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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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su centro una cinta multicolor de indumentos extendidos en el suelo. Una vez que Jesús pasa, se<br />

recogen los indumentos y los llevan más adelante, y se les tira con otros y otros más, y más<br />

flores, ramos, hojas de palma, que la gente agita y arroja; y resuenan cada vez más los gritos de<br />

honor en torno del Rey de Israel, del Hijo de David, de su Reino. ■ Los soldados de guardia en<br />

la puerta salen a contemplar lo que pasa. Pero como no se trata de ninguna sedición, apoyados<br />

sobre sus lanzas, se hacen a un lado, y observan admirados o irónicos el extraño cortejo de este<br />

Rey que viene montado sobre un asno, hermoso Él como un dios, humilde como el más pobre<br />

de los hombres, manso, cariñoso... rodeado de mujeres y niños y hombres desarmados que<br />

gritan: “¡Paz! ¡Paz!”; de este Rey que antes de entrar en la ciudad se detiene un momento a la<br />

altura de los sepulcros de los leprosos de Innón y Siloán (creo no equivocarme en los nombres,<br />

porque en estos lugares he visto varios milagros de leprosos curados), y apoyándose en el único<br />

estribo en que apoya su pie --pues viene sentado en el asno, no a caballo de él--, se alza y abre<br />

sus brazos mientras eleva su voz en dirección a aquellas laderas horribles, donde caras y cuerpos<br />

llenos de terror se asoman buscando a Jesús con sus ojos y alzando el grito quejumbroso de los<br />

leprosos: “Somos impuros” para alejar a algunos imprudentes que, con tal de ver a Jesús,<br />

subirían incluso a esos infectados rellanos: “¡Quien tenga fe en Mí, que pronuncie mi Nombre y<br />

reciba por medio de él la salud!”, y bendice para reanudar luego la marcha. Jesús dice a Judas de<br />

Keriot: “Comprarás alimentos para los leprosos y, con Simón, se los llevarás antes de que<br />

anochezca”. ■ Cuando el cortejo pasa por debajo de la bóveda de la puerta de Siloán y luego,<br />

como un torrente, irrumpe dentro de la ciudad, al pasar por el barrio de Ofel --donde todas las<br />

terrazas se han transformado en una pequeña, aérea plaza de gente, que grita hosannas, que<br />

arroja flores y perfumes tratando de que caigan sobre el Maestro-- el grito de la multitud parece<br />

aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina, porque los numerosos arcos de que está<br />

llena Jerusalén lo amplifican con resonancias continuas. Oigo gritar, y me imagino que es lo que<br />

dicen los evangelistas: “¡Scialem, scialem melchi!” (o melchit: procuro transcribir el sonido de<br />

las palabras, pero es difícil porque su lenguaje posee aspiraciones que no tenemos). Es un grito<br />

continuo, como el bramido de un mar en tempestad que va y viene contra playas y arrecifes<br />

donde se rompe para venir al encuentro de otro golpe que lo recoge y lo alza de nuevo formando<br />

un nuevo fragor, sin tregua alguna. ■ ¡Estoy ensordecida...! Perfumes, olores, gritos, agitarse de<br />

ramos, vestidos, colores. Es algo que deja a uno atolondrado. Veo mezclarse continuamente a la<br />

muchedumbre, aparecer y desaparecer caras conocidas: caras de discípulos de todos los lugares<br />

de Palestina, todos los seguidores... Por un momento veo a Jairo, al jovenzuelo Yaia de Pela<br />

(según me parece) que era ciego como su madre y a quienes Jesús curó. Veo a Jo<strong>aquí</strong>n de<br />

Bozra, y al campesino de la llanura de Sarón con sus hermanos. Veo al viejo y solitario Matías,<br />

de aquel lugar del Jordán (ribera oriental), en cuya casa Jesús se refugió cuando todo estaba<br />

inundado. Veo a Zaqueo con sus amigos convertidos. Veo al viejo Juan de Nobe con casi todos<br />

los de la población. Veo al marido de Sara de Yutta... ¿pero quién puede acordarse de nombres<br />

y caras donde los conocidos se mezclan con los no conocidos?... Allí está la cara del pastorcillo<br />

de Enón, y junto a él la del discípulo de Corazaín que dejó de sepultar a su padre por seguir a<br />

Jesús; y cerca de él, por un instante, el padre y la madre de Benjamín, con su pequeño, que por<br />

poco cae bajo las pezuñas del asno por querer recibir una caricia de Jesús. ■ Y --por desgracia--<br />

caras llenas de ira de fariseos que orgullosos rompen el círculo de amor apiñado alrededor de<br />

Jesús y le gritan: “¡Haz que se callen esos locos! ¡Hazles entrar en razón! Solo a Dios se le<br />

lanzan hosannas. ¡Diles que se callen! A lo cual Jesús responde dulcemente: “¡Aunque les dijera<br />

que se callasen y me obedeciesen, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios!”. Y es<br />

que, en efecto, la gente además de gritar: “¡Hosanna, hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que<br />

viene en nombre del Señor! ¡Hosanna a Él y a su Reino! ¡Dios está con nosotros! Ha llegado el<br />

Emmanuel. ¡Ha llegado el Reino del Mesías del Señor! ¡Hosanna! ¡Lance la tierra hosannas<br />

hacia el cielo! ¡Paz, paz, Rey mío! ¡Paz y bendición vengan sobre Ti, Rey santo! ¡Paz y gloria<br />

en los cielos y en la tierra! ¡Gloria se dé a Dios por su Mesías! Paz a los hombres que le acogen.<br />

Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y gloria en los cielos más altos porque ha<br />

llegado la hora del Señor” (y quien lanza este último grito es un grupo compacto de pastores que<br />

repiten el grito navideño); además de estas exclamaciones, la gente de Palestina narra a los<br />

peregrinos de la Diáspora los milagros que han visto, y, a quienes no saben lo que sucede --por<br />

ser extranjeros, de paso fortuitamente por la ciudad-- y que pregunta: “¿Quién es Él? ¿Qué

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