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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los siglos futuros! ¡Mirad, ángeles del paraíso! ¡Mirad,<br />

demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre! ¡Mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. No llora más.<br />

Todo está dicho. Adiós, amigo. No te veré más antes de mi muerte. Démonos el beso de<br />

despedida. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un loco! ¡Era un demonio! ¡Un mentiroso! ¡Murió y<br />

decía ser la Vida!». A ellos y sobre todo a ti respóndete: «Era y es la Verdad y la Vida». Él es<br />

el Vencedor de la muerte. Lo sé. No puede ser el eterno muerto. Yo le espero. Y, antes de que se<br />

consuma todo el aceite de la lámpara que el amigo, invitado a las bodas del Triunfador, tiene<br />

preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y esta vez la luz jamás será apagada”.<br />

Cree esto, Lázaro. obedece mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta después de que se calló<br />

al oír tu llanto? Haz tú también lo mismo. Que tu alma, después de que haya llorado por mi<br />

muerte, que cante el himno seguro de tu fe. Sé bendito por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu<br />

Santo”. (Escrito el 2 de Marzo de 1945).<br />

* ¡Cuánto he sufrido! ¡Durante toda la noche, desde las 23 del jueves, 1º Marzo, hasta las 5 de la<br />

mañana del viernes! He visto a Jesús en una angustia casi como la de Getsemaní, sobre todo<br />

cuando habla de su Madre, del traidor, y muestra el miedo que experimenta por la muerte. He<br />

obedecido lo que me ordenó Jesús, de escribir esto en un cuaderno separado para formar una<br />

Pasión más pormenorizada. Usted, Padre Migliorini, vio mi cara esta mañana... imagen pálida<br />

del sufrimiento padecido... y no añado más porque hay cosas que el pudor no permite.<br />

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9-590-293 (10-9-371).- Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús llora por Jerusalén (1).<br />

* Profecía sobre la ruina de Jerusalén.- ■ Desde un collado cercano a Jerusalén Jesús mira a<br />

la ciudad. No es un collado muy alto --como mucho, como puede serlo la plaza de S. Miniato<br />

del monte, en Florencia-- pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan<br />

por las pequeñas elevaciones de terreno que constituyen Jerusalén. Este collado, eso sí, respecto<br />

al Calvario, es mucho más alto, si se toma el nivel más bajo de la ciudad; y está más cerca de la<br />

muralla. Comienza verdaderamente a dos pasos de ésta. Por esta parte de las murallas, se eleva<br />

con pronunciado desnivel, mientras que, por la otra, desciende suavemente hacia una campiña<br />

toda verde que se extiende hacia el Este. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol.<br />

■ Jesús y los suyos están bajo un grupo de árboles, sentados a su sombra. Descansan del camino<br />

recorrido. Después Jesús se levanta, deja el espacio arbolado donde estaban sentados y se dirige<br />

a la parte alta de la colina. Su alto físico --así erguido y solo, parece todavía más alto-- destaca<br />

claro en el vacío que le rodea. Tiene las manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul, y<br />

mira serio, serio. Los apóstoles le observan; pero no le interrumpen, no moviéndose ni<br />

hablando. Deben pensar que se ha alejado para orar. Pero no es así. Después de haber<br />

contemplado durante un largo tiempo la ciudad, mirando a todos los barrios y a todas sus<br />

elevaciones y a todos sus detalles, a veces fijando su mirada largamente en éste o en aquel<br />

punto, se pone a llorar, sin convulsiones ni ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y<br />

caen... Lagrimones silenciosos y llenos de tristeza, como de una persona que sabe que debe<br />

llorar solo, sin esperar consuelo y comprensión de alguien, por un dolor que no puede ser<br />

anulado y que, sin remisión, debe ser sufrido. ■ El hermano de Juan, por su posición, es el<br />

primero en notar ese llanto, y se lo dice a los otros, los cuales, asombrados, se miran. Se dicen:<br />

“Nadie de nosotros ha hecho algo mal. Tampoco la gente le ha insultado, ni estaba ente ella<br />

ninguno de sus enemigos”. El más anciano de todos pregunta: “Entonces, ¿por qué llora?”.<br />

Pedro y Juan se levantan al mismo tiempo y se acercan al Maestro. Piensan que lo único que<br />

pueden hacer es acercársele para mostrarle que le aman y preguntar qué le pasa. Juan, apoyando<br />

su rubia cabeza en el hombro de Jesús, que le supera en altura todo el cuello y la cabeza,<br />

pregunta: “Maestro ¿por qué estás llorando?”. Y Pedro, poniéndole una mano en la cintura,<br />

como queriendo abrazarle, le pregunta: “¿Qué te hace sufrir, Jesús? Dínoslo a nosotros que te<br />

amamos”. Jesús apoya su mejilla en la cabeza de Juan y, abriendo los brazos, pasa a su vez el<br />

brazo por el hombro de Pedro. Permanecen en este abrazo los tres, en una postura de mucho<br />

amor. Pero el llanto sigue goteando. Juan, que siente que las lágrimas le descienden entre sus<br />

cabellos, vuelve a preguntarle: “¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?”.<br />

Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta. Dice Jesús:<br />

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