Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana: «Todo te ha<br />
sido perdonado porque has sabido amar totalmente». «Tú has elegido la mejor parte y no se te<br />
quitará». Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que<br />
los pastos del amor sean en la eternidad tu alimento. Levántate, besa también mis manos, que te<br />
absolvieron y han bendecido... ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin<br />
embargo, Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para<br />
torturarlas...”.■ Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.<br />
<strong>María</strong>, con los cabellos sueltos por detrás y por delante, besa la mano derecha, que Jesús le ha<br />
ofrecido, y no sabe apartar de esa mano sus labios... Marta, conmovida, se acerca a su hermana,<br />
le recoge los cabellos sueltos, los trenza luego acariciándola, y extendiéndole el llanto sobre las<br />
mejillas tratando de secárselo... Nadie tiene ganas de seguir comiendo... Las palabras de Jesús<br />
hacen a todos pensar. El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso para retirarse.<br />
Santiago, su hermano, hace lo mismo, y lo mismo hacen Andrés y Juan. Se quedan los otros,<br />
pero ya en pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan.<br />
<strong>María</strong> y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro. (Escrito el 28 de Marzo de 1947).<br />
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1 Nota : Ju. 12,1-11; Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9.<br />
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9-587-267(10-6-347) El adiós a Lázaro.-Revelación de la Pasión y una encomienda al «amigo».<br />
* Jesús anuncia su muerte de cruz a Lázaro y confirma a Judas como el traidor, Satanás<br />
encarnado (no solo poseído).- ■ Jesús está en Betania. Ya es tarde. Un plácido atardecer de<br />
abril. Desde las grandes ventanas de la sala del banquete se puede ver el jardín de Lázaro que<br />
está en flor; más allá el huerto que parece toda una nube de ligeros pétalos. Perfume del nuevo<br />
verdor, perfume agridulce de flores de árboles frutales, de rosas y de otras flores, se mezcla, y<br />
entra a las habitaciones con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas<br />
extendidas en los vanos de las puertas y temblar las llamas de las lámparas. Allí se funden los<br />
perfumes de nardos, convalarias, y jazmines; y forman una esencia singular, recuerdo del<br />
bálsamo con que <strong>María</strong> Magdalena ungió a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a<br />
causa de la unción. ■ En la sala están aún Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los demás tal vez<br />
han ido a otras ocupaciones. Jesús se levanta de la mesa y mira un rollo de pergamino que<br />
Lázaro le ha presentado. <strong>María</strong> de Mágdala va de acá para allá por la sala... parece una mariposa<br />
atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de<br />
los criados que recogen la preciosa vajilla, que hay sobre la mesa. Jesús, colocando el folio en<br />
un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en la brillante madera negra, dice: “Lázaro,<br />
Ven. Tengo que decirte algo”. Lázaro, levantándose de su asiento que está cerca de la ventana,<br />
dice: “Voy, Señor”, y sigue a Jesús hacia el jardín en que los últimos rayos del día se mezclan<br />
con el primer claror de la luna. ■ Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde<br />
está el sepulcro en que fue enterrado Lázaro, y sobre el que ahora hay un rosal, todas florecidas<br />
en la boca vacía. Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: “¡Lázaro, sal<br />
fuera!”. Jesús se detiene allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no se ve. Se siente un<br />
silencio completo. Se siente una soledad absoluta. “Lázaro, amigo mío” pregunta Jesús, de pie<br />
ante su amigo, mirándole fijamente con un atisbo de sonrisa en su rostro enflaquecido y más<br />
pálido de lo habitual. “Lázaro, amigo mío, ¿sabes quién soy?”. Lázaro: “Eres Jesús de Nazaret,<br />
mi amado Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús”. Jesús: “Eso para ti. Pero para los demás<br />
¿quién soy?”. Lázaro: “Eres el Mesías de Israel”. Jesús: “¿Y qué mas?”. Lázaro: “El Prometido,<br />
el Esperado... ¿por qué me lo preguntas? ¿Dudas de mi fe?”. Jesús: “No, Lázaro. Pero quiero<br />
confiarte una verdad. Nadie fuera de mi Madre y de uno de mis discípulos, lo sabe. Mi Madre<br />
porque no ignora nada. El discípulo mío porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la he<br />
dicho muchas veces en estos tres años. Pero su amor ha hecho de nepente y escudo ante la<br />
verdad anunciada. No han podido comprender todo...■ Y es mejor que no lo hayan comprendido<br />
para evitar un crimen. Por otra parte inútil, porque lo que debe suceder, debe serlo. Pero Yo<br />
quiero decírtelo ahora esto”. Lázaro: “¿Dudas que te ame menos que ellos? ¿A qué crimen te<br />
refieres? ¿Qué crimen va a cometerse? En nombre de Dios ¡habla!”. Lázaro está excitado. Jesús:<br />
“Voy a decírtelo, claro. No dudo que me ames. Tanto es así que te voy a depositar en ti mi<br />
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