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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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mujer se ha abierto paso entre la multitud. Conozco ya lo suficiente los vestidos hebreos como para<br />

comprender que no es hebrea, y los vestidos... honestos como para comprender que ésta es una<br />

deshonesta. Pero para ocultar sus hechizos y sus gracias, quizás demasiado procaces, se ha<br />

envuelto toda en un velo, de color azul como su amplio vestido, que es de todos modos<br />

provocativo por la forma, que le deja destapados los bellísimos brazos. Se arroja al suelo y se<br />

arrastra por él hasta que llega a tocar la túnica de Jesús, y la toma entre sus dedos y besa su<br />

extremo, y llora, convulsa toda por los sollozos. ■ Jesús, que iba a responder a Cusa diciendo:<br />

“Erráis y...” baja la mirada y dice: “¿Eras tú la que me invocaba?”. Mujer: “Sí... y no soy digna<br />

de la gracia que me has concedido. No habría debido siquiera llamarte ni con mi espíritu. Pero<br />

tu palabra... Señor... yo soy pecadora. Si me destapara la cara, muchos te dirían mi<br />

nombre. Soy... una prostituta... y una infanticida... y el vicio me había enfermado... Estaba en<br />

Emaús, te di una joya... me la devolviste... y una mirada tuya... me entró en el corazón... Te he<br />

seguido... Has hablado. He dicho dentro de mí tus palabras: «Soy fango, pero aspiro a Ti,<br />

Luz». He dicho: «Cúrame el alma, y luego, si quieres, la carne». Señor, mi carne está curada...<br />

¿Y mi alma?”. Jesús le dice: “Tu alma ha quedado curada por el arrepentimiento. Ve y no<br />

vuelvas a pecar nunca. Te son perdonados tus pecados”. La mujer besa de nuevo el extremo de<br />

la túnica y se alza. Al hacerlo se le desliza el velo. Gritan muchos: “¡La Galacia! ¡La Galacia!”<br />

y lanzan pestes; juntan piedras de la playa y se las arrojan a la mujer, que se agacha,<br />

quedándose atemorizada. Jesús, severo, alza la mano. Impone silencio. “¿Por qué la insultáis?<br />

No lo hacíais cuando era pecadora. ¿Por qué ahora que se redime?”. Gritan muchos,<br />

profiriendo burlas: “Lo hace porque está vieja y enferma”.Verdaderamente, la mujer,<br />

aunque va no sea muy joven, todavía está muy lejos de ser vieja y fea como dicen. Pero la<br />

masa es así. Jesús ordena: “Pasa delante de Mí y baja a aquella barca. Te acompañaré a casa por<br />

otro camino”, y dice a los suyos: “Ponedla en medio de vosotros y acompañadla”. ■ La ira de la<br />

gente, azuzada por algún intransigente israelita, se vuelca enteramente contra Jesús. Y entre<br />

gritos de: “¡Anatema! ¡Falso Mesías! ¡Protector de prostitutas! Quien las protege las aprueba.<br />

¡Más aún! Las aprueba porque las goza” y frases similares gritadas, mejor: ladradas y<br />

rabiosamente ladradas, sobre todo por un grupito de energúmenos hebreos de no sé qué<br />

casta... entre esos gritos, unos puñados bien lanzados de arena húmeda alcanzan el rostro de<br />

Jesús y lo ensucian. Él levanta el brazo y se limpia el carrillo sin protestar. No sólo eso, sino<br />

que detiene con un gesto a Cusa y a algún otro que querría reaccionar en defensa de Él, y<br />

dice: “Dejadlos. ¡Por la salvación de un alma sufriría mucho más! ¡Yo perdono!”.<br />

* Simón Pedro, ante las conjuras y odios que se ciernen sobre su Maestro, se opone tenazmente<br />

a dejarle solo en compañía de Cusa y sus amigos.- ■ Cusa insiste de nuevo mientras van hacia<br />

el embarcadero, mientras en el muelle se enciende una gresca entre romanos y griegos por<br />

una parte e israelitas por la otra. “¡Ven! Unas horas sólo. Es necesario. Luego te acompañaré<br />

yo mismo. ¿Eres benigno con las meretrices y quieres ser intransigente con nosotros”. Jesús:<br />

“Bien. Voy. Efectivamente, es necesario...”. Y dice a los apóstoles que ya están en las barcas:<br />

“Id adelante. Os alcanzaré...”. “¿Vas solo?” pregunta Pedro poco contento. Jesús: “Estoy con<br />

Cusa...”. Pedro: “¡Mmm! ¿Y nosotros no podemos ir? ¿Para qué te quiere con sus amigos? ¿Por qué<br />

no ha venido a Cafarnaúm?”. Cusa: “Hemos ido. No estabais”. Pedro: “¡Nos hubierais esperado<br />

y nada más!”.Cusa: “Pues hemos venido siguiendo vuestra pista”. Pedro: “Venid ahora a<br />

Cafarnaúm. ¿Tiene que ser el Maestro el que vaya donde vosotros?”. Los otros apóstoles dicen:<br />

“Simón tiene razón”. Cusa: “¿Pero por qué no queréis que venga conmigo? ¿Es, acaso, la primera<br />

vez que viene a mi casa? ¿Acaso no me conocéis?”. Pedro: “Sí que te conocemos. Pero... no<br />

conocemos a los otros”. Cusa: “¿Y a qué tenéis miedo? ¿A que yo sea amigo de los enemigos del<br />

Maestro?”. Pedro: “¡Yo no sé nada! ¡De lo que sí me acuerdo es de cómo acabó Juan el profeta!”.<br />

Cusa: “¡Simón! Me ofendes. Yo soy un hombre de honor. Te juro que antes de que le tocaran un pelo<br />

al Maestro me dejaría atravesar con las lanzas. ¡Créeme! Mi espada está a su servicio...”.<br />

Pedro: “¡¿Y de qué serviría que te atravesaran a ti?! Después... Sí, lo creo, te creo... Pero, una<br />

vez muerto tú, le tocaría a Él. Prefiero mi remo a tu espada, mi pobre barca y, sobre todo,<br />

nuestros sencillos corazones puestos a su servicio”. Cusa: Pero conmigo está Mannaén. ¿Crees<br />

en Mannaén? Y está también el fariseo Eleazar, ese que conoces tú, y el arquisinagogo Timoneo,<br />

y Natanael ben Fada. A éste no le conoces. Pero es un jefe importante y quiere hablar con el<br />

Maestro. Y está Juan, conocido por el Antipas de Antipátrida, favorito de Herodes el Grande,<br />

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