Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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126<br />
poco de los corazones! Gamaliel, que de nuevo se había detenido, cabizbajo, reanuda su<br />
marcha... Otros le siguen, meneando la cabeza o haciendo risitas... También Jesús se marcha...<br />
(Escrito el 3 de Abril de 1947).<br />
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1 Nota : Ju. 12, 20-50.<br />
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().<br />
9-599-397 (11-18-461).- En la casa del Cenáculo, antes de la Cena, Jesús se despide de su<br />
Madre.<br />
* ¡Pobre Madre que por la Gracia y por el Amor comprende llegada la hora!.- ■ En la<br />
habitación que ahora estoy viendo, está <strong>María</strong> con otras mujeres. Reconozco a Magdalena, a<br />
<strong>María</strong>, madre de Santiago y de Judas. Da la impresión de que acaban de llegar, acompañadas de<br />
Juan, porque se están quitando los mantos que pliegan y los ponen sobre los asientos que hay<br />
por la habitación, mientras se despiden del apóstol, que se marcha, y saludan a una mujer y a un<br />
hombre que han acudido a recibirlas, y que quizás sean los dueños de la casa, y también<br />
discípulos o simpatizantes del Nazareno, porque muestran mucha confianza con <strong>María</strong>, que está<br />
vestida de color azul celeste oscuro. En la cabeza lleva un velo blanco que se deja ver cuando se<br />
quita el manto que la cubría también la cabeza. Está muy delgada de rostro. Parece como si<br />
hubiera envejecido. Se le nota la tristeza aun cuando sonría con dulzura. También sus<br />
movimientos son los de una persona cansada, como los de una persona sumergida en una idea. ■<br />
Por la puerta entreabierta veo que el propietario de la casa va y viene al pasillo y al cenáculo.<br />
Enciende éste completamente, prendiendo los restantes mecheros de la lámpara. Luego va a la<br />
puerta que da a la calle y la abre. Entra Jesús con los apóstoles. Veo que ya es tarde, porque las<br />
sombras de la noche caen ya sobre la estrecha calle. Saluda al dueño a su manera acostumbrada:<br />
“La paz sea en esta casa”; y, luego, mientras los apóstoles bajan al cenáculo, entra en la<br />
habitación donde está la Virgen. Las mujeres piadosas le saludan con profundo respeto, y se<br />
marchan, cerrando la puerta y dejando así en libertad a la Madre y al Hijo. Jesús abraza a su<br />
Madre, la besa en la frente. <strong>María</strong> besa primero las manos de su Hijo, luego su mejilla derecha.<br />
Jesús toma a <strong>María</strong> de la mano y hace que se siente --hay dos taburetes, cerca el uno del otro--,<br />
y Él se sienta al lado. La ha invitado a sentarse acompañándola de la mano a los taburetes, y<br />
sigue agarrándole la mano aun cuando Ella ya se ha sentado. También Jesús está pensativo,<br />
triste, aun cuando se esfuerce en sonreír. <strong>María</strong> estudia ansiosa la expresión del rostro de su<br />
Hijo. ¡Pobre Madre, que por la gracia y por el amor comprende que la hora ha llegado! En su<br />
rostro destacan arrugas de dolor; sus ojos se dilatan por una intensa visión de agudo dolor. Pese<br />
a esto, conserva su serenidad al igual que su Hijo. Su porte es majestuoso como el de su Hijo. ■<br />
Él la saluda y se encomienda a sus oraciones, le habla: “Madre, he venido para beber fuerzas y<br />
consuelo de ti. Soy como un pequeñín que tenga necesidad del corazón materno para su dolor, y<br />
del seno de su madre para tener fuerzas. Soy de nuevo, en estos momentos, tu pequeño Jesús de<br />
otros tiempos. No soy el Maestro, Madre, soy solo tu Hijo, como en Nazaret cuando era<br />
pequeño, como en Nazaret antes de abandonar mi vida privada. No tengo más que a ti. Los<br />
hombres, en estos momentos, no son ni amigos ni leales a tu Jesús. Ni siquiera tienen el valor<br />
para seguir el bien. Sólo los malos son leales y constantes y decididos en hacer lo que se<br />
proponen. Pero tú me eres fiel, y eres en esta hora mi fuerza. Sosténme con tu amor, con tus<br />
oraciones. De entre los que en mayor o menor grado me aman, eres la única que en esta hora<br />
sabes orar; orar y comprender. Los otros tienen sentimiento de fiesta, y están pensando en ella o<br />
pensando en el crimen, mientras Yo sufro con tantas cosas. Después de la fiesta muchas cosas<br />
se acabarán, y entre ellas su modo humano de pensar. Sabrán ser dignos de Mí todos menos el<br />
que se ha perdido, a quien ninguna fuerza puede llevarle, al menos, al arrepentimiento. Pero por<br />
ahora son todavía hombres tardos que se regocijan, creyendo que está muy cerca mi triunfo; no<br />
comprenden que estoy muriendo. Los hosannas de hace pocos días los han embriagado. Madre,<br />
vine para esta hora y, con alegría sobrenatural, la veo aproximarse. Pero no dejo de temerla,<br />
porque este cáliz tiene dentro «traición», «renegamiento»,«crueldad», «blasfemia»,<br />
«abandono». Sosténme, Madre, como cuando con tus oraciones trajiste sobre ti al Espíritu de