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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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esclarece puntos que no han podido comprender y que no pudieron explicar otros. Se acercan<br />

dos gentiles, le miran, se van sin pronunciar palabra alguna. Pasan personas que trabajan en el<br />

Templo, le miran: tampoco dicen una palabra. Lo mismo sucede con algún fiel. Bartolomé<br />

pregunta: “¿Vamos a seguir <strong>aquí</strong>?”. Santiago de Alfeo dice sonriente: “Hace frío y no hay nadie.<br />

Pero es agradable estar <strong>aquí</strong> con tanta paz. Maestro, hoy estás justamente en la Casa de tu Padre.<br />

Y como Dueño. Así habrá sido el Templo cuando vivían Nehemías y los reyes sabios y los<br />

hombres piadosos”. Pedro dice: “De mi parte sería mejor que nos fuéramos. De allá nos están<br />

espiando...”. Santiago de Alfeo: “¿Quiénes? ¿Los fariseos?”. Pedro: “No. Los que pasaron<br />

antes, y otros más. Vámonos, Maestro...”. Jesús: “Espero a los enfermos. Me vieron cuando<br />

entraba en la ciudad; y la voz se esparció, sin duda. Cuando haga más sol, vendrán.<br />

Quedémonos, al menos, hasta un tercio antes de la sexta”. Y reanuda su marcha adelante y para<br />

atrás para no sentir el aire frío. De hecho, después de poco tiempo cuando el sol ha mitigado ya<br />

el frío, llega una mujer con una niña enferma y pide que se la cure. Jesús la complace. La mujer<br />

pone su óbolo a sus pies diciendo: “Esto es para otros niños que sufren”. Iscariote recoge la<br />

moneda. Poco después, en una camilla traen a un hombre de edad, enfermo de las piernas. Jesús<br />

le da la salud. ■ Los terceros en venir son un grupo de personas, que pide a Jesús que salga<br />

fuera de los muros del Templo para expulsar a un demonio de una jovencita, cuyos gritos<br />

desgarradores se oyen hasta allí dentro. Y Jesús va con ellos y sale a la calle que lleva a la<br />

ciudad. Una serie de personas, entre las que hay paganos, están apiñados alrededor de los que<br />

sujetan a la jovencita, que babea y se retuerce, sacando horriblemente los ojos. De los labios de<br />

la jovencilla se escuchan palabras de mal gusto y tanto más aumentan, cuanto más Jesús se<br />

acerca. Cuatro robustos jóvenes apenas pueden sujetarla. Junto con las injurias salen gritos que<br />

reconocen a Jesús, súplicas que dicen que no se les arroje, y también prorrumpe en verdades que<br />

repite monótonamente: “¡Largo! ¡No me hagáis ver a este maldito! Causa de nuestra<br />

ruina. Sé quién eres. Eres... Eres... el Mesías. Eres... Solo te ha ungido el óleo de<br />

arriba. La fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te odio maldito! No me arrojes.<br />

¿Por qué nos arrojas y no nos quieres mientras sí tienes cerca de ti a una legión de<br />

demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí que lo<br />

sabes... Déjame <strong>aquí</strong>, al menos hasta la hora de...”. Las palabras se cortan a veces, como<br />

ahogadas; otras veces cambian; o primero se paran y luego se prolongan en medio de gritos<br />

inhumanos, como cuando grita: “¡Déjame por lo menos entrar en él! No me mandes al<br />

Abismo. ¿Por qué nos odias, Jesús, Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que eres? ¿Por<br />

qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No te queremos! ¿Por qué has venido a<br />

perseguirnos si hemos renegado de Ti? ¡Tus ojos! Cuando estén apagados nos<br />

reiremos... No... Ni siquiera entonces... ¡Tú nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre<br />

que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros... ¡Aaaaaah!”. ■ El<br />

grito final es completamente espantoso, como el de una persona a quien degollasen, y ha sido<br />

originado por el hecho de que Jesús, después de haber truncado muchas veces por imperativo<br />

mental las palabras de la poseída, pone fin a ellas tocando con su dedo la frente de la jovencita.<br />

Y el grito termina con una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte carcajada<br />

y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja, gritando: “No me voy lejos... ¡Ja,<br />

ja!”, seguido de un estallido semejante al trueno de un rayo, a pesar de que el cielo está<br />

limpísimo”. ■ Muchos huyen aterrorizados, otros se apiñan aún más para ver a la jovencita que<br />

de golpe se ha calmado... Luego abre los ojos y sonríe, siente que no tiene el velo en la cara ni<br />

en la cabeza, trata de ocultarla con su brazo levantado. Quienes están con ella quieren que dé<br />

gracias al Maestro pero Él dice: “Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma me ha dado ya las gracias.<br />

Llevadla a casa, con su madre. Es su lugar como jovencita que es...” y vuelve las espaldas a la<br />

gente para entrar en el Templo, al lugar de antes. ■ Pedro dice: “¿Viste, Señor, que muchos<br />

judíos habían venido a espaldas nuestras? Reconocí a alguno de ellos... ¡Ahí están! Son los que<br />

nos espiaban antes. Mira cómo discuten entre sí...”. Tomás dice: “Estarán echándose suertes<br />

para saber en quién de ellos entró el diablo. También está Nahaún, el hombre de confianza de<br />

Anás. Es un tipo que se lo merece...”. Andrés, a quien casi le castañean los dientes: “Tienes<br />

razón. No viste, porque estabas mirando a otra parte, pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza”.<br />

Tomás: “Yo estaba cerca de él y tuve miedo...”. Mateo explica: “Realmente todos ellos estaban<br />

juntos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y pensé que íbamos a morir... Es<br />

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