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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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trémula que se acerca desde profundidades obscuras. Una voz que quiere ser oída pero teme que la<br />

oigan, dice: “¿Estás ahí, Maestro?”. Jesús: “Sí, Zacarías”. Zacarías: “¡Alabado sea Yeové! ¿He<br />

tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas. Ven, Maestro... Tus<br />

apóstoles... He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por <strong>aquí</strong> se baja...<br />

Poca luz. Pero camino seguro. Se baja a las cisternas y se sale hacia el Cedrón. Camino antiguo. No<br />

siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí... y esto lo santifica...”. Bajan continuamente en medio<br />

de sombras quebradas sólo por la llamita tambaleante de la lámpara, hasta que un claror distinto se<br />

vislumbra en el fondo... y detrás el claror del verde, que parece lejano... Una verja --tan maciza y<br />

apretada que es casi puerta-- termina la galería. ■ Zacarías: “Maestro, te he salvado. Puedes<br />

marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo. No podría servirte siempre sin ser notado<br />

y... olvida, olvidad todos este camino, y a mí que os he guiado <strong>aquí</strong>”, y lo dice moviendo unos<br />

artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las<br />

personas. Y repite: “Olvidad, por piedad hacia mí”. Jesús: “No temas. Ninguno de nosotros hablará.<br />

Dios esté contigo por tu caridad”. Jesús alza la mano y la pone encima de la cabeza agachada del<br />

joven. Sale, seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pequeño espacio llano --casi no<br />

caben todos--, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un senderito de cabras baja entre las<br />

zarzas hacia el torrente. Jesús: “Vamos. Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo<br />

con mis hermanos iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís”. (Escrito el<br />

30 de Septiembre de 1946).<br />

···········································<br />

1 Nota : Ju. 8,21-59.<br />

2 Nota : Se refiere al intento, promovido por los judíos, de elegir rey a Jesús, en la casa de campo de Cusa narrado<br />

en el episodio 7-464-217.<br />

. --------------------000--------------------<br />

8-510-67 (9-207-500).- En la curación de un ciego de nacimiento (1), en sábado, complicidad<br />

intencionada de J. Iscariote.- Inconcebible ceguera de escribas, sacerdotes y fariseos.<br />

* “Maestro, si es ciego de nacimiento sin duda pecó, ¿pero cómo pudo pecar antes de<br />

nacer, o será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.- ■ Jesús<br />

sale junto con sus apóstoles y José de Séforis en dirección a la sinagoga... Pero Jesús no va hacia<br />

la puerta de Herodes. Es más, vuelve las espaldas a esta puerta para dirigirse al interior de la<br />

ciudad. Pero, habiendo recorrido sólo unos pocos pasos por la calle más ancha --en la cual desemboca la<br />

callecita donde se encuentra la casa de José de Séforis--, Judas de Keriot le señala la presencia de un<br />

joven que viene en dirección contraria, tentando la pared con un bastón, hacia arriba la cabeza<br />

carente de ojos, con el típico modo de andar de los ciegos. Sus vestidos son pobres, pero limpios, y<br />

debe ser una persona conocida por muchos de los habitantes de Jerusalén, porque más de uno le señala,<br />

y algunas personas se acercan a él y le dicen: “Hombre, hoy has confundido el camino. Todos los<br />

caminos del Moria están ya atrás. Ya estás en Bezeta”. El ciego con una sonrisa responde: “Hoy no<br />

pido limosna de dinero”, y sigue andando, sonriente todavía, hacia el norte de la ciudad. ■ Iscariote<br />

dice: “Maestro, obsérvale. Tiene los párpados soldados. Es más, yo diría que no tiene párpados.<br />

La frente se une a las mejillas sin hueco alguno, y parece como si debajo no estuvieran los<br />

globos de los ojos. El pobre ha nacido así. Y así morirá, sin haber visto una sola vez la<br />

luz del sol ni el rostro de los hombres. Ahora, dime, Maestro: para recibir este castigo tan<br />

grande, sin duda pecó; pero, si es ciego de nacimiento, como lo es, ¿cómo pudo pecar<br />

antes de nacer? ¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.<br />

También los otros apóstoles e Isaac y Marziam se arriman a Jesús para escuchar la<br />

respuesta. ■ Y, acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que domina al resto<br />

de la gente, acuden dos jerosolimitanos de aspecto educado y que estaban un poco detrás<br />

del ciego. Con ellos está José de Arimatea, que no se acerca, sino que, adosándose a un portal<br />

elevado sobre dos escalones, mira a todas las caras observando todo. Jesús responde. En el<br />

silencio que se ha formado, se oyen nítidamente las palabras: “No han pecado ni él ni<br />

sus padres más de lo que pecan todos los hombres, y quizás menos; porque<br />

frecuentemente la pobreza es un freno para el pecado. No. Ha nacido así para que en él se<br />

manifiesten --una vez más-- el poder y las <strong>obra</strong>s de Dios. Yo soy la Luz que ha venido al<br />

mundo, para que aquellos del mundo que han olvidado a Dios, o han perdido su imagen<br />

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