada y dice: “Pero yo no puedo creer que Simón y Pedro...”. Jesús: “Verdaderamente te
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equivocarías, si los creyeses pecadores. Bebe. Está fresca y sabrosa. La preparó Marta... Ahora<br />
estás mejor. Estoy cierto que no habías terminado tu comida...”. Juan: “Así es. Me había<br />
venido el llanto. Porque se comprende que el mundo nos odie, pero que uno de nosotros<br />
insinúe...”. Jesús: “No pienses más en eso. Yo y tú sabemos que Simón y Zelote son dos<br />
hombres honrados. Y basta. Y por desgracia, tú sabes que Judas es pecador. Pero guarda<br />
silencio. ■ Cuando pasen muchos, muchos lustros, y sea oportuno referir toda la grandeza de mi<br />
dolor, dirás entonces, lo que sufrí también por las acciones de Judas como hombre y como<br />
apóstol. Vámonos. Es hora de dejar este lugar para ir al campo de los galileos y...”. Juan:<br />
“¿Pasaremos también esta noche allá? ¿Iremos primero al Getsemaní? Judas quería saberlo.<br />
Dice que está cansado de dormir a la intemperie, donde no hay nada, que es incómodo”. Jesús:<br />
“Pronto terminará todo. Pero no revelaré a Judas mis intenciones...”. Juan: “No estás obligado a<br />
ello. Tú eres el que debes guiarnos, no nosotros a Ti”. Juan está lejos de imaginar la traición y<br />
no comprende el motivo de prudencia por el que Jesús desde hace días no anticipa sus planes.<br />
(Escrito el 2 de Abril de 1947).<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
9-596-373 (10-15-440).- Miércoles Santo. “Judas, hoy es la última noche en el Getsemaní.<br />
Mañana... será distinto”.<br />
* “Mañana... comeremos el Cordero. Luego iré solo a orar al Getsemaní. Vosotros podéis<br />
hacer lo que queráis”.- ■ Jesús les dice: “Ahora idos. No os separéis. Me llevo a Juan. Estará<br />
con vosotros a la mitad de la primera vigilia para la cena y para ir después a nuestros momentos<br />
de instrucción”. Iscariote se lamenta: “¿También esta noche? ¿Vamos a hacer lo mismo cada<br />
día? Me siento mal con la intemperie. ¿No sería mejor ir a alguna casa amiga? ¡Estar siempre en<br />
las tiendas! Siempre en vela en las noches, que son frías y húmedas...”. Jesús: “Es la última<br />
noche. Mañana... será distinto”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que querías ir al Getsemaní todas las<br />
noches. Pero si es la última...”. Jesús: “No he insinuado esto, Judas. He dicho que será la última<br />
noche que pasemos juntos en el campo de los galileos. Mañana prepararemos la Pascua y<br />
comeremos el cordero. Después Yo solo iré a orar al Getsemaní. Y vosotros podréis hacer lo<br />
que queráis”. Pedro dice: “Vamos contigo, Señor. ¡Nunca tenemos deseos de dejarte!”. ■<br />
Iscariote, contento de acusar a Pedro y Zelote, dice: “Tú cállate, que no tienes derecho a hablar.<br />
Tú y Zelote no hacéis más que revolotear <strong>aquí</strong> y allá, apenas no os ve el Maestro. No os pierdo<br />
de vista. En el Templo... durante el día... en las tiendas allá arriba...”. Jesús: “¡Basta! Si lo<br />
hacen, hacen bien. Pero no me dejéis solo... os lo ruego...”. Zelote protesta: “Señor, no hicimos<br />
nada malo. Créelo. Dios conoce nuestras acciones, y su mirada no se aparta, disgustada, de<br />
ellas”. Jesús: “Lo sé. Pero es inútil. Lo que es inútil puede ser siempre dañino. Estad unidos lo<br />
más posible”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
9-597-375 (10-16-441).- Miércoles Santo, por la noche en el Getsemaní.- Alabanza a la pureza<br />
de Juan.- Las profecías sobre el Siervo de Yavé y el semblante demoníaco de Iscariote.<br />
* “¿Por qué escogiste a Juan y no a otros para estar contigo?”.- ■ Jesús les dice: “Os dije:<br />
«Estad atentos, velad y orad para que el sueño no os gane». Pero veo que vuestros cansados<br />
ojos se cierran y vuestros cuerpos, aun sin querer, pretenden descansar. Tenéis razón, ¡pobres<br />
amigos míos! En estos días os exigí mucho, y estáis cansados. Pero dentro de poco, en realidad,<br />
dentro de pocas horas, estaréis contentos de no haber perdido ni siquiera un momento de haber<br />
estado conmigo. Os sentiréis felices de no haberme negado nada. Por otra parte, es la última vez<br />
que os hablo de cosas tristes. Mañana os hablaré de amor y os haré un milagro que es todo<br />
amor. Preparaos por medio de una gran purificación a recibirlo. ¡Oh, qué bien se aviene a mi<br />
modo de ser hablar más de amor que de castigo! ¡Cuán dulce me es decir: «Os amo. Venid.<br />
Durante toda mi vida he soñado en esta hora!». Pero hablar de muerte también es amor. Es amor
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en cuanto que la muerte, para los que aman, es la prueba de su supremo amor. Es también amor<br />
porque, preparar a los amigos amados para el infortunio, es una muestra providente de cariño<br />
que quiere verlos preparados y no acobardados, para cuando llegue la hora. Confiar un secreto<br />
es prueba de amor, de la estima que se tiene en quien se confía. ■ Sé que habéis hecho llover<br />
preguntas y preguntas sobre Juan para saber qué le dije cuando estuvimos solos. Y no habéis<br />
creído cuando afirmé que nada le dije, sino que tan solo estuvo conmigo. Y sin embargo así ha<br />
sido; me ha bastado tener al lado una criatura...”. Iscariote pregunta con cierta altanería: “¿Por<br />
qué, entonces, él, y no otro?”. Pedro y Tomás y Felipe dicen también: “Tiene razón. ¿Por qué<br />
escogiste a él y no a otros?”. Jesús responde a Iscariote: “¿Hubieras querido ser tú? ¿Te atreves<br />
a pedirlo? ■ Era una mañana fresca y serena de Adar... Yo era un desconocido que caminaba<br />
por el camino cercano al río... Cansado, lleno de polvo, palidecido por el ayuno, la barba<br />
crecida, las sandalias rotas: parecía Yo un mendigo por los caminos del mundo... Él me vio... y<br />
me reconoció como Aquel sobre quien había bajado la Paloma de fuego eterno. En esa primera<br />
transfiguración mía, ciertamente debió revelarse un átomo de mi divino esplendor. Los ojos<br />
abiertos por la penitencia de Juan el Bautista y los que la pureza había conservado angelicales<br />
vieron lo que otros no vieron. Y los ojos puros llevaron esa visión a lo profundo del corazón;<br />
allí la conservaron cual perla en un arca... Cuando dos meses después esos ojos se abrieron para<br />
ver al caminante empolvado, su alma me reconoció... Yo era su amor. Su primer y único amor.<br />
El primero y único amor nunca se olvida. El alma le siente venir, aunque se haya alejado, le<br />
siente venir desde distantes lejanías, y se llena de gozo y despierta a la mente y ésta a la carne,<br />
para que todas participen en el banquete de la alegría de volverse a encontrar y a amarse. Una<br />
boca que temblaba de emoción me dijo: «Te saludo, Cordero de Dios». ¡Oh, fe de los puros<br />
que eres tan grande! ¡Cómo vences todos los obstáculos! No conocía mi Nombre. No sabía<br />
quién era Yo, de dónde venía, qué hacía; ni si era Yo rico, pobre, sabio, ignorante. ¿Qué importa<br />
saber todo esto para la fe? ¿Aumenta o disminuye ella por saber? Él creía en todo lo que le<br />
había dicho el Precursor. Como estrella que transmigra, por orden del Creador, de una a otra<br />
parte del cielo, él se había separado de su cielo: Juan el Bautista, de su constelación, y había<br />
venido a su nuevo cielo: al Mesías, a la Constelación del Cordero. No es la estrella mayor, pero<br />
sí la más hermosa y pura de la constelación de amor. Desde aquella fecha han pasado tres años.<br />
Estrellas grandes y pequeñas se han unido a mi constelación y se han separado de ella. Algunas<br />
han caído y han muerto, otras, debido a pesados vapores, se han convertido en estrellas<br />
brumosas. Pero él ha quedado fijo con su pura luz, junto a su Polar. ■ Dejadme mirar su luz.<br />
Dos serán las luces durante las tinieblas del Mesías: <strong>María</strong> y Juan. Pero tanto será el dolor, que<br />
casi no podré verlas. Dejad que imprima en mi pupila esos cuatro ojos que son pedazos de cielo<br />
entre pestañas rubias, para llevar conmigo, adonde nadie podrá ir, un recuerdo de pureza. ¡Todo<br />
el pecado! ¡Todo sobre las espaldas del Hombre! ¡Oh, gota de pureza!... ¡Mi Madre! ¡Juan! ¡Y<br />
Yo!...Tres náufragos que salen del naufragio de una humanidad en el mar del pecado”.<br />
* Las profecías de David e Isaías sobre el Siervo de Yabé y el semblante de Iscariote.- ■<br />
Jesús: “Será la hora en que Yo, el retoño de la estirpe de David, entre lágrimas volveré a recitar<br />
el llanto de David (Sal 21,1): «Dios mío, vuélvete a Mí. ¿Por qué me has abandonado? Los gritos<br />
de los crímenes que por todos he tomado sobre Mí, me alejan de Ti... soy un gusano, no un<br />
hombre, la vergüenza humana, lo más sucio de la plebe». Oid a Isaías (Is.50,6): «He entregado mi<br />
cuerpo a los que golpean, mis mejillas a quien me arrancaba la barba. No retiré la cara de<br />
quien me ultrajaba y me cubría de salivazos». Oid de nuevo a David (Sal. 21,13-14): «Muchos<br />
becerros me han rodeado, muchos toros se han lanzado contra Mí. Cual leones han abierto su<br />
hocico para desgarrarme y han rugido. He desaparecido como el agua». Isaías termina la<br />
figura: «Yo mismo me he teñido mis vestidos» (Is. 63,3). ¡Oh, por Mí mismo tiño mis vestiduras, no<br />
con mi furor, sino con mi dolor y el amor mío por vosotros! Como dos piedras de un molino, me<br />
aprietan y me exprimen la sangre. No soy distinto del racimo de uva prensado: ¡qué hermoso era<br />
cuando entró, y luego es un pellejo sin jugo, ni hermosura! «Y Mi corazón», digo con David (Sal.<br />
21,15): «se hace como de cera y se derrite dentro de mi pecho». ¡Corazón perfecto del Hijo del<br />
hombre!, ¿en qué te conviertes ahora? Semejante al que una vida de orgías deshace y enerva.<br />
Todo mi vigor se seca (Sal 16). La lengua la tengo pegada al paladar por la fiebre y por la agonía.<br />
La muerte se acerca en medio de su ceniza que asfixia y ciega. ¡Y todavía no hay compasión!<br />
(Sal.17) «Una jauría de perros me ataca y me muerde. En mis heridas se clavan sus mordidas y
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sobre éstas los golpes. No queda de Mí un solo lugar en que no haya mordeduras (Sal.15). Mis<br />
huesos suenan porque cruelmente se les ha estirado. No sé dónde apoyar mi cuerpo. La dolorosa<br />
corona es un círculo de fuego que penetra los huesos de mi cabeza. Estoy colgado de las manos,<br />
y mis pies están atravesados (Sal. 17-18). Elevado, muestro mi cuerpo al mundo y todos pueden<br />
contar mis huesos»...”. ■ Juan dice entre sollozos: “¡Cállate, cállate!”. Los primos de Jesús<br />
suplican: “¡No digas más! ¡Nos hace morir!”. Andrés no habla, pero tiene la cabeza apoyada<br />
entre las rodillas y llora sin hacer ruido. Simón está pálido. Pedro y Santiago de Zebedeo<br />
parecen sometidos a tortura. Felipe, Tomás y Bartolomé parecen tres estatuas de piedra que<br />
enseñan lo que es angustia. ■ Judas Iscariote es una máscara macabra, demoníaca. Parece un<br />
condenado que finalmente cae en la cuenta de lo que ha hecho: tiene la boca abierta para un<br />
aullido que le grita dentro y que queda estrangulado en la garganta; ojos de loco, dilatados y<br />
aterrados; mejillas térreas, bajo el velo negro de su barba afeitada; los cabellos despeinados,<br />
porque de vez en cuando se los desordena con la mano; está sudado y frío: parece estar próximo<br />
a perder el sentido. Mateo, que ha levantado su cara aterrorizada en busca de ayuda, le ve y<br />
grita: “¡Judas! ¿Te sientas mal?... Maestro, Judas está mal”. Jesús responde: “También Yo. Pero<br />
Yo sufro en paz. Haceos espíritus para soportar la hora. Uno que sea «carne» no podrá vivirla<br />
sin enloquecer... David que vio las torturas del Mesías, añade (Sal 21,18-19): «Ni con esto se han<br />
contentado y me miran y se ríen y se reparten mis despojos y echan suertes sobre mi túnica. Yo<br />
soy el Malhechor. Están en su derecho»”.<br />
* “¡Te explico, mundo, el gran por qué: por qué quedó reducido a ese estado; por qué el<br />
hombre pudo darle muerte!”.- ■ Jesús: “¡Oh, tierra mira a tu Mesías! Trata de reconocerle,<br />
aunque esté tan estropeado. Escucha, recuerda las palabras de Isaías y comprende el por qué, el<br />
gran por qué, de que se haya quedado reducido a este estado, de que el hombre pudiera darle<br />
muerte, reduciéndole a aquellas condiciones, al Verbo del Padre (Is. 52,13-53,12). «No tiene nada de<br />
bello, ni de atractivo. Le vimos. No era hermoso, y no le amamos. Despreciado como el último<br />
de los hombres, Él, el Hombre de dolores acostumbrado a padecer, mantenía tapado su rostro.<br />
Insultado y no nos imploró nada por su suerte». Su belleza de Redentor fue esa máscara de<br />
torturado. ¡Pero tú, Tierra necia, preferiste su rostro sereno! «Verdaderamente que Él ha tomado<br />
sobre Sí nuestros males, se ha cargado nuestros dolores. Le vimos cual si fuera un leproso, a<br />
quien Dios ha maldecido, cual un despreciado. Sin embargo, sus heridas se deben a nuestros<br />
crímenes. Ha recibido el castigo que merecíamos nosotros, el castigo que nos devuelve la paz<br />
con Dios. Sus moraduras nos han sanado. Éramos como ovejas errantes. Todos se habían<br />
extraviado del recto camino, y el Señor puso sobre Él la iniquidad de todos». ■ Aquel o<br />
aquellos que piensen haber hecho algún bien a sí mismos y haberlo hecho a Israel, se engañan.<br />
Lo mismo que los que piensan haber sido más fuertes que Dios. Los que imaginan que no<br />
tendrán que dar cuenta de este pecado, solo porque libremente me dejo matar. Cumplo con mi<br />
santa obligación, que es obedecer perfectamente al Padre. Pero ello no elimina su obediencia a<br />
Satanás ni su nefanda tarea. Sí. Tu Redentor, ¡oh Tierra!, ha sido sacrificado porque Él lo quiso.<br />
«No abrió su boca para expresar una palabra de súplica y así librarse de la muerte, ni una<br />
palabra de maldición para sus asesinos. Como una oveja se dejó llevar al matadero para que le<br />
dieran muerte, como cordero mudo llevado a la presencia del que le esquila». «Después que fue<br />
capturado y condenado, se le levantó en alto. No tendrá descendencia. Como un árbol ha sido<br />
talado y apartado de la Tierra de los vivos. Dios ha descargado sobre Él su mano por el pecado<br />
de su pueblo. ¿Ninguno de su descendencia de la Tierra en que vivió le llorará? El que ha sido<br />
arrancado de la tierra, ¿no tendrá hijos?». ■ Te respondo, profeta de tu Mesías. Si es cierto que<br />
mi pueblo no llorará por el Matado sin culpa, los ángeles del pueblo celeste sí le llorarán. Si no<br />
engendró hijos humanamente, porque su Naturaleza no podía hallar desposorio con carne<br />
mortal, sí que tendrá hijos, claro que tendrá hijos, siendo otro modo de engendrar que no es el<br />
carnal, sino que procede del amor y de la Sangre divina, una generación del espíritu, por lo que<br />
su prole será eterna”.<br />
* “¡Te explico, mundo, quiénes son los impíos entregados a su sepultura y quién el rico<br />
entregado a la muerte!”.- ■ Jesús: “Y te explico más, ¡oh mundo! que no comprendes al<br />
profeta. Te explico quiénes son los impíos entregados a su sepultura; quién, el rico entregado a<br />
la muerte. Observa, ¡oh mundo!, si tan siquiera uno de los que le dieron muerte gozó paz y larga<br />
vida. Él, el Viviente, pronto dejará la muerte. Pero, como hojas que el viento de otoño, una a
121<br />
una, junta entre los surcos tras haberlas arrancado con repetidas ráfagas, ellos, uno a uno, serán<br />
pronto depositados en la infame sepultura que para Él había sido decretada; y uno que vivió para<br />
el oro, podría --si fuese lícito poner al inmundo donde estuvo el Santo-- ser depositado donde<br />
aún quedará la humedad debida a las innumerables heridas de la Víctima inmolada en el monte.<br />
Acusado sin haber cometido culpa alguna, Dios toma venganza de Él, porque nunca hubo<br />
engaño en su boca ni iniquidad en su corazón. Fue torturado. ■ Pero, ya consumidos los<br />
padecimientos, una vez que su vida fue tronchada para ser sacrificio expiatorio, comenzará su<br />
gloria ante los que han de venir. Todos los deseos y santas disposiciones de Dios se realizarán<br />
por medio de Él. Por las angustias que sufrió su alma, verá la gloria del verdadero pueblo de<br />
Dios, y se gozará de ello. Su Doctrina celeste, que Él sellará con su Sangre, será la justificación<br />
de muchos de entre los mejores. Y arrancará la iniquidad de los pecadores. Por eso, ¡oh Tierra!,<br />
tendrá una gran multitud este Rey desconocido que los pérfidos escarnecieron y que no fue por<br />
los mejores comprendido. Y con los suyos repartirá los despojos propios de los vencidos, los<br />
despojos de los fuertes, Él, el único Juez de los tres reinos y del Reino. ■ Todo lo ha merecido,<br />
porque todo lo dio. Todo le será entregado porque entregó su vida a la muerte y fue contado<br />
entre los malhechores, Él que no había cometido ningún pecado, Él que no había hecho más que<br />
amar perfectamente, con una bondad infinita: dos culpas que el mundo no perdona, un amor y<br />
una bondad que le movieron a tomar sobre Sí los pecados de todos, de todo el mundo, y a rogar<br />
por los pecadores. Por todos los pecados, y aun por aquellos que le entregaron a la muerte. ■ He<br />
terminado no tengo más que decir. Todo lo que quería decir en orden a las profecías mesiánicas<br />
está dicho. Desde el nacimiento hasta la muerte, todas os las he ilustrado, y lo he hecho para que<br />
me conocierais y no tuvierais dudas; ni justificaciones de vuestro pecado. Ahora oremos juntos.<br />
En esta última moche podemos hacerlo así, unidos cual granos de uva en el racimo. Venid.<br />
Oremos: «Padre nuestro que estás en los Cielos...». (Escrito el 8 de Marzo de 1945).<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
9-598-384 (11-17-450).- Jueves Santo. Durante el día en el Templo.- Jesús con los hebreos de<br />
la diáspora.- Con los gentiles. La manifestación del Padre (1).<br />
* “Os preguntáis, hebreos de la diáspora, «¿Quién es éste llamado el Nazareno?»”.- ■ Jesús,<br />
en el Templo, se ve rodeado como de costumbre por una multitud, que ya ha aumentado y que<br />
ahora está formada en su mayor parte por hebreos que... que han dejado de ir al lugar del sacrificio<br />
de los corderos para acercarse a Jesús, Cordero de Dios que pronto será inmolado. Piden una<br />
vez más diversas explicaciones. Muchos son hebreos venidos de la Diáspora, los cuales,<br />
habiendo llegado hasta ellos la fama del Mesías, del Profeta galileo, del Rabí de Nazaret, tienen<br />
curiosidad de oírle hablar y la ansiedad de quitarse cualquier duda. Se abren paso suplicando a los<br />
de Palestina en esta forma: “Vosotros siempre le tenéis. Sabéis quién es. Tenéis su palabra cuando<br />
queréis. Nosotros hemos venido de lejos y volveremos a nuestras tierras después de cumplido el<br />
precepto. Dejad que nos acerquemos a Él”. A duras penas se abre la multitud para dejarles sitio a<br />
éstos. Se acercan a Jesús y le miran con cierta curiosidad. Los diversos grupos hablan entre sí.<br />
Jesús los observa, aunque al mismo tiempo mira a un grupo venido de la Perea. Luego despide a<br />
éstos últimos, que le han ofrecido dinero para sus pobres, como otros muchos lo hacen, que Él,<br />
como siempre, ha pasado a Judas. Empieza a hablar: ■ “Muchos de los presentes --que sois una<br />
sola cosa en la religión aunque de procedencia distinta-- os preguntáis: «¿Quién es éste llamado el<br />
Nazareno?», y vuestra esperanza y duda chocan entre sí. Escuchad. ● Está escrito (Is.11,1-4.10.12) de<br />
Mí. «Un retoño brotará de la raíz de Jesé, una flor saldrá de esta raíz y sobre ella reposará el<br />
Espíritu del Señor. No juzgará según lo que tuviere ante los ojos, ni condenará por lo que oyere de<br />
oídas, sino que juzgará rectamente a los pobres, tomará en sus manos la defensa de los humildes. El<br />
retoño de la raíz de Jesé, colocado como señal entre las naciones, será invocado por los pueblos, y<br />
su sepulcro será glorioso. Él levantará una bandera entre las naciones, reunirá a los prófugos de<br />
Israel; a los dispersos de Judá los recogerá de los cuatro vientos de la tierra». ● Está escrito<br />
(Is.40,10-11) de Mí: «He <strong>aquí</strong> que viene el Señor con poder. Su brazo triunfará. Trae consigo su
122<br />
recompensa, ante sus ojos tiene su <strong>obra</strong>. Como un pastor apacentará su rebaño». ● Está dicho (Is.<br />
42,1-4) de Mí: «Éste es mi Siervo, Yo estaré con Él. En Él me complazco. He derramado en Él mi<br />
espíritu. Llevará la justicia a las naciones. No gritará, no romperá la caña cascada, no apagará el<br />
tizón humeante, hará justicia rectamente. Sin desfallecer ni avasallar, logrará establecer sobre la<br />
tierra la justicia, y las islas esperarán sus leyes». ● Está escrito (Is. 42,6-7) de Mí: «Yo, el Señor, te<br />
he llamado en la justicia, te he tomado de la mano, te he guardado, te he constituido alianza del<br />
pueblo y luz de las naciones para abrir los ojos a los ciegos y sacar de la cárcel a los prisioneros, de<br />
la mazmorra subterránea a los que yacen en las tinieblas». ● Está escrito (Is.61,1-2) de Mí: «El<br />
Espíritu del Señor está sobre Mí porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los mansos,<br />
a curar a los que tienen un corazón afligido, a predicar la libertad a los esclavos, la liberación a<br />
los prisioneros, a predicar el año del perdón del Señor». ● Está dicho (Miq. 5,4) de Mí: «Él es el<br />
Fuerte, apacentará su rebaño con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor<br />
Dios suyo. Se convertirán a Él, porque ya desde ahora será glorificado hasta los últimos confines<br />
del mundo». ● Está escrito (Ez.34,11.16) de Mí: «Yo mismo iré en busca de mis ovejas. Iré en busca<br />
de las extraviadas. Volveré a traer al redil las expulsadas de él, curaré a las que tengan algún<br />
hueso roto, haré que se fortalezcan las débiles, cuidaré de las gordas y robustas, a todas las<br />
apacentaré con justicia». ● Está dicho (Is.9,6; Miq.5,5): «Él es el Príncipe que trae la paz y Él<br />
mismo es paz». ● Está dicho (Zac. 9,9-10): «Mira que ahí viene tu Rey, el Justo, el Salvador. Es pobre.<br />
Viene cabalgando sobre un asno. Anunciará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de mar a<br />
mar, hasta las confines de la tierra». ● Está dicho (Dan. 9,24-27): «Se han establecido setenta semanas<br />
para tu pueblo, para tu ciudad santa, a fin de que se quite de ella la prevaricación, para que el<br />
pecado deje de existir, para que se borre la iniquidad, para que pueda venir la justicia eterna,<br />
para que se realice lo predicho en visiones y profecías y sea Ungido el Santo de los santos.<br />
Después de sesenta y nueve semanas vendrá el Mesías. Después de sesenta y dos será ajusticiado.<br />
Después de una semana sellará el testamento, pero a mitad de la semana no se ofrecerán ya<br />
hostias y sacrificios y en el Templo se dará la abominación de la desolación y durará hasta el<br />
fin de los siglos»”.<br />
* “Después de la abominación de la desolación en este Templo estará sobre el altar la<br />
Gran Víctima que alimentará con las aguas que vio Ezequiel”.- ■ Jesús: “¿Dejarán de<br />
ofrecerse hostias en estos días? ¿No habrá sobre el altar víctimas? Sí. Estará la gran Víctima. El<br />
profeta la previó (Is.63,1): «¿Quién es éste que llega con sus vestidos teñidos en rojo? Es hermosa su<br />
vestidura, camina majestuoso porque sabe que es fuerte». ¿Y cómo se tiño de púrpura el vestido<br />
Aquel que es pobre? Lo dice el profeta (Is.50,6;53,2-12): «He entregado mi cuerpo a los que me<br />
golpean, mis mejillas al que me arranca la barba; no he quitado mi rostro de quien me ultraja.<br />
Toda mi belleza y esplendor han desaparecido. Los hombres han dejado de amarme. ¡Los<br />
hombres me han despreciado, me han tomado por el último! Varón de dolores, será cubierto mi<br />
rostro con un velo y me mirarán con desprecio, como a un leproso, cuando en realidad seré para<br />
todos un hombre cubierto de llagas, y moriré». Ahí está la Víctima. ¡No temas, Israel! ¡No temas!<br />
¡No falta el Cordero pascual! ¡No temas, Tierra! No temas. Ahí está el Salvador. Como oveja será<br />
conducido al matadero, porque lo ha querido y no ha abierto su boca para maldecir a los que le<br />
matan. Después de que sea condenado, será levantado y morirá en medio de padecimientos; sus<br />
miembros dislocados, sus huesos desgarrados, sus pies y manos traspasados. Pero después de esta<br />
aflicción con la que justificará a muchos, las multitudes vendrán a Él, porque, después de haber<br />
entregado su vida a la muerte para la salvación del mundo, resucitará y gobernará la Tierra, ■<br />
alimentará a los pueblos con las aguas que vio Ezequiel (Ez. 47,1-2), aguas que salen del verdadero<br />
Templo, el cual, aun habiendo sido abatido, se levantará de nuevo por su propia fuerza. Y<br />
nutrirá con el vino con que se ha teñido su blanca vestidura de Cordero sin mancha (Is. 63,1), y<br />
con el Pan bajado del Cielo. ¡Vosotros que tenéis sed, venid a beber del agua! (Is. 55,1-3)<br />
¡Vosotros que tenéis hambre, venid a alimentaros! ¡Quienes os sentís agotados, quienes os sentís<br />
enfermos, bebed de mi vino! ¡Venid quienes no tenéis dinero, quienes no tenéis salud, venid!<br />
¡Vosotros que estáis en las tinieblas! ¡Vosotros que estáis muertos, venid! Soy Riqueza. Soy Salud.<br />
Soy Luz y Verdad. Soy el Camino. No temáis de no poder terminar el Cordero porque os falten las<br />
hostias verdaderamente santas en este Templo profanado. Todos podréis comer del Cordero de<br />
Dios que ha venido a quitar los pecados del mundo, como dijo de Mí el último de los profetas de<br />
mi pueblo. ■ Del pueblo al que le pregunto: Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he
123<br />
contristado? ¿qué más podía darte de lo que te he dado? He instruido a tus mentes, he curado a tus<br />
enfermos, he hecho bien a tus pobres, he dado de comer a tus multitudes, te he amado en tus hijos, te<br />
he perdonado, he orado por Ti. Te he amado hasta el Sacrificio. ¿Y tú qué preparas a tu Señor? Una<br />
hora, la última, se te ofrece, ¡oh pueblo mío, oh ciudad santa y regia! ¡Conviértete, en esta hora, al<br />
Señor tu Dios!”. ■ La gente comenta: “¡Ha dicho las palabras verdaderas!”. “¡Y Él<br />
verdaderamente hace lo que está escrito!”. “Como un pastor ha tenido cuidado de todos”.<br />
“Como si fuéramos las ovejas dispersas, enfermas, que estuviésemos en la oscuridad, ha venido a<br />
llevarnos al recto camino, a curarnos alma y cuerpo, a iluminarnos”. “Verdaderamente, toda la<br />
gente va a Él. ¡Ved qué admirados están esos gentiles!”. “Ha predicado paz”. “Nos ha dado<br />
amor”. “No puedo comprender qué quiere decir con eso del Sacrificio. Habla como uno que<br />
tuviera que morir, como si le fueran a matar”. “Así es, si es el Hombre que vieron los profetas, el<br />
Salvador”. “Y habla como si todo el pueblo fuera a maltratarle. Esto no sucederá jamás. El pueblo,<br />
o sea nosotros, le amamos”. “Es nuestro amigo. Le defenderemos”. “Es galileo, y nosotros, los<br />
de Galilea, daremos la vida por Él”. “Es descendiente de David, y nosotros, los de Judea, no<br />
levantaremos nuestra mano sino para defenderle”. “¿Y nosotros podremos olvidarle? Siendo de la<br />
Auranítide, de la Perea, de la Decápolis que nos amó como a vosotros. No. Todos, todos le<br />
defenderemos”. Estas son las manifestaciones que se oyen entre la multitud ya muy numerosa. ■<br />
¡Cuán mudable es el pensamiento humano! Por la posición del sol creo que son las nueve de la<br />
mañana. Veinticuatro horas más tarde esta gente llevará ya muchas horas en torno al Mártir para<br />
torturarle con su odio, con sus golpes, y gritará pidiendo su muerte. Pocos, muy pocos, demasiado<br />
pocos, entre los millares de personas que se agolpan procedentes de todas partes de Palestina y de<br />
otros lugares, y que han recibido de Jesús luz, salud, sabiduría, perdón, serán los amigos. Y éstos<br />
no sólo no tratarán de arrancarle de las manos de los enemigos, porque no podrán impedir debido a<br />
su escasez numérica respecto a la multitud de los ofensores, sino que no sabrán tampoco consolarle<br />
con las pruebas de amor que unas caras amigas podrían brindarle. Las alabanzas, las palabras, los<br />
comentarios llenos de admiración se esparcen por el vasto patio como olas que partiendo de alta mar<br />
van a morir en la arenosa playa ■ Varios escribas, judíos, fariseos, tratan de neutralizar el<br />
entusiasmo del pueblo, y también la agitación de la gente contra los enemigos de Jesús,<br />
diciendo: “Delira. Está tan cansado que no sabe lo que dice. Ve persecución donde hay solo<br />
honores. Es un sabio en el hablar, pero lo mezcla ahora con frases de uno que delira. Nadie le<br />
quiere hacer mal. Comprendemos. Hemos comprendido quién es...”. Pero hay gente que no<br />
puede comprender todos estos vaivenes de ánimos, y alguno se rebela diciendo: “Pues Él me<br />
curó a mi hijo demente. Sé lo que es la locura. Un loco no habla de este modo”. Y otro:<br />
“Déjales que digan lo que quieran. Son unas víboras que tienen miedo a que nuestros bastones<br />
les rompan los hígados. Entonan la dulce canción del ruiseñor para engañarnos, pero, si uno<br />
escucha bien, su voz contiene el silbido de la serpiente”. Y un tercero grita: “Vanguardias<br />
del pueblo del Mesías, ¡alerta! Cuando un enemigo acaricia, tiene el puñal escondido en<br />
la manga, y extiende su mano para golpear. ¡Ojos bien abiertos y corazón despierto! ¡Los<br />
chacales no pueden ser mansos corderitos!”. Y un cuarto: “Dices bien: el búho engaña a los<br />
ingenuos pajaritos con la inmovilidad de su cuerpo y con la mentirosa alegría de su saludo.<br />
Ríe e invita con su chillido, pero en realidad se dispone a matar para devorar”. Y otros grupos<br />
otras cosas.<br />
* Jesús dice a los gentiles que le dan homenaje: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo del<br />
hombre debe ser glorificado por los hombres y por los espíritus... Si el grano de trigo no<br />
muere...”.- ■ Pero también hay gentiles. Esos gentiles que han escuchado en estos días de Fiesta<br />
al Maestro, con constancia y en número cada vez mayor. Siempre a los márgenes de la multitud<br />
--porque el exclusivismo hebreo-palestino es fuerte y los rechaza, queriendo los primeros<br />
puestos en torno al Rabí-- ahora desean acercarse a Él y hablar con Él. Un nutrido grupo de<br />
ellos ve a Felipe, al que la multitud ha empujado a un rincón. Se acercan a él y le dicen: “Señor,<br />
deseamos ver de cerca de Jesús, tu Maestro, y hablar con Él al menos una vez”. Felipe se alza<br />
sobre la punta de los pies, para ver si ve a algún apóstol que esté más cerca del Señor. Ve a<br />
Andrés, le llama y le grita estas palabras: “Aquí hay unos gentiles que quisieran saludar al<br />
Maestro. Pregúntale si puede atenderles”. Andrés, separado de Jesús unos metros, comprimido<br />
en la multitud, se abre paso sin miramientos, usando abundantemente los codos y gritando:<br />
“¡Dejad paso! Digo que dejéis paso. Tengo que ir donde el Maestro”. Llega donde Él y le
124<br />
transmite el deseo de los gentiles. Jesús: “Llévalos a aquel ángulo. Voy donde ellos”.Y mientras<br />
Jesús trata de pasar entre la gente, Juan, que ha vuelto con Pedro, Pedro mismo, Judas Tadeo,<br />
Santiago de Zebedeo y Tomás, que para ayudar a sus compañeros deja el grupo de sus<br />
familiares --los había encontrado entre la multitud--, luchan ahora abrirle camino. ■ Ya está<br />
Jesús donde los gentiles, que le reciben con muestras de obsequio. “La paz sea con vosotros<br />
¿qué queréis de Mí?”. Gentiles: “Verte. Hablar contigo. Lo que has dicho nos ha entristecido.<br />
Hemos deseado siempre hablar contigo para decirte que tu palabra nos impresiona.<br />
Esperábamos el momento propicio para hacerlo. Hoy... hablas de muerte... Tememos no poder<br />
hablar contigo, si no aprovechamos este momento. ¿Pero es posible que los hebreos sean<br />
capaces de matar a su mejor hijo? Nosotros somos gentiles, y no hemos recibido beneficio de tu<br />
mano. Tu palabra nos es desconocida. Habíamos oído hablar de Ti vagamente. Pero nunca te<br />
habíamos visto ni nos habíamos acercado a Ti. Y, a pesar de todo, ya ves: te tributamos<br />
homenaje; todo el mundo con nosotros te honra”. Jesús: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo<br />
del hombre debe ser glorificado, por los hombres, y por los espíritus”. ■ Ahora la gente, de<br />
nuevo, está en torno de Jesús. Con la diferencia de que en la primera fila están los gentiles y<br />
detrás los demás. Gentiles: “Pero entonces, si es la hora de tu glorificación, no morirás como<br />
dices, o como hemos entendido. Porque morir de esa manera no significa ser glorificado.<br />
¿Cómo podrás reunir al mundo bajo tu cetro, si mueres ante de haberlo hecho? Si tu brazo se<br />
inmoviliza cuando mueras, ¿cómo podrás triunfar y reunir a los pueblos?”. Jesús: “Muriendo<br />
doy vida. Muriendo edifico. Muriendo creo al Pueblo nuevo. La victoria se consigue con el<br />
sacrificio. En verdad os digo que si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda sin<br />
fruto; mas si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá. El que aborrece su<br />
vida en este mundo la salvará para la vida eterna. Y Yo tengo el deber de morir, para dar esta<br />
vida eterna a todos lo que me siguen para servir a la Verdad. El que me quiera servir que venga:<br />
no está limitado el sitio en mi Reino a este a aquel pueblo. El que me quiera servir, quienquiera<br />
que sea, que venga y me siga, y donde Yo esté estará también mi servidor. Y al que me sirva le<br />
honrará el Padre mío, único, verdadero Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, Creador de todo lo<br />
que existe, Pensamiento, Palabra, Amor, Vida, Camino, Verdad; Padre, Hijo, Espíritu Santo,<br />
Uno siendo Trino, Trino siendo Único, Solo, Verdadero Dios”.<br />
* Se oye una Voz más fuerte que el trueno, inmaterial, pues no se asemeja a ninguna voz<br />
de hombre.- ■ Jesús prosigue: “Pero ahora mi alma está turbada. Y ¿qué diré? ¿Acaso: «Padre,<br />
líbrame de esta hora»? No. Porque he venido para esto: para llegar a esta hora. Entonces diré:<br />
«¡Padre glorifica tu Nombre!»”. Jesús abre los brazos en cruz, una cruz purpúrea que tiene<br />
como fondo el blanco mármol del pórtico; y levanta su rostro, ofreciéndose como víctima,<br />
orando, subiendo con su alma al Padre. Y una Voz, más fuerte que el trueno, inmaterial, que<br />
no es humana en el sentido que no es semejante a ninguna voz de hombre pero perceptibilísima<br />
a todos los oídos, llena el cielo sereno de este bellísimo día de Abril, vibrando más poderosa que<br />
el acorde de un órgano gigante, melódicamente bella, y proclama: «Le he glorificado y le<br />
seguiré glorificando». La gente ha sentido miedo. Esa voz, tan potente que ha hecho vibrar el<br />
suelo y lo que sobre él se halla, esa voz misteriosa, distinta de todas las otras voces, procedente<br />
de una fuente desconocida, esa voz que llena todo, de septentrión a mediodía, de oriente a<br />
occidente, aterroriza a los hebreos y asombra a los paganos. Los primeros, si pueden hacerlo, se<br />
arrojan al suelo susurrando atemorizados: “¡Vamos a morir ahora! Hemos oído la voz del Cielo.<br />
¡Un ángel le ha hablado!”, y se dan golpes de pecho esperando la muerte. Los segundos, gritan:<br />
“¡Un trueno! ¡Un estruendo! ¡Huyamos! ¡La Tierra ha bramado! ¡Ha temblado!”. Pero huir es<br />
imposible porque los que estaban fuera de las murallas del Templo ahora entran presurosos<br />
gritando: “¡Piedad de nosotros! ¡Corramos! Éste es lugar santo. ¡No se abrirá el monte donde se<br />
alza el altar de Dios!”. Y, por lo tanto, la gente --quién obstruido por la multitud, quién<br />
paralizado por el espanto-- permanece donde estaba. ■ Los sacerdotes, los escribas, los fariseos,<br />
que estaban esparcidos por los vericuetos del Templo, suben a las terrazas, y lo mismo levitas y<br />
magistrados del Templo. Agitados, desconcertados. Pero ninguno, fuera de Gamaliel y su hijo,<br />
bajan a donde está la gente. Jesús le ve pasar, todo blanco con su túnica de lino, tan blanca que<br />
refulge incluso, bajo este fuerte sol que sobre ella incide. Jesús, mirando a Gamaliel, pero como<br />
hablando para todos, alza la voz diciendo: “No por Mí, sino por vosotros, ha venido esta voz del<br />
Cielo”.Gamaliel se detiene, se vuelve, perfora con las miradas de sus ojos profundos y
125<br />
negrísimos --involuntariamente duros como los de las aves rapaces, por la costumbre de ser un<br />
maestro, venerado como un semidiós--, perfora los ojos azules, claros, dulces y al mismo<br />
tiempo majestuosos de Jesús... que prosigue: “Ahora el mundo es juzgado, ya el Príncipe de las<br />
Tinieblas está para ser expulsado, y Yo, cuando sea alzado, atraeré a todos hacia Mí, porque así<br />
salvará el Hijo del hombre”. ■ Dice la gente ya más tranquila: “Hemos aprendido en los libros<br />
de la Ley que el Mesías vive eternamente. Tú te llamas a Ti mismo el Mesías y dices que debes<br />
morir. Dices también que eres el Hijo del hombre y que salvarás al ser levantado. ¿Quién eres,<br />
pues?, ¿el Hijo del hombre o el Mesías? ¿Y quién es el Hijo del hombre?”. Jesús: “Soy una<br />
única Persona. Abrid los ojos a la Luz. Todavía un poco la Luz está entre vosotros. Caminad<br />
hacia la Verdad mientras tengáis la Luz entre vosotros, para que no os sorprendan las tinieblas.<br />
Los que caminan en la oscuridad no saben en dónde acabarán. Mientras tenéis entre vosotros la<br />
Luz, creed en Ella, para ser hijos de la Luz”. Jesús calla. ■ La muchedumbre está perpleja y<br />
dividida. Una parte marcha meneando la cabeza. Otra parte observa la actitud de los principales<br />
dignatarios: fariseos, jefes de los sacerdotes, escribas... (especialmente observan la actitud de<br />
Gamaliel), y según estas actitudes orientan sus reacciones. Otros hacen un gesto de aprobación<br />
con la cabeza, inclinándose ante Jesús con clara señal de querer decirle: «¡Creemos! Te<br />
honramos por lo que eres». Pero no se atreven a ponerse abiertamente de su parte. Tienen miedo<br />
de los ojos atentos de los enemigos del Mesías, de los poderosos, que los vigilan desde lo alto<br />
de las terrazas que dominan las soberbias galerías que ciñen los patios del Templo.<br />
* “Si no creéis en Mí, creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el<br />
Cielo”.- ■ También Gamaliel --se ha quedado pensativo unos minutos, pareciendo interrogar a<br />
los mármoles que pavimentan el suelo, para obtener una respuesta a sus íntimas preguntas--<br />
continúa su marcha hacia la salida, no sin antes menear la cabeza y encogerse de hombros,<br />
como en señal de desacuerdo o de desprecio... y pasa derecho por delante de Jesús sin mirarle.<br />
Jesús, sin embargo, le mira con compasión... y alza de nuevo la voz, fuertemente --es como un<br />
tañido de bronce-- para superar todo ruido y ser oído por el grande escriba que se marcha<br />
desilusionado. Parece hablar para todos, pero es evidente que habla sólo a él. ■ Dice con voz<br />
altísima: “El que cree en Mí no cree en realidad en Mí sino en Aquel que me ha enviado, y<br />
quien me ve a Mí ve al que me ha enviado, que justamente es el Dios de Israel, porque no existe<br />
ningún otro Dios aparte de Él. Por esto digo: si no podéis creer en Mí en cuanto hijo de José de<br />
David, y que es hijo de <strong>María</strong>, de la estirpe de David, de la virgen vista por el profeta, nacido en<br />
Belén, como dicen las profecías precedido por Juan el Bautista, como también está anunciado<br />
desde hace siglos, creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el Cielo.<br />
Creed en Mí como Hijo de este Dios de Israel. Porque si no creéis en Aquel que os ha hablado<br />
desde el Cielo, no me ofendéis a Mí, sino a vuestro Dios, de quien soy Hijo. No queráis<br />
permanecer en las tinieblas. Yo he venido --Luz para el mundo-- para que el que cree en Mí no<br />
permanezca en las tinieblas. No queráis crearos remordimientos que no podríais aplacar nunca,<br />
una vez vuelto Yo al lugar de donde he venido, y que serían un duro castigo por vuestra<br />
obstinación. Yo estoy dispuesto a perdonar mientras estoy con vosotros, mientras no se haya<br />
cumplido el juicio, y, por mi parte, tengo el deseo de perdonar. Pero distinto es el pensamiento<br />
de mi Padre, porque Yo soy la Misericordia y Él es la Justicia. En verdad os digo que si uno<br />
escucha mis palabras y no las observa Yo no le juzgo. No he venido al mundo para juzgar, sino<br />
para salvar al mundo. Pero aunque yo no juzgue, en verdad os digo que hay quien os juzga por<br />
vuestras acciones. El Padre mío, que me ha enviado, juzga a los que rechazan su Palabra. Sí, el<br />
que me desprecia y no reconoce la Palabra de Dios y no recibe la palabra del Verbo, tiene a<br />
quien le juzgue: le juzgará en el último día la propia Palabra que he anunciado. De Dios nadie se<br />
burla, está escrito. Y el Dios objeto de burla será terrible para aquellos que le juzgaron loco y<br />
mentiroso. ■ Recordad todos que las palabras que me habéis oído pronunciar son de Dios.<br />
Porque no he hablado de cosas mías, sino que el Padre que me ha enviado, Él mismo, me ha<br />
ordenado lo que debo decir y de qué debo hablar. Y Yo obedezco su orden porque sé que su<br />
mandato es justo. Toda orden de Dios es vida eterna. Yo, vuestro Maestro, os doy ejemplo de<br />
cómo obedecer las órdenes del Señor. Por tanto, estad seguros de que las cosas que os he dicho<br />
y os digo las he dicho y las digo como mi Padre me ordenó. Y el Padre mío es el Dios de<br />
Abraham, Isaac, Jacob; el Dios de Moisés, de los patriarcas, de los profetas, el Dios de Israel, el<br />
Dios vuestro”.■ ¡Palabras luminosas que caen en las tinieblas que se van apoderando poco a
126<br />
poco de los corazones! Gamaliel, que de nuevo se había detenido, cabizbajo, reanuda su<br />
marcha... Otros le siguen, meneando la cabeza o haciendo risitas... También Jesús se marcha...<br />
(Escrito el 3 de Abril de 1947).<br />
······································<br />
1 Nota : Ju. 12, 20-50.<br />
. --------------------000--------------------<br />
().<br />
9-599-397 (11-18-461).- En la casa del Cenáculo, antes de la Cena, Jesús se despide de su<br />
Madre.<br />
* ¡Pobre Madre que por la Gracia y por el Amor comprende llegada la hora!.- ■ En la<br />
habitación que ahora estoy viendo, está <strong>María</strong> con otras mujeres. Reconozco a Magdalena, a<br />
<strong>María</strong>, madre de Santiago y de Judas. Da la impresión de que acaban de llegar, acompañadas de<br />
Juan, porque se están quitando los mantos que pliegan y los ponen sobre los asientos que hay<br />
por la habitación, mientras se despiden del apóstol, que se marcha, y saludan a una mujer y a un<br />
hombre que han acudido a recibirlas, y que quizás sean los dueños de la casa, y también<br />
discípulos o simpatizantes del Nazareno, porque muestran mucha confianza con <strong>María</strong>, que está<br />
vestida de color azul celeste oscuro. En la cabeza lleva un velo blanco que se deja ver cuando se<br />
quita el manto que la cubría también la cabeza. Está muy delgada de rostro. Parece como si<br />
hubiera envejecido. Se le nota la tristeza aun cuando sonría con dulzura. También sus<br />
movimientos son los de una persona cansada, como los de una persona sumergida en una idea. ■<br />
Por la puerta entreabierta veo que el propietario de la casa va y viene al pasillo y al cenáculo.<br />
Enciende éste completamente, prendiendo los restantes mecheros de la lámpara. Luego va a la<br />
puerta que da a la calle y la abre. Entra Jesús con los apóstoles. Veo que ya es tarde, porque las<br />
sombras de la noche caen ya sobre la estrecha calle. Saluda al dueño a su manera acostumbrada:<br />
“La paz sea en esta casa”; y, luego, mientras los apóstoles bajan al cenáculo, entra en la<br />
habitación donde está la Virgen. Las mujeres piadosas le saludan con profundo respeto, y se<br />
marchan, cerrando la puerta y dejando así en libertad a la Madre y al Hijo. Jesús abraza a su<br />
Madre, la besa en la frente. <strong>María</strong> besa primero las manos de su Hijo, luego su mejilla derecha.<br />
Jesús toma a <strong>María</strong> de la mano y hace que se siente --hay dos taburetes, cerca el uno del otro--,<br />
y Él se sienta al lado. La ha invitado a sentarse acompañándola de la mano a los taburetes, y<br />
sigue agarrándole la mano aun cuando Ella ya se ha sentado. También Jesús está pensativo,<br />
triste, aun cuando se esfuerce en sonreír. <strong>María</strong> estudia ansiosa la expresión del rostro de su<br />
Hijo. ¡Pobre Madre, que por la gracia y por el amor comprende que la hora ha llegado! En su<br />
rostro destacan arrugas de dolor; sus ojos se dilatan por una intensa visión de agudo dolor. Pese<br />
a esto, conserva su serenidad al igual que su Hijo. Su porte es majestuoso como el de su Hijo. ■<br />
Él la saluda y se encomienda a sus oraciones, le habla: “Madre, he venido para beber fuerzas y<br />
consuelo de ti. Soy como un pequeñín que tenga necesidad del corazón materno para su dolor, y<br />
del seno de su madre para tener fuerzas. Soy de nuevo, en estos momentos, tu pequeño Jesús de<br />
otros tiempos. No soy el Maestro, Madre, soy solo tu Hijo, como en Nazaret cuando era<br />
pequeño, como en Nazaret antes de abandonar mi vida privada. No tengo más que a ti. Los<br />
hombres, en estos momentos, no son ni amigos ni leales a tu Jesús. Ni siquiera tienen el valor<br />
para seguir el bien. Sólo los malos son leales y constantes y decididos en hacer lo que se<br />
proponen. Pero tú me eres fiel, y eres en esta hora mi fuerza. Sosténme con tu amor, con tus<br />
oraciones. De entre los que en mayor o menor grado me aman, eres la única que en esta hora<br />
sabes orar; orar y comprender. Los otros tienen sentimiento de fiesta, y están pensando en ella o<br />
pensando en el crimen, mientras Yo sufro con tantas cosas. Después de la fiesta muchas cosas<br />
se acabarán, y entre ellas su modo humano de pensar. Sabrán ser dignos de Mí todos menos el<br />
que se ha perdido, a quien ninguna fuerza puede llevarle, al menos, al arrepentimiento. Pero por<br />
ahora son todavía hombres tardos que se regocijan, creyendo que está muy cerca mi triunfo; no<br />
comprenden que estoy muriendo. Los hosannas de hace pocos días los han embriagado. Madre,<br />
vine para esta hora y, con alegría sobrenatural, la veo aproximarse. Pero no dejo de temerla,<br />
porque este cáliz tiene dentro «traición», «renegamiento»,«crueldad», «blasfemia»,<br />
«abandono». Sosténme, Madre, como cuando con tus oraciones trajiste sobre ti al Espíritu de
127<br />
Dios, dando por medio de Él al mundo al Esperado de las gentes (Jer.14,7-9; 17,12-13; Gén. 49,8-12).<br />
Atrae ahora sobre tu Hijo la fuerza que me ayude a realizar la <strong>obra</strong> para la que vine. Madre,<br />
adiós. Bendíceme, Madre; también por el Padre. Perdona a todos. Perdonemos juntos desde<br />
ahora a los que nos torturan”. ■ Jesús ha caído de rodillas a los pies de su Madre, y la mira<br />
teniéndola asida a la cintura. <strong>María</strong> llora sin hacer ruido, con su rostro ligeramente alzado por la<br />
plegaria que desde su corazón eleva a Dios. Las lágrimas le ruedan por sus pálidas mejillas y<br />
caen sobre su pecho, sobre la cabeza de Jesús que la tiene apoyada en el corazón de <strong>María</strong>.<br />
Luego <strong>María</strong> pone su mano sobre la cabeza de Jesús como para bendecirle. Se inclina, le besa<br />
entre los cabellos, se los acaricia, como acaricia también los hombros, los brazos, toma su cara<br />
entre las manos y la vuelve hacia Ella, la estrecha contra su corazón. Con sus lágrimas en los<br />
ojos le besa en la frente, en las mejillas, en los doloridos ojos. Acaricia esa pobre cansada<br />
cabeza, como si fuera la de un niño, como vi que lo hacía en la gruta de Belén. Pero ahora no<br />
canta. Dice solo: “¡Hijo! ¡Hijo! ¡Jesús! ¡Jesús mío!” con voz tal que me desgarra el corazón. ■<br />
Jesús se levanta. Se compone el manto. Queda de pie frente a su Madre que sigue llorando. La<br />
bendice. Va a la puerta. Antes de salir dice: “Madre, vendré otra vez antes de terminar mi<br />
Pascua. Ruega por Mí”. Y se va. (Escrito el 17 de Febrero de 1944).<br />
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9-600-399 (11-19-463).- La última Cena Pascual.<br />
* Iscariote: “Jesús ha sugestionado a todos con su melancolía” y el bofetón de J. Tadeo.-<br />
■ Comienzan los sufrimientos del Jueves Santo. Los diez apóstoles presentes se dan prisa en<br />
preparar el Cenáculo. Judas, subido sobre una mesa, mira si hay suficiente aceite en todos los<br />
mecheros del gigantesco candil que parece una corola de fucsia doble. Y que está formada por<br />
una barra --el tallo-- rodeada de cinco quinqués semejantes a pétalos; luego tiene una segunda<br />
vuelta, más abajo, que semeja una corona de llamas; luego, por último, tiene tres delgadas<br />
lamparitas colgadas de unas cadenitas y que parecen los pistilos de la flor luminosa. Luego<br />
Judas baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla sobre la mesa, que está cubierta con<br />
un finísimo mantel. Oigo a Andrés que dice: “¡Qué espléndido lino!”. E Iscariote: “Uno de los<br />
mejores de Lázaro. Marta se empeñó en traerlo”. Tomás, que ha vertido el vino en las preciosas<br />
jarras y las mira una y otra vez con ojos de experto, reflejándose en sus delgadas partes curvas<br />
y acariciando sus asas labradas a cincel, pregunta: “¿Y qué decir de estas copas, de estas<br />
jarras?”. Iscariote: “¿Cuánto costarán?”. Tomás: “Está trabajado con martillo. Mi padre se<br />
moriría de gusto por verlas. El oro y la plata en lámina se doblan bien cuando están calientes.<br />
Pero tratados así... En un momento se puede echar a perder todo. Basta un golpe mal dado. Se<br />
necesita igualmente fuerza y habilidad. ¿Ves las asas? Las hicieron al mismo tiempo que el<br />
resto. No están soldadas. ¡Cosas de ricos!... Piensa en que no se ven ni la limadura, ni el<br />
desbaste. No sé si me entiendes lo que te digo”. Iscariote: “¡Claro que te entiendo! En pocas<br />
palabras, es como quien hace una escultura”. Tomás: “Exactamente”. Todos admiran las jarras.<br />
Después, regresan a su quehacer. Unos ponen en orden los asientos, otros las mesitas. ■ Entran<br />
juntos Pedro y Simón. Iscariote les dice: “¡Oh, por fin habéis regresado! ¿A dónde habéis ido<br />
otra vez? Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis desaparecido de nuevo”.<br />
Zelote le dice secamente: “Teníamos algo que arreglar”. Iscariote: “¿Estás de mal humor?”.<br />
Zelote: “Creo que sí con lo que hemos oído estos días y en esas bocas no acostumbradas a la<br />
mentira”. Pedro masculla entre dientes: “Y con ese tufo de... Es mejor que te calles la boca,<br />
Pedro”. Iscariote, replicando: “¡Y también tú! Hace días que me parece que la cabeza no te<br />
funciona bien. Tienes la cara de un conejo que siente al chacal detrás de sí”. Pedro, a su vez: “Y<br />
tú tienes morros de garduña. Tú tampoco estás tan bien desde hace unos días. Miras en cierta<br />
forma... Miras como de reojo... ¿Qué esperas, o qué quieres ver? Te das importancia, lo quieres<br />
demostrar, pero te asemejas a quien tiene miedo”. Iscariote: “¡Oh, sí que tengo miedo! Pero<br />
tampoco eres tú un héroe”. Juan interviene: “Ninguno de nosotros lo somos, Judas. Llevas el<br />
nombre de Macabeo, pero no lo eres. Yo digo con el mío: «Dios hace favor», pero te juro que<br />
tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de<br />
caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de «roca», ahora<br />
parece tan blando como cera puesta al fuego. No puede controlarse más. Jamás le vi con miedo<br />
ni aun en las tempestades más furiosas. Mateo, Bartolomé y Felipe parecen sonámbulos. Mi
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hermano y Andrés no hacen más que suspirar. Mira, tú, a los dos primos, a quienes no solo el<br />
parentesco sino también el amor les une con el Maestro. Parecen que han envejecido. Tomás ha<br />
perdido su buen humor. Simón parece el leproso de hace unos tres años. Se le ve consumido por<br />
el dolor. Lívido, sin fuerzas”. ■ Iscariote observa: “Tienes razón. A todos nos ha sugestionado<br />
con su melancolía”. Santiago de Alfeo grita: “Mi primo Jesús, Maestro y Señor mío y vuestro,<br />
está y no está melancólico. Si con esta palabra quieres dar a entender que está triste por el<br />
exceso de dolor que todo Israel le está dando --y nosotros somos testigos de este dolor-- y por<br />
el otro, oculto dolor que solo Él ve, te digo: «Tienes razón»; pero si usas esa palabra para decir<br />
que está loco, eso te lo prohíbo”. Iscariote: “¿Y no es locura, una idea fija de melancolía?<br />
También yo he estudiado esas cosas. Las sé. Jesús ha dado demasiado de Sí, y ahora es un<br />
hombre mentalmente cansado”. Tadeo, aparentemente tranquilo, le dice: “Lo que significa que<br />
está loco, ¿no es verdad?”. Iscariote: “¡Justamente eso! Había visto con claridad tu padre, justo<br />
de santa memoria, a quien tú tanto te pareces en justicia y sabiduría. Jesús --triste destino de<br />
una ilustre casa demasiado vieja y castigada con la senilidad síquica-- ha tenido siempre<br />
tendencia hacia esta enfermedad. En los primeros días era dulce, después agresivo. Tú mismo<br />
viste cómo atacó a fariseos y escribas, a saduceos y herodianos. Él se ha hecho imposible la<br />
vida, como un camino cubierto de piedras puntiagudas. Y fue Él mismo el causante...<br />
Nosotros... le amamos tanto que el amor nos impidió ver. Pero los que no le amaron<br />
idolátricamente, como tu padre, tu hermano José y sobre todo Simón, éstos sí que vieron las<br />
cosas en su punto justo... Deberíamos abrir los ojos a sus palabras y no lo hacemos porque<br />
estamos todos sugestionados con su dulce fascinación de enfermo. Y ahora...”. ■ Judas Tadeo<br />
que --de la misma estatura que Iscariote-- está justo frente a él y parece oírle con calma, tiene<br />
un acto de arrebato y le da un soberbio bofetón que lo arroja contra uno de los asientos, y con<br />
una cólera contenida en la voz, inclinándose sobre el bellaco que no reacciona --quizás<br />
temiendo que Tadeo esté al tanto de su traición-- le dice con voz penetrante: “Esto por lo de la<br />
locura, ¡reptil! Y si no te estrangulo es solo porque Jesús está allí, y es noche de Pascua. ¡Pero<br />
piensa, piénsalo bien! Si le pasa algo malo, y ya no está Él para controlar mi fuerza, nadie te<br />
salvará. Es como si ya tuvieses la cuerda al cuello; y tendrás que probar estas manos mías<br />
honradas y fuertes de galileo, de tanto trabajar, y descendiente del que con su honda abatió a<br />
Goliat. Levántate, enervado libertino. ¡Y atento a lo que haces!”. Judas se levanta pálido, sin<br />
reaccionar lo mínimo. Y lo que me sorprende es que nadie ha protestado por lo que acaba de<br />
hacer Tadeo. Al contrario... todos lo aprueban. ■ Apenas se ha calmado el ambiente cuando<br />
entra Jesús. Se asoma en el umbral de la puertecilla, por la que apenas su alto físico puede pasar.<br />
Pone el pie en el tan reducido descansillo, y, con dulce pero triste sonrisa, abriendo los brazos<br />
dice: “La paz sea con vosotros”. Su voz es como la de un hombre cansado, como la de quien<br />
física y sicológicamente se va agotando. Baja. Acaricia la cabeza rubia de Juan que se le ha<br />
acercado. Sonríe, como si ignorase, a su primo Judas, y al otro primo le dice: “Tu madre te<br />
ruega que seas afable con José. Hace poco que preguntó por Mí y por ti a las mujeres. Siento no<br />
haberle saludado”. Santiago de Alfeo: “Lo podrás hacer mañana”. Jesús: “¿Mañana?... Bueno...<br />
tendré tiempo de verle... ¡Oh, Pedro, por fin estaremos un poco juntos! Desde ayer me pareces<br />
un fuego fatuo. Te veo por un momento y luego desapareces. Me parece que este día no te he<br />
visto sino muy poco. También tú, Simón”. Zelote dice con seriedad: “Nuestras canas, que<br />
abundan ya, pueden asegurarte que no estuvimos ausentes por apetito carnal”. Iscariote le<br />
interrumpe con estas palabras ofensivas: “Aunque... a todas las edades se pueda tener esa<br />
hambre... ¡Los viejos! ¡Peor que los jóvenes!...”. Simón le mira y va a rebatirle, pero se detiene<br />
ante la mirada de Jesús, que pregunta a Iscariote: “¿Te duele alguna muela? Tienes la mejilla<br />
derecha hinchada y colorada”. Iscariote: “Sí me duele. Pero no es para tanto”. Los otros no<br />
dicen nada y todo acaba así. ■ Jesús dice: “¿Habéis terminado con todo lo que había que hacer?<br />
¿Tú, Mateo? ¿Y tú, Andrés? ¿Y tú, Judas, has pensado en la ofrenda que haya que hacer al<br />
Templo?”. Tanto los primos como Iscariote responden: “Todo. Puedes estar tranquilo”. Juan,<br />
sonriente y soñador, dice: “Llevé las primicias de Lázaro a Juana de Cusa para los niños. Me<br />
dijeron: «¡Eran mejores aquellas manzanas!» ¡Aquellas invitaban a comérselas! Eran tus<br />
manzanas”. También Jesús sonríe recordando algo... Tomás dice: “Me encontré con Nicodemo<br />
y José”. Iscariote pregunta con interés marcado: “¿Los has visto? ¿Hablaste con ellos?”. Tomás:<br />
“Sí, y ¿qué tiene de extraño? José es un buen cliente de mi padre”. Iscariote: “Nunca lo habías
129<br />
dicho... Por eso me sorprendí...”. Judas trata de borrar la impresión que ha dado, una impresión<br />
de ansiedad, por el encuentro de José y Nicodemo con Tomás. Bartolomé dice: “Raro que no<br />
hayan venido a presentarte sus respetos. Tampoco han venido Cusa, ni Mannaén... Ninguno de<br />
los...”. Pero Iscariote con una falsa sonrisilla interrumpe a Bartolomé diciendo: “El cocodrilo se<br />
mete en su guarida cuando llega la hora”. Zelote, en un tono tan agresivo que nunca ha tenido,<br />
pregunta: “¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?”. Jesús interviene: “¡Paz, paz! ¿Qué os pasa? ¡Es<br />
la noche de Pascua! Nunca habíamos tenido escenario tan digno para comer el cordero.<br />
Comamos, pues, la cena con espíritu de paz. Comprendo que os he turbado mucho con mis<br />
instrucciones de estas últimas noches. Pero ya hemos terminado. Ahora ya no os voy a causar<br />
más turbación. No todo está dicho en cuanto a Mí se refiere. Solo lo esencial. El resto... después<br />
lo comprenderéis. Se os dirá... sí. Vendrá quien os lo comunicará”.<br />
* “Como en Caná, también hoy habrá un milagro: el vino cambiará de naturaleza”.- ■<br />
Jesús ordena después: “Juan, ve con Judas y algún otro a traer las jarras para la purificación, y<br />
luego nos sentaremos a la mesa”. Jesús es de una dulzura que arrebata. Juan, Andrés, Judas<br />
Tadeo y Simón traen una gran palangana, le ponen agua, ofrecen la toalla a Jesús y a los demás.<br />
La palangana que es de metal, la ponen, terminado todo, en un rincón. Jesús les dice: “Y ahora<br />
cada cual a su lugar. Yo me siento <strong>aquí</strong>. A mi derecha Juan y al otro lado mi fiel Santiago. Los<br />
dos primeros discípulos. Al lado de Juan mi fuerte Piedra; al lado de Santiago, el que es como<br />
el aire, que no se le ve, pero siempre está presente y ayuda: Andrés. Junto a Andrés mi primo<br />
Santiago. ¿No te duele, querido hermano, el que dé el primer lugar a los primeros? Eres el<br />
sobrino del Justo (S. José), cuyo espíritu palpita y revolotea a mi alrededor esta noche, más que<br />
nunca. ¡Ten paz, padre de mi debilidad de niño, encina bajo cuya sombra encontramos<br />
protección mi Madre y Yo!¡Ten paz!... Después de Pedro: Simón... Simón, ven un momento<br />
<strong>aquí</strong>. Quiero ver tu cara leal. Después no la veré tan claramente porque otros me la ocultarán.<br />
Gracias, Simón, por todo”, y le besa. Simón al regresar a su lugar, se lleva por un instante las<br />
manos a la cara con un gesto de dolor. Jesús prosigue: “Enfrente de Simón, Bartolomé. Dos<br />
hombres honrados y sabios que se parecen mucho. Y cerca, tú, Judas hermano mío. Así te<br />
puedo ver... y me parece que estemos en Nazaret... cuando alguna fiesta nos reunía alrededor de<br />
la mesa. ■ También en Caná, ¿recuerdas? Estábamos el uno al lado del otro. Una fiesta... fiesta<br />
de bodas... el primer milagro... el agua cambiada en vino... También hoy es una fiesta...<br />
también hoy habrá un milagro... el vino cambiará de naturaleza... y será...”. Y Jesús se<br />
absorbe en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, como aislado en su mundo secreto. Los<br />
apóstoles le miran sin hablar. Levanta su cabeza, mira detenidamente a Judas Iscariote y le dice:<br />
“Te sentarás frente a Mí”. Iscariote: “¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón?”. Jesús: “Tanto te<br />
amo. Lo has dicho”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque eres el que has hecho más<br />
que todos para esta hora”. Judas pasa sus ojos sobre Jesús, sobre sus compañeros. Sobre Jesús<br />
con una cierta, irónica compasión; sobre los demás, con aire de triunfo. “Y a tu lado, en una<br />
parte, Mateo; en la otra, Tomás”. Iscariote dice: “Entonces Mateo a mi izquierda, y Tomás a<br />
mi derecha”. Mateo le responde: “Como quieras, como quieras. Me basta con tener en frente a<br />
mi Salvador”. Jesús: “Por último, Felipe. ¿Veis? Quien no tiene el honor de estar a mi lado, lo<br />
tiene de estar frente a Mí”.<br />
* ANTIGUO RITO: 1ª Y 2ª COPAS.<br />
. ● “Con toda mi alma se he deseado comer esta Pascua con vosotros”.- ■ Jesús, en pie en<br />
su sitio, vierte en la amplia copa que tiene delante de Sí. Todos tienen altas copas, pero Él tiene<br />
una mucho más grande, además de la que tienen todos; debe ser la copa del rito. Echa en ella el<br />
vino, la levanta y la ofrece, la coloca nuevamente sobre la mesa. Luego, todos en tono de salmo<br />
preguntan: “¿Por qué esta ceremonia?”. Una pregunta formal, de rito, se comprende. Jesús,<br />
como cabeza de familia, responde: “Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito<br />
Jeová que ha creado el fruto de la viña”. Bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los<br />
demás. Luego ofrece el pan, lo parte, lo distribuye; después las hierbas impregnadas en la salsa<br />
rojiza, que hay en cuatro salseras. Terminado esto, cantan varios salmos en coro. De la mesita<br />
traen la fuente en que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús. Pedro, que en la primera<br />
parte... hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo: “¿Por qué este cordero, así?”. Jesús:<br />
“Como recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. No murió<br />
ningún primogénito allí donde había sangre sobre las jambas y el dintel. Y, luego, mientras todo
130<br />
Egipto lloraba la muerte de los primogénitos varones, desde el palacio del faraón hasta las<br />
chozas más humildes, los hebreos, capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de la<br />
liberación y la promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el<br />
bastón, los hijos de Abrahám se pusieron en marcha cantando los himnos del júbilo”. Todos se<br />
ponen de pie y cantan: “Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro,<br />
la Judea se convirtió en su santuario”, etc. etc. (Sal. 113).Ahora Jesús corta el cordero, llena una<br />
nueva copa, la pasa después de haber bebido. Luego cantan: “Alabad, vosotros, al Señor. Sea<br />
bendito el Nombre Eterno ahora y por los siglos. Desde el oriente del Sol hasta su ocaso debe<br />
ser alabado”, etc. (Sal. 112). ■ Jesús distribuye los trozos de cordero cuidando de que todos<br />
queden bien servidos, justamente como haría un padre de familia rodeado de sus amados hijos.<br />
Majestuoso, un poco triste, mientras dice: “Con toda mi alma deseé comer con vosotros esta<br />
Pascua. Ha sido para Mí el deseo de los deseos, desde que fui, ab aeterno, «el Salvador». Sabía<br />
que esta hora precedería a esa otra. Mas la alegría de darme infundía, anticipadamente, este<br />
consuelo a mi padecer... Con toda mi alma he deseado comer con vosotros esta Pascua porque<br />
ya nunca comeré del fruto de la vid hasta la llegada del Reino de Dios. Entonces me sentaré<br />
nuevamente con los elegidos en el Banquete del Cordero, para las nupcias de los vivientes con<br />
el Viviente. A ese Banquete se acercarán sólo los que hayan sido humildes y limpios de corazón<br />
como lo soy Yo”.<br />
. ● ¿Quién es el primero?.- ■ Bartolomé pregunta: “Maestro, hace poco dijiste que quien no<br />
tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces quién es el<br />
primero entre nosotros?”. Jesús: “Todos y ninguno. Una vez... regresábamos cansados,<br />
hastiados del odio fariseo. Pero no estabais cansados de discutir a cerca de quién entre vosotros<br />
sería el mayor... Un niño corrió a mi encuentro... era un pequeñín... Su inocencia consoló mi<br />
disgusto de tantas cosas, entre las que estaba vuestro modo testarudo de pensar. ¿Dónde estás,<br />
Benjamín de la sabia respuesta, que te vino del Cielo porque, ángel como eras, el Espíritu te<br />
hablaba? Entonces dije: «Si uno quiere ser el primero hágase el último y siervo de todos». Y os<br />
propuse como ejemplo al sabio niño. ■ Ahora os digo: «Los reyes de las naciones mandan. Los<br />
pueblos oprimidos, aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de „Beneméritos‟,<br />
„Padres de la Patria‟. Mas el odio se oculta bajo el mentiroso título». Que esto no suceda entre<br />
vosotros. El mayor sea como el menor, el jefe como el que sirve. De hecho, ¿quién es mayor, el<br />
que sirve o el que está a la mesa? El que está sentado a la mesa, y sin embargo Yo os sirvo, y<br />
dentro de poco os serviré más”.<br />
. ● “Los príncipes de mi Reino serán los que perseveren fieles a Mí en el martirio de la<br />
existencia”.- ■ Jesús: “Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Y Yo<br />
dispongo para vosotros un puesto en mi Reino --de la misma forma que en ese Reino Yo seré<br />
Rey según la voluntad del Padre--, para que comáis y bebáis en mi mesa eterna, y estéis<br />
sentados en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Habéis permanecido conmigo en mis<br />
pruebas... Esto y no otra cosa es lo que os hace grandes ante los ojos del Padre”. Los apóstoles<br />
preguntan: “Y los que vendrán después? ¿No tendrán un lugar en el Reino? ¿Solo nosotros?”.<br />
Jesús: “¡Oh, cuántos príncipes habrá en mi casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al<br />
Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino. Porque los que hubieran<br />
perseverado hasta el fin en el martirio de la existencia, serán como vosotros, que conmigo<br />
habéis perseverado en mis pruebas. Yo me identifico en mis creyentes. ■ A los predilectos les<br />
doy, como enseña, ese Dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres. Quien<br />
permanece fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío; igual que vosotros, mis amados”.<br />
. ● “Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo”.- ■ Pedro dice: “Nosotros<br />
hemos perseverado hasta el fin”. Jesús: “¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la<br />
prueba todavía está por venir. Simón de Jonás, mira que Satanás ha pedido permiso de cribaros<br />
como el trigo. He rogado por ti, para que tu fe no vacile. Tú, una vez enmendado, confirma a tus<br />
hermanos”. Pedro: “Sé que soy un pecador, pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca<br />
lo he cometido ni lo cometeré”. Jesús: “No seas soberbio, Pedro mío. Esta hora cambiará<br />
muchas cosas que antes eran de un modo y ahora serán distintas. ¡Cuántas!... Y esas cosas traen<br />
y comportan necesidades nuevas. Vosotros lo sabéis. Siempre os lo he dicho, aun cuando<br />
andábamos por lugares lejanos, recorridos por bandidos: «No temáis. Ningún mal nos pasará<br />
porque los ángeles del Señor están con nosotros. No os preocupéis de cosa alguna». ¿Os
131<br />
acordáis de cuando os decía: «No estéis preocupados por la comida o por el vestido. El Padre<br />
conoce qué necesitamos?». También os decía: «El hombre vale más que un pájaro y que una<br />
flor de hierba que hoy está verde y mañana seca. Y veis que el Padre tiene cuidado también de<br />
la flor y del pajarillo. ¿Podréis, entonces, dudar de que cuide de vosotros?». También dije:<br />
«Dad a quien os pida, a quien os ofenda presentad la otra mejilla». Os dije: «No llevéis ni<br />
bolsa ni bastón». Porque Yo he enseñado amor y confianza. ■ Pero ahora... ahora ya no son<br />
esos tiempos. Ahora os pregunto: «¿Alguna vez os ha faltado algo? ¿Alguna vez os han hecho<br />
algún daño?»”. Los apóstoles responden: “Nada, Maestro. Y sólo a Ti te lo han hecho”. Jesús:<br />
“Ved, pues, que mi palabra fue veraz. Ahora el Señor ha dado órdenes a sus ángeles que se<br />
retiren. Es la hora de los demonios... Los ángeles del Señor con sus alas de oro, se cubren los<br />
ojos, se vendan, y les duele el color de sus alas, porque no es color de amargura y ésta es hora<br />
de luto, de un luto cruel y sacrílego... Esta noche no hay ángeles sobre la tierra. Están junto al<br />
trono de Dios para superar con su canto las blasfemias del mundo deicida y el llanto del<br />
Inocente. Estamos solos... Yo y vosotros. Los demonios son los dueños de esta hora. Por esto<br />
ahora tomaremos el aspecto y el modo de pensar de los pobres hombres que desconfían y no<br />
aman. Ahora quien tiene bolsa, tome también una alforja, quien no tiene espada, venda su manto<br />
y se compre una. Porque también esto que la Escritura dice de Mí, se debe cumplir: «Fue<br />
contado como uno de los malhechores» (Is.53,12 y 52,13). En verdad, que todo lo que se refiere a<br />
Mí, tiene su realización”.<br />
. ● Las espadas de Zelote.- ■ Simón Zelote, que se ha levantado para ir al cofre donde colocó<br />
su rico manto --porque esta noche traen todos los mejores vestidos, y, por tanto llevan puñales,<br />
damasquinados pero muy cortos, colgados de los ricos cintos-- toma dos espadas, dos<br />
verdaderas espadas, largas, ligeramente curvas, y las lleva a Jesús. “Yo y Pedro nos hemos<br />
armado esta noche. Tenemos éstas. Los otros no traen más que el puñal corto”. Jesús toma las<br />
espadas, las observa, desenvaina una y prueba su filo contra una uña. Es una visión rara que<br />
causa gran impresión ver la feroz arma en manos de Jesús. ■ Iscariote, mientras Jesús la<br />
contempla y no habla, pregunta: “¿Quién os la dio?”. Judas parece gato sobre ascuas... Zelote le<br />
responde: “Que ¿quién? Te recuerdo que mi padre fue noble y rico”. Iscariote: “Pero Pedro...”.<br />
Zelote: “¿Pero qué? ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que quiera hacer a mis<br />
amigos?”. Jesús levanta su cabeza después de haber metido la espada en la vaina. La devuelve a<br />
Zelote.<br />
. ● Lavado de los pies.- ■ Jesús: “Bueno. Basta. Hiciste bien en haberlas traído. Pero ahora,<br />
antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os he dicho que el mayor es como<br />
el menor y que Yo ahora estoy como quien sirve en esta mesa y os serviré. Hasta ahora os he<br />
distribuido comida. Es un servicio en orden al cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el<br />
espíritu. No es un plato del rito antiguo; es del nuevo rito. Yo quise bautizarme primero antes de<br />
ser el «Maestro». Para esparcir la palabra bastaba ese bautismo. Ahora será derramada la<br />
Sangre. Es necesario que os lavéis con otro lavacro, aunque hayáis sido purificados por el<br />
Bautista en su momento, y también hoy en el Templo. Pero no es suficiente. Venid para que os<br />
purifique. Suspended la comida. Hay algo mucho más necesario y alto que el alimento con que<br />
se llena el vientre, aun cuando sea éste un alimento santo, como este del rito pascual; y ello es<br />
un espíritu puro, en disposición de recibir el don del Cielo que ya desciende para hacerse un<br />
trono en vosotros y daros la Vida. Dar la Vida a quien está limpio” (1). ■ Jesús se pone de pie,<br />
hace levantar a Juan para salir de su lugar, se quita el vestido rojo, lo dobla y pone doblado<br />
encima del manto, ya doblado antes. Se ciñe a la cintura una toalla grande, después va donde<br />
hay una palangana, que está vacía y limpia. Echa agua en ella, lleva la palangana al centro de la<br />
habitación, junto a la mesa, y la pone sobre un banco. Los apóstoles le miran estupefactos. Jesús<br />
les pregunta: “¿No me preguntáis por qué hago esto?”. Pedro responde: “No lo sabemos. Te<br />
digo solo que ya estamos purificados”. Jesús: “Y yo te repito que eso no importa. Mi<br />
purificación servirá al que ya está puro, para estarlo más”. Se arrodilla. Desata las sandalias a<br />
Judas Iscariote, y le lava los pies; uno primero, otro después. Es fácil hacerlo, porque los lechosasientos<br />
están hechos de tal forma que los pies quedan hacia la parte exterior. Judas está<br />
desconcertado, pero no replica. Pero, cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie<br />
izquierdo y levantarse, trata de besarle el pie derecho ya calzado, Judas retrae bruscamente su<br />
pie y pega con la suela en la boca divina (Sal. 40,10). Lo hizo sin querer. No es un golpe fuerte,
132<br />
pero a mí me ha causado mucho dolor. Jesús sonríe, y, al apóstol que le pregunta: “¿Te hice<br />
daño? Ha sido sin querer... Perdona”, le contesta: “No, amigo. Lo hiciste sin malicia y no hace<br />
mal”. Judas le mira... Una mirada en que está pintada la turbación, una mirada que huye de<br />
todo... Jesús pasa a lavar a Tomás y luego a Felipe... Da vuelta a la mesa y se acerca a su primo<br />
Santiago. Le lava los pies, y, al levantarse, le besa en la frente. Pasa a Andrés que está rojo de<br />
vergüenza y se esfuerza por no llorar. Le lava los pies, y le acaricia como si fuera un niño.<br />
Luego es el turno de Santiago de Zebedeo que no hace más que decir en voz baja: “¡Oh,<br />
Maestro, Maestro, Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!”. Juan se ha aflojado ya las<br />
sandalias y, mientras Jesús está inclinado, secándole los pies, se inclina también él y le besa sus<br />
cabellos. ■ ¡Pero Pedro!... No es fácil convencerle que debe sujetarse a este nuevo rito. “Tú,<br />
¿lavarme los pies a mí? ¡Ni te imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano, y<br />
Tú eres Dios. Cada uno a su lugar”. Jesús: “Lo que hago, no puedes comprenderlo por ahora.<br />
Algún día lo comprenderás; déjame lavarte”. Pedro: “Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres<br />
cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies no lo harás”. Jesús: “Oh, Simón mío, ¿no sabes<br />
que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón, tienes necesidad de esta agua<br />
para tu alma, y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no<br />
te lavo, no vienes conmigo a mi Reino”. Pedro: “¡Oh, Señor mío bendito! ¡Entonces lávame<br />
todo! ¡Pies, manos y cabeza!”. ■ Jesús: “El que, como vosotros, se ha bañado no tiene<br />
necesidad de lavarse más que los pies, porque ya está enteramente purificado. Los pies... El<br />
hombre con los pies camina sobre cosas sucias. Y ello sería poco, pues ya os lo había dicho que<br />
lo que ensucia no es lo que entra y sale con el alimento, ni contamina al hombre lo que se pega a<br />
los pies por el camino. No. Lo que contamina es lo que incuba y madura en su corazón y de allí<br />
sale para contaminar sus acciones y sus miembros. Y los pies del hombre que tiene un corazón<br />
no limpio se dirigen hacia la crápula, la lujuria, los tratos ilícitos, el crimen... Por esto, son, de<br />
entre los miembros del cuerpo, los que tienen más necesidad de purificarse... como también los<br />
ojos, la boca... ¡Oh hombre!, que fuiste una criatura perfecta un día: ¡el primero!, y luego, te has<br />
dejado corromper en tal forma por el Seductor (Gén 1-3). En ti, hombre, no había malicia, ni<br />
pecado... ¿Y ahora? Eres todo malicia y pecado, y no hay parte en ti que no peque”. ■ Jesús<br />
lava los pies a Pedro, se los besa. El apóstol llora y toma con sus gruesas manos las dos manos<br />
de Jesús, se las pasa por los ojos y luego se las besa. También Simón Zelote se ha quitado las<br />
sandalias, y sin decir nada se deja lavar. Pero cuando Jesús está para acercarse a Bartolomé,<br />
Simón se arrodilla y le besa los pies, diciendo: “Límpiame de la lepra del pecado como me<br />
limpiaste de la del cuerpo, para que no me vea confundido en la hora del juicio, Salvador mío”.<br />
Jesús: “No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial blanco como la nieve”.<br />
Bartolomé: “Y yo, Señor, ¿qué dices al viejo Bartolomé? Tu me viste bajo la sombra de la<br />
higuera y leíste en mi corazón. ¿Y ahora qué ves? ¿Dónde me ves? Da seguridad a este pobre<br />
viejo que teme no tener fuerzas ni tiempo para llegar a donde quieres que se llegue”. Bartolomé<br />
está muy conmovido. Jesús le dice: “Tampoco temas tú. En aquella ocasión dije: «He <strong>aquí</strong> a un<br />
verdadero Israelita en quien no hay engaño». Ahora afirmo: «He <strong>aquí</strong> a un verdadero discípulo<br />
mío digno de Mí, el Mesías». Que ¿dónde te veo? Sobre un trono eterno, vestido de púrpura.<br />
Estaré siempre contigo”. El turno es de Judas Tadeo. Cuando ve a Jesús a sus pies, no sabe<br />
contenerse, inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora. Jesús: “No<br />
llores, hermano. Te pareces al que deben de arrancar un nervio, y cree no poder soportarlo. Pero<br />
será breve el dolor. Luego... serás feliz, porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro<br />
gran Judas Macabeo: un gran gigante. Eres el que protege. Tus acciones son de león y de<br />
cachorro de león rugientes. Tú desanidarás a los impíos, que ante ti retrocederán, y los inicuos<br />
se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro<br />
parentesco en el Cielo”. Le besa también en la frente como al otro primo. Mateo dice: “Yo soy<br />
un pecador, Maestro. No a mí...”. Jesús: “Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres<br />
una «voz» mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante, para llegar a<br />
Dios... El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío.<br />
Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo”.<br />
* ANTIGUO RITO: 3ª COPA.<br />
. ● J. Iscariote, turbado, resiste a las miradas de Jesús y al mensaje de los Salmos.- ■<br />
Jesús ha terminado. Se quita la toalla, se lava las manos en agua limpia, se vuelve a poner su
133<br />
vestido, regresa a su lugar y dice, mientras se sienta: “Ahora estáis puros, pero no todos. Solo<br />
los que han tenido voluntad de estarlo”. Mira detenidamente a Judas de Keriot que hace<br />
muestras de no oír, como que está ocupado explicando a Mateo por qué su padre decidió<br />
mandarle a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas cierto aire de<br />
importancia; aunque es audaz, no debe sentirse muy bien. Jesús vierte vino por tercera vez, en la<br />
copa común. Bebe y ofrece a los otros para que la beban. Luego entona un cántico, al que los<br />
otros acompañan. “Amo porque oye el Señor la voz de mis súplicas; porque inclinó a mis oídos.<br />
Lo invocaré por toda mi vida. Me habían sorprendido los lazos de la muerte” etc... (Sal 114). Una<br />
pausa brevísima, luego sigue cantando: “Tuve confianza por eso hablo. Pero me había<br />
encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento:«Todos los hombres son<br />
engañosos»”. Mira fijamente a Judas. La voz, cansada en esta noche, de mi Jesús toma aliento<br />
cuando exclama: “Es preciosa a los ojos de Dios la muerte de los santos” y “tú has roto mis<br />
cadenas. A ti sacrificaré hostia de alabanza, invocando el nombre del Señor”, etc. etc. (Sal.115).<br />
Otra breve pausa en el canto y luego sigue: “Alabad, naciones todas, al Señor: pueblos todos,<br />
alabadlo porque su misericordia ha quedado con nosotros y la fidelidad del Señor durará como<br />
la eternidad” ( Sal. 116). Otra breve pausa, y luego un himno largo: “Alabad al Señor que es<br />
bueno, porque su misericordia es eterna” (Sal. 117)... ■ Judas de Keriot canta tan desentonado<br />
que dos veces Tomás le obliga a tomar tono con su fuerte voz de barítono, y le mira fijamente.<br />
También los otros le miran porque generalmente entona bien y se gloría, como de sus otras<br />
dotes, de su voz. ¡Pero esta noche! Ciertas frases le turban y se detiene, lo mismo que ciertas<br />
miradas de Jesús cuando pone énfasis en ciertas frases. Una es: “Es mejor confiar en el Señor<br />
que en el hombre”. Otra es: “Tropezaba y estaba a punto de caer, pero el Señor me sostuvo”.<br />
Otra: “No moriré, antes viviré y cantaré las <strong>obra</strong>s del Señor”. Las dos siguientes parecen<br />
estrangular la garganta del traidor:“La piedra que los albañiles desecharon, ha sido convertida<br />
en piedra angular” y “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Terminado el salmo,<br />
mientras Jesús corta el cordero y lo reparte, Mateo pregunta a Judas Keriot: “¿Te sientes mal?”.<br />
Iscariote: “No. Déjame en paz. No te metas conmigo”. Mateo se encoge de hombros. ■ Juan,<br />
que oyó lo que Judas contestó, dice: “Tampoco el Maestro se encuentra bien. ¿Qué te pasa,<br />
Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o como si hubieras llorado mucho”, le abraza y<br />
reclina su cabeza sobre el pecho de Jesús. Iscariote, algo nervioso, dice: “Solo es que ha hablado<br />
mucho; y yo, lo único es que he andado mucho y he cogido frío”. Jesús se dirige a Juan: “Tu ya<br />
me conoces... y sabes qué es lo que me cansa...”.<br />
. ● “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer... Por otra parte, se ha de cumplir la<br />
Escritura: «levantó su calcañal»”.- ■ El cordero ha terminado. Jesús, que ha comido muy<br />
poco, que en lugar del poquísimo vino, ha bebido mucha agua como quien tiene fiebre, vuelve a<br />
tomar la palabra: “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os había dicho que el primero es<br />
como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de<br />
humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien porque lo<br />
soy. Si pues Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo el uno con el otro.<br />
Ejemplo os he dado para que, como Yo he <strong>obra</strong>do, obréis. Digo en verdad: el siervo no es<br />
superior al patrón, ni el apóstol más que Aquel que la ha constituido apóstol. Tratad de<br />
comprender estas cosas. Y, si comprendiéndolas, las ponéis por <strong>obra</strong>, seréis bienaventurados.<br />
Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me<br />
refiero a todos. Pero digo la verdad. ■ Por otra parte, debe cumplirse lo que está escrito respecto<br />
de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañal contra Mí». Os digo todo antes<br />
de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a Mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis<br />
todavía más que Yo soy Yo. El que me acoge a Mí, acoge a quien me ha enviado: al Padre santo<br />
que está en los Cielos. Y el que acoja a los que Yo envíe, me acogerá a Mí mismo. Porque Yo<br />
estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo”.<br />
* ANTIGUO RITO: 4ª COPA.<br />
El rito antiguo termina con el salmo 118.- ■ Jesús: “Ahora, terminemos el rito”. Echa<br />
nuevamente vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de darlo a los demás se pone de pie.<br />
Los demás le imitan y repiten un salmo anteriormente cantado: “Tuve confianza y por esto<br />
hablé...” (Sal.115). Y luego uno que parece que nunca va a acabar. Pero ¡qué bello! Creo que por<br />
lo que comienza y por lo largo que es, debe ser el salmo 118. Lo cantan de este modo: un trozo
134<br />
todos juntos, luego, por turnos, cada uno recita un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así<br />
hasta el final. ¡Me imagino que deberán tener sed al terminar!<br />
* EL NUEVO RITO: ESTO ES MI CUERPO, ÉSTA ES MI SANGRE.<br />
. ● “El pan y el vino cambian de naturaleza.- Mediante este milagro quedaremos siempre<br />
unidos”.- ■ Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Dice: “Ahora<br />
que hemos cumplido con el rito antiguo voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de<br />
amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había deseado esta Pascua. De hoy en<br />
adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante<br />
toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero<br />
amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos<br />
siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar. Jesús toma un pan entero. Lo pone<br />
sobre la copa, que está completamente llena de vino. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan<br />
en trece pedazos y da uno a cada apóstol, diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced<br />
esto en recuerdo de Mí, que me marcho”. Da el cáliz y dice: “Tomad y bebed. Ésta es mi<br />
Sangre. Esto es el cáliz del nuevo pacto (sellado) en mi Sangre y por mi Sangre, que será<br />
derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para daros Vida. Haced<br />
esto en recuerdo mío”. Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color le han<br />
abandonado. Parece como si estuviese agonizante. Los apóstoles le miran angustiados. ■ Se<br />
pone de pie diciendo: “No os mováis. Regreso pronto”. Toma el decimotercer pedazo de pan,<br />
toma el cáliz y sale del Cenáculo. Juan dice en voz baja: “Va donde está su Madre” (2). Judas<br />
Tadeo con un suspiro: “¡Pobre mujer!”. Pedro con una voz que apenas se oye: “¿Crees que Ella<br />
sabe?”. Judas Tadeo: “Sabe todo. Siempre lo ha sabido”. Todos hablan en voz baja, como si<br />
estuviesen ante un cadáver. Tomás, que no quiere aún creer, pregunta: “Pero ¿estáis seguro sea<br />
así?...”. Santiago de Zebedeo le responde: “¿Todavía dudas de ello? Es su hora”. Zelote dice:<br />
“Que Dios nos dé fuerzas para serle fieles”. Pedro empieza a decir: “¡Oh! yo...”. Pero Juan,<br />
que está alerta, hace: “Psss. Regresa”. ■ Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En<br />
su fondo, una mínima señal de vino, que bajo la luz de la lámpara parece realmente sangre.<br />
Judas Iscariote, que tiene delante de sí la copa, la mira como hechizado, y luego aparta su vista.<br />
Jesús le mira y tiene un sacudimiento que Juan, que está apoyado sobre su pecho, siente, y<br />
exclama: “¡Dilo, ¿no?! Tiemblas...”. Jesús: “No. No tiemblo porque tenga fiebre... Os he lo<br />
dicho todo y todo os lo he dado. No podía daros más. Os he dado a Mí mismo”. Hace ese<br />
dulce gesto suyo de sus manos, las cuales, antes juntas, ahora se separan y abren, mientras<br />
agacha la cabeza, como queriendo decir: «Perdonad que no pueda más. Pero es así». Y agrega:<br />
“Os he dicho todo, y todo os he dado. Y repito. El nuevo rito se ha realizado. Haced esto en<br />
memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro<br />
Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. Recordadlo,<br />
recordadlo. Incluso cuando estéis en una posición superior. Ningún discípulo está por encima de<br />
su Maestro. Como os lavé hacedlo vosotros. Esto es, amaos como hermanos, ayudándoos<br />
mutuamente, respetándoos unos a otros, dándoos mutuo ejemplo. Sed puros para que seáis<br />
dignos de comer del Pan vivo que ha descendido del Cielo y para que tengáis en vosotros y por<br />
Él la fuerza de ser mis discípulos en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi<br />
Nombre”.<br />
. ● “La mano de quien me traiciona está en esta mesa”.- ■ Jesús: “Pero uno de vosotros no<br />
está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por este motivo estoy profundamente<br />
conturbado dentro de mi corazón... La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi<br />
amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi palabra le hacen cambiar de su determinación, ni le<br />
hacen arrepentirse. Lo perdonaría, yendo a la muerte también por él”. Los discípulos se miran<br />
aterrorizados. Se miran, sospecha uno del otro. Pedro mira fijamente a Iscariote, como si<br />
descorriese el velo de sus sospechas. Judas Tadeo se pone violentamente en pie para mirar a<br />
Iscariote por encima de Mateo. Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez<br />
fijamente a Mateo como si sospechase de él. Luego mira a Jesús. Y, sonriendo, le pregunta:<br />
“¿Soy acaso Yo?”. Parece el más seguro de su fidelidad, y parece que si hace esta pregunta es<br />
solo para que la conversación no se interrumpa. Jesús le dice: “Tú lo has dicho, Judas de Simón.<br />
No Yo. Tú lo estás diciendo. Yo no te he nombrado. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu<br />
consejero interno, a tu conciencia, a esa conciencia que Dios Padre te ha dado para que te
135<br />
comportaras como un hombre, y mira si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si<br />
ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con solo decirlas, o incluso<br />
pensarlas, aunque sea por broma?”. Jesús habla con calma. Parece un maestro que explicara una<br />
tesis a sus discípulos. La agitación es grande, pero la calma de Jesús la aplaca. ■ De todas<br />
formas, Pedro, que es el que más sospecha de Iscariote --quizás también Tadeo, pero que se<br />
calma al ver la desenvoltura de Iscariote--, tira de la manga a Juan, y cuando Juan, que se había<br />
pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le dice en voz baja: “Pregúntale<br />
quién es”. Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que levanta un poco la cabeza, como<br />
para dar un beso a Jesús, y en voz bajísima le dice al oído: “Maestro, ¿quién es?”. Y Jesús, al<br />
devolverle el beso entre los cabellos, con voz bajísima: “Aquel a quien daré un pedazo de pan<br />
mojado”. Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen<br />
trozo, lo moja en la salsa del cordero que hay en la bandeja, extiende por encima de la mesa su<br />
brazo y dice: “Toma, Judas. Esto te gusta”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Me gusta, sí” y, sin<br />
saber lo que significa ese bocado, se lo come mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos<br />
para no ver la risa diabólica de Iscariote mientras muerde el trozo de pan acusador. ■ Jesús dice<br />
a Iscariote: “Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado, <strong>aquí</strong> (y hace<br />
hincapié es esta palabra.). Lo que te falta por hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de<br />
Simón”. Iscariote: “Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en<br />
Getsemaní. ¿Vas a ir allá o no? ¿Cómo de costumbre?”. Jesús: “Voy a ir allá... como de<br />
costumbre... de veras”. Pedro pregunta: “¿Qué va a hacer? ¿Va solo?”. Iscariote, mientras se<br />
pone el manto, en tono socarrón, dice: “No soy ningún niño”. Jesús responde: “Déjalo que se<br />
vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse”. Pedro dice: “Sí, Maestro”, pero no replica. Tal<br />
vez se imagina que ha faltado contra la caridad por haber sospechado de un compañero. Con la<br />
mano en la frente, piensa. ■ Jesús estrecha hacia Sí a Juan y le susurra otra cosa entre sus<br />
cabellos: “Por ahora no digas nada a Pedro. Sería un inútil escándalo”. Iscariote dice<br />
despidiéndose: “Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos”. Jesús le responde: “Hasta<br />
pronto”. Pedro: “Te devuelvo el saludo, muchacho”. Juan, con la cabeza casi apoyada sobre<br />
las rodillas de Jesús, murmura: “¡Satanás!”. Jesús es el único que le oye, y da un suspiro.<br />
* CONCLUSIÓN DE LA CENA.<br />
. ● “Un milagro que por su forma, duración, naturaleza, límite, no puede ser mayor”.- ■<br />
Pasan unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo mientras maquinalmente acaricia<br />
los rubios cabellos de Juan. Luego reacciona. Alza la cabeza, mira en derredor suyo, sonríe a<br />
sus discípulos para consolarlos. Dice: “Levantémonos y sentémonos juntos como los hijos se<br />
sientan alrededor de su padre”. Toman los asientos lechos que están detrás de la mesa (los de<br />
Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado. Jesús<br />
se sienta en el suyo, entre Santiago y Juan como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse<br />
en el lugar que dejó Iscariote, grita: “No, ahí, no”. Un grito impulsivo que su inmensa prudencia<br />
no logra controlar. Luego busca una explicación, diciendo: “No es necesario tanto espacio.<br />
Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí”. ■ Ahora, respecto a la mesa<br />
están así: o sea, forman una «U» con Jesús en el centro, y, en frente, la mesa, una mesa ya sin<br />
comida, y el lugar de Judas. Santiago de Zebedeo llama a Pedro. “Siéntate, <strong>aquí</strong>. Yo me siento<br />
en este banco, a los pies de Jesús”. Pedro dice: “¡Que Dios te bendiga, Santiago! ¡Lo estaba<br />
deseando!”, y se arrima a su Maestro, que viene a hallarse estrechado entre Juan y Pedro, y tiene<br />
a Santiago a los pies. Jesús sonríe: “Veo que empiezan a surtir efecto las palabras que antes os<br />
dije. Los buenos hermanos, se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, también te digo: «Dios<br />
te bendiga». Esta acción tuya jamás será olvidada, y hallarás premiada arriba. ■ Todo lo que<br />
pido, lo alcanzo. Ya lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo<br />
darse en Comida al hombre. Con todo lo que ha sucedido ahora ha sido glorificado el Hijo del<br />
hombre, porque el milagro, sólo posible para los amigos de Dios, es testimonio de poder.<br />
Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Este es un<br />
milagro que por su forma, duración, naturaleza, por su magnitud y límites a que llega, no<br />
admite otro posible mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural, inconcebible a los<br />
ojos del hombre soberbio que muy pocos lo comprenderán como debe entenderse, y muchos lo<br />
negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? No. ¡Que se les tenga piedad! Pero, cuanto<br />
mayor es el milagro, mayor es la gloria que recibe su autor. Ha sido Dios mismo el que lo hizo.
136<br />
Es Dios mismo quien dice: «Este amado mío ha alcanzado lo que ha querido, y Yo lo he<br />
concedido, porque grande es la gracia que posee ante mis ojos». Y <strong>aquí</strong> dice: «Ha alcanzado una<br />
gracia sin límites, como infinito es el milagro que ha realizado». La gloria que de Dios revierte<br />
en el autor del milagro y la gloria que del autor del milagro revierte en el Padre son parejas:<br />
porque toda gloria sobrenatural, que viene de Dios, regresa a su origen. ■ Y la gloria de Dios,<br />
aun siendo ya infinita, crece y crece y resplandece más por la gloria de sus santos. Por lo cual<br />
afirmo: de la misma forma que el Hijo del hombre ha sido glorificado por Dios, Dios ha sido<br />
glorificado por el Hijo. Yo he glorificado a Dios en Mí mismo, a su vez Dios glorificará en Sí a<br />
su Hijo. Muy pronto le glorificará. Alégrate, Tú que regresas a tu trono, ¡oh Esencia espiritual<br />
de la Segunda Persona! Alégrate, ¡oh Carne que vuelves a subir después de un largo destierro en<br />
el fango! No es el paraíso de Adán sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás. Si por<br />
órdenes de Dios, un hombre detuvo el sol con la admiración de todos ( Jos.10,10-15), ¿qué no<br />
sucederá en los astros cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente<br />
glorificado sube y se sienta a la derecha del Padre?”.<br />
. ● “Donde voy, ni siquiera Ella, que tiene todo (nada hay que añadir) y todo lo ha dado,<br />
puede ir”.- ■ Jesús: “Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros; luego, me buscaréis<br />
como los huérfanos suelen buscar al padre o a la madre muertos. Con las lágrimas en los ojos<br />
iréis hablando de Él y en vano llamaréis al mudo sepulcro, y luego llamaréis a las puertas azules<br />
del Cielo, con el ansia de un alma en busca de amor, preguntando: «¿Dónde está nuestro Jesús?<br />
Queremos tenerle. Sin Él ya no hay luz, ni alegría, ni amor en el mundo. O devolvédnoslo o<br />
dejádnos entrar. Queremos estar donde Él está». Pero, por ahora, no podéis ir a donde Yo voy.<br />
Esto mismo se lo dije a los Judíos: «Luego me buscaréis, pero a donde Yo voy vosotros no<br />
podéis ir». Lo mismo os digo a vosotros. ■ Pensad en mi Madre... Ni siquiera Ella podrá ir a<br />
donde voy Yo. Y, sin embargo Yo dejé el Padre para venir donde Ella y hacerme Jesús en su<br />
vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso; y de su amor, hecho<br />
leche, me nutrí. Yo estoy hecho de pureza y de amor porque <strong>María</strong> me nutrió con su virginidad<br />
fecundada por el Amor perfecto que vive en el Cielo (3). Yo crecía con sus fatigas y lágrimas...<br />
Y, sin embargo, le pido un heroísmo, cual nunca se ha realizado, y que respecto al de Judit (Judit<br />
10,13), al de Yael (Jue. 4-5) no tiene comparación. Y, con todo, nadie la iguala en amor a Mí. Y,<br />
pese a todo esto, la dejo y me voy a donde Ella no irá sino después de mucho tiempo. ■ Para<br />
Ella no es el mandato que os doy a vosotros: «Santificaos año por año, mes por mes, día tras<br />
día, hora tras hora, para que podáis venir a Mí, cuando llegue vuestra hora». En Ella reside toda<br />
clase de gracias y santidad. Es la criatura que ha tenido todo y que todo lo ha dado. Nada hay<br />
que añadir en Ella, y nada hay que quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios”.<br />
. ● “Para llegar donde Yo voy; amaos los unos a los otros: por esto se conocerá que sois<br />
mis discípulos”.- ■ Jesús: “Pero para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde esté<br />
Yo y de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús, os doy un mandamiento nuevo: que os<br />
améis los unos a los otros. Así como Yo os he amado, amaos igualmente los unos a los otros.<br />
Por esto se conocerá que sois mis discípulos. ■ Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿en qué se<br />
sabe que son sus hijos? No tanto por el aspecto físico --porque hay hombres que son en todo<br />
semejantes a otro hombre con el que no tienen ninguna relación de sangre, y ni siquiera de<br />
nación--, cuanto por el amor común a la familia, a su padre y entre sí mismos. E incluso cuando<br />
muere el padre, la familia buena no se disgrega, porque la sangre es una, la que el padre<br />
comunicó y anuda vínculos que ni siquiera la muerte destruye, porque el amor es más fuerte que<br />
la muerte(Cant.8,6). Pues bien, si vosotros me amáis aun después de que os deje, todos<br />
reconocerán que sois mis hijos, y, por tanto, mis discípulos, y que, habiendo tenido un único<br />
padre, entre vosotros sois hermanos”.<br />
. ● “Antes de que el gallo lance su canto, Pedro, tres veces me negarás”.- ■ Pedro pregunta:<br />
”Señor, Jesús, ¿pero a dónde te vas?”. Jesús: “Me voy a donde por ahora no puedes seguirme.<br />
Pero más tarde me seguirás”. Pedro: “¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre desde que<br />
me dijiste: «Sígueme». Sin pena alguna he dejado todo... ahora, no es justo ni correcto de tu<br />
parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Ti, Tú que eres todo para mí, que dejé lo poco que<br />
antes tenía. ¿Vas a la muerte? Está bien. También Yo voy. Iremos juntos al otro mundo. Pero<br />
antes te habré defendido. Estoy dispuesto a morir por Ti”. Jesús: “¿Que morirás por Mí?<br />
¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad, te aseguro: antes de que cante el gallo me negarás tres
137<br />
veces. Estamos en la primera vigilia, luego vendrá la segunda... y después la tercera. Antes de<br />
que lance su canto el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor”. Pedro: “¡Imposible, Maestro!<br />
Creo todo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro de mí”. Jesús: “En estos momentos lo estás,<br />
porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios encarnado será hecho<br />
preso y no lo tendréis más. Y Satanás, después de haberos engañado --tu misma seguridad es<br />
una astucia de Satanás, una treta para engañarte-- os llenará de espanto. Os insinuará: «Dios no<br />
existe. Yo sí existo». Y, dado que, a pesar de que el espanto os empañe la mente, todavía<br />
razonaréis, lo que comprenderéis será que si Satanás es el amo de esa hora, es que ha muerto el<br />
Bien y lo que <strong>obra</strong> es el Mal; que el espíritu ha sido abatido y triunfa lo humano. Entonces<br />
quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo, y, en medio del desconcierto<br />
propio de los vencidos, os doblegaréis ante el vencedor, y, para evitar que os maten, renegaréis<br />
del héroe caído. ■ Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed<br />
en Dios, creed también en Mí. Contra todas las apariencias, creed en Mí. Que crea en mi<br />
misericordia y en la del Padre tanto el que se quede como el que huya; tanto el que calle como el<br />
que abra su boca para decir: «No le conozco». De igual modo, creed en mi perdón. Y creed que,<br />
cualquiera que sean vuestras acciones en el futuro, en el Bien y en mi Doctrina, por lo tanto en<br />
mi Iglesia, esas acciones os darán un igual lugar en el Cielo”.<br />
. ● “En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Y ya sabéis dónde voy y sabéis el<br />
camino....Yo soy el Camino la Verdad y la Vida”.- ■ Jesús: “En la casa de mi Padre hay<br />
muchas moradas. Si no fuese así, os lo habría dicho. Porque Yo voy por delante. A preparar un<br />
lugar para vosotros. ¿No hacen, acaso, eso los buenos padres, cuando tienen que llevar a otra<br />
parte a sus hijitos? Van por delante, preparan la casa, los muebles, lo necesario. Y luego vuelven<br />
y toman consigo a sus más amadas criaturas. Eso hacen, por amor. Para que a sus pequeñuelos<br />
nada les falte, ni se sientan incómodos en el nuevo país. Lo mismo hago Yo, y por el mismo<br />
motivo. Ahora me marcho. Cuando haya preparado para cada uno su puesto en la Jerusalén<br />
celestial, regresaré y os tomaré conmigo, para que estéis conmigo donde Yo estoy, donde ya no<br />
habrá muerte ni lutos ni llanto ni gritos ni hambre ni dolor ni tinieblas ni quemazón, sino solo<br />
luz, paz, felicidad, y canto. ¡Oh, canto de los Cielos altísimos cuando los doce elegidos estén<br />
sentados sobre tronos con los doce patriarcas de las tribus de Israel, y --encendidos en el fuego<br />
del amor espiritual-- canten, en medio del océano de la felicidad, el cántico eterno al que<br />
acompañará el eterno aleluya del ejército angelical!... Quiero que donde voy a estar estéis<br />
vosotros.■ Y ya sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”. Tomás pregunta: “¡Pero, Señor! No<br />
sabemos nada. Nos debes decir a dónde vas. ¿Cómo podremos saber el camino que debemos<br />
tomar para ir a Ti, y abreviar la espera?”. Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Muchas<br />
veces os lo he dicho y explicado. Y, en verdad, algunos que ni siquiera sabían que existía un<br />
Dios, os han tomado ya la delantera dirigiéndose por mi camino. Oh, ¿dónde estás tú, oveja<br />
extraviada de Dios traída por Mí de nuevo al rebaño?, ¿dónde estás tú que resucitaste en el<br />
alma?”. Tomás pregunta: “¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De <strong>María</strong> hermana de Lázaro? Está allí,<br />
con tu Madre en la otra habitación. ¿Quieres que venga? ¿O quieres que venga Juana? Debe<br />
estar en su palacio. ¿Quieres que vayamos a llamarla?”. Jesús: “No. No me refiero a ellas...<br />
Pienso en aquella que sólo se dejará ver en el Cielo (4)... y en Fontinai (4)... Ellas me<br />
encontraron. No se han separado de mi camino. A una señalé al Padre como el Dios verdadero,<br />
y al Espíritu cual levita en esta adoración individual. A la otra, que ni siquiera sabía que tenía<br />
alma, le dije: «Mi nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy<br />
quien busca a los extraviados; soy quien da la Vida, la Verdad, la Pureza. Quien me busca, me<br />
halla». Y ambas encontraron a Dios... Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en<br />
seres más fuertes que Judit... Voy, voy donde estáis... Vosotras me consoláis... ¡Sed<br />
benditas!...”.<br />
. ● “Muéstranos al Padre”.- ■ Felipe pide: “Señor, muéstranos al Padre y seremos como<br />
estas mujeres”. Jesús: “Hace tiempo que estoy con vosotros, y tú, Felipe, ¿todavía no me has<br />
conocido? Quien me ve a Mí ve al Padre ¿Cómo puedes decir, «Muéstranos al Padre»? ¿No<br />
logras creer que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que os estoy diciendo no<br />
os las digo por Mí, sino que el Padre, que mora en Mí, cumple cada una de mis <strong>obra</strong>s. ¿No<br />
creéis que estoy en el Padre y Él en Mí? ¿Qué debo decir para haceros creer? Pues si no creéis<br />
en las palabras creed al menos a las <strong>obra</strong>s. Yo os digo y os lo digo con verdad: el que cree en Mí
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hará las <strong>obra</strong>s que Yo hago, y las hará aún mayores, porque voy al Padre. ■ Y todo cuanto<br />
pidáis al Padre en mi nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y haré<br />
todo lo que me pidáis en nombre de mi Nombre. Mi Nombre, en lo que realmente es, es<br />
conocido por Mí solo y por el Padre que me ha engendrado y por el Espíritu que de nuestro<br />
Amor procede. En virtud de este Nombre todo es posible. Quien piensa en mi Nombre con<br />
amor, me ama, y obtiene”.<br />
. ● “El Padre os dará otro Consolador”.- ■ Jesús: “Pero no basta amarme, es necesario<br />
observar mis mandamientos para tener el verdadero amor. Son las <strong>obra</strong>s las que dan testimonio<br />
de los sentimientos. Y por este amor rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, que<br />
permanezca para siempre con vosotros, Uno a quien Satanás y el mundo no podrán hacer daño<br />
alguno, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir ni herir, porque ni le ve ni le<br />
conoce. Se burlará de Él, pero Él es tan excelso que el escarnio no le podrá herir; mientras que,<br />
misericordiosísimo sobre toda medida, estará siempre con quien lo amare, aunque sea pobre y<br />
débil. Vosotros le conoceréis, porque ya vive con vosotros y pronto estará en vosotros”.<br />
. ● “No os dejaré huérfanos. Volveré a vosotros... y los modos de mis regresos son...<br />
porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad.... El E. S, os<br />
enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.- ■ Jesús: “No os<br />
dejaré huérfanos. Ya os he dicho: «Volveré a vosotros». Pero antes de que llegue la hora de<br />
venir a recogeros para ir a mi Reino, Yo vendré; a vosotros vendré. Dentro de poco el mundo ya<br />
no me verá. Pero vosotros me veis y me veréis. Porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque Yo<br />
viviré y vosotros también viviréis. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en<br />
Mí, y Yo en vosotros. Porque el que acoge mis preceptos y los observa es el que me ama, y el<br />
que me ama será amado por mi Padre y poseerá a Dios, porque Dios es caridad y quien ama<br />
tiene en sí a Dios. Y Yo le amaré, porque en él veré a Dios, y me manifestaré a él dándome a<br />
conocer en los secretos de mi amor, de mi sabiduría, de mi Divinidad encarnada. ■ Estos serán<br />
los modos de mis regresos a los hijos del hombre, a quienes amo, aunque sean débiles o incluso<br />
enemigos. Pero éstos serán solo débiles, y Yo los fortaleceré. Les diré: «¡Levántate!», gritaré:<br />
«¡Sal fuera!», ordenaré: «Sígueme», mandaré: «Oye», avisaré: «Escribe»... y vosotros estáis<br />
entre éstos”. Judas Tadeo pregunta: “¿Por qué, Señor, te manifiestas a nosotros y no al<br />
mundo?”. Jesús: “Porque me amáis y observáis mis palabras. Quien hiciere así, mi Padre le<br />
amará y Nosotros iremos a él y haremos en él nuestra mansión; mientras que el que no me ama<br />
no pone por <strong>obra</strong> mis palabras y <strong>obra</strong> según la carne y el mundo. ■ Ahora bien, tened en cuenta<br />
que lo que os he dicho no son palabras de Jesús de Nazaret sino palabras del Padre, porque Yo<br />
soy el Verbo del Padre, que me ha enviado. Os he dicho todas estas cosas, conversando de este<br />
modo, con vosotros, porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad y<br />
de la Sabiduría. Pero todavía no podéis comprender ni recordar. Mas, cuando venga a vosotros<br />
el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, podréis comprender, y os<br />
enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.<br />
. ● “La paz que os doy es más profunda: es mi Espíritu de paz”.- ■ Jesús: “Mi paz os<br />
dejo. Mi paz os doy. Os la doy no como la da el mundo, y ni siquiera como hasta ahora os la he<br />
dado: saludo bendito del Bendito a los bendecidos. La paz que ahora os doy es más profunda.<br />
En este adiós, os comunico a Mí mismo, mi Espíritu de paz, de la misma manera que os he<br />
comunicado mi Cuerpo y mi Sangre, para que tengáis en vosotros una gran fuerza en la batalla<br />
que se acerca. Satanás y el mundo declaran su guerra contra vuestro Jesús. Es su hora.<br />
Conservad en vosotros la Paz, mi Espíritu que es espíritu de Paz, porque Yo soy el Rey de la<br />
Paz (Is.9,6-7). Tened esta paz para no sentiros demasiado desvalidos. Quien sufre teniendo la paz<br />
de Dios dentro de sí, sufre, pero ni blasfema ni se desespera”.<br />
. ● “Voy donde Aquel que es mayor que Yo... Él completará la <strong>obra</strong> del Verbo... La<br />
lluvia (Sangre de Jesús) y el Sol del Paráclito transformarán las semillas en árboles...”.- ■<br />
Jesús: “No lloréis. También habéis oído que os he dicho: «Me voy donde el Padre y luego<br />
regresaré». Si me amaseis por encima de la carne, os alegraríais inmensamente, porque voy<br />
donde el Padre después de este largo destierro... Voy a donde Aquél que es mayor que Yo y que<br />
me ama. Os lo digo ahora, antes de que se cumpla --como también os he revelado todos los<br />
sufrimientos del Redentor antes de ir a ellos-- para que, cuando todo se cumpla, creáis más en<br />
Mí. ¡No os turbéis de ese modo! No perdáis los ánimos. Vuestro corazón tiene necesidad de
139<br />
control... ■ Poco me queda para hablaros...¡y todavía tengo mucho que quisiera deciros!<br />
Llegado al final de esta evangelización mía, me parece como si no hubiera dicho todavía nada, y<br />
que mucho, mucho quede por hacer. Vuestro estado aumenta en Mí esta sensación. ¿Qué diré<br />
entonces? ¿Que no he cumplido bien con mi función?, ¿o que vosotros sois tan duros de<br />
corazón, que para nada ha servido mi <strong>obra</strong>? ¿Dudaré? No. Pongo mi confianza en Dios, y os<br />
pongo a vosotros, mis predilectos, en sus manos. Él completará la <strong>obra</strong> de su Verbo. No soy<br />
como un padre que está a punto de morir y a quien no le queda otra luz más que la<br />
humana; Yo espero en Dios. Y, aun sintiendo en Mí el apremio de daros todos los consejos de<br />
que os veo necesitados, y aun sintiendo que el tiempo huye, voy tranquilo a mi destino. Sé que<br />
sobre las semillas caídas en vosotros está por descender una lluvia, una lluvia que las hará<br />
germinar a todas ellas; y luego vendrá el sol del Paráclito, y las semillas se transformarán en<br />
árboles corpulentos. ■ Muy pronto llegará el príncipe de este mundo, aquel con quien Yo nada<br />
tengo que ver; y, si no hubiera sido por la finalidad de redimiros, no podría nada sobre Mí. Pero<br />
esto sucede para que el mundo sepa que amo al Padre y que le amo hasta la obediencia de<br />
muerte y que por eso hago lo que me ha mandado”.<br />
. ● “Yo soy la verdadera Vid. El sarmiento, separado de la vid, no puede producir<br />
fruto”.- ■ Jesús: “Es hora de marcharnos. Levantaos. Oid las últimas palabras. Yo soy la<br />
verdadera Vid vosotros los sarmientos. El Padre es el agricultor. A todo sarmiento que no<br />
produce fruto el Padre lo corta, y al que produce fruto lo poda para que dé más fruto. Os habéis<br />
ya purificado con mi palabra. Permaneced en Mí, y Yo estaré en vosotros para que lo sigáis<br />
estando. El sarmiento que ha sido separado de la vid no puede producir fruto. De igual modo<br />
vosotros, si no permaneciereis en Mí. Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos. El que<br />
permanece unido a Mí, produce muchos frutos; pero si uno se separa, se convierte en rama seca<br />
que se arroja al fuego para que se queme. Porque de no estar unidos a Mí, no podéis producir<br />
fruto alguno. Permaneced, pues, en Mí y que mis palabras queden en vosotros; y luego pedid<br />
cuanto queráis que se os dará. ■ Mi Padre, cuanto más fruto deis y cuanto más discípulos míos<br />
seáis, más glorificado será. Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado.<br />
Permaneced en mi amor que salva. Si me amáis seréis obedientes. La obediencia aumenta el<br />
amor recíproco. No digáis que estoy repitiendo lo mismo. Conozco vuestra debilidad. Quiero<br />
que os salvéis. Os digo estas cosas para que la alegría que os he querido dar esté en vosotros, y<br />
sea completa. ¡Amaos, Amaos! Éste es mi nuevo mandamiento. Amaos unos a otros más de lo<br />
que cada uno se ame a sí mismo (5). El amor del que da su vida por sus amigos es mayor que<br />
cualquier otro. Vosotros sois mis amigos y doy mi vida por vosotros. Haced lo que os he<br />
enseñado y mandado”.<br />
. ● “Si Tú nos has escogido, ¿por qué escogiste a un traidor?”.-Mandamiento del amor.-<br />
“¡Cuántos traidores encontraréis...! ... Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el<br />
Amor”.- ■ Jesús: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor,<br />
mientras que vosotros sabéis lo que Yo hago. Todo lo sabéis acerca de Mí. Me he manifestado a<br />
vosotros, pero no sólo esto, sino que también os he revelado al Padre y al Paráclito y todo lo que<br />
he oído a Dios. No sois vosotros los que os habéis elegido; fui Yo quien os he elegido y os he<br />
elegido para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de<br />
los evangelizados y vuestro fruto permanezca, y el Padre os conceda lo que pidáis en mi<br />
Nombre. ■ No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si<br />
todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?». No preguntéis ni siquiera quién sea ése. No es un<br />
hombre. Es Satanás. Se lo dije al amigo fiel (Lázaro) y lo he dejado decir al hijo predilecto<br />
(Juan). Es Satanás. Si Satanás, el eterno comediante, no se hubiera encarnado en cuerpo mortal,<br />
este hombre poseído no hubiera podido escapar a mi poder. He dicho «poseído». No. Es algo<br />
mucho más: es uno que está anulado en Satanás” (6). Santiago de Alfeo pregunta: “¿Por qué, Tú<br />
que has expulsado los demonios no lo libraste de él?”. Jesús: “¿Me lo preguntas, porque<br />
amándome, tienes miedo de ser tú el traidor? No temas”. Los demás discípulos a su vez,<br />
temerosos, preguntan: “¿Entonces yo?”.“¿Yo?”. “¿Yo?”. Jesús les dice: “Callaos. No diré su<br />
nombre. Tengo misericordia, tenedla también vosotros”. Le preguntan: “Pero, ¿por qué no le<br />
venciste? ¿No pudiste?”. Jesús: “Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara<br />
para matarme, habría debido exterminar la raza humana antes de su Redención (7). ¿Qué habría<br />
redimido entonces?”. ■ Pedro, cayendo de rodillas ante Jesús y zarandeándole frenéticamente
140<br />
como si estuviera bajo el influjo de un delirio: “Dímelo, Señor, dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? ¿Me<br />
examino? No me parece serlo. Pero Tú... Tú me dijiste que te negaré... Y tiemblo de<br />
miedo...¡Oh, qué horror ser yo!”. Jesús: “No, Simón de Jonás. No eres tú”. Pedro: “¿Por qué me<br />
llamas por mi nombre y no me dices «Piedra»? ¿He vuelto acaso a ser Simón? ¿Lo ves? Lo<br />
estáis diciendo...¡Soy yo! Pero, ¿cómo ha sido posible? Decidlo... decidlo vosotros... ¿Cuándo<br />
fue el momento en que pude haberme convertido en traidor?.... ¡Simón!... ¡Juan!... ¡Hablad!...”.<br />
Jesús: “¡Pedro, Pedro, Pedro! Te he llamado Simón porque me he acordado de la primera vez<br />
que te vi, cuando eras Simón. Y pienso que has sido siempre leal desde aquel primer momento.<br />
No eres tú. Te lo aseguro Yo que soy la Verdad”. Pedro: “Entonces ¿quién?”. Tadeo, que no<br />
logra contenerse más, grita: “¡Quién otro sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?”.<br />
Pedro grita a su vez: “¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué?”. Jesús: “Silencio. Es Satanás.<br />
No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?”. Pedro: “A buscarle”. Jesús: “Deja<br />
inmediatamente tu manto y tu espada. ¿O quieres que te expulse y te maldiga?”. Pedro: “¡No,<br />
no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo... pero yo... ¿Deliro acaso? ¡oh, oh!”. Pedro echado por tierra llora<br />
a los pies de Jesús. ■ Jesús: “Os doy el mandamiento de que os améis. Y que perdonéis.<br />
¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe odio, en vosotros debe existir solo amor. Un amor<br />
hacia todos. ¡Cuántos traidores encontraréis en vuestro camino! Pero no debéis odiarlos, y<br />
devolverles mal por mal. Si eso hiciereis, el Padre os aborrecerá a vosotros. Antes que vosotros<br />
fui odiado Yo y traicionado. Y ya veis que Yo no odio. El mundo no puede amar lo que no es<br />
como él. Por lo tanto, no os amará. Si fueseis suyos, os amaría; pero no sois del mundo, porque<br />
Yo os he tomado de entre el mundo. Y por este motivo os odia. Os he dicho: el siervo no es más<br />
que su señor. Si me han perseguido a Mí, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran<br />
escuchado a Mí también os escucharían a vosotros. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre,<br />
porque no conocen, porque no quieren conocer a quien me ha enviado. Si no hubiera Yo<br />
venido y no les hubiese hablado, no serían culpables; pero ahora su pecado no tiene disculpa.<br />
Han visto mis <strong>obra</strong>s, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre.<br />
Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron<br />
sin motivo alguno»” (Sal 34,19).<br />
. ● “El Paráclito divino os dará la Verdad entera... os anunciará el futuro”.- ■ Jesús:<br />
“Mas cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará<br />
testimonio de Mí, y también vosotros lo daréis, porque desde el principio habéis estado<br />
conmigo. Os digo esto para que cuando llegue la hora no quedéis acobardados ni<br />
escandalizados. Pronto va a llegar el tiempo en que os echen de las sinagogas y en que el que os<br />
mate pensará que con ello está dando culto a Dios. No han conocido ni al Padre ni a Mí. En esto<br />
está su atenuante. Estas cosas no os las había dicho con tanta amplitud antes de ahora porque<br />
erais como niños recién nacidos. Pero ahora vuestra madre os deja. ■ Yo me voy. Debéis<br />
acostumbraros a otra clase de alimento. Quiero que lo conozcáis. Ya ninguno me pregunta de<br />
nuevo: «¿A dónde vas?». La tristeza os ha vuelto mudos. Y, no obstante, es también bueno para<br />
vosotros que me marche; si no, el Consolador no vendrá. Yo os lo enviaré. Y, cuando venga,<br />
por medio de la sabiduría y de la palabra, las <strong>obra</strong>s y el heroísmo que infundirá en vosotros,<br />
convencerá al mundo de su pecado deicida, y de justicia en orden a mi santidad. Y el mundo se<br />
dividirá claramente en dos partes: la de los réprobos, enemigos de Dios, y en la de los creyentes.<br />
Éstos serán más o menos santos, según su voluntad. Pero se juzgará al príncipe del mundo y a<br />
sus secuaces. No puedo deciros más, porque por ahora no lo podéis comprender. Pero Él, el<br />
Paráclito divino, os dará la Verdad entera porque no hablará de Sí mismo, sino que dirá todo lo<br />
que ha oído de la Mente de Dios, y os anunciará el futuro. Tomará lo que de Mí viene --o sea,<br />
aquello que es igualmente del Padre-- y os lo dirá. Todavía un poco nos veremos. Luego ya no<br />
me veréis. Después todavía un poco, y me veréis de nuevo”.<br />
. ● Última parábola: mujer en cinta: vuestra tristeza se transformará en alegría: solo os<br />
alimentaréis de verme de nuevo. Desde ese momento podréis pedir todo en mi Nombre.-<br />
■ Jesús: “Hacéis comentarios entre vosotros y en vuestro corazón. Oid una parábola. La última<br />
que os dice el Maestro. Cuando una mujer está en cinta y le llega la hora del parto, se encuentra<br />
muy afligida porque sufre y llora. Pero, cuando da a luz a su hijito y le estrecha contra su<br />
corazón, cesa toda pena y la tristeza se transforma en alegría porque un nuevo ser ha venido al<br />
mundo. Lo mismo vosotros. Lloraréis, y el mundo se reirá a costa de vosotros. Pero luego
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vuestra tristeza se transformará en alegría, una alegría que el mundo jamás conocerá. Vosotros<br />
ahora estáis tristes; pero cuando volváis a verme, vuestro corazón se llenará de una alegría tal<br />
que nadie podrá arrebatárosla, una alegría tan completa, que acallará toda necesidad de pedir,<br />
tanto para la mente como para el corazón como para el cuerpo. Solo os alimentaréis de verme<br />
de nuevo, y olvidaréis las demás cosas. ■ Y, precisamente, desde ese momento, podréis pedir<br />
todo en mi Nombre, y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea cada vez mayor. Pedid,<br />
pedid, y recibiréis. Llega la hora en que podré hablaros abiertamente del Padre. Ello será porque<br />
habréis sido fieles en la prueba y todo habrá quedado superado; vuestro amor será, pues,<br />
perfecto porque os habrá dado fuerza en la prueba. Y lo que os falte a vosotros Yo os lo añadiré<br />
tomándolo de mi inmenso tesoro y diré: «Padre, Tú lo ves: éstos me han amado y creído que he<br />
venido de Ti». Bajé a este mundo y ahora lo dejo y voy al Padre, y rogaré por vosotros”. ■<br />
Apóstoles: “¡Oh, ahora te explicas! Ahora comprendemos lo que quieres decir y entendemos que<br />
sabes todo y respondes sin que nadie te pregunte. ¡Verdaderamente vienes de Dios!”. Jesús:<br />
“¿Creéis ahora? ¿En el último momento? ¡Llevo tres años hablándoos! Pero es que ya ha<br />
empezado a <strong>obra</strong>r en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre no venida de<br />
hombre, y os comunican el primer estremecimiento de deificación. Llegaréis a ser dioses si<br />
perseveráis en mi amor y en ser míos. No como se lo dijo Satanás a Adán y a Eva, sino como<br />
Yo os lo digo (Gén.3,1-7). Es el verdadero fruto del árbol del Bien y de la Vida (Gén.3,22-24). Quien<br />
se alimente de él vence al Mal y la muerte no tiene poder. Quien coma de él, vivirá para<br />
siempre y se convertirá en «dios» en el Reino divino. Vosotros seréis dioses si permanecéis<br />
en Mí. Y sin embargo..., pues, a pesar de tener en vosotros este Pan y esta Sangre --pues está ya<br />
llegando la hora en que os dispersaréis--, os marcharéis por vuestra cuenta y me dejaréis sólo...<br />
Pero no estoy solo. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre, Padre, no me abandones! Todo os lo he<br />
dicho... para que tengáis paz... mi paz. Todavía os veréis atribulados, pero tened confianza, que<br />
Yo he vencido al mundo”.<br />
. ● Después de recitar la sublime plegaria de Jesús, transmitida por el Evangelista Juan,<br />
hacia el Getsemaní.- ■ Jesús se pone de pie, abre los brazos en cruz y recita al Padre, con un<br />
rostro radiante, la sublime plegaria que Juan nos transmitió íntegra (8). Se oyen más o menos los<br />
sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno. Jesús les bendice. Luego dice: “Tomemos los<br />
mantos, y vayámonos. Andrés, di al dueño de la casa que deje todo así, porque es mi voluntad.<br />
Mañana... os dará júbilo volver a ver este lugar”. Jesús lo mira. Parece como si bendijese las<br />
paredes, los muebles, todo. Luego se echa encima el manto y sale, seguido de sus discípulos. ■<br />
A su lado va Juan sobre el que se apoya. Juan le pregunta: “¿No te despides de tu Madre?”.<br />
Jesús: “No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido”. Simón, con la antorcha que ha encendido,<br />
ilumina el ancho corredor que lleva a la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a<br />
la calle. Y, con una especie de llave, cierra por afuera. Se ponen en camino. (Escrito el 9 de<br />
Marzo de 1945).<br />
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1 Nota : Significado del lavado de los pies. En esta Obra, como en la Liturgia romana vespertina del Jueves Santo,<br />
el Lavatorio de los pies precede al rito eucarístico, para enseñar que nadie debe participar en el Banquete divino si no<br />
es muy caritativo, profundamente humilde, completamente puro.<br />
2 Nota : S. Justino, que nació en Palestina y vivió en Roma, que fue filósofo y teólogo de la época sub-apostólica,<br />
en su Apología 1ª, compuesta hacia el año 150, escribe que los diáconos, al terminar el Sacrificio, llevaban la<br />
Eucaristía a los ausentes.<br />
3 Nota : El venerable Sr. Arzobispo Alfonso Carinci al leer estas y semejantes alabanzas tributadas a <strong>María</strong> en esta<br />
Obra, solía decir: “Estos libros no pueden venir de la cabeza del Demonio, por qué éste no la lleva nada con la<br />
Virgen”.<br />
4 Nota : a) Aglae: es la mujer «Velada». Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae. b) Fotinai: es el nombre de la<br />
samaritna de Sicar con la que Jesús se encontró junto al pozo de Jacob. Cfr. Ju.4,4-42.<br />
5 Nota : El antiguo mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev.19,18) es elevado a una mayor<br />
perfección (Cfr. Mt.5,17) al decir: “Amaos mutuamente como os he amado”. (Ju.15,12) Esta Obra al decir “Amaos<br />
mutuamente más de lo que cada uno se ama a sí mismo” expresa claramente lo que se lee en: Ju.15,13; Rom. 5,6-8;<br />
Ef.5,1-2; 1 Ju.2,3-11; 3,11-24, porque sin duda, Jesús, nuestro modelo, nos amó más que a Sí mismo (Cfr.<br />
Hebr.12,1-4).<br />
6 Nota : Habiéndose entregado voluntaria y completamente al servicio de Satanás. Como Pablo con toda verdad<br />
llegó a decir: “No soy yo más el que vive en mí, es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20), así también el traidor llegó a<br />
ser el hombre en quien el demonio vivía, no ya él. Cfr. Ju.13,2; Lc.22,3: Ju.6,70; 13,27.
142<br />
7 Nota : “Si hubiera impedido encarnarse a Satanás para matarme, habría debido exterminar a la raza humana”. Es<br />
una afirmación fuerte y vivida, apropiada para expresar la voluntad satánica, insana y desenfrenada de apoderarse del<br />
hombre, rey del universo, para realizar finalmente su antiguo sueño no solo de combatir sin tregua a Dios sino de<br />
quererlo destruir.<br />
8 Nota : Respecto de esta “sublime plegaria”, <strong>María</strong> <strong>Valtorta</strong> hizo notar varias veces y su director el P. Migliorini<br />
lo repitió, que el apóstol Juan (Ju.17) la había escrito “ad litteram”, exactamente como salió de los labios del Maestro<br />
divino.<br />
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